miércoles, 16 de marzo de 2011

LA CONVERSIÓN DE SAULO

Por José Belaunde M.

Consideraciones acerca del libro de Hechos V

En el artículo anterior hemos dejado a Saulo, después de haber participado en el martirio del diácono Esteban, convertido en un perseguidor implacable de los seguidores de Jesús.

Antes de continuar hay una pregunta que conviene hacerse y que naturalmente muchos se han hecho: ¿Conoció Saulo personalmente a Jesús, o lo vio u oyó alguna vez predicar? Es poco probable que él –viviendo en Jerusalén durante el ministerio público de Jesús- no lo hubiera visto ni que él no hubiera estado enterado de su muerte, si es que él no fue testigo de la misma. (La crucifixión tuvo lugar en un sitio especialmente escogido por los romanos para las ejecuciones, con la mira de que fuera visible por todos los que entraban y salían de la ciudad, y que de esa manera sirviera de escarmiento). El único lugar en sus epístolas en las que él contesta a esa pregunta es 2 Cor 5:16 donde escribe: “Si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así”, lo que nos daría una respuesta afirmativa a la pregunta.

Sin embargo la primera parte de esa frase puede entenderse gramaticalmente también así: “Y aún si hubiéramos conocido a Cristo en la carne”, lo que constituye un condicional hipotético, no afirmativo. Esto es, la frase no nos da una respuesta inequívoca. Lo que Pablo quiere decir es que haber conocido a Cristo en la carne –esto es, haberlo visto alguna vez con los ojos del cuerpo mientras vivía- no es determinante, porque lo que importa realmente es conocerlo en su posición exaltada en los cielos y por su obra redentora (Nota 1). De modo que no se puede contestar con seguridad a la pregunta de si lo conoció o no en vida. El hecho es que para él haberlo conocido o no en vida es algo secundario pues, como él mismo afirma en el mismo párrafo, él a nadie (es decir a ningún cristiano) conoce según la carne, sino según lo que Cristo ha hecho en él, al transformarlo en una nueva criatura, como apunta a continuación en el conocido versículo: “Si alguno está en Cristo es una nueva criatura; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2Cor 5:17). En otras palabras: tu pasado no cuenta para mí; lo que cuenta es lo que tú eres ahora en Cristo.

Pero de lo que Saulo sí estaba seguro al inicio de su carrera como perseguidor de la iglesia, era del peligro que las enseñanzas de Jesús significaban para todo lo que él creía y veneraba, para las tradiciones de los padres y para el templo. Cuán celoso había sido él de “las tradiciones de mis padres” (Gal 1:14, palabras que aluden a la “Torá oral”) lo indica en Fil 3:6, cuando dice que “en cuanto a la justicia que es en la ley (yo era) irreprensible”.

Él había escuchado sin duda las acusaciones calumniosas dirigidas contra Esteban, según las cuales él sostenía que el Nazareno resucitado destruiría el templo y cambiaría las costumbres ancestrales de los judíos (Hch 6:13,14), y debe haber oído al mismo Esteban proclamar antes de morir, que veía al Hijo del Hombre en los cielos a la diestra de Dios (Hch 7:55,56). Él era conciente de que si Jesús era realmente el hijo de David esperado, los días del Mesías habían venido y los días de la ley habían llegado a su fin.

Según todo lo que Saulo había sido enseñado eso era absurdo porque Jesús había muerto colgado en un madero y era por tanto maldito según la ley (Dt 21:23; c.f. Gal 3:13). Un ser maldito no podía ser el Mesías de Israel. Lo que los discípulos de Jesús afirmaban no sólo era falso; era además blasfemo. Pero aun, era peligroso para la identidad nacional y el patriotismo judío.

Esa convicción convirtió a Saulo -celoso de la Torá como él era- en un perseguidor implacable de los nazarenos. La muerte de Esteban dio lugar (como dice Hechos 8:1-3), a que se empezara a perseguir a los miembros de la iglesia, persecución en la que Saulo participó yendo de casa en casa para sacar a los discípulos y llevarlos a la cárcel, por lo que muchos de ellos se dispersaron refugiándose en las ciudades vecinas, como Samaria y Damasco. Pero lo que más enfurecía a Saulo era posiblemente la rapidez con que la nueva doctrina ganaba adeptos. (2).

Saulo, “respirando aun amenazas y muerte” dice Hch 9:1, es decir, lleno de un furor fanático (resoplando como un toro furioso) creyó necesario ir a Damasco para traer de vuelta a Jerusalén a esos “herejes” que habían huido, a fin de que fueran juzgados por el Sanedrín. Para ello obtuvo que el sumo sacerdote le diera cartas dirigidas a las sinagogas de esa ciudad para apresar a los seguidores del Camino que hubiera allí y traerlos a Jerusalén (Hch 9:2). El hecho de que él obtuviera esas cartas muestra que él era muy estimado por las autoridades del templo. Hay quienes sostienen, incluso, que él era miembro del Sanedrín. Pero eso es poco probable. De haberlo sido no lo hubiera ocultado. Al contrario, lo hubiera mencionado como parte de sus méritos en el judaísmo.

Fue entonces cuando, de pronto, llegando ya a esa ciudad hacia el mediodía, lo envolvió una luz cegadora –“que sobrepasaba el resplandor del sol”, Hch 26:13-, en medio de la cual se le apareció el Nazareno y, cayendo al suelo, “escuchó una voz que le decía: ¡Saulo, Saulo! (3) ¿por qué me persigues?”, a lo que él contestó: “¿Quién eres Señor?”. Y se le dijo: “Yo soy Jesús a quien tú persigues. Duro te es dar coces contra el aguijón.” (Hch 9:4,5) (4).

Imaginemos cuál puede haber sido la sorpresa, no, el pasmo de Saulo al ver que Jesús se le presentaba en su gloria de resucitado. Se le apareció de una manera tan patente que él no dudó un instante de quién era el que se le aparecía y le hablaba, porque temblando y temeroso dijo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” (9:6) La respuesta de Jesús fue: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.”

“Duro te es…” es una frase proverbial que se refiere a la pica con que se arriaba al ganado y contra la que los bueyes pateaban no sólo inútilmente, sino haciéndose más daño a sí mismos.

Es de notar que los que le acompañaban cayeron también al suelo, y oyeron una voz, y vieran el resplandor, pero no vieron a nadie ni entendieron lo que se decía. Jesús se apareció y habló sólo a Saulo. Podemos imaginar cuál sería el asombro de esos acompañantes al ser testigos de un fenómeno tan inusitado. (5)

Cuando Saulo se levantó y abrió los ojos no veía nada, se había quedado ciego. Por eso tuvo que ser conducido de la mano hasta la casa en la ciudad donde lo recibieron los que le esperaban. Es aleccionador notar que Saulo había ido a Damasco a meter presos a los discípulos, pero él quedó preso de su ceguera. Había ido impetuoso y con ánimo implacable, pero tuvo que ser conducido de la mano como un mendigo. (6).

Lo que cambió radical y definitivamente la actitud de Saulo, y su visión de las cosas, fue el hecho de que se le apareciera Jesús resucitado, Aquel a quien él con vehemencia perseguía en sus seguidores. Si Jesús había realmente resucitado y estaba vivo, lo que los nazarenos proclamaban era verdad y no mentira. Al revés de lo que hasta entonces pensaba, lo antiguo tenía que desaparecer, y ser reemplazado por lo nuevo.

El Libro de Hechos nos dice que Saulo al llegar a Damasco permaneció tres días sin comer ni beber, pero no nos dice qué pasaba en su espíritu durante esos días. Podemos imaginar que él estaba pensando en lo que había experimentado, en las palabras que había oído, en su actual ceguera inesperada, y estaría revisando su vida pasada y sus conceptos. Podemos pensar también que estaba orando pidiéndole al Señor que le devolviera la vista, y que llegara pronto esa persona que le iba a decir lo que debía hacer. Pero sobre todo, Saulo debe haberse sentido profundamente arrepentido de lo que había estado haciendo antes de su inesperado encuentro con el Señor resucitado. El arrepentimiento profundo y sincero es una preparación para recibir mayor gracia. Cabría preguntarse: ¿Le siguió hablando Jesús durante esos tres días? Nada se dice al respecto pero me da la impresión de que Pablo, al narrar su conversión por tercera vez, coloca retrospectivamente en el momento de la aparición las palabras que Jesús puede haberle dicho mientras estaba ciego y oraba (Hch 26:16-18).

¿Qué pasó con los hombres que llevaron a Saulo a Damasco? ¿Se quedaron con él en esa ciudad, o regresaron a Jerusalén a contar lo ocurrido? No sabemos. Quizá se quedaron con Saulo, impresionados por lo que habían presenciado. Nadie que sea testigo de un hecho semejante puede permanecer indiferente. ¿Se convertirían viendo el cambio que se había operado en el que había sido hasta entonces un perseguidor implacable de los seguidores de Jesús? No lo sabemos.

Mientras tanto el Señor le habló a un discípulo judío que vivía en Damasco y que era un varón piadoso según la ley (Hch 22:12). A ese discípulo llamado Ananías el Señor le dijo en sueños que se levantara y fuera a la casa de un tal Judas, situada en la calle llamada “Derecha”, para que le imponga las manos a Saulo de Tarso que está orando, a fin de que reciba la vista (Hch 9:10-16). (7).

Ananías, que había oído acerca de Saulo y de su animosidad contra los creyentes, se asustó pensando en el riesgo que corría si cumplía el encargo: “Yo he oído muchas cosas acerca de los males que ha hecho este hombre a los santos de Jerusalén.” Pero el Señor lo tranquilizó explicándole la misión que Él le iba a encomendar a su ex perseguidor. ¿Entendería Ananías lo que el Señor se proponía hacer con este Saulo que era su enemigo? Debe haberse quedado perplejo, pero no dudó en obedecer.

Hay una frase que a mí me impresiona entre las palabras que le dijo Jesús: “Yo le mostraré a este hombre cuánto ha de padecer por mi nombre.” (Hch 9:16). No le dijo que Saulo iba a cumplir una misión extraordinaria entre los gentiles; no le dijo que lo había escogido para que sea reconocido como apóstol, al igual que los doce; ni para escribir tratados teológicos. Le dijo que iba a tener que sufrir.

El sufrimiento es la marca de toda misión importante que el Señor encomiende a una persona. Es un ingrediente inevitable. El sufrimiento es la cruz que debe tomar todo el que quiera seguirle, la cual será tanto más pesada cuanto más fecunda sea la labor que realice. ¿Son concientes las personas que le piden al Señor: “Úsame, yo quiero servirte”, del peso que van a tener que cargar y de cuántas lágrimas van a tener que derramar?

Ananías era un hombre de fe. Él creyó en lo que el Señor le había dicho acerca de Saulo. Notemos cómo en el camino a la calle Derecha, él dejó de mirar a Saulo como un enemigo peligroso (“este hombre”, Hch 9:13) y empezó a mirarlo como un hermano al que se dirige diciéndole: “Hermano Saulo…·” (9:17).

Ananías hizo pues tal como el Señor le había mandado. Saulo recibió al Espíritu Santo y recobró la vista. Enseguida se bautizó, comió, recuperó sus fuerzas y se quedó unos días con los discípulos de Damasco (Hch 9:18,19). Una vez convertido y bautizado era conveniente que Saulo fuera admitido en la congregación de los santos para que tuviera comunión con ellos y se compenetrara de su espíritu. En esos días ¿de cuántos cosas no habrá sido él informado acerca de la vida de Jesús que él ignoraba? Al mismo tiempo ¿qué pensarían esos creyentes acerca de Saulo al verlo convertido en uno de ellos después de haberlos perseguido tenazmente? Se maravillarían de las cosas que el Señor hace y lo alabarían por ello. ¿Seguiría él predicando el judaísmo? Por supuesto que no. A partir de su conversión él sólo predicaría a Cristo con un poder extraordinario.

El teólogo luterano sueco Krister Stendahl escribió hace unos cincuenta años un ensayo en el que sostenía que lo que Pablo experimentó más que una “conversión” fue propiamente un “llamado”. Él se apoya en la similitud de las palabras con que Pablo alude a su nacimiento (“Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre y me llamó por su gracia…” Gal 1:15) con las que dicen Isaías y Jeremías aludiendo a lo mismo (“Jehová me llamó desde el vientre; desde las entrañas de mi madre tuvo mi nombre en memoria.” Is 49:1. “Antes que te formase en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué y te di por profeta a las naciones.” Jr 1:5). Esos profetas recibieron efectivamente un llamado especial de Dios. Dios, dice ese autor, llamó a Saulo a una misión nueva, semejante al llamado profético de Isaías y Jeremías. Pero ese autor olvida que Saulo recibió ese llamado después de haberse convertido a Jesucristo. Esos dos profetas, en cambio, no necesitaron convertirse en ningún sentido para obedecer el llamado de Dios.

A partir de su encuentro con Jesús Saulo rompe con su pasado y empieza a predicar lo que antes perseguía. Pero lo más importante que le ocurrió como consecuencia de ese encuentro es que nació de nuevo. A partir de ese momento Saulo dejó de practicar el judaísmo: Ya no guardaba el sábado, ya no se atenía a las normas alimenticias judías, ni enseñaba a sus convertidos gentiles a guardarlas, razón por la cual él fue severamente criticado por sus antiguos correligionarios. Si bien es cierto que él, años más tarde –siguiendo el bien intencionado pero fatal consejo de Santiago- sufragó el rito de purificación de cuatro nazir (nazareos) que habían hecho un voto (Hch 21:23,24,26; c.f. Nm 6); y en otra ocasión circuncidó a Timoteo (Hch 16:3), en ambos casos se trató de medidas de conveniencia que él tomó para adaptarse a las circunstancias del momento.

De otro lado, como el mismo Stendahl señala, hay una oposición marcada entre la noción que Pablo, ya cristiano, tiene de la ley, de la Torá, y la que tiene el judaísmo rabínico. Para los rabinos la Torá es eterna en su origen; es incluso anterior a la creación del mundo y permanecerá vigente por toda la eternidad. Para Pablo la ley fue dada a Moisés 430 años después de la promesa hecha a Abraham y a su simiente (Gal 3:16,17), y fue dada “a causa de las transgresiones” hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa (es decir, Cristo, Gal 3:19), lo que significa que tuvo una función sólo transitoria, temporal: sirvió de ayo hasta que viniese la fe en Cristo (Gal 3:24,25); llegada ésta ya no siguió siendo válida. Negar la vigencia eterna de la ley era una de las acusaciones más graves que los judíos esgrimían contra Pablo, por las cuales ellos lo consideraban –y lo siguen considerando hoy- un apóstata. Pero no lo fue. Al contrario, él se convirtió en lo que ellos, a su vez, debieron haberse convertido: en seguidores del Nazareno.

Notas: 1. Podría pensarse que con esa frase Pablo estuviera contestando indirectamente a los que cuestionaban que él se llame a sí mismo y se considere “apóstol”, sin haber pertenecido al grupo de los doce, por lo que en otro lugar él se ve en la necesidad de defender su apostolado. (1Cor 9:1,2).
2. Los que persiguen a la iglesia lo hacen porque odian a la Verdad que se opone a ellos, y a todo lo que ellos veneran: a sus creencias, a sus concepciones, a su ideología, o a la vida libertina que llevan. Odian todo lo que los acuse o contradiga. Es un odio gratuito porque la Verdad no les hace daño, ni podría. Al contrario, Cristo, que es la Verdad, y está encarnado en la iglesia, los ama y quisiera salvarlos de su ceguera.
3. A Marta también Jesús le dice: “Marta, Marta.” (Lc 10:41) La repetición es una manera de hacer más incisiva la apelación.
4. Él podía haber objetado (si hubiera tenido el ánimo de hacerlo): ¿Acaso yo te persigo a ti? Al perseguir a sus discípulos, Saulo perseguía a Jesús mismo. Todo lo que se haga a un seguidor de Cristo, para bien o para mal, se hace a Él mismo.
5. A veces sucede que Dios nos dice algo cuyo sentido comprendemos intuitivamente y que nos toca profundamente, pero que no podemos explicárselo a otros, aunque queramos. Para ellos no tendría ningún sentido porque es algo personal.
6. Pocas millas al sur de Damasco, en la ruta que lleva a Jerusalén, hay una pequeña aldea llamada Deraya, palabra que en árabe quiere decir “visión”. Según la tradición cristiana la aldea marca el lugar donde el Señor se le apareció a Saulo.
7. La calle Derecha de Damasco existe todavía con ese nombre en árabe, y marca el eje Este-Oeste de la ciudad romana en cuyo extremo hay un triple arco.

NB. Al publicar este artículo tengo que reconocer mi deuda con un bello sermón sobre este tema del gran evangelista británico del siglo XVIII, George Whitefield (1714-1770), que fue uno de los principales animadores del gran avivamiento ocurrido en Nueva Inglaterra a mediados de ese siglo.

#665 (13.02.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

1 comentario:

Anónimo dijo...

quiero k me envie la hoja de el temor de Dios numero uno a mi correo porfavor. hildaherrerapadilla@hotmail.com