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miércoles, 12 de mayo de 2021

LA PATERNIDAD DE DIOS IV

LA PATERNIDAD DE DIOS IV

En el huerto de Getsemaní llega el momento supremo de la sumisión de Jesús a los deseos de su Padre, deseos contra los cuales toda su naturaleza humana se rebela, al punto de que en medio de su tremenda agonía su sudor se mezcla con sangre que cae en gotas al suelo (Lc 22:44). Sin embargo, Él suplica tres veces: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero que no sea como yo quiero, sino como tú.” (Mt 26:39).


miércoles, 15 de octubre de 2014

LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL II
Un Comentario en dos partes del  Salmo 133
2. “Es como el buen aceite perfumado sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras.”
El salmista compara la unidad entre hermanos al aceite perfumado, o ungüento (Nota 1), con el cual se ungía a los sumos sacerdotes en Israel, en especial, al aceite con que se consagró a Aarón como primer sumo sacerdote (Ex 28:1,41; 29:7). Ese aceite, que era objeto de un procedimiento especial de elaboración, difundía en torno un olor agradable. Era precioso porque con él se ungió a Aarón para un servicio que había sido establecido por Dios  mismo y era muy estimado por Él, y, ya que, mediante los sacrificios de animales, Aarón hacía expiación por los pecados del pueblo y lo reconciliaba con Dios. Esos sacrificios eran figura del futuro sacrificio de Cristo en la cruz.
La cabeza, es decir, la mente, notemos, es la que rige no sólo el cuerpo, sino también las decisiones que toma el hombre, aunque ciertamente el corazón, es decir, los sentimientos, también influyen en ellas.
Cuando la mente está ungida por el aceite del Espíritu Santo, todo el ser del hombre, hasta el borde inferior de sus vestidos, con todas sus potencias vitales, está energizado por el poder que viene de Dios.
Detrás de la barba del sumo sacerdote colgaba el pectoral que contenía las piedras en que estaba grabado el nombre de las doce tribus de Israel (Ex 28:15-21; 39:8-14), de manera que cuando el sumo sacerdote era ungido, el aceite bañaba también esas piedras haciendo que todo el pueblo fuera santificado en su sacerdote.
Dios había dado a Moisés instrucciones específicas para preparar el aceite sagrado, utilizando cuatro especies aromáticas: mirra, canela, cálamo y casia (Ex 30:23-25). Ese aceite era una cosa santa que era usada no sólo para la unción sacerdotal, sino también para la unción de todos los objetos del culto.
El aceite de oliva en la antigüedad era un bien muy valioso, porque era usado no sólo en la alimentación (2), sino también como cosmético (3), como medicina, sea puro (Is 1:6; Mr 6:13; St 5:14), o mezclado con vino (como podemos ver en el episodio del Buen Samaritano, Lc 10:34), y para la iluminación tanto doméstica (2R 4:10), como del templo, donde una lámpara brillaba constantemente (Ex 27:20; Lv 24:1-4). Incluso era usado como medio del pago de impuestos (Os 12:1), y de otros bienes (Es 3:7). (4)
Pero también el aceite tiene en las Escrituras un sentido figurado muy rico y variado, para significar sea la prosperidad (Dt 32:13; 33:24; Ez 16:13), o la alegría (Sal 45.7), o la sabiduría (Pr 21.20); así como también era un símbolo del Espíritu Santo (Is 61:4). Cuando el profeta Samuel fue donde Isaí para ungir como rey de Israel a uno de sus hijos, él derramó aceite sobre la cabeza del menor, David, y el Espíritu de Jehová vino sobre el muchacho (1Sm 16:13).
Es necesario tener eso en cuenta para entender el significado de la mención del aceite en este salmo: “Es como el buen óleo sobre la cabeza.” Según la tradición sólo el sumo sacerdote era ungido derramando aceite sobre su cabeza, la cual, como sabemos, significa autoridad (Ex 29:7; Lv 8:12).
Pero una vez derramado sobre la cabeza, el aceite fluía sobre su rostro y por su barba, y hasta el borde, u orla, de su vestimenta sagrada. De una manera semejante el amor de los hermanos ejerce su influencia benéfica sobre todas las circunstancias de su vida. Los beneficios de ese amor son compartidos y experimentados por todos los miembros del hogar, incluso por los empleados domésticos, que viven en un clima de armonía y son bien tratados por sus patrones.
¡Qué distinto es cuando no hay amor en la casa! Todos se sienten a disgusto en ella y huyen si les es posible de ella. Los hijos se van porque no quieren ser testigos de las peleas de sus padres. ¡Y qué importante es que los empleados domésticos y otros empleados, si los hay, sean bien tratados por sus patrones! Si no lo hacen, algún día tendrán que dar cuenta a Dios.
La unción con aceite era también una manifestación de hospitalidad (Sal 23:6), junto con el beso de acogida y el lavar con agua los pies del huésped. Jesús le reprocha al fariseo Simón, que lo había invitado a su casa, el que no hubiera ungido su cabeza con óleo (Lc 7:46).
Todos conocen el episodio en que estando Jesús sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, en Betania, poco antes de su pasión, vino una mujer y derramó sobre su cabeza un perfume muy costoso que estaba en un vaso de alabastro. Aunque no se diga ahí explícitamente, ese perfume era un aceite perfumado, preparado seguramente con especies aromáticas muy costosas (Mt 26:6-13; Jn 12:1-8). Cuando los circunstantes empezaron a criticar a la mujer diciendo que ese perfume tan valioso hubiera podido ser vendido para dar dinero a los pobres, Jesús salió en su defensa diciendo que dondequiera que se predicara el Evangelio se hablaría de ella, porque lo que ella había hecho era preparar su cuerpo para la sepultura. Eso lo dijo porque en su tiempo los cadáveres eran ungidos con aceite para embalsamarlos antes de enterrarlos (Gn 50:2,3,26; Mr 16:1).
Ese aceite perfumado que se derrama sobre la cabeza en la unción es también un símbolo de la gracia de Dios que se difunde por todo el cuerpo y confiere santidad a toda la persona. Podemos decir que el aceite de la gracia de Dios se difunde por todo el cuerpo de Cristo, que es la iglesia, como dice Pablo (Ef 1:22,23; 4:15,16), hasta sus miembros más humildes y olvidados, aquellos en los que menos pensamos, pero en los que Dios sí piensa. Porque nada ni nadie puede poner límites a la acción de la gracia. El amor de Cristo no conoce los límites que solemos poner los hombres en la práctica, que tenemos la tendencia de hacer separaciones, sea de parroquia, o de denominación, de congregación o de iglesia.
El amor de Cristo fluye desde la cabeza, es decir, de la autoridad hasta los pies, hasta los miembros más despreciados, que están en el borde inferior de las vestiduras. Pero algún día veremos cómo se cumple en ellos las palabras de Jesús, de que los últimos serán los primeros (Mt 20:16). Así que cuando veas a una persona humilde, inclínate delante de ella, porque quién sabe si algún día no estará delante de ti en el cielo.
Es muy significativo que diga que el aceite desciende sobre la barba, y que repita esa palabra, como para recalcar la idea, ya que la barba entre los judíos y entre los pueblos orientales era un símbolo de hombría, así como también de consagración a Dios. Se recordará que los sacerdotes no podían recortar su barba (Lv 21:5), ni podían los nazareos hacerlo durante el tiempo de su consagración a Dios (Nm 6:5).
Los romanos, aunque eran poderosos, eran llamados gentiles por el pueblo elegido y, por tanto, se consideraba que estaban alejados de la gracia de Dios. Ellos no usaban barba, sino se la afeitaban, y llamaban “bárbaros” a los pueblos incultos, venidos en hordas desde las estepas, que asediaban sus fronteras, y que no se afeitaban la barba (De ahí viene en efecto la palabra “bárbaro”, esto es, barbudo). Para el judío, que se le obligara a afeitarse la barba, era una ofensa humillante, así como también lo era jalarle la barba a un hombre. Eso fue lo que le hicieron a Jesús sus torturadores romanos, según anunció proféticamente Isaías 50:6.
La ley de Moisés prohibía recortar los extremos de la barba (Lv 19:27), porque ésa era una práctica idolátrica de los pueblos paganos. Pero eso fue justamente lo que el amonita Hanún hizo con los siervos de David que había tomado prisioneros, para humillarlos: les rapó la mitad de la barba y les cortó la mitad de su vestido hasta las nalgas (2Sm 10: 4), afrenta que dio lugar a que David se vengara cruelmente de ellos.
Hay un pasaje terrible en que Dios ordena al profeta Ezequiel raparse el cabello y la barba, y quemar una parte, esparciendo otra parte al viento como señal de la destrucción futura que vendría sobre Israel en castigo de su idolatría (Ez 5:1ss), vaticinio que se cumplió cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén (2R 24:10-16).
Entre los semitas era costumbre raparse el cabello y afeitarse la barba en señal de duelo y de angustia (Is 15:2). Después del asesinato del gobernador Gedalías, que era un hombre justo, un grupo de afligidos samaritanos vinieron a Israel con su barba afeitada y sus vestidos rasgados (Jr 41:3-5).
3. “Como el rocío del Hermón que desciende sobre los montes de Sión; porque ahí ha ordenado Jehová bendición y vida eterna.”
La humedad de la montaña más alta, cubierta de nieve, es derramada sobre la montaña más baja. La montaña mayor ministra a la montaña menor. De manera semejante el amor desciende de lo alto a lo bajo, de lo encumbrado a lo humilde.
¿Qué nos está diciendo este versículo? La unidad santa de los hermanos es como el rocío mañanero que refresca el ambiente y humedece el pasto estimulando su crecimiento.
Cabría preguntarse ¿cómo es posible que el rocío del Hermón pueda caer sobre el monte de Sión pese a la gran distancia de más de cien kilómetros que los separa? Franz Delitzsch cita a un viajero de mediados del siglo XIX, que estuvo al pie del Hermón, y que entendió cómo de las laderas cubiertas de bosques, y de los despeñaderos cubiertos de nieve surgen gotas de agua que, después de haber humedecido la atmósfera, descienden al anochecer como rocío sobre las montañas más bajas que lo rodean. Y él pensó que las fuertes corrientes de aire de la región podían llevar esa humedad hasta Sión. El hecho es que en ninguna parte del territorio de esa zona puede observarse un rocío tan abundante como en la cercanía del Hermón.
Ese es el rocío refrescante que el poeta asemeja al amor fraterno. Cuando los hermanos de las tribus del norte se juntan con los de las tribus del sur, olvidando sus antiguas rivalidades, en la ciudad que es la madre de todos (Jerusalén) para celebrar las grandes fiestas, es como si el rocío del monte Hermón, de casi tres mil metros de altura, y que parece que toca las nubes, descendiera sobre los montes áridos que rodean a la ciudad de David, que lo desean ardientemente para apagar la sed de sus campos secos y áridos.
Porque ahí, dice el Salmo, el Señor ha decretado bendición y vida eterna. Ahí en la montaña de Sión, que antes se llamaba Moriah donde Isaac estuvo a punto de ser sacrificado (Gn 22:1-19), y donde se produjo la crucifixión de Cristo que trajo bendición y vida eterna a todos los que creen en Él. Sión es la montaña en donde se levanta la ciudad de Jerusalén, en la que, según Apocalipsis, residirán en unidad los hermanos por toda la eternidad (Ap 21:1-4). Si hemos de estar unidos entonces, es conveniente que empecemos a estarlo desde ahora,
Recordemos que el sacerdocio de Aarón era un ministerio preparatorio para el sacerdocio definitivo y permanente de Cristo, el cual vive para siempre intercediendo por nosotros como único mediador entre Dios y los hombres (Hb 7:24,25).
Notemos asimismo que tanto el aceite perfumado como el rocío descienden continuamente, en un caso, desde la cabeza de Aarón, en el otro, desde la cumbre del Hermón, para humedecer con la gracia de Dios todo lo que está debajo de ella. De esa manera la gracia fluye en muchos contextos desde la cabeza (que representa a la autoridad) a los fieles. Es un descender constante del cielo a la tierra que nos habla de la misericordia y de la fidelidad de Dios.
“Donde reina el amor, reina Dios”, dice Spurgeon, y continúa diciendo: “Donde el amor desea una bendición, Dios ordena una bendición”. Basta que Dios ordene para que sea hecho: “Porque Él dijo y fue hecho; mandó y existió.” (Sal 33:9).
Este salmo expresa el gozo de Dios al ver que sus hijos viven juntos en la unidad y armonía del amor mutuo. Viviendo de esa manera nosotros, sus hijos, empezamos a gozar en la tierra de la felicidad que algún día será nuestra en el cielo. Y esa felicidad, como le dijo Jesús a Marta acerca de su hermana María, que había escogido la mejor parte, no nos será quitada (Lc 10:42).
Hay un amor que viene y pasa, y un amor que permanece: el amor que inspira el Espíritu Santo, el amor que viene de Dios. De manera semejante el amor que se tienen los padres desciende sobre sus hijos y los hace felices.
Dios ordena su bendición ahí donde se cultiva la paz y reina la armonía entre los hombres, como dice Pablo: “Por lo demás hermanos…sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2Cor 13:11).
Notas: 1. La Septuaginta lo llama bálsamo.
2. El aceite solía ser mezclado con harina para preparar una especie de pan cocido (1R 17:12). Las ofrendas que los fieles presentaban en el templo consistían de flor de harina amasada con aceite y cocida en un horno o cazuela (Lv 2:4-7).
3. Se untaba aceite sobre la piel para evitar que se resecara bajo el sol candente. El cuerpo era untado también con aceite después del baño (Rt 3:3; 2Sm 12:20; Sal 104:15), y se ponía sobre el cabello (Ecl 9:8). Pero ¿a quién le gustaría hoy día que le echen aceite sobre la cabeza? Eso era costumbre entonces.
4. El aceite de oliva tenía en la antigüedad un alto valor comercial, junto con el trigo y el vino, y era atesorado por los reyes y hombres importantes (2Cro 32:28; Nh 5:11; Os 2:8).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por todos tus pecados haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#848 (21.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 3 de octubre de 2014

LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL I
Un Comentario en dos partes del Salmo 133
Introducción: Según una tradición antigua este salmo habría sido compuesto por David para celebrar el fin de la guerra fratricida entre su casa y la casa de Saúl. Habiendo sentido los efectos negativos de la discordia, el pueblo unido estaba más sensible que nunca a las bendiciones de la reconciliación y de la paz. Pero este salmo forma parte de la serie de cánticos graduales (del 120 al 134) que el pueblo solía entonar mientras subía en peregrinación a Jerusalén con ocasión de alguna de las tres fiestas principales, en las que, según la ley de Moisés, todos los israelitas debían subir a Jerusalén. Pero por razones lingüísticas, se piensa que esos salmos fueron compuestos después del exilio, unos quinientos años después del rey poeta, y celebran el espíritu de unidad que reinaba entre los peregrinos. De modo que no hay seguridad acerca de la fecha de su composición. Pero es muy interesante que Dios ordenara que las doce tribus, que estaban diseminadas por todo el territorio de la Tierra Santa, se reunieran tres veces al año para ofrecer sacrificios en el templo de Jerusalén, donde estaba la presencia de Dios.
1. “Mirad cuán bueno y cuán deleitoso es habitar los hermanos juntos en unidad.” (Nota 1)
¡Mirad, qué cosa maravillosa y digna de admiración! Es algo pocas veces visto. No
dejen de verlo y examinarlo. Dios lo aprueba y a todos nos encanta.
El salmista emplea dos veces el adverbio “cuán” para expresar su asombro. No se conforma con describir lo maravilloso del espectáculo, sino que nos invita a admirarlo nosotros mismos. Es algo que no nos podemos perder.
No se contenta con llamarlo bueno, sino añade además que es deleitoso, como la conjunción de dos estrellas de gran magnitud.
Pero sabemos que muchas veces lo deleitoso no es bueno sino malo, peligroso. En este caso, sin embargo, es tan bueno como es delicioso.
Sabemos por experiencia cuántas veces las relaciones familiares son ocasión de tristeza por causa de las divisiones y rivalidades entre los hermanos, al punto que puede ser mejor que se separen, que no estén juntos para no pelearse. Eso lo vemos incluso en la Biblia.
No era bueno que los rebaños de Abraham y de Lot, aunque ellos se querían mucho, estuvieran juntos, porque los pastores de ambos tenían disputas por los pozos de agua y los pastizales, y por eso decidieron separarse (Gn 13:5-12).
No era bueno que Ismael e Isaac estuvieran juntos, porque el mayor hostilizaba al menor, y por eso Dios ordenó a Abraham que los separara despidiendo a Agar (Gn 21:9-14). Pero Dios no se olvidó de ella, cuando ella creía que moriría en el desierto de sed y hambre junto con su hijo, sino que envió un ángel para socorrerlos (Gn 21:9-21)
Uno pensaría que los hermanos, siendo de la misma sangre, deberían vivir en armonía pero, en la práctica, no siempre ocurre, porque intervienen otros factores que causan división entre ellos, sobre todo cuando se trata del reparto de bienes y de la herencia.
Pero el factor decisivo en la relación armoniosa de los hermanos es el amor que
los padres se tienen. Cuando ellos son unidos y se aman con un amor profundo y sincero, lo transmiten necesariamente a sus hijos, de modo que el amor que éstos se tienen es un reflejo del amor de sus progenitores. Pero si los padres no se aman, difícilmente los hijos se amarán. Al contrario, si los padres se pelean, los hijos tenderán a pelearse. De modo que es una obligación de los esposos amarse, para que sus hijos se amen.
Pero el segundo factor necesario es que los padres no muestren preferencia por ninguno de sus hijos, sino que los traten a todos por igual. Sabemos cómo la preferencia que Jacob tenía por su hijo José hizo que sus hermanos lo odiaran y buscaran su daño, vendiéndolo a unos comerciantes amalecitas que iban a Egipto (Gn 37). ¡Vender a su hermano como esclavo! ¿Quién haría eso? De ahí que la unidad y la armonía entre los hermanos sea una cosa admirable, porque no es frecuente.
Lo mismo debería ocurrir entre los parientes, y entre los que son hermanos en espíritu, como lo son los creyentes. Pero vemos que también entre ellos hay divisiones y rivalidades, como las ha habido en la historia, por motivos a veces doctrinales, o de jerarquía, o de autoridad y de estatus, pero, sobre todo, cuando hay bienes materiales de por medio. Satanás se gloría de las divisiones de la iglesia y las fomenta.
¡Qué triste es cuando los intereses materiales son causa de división en las iglesias! ¿De qué depende entonces en esos casos la unidad entre los hermanos? De la actitud de los pastores, de que ellos fomenten el trabajo conjunto y sean imparciales entre sus colaboradores, y que sean verdaderos padres para ellos, como ocurre en la iglesia a la que yo asisto.
La unidad y la armonía entre los creyentes es buena para ellos porque gozan de paz, y se alientan unos a otros en el progreso de la virtud; es buena para los recién convertidos, porque son edificados al ver la unidad que reina en la iglesia; y es buena para el mundo en general, porque cuando reina, dan un buen testimonio. En cambio, lo contrario, la falta de unidad, es perniciosa para todos, y da un mal testimonio ante el mundo.
Por eso es que Jesús pidió al Padre que sus discípulos de todos los tiempos fueran uno: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Jn 17:20,21). Si Dios es uno, es bueno que los que le sirven lo sean también. Cuando no hay unidad entre los cristianos su testimonio se debilita.
También Pablo, por su lado, pidió que los hermanos fuesen de una misma mente y opinión (1Cor 1:10).
Pero los primeros cristianos eran también uno en el afecto: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y de un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.” (Hch 4:32). Incluso vendían sus propiedades, y traían el producto de la venta y se lo entregaban a los apóstoles.
La unidad es importante en todos los campos de la actividad humana, también en los países, como dijo Jesús: “Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.” (Lc 11:17).
Es como lo que ocurre en una orquesta, cuando hay unidad entre los diversos instrumentos, sean de cuerda o de viento, y aunque cada cual tenga para tocar una particella diferente con notas diferentes, pero sacadas de una misma partitura: el resultado es una dulce armonía que contenta el alma. ¡Pero qué desagradable es cuando no hay concierto entre ellos! El resultado es una desagradable disonancia que crispa los nervios.
Bien recalcan por eso las Escrituras que Dios no es autor de confusión sino de paz (1Cor 14:33). La paz es llamada con razón “la paz de Dios.” (Flp 4:7). Hay un salmo que pide que oremos por la paz de Jerusalén (Sal 122:6); pero yo entiendo que de pedirse no sólo por la paz en la ciudad misma, sino también por la paz en la Jerusalén espiritual, que es la iglesia,
Cuanto más estrecha sea la unidad, mejor será el fruto de ella. La unidad de los hermanos es algo bueno en sí mismo y es buena en sus efectos. Y es, además, deleitosa o agradable, en primer lugar para Dios. Siendo la Trinidad misma un modelo de unidad, ¡cuánto debe agradarle ver esa unidad reflejada en sus criaturas! ¿No se gozan acaso los padres en la armonía que reina en sus hijos, cuando se divierten y juegan juntos sin pelearse?
Es agradable, en segundo lugar, para nosotros, que nos beneficiamos de ella, pues los asuntos familiares caminan más próspera y fácilmente cuando reina la armonía entre los parientes. Y más bien ¡cuántas malas consecuencias trae lo contrario, incluyendo pérdidas económicas, cuando prevalece la contienda entre las familias! ¿Quiénes ganan con eso? Los abogados.
En tercer lugar, es buena para los que la contemplan y la admiran, pues no es una cosa común: “El que de esta forma sirve a Cristo es acepto por Dios y aprobado por los hombres” escribe Pablo (Rm 14:18).
La palabra hebrea naiyim, que es traducida como “deleitosa” o “agradable”, es usada tanto respecto de la armonía de la música, como de un campo de trigo pronto a ser cosechado, o como de la miel, cuya dulzura es opuesta a lo amargo de la hiel.
Si volvemos nuestra atención a la frase “habitar juntos”, observaremos que en países como los EEUU, donde existe una gran movilidad, cuando crecen los hijos las familias se separan pronto, porque ellos con frecuencia se van a vivir en ciudades o estados muy distantes unos de otros, sea por razones de estudio o de oportunidades de trabajo y, por ese motivo, los lazos familiares, o de amistad, no son muy fuertes, ya que la amistad se fortalece con la cercanía.
Pero antes de que la facilidad del transporte y la aparición del automóvil, que propició la aparición de los suburbios en torno de las ciudades (fenómeno que ocurrió también en nuestro país), la gente, los parientes cercanos y los amigos, solían habitar cerca unos de otros. Eso fue la regla durante siglos. La cercanía física fomentaba los lazos familiares y de amistad. En la Lima antigua, los parientes y los amigos vivían a pocas cuadras unos de otros, y eso fortalecía los lazos entre ellos. (2)
Pero sabemos también que puede ocurrir lo contrario, que la cercanía produzca roces, discusiones, peleas y rivalidad. ¿De qué depende uno u otro resultado? De lo que las personas tienen dentro de sí; de su carácter o personalidad; en fin, de quién reine en su corazón, Dios o el diablo.
Pero no nos hagamos la ilusión de que todos los cristianos sean santos. Algunos son contenciosos, porque el hombre viejo no ha muerto enteramente en muchos de ellos (Ef 4:22). El egoísmo, las ambiciones, el deseo de dominar a otros, producen desencuentros y conflictos aun entre los santos. Por eso podemos exclamar con toda razón: ¡Cuán bello, agradable y deleitoso es que los hermanos, los parientes y los amigos habiten en unidad y armonía! ¡Cuánto nos agrada a nosotros y cuánto más agrada a Dios!
Los lugares y ambientes donde reinan la unidad y la armonía que son fruto del amor entre hermanos, son bendecidos por la gracia de Dios. Él se complace en ellos porque se cumple el mandamiento nuevo que dio Jesús a sus discípulos: “Amaos unos a otros como yo os he amado”(Jn 13:34). Esa unidad supera las diferencias y rivalidades.
Conviene que nos detengamos un momento en la palabra “hermanos” (en hebreo aj). Esa palabra designa, en primer lugar, a los hijos de un mismo padre y madre, o a los que tienen un progenitor común. Pero en la antigüedad designaba también a los parientes cercanos, a los que estaban unidos por lazos de sangre y, por extensión, a los miembros de una misma tribu, que al principio no era otra cosa sino la ampliación del clan familiar.
Pero entre los cristianos designa a los que tienen por Padre al mismo y único Dios, y a Jesucristo como hermano mayor, y por eso nos llamamos unos a otros “hermanos”.
La palabra “hermano” puede tener un efecto casi mágico. En el episodio que hemos mencionado arriba de la disputa entre los pastores de Abraham y de Lot, que estaba a punto de agravarse, bastó que Abraham le dijera a su sobrino: “No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos(Gn 13:8), para que Lot cediera y estuviera dispuesto a aceptar la solución equitativa de separación que le propuso su tío.
Notas: 1. La palabra yajad significa juntos o unidos, pero es traducida por algunas versiones como “armonía”. La diferencia de sentido no es grande.
2. Esa comunión puede darse también en nuestro tiempo pese a las mayores distancias, aunque sea más difícil, si usamos los medios que la tecnología pone a nuestra disposición, el teléfono y el Internet.
NB. Al escribir este artículo me he apoyado sobre todo en el comentario de Ch. Spurgeon y los de otros autores que él cita en su libro “El Tesoro de David”. Pero también me ha sido útil el libro de P. Reardon “Cristo en los Salmos”, así como los comentarios clásicos de M. Poole y M. Henry.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por todos tus pecados haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#847 (14.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 20 de febrero de 2013

JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS III


Por José Belaunde M.
JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS III
Un Comentario de Juan 17:18-26
18. “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.”
¿Cómo envió el Padre a Jesús al mundo? Como una víctima inocente y sin mancha, para cumplir un santo y recto propósito, una santa misión como mediador: la de reconciliar al mundo con Dios. Ahora que yo me voy, le dice Jesús a su Padre, yo los envío a ellos al mundo con el fin de continuar la obra que tú me confiaste, llevando tu mensaje hasta los confines de la tierra para que todos los que crean en él sean reconciliados contigo.
Los envío como tú me enviaste a mí, como corderos inocentes, incapaces de quebrar cañas cascadas y dispuestos a ser perseguidos por mi causa (Mt 5:11,12).
Ellos no son perfectos porque son humanos, y son falibles pero, auxiliados por tu Espíritu, se mantendrán fieles a la misión que les encomiendo, conscientes de los riesgos, de los peligros y de los sacrificios que su misión conlleva.
No los abandones ¡oh Padre! a los peligros que los asechan, sino guárdalos como yo hasta ahora los he guardado, y como tú a mí me has guardado hasta la hora del sacrificio supremo. (Nota 1)
Como yo he afrontado oposición, así también ellos la afrontarán. Como yo he confiado en ti, ellos también confiarán en tu protección, ¡oh Dios! que nunca defraudas al que en ti confía (Sal 22:5b).
Como tú me enviaste para que sea fiel a tu propósito y lo cumpla hasta el fin, así también yo los envío a ellos para que sean fieles a tu propósito y lo cumplan hasta el fin que tú reservas para cada uno de ellos.
Así como yo te he glorificado en todos mis actos y palabras, que ellos también te den gloria en todos sus actos y palabras.
19.  “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.”
Jesús acaba de pedirle a su Padre (v.17) que santifique a sus discípulos en la verdad, porque “tu palabra es verdad”. Ahora reitera ese pensamiento diciendo que Él se santifica a sí mismo para que ellos también lo sean en la verdad.
Pero ¿qué necesidad tiene Jesús de santificarse, esto es, de apartarse para Dios, si eso es lo que ha hecho su vida entera, y si Él es la verdad que santifica? Así como Él voluntariamente se sometió al bautismo de arrepentimiento de Juan sin necesitarlo, pero lo hizo para darnos ejemplo, de manera semejante Él, sin necesitarlo tampoco, pues no había huella de pecado en Él, se santifica a sí mismo en la verdad para ser ejemplo para sus discípulos que, siendo falibles, iban a necesitarlo después de su partida.
El proceso de santificación es un proceso continuo que sólo termina en el cielo. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de sus discípulos, santifiquémonos pues nosotros, consagrémonos a Dios cada día para que Él pueda usarnos.
Pero hay otro sentido de santificar que debemos considerar. El verbo griego hagiazó significa también “apartar” con un fin determinado. Así pues, en este
sentido, Él se aparta a sí mismo como víctima sacrificial para expiar los pecados del mundo (Hb 9:11-14).
20,21. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.”
Jesús extiende su oración más allá de sus discípulos presentes a aquellos que han de creer en Él después de su muerte y resurrección por la palabra que stos que están con Él les prediquen. ¿Cómo se difunde la fe en Cristo que salva? Por medio de la predicación. “La fe es por el oír y el oír por la palabra de Dios.” (Rm 10:17). No hay otro medio, aunque el testimonio de vida silencioso también puede tocar los corazones de la gente.
Jesús ora aquí por todos los que en los siglos venideros van a conformar su iglesia en todo lugar y nación (y eso nos incluye a ti y a mí); ora para que se mantengan unidos, porque sabe que la desunión cunde fácilmente entre los creyentes, como lo ha demostrado la historia, no sólo por opiniones discrepantes en temas de doctrina que pueden convertirse en diferencias irreconciliables, sino también a causa de rivalidades personales o de grupo.
Él pide que sus discípulos de todos los tiempos se mantengan unidos como Él y su Padre son uno, con el mismo grado de unidad indisoluble que hay entre ambos, que es fruto del amor; una unidad que sea más fuerte que todas las posibles discrepancias doctrinales que puedan surgir entre ellos, y que todas las diferencias de temperamento y de carácter.
La razón por la cual Jesús pide que haya unidad entre sus discípulos es porque la unidad es una condición necesaria para que el mundo crea en Él. (2) Porque ¿cómo ha de creer la gente en Él si sus discípulos están divididos y se pelean entre sí? Las divisiones en la iglesia son un escándalo ante el mundo y el más grande obstáculo para que la gente crea.
¿Y de dónde vienen esas divisiones? En la mayoría de los casos de la vanidad y del orgullo de los hombres que el diablo estimula sabiendo a qué conduce.
Por eso la primera obligación de los creyentes es mantener la paz y la unidad de pensamiento, como escribió Pablo: “Os suplico hermanos …que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer.” (1Cor 1:10). “La unión hace la fuerza” es una verdad demasiado conocida para ser ignorada. En cambio, como dijo Jesús en otro lugar: “Una ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.” (Mt 12:25).
Si toda la gente creyera que Jesús ha sido enviado por el Padre a la tierra, ¿no creerían todos en su mensaje y se salvarían? El secreto del éxito de la evangelización es que se crea que Jesús fue enviado por Dios.
Jesús dice que Él ora por los que han de creer. ¿No ora Él también por los que no creen? También ora por ellos para que se conviertan y crean. Los únicos por los que no ora son los condenados, porque es inútil hacerlo ya que su destino es inmutable.
22. “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.”
En este capítulo 17 Jesús menciona varias cosas que el Padre le ha dado. Ellas son las siguientes: En el v. 2 dice que le ha dado “potestad sobre toda carne”. En el v. 4, una obra por hacer. En el v. 6, discípulos, y lo repite en los v. 9, 11, 12 y 24. En el v. 8, palabras. En el v. 22, gloria, y lo repite en el v. 24. Son cinco cosas que tienen significados diferentes. ¿Qué cosa es la gloria que el Padre le ha dado a Jesús, y que Él ha dado a sus discípulos?
En el v. 4 Jesús le dice a su Padre que Él lo ha glorificado en la tierra haciendo su voluntad, cumpliendo la obra que le había encomendado. Pero enseguida (v. 5) Jesús le pide que lo glorifique al lado suyo con la gloria que tuvo desde el inicio.
En este vers. 22 “gloria” es el resultado, o el premio debido por cumplir la obra encomendada y, a la vez, el poder para llevarla a cabo haciendo sanidades, milagros y prodigios (Hch 4:30; 5:12,15,16; 8:13). En este versículo el tiempo pasado (“me diste”) tiene un significado, o proyección futura: Es la gloria que Jesús va a recibir al resucitar y ascender al cielo. Pero al mismo tiempo se refiere al poder que Jesús les dará, mediante el Espíritu Santo, para llevar a cabo la Gran Comisión (Mt 28:19,20), la tarea de llevar las Buenas Nuevas a todas partes y de hacer discípulos, en una unidad perfecta entre ellos, semejante a la que existe entre el Padre y el Hijo –una unidad cuyo vínculo es el amor. “Gloria” es también, por último, el premio prometido que algún día han de recibir por su fidelidad en la tarea.
Cuando después de Pentecostés los apóstoles empiecen a predicar el nombre de Jesús, un poder especial, un nimbo singular, los va a acompañar donde quiera que vayan, que derribará obstáculos y que atraerá a la gente hacia ellos. Eso que atraerá a la gente no es solamente el poder de la palabra que ellos tendrán en su boca, sino también el amor visible que existe entre ellos, un amor mutuo que el mundo no está acostumbrado a ver y que llamará mucho la atención de la gente, y que constituirá un argumento poderoso para convencerlos de la verdad de su mensaje.
23. “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.”
Este versículo puede dividirse en tres partes:
1. “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”. Jesús está en sus
discípulos (de hecho, en todos los creyentes) así como el Padre está en Jesús (“mi Padre y yo somos uno”, Jn 10:30) de modo que el Padre está también en ellos. La presencia de Dios en ellos hace que formen un solo cuerpo perfecto en unidad, semejante, guardando las distancias, a la que existe entre Jesús y el Padre (Gal 3:28).
2. “para que el mundo conozca que tú me enviaste”. La unidad que existe entre sus discípulos será un argumento poderoso de que Jesús no vino de sí mismo, no apareció y se puso a predicar, movido por iniciativa personal, sino que fue el Padre mismo quien lo envió al mundo. Una vez más la unidad entre los cristianos comunica a su mensaje la fuerza de la verdad, así como la desunión lo socava, lo debilita y hace que sea cuestionado. La unidad entre los cristianos de todas las latitudes es pues una obligación suprema, un mandato aún no cumplido que el enemigo se esfuerza en frustrar con todos los medios que tiene a su alcance, alimentando las ambiciones, las rencillas y las pasiones humanas que separan.
Notemos cuál es el resultado de la unidad entre los cristianos: Que el mundo reconozca que el mensaje de Cristo que ellos proclaman no es humano sino que procede de Dios. Y si reconocen su procedencia divina, ¿cómo no van a creer en él? Que el mundo crea o rechace el mensaje del Evangelio depende de nosotros, de que guardemos nuestra unidad. ¡Qué tremenda responsabilidad!
3. “y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” Puesto que el Padre ama al Verbo con un amor infinito, cuando el Padre vea a su Hijo en sus discípulos, Él los amará con el mismo amor infinito con que ama a su Hijo unigénito.
24. “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.”
Este es un versículo complejo en el que se presentan varios pensamientos encadenados que debemos examinar. Veamos:
En esta ocasión Jesús no le pide ni ruega a su Padre, sino expresa con la confianza del Hijo, cuál es su voluntad respecto de aquellos que Él le ha dado. Estos son, en primer lugar, sus discípulos inmediatos, los once quitando a Judas. Pero también incluye, -puesto que los ha mencionado en el v. 20– a todos los que han de creer en Él más adelante.
Por ellos pide que donde Él esté, -entiéndase en sentido de futuro: donde yo estaré, en tu compañía en el cielo- ellos también estén. En suma, que todos los que hayan creído en mí estén algún día para siempre conmigo. (3)
¿Con qué fin? Podría pensarse que el propósito es que gocen con Él de la compañía de Dios Padre. Pero aunque esto se da por supuesto, la finalidad concreta en este caso es otra: que vean la gloria que el Padre le ha dado desde toda la eternidad, que es lo que la frase “desde antes de la fundación del mundo” –que como sabemos, no es eterno- quiere decir. Esto es, desde antes que empezara el tiempo, que comenzó con la creación. Jesús quiere que éstos que han creído en Él vean la gloria de que Él gozaba con el Padre antes de tomar carne humana; que vean no sólo la gloria de su humanidad exaltada al lado del trono de su Padre (Mt 26:64), sino que comprendan quién es realmente Aquel en quien han creído, la segunda persona de la Trinidad, el Verbo por medio del fueron hechas todas las cosas (Jn 1:3).
En este versículo se subraya que la unidad que existe entre el Padre y el Hijo desde siempre, es una unidad en el amor. El amor ha sido, y es, el lazo que los unía, y une, a ambos en uno solo, porque la vida de Dios, en efecto, no es otra cosa sino amor. De ahí que el apóstol Juan pueda decir en una frase cuyo sentido es más profundo de lo que, en primera instancia, podríamos pensar: “Dios es amor” (1Jn 4:8,16).
25. “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste.”
Jesús reitera una vez más el hecho de que el mundo (en este caso, el mundo oficial judío, el de los sacerdotes, escribas y fariseos) no ha conocido al Padre sino que, al contrario, lo ha rechazado. ¿”Conocido” en qué sentido? En el sentido que se explicó al comentar el vers. 3. No es un conocimiento intelectual de Dios –porque aquellos que constituían el mundo, los judíos que rechazaron a Jesús- tenían ese conocimiento y conocían bien las Escrituras, sino se trata de un conocimiento íntimo que sólo puede dar la fe; un conocimiento que proporciona una relación de intimidad y certidumbre, y que, en la práctica, es casi un sinónimo de “creer”.
Si ellos lo hubieran “conocido” no habrían rechazado su mensaje, sino al contrario, lo habrían acogido y se habrían adherido a Él.
Jesús reitera que Él tiene ese conocimiento del Padre y que los discípulos que lo rodean –aquellos que el Padre le ha dado- han creído que ha sido el Padre mismo quien lo ha enviado a Él al mundo con una misión.
A lo largo de esta oración Jesús se ha dirigido a Dios diciéndole Padre. Una vez ha agregado el adjetivo “santo” (ver. 11). En este versículo lo llama “Padre justo”. ¿Tiene algún significado este calificativo? Creo que significa que el conocer o no conocer a Dios, el creer o rechazar a Dios, en el caso de cada individuo, pues es Dios quien lo da, procede de la justicia eterna y perfecta de Dios. Todo lo que Dios hace es resultado de esa justicia sin mancha. Nadie podrá alegar que la sentencia o recompensa que algún día reciba es injusta o inmerecida.
26. “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.”
Jesús termina su oración diciendo que Él les ha hecho conocer a Dios a sus discípulos, lo que Él es en su intimidad, y que seguirá haciéndoles conocer más aun en las horas de vida que le quedan –y más allá de su resurrección mediante el Espíritu Santo- a fin de que el amor que lo une al Padre, y el amor eterno con que el Padre lo ha amado a Él, lo reciban también ellos, a fin de que su unión con ellos sea perfecta, y que, en consecuencia, Él viva en ellos. Ése es un deseo que Jesús hace extensivo -pues lo dijo en el vers. 20- a todos los que algún día creerán en Él por el testimonio de la iglesia.
Notas: 1. Así como es propio que los gobernantes protejan a sus embajadores, lo es también que Dios proteja y guarde a sus apóstoles.
2. “Mundo” quiere decir aquí, en primer lugar, el mundo judío en medio del cual vivió y predicó Jesús, y en medio del cual vivirán y predicarán inicialmente los apóstoles. Es un hecho notorio, sin embargo, que esta oración de Jesús fue contestada gloriosamente en los primeros tiempos de la iglesia, pues en Hch 4:32 se dice que “la multitud de los que habían creído eran de un corazón y de un alma”.
3. Ya Él había expresado anteriormente este pensamiento en Jn 14:3.
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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#762 (20.01.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).