Por José Belaunde M.
¿CUÁL ES
TU PRECIO?
Hoy día en el mundo se suele decir que todo tiene su precio, todo se vende y se compra. La conciencia de la gente tiene también su precio. Si un hombre de empresa necesita que una persona en un alto cargo tome determinada decisión que le favorezca o le facilite hacer algún negocio, va donde él, o le envía a un amigo de su parte, a indagar cuánto es lo que exige como compensación para decidir a favor suyo. Si acaso su amigo vuelve diciéndole que el funcionario no acepta plegarse a sus deseos, el empresario piensa: “Caramba, este tipo se cotiza muy alto ¿Cuánto será lo que quiere?” Y manda a su amigo de vuelta para que negocie el monto.
Y
tú ¿has pensado cuál es tu precio? ¿Hasta que suma de dinero eres incorruptible,
insobornable? ¿10,000 dólares? No, eso es muy poco para mí. ¿Pero si le agregan
un cerito a la derecha y te susurran al oído: cien mil, estarías dispuesto a
ceder? ¿Te pones firme y dices: Yo no puedo aceptar este tipo de ofertas? ¿O
tratas de justificar tu venalidad diciéndote que hay ofertas que no se pueden
rehusar?
Si
te proponen un negocio incorrecto ¿hasta qué ganancia estás dispuesto a
renunciar para mantener tu integridad?
La
gente está acostumbrada a deslizar un sobre, o un billete a la persona que
tiene que tramitar un expediente, para que no ponga trabas y lo haga rápido,
aunque es su obligación hacerlo por el sueldo que recibe. Estas cosas son tan
comunes que ya ni nos llaman la atención ni nos hacen sonrojar sino nos
acomodamos a la costumbre.
Hay
quienes no se venden por dinero (¡son incorruptibles!) pero sí por una
“pequeña” ventaja temporal, como podría ser un viaje, o un puesto, o un honor,
o una posición de cierta importancia, y no obstante, se consideran honestos.
Nunca se rebajaron a recibir una coima en dinero, pero sí torcieron la verdad,
o la justicia, a cambio de un beneficio de otro orden.
El
personaje de Daniel en la
Biblia es sumamente interesante en este respecto, y las
peripecias de su vida son muy instructivas para nosotros, porque él fue un
hombre público, que desempeñó altos cargos desde joven y sirvió a sucesivos
gobiernos durante su larga carrera.
Él
era un muchacho israelita que había sido llevado a Babilonia cuando
Nabucodonosor conquistó Jerusalén, hacia fines del siglo VI antes de Cristo. El
propósito del tirano era doble: de un lado privar a la nación conquistada de lo
mejor de su gente, de su élite; y, de otro, aprovechar para su propia nación lo
más capaz del país vencido.
El
joven Daniel fue llevado a Babilonia junto con otros jóvenes que, como él,
formaban parte de la aristocracia judía, y habían recibido desde niños una
educación esmerada. Ahora se trataba de que aprendieran el idioma de los
caldeos y se familiarizaran con las costumbres babilónicas. Si él y sus amigos
demostraban ser alumnos aprovechados les esperaba una brillante carrera en su
nueva patria.
El
rey encargó a un hombre de su confianza el cuidado de los jóvenes israelitas,
su manutención y su educación. Pero, Daniel como buen israelita, debía obedecer
a las prescripciones de la ley de Moisés acerca de los alimentos, y había
ciertos manjares y ciertas bebidas que le estaban prohibidas.
Dice
la Escritura :
"Daniel se propuso no contaminarse
con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió por
tanto a su tutor que no se le obligase a contaminarse." (Dn 1:8). Y el
funcionario, aunque con algunas dudas, accedió a su petición.
Daniel
y sus compañeros rehusaron gustar de la comida del rey, a pesar de que eso
significaba correr el riesgo de disgustar a su tutor y, peor aún, de suscitar
la cólera del soberano. En esa época los reyes no se andaban con
contemplaciones. Si alguien se oponía a sus deseos, simplemente lo mandaban
matar.
Pero
Daniel no condescendió con las satisfacciones y halagos que le ofrecía el mundo:
una mesa bien servida, vino abundante, diversiones y encima, una brillante
carrera y formar parte del grupo privilegiado.
¿Cuántas
veces nos hemos encontrado en situaciones parecidas? Se nos ofrecen tales o cuales ventajas, con
tal de que cedamos en nuestros principios. ¿Mantenemos entonces nuestra
integridad o nos acomodamos? ¿Estamos dispuestos, por razones de conciencia, a
renunciar a las ventajas que nos ofrecen, o peor, a ser marginados por no
colaborar?
Si
eres profesional ¿te negarías a hacer lo que tu conciencia te prohíbe, pese a
las amenazas de represalias?
Si
eres juez ¿cambiarías la sentencia a favor del culpable porque alguien bien
situado te lo ordena? (Nota) ¿Estás dispuesto a arriesgar que te
cambien de colocación, o que te acusen falsamente de prevaricato, por no ceder
a las presiones?
Si
eres investigador, o fiscal ¿cambiarías el atestado policial por una buena
oferta de dinero, o por la promesa de un ascenso? ¿Acusarías al inocente por un
fajo de billetes?
Si
eres médico ¿esterilizarías a esa pobre campesina ignorante, sin explicarle
claramente lo que esa operación significa, o sin que su esposo esté de acuerdo?
Hubo pocos médicos que se negaron hace pocos años a hacerlo por temor de perder
su puesto y su sueldo.
¿Harías
abortar a esa joven por una buena suma de dinero?
Si
estás a cargo de las compras en una repartición pública, ¿harías pedidos
innecesarios en complicidad con otros colegas para recibir la comisión que te
ofrece el vendedor? ¿Te contentas con el diez por ciento para otorgar la buena
pro, o pides más? ¿O te niegas, más bien, como debieras, a recibir un centavo?
Casos
como los que menciono ocurren a diario en la administración pública, en los
negocios, y en todas las profesiones. Y ahí es cuando se descubre el temple de
nuestra integridad de carácter, y de nuestras convicciones.
Queremos
formar parte de la collera, del grupo de amigos "in", de los que son
invitados a reuniones de diversión privadas, de los que están al tanto de las
mejores oportunidades para hacer dinero, de los que se benefician con los
repartos o de los ascensos.
Hoy
más nunca reinan los que venden su conciencia. ¿Cuál es tu precio? ¿Ya lo has
fijado?
Seguir
a Cristo también tiene su precio, pero es un precio de naturaleza diferente,
que no siempre se mide en dinero. Porque puede pedírsenos que mintamos ante la
opinión pública, o que tomemos parte en manejos que nuestra conciencia reprueba;
o que nos adhiramos a ciertos grupos políticos, o a ciertas fraternidades que
nos ofrecen apoyo de colegas; o, simplemente, se nos pide que neguemos nuestra
fe cristiana.
El
apóstol Pedro se encontró una vez en una situación de peligro parecida y, para
escapar de ella, negó que era amigo de Jesús. Si él decía que sí, si admitía
que era su amigo, quizá lo hubieran involucrado en el juicio como cómplice, y
hubiera acabado en la cruz junto con su maestro. Él lo amaba, por cierto, pero
no tanto como para arriesgar la vida, o como para ser torturado por su causa.
Sin
embargo, Pedro le había jurado poco antes a Jesús que estaba dispuesto a morir
por Él. Pero llegado el momento de la prueba, más pudo el miedo. Cuando cantó
el gallo, y se acordó del anuncio que le había hecho Jesús, ya era tarde, ya lo
había traicionado.
¿A
qué le temes tú más? ¿A desafiar la ira del rey, de los poderosos, o a desafiar
la ira de Dios? Los reyes, los poderosos de este mundo, son muchas veces
testaferros del diablo, sus emisarios. Vienen de su parte para tentarte, para
probar el temple de tu conciencia. Cuando te vengan a hacer determinadas
ofertas, mira bien los pies de la persona que te las hace, a ver si descubres
las pezuñas del cachudo.
¿A
quién le temes tú más? ¿A Dios, o a la gente del mundo, o a la sociedad, o a
los poderosos? ¿Ante quién tiemblas?
Jesús
dijo: "No temáis a los que matan el
cuerpo mas no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede destruir
alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). Hay quienes creen que Jesús
se está refiriendo en ese pasaje al diablo, pero no se está refiriendo al
diablo, sino a Dios. Sólo a Dios debemos temer. El diablo puede torturarnos en
el infierno pero no puede mandarnos ahí, ni destruirnos. Sólo Dios puede
hacerlo.
También
dijo Jesús: "¿Qué provecho sacará el
hombre con ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si pierdes
tu alma, lo perdiste todo, porque los bienes son muchos, pero el alma es una
sola. Además el bien que pudiste ganar a cambio de tu alma dura muy poco. En
cambio tu alma es eterna.
Antes
Él había dicho: "Todo el que quiera
salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, la
encontrará". (Mt 16:25). Esa es la gran promesa de Jesús. Lo que tú
estés dispuesto a renunciar por mantenerte fiel a Jesús, inclusive la vida, lo
recuperarás mil veces aumentado, multiplicado, en este mundo, o en el otro.
Dios
premió la fidelidad de Daniel y de sus compañeros haciendo que ellos
encontraran gracia con el funcionario que se encargaba de ellos; haciendo que
no se demacraran, como temía el tutor, por el hecho de comer sólo legumbres, y
otros alimentos permitidos a los israelitas (Dn 1:12-15); y, por último, los
premió dándoles más sabiduría que a los otros jóvenes de su edad (Dn1:19,20),
de tal manera que destacaran temprano sobre los demás del grupo. Porque dice el
texto sagrado que el rey se mostró satisfecho con ellos y los convirtió en sus
consejeros.
Ser
fieles a Dios conlleva un precio, pero trae consigo también una recompensa. Por
de pronto, mayor sabiduría y autoridad. Puede haber sacrificios que afrontar,
esto es, renunciar a los premios que da el mundo a los que se doblegan; y puede
haber peligros que sortear, incluso el de arriesgar la vida; pero, al final,
Dios nos premia y su recompensa tiene mucho mayor valor que las satisfacciones
transitorias que ofrece el mundo.
En
última instancia, aunque al principio te critiquen o se burlen de ti, al final
te admirarán por la solidez de tus principios, y de tu carácter, te elogiarán
públicamente. Porque no hay mucha gente incorruptible en el mundo, y esos pocos
terminan siendo admirados y premiados hasta por aquellos que los criticaban.
Pero
el mayor premio que puedes obtener es la paz de una conciencia tranquila, de un
sueño imperturbado. Si hubieras consentido en lo que te proponían, si hubieras
aceptado el soborno ¿cómo te hubieras sentido? ¿Estarías contento de ti mismo?
Y si el asunto llegara a ser público ¿con qué cara mirarías a tus hijos que
veían en ti a su modelo?
Nota: Debemos admitir con vergüenza que
estas cosas suceden con frecuencia en nuestro poder judicial, y no sólo porque
alguien bien situado lo ordena, sino también porque se ofrece una atractiva recompensa
dineraria.
#1014 (04.02.18).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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