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martes, 9 de enero de 2018

EL QUE PROCURA EL BIEN BUSCA FAVOR

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL QUE PROCURA EL BIEN
Un Comentario de Proverbios 11:27-31
27.El que procura el bien busca favor; mas al que busca el mal, éste le vendrá.”
El que busca el mal (para otros) lo verá caer sobre su propia cabeza, como aquel que fue atrapado en la red que tendió a su enemigo. Pero el que procura siempre el bien de otro, verá que lo cosechará también para sí.
En suma, cada cual recibe lo que busca, pero el que busca el mal ajeno, lo recibirá en cabeza propia, si no inmediatamente, en algún momento inesperado, y probablemente no entenderá por qué le viene.
Este proverbio podría leerse así: El que procura hacer el bien, busca favor (es decir, recompensa) para sí, (las palabras subrayadas no figuran en el texto, pero están implícitas) sea porque se gana la buena voluntad de otros que ven su conducta, sea porque recibe de vuelta el bien que hizo al prójimo.  Mientras que el que procura hacer el mal a otros, lo recibe él mismo, porque en algún momento sufrirá las consecuencias. La idea es que cada cual cosecha lo que siembra.
La noción que subyace el mensaje de este proverbio es que el hombre está siempre activo; nació para hacer cosas y no puede estar ocioso. Todos tienen un propósito que alcanzar en la vida. Todo el que busca diligentemente el bien, se levanta temprano y se pone sin tardar a la obra, logrará el fin que se propone. No obstante, el malvado trabaja también con ahínco para alcanzar su objetivo, y a veces lo hace con más diligencia que el bueno, porque Satanás lo impulsa. Pero aunque él pueda causar mucho daño a otros, a la larga, él será el más perjudicado, si no en esta vida, en la otra.
Nosotros debemos esforzarnos por ser útiles, a nosotros mismos, para empezar, y luego para otros, esto es, a los nuestros y a la sociedad. Hemos recibido dones y talentos con ese fin, para que los desarrollemos y seamos fructíferos. ¡Cuántos hombres y mujeres han beneficiado a la humanidad con sus inventos y descubrimientos! Hoy nos podemos comunicar con la velocidad de un rayo de un extremo a otro de la tierra (lo que antes tomaba meses), y muchas enfermedades, antes incurables, han encontrado un tratamiento efectivo. Estos son ejemplos prácticos de la verdad contenida en este proverbio. Pero también ¡cuánto daño han hecho al mundo los malvados que obtienen poder, sea económico, mediático o político! Pero unos y otros, los que buscan el bien, y los que buscan el mal, cosecharán las consecuencias de sus actos. Del Señor Jesús se dice que Él anduvo haciendo siempre el bien y sanando enfermos y a los oprimidos por el diablo (Hch 10:38). ¡Que Él sea nuestro modelo!
28. “El que confía en sus riquezas caerá; mas los justos reverdecerán como ramas.”
En este proverbio de paralelismo antitético está implícita la noción de que el justo
confía en Dios.
La juventud y la frescura en la edad avanzada son la recompensa anhelada del justo que busca en todo servir a Dios.
Las riquezas son buenas para muchas cosas, pero no para comprar la vida eterna. En el vers. 4 se dice: “Las riquezas no aprovecharán en el día de la ira”, ni nadie puede comprar años adicionales de vida con su dinero, pero su rectitud le permite al justo alargar su vida, reverdeciendo como lo hacen las ramas.
Cuando yo fui invitado hace algunos años a dar un ciclo de diez conferencias sobre el matrimonio en una iglesia evangélica en Tacna yo estaba asustado ante el reto de hablar diez veces ante la misma congregación sobre un mismo tema en el curso de una semana. Temía que después de la tercera o cuarta sesión ya se aburrirían de escucharme. Como yo no confié en mí mismo, esto es, en mis conocimientos y experiencia, sino en la ayuda de lo alto, Dios suplió abundantemente mi insuficiencia, dándome incluso más temas y material de lo que necesité. No sólo no se aburrieron de escucharme sino que me invitaron para regresar el año siguiente para un ciclo de conferencias semejante. No digo esto para jactarme sino para dar testimonio de cómo Dios viene siempre en nuestra ayuda cuando confiamos no en nosotros mismos sino en Él.
El que pone su confianza en las riquezas cree que no necesita de Dios. Pero llegará el día en que constatará que su dinero no le ayuda para enfrentar ciertas situaciones, sobre todo si se ha apartado de Dios. Por eso muchas personas pudientes acuden a brujos y astrólogos o videntes, en la esperanza de que los puedan ayudar. En esos casos lo más frecuentes es que sus problemas se agudicen en vez de mejorar, porque al acudir a esa gente, le abren la puerta al diablo, que no descuidará la oportunidad para atormentarlos. ¡Cuántos suicidios se producen como consecuencia de circunstancias semejantes! Esas personas ciegas sufrirán mucho mientras no descubran que la solución de sus dificultades no está en los hombres, sino en Dios.
En otro lugar Proverbios nos advierte contra la necedad de poner su esperanza en las riquezas: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque les brotarán alas como alas de águila, y volarán al cielo.” (23:4-6) De este texto quiero destacar las palabras que advierten contra la volatilidad, o incertidumbre, de las riquezas. Hay muchos que se acostaron ricos, pero que se levantaron pobres. En verdad, las riquezas tienen alas.
Nótese que este proverbio no contrasta al impío con el recto, sino a éste con el que confía en sus riquezas. ¿Podemos llamar impío a ese hombre por este hecho? No, ciertamente. Más bien, lo llamaremos iluso o necio, aunque es cierto que muchas veces las riquezas se alcanzan por medio vedados, o perjudicando a otros. Muchos empresarios no tienen escrúpulos y, por su dinero, gozan de impunidad.
Pero, de otro lado, ¿quién negará los beneficios que traen las riquezas al que las posee? Por eso es que todos anhelan poseerlas y se esfuerzan por adquirirlas. Permiten gozar de grandes satisfacciones en esta vida, pero no compran la paz de conciencia, ni garantizan la buena salud, ni la amistad sincera de los que los rodean, sino un amor interesado, como dice un proverbio: “Muchos son los que aman al rico.” (14:20b).
Tampoco compran la entrada al cielo. Más bien, pueden cerrarla (Sal 49:6-8). Jesús posiblemente estaba pensando en este proverbio cuando dijo: “¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en sus riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.” (Mr 10:24,25).
Y por eso mismo exhortó Pablo a su discípulo Timoteo a advertir a los ricos que no pongan su “esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo.” (1Tm 6:17). Y añadió: “que sean ricos en buenas obras.” (vers. 18; cf Sal 52:6,7; 62:10c). No les vaya a ocurrir lo que al rey Uzías, que cuando se enriqueció, se ensoberbeció, y le fue infiel a Dios. Como consecuencia enfermó de lepra y tuvo que ser apartado del trono (2Cro 26:16-21).
O peor aún, como ocurrió con el pueblo de Israel, que “cuando adquirió riquezas, abandonó al Dios de su salvación”, sirviendo a dioses ajenos (Dt 32:15,6).
En el evangelio de San Juan, Jesús nos plantea el ejemplo de dos clases de ramas de vid, o pámpanos: el de las ramas que perseveran unidas al tronco y, por tanto, dan mucho fruto, y el de la rama que no permanece unida a la vid, y que no da fruto, y en consecuencia, es cortada y echada al fuego. La diferencia entre una y otra rama es que una permanece en Cristo, y la otra no (Jn 15:4-6). El secreto es pues permanecer en Cristo.
Puede haber etapas de sequedad y esterilidad, como sucede durante el invierno, pero cuando retorna la primavera la rama reverdece y se llena de fruto (Jr 17:8), “como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae…” (Sal 1:3), “cuyo fruto será para comer y su hoja para medicina.” (Ez 47:12).
¿No hemos visto nosotros casos de hombres justos que con su ejemplo y su palabra han alimentado a otros  y los han estimulado a seguir el camino del bien? Ellos no pusieron su confianza en las riquezas materiales o intelectuales, sino en Dios, que los enriqueció con sus dones y talentos y los equipó para ministrar a otros (Rm 12:6-8).
El Venerable Beda (673-735) comenta: “El que no piensa en el futuro (esto es, en los bienes futuros) porque anhela los bienes presentes, al final carecerá de ambos.”
29. “El que turba su casa heredará viento; y el necio será siervo del sabio de corazón.”
Aquí hay dos preguntas que hacerse: 1) ¿Qué relación hay entre los dos esticos del proverbio? No es muy evidente; y 2) ¿Qué es turbar su casa?
La relación es, sin embargo, si se observa bien, bastante transparente: (1) el que perturba su casa y el necio son la misma persona. El sabio no turba su casa. (2) Heredar viento es lo mismo que empobrecer, lo que lleva al necio a ser siervo del sabio, que entra en posesión de los bienes del necio. Los papeles se invierten. Sabiduría y necedad producen a la larga frutos opuestos. Podemos reformular el proverbio de esta manera: El que turba su casa empobrece, y termina sirviendo al sabio que se enriquece con lo que él pierde.
Turbar su casa puede tener varios significados emparentados. Turba, o desordena, su casa el que hace constante gala de mal carácter, o está siempre amargado; el que crea rivalidades entre sus miembros; el que conspira contra la estabilidad y unión de su familia mediante la infidelidad; el que administra mal el patrimonio familiar; el hijo que contrista a su padre, etc.
El hecho de que hable de “heredar” hace pensar que el vers. se aplica más a los hijos que a los padres, pero “heredar” tiene con frecuencia el sentido simple de “recibir” (Pr.14:18; Mt.25:34; Mr.10:17; 1Cor.15:50; Ap.21:7). Es decir, el que turba su casa recibe él mismo los frutos de su inconducta. Un buen ejemplo de hijos que perturbaron su casa son Amnón y Absalón, hijos de David. Ambos murieron prematuramente y de manera trágica (2 Samuel 13 y 18). (Nota)
El segundo estico expresa una verdad que se cumple diariamente: el que actúa neciamente, de manera poco sabia, terminará sirviendo, o estando en una posición subordinada, respecto del que obra con prudencia y pondera bien las consecuencias de sus actos.
Como nos muestra el salmo 133 una familia unida por la gracia de Dios florece por las bendiciones que Dios derrama sobre ella, mientras que “toda casa dividida contra sí misma no permanecerá.” (Mt 12:25) Con frecuencia la impiedad o la avaricia, o la mala conducta del jefe de familia son una amenaza para el bienestar de su casa y puede de hecho causar mucho sufrimiento a los suyos (1Sm 25:17), que pueden terminar odiándolo.
En verdad, nadie puede descuidar el bien de su alma sin perjuicio de los suyos. Ciertamente priva a su casa de las bendiciones que trae la oración ungida y el buen ejemplo, pero cuánto bien hacen a los suyos los padres que les dan buen ejemplo de rectitud y de piedad. En cambio perturba neciamente a los suyos el que neciamente hace lo que su impiedad le inspira, y él mismo hereda el viento, como dice Oseas: “El que siembra el viento, cosecha tempestades.” (8:7a). Eso ocurrió cuando Koré y sus seguidores se levantaron en el desierto desafiando el liderazgo de Moisés: la tierra los tragó y descendieron vivos al Seol (Nm 16:31-33). Un destino trágicamente semejante corrió Acán que, por codicia, tomó un manto lujoso, y oro y plata, y lo escondió, violando la orden de destruir todo lo que se hallara en la conquista de Jericó, y que Dios había condenado al anatema. Cuando fue obligado a confesar su pecado, la congregación lo apedreó a él y a su familia, y quemó sus despojos (Js 7:1, 20-25).
Los hijos del anciano sacerdote Elí desoyeron la débil reprimenda de su padre que les reprochaba que profanaran la casa de Dios abusando de las mujeres que velaban  a la puerta del tabernáculo de reunión en Silo, para escándalo de todo el pueblo, pero él no los disciplinó como debía, por lo que Dios le anunció que retiraría a su linaje del sacerdocio y lo daría a otro que le fuera fiel (1 Sm 2:22-25; 27-36). Entre las palabras notables que figuran en este trágico episodio están éstas que pronunció Elí: “Si el hombre pecare contra el hombre, los jueces lo juzgarán; más si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él? (v. 25).
También turbó gravemente su casa Jeroboam, que hizo pecar a las diez tribus de Israel fundiendo dos becerros de oro para que los adorara el pueblo, en vez de ir a servir al Señor en Jerusalén, por lo que Dios hizo morir a toda su descendencia por mano de Baasa (1R 15:29,30).
30. “El fruto del justo es árbol de vida; y el que gana almas es sabio.”
Con sus palabras el justo gana a otros para el cielo. Por eso se dice que es árbol de vida.
El fruto del justo es, de un lado, su conducta; pero también las palabras con que enseña, aconseja y lleva almas a Cristo. Por eso es sabio para otros, en primer lugar, y también para sí (9:12a), porque no dejará de cosechar su recompensa. (Véase Sal.1:1-3).
El segundo estico podría ser el "motto" o lema de todas las organizaciones que hacen obra evangelística.
Toda la vida del justo, sus oraciones, su enseñanza, el ejemplo que da a los demás, la influencia que ejerce, todo ello es árbol de vida para su entorno, dice acertadamente Ch. Bridges. Los que lo rodean, familiares y amigos, se alimentan de ese fruto que él produce en abundancia. ¡Pero cuán distinta es la influencia del que vive de manera contraria! Es un veneno que corrompe la sangre y arrastra hacia al mal a muchos que lo admiran por sus logros mundanos. Pero ¿cómo será su final?
El justo es no sólo árbol de vida, sino que su boca es manantial de vida de la que fluyen palabras que conducen a la vida eterna (Pr 10:11). Por eso bien se afirma que el que gana almas es sabio. No hay mayor sabiduría que ésa, porque sus consecuencias son eternas. Es una sabiduría que beneficia a otros, pero también al que la posee, pues recibirá su premio en su momento. Es una sabiduría que no requiere de estudios, sino abrirse al Espíritu Santo.
Pero a nadie se puede aplicar mejor estas palabras que a Jesús, que con su muerte dio vida eterna a los que creen en Él y le obedecen. Todo el que quiera ser árbol de vida para muchos seguirá sus pasos, muriendo a sí mismo. Deberá tener una sed de almas como la que llevó a Jesús al pozo de Sicar, donde vino a buscar agua la samaritana, que no tenía idea del agua que iba a encontrar y que iba a beber de la boca de Jesús (Jn 4:1-42).
Como bien dice Pablo, “ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.” (Rm 14:7,8). Así también la esposa que gana para Dios a su marido incrédulo con su conducta casta y respetuosa (1P 3:1,2). Hay en la historia un caso notable de mujer que con su sabiduría y paciencia ganó a su esposo, el indomable rey franco Clodoveo, orgulloso vencedor de muchas batallas, pero que, gracias a ella, se rindió a los pies de Cristo.
31. “Ciertamente el justo será recompensado en la tierra; ¡Cuánto más el impío y el pecador!”
Este proverbio habla del sembrar y cosechar en esta vida. Según sea la semilla, será la cosecha. “El buen árbol –dijo Jesús- no puede producir un mal fruto.” (Mt 7:18), y viceversa. Hay una recompensa que se alcanza en esta vida, y una mejor que se recibe en la otra. Igual sucede con el impío, que segará en esta vida el fruto pernicioso de sus obras venenosas, y en la otra, si no se arrepiente a tiempo, el castigo perpetuo.
¡A cuántos ha librado la vara de corrección oportuna de una condenación cierta, haciendo que el descarriado enmiende sus caminos! Como dice Salomón: “La vara y la corrección dan sabiduría.” (Pr 29:15a) El justo no puede escapar del castigo temporal merecido si alguna vez le falla a Dios, como ocurrió con Moisés y Aarón, que no honraron a Dios en las aguas de Meribá. Por ello Dios les anunció que no introducirían a la congregación de Israel en la Tierra Prometida, sino que otro lo haría en su lugar (Nm 20:12)
Algo semejante sucedió con David, a quien Dios amonestó por su adulterio por boca del profeta Natán (2Sm 12:9-12). Y con Salomón, por haberse apartado del Dios verdadero cuando era viejo, y haber adorado a los falsos dioses de sus muchas mujeres y concubinas extranjeras, por lo cual Dios le dijo que le quitaría el reino, pero no en sus días, por amor de David, sino en el reinado de su hijo Roboam, al cual le dejaría una tribu. (1R 11:4-13).
La misericordia de Dios permite que el justo sea castigado por sus faltas en la tierra (Ecl 7:30), y no en el infierno, como merecería. Pablo escribe: “mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.” (1Cor 11:32).
Si el hijo es disciplinado (“Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” Hb 12:6), ¡con cuánta mayor razón lo será el pecador contumaz! Como escribe el apóstol Pedro, citando este proverbio según la versión de la Septuaginta: “Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?” (1P 4:18). “He aquí el día del Señor viene ardiente como un horno, y todos los que hacen maldad serán como estopa.” (Mal 4:1, según la Septuaginta).
Nota: El verbo heredar quiere decir no sólo recibir un bien como legado de los padres o de algún pariente, sino experimentar las consecuencias de los propios actos.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados, pidiéndole humildemente perdón a Dios por ellos.
#954 (04.12.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


viernes, 3 de octubre de 2014

LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL I
Un Comentario en dos partes del Salmo 133
Introducción: Según una tradición antigua este salmo habría sido compuesto por David para celebrar el fin de la guerra fratricida entre su casa y la casa de Saúl. Habiendo sentido los efectos negativos de la discordia, el pueblo unido estaba más sensible que nunca a las bendiciones de la reconciliación y de la paz. Pero este salmo forma parte de la serie de cánticos graduales (del 120 al 134) que el pueblo solía entonar mientras subía en peregrinación a Jerusalén con ocasión de alguna de las tres fiestas principales, en las que, según la ley de Moisés, todos los israelitas debían subir a Jerusalén. Pero por razones lingüísticas, se piensa que esos salmos fueron compuestos después del exilio, unos quinientos años después del rey poeta, y celebran el espíritu de unidad que reinaba entre los peregrinos. De modo que no hay seguridad acerca de la fecha de su composición. Pero es muy interesante que Dios ordenara que las doce tribus, que estaban diseminadas por todo el territorio de la Tierra Santa, se reunieran tres veces al año para ofrecer sacrificios en el templo de Jerusalén, donde estaba la presencia de Dios.
1. “Mirad cuán bueno y cuán deleitoso es habitar los hermanos juntos en unidad.” (Nota 1)
¡Mirad, qué cosa maravillosa y digna de admiración! Es algo pocas veces visto. No
dejen de verlo y examinarlo. Dios lo aprueba y a todos nos encanta.
El salmista emplea dos veces el adverbio “cuán” para expresar su asombro. No se conforma con describir lo maravilloso del espectáculo, sino que nos invita a admirarlo nosotros mismos. Es algo que no nos podemos perder.
No se contenta con llamarlo bueno, sino añade además que es deleitoso, como la conjunción de dos estrellas de gran magnitud.
Pero sabemos que muchas veces lo deleitoso no es bueno sino malo, peligroso. En este caso, sin embargo, es tan bueno como es delicioso.
Sabemos por experiencia cuántas veces las relaciones familiares son ocasión de tristeza por causa de las divisiones y rivalidades entre los hermanos, al punto que puede ser mejor que se separen, que no estén juntos para no pelearse. Eso lo vemos incluso en la Biblia.
No era bueno que los rebaños de Abraham y de Lot, aunque ellos se querían mucho, estuvieran juntos, porque los pastores de ambos tenían disputas por los pozos de agua y los pastizales, y por eso decidieron separarse (Gn 13:5-12).
No era bueno que Ismael e Isaac estuvieran juntos, porque el mayor hostilizaba al menor, y por eso Dios ordenó a Abraham que los separara despidiendo a Agar (Gn 21:9-14). Pero Dios no se olvidó de ella, cuando ella creía que moriría en el desierto de sed y hambre junto con su hijo, sino que envió un ángel para socorrerlos (Gn 21:9-21)
Uno pensaría que los hermanos, siendo de la misma sangre, deberían vivir en armonía pero, en la práctica, no siempre ocurre, porque intervienen otros factores que causan división entre ellos, sobre todo cuando se trata del reparto de bienes y de la herencia.
Pero el factor decisivo en la relación armoniosa de los hermanos es el amor que
los padres se tienen. Cuando ellos son unidos y se aman con un amor profundo y sincero, lo transmiten necesariamente a sus hijos, de modo que el amor que éstos se tienen es un reflejo del amor de sus progenitores. Pero si los padres no se aman, difícilmente los hijos se amarán. Al contrario, si los padres se pelean, los hijos tenderán a pelearse. De modo que es una obligación de los esposos amarse, para que sus hijos se amen.
Pero el segundo factor necesario es que los padres no muestren preferencia por ninguno de sus hijos, sino que los traten a todos por igual. Sabemos cómo la preferencia que Jacob tenía por su hijo José hizo que sus hermanos lo odiaran y buscaran su daño, vendiéndolo a unos comerciantes amalecitas que iban a Egipto (Gn 37). ¡Vender a su hermano como esclavo! ¿Quién haría eso? De ahí que la unidad y la armonía entre los hermanos sea una cosa admirable, porque no es frecuente.
Lo mismo debería ocurrir entre los parientes, y entre los que son hermanos en espíritu, como lo son los creyentes. Pero vemos que también entre ellos hay divisiones y rivalidades, como las ha habido en la historia, por motivos a veces doctrinales, o de jerarquía, o de autoridad y de estatus, pero, sobre todo, cuando hay bienes materiales de por medio. Satanás se gloría de las divisiones de la iglesia y las fomenta.
¡Qué triste es cuando los intereses materiales son causa de división en las iglesias! ¿De qué depende entonces en esos casos la unidad entre los hermanos? De la actitud de los pastores, de que ellos fomenten el trabajo conjunto y sean imparciales entre sus colaboradores, y que sean verdaderos padres para ellos, como ocurre en la iglesia a la que yo asisto.
La unidad y la armonía entre los creyentes es buena para ellos porque gozan de paz, y se alientan unos a otros en el progreso de la virtud; es buena para los recién convertidos, porque son edificados al ver la unidad que reina en la iglesia; y es buena para el mundo en general, porque cuando reina, dan un buen testimonio. En cambio, lo contrario, la falta de unidad, es perniciosa para todos, y da un mal testimonio ante el mundo.
Por eso es que Jesús pidió al Padre que sus discípulos de todos los tiempos fueran uno: “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” (Jn 17:20,21). Si Dios es uno, es bueno que los que le sirven lo sean también. Cuando no hay unidad entre los cristianos su testimonio se debilita.
También Pablo, por su lado, pidió que los hermanos fuesen de una misma mente y opinión (1Cor 1:10).
Pero los primeros cristianos eran también uno en el afecto: “Y la multitud de los que habían creído era de un corazón y de un alma; y ninguno decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en común.” (Hch 4:32). Incluso vendían sus propiedades, y traían el producto de la venta y se lo entregaban a los apóstoles.
La unidad es importante en todos los campos de la actividad humana, también en los países, como dijo Jesús: “Todo reino dividido contra sí mismo es asolado; y una casa dividida contra sí misma, cae.” (Lc 11:17).
Es como lo que ocurre en una orquesta, cuando hay unidad entre los diversos instrumentos, sean de cuerda o de viento, y aunque cada cual tenga para tocar una particella diferente con notas diferentes, pero sacadas de una misma partitura: el resultado es una dulce armonía que contenta el alma. ¡Pero qué desagradable es cuando no hay concierto entre ellos! El resultado es una desagradable disonancia que crispa los nervios.
Bien recalcan por eso las Escrituras que Dios no es autor de confusión sino de paz (1Cor 14:33). La paz es llamada con razón “la paz de Dios.” (Flp 4:7). Hay un salmo que pide que oremos por la paz de Jerusalén (Sal 122:6); pero yo entiendo que de pedirse no sólo por la paz en la ciudad misma, sino también por la paz en la Jerusalén espiritual, que es la iglesia,
Cuanto más estrecha sea la unidad, mejor será el fruto de ella. La unidad de los hermanos es algo bueno en sí mismo y es buena en sus efectos. Y es, además, deleitosa o agradable, en primer lugar para Dios. Siendo la Trinidad misma un modelo de unidad, ¡cuánto debe agradarle ver esa unidad reflejada en sus criaturas! ¿No se gozan acaso los padres en la armonía que reina en sus hijos, cuando se divierten y juegan juntos sin pelearse?
Es agradable, en segundo lugar, para nosotros, que nos beneficiamos de ella, pues los asuntos familiares caminan más próspera y fácilmente cuando reina la armonía entre los parientes. Y más bien ¡cuántas malas consecuencias trae lo contrario, incluyendo pérdidas económicas, cuando prevalece la contienda entre las familias! ¿Quiénes ganan con eso? Los abogados.
En tercer lugar, es buena para los que la contemplan y la admiran, pues no es una cosa común: “El que de esta forma sirve a Cristo es acepto por Dios y aprobado por los hombres” escribe Pablo (Rm 14:18).
La palabra hebrea naiyim, que es traducida como “deleitosa” o “agradable”, es usada tanto respecto de la armonía de la música, como de un campo de trigo pronto a ser cosechado, o como de la miel, cuya dulzura es opuesta a lo amargo de la hiel.
Si volvemos nuestra atención a la frase “habitar juntos”, observaremos que en países como los EEUU, donde existe una gran movilidad, cuando crecen los hijos las familias se separan pronto, porque ellos con frecuencia se van a vivir en ciudades o estados muy distantes unos de otros, sea por razones de estudio o de oportunidades de trabajo y, por ese motivo, los lazos familiares, o de amistad, no son muy fuertes, ya que la amistad se fortalece con la cercanía.
Pero antes de que la facilidad del transporte y la aparición del automóvil, que propició la aparición de los suburbios en torno de las ciudades (fenómeno que ocurrió también en nuestro país), la gente, los parientes cercanos y los amigos, solían habitar cerca unos de otros. Eso fue la regla durante siglos. La cercanía física fomentaba los lazos familiares y de amistad. En la Lima antigua, los parientes y los amigos vivían a pocas cuadras unos de otros, y eso fortalecía los lazos entre ellos. (2)
Pero sabemos también que puede ocurrir lo contrario, que la cercanía produzca roces, discusiones, peleas y rivalidad. ¿De qué depende uno u otro resultado? De lo que las personas tienen dentro de sí; de su carácter o personalidad; en fin, de quién reine en su corazón, Dios o el diablo.
Pero no nos hagamos la ilusión de que todos los cristianos sean santos. Algunos son contenciosos, porque el hombre viejo no ha muerto enteramente en muchos de ellos (Ef 4:22). El egoísmo, las ambiciones, el deseo de dominar a otros, producen desencuentros y conflictos aun entre los santos. Por eso podemos exclamar con toda razón: ¡Cuán bello, agradable y deleitoso es que los hermanos, los parientes y los amigos habiten en unidad y armonía! ¡Cuánto nos agrada a nosotros y cuánto más agrada a Dios!
Los lugares y ambientes donde reinan la unidad y la armonía que son fruto del amor entre hermanos, son bendecidos por la gracia de Dios. Él se complace en ellos porque se cumple el mandamiento nuevo que dio Jesús a sus discípulos: “Amaos unos a otros como yo os he amado”(Jn 13:34). Esa unidad supera las diferencias y rivalidades.
Conviene que nos detengamos un momento en la palabra “hermanos” (en hebreo aj). Esa palabra designa, en primer lugar, a los hijos de un mismo padre y madre, o a los que tienen un progenitor común. Pero en la antigüedad designaba también a los parientes cercanos, a los que estaban unidos por lazos de sangre y, por extensión, a los miembros de una misma tribu, que al principio no era otra cosa sino la ampliación del clan familiar.
Pero entre los cristianos designa a los que tienen por Padre al mismo y único Dios, y a Jesucristo como hermano mayor, y por eso nos llamamos unos a otros “hermanos”.
La palabra “hermano” puede tener un efecto casi mágico. En el episodio que hemos mencionado arriba de la disputa entre los pastores de Abraham y de Lot, que estaba a punto de agravarse, bastó que Abraham le dijera a su sobrino: “No haya ahora altercado entre nosotros dos, entre mis pastores y los tuyos, porque somos hermanos(Gn 13:8), para que Lot cediera y estuviera dispuesto a aceptar la solución equitativa de separación que le propuso su tío.
Notas: 1. La palabra yajad significa juntos o unidos, pero es traducida por algunas versiones como “armonía”. La diferencia de sentido no es grande.
2. Esa comunión puede darse también en nuestro tiempo pese a las mayores distancias, aunque sea más difícil, si usamos los medios que la tecnología pone a nuestra disposición, el teléfono y el Internet.
NB. Al escribir este artículo me he apoyado sobre todo en el comentario de Ch. Spurgeon y los de otros autores que él cita en su libro “El Tesoro de David”. Pero también me ha sido útil el libro de P. Reardon “Cristo en los Salmos”, así como los comentarios clásicos de M. Poole y M. Henry.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por todos tus pecados haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#847 (14.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 20 de febrero de 2013

JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS III


Por José Belaunde M.
JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS III
Un Comentario de Juan 17:18-26
18. “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.”
¿Cómo envió el Padre a Jesús al mundo? Como una víctima inocente y sin mancha, para cumplir un santo y recto propósito, una santa misión como mediador: la de reconciliar al mundo con Dios. Ahora que yo me voy, le dice Jesús a su Padre, yo los envío a ellos al mundo con el fin de continuar la obra que tú me confiaste, llevando tu mensaje hasta los confines de la tierra para que todos los que crean en él sean reconciliados contigo.
Los envío como tú me enviaste a mí, como corderos inocentes, incapaces de quebrar cañas cascadas y dispuestos a ser perseguidos por mi causa (Mt 5:11,12).
Ellos no son perfectos porque son humanos, y son falibles pero, auxiliados por tu Espíritu, se mantendrán fieles a la misión que les encomiendo, conscientes de los riesgos, de los peligros y de los sacrificios que su misión conlleva.
No los abandones ¡oh Padre! a los peligros que los asechan, sino guárdalos como yo hasta ahora los he guardado, y como tú a mí me has guardado hasta la hora del sacrificio supremo. (Nota 1)
Como yo he afrontado oposición, así también ellos la afrontarán. Como yo he confiado en ti, ellos también confiarán en tu protección, ¡oh Dios! que nunca defraudas al que en ti confía (Sal 22:5b).
Como tú me enviaste para que sea fiel a tu propósito y lo cumpla hasta el fin, así también yo los envío a ellos para que sean fieles a tu propósito y lo cumplan hasta el fin que tú reservas para cada uno de ellos.
Así como yo te he glorificado en todos mis actos y palabras, que ellos también te den gloria en todos sus actos y palabras.
19.  “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.”
Jesús acaba de pedirle a su Padre (v.17) que santifique a sus discípulos en la verdad, porque “tu palabra es verdad”. Ahora reitera ese pensamiento diciendo que Él se santifica a sí mismo para que ellos también lo sean en la verdad.
Pero ¿qué necesidad tiene Jesús de santificarse, esto es, de apartarse para Dios, si eso es lo que ha hecho su vida entera, y si Él es la verdad que santifica? Así como Él voluntariamente se sometió al bautismo de arrepentimiento de Juan sin necesitarlo, pero lo hizo para darnos ejemplo, de manera semejante Él, sin necesitarlo tampoco, pues no había huella de pecado en Él, se santifica a sí mismo en la verdad para ser ejemplo para sus discípulos que, siendo falibles, iban a necesitarlo después de su partida.
El proceso de santificación es un proceso continuo que sólo termina en el cielo. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de sus discípulos, santifiquémonos pues nosotros, consagrémonos a Dios cada día para que Él pueda usarnos.
Pero hay otro sentido de santificar que debemos considerar. El verbo griego hagiazó significa también “apartar” con un fin determinado. Así pues, en este
sentido, Él se aparta a sí mismo como víctima sacrificial para expiar los pecados del mundo (Hb 9:11-14).
20,21. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.”
Jesús extiende su oración más allá de sus discípulos presentes a aquellos que han de creer en Él después de su muerte y resurrección por la palabra que stos que están con Él les prediquen. ¿Cómo se difunde la fe en Cristo que salva? Por medio de la predicación. “La fe es por el oír y el oír por la palabra de Dios.” (Rm 10:17). No hay otro medio, aunque el testimonio de vida silencioso también puede tocar los corazones de la gente.
Jesús ora aquí por todos los que en los siglos venideros van a conformar su iglesia en todo lugar y nación (y eso nos incluye a ti y a mí); ora para que se mantengan unidos, porque sabe que la desunión cunde fácilmente entre los creyentes, como lo ha demostrado la historia, no sólo por opiniones discrepantes en temas de doctrina que pueden convertirse en diferencias irreconciliables, sino también a causa de rivalidades personales o de grupo.
Él pide que sus discípulos de todos los tiempos se mantengan unidos como Él y su Padre son uno, con el mismo grado de unidad indisoluble que hay entre ambos, que es fruto del amor; una unidad que sea más fuerte que todas las posibles discrepancias doctrinales que puedan surgir entre ellos, y que todas las diferencias de temperamento y de carácter.
La razón por la cual Jesús pide que haya unidad entre sus discípulos es porque la unidad es una condición necesaria para que el mundo crea en Él. (2) Porque ¿cómo ha de creer la gente en Él si sus discípulos están divididos y se pelean entre sí? Las divisiones en la iglesia son un escándalo ante el mundo y el más grande obstáculo para que la gente crea.
¿Y de dónde vienen esas divisiones? En la mayoría de los casos de la vanidad y del orgullo de los hombres que el diablo estimula sabiendo a qué conduce.
Por eso la primera obligación de los creyentes es mantener la paz y la unidad de pensamiento, como escribió Pablo: “Os suplico hermanos …que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer.” (1Cor 1:10). “La unión hace la fuerza” es una verdad demasiado conocida para ser ignorada. En cambio, como dijo Jesús en otro lugar: “Una ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.” (Mt 12:25).
Si toda la gente creyera que Jesús ha sido enviado por el Padre a la tierra, ¿no creerían todos en su mensaje y se salvarían? El secreto del éxito de la evangelización es que se crea que Jesús fue enviado por Dios.
Jesús dice que Él ora por los que han de creer. ¿No ora Él también por los que no creen? También ora por ellos para que se conviertan y crean. Los únicos por los que no ora son los condenados, porque es inútil hacerlo ya que su destino es inmutable.
22. “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.”
En este capítulo 17 Jesús menciona varias cosas que el Padre le ha dado. Ellas son las siguientes: En el v. 2 dice que le ha dado “potestad sobre toda carne”. En el v. 4, una obra por hacer. En el v. 6, discípulos, y lo repite en los v. 9, 11, 12 y 24. En el v. 8, palabras. En el v. 22, gloria, y lo repite en el v. 24. Son cinco cosas que tienen significados diferentes. ¿Qué cosa es la gloria que el Padre le ha dado a Jesús, y que Él ha dado a sus discípulos?
En el v. 4 Jesús le dice a su Padre que Él lo ha glorificado en la tierra haciendo su voluntad, cumpliendo la obra que le había encomendado. Pero enseguida (v. 5) Jesús le pide que lo glorifique al lado suyo con la gloria que tuvo desde el inicio.
En este vers. 22 “gloria” es el resultado, o el premio debido por cumplir la obra encomendada y, a la vez, el poder para llevarla a cabo haciendo sanidades, milagros y prodigios (Hch 4:30; 5:12,15,16; 8:13). En este versículo el tiempo pasado (“me diste”) tiene un significado, o proyección futura: Es la gloria que Jesús va a recibir al resucitar y ascender al cielo. Pero al mismo tiempo se refiere al poder que Jesús les dará, mediante el Espíritu Santo, para llevar a cabo la Gran Comisión (Mt 28:19,20), la tarea de llevar las Buenas Nuevas a todas partes y de hacer discípulos, en una unidad perfecta entre ellos, semejante a la que existe entre el Padre y el Hijo –una unidad cuyo vínculo es el amor. “Gloria” es también, por último, el premio prometido que algún día han de recibir por su fidelidad en la tarea.
Cuando después de Pentecostés los apóstoles empiecen a predicar el nombre de Jesús, un poder especial, un nimbo singular, los va a acompañar donde quiera que vayan, que derribará obstáculos y que atraerá a la gente hacia ellos. Eso que atraerá a la gente no es solamente el poder de la palabra que ellos tendrán en su boca, sino también el amor visible que existe entre ellos, un amor mutuo que el mundo no está acostumbrado a ver y que llamará mucho la atención de la gente, y que constituirá un argumento poderoso para convencerlos de la verdad de su mensaje.
23. “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.”
Este versículo puede dividirse en tres partes:
1. “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”. Jesús está en sus
discípulos (de hecho, en todos los creyentes) así como el Padre está en Jesús (“mi Padre y yo somos uno”, Jn 10:30) de modo que el Padre está también en ellos. La presencia de Dios en ellos hace que formen un solo cuerpo perfecto en unidad, semejante, guardando las distancias, a la que existe entre Jesús y el Padre (Gal 3:28).
2. “para que el mundo conozca que tú me enviaste”. La unidad que existe entre sus discípulos será un argumento poderoso de que Jesús no vino de sí mismo, no apareció y se puso a predicar, movido por iniciativa personal, sino que fue el Padre mismo quien lo envió al mundo. Una vez más la unidad entre los cristianos comunica a su mensaje la fuerza de la verdad, así como la desunión lo socava, lo debilita y hace que sea cuestionado. La unidad entre los cristianos de todas las latitudes es pues una obligación suprema, un mandato aún no cumplido que el enemigo se esfuerza en frustrar con todos los medios que tiene a su alcance, alimentando las ambiciones, las rencillas y las pasiones humanas que separan.
Notemos cuál es el resultado de la unidad entre los cristianos: Que el mundo reconozca que el mensaje de Cristo que ellos proclaman no es humano sino que procede de Dios. Y si reconocen su procedencia divina, ¿cómo no van a creer en él? Que el mundo crea o rechace el mensaje del Evangelio depende de nosotros, de que guardemos nuestra unidad. ¡Qué tremenda responsabilidad!
3. “y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” Puesto que el Padre ama al Verbo con un amor infinito, cuando el Padre vea a su Hijo en sus discípulos, Él los amará con el mismo amor infinito con que ama a su Hijo unigénito.
24. “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.”
Este es un versículo complejo en el que se presentan varios pensamientos encadenados que debemos examinar. Veamos:
En esta ocasión Jesús no le pide ni ruega a su Padre, sino expresa con la confianza del Hijo, cuál es su voluntad respecto de aquellos que Él le ha dado. Estos son, en primer lugar, sus discípulos inmediatos, los once quitando a Judas. Pero también incluye, -puesto que los ha mencionado en el v. 20– a todos los que han de creer en Él más adelante.
Por ellos pide que donde Él esté, -entiéndase en sentido de futuro: donde yo estaré, en tu compañía en el cielo- ellos también estén. En suma, que todos los que hayan creído en mí estén algún día para siempre conmigo. (3)
¿Con qué fin? Podría pensarse que el propósito es que gocen con Él de la compañía de Dios Padre. Pero aunque esto se da por supuesto, la finalidad concreta en este caso es otra: que vean la gloria que el Padre le ha dado desde toda la eternidad, que es lo que la frase “desde antes de la fundación del mundo” –que como sabemos, no es eterno- quiere decir. Esto es, desde antes que empezara el tiempo, que comenzó con la creación. Jesús quiere que éstos que han creído en Él vean la gloria de que Él gozaba con el Padre antes de tomar carne humana; que vean no sólo la gloria de su humanidad exaltada al lado del trono de su Padre (Mt 26:64), sino que comprendan quién es realmente Aquel en quien han creído, la segunda persona de la Trinidad, el Verbo por medio del fueron hechas todas las cosas (Jn 1:3).
En este versículo se subraya que la unidad que existe entre el Padre y el Hijo desde siempre, es una unidad en el amor. El amor ha sido, y es, el lazo que los unía, y une, a ambos en uno solo, porque la vida de Dios, en efecto, no es otra cosa sino amor. De ahí que el apóstol Juan pueda decir en una frase cuyo sentido es más profundo de lo que, en primera instancia, podríamos pensar: “Dios es amor” (1Jn 4:8,16).
25. “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste.”
Jesús reitera una vez más el hecho de que el mundo (en este caso, el mundo oficial judío, el de los sacerdotes, escribas y fariseos) no ha conocido al Padre sino que, al contrario, lo ha rechazado. ¿”Conocido” en qué sentido? En el sentido que se explicó al comentar el vers. 3. No es un conocimiento intelectual de Dios –porque aquellos que constituían el mundo, los judíos que rechazaron a Jesús- tenían ese conocimiento y conocían bien las Escrituras, sino se trata de un conocimiento íntimo que sólo puede dar la fe; un conocimiento que proporciona una relación de intimidad y certidumbre, y que, en la práctica, es casi un sinónimo de “creer”.
Si ellos lo hubieran “conocido” no habrían rechazado su mensaje, sino al contrario, lo habrían acogido y se habrían adherido a Él.
Jesús reitera que Él tiene ese conocimiento del Padre y que los discípulos que lo rodean –aquellos que el Padre le ha dado- han creído que ha sido el Padre mismo quien lo ha enviado a Él al mundo con una misión.
A lo largo de esta oración Jesús se ha dirigido a Dios diciéndole Padre. Una vez ha agregado el adjetivo “santo” (ver. 11). En este versículo lo llama “Padre justo”. ¿Tiene algún significado este calificativo? Creo que significa que el conocer o no conocer a Dios, el creer o rechazar a Dios, en el caso de cada individuo, pues es Dios quien lo da, procede de la justicia eterna y perfecta de Dios. Todo lo que Dios hace es resultado de esa justicia sin mancha. Nadie podrá alegar que la sentencia o recompensa que algún día reciba es injusta o inmerecida.
26. “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.”
Jesús termina su oración diciendo que Él les ha hecho conocer a Dios a sus discípulos, lo que Él es en su intimidad, y que seguirá haciéndoles conocer más aun en las horas de vida que le quedan –y más allá de su resurrección mediante el Espíritu Santo- a fin de que el amor que lo une al Padre, y el amor eterno con que el Padre lo ha amado a Él, lo reciban también ellos, a fin de que su unión con ellos sea perfecta, y que, en consecuencia, Él viva en ellos. Ése es un deseo que Jesús hace extensivo -pues lo dijo en el vers. 20- a todos los que algún día creerán en Él por el testimonio de la iglesia.
Notas: 1. Así como es propio que los gobernantes protejan a sus embajadores, lo es también que Dios proteja y guarde a sus apóstoles.
2. “Mundo” quiere decir aquí, en primer lugar, el mundo judío en medio del cual vivió y predicó Jesús, y en medio del cual vivirán y predicarán inicialmente los apóstoles. Es un hecho notorio, sin embargo, que esta oración de Jesús fue contestada gloriosamente en los primeros tiempos de la iglesia, pues en Hch 4:32 se dice que “la multitud de los que habían creído eran de un corazón y de un alma”.
3. Ya Él había expresado anteriormente este pensamiento en Jn 14:3.
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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#762 (20.01.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 16 de octubre de 2012

LA FAMILIA I


Por José Belaunde M.
LA FAMILIA I
¿Qué cosa es una familia? Es difícil definir lo que sea una familia porque existen en el mundo y en las diversas culturas, concepciones diferentes acerca de ella. Pero basándonos en lo que tenemos cerca de nosotros podemos decir que una familia es un grupo de personas unidas entre sí por lazos sanguíneos o de parentesco.
Esta definición sencilla cubre muchísimos casos. Pero, más concretamente, en el mundo occidental cristiano, la familia es la entidad social que surge de la unión de un hombre y de una mujer que hacen vida común y que, como resultado de su convivencia, engendran hijos que viven con ellos.
En ese sentido la familia es la célula básica de la sociedad.
En el mundo moderno el papel tradicional de la familia está siendo cuestionado por tendencias que subvierten su contenido, oficializando, por ejemplo, un supuesto matrimonio de personas del mismo sexo, e incluso llegando a dar a tales parejas el derecho de adoptar niños. Eso es una abominación que Dios condena.
Esas tendencias son muy peligrosas porque es un hecho innegable que a la sociedad le va tal como le va a la familia. Por eso podemos formular, sin temor a equivocarnos, el siguiente axioma: familias sanas, sociedad sana; familias enfermas, sociedad enferma.
Ése es un hecho que bien podemos constatar en el Perú donde hay tanto ausentismo de parte del padre que abandona a la madre de los hijos que engendró, dejándola sumida en la pobreza, con todas las consecuencias negativas para la madre y los hijos que eso trae consigo. Gran parte de las deficiencias que se constatan a diario en nuestra sociedad son consecuencia del desorden de la vida familiar en nuestro país.
En la Biblia la familia surge como culminación del proceso de la creación. Dios creó el mundo en seis días, y en el sétimo día descansó. En el sexto día Dios creó al hombre a su imagen y semejanza: “Varón y hembra los creó.” (Gn 1:27b).
Y luego añade: “Y los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y multiplicaos.” Es decir, tengan hijos. (v. 28a)
En el segundo capítulo del Génesis hay una narración más detallada de la creación del hombre, hecho del polvo de la tierra (v. 7), que es seguida de la creación de la mujer, formada de la costilla del hombre (v. 21,22).
El vers. 24 es la partida de nacimiento de la familia: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”
En ese momento Dios inventó el matrimonio y con él nace la familia.
En Gn 4:1 se narra el nacimiento del primer hijo de Adán y Eva, y con ese nacimiento (y con los nacimientos que vinieron después) se completa la familia formada por padre, madre e hijos.
Pero la presencia de hijos no es indispensable para que la pareja de esposos sea considerada una familia, aunque lo sea incompleta. Ocurre con cierta frecuencia que uno de los dos cónyuges no puede engendrar o concebir hijos. En la Biblia se dan varios casos (Sara, Raquel, Ana, Elisabet, etc.).
Padre, madre e hijos son una figura de la Trinidad formada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La familia que la Biblia nos presenta como ideal es la formada por José, María y Jesús, a la que solemos llamar la Sagrada Familia; sagrada porque en ella nació y creció el Hijo de Dios, y también por la santidad de sus miembros.
En el matrimonio bien constituido las capacidades físicas, psicológicas y espirituales de los esposos se complementan y aseguran su felicidad.
¿Qué quiere decir que se complementan? Por un lado, para mencionar un ejemplo obvio, el vigor del hombre compensa por la relativa fragilidad de la mujer. Por otro lado, el sentido práctico doméstico de la mujer suple a la falta usual de ese instinto en el hombre. La mujer se ocupa de los hijos pequeños con un cuidado del que el hombre carece. Ella tiene una disposición especial para ese propósito, aparte de que ha sido dotada por la naturaleza de senos para amamantar a las criaturas pequeñas que tienen en la leche materna el alimento más adecuado. Pero el hombre es el responsable de proveer al sostenimiento de su mujer e hijos.
¿Cuál es el propósito principal de la familia en el plan de Dios? ¿Para qué creó Dios a la familia? Aparte del hecho de que Dios creó a la mujer para que el hombre tuviera una ayuda idónea, y para que ambos se realizaran como seres humanos y fueran felices en el amor que los une, uno de los fines de la familia, si no el principal, es el de perpetuar la raza humana, y al mismo tiempo, proveer un ambiente adecuado para la procreación y la crianza de los hijos. Si Adán y Eva no hubieran tenido hijos ellos hubieran sido los primeros y los últimos habitantes del planeta tierra.
La familia, se ha dicho, es la célula básica de la sociedad, pero es anterior a ella y al estado. La familia es autónoma y no depende ni de la sociedad ni del estado. Tiene derechos que el estado no puede inflingir, sino más bien, que debe proteger. Sabemos, sin embargo, que en las dictaduras los derechos de la familia suelen ser restringidos a favor del estado, que en muchos caso se arroga el derecho de disponer de los hijos, quitándoles a los padres, entre otras cosas, la capacidad de decidir acerca de la educación que reciban ellos, con el fin de inculcarles desde pequeños la ideología del régimen.
En hebreo, que es el idioma en que fue escrito el Antiguo Testamento, la palabra bayt, que quiere decir “casa”, quiere decir también “familia”. (Nota 1)
El Antiguo Testamento juega con la ambivalencia del significado de esa palabra. Por ejemplo, el rey David, en el libro de Samuel, se propone edificar una casa para Dios (es decir, un templo), pero Dios le dice por medio del profeta Natán que es Él quien le va a edificar a David una casa, es decir, una familia, en el sentido de linaje, de descendencia, de la que, como bien sabemos, desciende Cristo (2Sm 7, en particular los vers 4,11,18,27,29). (2)
En Pr 14:1 leemos: “La mujer sabia edifica su casa (es decir, su familia, porque no puede tratarse ahí de una casa física), mas la necia la destruye.” Esto es, actúa de tal manera que perturba la vida de los suyos.
El bien conocido pasaje sobre la mujer fuerte de Pr 31:10-31, muestra cuán importante es la mujer, la esposa y madre, en el hogar, en la familia. En gran medida el clima espiritual que prevalece en el hogar está determinado por el carácter y actitudes de la mujer.
El Sal 127:1 dice: “Si Jehová no edifica la casa (e.d. la familia), en vano trabajan los que la construyen.” Si Dios no es tenido en cuenta por los esposos y los ayuda, su proyecto matrimonial está destinado al fracaso.
También dice este salmo que los hijos son herencia de Jehová (v. 3), esto es, que provienen de Él. Él es quien los da a los padres (es decir, se los confía), porque Él es quien gobierna la concepción (Sal 139:13).
Voy a concentrarme en esta exposición en cuatro elementos claves de la familia: Unión, autoridad, amor y apoyo mutuo. No son los únicos, pero son muy importantes. Estudiémoslos.
1. La familia surge de la UNIÓN de un hombre y una mujer, unión que es a la vez física, anímica y espiritual. Esa unidad se extiende a los hijos a medida que vengan.
Conocemos el dicho: “La unión hace la fuerza”. Cuando marido y mujer son unidos, la familia es fuerte. Si los esposos se pelean y discuten constantemente, ¿será la suya una familia fuerte? Fuerte quizá en golpes.
La unión de los esposos provee un ambiente adecuado, cálido y seguro para la procreación y la crianza de los hijos.
La familia unida resiste a los embates de las dificultades de la vida que pueden venir a acosarla, y que pueden ser muchos: pobreza, enfermedad, caos social, guerras, etc.
El diablo, consciente de la importancia de la familia en el plan de Dios para el hombre, trata de socavar la unidad de la familia, trayendo división entre los esposos. Para eso cuenta con todo un arsenal de armas que usa astutamente para alcanzar sus propósitos: interferencia de parientes cercanos, falta de casa propia, diferencias de sueldo entre los esposos (cuando la mujer gana más que el hombre), dificultades económicas, desempleo del marido, rivalidad entre los hijos que el diablo fomenta, alejamiento de uno de los esposos por motivos de trabajo, viajes al extranjero, etc.
Las rivalidades entre los hijos son uno de los factores que más conspiran contra la unidad de la familia. Con frecuencia son consecuencia de la preferencia del padre, o de la madre, por uno de ellos (como en el caso de la familia de Isaac, donde Esaú y Jacob pelearon por la primogenitura, Gn 27).
Pero la más peligrosa de las armas del diablo son las tentaciones contra la fidelidad conyugal. Esas tentaciones pueden presentarse en el lugar de trabajo, en la calle, en encuentros casuales, en reuniones sociales, y hasta en la iglesia. Se presentan como un señuelo que ofrece emoción y placer, pero suelen terminar en amargura y en drama.
La infidelidad de uno de los esposos destruye el amor y el respeto mutuo, y causa mucho sufrimiento. Crea heridas difíciles de sanar y, a veces, provoca terribles dramas familiares; lleva al divorcio y puede llevar en casos extremos, incluso al asesinato.
Pero la familia unida puede sobrevivir a todas esas tempestades cuando se coloca concientemente bajo la protección de Dios (Sal 91); cuando los esposos se sujetan a su palabra, y buscan su ayuda. (Continuará)
Notas: 1. Ocurre lo mismo en el griego del Nuevo Testamento, en el que la palabra oikos quiere decir a la vez “casa” y “familia”.
2.  Un ejemplo del doble significado de oikos se da en el cap. 16 del libro de los Hechos, en donde Lidia le dice a Pablo: “Si habéis juzgado que yo soy fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad.”
(Hch 16:31). Poco después Pablo le dice al carcelero de Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa.” (Hch 16:31).
NB. Este artículo y el siguiente del mismo título están basados en una enseñanza dada en una reunión del Ministerio de la Edad de Oro, el 26.09.12.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
 “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#747 (07.10.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).