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miércoles, 14 de diciembre de 2022

DILIGENCIA I a

DILIGENCIA I a
Hacer todo siempre lo mejor que uno puede.
...me preocupé mucho de que mi redacción y mi gramática inglesa fueran la mejor posible. Al cabo de poco tiempo yo gozaba haciendo mi trabajo, un trabajo rutinario que aburría a mis colegas, pero que para mí era un trabajo delicioso, porque trataba de hacerlo lo mejor que podía, como si fuera Dios mismo el que lo hiciera. Yo lo hacía para Él, y eso  para mí era un motivo de gran alegría, de tal manera que al terminar el día, en lugar de estar cansado yo estaba entusiasta. 

miércoles, 31 de enero de 2018

¿CUÁL ES TU PRECIO?

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿CUÁL ES TU PRECIO?
El presente artículo fue escrito en enero del año 2000. Fue publicado el año 2005 y nuevamente el 2010. En vista del lamentable escándalo de corrupción sistematizada que se ha destapado en los últimos meses, considero que es oportuno volverlo a publicar. Sin embargo, es importante destacar el hecho de que gran parte de la corrupción reciente denunciada fue perpetrada por una gran empresa constructora extranjera que había extendido sus tentáculos a varias esferas de la administración pública y de la actividad privada del Perú y de otros países latinoamericanos. Lo inusual de este fenómeno de corrupción sistémica es que se trataba de una política promovida por el entonces presidente del Brasil, que pretendía de esa manera ganar influencia sobre la política de nuestros países, comprometiendo en sus turbios manejos a varios de sus principales funcionarios públicos, y líderes políticos y empresariales.



Hoy día en el mundo se suele decir que todo tiene su precio, todo se vende y se compra. La conciencia de la gente tiene también su precio. Si un hombre de empresa necesita que una persona en un alto cargo tome determinada decisión que le favorezca o le facilite hacer algún negocio, va donde él, o le envía a un amigo de su parte, a indagar cuánto es lo que exige como compensación para decidir a favor suyo. Si acaso su amigo vuelve diciéndole que el funcionario no acepta plegarse a sus deseos, el empresario piensa: “Caramba, este tipo se cotiza muy alto ¿Cuánto será lo que quiere?” Y manda a su amigo de vuelta para que negocie el monto.
Y tú ¿has pensado cuál es tu precio? ¿Hasta que suma de dinero eres incorruptible, insobornable? ¿10,000 dólares? No, eso es muy poco para mí. ¿Pero si le agregan un cerito a la derecha y te susurran al oído: cien mil, estarías dispuesto a ceder? ¿Te pones firme y dices: Yo no puedo aceptar este tipo de ofertas? ¿O tratas de justificar tu venalidad diciéndote que hay ofertas que no se pueden rehusar?
Si te proponen un negocio incorrecto ¿hasta qué ganancia estás dispuesto a renunciar para mantener tu integridad?
La gente está acostumbrada a deslizar un sobre, o un billete a la persona que tiene que tramitar un expediente, para que no ponga trabas y lo haga rápido, aunque es su obligación hacerlo por el sueldo que recibe. Estas cosas son tan comunes que ya ni nos llaman la atención ni nos hacen sonrojar sino nos acomodamos a la costumbre.
Hay quienes no se venden por dinero (¡son incorruptibles!) pero sí por una “pequeña” ventaja temporal, como podría ser un viaje, o un puesto, o un honor, o una posición de cierta importancia, y no obstante, se consideran honestos. Nunca se rebajaron a recibir una coima en dinero, pero sí torcieron la verdad, o la justicia, a cambio de un beneficio de otro orden.
El personaje de Daniel en la Biblia es sumamente interesante en este respecto, y las peripecias de su vida son muy instructivas para nosotros, porque él fue un hombre público, que desempeñó altos cargos desde joven y sirvió a sucesivos gobiernos durante su larga carrera.
Él era un muchacho israelita que había sido llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén, hacia fines del siglo VI antes de Cristo. El propósito del tirano era doble: de un lado privar a la nación conquistada de lo mejor de su gente, de su élite; y, de otro, aprovechar para su propia nación lo más capaz del país vencido.
El joven Daniel fue llevado a Babilonia junto con otros jóvenes que, como él, formaban parte de la aristocracia judía, y habían recibido desde niños una educación esmerada. Ahora se trataba de que aprendieran el idioma de los caldeos y se familiarizaran con las costumbres babilónicas. Si él y sus amigos demostraban ser alumnos aprovechados les esperaba una brillante carrera en su nueva patria.
El rey encargó a un hombre de su confianza el cuidado de los jóvenes israelitas, su manutención y su educación. Pero, Daniel como buen israelita, debía obedecer a las prescripciones de la ley de Moisés acerca de los alimentos, y había ciertos manjares y ciertas bebidas que le estaban prohibidas.
Dice la Escritura: "Daniel se propuso no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió por tanto a su tutor que no se le obligase a contaminarse." (Dn 1:8). Y el funcionario, aunque con algunas dudas, accedió a su petición.
Daniel y sus compañeros rehusaron gustar de la comida del rey, a pesar de que eso significaba correr el riesgo de disgustar a su tutor y, peor aún, de suscitar la cólera del soberano. En esa época los reyes no se andaban con contemplaciones. Si alguien se oponía a sus deseos, simplemente lo mandaban matar.
Pero Daniel no condescendió con las satisfacciones y halagos que le ofrecía el mundo: una mesa bien servida, vino abundante, diversiones y encima, una brillante carrera y formar parte del grupo privilegiado.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones parecidas?  Se nos ofrecen tales o cuales ventajas, con tal de que cedamos en nuestros principios. ¿Mantenemos entonces nuestra integridad o nos acomodamos? ¿Estamos dispuestos, por razones de conciencia, a renunciar a las ventajas que nos ofrecen, o peor, a ser marginados por no colaborar?
Si eres profesional ¿te negarías a hacer lo que tu conciencia te prohíbe, pese a las amenazas de represalias?
Si eres juez ¿cambiarías la sentencia a favor del culpable porque alguien bien situado te lo ordena? (Nota) ¿Estás dispuesto a arriesgar que te cambien de colocación, o que te acusen falsamente de prevaricato, por no ceder a las presiones?
Si eres investigador, o fiscal ¿cambiarías el atestado policial por una buena oferta de dinero, o por la promesa de un ascenso? ¿Acusarías al inocente por un fajo de billetes?
Si eres médico ¿esterilizarías a esa pobre campesina ignorante, sin explicarle claramente lo que esa operación significa, o sin que su esposo esté de acuerdo? Hubo pocos médicos que se negaron hace pocos años a hacerlo por temor de perder su puesto y su sueldo.
¿Harías abortar a esa joven por una buena suma de dinero?
Si estás a cargo de las compras en una repartición pública, ¿harías pedidos innecesarios en complicidad con otros colegas para recibir la comisión que te ofrece el vendedor? ¿Te contentas con el diez por ciento para otorgar la buena pro, o pides más? ¿O te niegas, más bien, como debieras, a recibir un centavo?
Casos como los que menciono ocurren a diario en la administración pública, en los negocios, y en todas las profesiones. Y ahí es cuando se descubre el temple de nuestra integridad de carácter, y de nuestras convicciones.
Queremos formar parte de la collera, del grupo de amigos "in", de los que son invitados a reuniones de diversión privadas, de los que están al tanto de las mejores oportunidades para hacer dinero, de los que se benefician con los repartos o de los ascensos.
Hoy más nunca reinan los que venden su conciencia. ¿Cuál es tu precio? ¿Ya lo has fijado?
Seguir a Cristo también tiene su precio, pero es un precio de naturaleza diferente, que no siempre se mide en dinero. Porque puede pedírsenos que mintamos ante la opinión pública, o que tomemos parte en manejos que nuestra conciencia reprueba; o que nos adhiramos a ciertos grupos políticos, o a ciertas fraternidades que nos ofrecen apoyo de colegas; o, simplemente, se nos pide que neguemos nuestra fe cristiana.
El apóstol Pedro se encontró una vez en una situación de peligro parecida y, para escapar de ella, negó que era amigo de Jesús. Si él decía que sí, si admitía que era su amigo, quizá lo hubieran involucrado en el juicio como cómplice, y hubiera acabado en la cruz junto con su maestro. Él lo amaba, por cierto, pero no tanto como para arriesgar la vida, o como para ser torturado por su causa.
Sin embargo, Pedro le había jurado poco antes a Jesús que estaba dispuesto a morir por Él. Pero llegado el momento de la prueba, más pudo el miedo. Cuando cantó el gallo, y se acordó del anuncio que le había hecho Jesús, ya era tarde, ya lo había traicionado.
¿A qué le temes tú más? ¿A desafiar la ira del rey, de los poderosos, o a desafiar la ira de Dios? Los reyes, los poderosos de este mundo, son muchas veces testaferros del diablo, sus emisarios. Vienen de su parte para tentarte, para probar el temple de tu conciencia. Cuando te vengan a hacer determinadas ofertas, mira bien los pies de la persona que te las hace, a ver si descubres las pezuñas del cachudo.
¿A quién le temes tú más? ¿A Dios, o a la gente del mundo, o a la sociedad, o a los poderosos? ¿Ante quién tiemblas?
Jesús dijo: "No temáis a los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). Hay quienes creen que Jesús se está refiriendo en ese pasaje al diablo, pero no se está refiriendo al diablo, sino a Dios. Sólo a Dios debemos temer. El diablo puede torturarnos en el infierno pero no puede mandarnos ahí, ni destruirnos. Sólo Dios puede hacerlo.
También dijo Jesús: "¿Qué provecho sacará el hombre con ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si pierdes tu alma, lo perdiste todo, porque los bienes son muchos, pero el alma es una sola. Además el bien que pudiste ganar a cambio de tu alma dura muy poco. En cambio tu alma es eterna.
Antes Él había dicho: "Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, la encontrará". (Mt 16:25). Esa es la gran promesa de Jesús. Lo que tú estés dispuesto a renunciar por mantenerte fiel a Jesús, inclusive la vida, lo recuperarás mil veces aumentado, multiplicado, en este mundo, o en el otro.
Dios premió la fidelidad de Daniel y de sus compañeros haciendo que ellos encontraran gracia con el funcionario que se encargaba de ellos; haciendo que no se demacraran, como temía el tutor, por el hecho de comer sólo legumbres, y otros alimentos permitidos a los israelitas (Dn 1:12-15); y, por último, los premió dándoles más sabiduría que a los otros jóvenes de su edad (Dn1:19,20), de tal manera que destacaran temprano sobre los demás del grupo. Porque dice el texto sagrado que el rey se mostró satisfecho con ellos y los convirtió en sus consejeros.
Ser fieles a Dios conlleva un precio, pero trae consigo también una recompensa. Por de pronto, mayor sabiduría y autoridad. Puede haber sacrificios que afrontar, esto es, renunciar a los premios que da el mundo a los que se doblegan; y puede haber peligros que sortear, incluso el de arriesgar la vida; pero, al final, Dios nos premia y su recompensa tiene mucho mayor valor que las satisfacciones transitorias que ofrece el mundo.
En última instancia, aunque al principio te critiquen o se burlen de ti, al final te admirarán por la solidez de tus principios, y de tu carácter, te elogiarán públicamente. Porque no hay mucha gente incorruptible en el mundo, y esos pocos terminan siendo admirados y premiados hasta por aquellos que los criticaban.
Pero el mayor premio que puedes obtener es la paz de una conciencia tranquila, de un sueño imperturbado. Si hubieras consentido en lo que te proponían, si hubieras aceptado el soborno ¿cómo te hubieras sentido? ¿Estarías contento de ti mismo? Y si el asunto llegara a ser público ¿con qué cara mirarías a tus hijos que veían en ti a su modelo?
Nota: Debemos admitir con vergüenza que estas cosas suceden con frecuencia en nuestro poder judicial, y no sólo porque alguien bien situado lo ordena, sino también porque se ofrece una atractiva recompensa dineraria.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle a Dios perdón por ellos, a la vez que lo invitas a entrar en tu corazón y a ser el Señor de tu vida.

#1014 (04.02.18). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).  

martes, 1 de agosto de 2017

EL PESO FALSO ES ABOMINACIÓN A JEHOVÁ

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL PESO FALSO ES ABOMINACIÓN A JEHOVÁ
Un Comentario de Proverbios 11:1-6
En el capítulo 11 figuran con frecuencia las palabras “justo” y “justicia”, y sus contrarios, las palabras “impío” e “impiedad”. Pero la temática es variada y abarca varios aspectos de la vida.
1. “El peso falso es abominación a Jehová, mas la pesa cabal le agrada.”

El peso falso (el original hebreo dice “la balanza falsa”) es el fraude en las transacciones comerciales, el engaño consciente y planeado para obtener una ganancia a costa de la credulidad o de la buena voluntad del prójimo. Eso desagrada mucho a Dios, (20:10,23. Ver también Lv 19:35,36; Dt.25:13-16). Él lo detesta, al punto que lo llama “abominación”, palabra que en otros lugares es aplicada a cosas execrables, como la idolatría (Dt 7:25), los sacrificios humanos y las perversiones sexuales (1R 14:24; 2R 16:3; Lv 18:22; 20:13). En cambio, la honestidad, la transparencia en los tratos le agrada. Más que eso, es su delicia (ratson). Por eso los profetas denuncian con palabras severas el fraude en las transacciones comerciales (Am.8:4-8; Miq.6:10,11). (Nota) Como al principio no se acuñaban monedas, el oro y la plata eran pesados para realizar pagos. De ahí la importancia de tener pesas y balanzas exactas. La razón es sencilla. La estabilidad del comercio depende de la confiabilidad de las balanzas, las pesas y las medidas. La justicia de Dios es el “estándar” al cual deben sujetarse para que haya paz. Cuán importantes eran ellas para Dios puede verse en el proverbio 16:11: “Peso y balanzas justas son de Jehová; obra suya son todas las pesas de la bolsa.” Las pesas eran llevadas en una bolsa para que el comprador pudiera verificar su exactitud con los comerciantes del lugar: “No tendrás en tu bolsa pesa grande y pesa chica” (Dt 25:13; cf Ez 45:10). Entiéndase, pesa grande para comprar, pesa chica para vender.
Pero peso falso es también en las relaciones humanas todo lo que aparenta ser lo que no es. El que se muestra solidario, pero en realidad no lo es; el que aparenta amistad, pero va siempre en busca de lo suyo; el que ofrece, pero no cumple, etc. En cambio, el que promete y cumple, el amigo fiel, el que ve el dolor ajeno como propio, ése agrada a Dios.
El ojo de Dios recorre la tierra observando todas las acciones humanas (2Cro 16:9; Pr 15:3; Zc 4:10). Se deleita en algunas, y abomina otras. Él desea que en el campo de las transacciones nosotros seamos perfectamente justos y honestos, como Él lo es (Sal 11:7).
2. “Cuando viene la soberbia, viene también la deshonra; mas con los humildes está la sabiduría.” 
Aquí se contraponen la soberbia y la humildad. La primera lleva a la deshonra; la segunda, a la sabiduría, lo que permite concluir que la soberbia es necedad, mientras que la humildad, siendo sabia, terminará siendo honrada.
Cabría preguntarse si se trata de la deshonra del soberbio, o de aquellos a los que el soberbio humilla.  A juzgar por el segundo estico, sería lo primero. Este proverbio es una variante, o desarrollo, de aquel que dice: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, y antes de la caída la altivez de espíritu.” (16:18).
En el Antiguo Testamento hay muchos casos que ilustran esta verdad históricamente. El faraón que se negó repetidas veces a dejar salir de Egipto al pueblo hebreo sufrió por ello repetidas humillaciones y derrotas, y finalmente, la destrucción de su ejército que pereció ahogado en el Mar Rojo (Ex 14:21-28). El mismo pueblo hebreo, que se rebeló contra Dios que los había sacado del cautiverio egipcio con maravillas y prodigios, y que no obstante, estando a las puertas de la Tierra Prometida, quiso designar un capitán que los hiciera volver a la tierra de servidumbre (Nm14:1-4; Nh 9:16,17). Como consecuencia Dios decretó que ninguno de los que se habían rebelado contra Él, de veinte años para arriba, entraría en la tierra, salvo Caleb y Josué; todos los demás morirían en el desierto, por lo cual la congregación tuvo que deambular pastoreando en el yermo durante 40 años (Nm: 20-25, 32-35).
A lo largo de su historia los israelitas no quisieron en su soberbia escuchar la voz de los profetas que Dios les enviaba para amonestarlos, hasta que por fin vieron que la ciudad santa era conquistada por los babilonios, y la crema y nata de la sociedad hebrea era enviada al exilio (2Cr 36:17-21 Jr 25:8-11).
Que la soberbia precede a la caída (Pr 16:18) lo vemos desde el inicio de la creación del hombre, cuando Eva fue tentada por la serpiente a ser como Dios, y comieron ella y su marido del fruto prohibido y, como consecuencia, se dieron cuenta de que estaban desnudos (Gn 3:1-7). Peor aún, huyeron de la voz de Dios que los llamaba, porque tuvieron miedo a causa de su desnudez (Gn 3:8-10).
Los descendientes de Noé establecidos en la llanura de Sinar, que hablaban todos una misma lengua, se propusieron construir una ciudad y una torre “cuya cúspide llegue al cielo” nada menos, y con ello hacerse un nombre para el caso de que fueran esparcidos por toda la tierra. Pero Dios confundió su lengua para que ninguno entendiera a su vecino. De esa manera les sucedió lo que querían evitar: ser esparcidos por toda la tierra y que los pueblos descendientes de ellos no se entendieran entre sí, porque hablaban distinto lenguaje (Gn 11:1-9).
El rey Uzías se hizo poderoso al fortalecer su ejército, pero se enalteció su corazón y pretendió quemar incienso en el altar, algo que estaba reservado a los sacerdotes. Cuando ellos quisieron oponerse, se encendió su ira, y le brotó lepra en la frente, por lo que tuvo que ser recluido hasta su muerte, y gobernó su hijo Jotam en su lugar (2Cro 26:16-21).
Amán se jactó de sus riquezas y del poder que había logrado gracias al favor del rey (Est 5:10,11), pero terminó siendo colgado en la horca que él había hecho preparar para Mardoqueo, su odiado enemigo (7:10).
El rey Herodes Agripa permitió que el pueblo le aclamara como a Dios, pero un ángel del Señor le tocó y murió comido de gusanos (Hch 12:21-24)
Pero ¿qué mayor ejemplo que el de Nabucodonosor, el soberano más poderoso de su tiempo, que se jactó de la belleza de su capital, Babilonia, que él había construido, y que de golpe se vio reducido a la condición de una bestia del campo? (Dn 4:29-33)
“Cuando viene la soberbia viene también la deshonra”, porque el soberbio, el altanero, suele comportarse de una manera que ofende a los demás. Pero al final cosecha el fruto de su arrogancia, porque “el que se exalta será humillado.” (Mt 23:12; Lc 14:11; 18:14).
2b. “Mas con los humildes está la sabiduría.” La sabiduría no está en lo alto, no tenemos necesidad de subir al cielo para traerla, no está en la mucha ciencia ni en la mucha erudición, sino en la simplicidad de espíritu, en la humildad de corazón, en la pureza (“¡Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios!” Mt 5:8).
¿Qué mayor fuente de sabiduría, qué mejor libro, que contemplar el rostro de Dios? Los que son como niños captan las verdades con una lucidez que ninguna escuela puede dar. Sin embargo, nosotros despreciamos a los humildes, porque en muchos casos no saben expresarse, o porque su aspecto no inspira respeto. Quizás sean, en efecto, unos ignorantes. Pero ¿a cuántos revelará Dios secretamente cosas que a los sabios les están vedadas? (Sal.51:6).
La arrogancia es una coraza para la luz del espíritu ¡y cuántos, creyéndose espirituales, se acercan a Dios armados de esa coraza! ¡Como si esa coraza tuviera una falla que permitiera que fueran heridos por un rayo de la luz inmarcesible! ¡Quiera Dios que siempre estemos desarmados de todo amor propio, de toda suficiencia, para que su luz nos llene y alumbre todos los rincones de nuestra alma, de manera que veamos sin engaño nuestra miseria!
Notemos que en este estico se dice "con los humildes está la sabiduría", mientras que el segundo estico de Pr 13:10 se dice "con los avisados". Luego el avisado es humilde, y viceversa, el humilde, avisado, es decir, sabio. En efecto, el hombre verdaderamente sabio es humilde, porque reconoce que lo que sabe es nada comparado con lo que ignora.
3. “La integridad de los rectos los encaminará; pero la perversidad de los pecadores los destruirá.” 4. “No aprovecharán las riquezas en el día de la ira; mas la justicia librará de muerte.” 5. “La justicia del perfecto enderezará su camino; mas el impío por su impiedad caerá.” 6. “La justicia de los rectos los librará; mas los pecadores serán atrapados en su pecado.” 
Estos proverbios expresan pensamientos semejantes. A manera de ilustración: Si a un hombre honesto se le ofrece, a cambio de un soborno, participar en una operación dolosa, su sentido de lo justo le impedirá aceptar la propuesta y, de esa manera, se librará de ser acusado como cómplice cuando se descubra la maniobra. En cambio, el impío acepta la propuesta y cae en la trampa que su deshonestidad le ha tendido. Por ello puede decirse que el camino más seguro, la decisión más acertada, es siempre el camino honesto, aunque a corto plazo pueda parecer desventajoso. En cambio a la larga, la deshonestidad paga mal.
No hay contradicción entre los vers. 11:5 y 3:6 (“Reconócelo en todos tus caminos, y Él enderezará tus veredas.”) en el sentido de que, según el primero, es la justicia del hombre, sin necesidad de la de Dios, la que endereza sus caminos, mientras que, según el segundo, es Dios quien lo hace. Lo que ocurre es que “justicia” tenía el sentido de obedecer los mandamientos de Dios. Tener en cuenta a Dios supone precisamente acatar sus mandamientos. O dicho de otro modo, el piadoso es justo porque reconoce a Dios en todos sus caminos. De ahí le viene su justicia.
3. La integridad (concepto emparentado al de justicia) del recto lo encamina, es decir, lo conduce hacia el bien; mientras que la perversidad, que es lo contrario, lo descamina, lo destruye. (c.f. 10:9,29; 13:6,21; 28:18). De otro lado, las cosas que la impiedad impulsa a hacer al impío son las que causan su caída. Cosa semejante dice el v.5.
La integridad hace caminar derecho.  En cambio, a los deshonestos tarde o temprano, se les descubrirá sus trapacerías. El vers. 3 está  ligado a los vers. 5  y 6  que desarrollan y amplían el mismo pensamiento. La integridad es aquí una disposición del corazón que aparta al hombre instintivamente de lo malo e  incorrecto. El íntegro busca la luz; en cambio, el perverso se orienta hacia lo oscuro y torcido. Cada cual recoge el fruto de lo que siembra. Al recto su conducta íntegra le permite escapar de las trampas en las que cae el impío. (c.f.10:9,29; 13:6,21; 20:7).
4. “No aprovecharán las riquezas en el día de la ira; mas la justicia librará de muerte.”
“El día de la ira” es aquí el día en que sucede una desgracia (guerra, catástrofe natural, etc). Las riquezas son impotentes en esas ocasiones (Sof 1:18; Ez 7:19), pero Dios cuida del justo y lo libra. (c.f. Pr 11: 28;10:2; Sal.49:6-9; Sir.5:8). Un poeta medioeval llama “dia de la ira” (dies irae) al tremendo juicio final (Mt 25:31-46) en el que cada cual recibe su merecido, como se dice en Gal 6:7: “No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará.”
“La justicia librará de muerte”. Un ejemplo de la verdad de este dicho –que recuerda lo que dijo Jesús en Jn  8:51- es el caso de Noé, que fue librado de morir, él y su familia, en el diluvio, porque Dios vio que él era justo en medio de una generación perversa (Gn 7:1). Pero nadie puede comprar un minuto de vida con su dinero cuando le llega la hora, y menos podrá comprar el perdón de Dios si ha pecado, porque es gratuito (Jb 36:18,19). Las riquezas que se poseyeron en vida no pueden ni siquiera comprar una gota de agua para refrescar la lengua del condenado, como nos enseña la historia del rico y de Lázaro que narra Lucas 16:19-25.
5. “La justicia del perfecto enderezará su camino; mas el impío por su impiedad caerá.”
Si la justicia endereza, la impiedad tuerce. La primera hace andar por caminos rectos que llevan a puerto feliz; la segunda hace andar por caminos torcidos que llevan al abismo. La justicia del perfecto y la impiedad del impío están en este proverbio contrastadas en sus resultados.
La justicia del que ha nacido de nuevo libra de la condenación, mientras que a los pecadores la muerte los alcanza en estado de pecado y, por tanto, serán condenados.
Cuando en la Escritura se habla de camino, “torcido” se refiere al mal camino, el camino por el que uno se desvía y se despeña. Mal camino es lo mismo que conducta descarada, perversa, y es lo contrario a camino recto. La justicia, que es obediencia a la voluntad de Dios, hace que el hombre camine rectamente, esto es, que obre bien, que tenga una buena conducta.
6. “La justicia de los rectos los librará; mas los pecadores serán atrapados en su pecado.”
Este proverbio presenta una idea afín a la del proverbio anterior, señalando el  contraste entre la suerte del recto y la del impío, que en el día de la ira perecerá en su pecado. Morir en su pecado es morir sin arrepentirse y, por tanto, sin ser perdonado, lo que equivale a condenarse. También podría interpretarse: el impío morirá a causa de su pecado.
Nota: Vale la pena notar que en la antigüedad se usaban piedras como pesas, y era fácil reducir su tamaño. En Israel los sacerdotes del templo eran los encargados de establecer los patrones de peso y medidas. Por eso se hablaba del “siclo del santuario” (Ex 38:26).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#944 (25.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 3 de octubre de 2014

LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL I
Un Comentario en dos partes del Salmo 133
Introducción: Según una tradición antigua este salmo habría sido compuesto por David para celebrar el fin de la guerra fratricida entre su casa y la casa de Saúl. Habiendo sentido los efectos negativos de la discordia, el pueblo unido estaba más sensible que nunca a las bendiciones de la reconciliación y de la paz. Pero este salmo forma parte de la serie de cánticos graduales (del 120 al 134) que el pueblo solía entonar mientras subía en peregrinación a Jerusalén con ocasión de alguna de las tres fiestas principales, en las que, según la ley de Moisés, todos los israelitas debían subir a Jerusalén. Pero por razones lingüísticas, se piensa que esos salmos fueron compuestos después del exilio, unos quinientos años después del rey poeta, y celebran el espíritu de unidad que reinaba entre los peregrinos. De modo que no hay seguridad acerca de la fecha de su composición. Pero es muy interesante que Dios ordenara que las doce tribus, que estaban diseminadas por todo el territorio de la Tierra Santa, se reunieran tres veces al año para ofrecer sacrificios en el templo de Jerusalén, donde estaba la presencia de Dios.
1. “Mirad cuán bueno y cuán deleitoso es habitar los hermanos juntos en unidad.” (Nota 1)
¡Mirad, qué cosa maravillosa y digna de admiración! Es algo pocas veces visto. No
dejen de verlo y examinarlo. Dios lo aprueba y a todos nos encanta.
El salmista emplea dos veces el adverbio “cuán” para expresar su asombro. No se conforma con describir lo maravilloso del espectáculo, sino que nos invita a admirarlo nosotros mismos. Es algo que no nos podemos perder.
No se contenta con llamarlo bueno, sino añade además que es deleitoso, como la conjunción de dos estrellas de gran magnitud.
Pero sabemos que muchas veces lo deleitoso no es bueno sino malo, peligroso. En este caso, sin embargo, es tan bueno como es delicioso.
Sabemos por experiencia cuántas veces las relaciones familiares son ocasión de tristeza por causa de las divisiones y rivalidades entre los hermanos, al punto que puede ser mejor que se separen, que no estén juntos para no pelearse. Eso lo vemos incluso en la Biblia.
No era bueno que los rebaños de Abraham y de Lot, aunque ellos se querían mucho, estuvieran juntos, porque los pastores de ambos tenían disputas por los pozos de agua y los pastizales, y por eso decidieron separarse (Gn 13:5-12).
No era bueno que Ismael e Isaac estuvieran juntos, porque el mayor hostilizaba al menor, y por eso Dios ordenó a Abraham que los separara despidiendo a Agar (Gn 21:9-14). Pero Dios no se olvidó de ella, cuando ella creía que moriría en el desierto de sed y hambre junto con su hijo, sino que envió un ángel para socorrerlos (Gn 21:9-21)
Uno pensaría que los hermanos, siendo de la misma sangre, deberían vivir en armonía pero, en la práctica, no siempre ocurre, porque intervienen otros factores que causan división entre ellos, sobre todo cuando se trata del reparto de bienes y de la herencia.
Pero el factor decisivo en la relación armoniosa de los hermanos es el amor que
los padres se tienen. Cuando ellos son unidos y se aman con un amor profundo y sincero, lo transmiten necesariamente a sus hijos, de modo que el amor que éstos se tienen es un reflejo del amor de sus progenitores. Pero si los padres no se aman, difícilmente los hijos se amarán. Al contrario, si los padres se pelean, los hijos tenderán a pelearse. De modo que es una obligación de los esposos amarse, para que sus hijos se amen.
Pero el segundo factor necesario es que los padres no muestren preferencia por ninguno de sus hijos, sino que los traten a todos por igual. Sabemos cómo la preferencia que Jacob tenía por su hijo José hizo que sus hermanos lo odiaran y buscaran su daño, vendiéndolo a unos comerciantes amalecitas que iban a Egipto (Gn 37). ¡Vender a su hermano como esclavo! ¿Quién haría eso? De ahí que la unidad y la armonía entre los hermanos sea una cosa admirable, porque no es frecuente.
Lo mismo debería ocurrir entre los parientes, y entre los que son hermanos en espíritu, como lo son los creyentes. Pero vemos que también entre ellos hay divisiones y rivalidades, como las ha habido en la historia, por motivos a veces doctrinales, o de jerarquía, o de autoridad y de estatus, pero, sobre todo, cuando hay bienes materiales de por medio. Satanás se gloría de las divisiones de la iglesia y las fomenta.
¡Qué triste es cuando los intereses materiales son causa de división en las iglesias! ¿De qué depende entonces en esos casos la unidad entre los hermanos? De la actitud de los pastores, de que ellos fomenten el trabajo conjunto y sean imparciales entre sus colaboradores, y que sean verdaderos padres para ellos, como ocurre en la iglesia a la que yo asisto.
La unidad y la armonía entre los creyentes es buena para ellos porque gozan de paz, y se alientan unos a otros en el progreso de la virtud; es buena para los recién convertidos, porque son edificados al ver la unidad que reina en la iglesia; y es buena para el mundo en general, porque cuando reina, dan un buen testimonio. En cambio, lo contrario, la falta de unidad, es perniciosa para todos, y da un mal testimonio ante el mundo.
Por eso es que Jesús pidió al Padre que sus discípulos de todos los tiempos fueran uno: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Jn 17:20,21). Si Dios es uno, es bueno que los que le sirven lo sean también. Cuando no hay unidad entre los cristianos su testimonio se debilita.
También Pablo, por su lado, pidió que los hermanos fuesen de una misma mente y opinión (1Cor 1:10).
Pero los primeros cristianos eran también uno en el afecto: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y de un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.” (Hch 4:32). Incluso vendían sus propiedades, y traían el producto de la venta y se lo entregaban a los apóstoles.
La unidad es importante en todos los campos de la actividad humana, también en los países, como dijo Jesús: “Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.” (Lc 11:17).
Es como lo que ocurre en una orquesta, cuando hay unidad entre los diversos instrumentos, sean de cuerda o de viento, y aunque cada cual tenga para tocar una particella diferente con notas diferentes, pero sacadas de una misma partitura: el resultado es una dulce armonía que contenta el alma. ¡Pero qué desagradable es cuando no hay concierto entre ellos! El resultado es una desagradable disonancia que crispa los nervios.
Bien recalcan por eso las Escrituras que Dios no es autor de confusión sino de paz (1Cor 14:33). La paz es llamada con razón “la paz de Dios.” (Flp 4:7). Hay un salmo que pide que oremos por la paz de Jerusalén (Sal 122:6); pero yo entiendo que de pedirse no sólo por la paz en la ciudad misma, sino también por la paz en la Jerusalén espiritual, que es la iglesia,
Cuanto más estrecha sea la unidad, mejor será el fruto de ella. La unidad de los hermanos es algo bueno en sí mismo y es buena en sus efectos. Y es, además, deleitosa o agradable, en primer lugar para Dios. Siendo la Trinidad misma un modelo de unidad, ¡cuánto debe agradarle ver esa unidad reflejada en sus criaturas! ¿No se gozan acaso los padres en la armonía que reina en sus hijos, cuando se divierten y juegan juntos sin pelearse?
Es agradable, en segundo lugar, para nosotros, que nos beneficiamos de ella, pues los asuntos familiares caminan más próspera y fácilmente cuando reina la armonía entre los parientes. Y más bien ¡cuántas malas consecuencias trae lo contrario, incluyendo pérdidas económicas, cuando prevalece la contienda entre las familias! ¿Quiénes ganan con eso? Los abogados.
En tercer lugar, es buena para los que la contemplan y la admiran, pues no es una cosa común: “El que de esta forma sirve a Cristo es acepto por Dios y aprobado por los hombres” escribe Pablo (Rm 14:18).
La palabra hebrea naiyim, que es traducida como “deleitosa” o “agradable”, es usada tanto respecto de la armonía de la música, como de un campo de trigo pronto a ser cosechado, o como de la miel, cuya dulzura es opuesta a lo amargo de la hiel.
Si volvemos nuestra atención a la frase “habitar juntos”, observaremos que en países como los EEUU, donde existe una gran movilidad, cuando crecen los hijos las familias se separan pronto, porque ellos con frecuencia se van a vivir en ciudades o estados muy distantes unos de otros, sea por razones de estudio o de oportunidades de trabajo y, por ese motivo, los lazos familiares, o de amistad, no son muy fuertes, ya que la amistad se fortalece con la cercanía.
Pero antes de que la facilidad del transporte y la aparición del automóvil, que propició la aparición de los suburbios en torno de las ciudades (fenómeno que ocurrió también en nuestro país), la gente, los parientes cercanos y los amigos, solían habitar cerca unos de otros. Eso fue la regla durante siglos. La cercanía física fomentaba los lazos familiares y de amistad. En la Lima antigua, los parientes y los amigos vivían a pocas cuadras unos de otros, y eso fortalecía los lazos entre ellos. (2)
Pero sabemos también que puede ocurrir lo contrario, que la cercanía produzca roces, discusiones, peleas y rivalidad. ¿De qué depende uno u otro resultado? De lo que las personas tienen dentro de sí; de su carácter o personalidad; en fin, de quién reine en su corazón, Dios o el diablo.
Pero no nos hagamos la ilusión de que todos los cristianos sean santos. Algunos son contenciosos, porque el hombre viejo no ha muerto enteramente en muchos de ellos (Ef 4:22). El egoísmo, las ambiciones, el deseo de dominar a otros, producen desencuentros y conflictos aun entre los santos. Por eso podemos exclamar con toda razón: ¡Cuán bello, agradable y deleitoso es que los hermanos, los parientes y los amigos habiten en unidad y armonía! ¡Cuánto nos agrada a nosotros y cuánto más agrada a Dios!
Los lugares y ambientes donde reinan la unidad y la armonía que son fruto del amor entre hermanos, son bendecidos por la gracia de Dios. Él se complace en ellos porque se cumple el mandamiento nuevo que dio Jesús a sus discípulos: “Amaos unos a otros como yo os he amado”(Jn 13:34). Esa unidad supera las diferencias y rivalidades.
Conviene que nos detengamos un momento en la palabra “hermanos” (en hebreo aj). Esa palabra designa, en primer lugar, a los hijos de un mismo padre y madre, o a los que tienen un progenitor común. Pero en la antigüedad designaba también a los parientes cercanos, a los que estaban unidos por lazos de sangre y, por extensión, a los miembros de una misma tribu, que al principio no era otra cosa sino la ampliación del clan familiar.
Pero entre los cristianos designa a los que tienen por Padre al mismo y único Dios, y a Jesucristo como hermano mayor, y por eso nos llamamos unos a otros “hermanos”.
La palabra “hermano” puede tener un efecto casi mágico. En el episodio que hemos mencionado arriba de la disputa entre los pastores de Abraham y de Lot, que estaba a punto de agravarse, bastó que Abraham le dijera a su sobrino: “No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos(Gn 13:8), para que Lot cediera y estuviera dispuesto a aceptar la solución equitativa de separación que le propuso su tío.
Notas: 1. La palabra yajad significa juntos o unidos, pero es traducida por algunas versiones como “armonía”. La diferencia de sentido no es grande.
2. Esa comunión puede darse también en nuestro tiempo pese a las mayores distancias, aunque sea más difícil, si usamos los medios que la tecnología pone a nuestra disposición, el teléfono y el Internet.
NB. Al escribir este artículo me he apoyado sobre todo en el comentario de Ch. Spurgeon y los de otros autores que él cita en su libro “El Tesoro de David”. Pero también me ha sido útil el libro de P. Reardon “Cristo en los Salmos”, así como los comentarios clásicos de M. Poole y M. Henry.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por todos tus pecados haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#847 (14.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 16 de enero de 2014

EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD II
En nuestra charla anterior estuvimos hablando acerca del sentido de responsabilidad, esa cualidad tan importante para el desarrollo de la persona humana, para el desempeño de sus actividades y para la convivencia social. Después de describir los efectos de su ausencia en el hombre y en la sociedad, empezamos a indagar acerca de los orígenes de esta cualidad, de cómo se forma en el ser humano.
Hablamos de las influencias ambientales y culturales que concurren a formarla, del impacto que tiene en su gestación el entorno geográfico, la educación y el ejemplo de los padres.
Pero dijimos que, yendo más allá de esos factores, en nuestra cultura occidental cristiana, sin negar la importancia de la herencia greco-romana y de la moral estoica que floreció antes y después de Cristo --y en la que muchos ven en parte una anticipación de la moral cristiana- en nuestra cultura, digo, el sentido de responsabilidad está firmemente anclado en el mensaje del Evangelio.
La frase "sentido de responsabilidad" no figura en la Biblia, pero sus supuestos se derivan de muchas de las enseñanzas contenidas en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. En primer lugar, la ley del amor, : "Haz con los demás como tú quisieras que hagan contigo." (Lc 6:31)  Ésa es la regla de oro de la conducta cristiana; la expresión práctica del mandato mosaico: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo." (Lv 19:18; Mt 19:19). Si lo amo de veras, lo trataré como quisiera que él me trate. No puedo darle un tratamiento inferior, o menos considerado, del que yo espero de él.
Pero es imposible tratar bien a alguien si uno mismo no es responsable en sus actos, cuidadoso, prevenido, prudente porque, de lo contrario, le fallará en alguno de ellos. En otras palabras, amar no sólo de palabra sino de obra incluye necesariamente ser responsable. Una persona irresponsable, esto es, que carezca del sentido de responsabilidad, no podrá verdaderamente llevar su amor a la práctica beneficiando a los que ama, sino que, más bien, sin quererlo, perjudicará inevitablemente con sus actos los intereses, o los sentimientos de las personas que lo rodean, de sus conocidos, amigos y parientes (sin hablar de los que le son desconocidos), porque obrará de cualquier manera y sin tener en cuenta las consecuencias de sus acciones (Nota 1).
Si amas a los demás cumplirás bien los encargos que te den, porque si no, los perjudicas. Si los amas tendrás cuidado de las cosas, objetos, libros, equipos, etc., que otros te confíen; los cuidarás mientras estén en tus manos,y los devolverás intactos en el plazo estipulado. Eso supone ser responsable.
Ese principio abarca también a los préstamos. Si alguien te facilita una suma de dinero, y eres una persona responsable, la devolverás tan pronto como te sea posible. Demostrarás tu amor por esa persona pagándole lo que le debes. Si no lo haces, pecas contra el amor, en primer lugar; pero también contra el mandamiento que prohíbe robar, porque no devolver lo prestado es robar. En última instancia el que defrauda a otros no sólo es deshonesto, sino también es un irresponsable.
El médico, si tiene sentido de responsabilidad, atenderá a sus pacientes, le paguen o no le paguen la consulta, con lo mejor de  sus conocimientos y ciencia. No dejará desatendido a ningún enfermo que se le acerque, porque se sabe responsable ante Dios de la salud y de la vida de sus semejantes (2). El cuidado que ponga en atenderlos será una muestra de su amor por ellos, aunque no les sonría, ni sea muy demostrativo. Vemos pues cómo también en este caso, el amor al prójimo y el sentido de responsabilidad caminan de la mano.
No se puede amar al prójimo sin ser responsable en sus actos, hemos dicho. Lo contrario, en cambio, sí es posible. Es decir, es posible ser muy responsable en el desempeño de sus funciones, pero no sentir al mismo tiempo amor alguno por las personas a las que se atiende. Hay que reconocer entonces que el amor, si bien está en la base del sentido de responsabilidad, lo trasciende, va mucho más allá de esa cualidad (3).
Santiago escribió citando a Jesús "que tu sí sea sí, y que tu no sea no." (St 5:12; Mt 5:37). Eso equivale a decir: que tu palabra tenga el valor de un contrato, aunque no la respalde un papel firmado. Cumple con tus compromisos. Esto es, sé responsable cuando te comprometas. No lo hagas a la ligera, pero si lo haces, honra tu palabra.
Honrar la propia palabra es una norma eminentemente cristiana, porque Dios honra siempre la suya y no defrauda al que en Él confía. Si queremos ser perfectos como nuestro Padre celestial es perfecto (Mt 5:48), nunca dejaremos que nuestra palabra caiga al suelo, porque, como se dice en Josué, Dios nunca deja que su palabra caiga por tierra, todas se cumplen (Js 21:45; 23:14). Su palabra “permanece para siempre”, dice la Escritura (Is 40:8; 1P 1:25). En la medida de nuestras fuerzas nuestras palabras deben permanecer, deben ser siempre válidas, mientras tengamos aliento de vida.
Cuando el cristiano dice: “Te doy mi palabra”, debe saber que está poniendo a Dios por testigo de su compromiso. ¿Y cómo podría cumplirlo si no tiene sentido de responsabilidad? En casos como éste, la veracidad, la fidelidad de un cristiano, su amor por la verdad, lo empujan a ser una persona responsable.
No es realmente cristiano el que irresponsablemente incumple su palabra, o defrauda a sus acreedores, o no entrega a tiempo el trabajo contratado, o lo hace mal, o llega tarde a las citas.
La puntualidad es una cualidad eminentemente cristiana, y es un componente del sentido de responsabilidad. Pablo escribió: "aprovechad bien el tiempo" (Ef 5:16). El tiempo ajeno y el propio son un don de Dios. Yo robo a otro su tiempo si llego tarde a una cita. Si suelo ser impuntual, demuestro que carezco del sentido de responsabilidad en la administración de mi tiempo, y en el respeto del tiempo ajeno.
Pero es sobretodo en el trabajo donde se manifiesta más claramente el sentido de responsabilidad. Pablo dijo en Colosenses: "Todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres." (3:23). “De corazón”, es decir, con todo mi ser, con todas mis fuerzas,
Si yo realizo mi trabajo “no sirviendo al ojo” que me ve, sino temiendo a Dios (Ef 6:6), ejecutaré mis labores con sentido de responsabilidad, haciéndolas de la mejor manera posible, y de acuerdo a los deseos del que contrató mis servicios porque, encima de él está Dios a quien sirvo.
Si desempeño mis labores de una manera descuidada, sin interés, sin esforzarme; si hago mal el trabajo que me encargan, si no cumplo los plazos de entrega, doy mal testimonio de mi condición de cristiano; hago quedar mal el nombre de Dios al mostrarme  como un irresponsable, un inmaduro.
Mi devoción al honor de Dios hará que en todo lo que haga quede muy en alto el nombre de cristiano que llevo, el nombre de Cristo, mi Señor. Mi adhesión a su nombre me obligará a ser una persona responsable.
Pero, en última instancia, el sentido de responsabilidad tiene su origen en el hecho de que todos nosotros vamos a dar cuenta a Dios de todos nuestros actos en el día del juicio. Somos responsables ante Él de cada acción que emprendamos, de cada labor que ejecutemos, de cada cita a la que acudamos, de cada minuto que perdamos, de cada “palabra ociosa” o dañina que pronunciemos (Mt 12:36). Él no nos preguntará literalmente con cuánto sentido de responsabilidad actuamos ante el mundo y ante los cristianos, pero esa pregunta estará implícita cuando comparezcamos para juicio delante de su trono.
Sabemos que algún día nos presentaremos ante el Juez de vivos y muertos para dar cuenta hasta de la menor de nuestras acciones. Y para recibir la recompensa, el pago, que merecen nuestros actos (Jb 34:11, 1P 1:25). No tendríamos que dar cuenta, ni recibiríamos recompensa alguna, si no fuéramos responsables de lo que hacemos.
En esa hora muchos paganos que siguieron solamente los dictados de su conciencia, y que serán juzgados por ella (Rm 2:14-16), serán admitidos al cielo y recibirán, quién sabe, una recompensa mayor que muchos cristianos, porque cumplieron con sus obligaciones terrenales mejor que éstos; porque fueron responsables de sus actos; y porque, como dijo Jesús: "Al que mucho recibe, mucho se le demanda." (Lc 12:48). Y nosotros hemos recibido más que los paganos.
Sé pues tú responsable en todas tus ocupaciones, en toda tu conducta, ante tus hermanos y ante el mundo. Demuestra que eres un digno hijo del más responsable, sí, del más responsable de todos los padres, del más responsable de todos los patrones, del más responsable de todos los señores, de Aquél que se sintió tan responsable de tu destino eterno que mandó a su único Hijo a morir por ti, para que algún día tú pudieras gozar de su presencia y no fueras condenado por tus actos irresponsables.
Notas: 1. Quizá el elemento más importante del sentido de responsabilidad sea éste: el tener en cuenta  las consecuencias posibles de nuestros actos y omisiones. Esa conciencia es una manifestación de madurez.
2. Lo que ocurre en nuestros hospitales, los lamentables casos de descuido, y los errores trágicos que se producen con frecuencia, son una muestra de la falta de esa cualidad entre nuestros galenos.
3. Hay personas que son muy responsables por educación, o por cultura, o por hábito, o por presión del ambiente, o por inclinación natural del carácter, y que, al mismo tiempo, son secas y carentes de amor. Y hay también quienes son muy responsables en hacer el mal. Esto es, que lo hacen a conciencia, sirviendo al más cruel de los capataces, al enemigo de sus almas. Paradojas de la naturaleza humana que muestra cómo las virtudes humanas, divorciadas de su fuente, que es Dios, pueden torcerse y volverse perversas.
NB. El texto de esta charla radial fue publicado por primera vez en una edición limitada, el 18.07.04, y contenía material que había sido publicado previamente en el diario “Gestión”. Como el artículo anterior del mismo título, lo vuelvo a publicar, ligeramente revisado, a fin de ponerlo a disposición del mayor número posible de lectores.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#799 (06.10.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).