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miércoles, 31 de enero de 2018

¿CUÁL ES TU PRECIO?

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿CUÁL ES TU PRECIO?
El presente artículo fue escrito en enero del año 2000. Fue publicado el año 2005 y nuevamente el 2010. En vista del lamentable escándalo de corrupción sistematizada que se ha destapado en los últimos meses, considero que es oportuno volverlo a publicar. Sin embargo, es importante destacar el hecho de que gran parte de la corrupción reciente denunciada fue perpetrada por una gran empresa constructora extranjera que había extendido sus tentáculos a varias esferas de la administración pública y de la actividad privada del Perú y de otros países latinoamericanos. Lo inusual de este fenómeno de corrupción sistémica es que se trataba de una política promovida por el entonces presidente del Brasil, que pretendía de esa manera ganar influencia sobre la política de nuestros países, comprometiendo en sus turbios manejos a varios de sus principales funcionarios públicos, y líderes políticos y empresariales.



Hoy día en el mundo se suele decir que todo tiene su precio, todo se vende y se compra. La conciencia de la gente tiene también su precio. Si un hombre de empresa necesita que una persona en un alto cargo tome determinada decisión que le favorezca o le facilite hacer algún negocio, va donde él, o le envía a un amigo de su parte, a indagar cuánto es lo que exige como compensación para decidir a favor suyo. Si acaso su amigo vuelve diciéndole que el funcionario no acepta plegarse a sus deseos, el empresario piensa: “Caramba, este tipo se cotiza muy alto ¿Cuánto será lo que quiere?” Y manda a su amigo de vuelta para que negocie el monto.
Y tú ¿has pensado cuál es tu precio? ¿Hasta que suma de dinero eres incorruptible, insobornable? ¿10,000 dólares? No, eso es muy poco para mí. ¿Pero si le agregan un cerito a la derecha y te susurran al oído: cien mil, estarías dispuesto a ceder? ¿Te pones firme y dices: Yo no puedo aceptar este tipo de ofertas? ¿O tratas de justificar tu venalidad diciéndote que hay ofertas que no se pueden rehusar?
Si te proponen un negocio incorrecto ¿hasta qué ganancia estás dispuesto a renunciar para mantener tu integridad?
La gente está acostumbrada a deslizar un sobre, o un billete a la persona que tiene que tramitar un expediente, para que no ponga trabas y lo haga rápido, aunque es su obligación hacerlo por el sueldo que recibe. Estas cosas son tan comunes que ya ni nos llaman la atención ni nos hacen sonrojar sino nos acomodamos a la costumbre.
Hay quienes no se venden por dinero (¡son incorruptibles!) pero sí por una “pequeña” ventaja temporal, como podría ser un viaje, o un puesto, o un honor, o una posición de cierta importancia, y no obstante, se consideran honestos. Nunca se rebajaron a recibir una coima en dinero, pero sí torcieron la verdad, o la justicia, a cambio de un beneficio de otro orden.
El personaje de Daniel en la Biblia es sumamente interesante en este respecto, y las peripecias de su vida son muy instructivas para nosotros, porque él fue un hombre público, que desempeñó altos cargos desde joven y sirvió a sucesivos gobiernos durante su larga carrera.
Él era un muchacho israelita que había sido llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén, hacia fines del siglo VI antes de Cristo. El propósito del tirano era doble: de un lado privar a la nación conquistada de lo mejor de su gente, de su élite; y, de otro, aprovechar para su propia nación lo más capaz del país vencido.
El joven Daniel fue llevado a Babilonia junto con otros jóvenes que, como él, formaban parte de la aristocracia judía, y habían recibido desde niños una educación esmerada. Ahora se trataba de que aprendieran el idioma de los caldeos y se familiarizaran con las costumbres babilónicas. Si él y sus amigos demostraban ser alumnos aprovechados les esperaba una brillante carrera en su nueva patria.
El rey encargó a un hombre de su confianza el cuidado de los jóvenes israelitas, su manutención y su educación. Pero, Daniel como buen israelita, debía obedecer a las prescripciones de la ley de Moisés acerca de los alimentos, y había ciertos manjares y ciertas bebidas que le estaban prohibidas.
Dice la Escritura: "Daniel se propuso no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió por tanto a su tutor que no se le obligase a contaminarse." (Dn 1:8). Y el funcionario, aunque con algunas dudas, accedió a su petición.
Daniel y sus compañeros rehusaron gustar de la comida del rey, a pesar de que eso significaba correr el riesgo de disgustar a su tutor y, peor aún, de suscitar la cólera del soberano. En esa época los reyes no se andaban con contemplaciones. Si alguien se oponía a sus deseos, simplemente lo mandaban matar.
Pero Daniel no condescendió con las satisfacciones y halagos que le ofrecía el mundo: una mesa bien servida, vino abundante, diversiones y encima, una brillante carrera y formar parte del grupo privilegiado.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones parecidas?  Se nos ofrecen tales o cuales ventajas, con tal de que cedamos en nuestros principios. ¿Mantenemos entonces nuestra integridad o nos acomodamos? ¿Estamos dispuestos, por razones de conciencia, a renunciar a las ventajas que nos ofrecen, o peor, a ser marginados por no colaborar?
Si eres profesional ¿te negarías a hacer lo que tu conciencia te prohíbe, pese a las amenazas de represalias?
Si eres juez ¿cambiarías la sentencia a favor del culpable porque alguien bien situado te lo ordena? (Nota) ¿Estás dispuesto a arriesgar que te cambien de colocación, o que te acusen falsamente de prevaricato, por no ceder a las presiones?
Si eres investigador, o fiscal ¿cambiarías el atestado policial por una buena oferta de dinero, o por la promesa de un ascenso? ¿Acusarías al inocente por un fajo de billetes?
Si eres médico ¿esterilizarías a esa pobre campesina ignorante, sin explicarle claramente lo que esa operación significa, o sin que su esposo esté de acuerdo? Hubo pocos médicos que se negaron hace pocos años a hacerlo por temor de perder su puesto y su sueldo.
¿Harías abortar a esa joven por una buena suma de dinero?
Si estás a cargo de las compras en una repartición pública, ¿harías pedidos innecesarios en complicidad con otros colegas para recibir la comisión que te ofrece el vendedor? ¿Te contentas con el diez por ciento para otorgar la buena pro, o pides más? ¿O te niegas, más bien, como debieras, a recibir un centavo?
Casos como los que menciono ocurren a diario en la administración pública, en los negocios, y en todas las profesiones. Y ahí es cuando se descubre el temple de nuestra integridad de carácter, y de nuestras convicciones.
Queremos formar parte de la collera, del grupo de amigos "in", de los que son invitados a reuniones de diversión privadas, de los que están al tanto de las mejores oportunidades para hacer dinero, de los que se benefician con los repartos o de los ascensos.
Hoy más nunca reinan los que venden su conciencia. ¿Cuál es tu precio? ¿Ya lo has fijado?
Seguir a Cristo también tiene su precio, pero es un precio de naturaleza diferente, que no siempre se mide en dinero. Porque puede pedírsenos que mintamos ante la opinión pública, o que tomemos parte en manejos que nuestra conciencia reprueba; o que nos adhiramos a ciertos grupos políticos, o a ciertas fraternidades que nos ofrecen apoyo de colegas; o, simplemente, se nos pide que neguemos nuestra fe cristiana.
El apóstol Pedro se encontró una vez en una situación de peligro parecida y, para escapar de ella, negó que era amigo de Jesús. Si él decía que sí, si admitía que era su amigo, quizá lo hubieran involucrado en el juicio como cómplice, y hubiera acabado en la cruz junto con su maestro. Él lo amaba, por cierto, pero no tanto como para arriesgar la vida, o como para ser torturado por su causa.
Sin embargo, Pedro le había jurado poco antes a Jesús que estaba dispuesto a morir por Él. Pero llegado el momento de la prueba, más pudo el miedo. Cuando cantó el gallo, y se acordó del anuncio que le había hecho Jesús, ya era tarde, ya lo había traicionado.
¿A qué le temes tú más? ¿A desafiar la ira del rey, de los poderosos, o a desafiar la ira de Dios? Los reyes, los poderosos de este mundo, son muchas veces testaferros del diablo, sus emisarios. Vienen de su parte para tentarte, para probar el temple de tu conciencia. Cuando te vengan a hacer determinadas ofertas, mira bien los pies de la persona que te las hace, a ver si descubres las pezuñas del cachudo.
¿A quién le temes tú más? ¿A Dios, o a la gente del mundo, o a la sociedad, o a los poderosos? ¿Ante quién tiemblas?
Jesús dijo: "No temáis a los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). Hay quienes creen que Jesús se está refiriendo en ese pasaje al diablo, pero no se está refiriendo al diablo, sino a Dios. Sólo a Dios debemos temer. El diablo puede torturarnos en el infierno pero no puede mandarnos ahí, ni destruirnos. Sólo Dios puede hacerlo.
También dijo Jesús: "¿Qué provecho sacará el hombre con ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si pierdes tu alma, lo perdiste todo, porque los bienes son muchos, pero el alma es una sola. Además el bien que pudiste ganar a cambio de tu alma dura muy poco. En cambio tu alma es eterna.
Antes Él había dicho: "Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, la encontrará". (Mt 16:25). Esa es la gran promesa de Jesús. Lo que tú estés dispuesto a renunciar por mantenerte fiel a Jesús, inclusive la vida, lo recuperarás mil veces aumentado, multiplicado, en este mundo, o en el otro.
Dios premió la fidelidad de Daniel y de sus compañeros haciendo que ellos encontraran gracia con el funcionario que se encargaba de ellos; haciendo que no se demacraran, como temía el tutor, por el hecho de comer sólo legumbres, y otros alimentos permitidos a los israelitas (Dn 1:12-15); y, por último, los premió dándoles más sabiduría que a los otros jóvenes de su edad (Dn1:19,20), de tal manera que destacaran temprano sobre los demás del grupo. Porque dice el texto sagrado que el rey se mostró satisfecho con ellos y los convirtió en sus consejeros.
Ser fieles a Dios conlleva un precio, pero trae consigo también una recompensa. Por de pronto, mayor sabiduría y autoridad. Puede haber sacrificios que afrontar, esto es, renunciar a los premios que da el mundo a los que se doblegan; y puede haber peligros que sortear, incluso el de arriesgar la vida; pero, al final, Dios nos premia y su recompensa tiene mucho mayor valor que las satisfacciones transitorias que ofrece el mundo.
En última instancia, aunque al principio te critiquen o se burlen de ti, al final te admirarán por la solidez de tus principios, y de tu carácter, te elogiarán públicamente. Porque no hay mucha gente incorruptible en el mundo, y esos pocos terminan siendo admirados y premiados hasta por aquellos que los criticaban.
Pero el mayor premio que puedes obtener es la paz de una conciencia tranquila, de un sueño imperturbado. Si hubieras consentido en lo que te proponían, si hubieras aceptado el soborno ¿cómo te hubieras sentido? ¿Estarías contento de ti mismo? Y si el asunto llegara a ser público ¿con qué cara mirarías a tus hijos que veían en ti a su modelo?
Nota: Debemos admitir con vergüenza que estas cosas suceden con frecuencia en nuestro poder judicial, y no sólo porque alguien bien situado lo ordena, sino también porque se ofrece una atractiva recompensa dineraria.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle a Dios perdón por ellos, a la vez que lo invitas a entrar en tu corazón y a ser el Señor de tu vida.

#1014 (04.02.18). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).  

viernes, 26 de marzo de 2010

PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO II

Después de haber mencionado los peligros que esconde el amor al dinero, terminé mi charla anterior preguntando ¿cuál debe ser la actitud del cristiano frente al dinero? Vamos a tratar de contestar a esa pregunta.

En su primera epístola a Timoteo San Pablo escribe que "el amor al dinero es la raíz de todos los males." (1Tm 6:10) No escribe que el dinero sea la raíz de todos los males, sino el amor al dinero. El dinero en sí es neutro. Es un instrumento indispensable para la vida, sin el cual la vida urbana, la vida de la sociedad, sobre todo en las ciudades, sería imposible.

Hemos visto, sin embargo, cómo el dinero, en virtud de su capacidad de permitirnos adquirir cosas, y del poder que otorga, se convierte para el hombre en un fin en sí mismo. Y hemos visto también cuáles son las variadas motivaciones por las cuales el hombre busca tener y acumular dinero, y hace del dinero un ídolo, al que puede llegar a sacrificar todo. El afán de poseerlo distorsiona las prioridades humanas y distorsiona nuestra escala de valores morales. Por amor al dinero el hombre se convierte en enemigo del hombre y es capaz de cometer los actos más atroces. San Pablo tenía pues razón al denunciar al amor al dinero como la raíz de todos los males.

Ahora bien, aun reconociendo que las cosas sean como hemos descrito, puesto que el dinero es indispensable para vivir, ¿existen motivaciones justas para desear tener dinero? ¿Existen razones justas para desear adqurirlo sin que se nos convierta en un ídolo?

Sí las hay. El hombre equilibrado, el cristiano, tiene sobradas razones buenas para desear ganar dinero, e incluso, para llegar a ser una persona adinerada. ¿Cuáles son?

En primer lugar, y esto es obvio, para no pasar necesidad. Es necesario tener el dinero requerido para comer, para vestirse y tener un techo.

En segundo lugar, y esto es muy importante, para dar a nuestra familia una vida decorosa, digna. El hombre que tiene esposa e hijos tiene el deber de proveer no sólo a su sustento, sino que debe proporcionar a sus hijos una buena educación que les permita enfrentar los retos de la vida más adelante; debe atender a su salud, proporcionarles oportunidades de sano entretenimiento, etc., es decir, todas aquellas cosas que constituyen una vida equilibrada. San Pablo dice que el creyente que no provee para los suyos es peor que un incrédulo (1Tm 5:8).

Una excelente motivación para tener más dinero en exceso de lo indispensable es para dar a los que no tienen. La palabra de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento recomienda en muchos pasajes acordarse de los menos favorecidos y proveer a las necesidades del prójimo que carece de las cosas más elementales.

Jesús llegó incluso a decir que lo que hagamos por el pobre, se lo hacemos a Él (Mt 25:40). Es como si Jesús se disfrazara de pobre y nos visitara para darnos oportunidad de manifestar nuestro amor por Él con hechos prácticos, mostrándoselo al pobre. Tengamos pues mucho cuidado en cómo tratamos al necesitado, incluso cuando nos sea odioso, pues podría ser Jesús mismo quien nos extiende la mano.

Pero es también una buena motivación la del empresario que, por amor a su país, desea hacer empresa para crear riqueza y dar trabajo a las masas desempleadas. Dios ha levantado a muchas personas del mundo, creyentes e incrédulos, que no son concientes de que Dios las utiliza con ese fin. Porque Dios ama a su creación, ama a todos los seres humanos que ha creado y se ocupa de su bienestar.

Por último, una motivación muy recomendable para tener dinero, es la de desear contribuir a la expansión del Evangelio en el mundo. La obra de Dios no puede realizarse sin dinero para subvencionar la impresión de biblias baratas, sin dinero para enviar misioneros, sin dinero para sostener iglesias, o para pagar el sueldo de los pastores y ministros del Evangelio; para pagar espacios en la radio y en la televisión; para publicar revistas, periódicos y libros que lleven el mensaje a los puntos más lejanos de la tierra, etc., etc. Tantas cosas que se hacen con dinero. ¡Benditas las manos que lo proveen!

Y no estoy hablando aquí del diezmo. Lo he tratado en otra oportunidad y no voy repetir lo dicho en su momento. Sin embargo, quisiera hacer anotar que nosotros no estamos bajo la ley del diezmo sino bajo la gracia de la promesa. No obstante, el principio del diezmo sigue siendo válido en nuestros días y Dios lo usa para el sostenimiento de las iglesias y de su obra, así como para bendecir a los que lo practican fielmente.

Pero aún queda otro terreno por explorar. El episodio del diálogo de Jesús con el joven rico es sumamente intrigante porque plantea la cuestión de las riquezas en una forma que es contraria a la concepción corriente. Ese joven tenía un deseo sincero de buscar a Dios y lo había demostrado desde niño cumpliendo fielmente los mandamientos. La Escritura dice que Jesús lo miró con amor y le dijo: "Una cosa te falta. Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme" (Mr 10:21).

Sobre la base de este pasaje se ha sostenido a veces que toda persona que posea dinero y que quiera seguir a Jesús, debe desprenderse de todo lo que tiene y dárselo a los pobres. Pero este joven es la única persona en los evangelios a la que Jesús le pide un sacrificio semejante. No es una exigencia que Jesús plantee a todos. ¿Por qué se la hace Jesús a ese joven?

Precisamente porque Jesús lo mira con amor, porque ve en él la capacidad de ir más lejos que el simple cumplimiento fiel de los mandamientos.

Jesús vio en él la capacidad de convertirse en un discípulo suyo, como lo eran los apóstoles; vio el potencial de una vida totalmente consagrada a Él. Pero para que pudiera comprometerse de esa manera, al joven le era necesario primero renunciar a sus riquezas. ¿Por qué motivo?

Los apóstoles, sabemos bien, habían abandonado todo: casa, familia, oficio y posesiones (Mr 20: 28,29). Pero fijémonos en que, aunque ellos no eran indigentes, tampoco eran ricos, salvo quizá Mateo, que había sido cobrador de impuestos (Mt 9:9). Con esa posible excepción no tuvieron ninguna riqueza que abandonar. Por eso les fue fácil en cierto sentido seguir a Jesús.

Pero ese joven sí la tenía y su dinero era para él un tropiezo. Era algo que lo retenía. Él hubiera querido hacer ambas cosas: seguir a Jesús y, al mismo tiempo, conservar sus posesiones. Pero eso no hubiera sido posible, porque hubiera tenido entonces dos tesoros, uno en el cielo y otro en la tierra; hubiera tenido dos señores, su Maestro y sus riquezas, y su corazón habría estado dividido.

Jesús le dijo al joven rico que vendiera todo lo que tenía porque su corazón estaba atado a sus riquezas. Si quería realmente seguirlo tenía que deshacerse de esa atadura y ser libre. Es un hecho innegable que los bienes materiales se interponen entre Jesús y nosotros. Desvían y atraen nuestro corazón. Anclan nuestro corazón en lo terreno. Nos impiden entregarnos totalmente a Dios.

Pero Jesús no le pidió a Pedro que vendiera sus posesiones, su lancha para pescar, y sus redes . Cuando Jesús murió, Pedro y sus compañeros volvieron a su oficio de pescadores, porque no habían vendido todo (Jn 21:1-14). Jesús no se los exigió, posiblemente porque vio que su corazón no estaba preso, y quizá también porque previó que en algún momento podrían necesitarlo (Nota 1).

Pero a algunas personas Jesús sí les pide que se desprendan de todo. Se lo pide porque desea verlos totalmente libres de ataduras y porque desea utilizarlos sin trabas. De hecho, nadie puede seguir a Jesús a tiempo completo y tener su mirada puesta en preocupaciones materiales. De ahí que Pablo diga que el que anuncia el Evangelio debe vivir del Evangelio (1Cor 9:14). (2)

Pero a las personas que tienen responsabilidades familiares o que ocupan determinadas posiciones en el mundo donde Dios quiere usarlas, Dios no les pide que se desprendan literalmente de todo, porque, si lo hicieran, no podrían atender a las necesidades de los suyos y tampoco podrían serles útiles ahí donde Dios quiere usarlos.

A esas personas lo que Dios les pide es que "si tienen esposa, sean como si no la tuvieran...si compran, sean como si no poseyesen; y si disfrutan de este mundo, como si no disfrutaran; porque la apariencia de este mundo pasa." (1Cor 7:29-31). En suma, que su corazón no esté apegado a las cosas materiales, sino que gocen sanamente de ellas sabiendo que son pasajeras y que algún día tendrán que dejarlas.

Esa es la actitud que debe tener el cristiano, el discípulo de Cristo, frente al dinero. Adquirirlo y poseerlo en la medida en que es necesario para sí y para los suyos; reconociendo que él no es el dueño de las riquezas, sino tan sólo su administrador; sabiendo que algún día dará cuenta del buen o mal uso que hizo de ellas; contentándose con lo que tenga, mucho o poco (Hb 13:5; Pr 30:8,9), si con ello satisface sus necesidades legítimas y cumple los propósitos de Dios para él. Es decir, tener dinero con desprendimiento, sin poner en él el corazón. De esa manera el dinero no le será piedra de tropiezo sino, al contrario, un medio para servir a Dios y bendecir al prójimo.

Quisiera terminar estas reflexiones saliéndome, si me lo permiten, un poco del tema, para mostrar cómo el episodio del joven rico encuentra aplicación en aspectos de nuestra vida que tienen poco que ver con el dinero en sí mismo. Hace unos días me despertó como de costumbre el despertador a las 6 a.m. Esa noche no había dormido bien y, además, hacía frío. De manera que tenía pocas ganas de levantarme para orar. Entonces le dije mentalmente al Señor: "Discúlpame, si me quedo a orar en cama". Pero algo dentro de mí no me dejaba tranquilo: Yo no era capaz de desafiar el frío de la mañana y el cansancio para ponerme de pie a orar, como suelo hacerlo, pero Jesús sí fue capaz de enfrentar todo el sufrimiento de la cruz, la sed y el agotamiento, y beber hasta la última gota el cáliz de su muerte para salvarme... Era Jesús quien me lo estaba recordando. En ese momento me acordé del episodio del joven rico a quien Jesús pidió que vendiera todas sus posesiones y lo siguiera. Y porque no pudo desprenderse de ellas no siguió a Jesús y volvió atrás. Yo sentí que Jesús me decía: "Toma tu cruz y sígueme; afronta el frío y el cansancio para estar conmigo un rato y que hablemos al pie de la cruz." Pero yo le contesté: "Señor, ahora no puedo, estoy tan bien aquí arropado, no puedo desprenderme del calor de mis frazadas. Discúlpame. Otro día te seguiré." ¿Qué recompensa me habré perdido?

Hay varias maneras de seguir a Jesús. Unas más costosas que otras. En unas la corona que nos espera es grande y gloriosa; en otras, pequeña y de poco brillo. A nosotros nos toca escoger. (22.7.01)

Notas: 1: Hay quienes interpretan el hecho de que los apóstoles hubieran vuelto a la pesca después de la crucifixión, como si hubieran vuelto al mundo. Pero yo creo que esa es una interpretación injustificada, que es manifestación de un espíritu de juicio que se ha infiltrado en la iglesia. Ellos volvieron a sus redes porque ya no estaba Jesús presente todo el tiempo con ellos y no tenían otro a quién seguir. Todavía no había descendido el Espíritu Santo para enviarlos a predicar el Evangelio. ¿Qué iban a hacer? Volver a sus ocupaciones y esperar, como Jesús les había dicho.

2. Hay, sin embargo, el peligro de que los que viven del Evangelio, habiendo renunciado a todo, lleguen a tener posesiones, y que su corazón se apegue a ellas y al lujo (1Tm 6:6-8).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

NB. Este artículo, que fue publicado por primera vez en julio de 2001, sirvió de base para la segunda de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico en febrero pasado.
#618 (14.03.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO I

Poderoso caballero es don Dinero, reza el dicho (Nota 1). El tema del dinero es muy importante e interesa a todo el mundo, tanto al que le sobra como al que le falta. Nosotros dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo, quizá la mayor parte del día, a hacer dinero trabajando. Lo ganamos a costa de mucho esfuerzo, sudor y lágrimas pero lo gastamos rápido. Este contraste entre la dificultad de ganarlo y la facilidad para gastarlo es una de las características más singulares del dinero, que más delicado hacen su uso y que más nos revelan el misterio de su naturaleza.

Cuando tenemos dinero nos sentimos bien. Cuando nos falta, estamos angustiados, tristes. El dinero es la píldora tranquilizante más efectiva, el elixir de la felicidad más buscado.

Hay quienes están dispuestos a matar por dinero (los asesinos a sueldo, o los mercenarios, por ejemplo). Otros arriesgan su vida por ganarlo (los acróbatas de circo, los corredores de autos, los toreros y tantos otros). Sin llegar a esos extremos, muchos arruinan su salud, su felicidad, y sacrifican a su familia por dinero.

¿Qué tiene el dinero que tanto nos atrae? Dicen que el dinero todo lo compra, menos la felicidad. Con dinero se compran medicamentos, mas no la salud. Se compran amigos, mas no la amistad. Se compran caricias, mas no el amor. Se compran libros, mas no la sabiduría. Se compran títulos nobiliarios, mas no la nobleza de espíritu. Se compran maquillajes, mas no la belleza.

Para el que no lo tiene el dinero es una llave que le abriría todas las puertas, las puertas del castillo encantado de las maravillas detrás de las cuales se encuentra, según cree, todo lo que desea, todo lo bueno que la vida ofrece. Y para el que lo tiene ya, el dinero es la póliza que le asegura que va a continuar gozando de los beneficios que posee y sin los cuales se sentiría perdido.

Poderoso caballero es don Dinero. La Biblia tiene mucho que decir acerca del dinero. Jesús habló bastante de él. Por ejemplo, al explicar a sus discípulos el sentido de la parábola del sembrador, les dice: "Lo que fue sembrado entre espinas, es el que oye la palabra, pero los afanes de este mundo y el engaño (o la seducción) de las riquezas, ahogan la palabra y queda sin fruto" (Mt 13:22).

¿En qué consiste el engaño de las riquezas? En sobrevalorarlas, en poner nuestra confianza en ellas. En creer que todo se obtiene con ellas. En creer que son permanentes.

El libro de Proverbios dice al respecto: "Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación." (18:11) ¡Qué bien dicho está! En su imaginación. El rico se imagina que su dinero es una muralla que lo protege de los vaivenes de la vida y le da seguridad. Pero ¡oh iluso! no sabe cuán fácilmente se derrumba esa muralla y lo deja desprotegido.

¡Cuánta gente ha perdido su fortuna súbitamente y se queda en la calle, por la quiebra de un banco, o por un krach en la bolsa! De millonario pasa a pordiosero. Ha habido casos famosos. Un cambio en la política económica, una devaluación súbita, un vuelco en la tendencia de las tasas de los intereses, una guerra, etc. He ahí tantos factores que empobrecen inesperadamente a la gente.

Pero también la gente pierde su dinero lentamente sin que pueda hacer nada para impedirlo. Eso pasó en nuestro país hace algunos años, en que la recesión llevó a la ruina a muchas empresas y obligó a cerrar muchos negocios. Sus dueños perdieron su principal fuente de ingresos y estuvieron en peligro de perder sus casas, hipotecadas a los bancos; tuvieron que sacar a sus hijos de los buenos colegios en que estaban; dejaron de pagar la cuota de los clubes a los que pertenecían y se vieron excluidos; e incluso, algunos se vieron obligados a vender poco a poco sus pertenencias para comer.

El proverbio anterior al que acabamos de citar dice: "Torre fuerte es el nombre del Señor; a él correrá el justo y será salvo." (18:10) Es interesante que ambos versículos estén colocados juntos. Como para indicarnos que hay una oposición entre poner nuestra confianza en el dinero y ponerla en Dios. Si la pones en uno, descuidas al otro.

Por eso Jesús dijo: "Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o se adherirá a uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6:24). Aquí las palabras claves son: "servir" y "señores". El que vive sólo para hacer dinero es gobernado por el dinero. El dinero es el señor a quien sirve. Hace del dinero su dios y le adora. En consecuencia, se aleja del Dios verdadero.

Hay una diferencia crucial entre tener dinero y que el dinero lo tenga a uno. Muchos creen tener dinero sin darse cuenta de que, en realidad, en su caso, es al revés, el dinero los tiene a ellos. El dinero los tiene atrapados en una cárcel de oro. El dinero les es una piedra de tropiezo.

El dinero corrompe las conciencias. Con él se compra a los jueces; se silencia a los testigos; sobornando se ganan licitaciones; ofreciendo comisiones se consiguen contratos...

Pero el dinero no sólo corrompe las conciencias ajenas. Corrompe también la nuestra. Por ganar más dinero vendemos mercadería en mal estado; subimos en exceso los precios, pagamos bajos sueldos; privamos de sus derechos a los indefensos...

Ese es el motivo por el que muchos no quieren ni oír hablar de Dios, para que no les remuerda la conciencia y los deje tranquilos. Si le escucharan tendrían que cambiar sus tácticas comerciales. Aman más al dinero que a sus almas. Por eso fue también que Jesús dijo que era muy difícil que los ricos se salven (Mt 19:23).

Poderoso caballero...¡No, temible caballero es don Dinero!

Es temible porque empuja a la gente a hacer cosas terribles. Pensemos no más en los jóvenes que se prestan para hacer de correos de la droga. Los llaman "burriers". Por un puñado de dólares pasan meses, años en la cárcel.

O pensemos en los asaltos a los bancos, en los secuestros. ¿Qué empuja a los delincuentes a cometer esos delitos? ¿La fama? ¿El afán de aventuras? No. Simplemente tener dinero.

San Pablo escribió a Timoteo: "Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y engañosas, que hunden a los hombres en ruina y perdición. Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, y por codiciarlo, algunos se extraviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores." (1Tim 6:9,10)

El deseo de la riqueza puede convertirse en un lazo que de repente nos ajusta el cuello. ¡Cuántas codicias necias despierta en la gente tener dinero! ¡Cuántos placeres se pueden comprar, en los que nunca pensaríamos si no tuviéramos dinero! A veces lo que compra la gente se convierte en una trampa mortal.

Conocí a un padre que le compró a su único hijo una pistola para matarse. Bueno, no fue exactamente una pistola, sino un auto deportivo, último modelo, que hacía el furor de las chicas. Al mes de comprado el muchacho se mató en la carretera. El padre se enfermó y murió de pena. Más le hubiera valido no tener dinero para comprarle el carro. Los dos estarían vivos.

¡Cuántas locuras inspira el dinero! ¡Cuántos se extravían de la fe en su afán por volverse ricos y son luego traspasados de dolores! El dinero mata a millares. Mejor dicho, por el dinero se mata la gente. Si nos presentaran a una persona que ha cometido terribles crímenes ¿le estrecharíamos la mano? Sin embargo, al dinero que mata a montones, lo estrechamos entre las manos, lo acariciamos.

Pero fíjense en que San Pablo no dice que el dinero sea la raíz de todos los males, sino el amor al dinero. El dinero en sí es neutro. Sirve tanto para el bien como para el mal. Y es indispensable.

¿Porqué amamos tanto al dinero? Porque nos permite tener cosas que hacen agradable la vida y nos dan la ilusión de felicidad. Nos permite vivir mejor, comer mejor, vestirnos, pasearnos, viajar. Y eso nos gusta a todos.

Nos permite codearnos con la buena sociedad. Atraer amigos. El muchacho que tiene un carro nuevo y es generoso, atrae a multitud de admiradores y es el favorito de las chicas. En cambio, al pobre, dice la Escritura, ni sus hermanos quieren verlo (Pr 19:7).

El dinero da poder, da influencia (2). Todo el mundo respeta al rico; le cede el paso. La Escritura dice que cuando habla el rico, aunque diga tonterías, todos callan (3). Pero al sabio, si es pobre, nadie le hace caso (Ec 9:15,16).

El dinero da seguridad frente a los acontecimientos adversos, nos protege de las catástrofes. Si me enfermo, me permite pagar el mejor tratamiento. Y si muero, mis deudos me darán el más lujoso entierro.

En cuanto a las catástrofes, todos hemos visto las imágenes. Cuando hay una inundación o un terremoto, son los pobres los que más sufren. Los ricos están protegidos, o volaron a tiempo.

Es natural que la gente quiera tener dinero. Sólo un loco o un santo lo desprecia. Pero, ¿y el cristiano? ¿Qué actitud debe asumir el cristiano frente al dinero? ¿Hay un deseo justo, sano de tener dinero? Sobre eso hablaremos otro día. (15.7.01).

Nota 1: Esa frase es el título de una conocida letrilla satírica del poeta español del siglo XVII, Francisco de Quevedo. Reproduzco las dos primeras estrofas:

Madre, yo ante el oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado.
Pues de puro enamorado
De continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir a España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso aunque fiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

(El doblón era una moneda de doble peso. Se dice que el oro es enterrado en Génova porque era una ciudad de banqueros).

2. De hecho, las tres cosas van juntas. El que tiene cualquiera de ellas puede adquirir las otras dos.

3. En el libro apócrifo (o deuterocanónico) Sirácida: 13:25-29, se contrasta con ironía la diversa manera cómo el mundo trata al rico y al pobre.

NB. Este artículo fue publicado por primera vez en julio de 2001. Sirvió de base para la primera de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico la semana pasada.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


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