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miércoles, 31 de enero de 2018

¿CUÁL ES TU PRECIO?

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿CUÁL ES TU PRECIO?
El presente artículo fue escrito en enero del año 2000. Fue publicado el año 2005 y nuevamente el 2010. En vista del lamentable escándalo de corrupción sistematizada que se ha destapado en los últimos meses, considero que es oportuno volverlo a publicar. Sin embargo, es importante destacar el hecho de que gran parte de la corrupción reciente denunciada fue perpetrada por una gran empresa constructora extranjera que había extendido sus tentáculos a varias esferas de la administración pública y de la actividad privada del Perú y de otros países latinoamericanos. Lo inusual de este fenómeno de corrupción sistémica es que se trataba de una política promovida por el entonces presidente del Brasil, que pretendía de esa manera ganar influencia sobre la política de nuestros países, comprometiendo en sus turbios manejos a varios de sus principales funcionarios públicos, y líderes políticos y empresariales.



Hoy día en el mundo se suele decir que todo tiene su precio, todo se vende y se compra. La conciencia de la gente tiene también su precio. Si un hombre de empresa necesita que una persona en un alto cargo tome determinada decisión que le favorezca o le facilite hacer algún negocio, va donde él, o le envía a un amigo de su parte, a indagar cuánto es lo que exige como compensación para decidir a favor suyo. Si acaso su amigo vuelve diciéndole que el funcionario no acepta plegarse a sus deseos, el empresario piensa: “Caramba, este tipo se cotiza muy alto ¿Cuánto será lo que quiere?” Y manda a su amigo de vuelta para que negocie el monto.
Y tú ¿has pensado cuál es tu precio? ¿Hasta que suma de dinero eres incorruptible, insobornable? ¿10,000 dólares? No, eso es muy poco para mí. ¿Pero si le agregan un cerito a la derecha y te susurran al oído: cien mil, estarías dispuesto a ceder? ¿Te pones firme y dices: Yo no puedo aceptar este tipo de ofertas? ¿O tratas de justificar tu venalidad diciéndote que hay ofertas que no se pueden rehusar?
Si te proponen un negocio incorrecto ¿hasta qué ganancia estás dispuesto a renunciar para mantener tu integridad?
La gente está acostumbrada a deslizar un sobre, o un billete a la persona que tiene que tramitar un expediente, para que no ponga trabas y lo haga rápido, aunque es su obligación hacerlo por el sueldo que recibe. Estas cosas son tan comunes que ya ni nos llaman la atención ni nos hacen sonrojar sino nos acomodamos a la costumbre.
Hay quienes no se venden por dinero (¡son incorruptibles!) pero sí por una “pequeña” ventaja temporal, como podría ser un viaje, o un puesto, o un honor, o una posición de cierta importancia, y no obstante, se consideran honestos. Nunca se rebajaron a recibir una coima en dinero, pero sí torcieron la verdad, o la justicia, a cambio de un beneficio de otro orden.
El personaje de Daniel en la Biblia es sumamente interesante en este respecto, y las peripecias de su vida son muy instructivas para nosotros, porque él fue un hombre público, que desempeñó altos cargos desde joven y sirvió a sucesivos gobiernos durante su larga carrera.
Él era un muchacho israelita que había sido llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén, hacia fines del siglo VI antes de Cristo. El propósito del tirano era doble: de un lado privar a la nación conquistada de lo mejor de su gente, de su élite; y, de otro, aprovechar para su propia nación lo más capaz del país vencido.
El joven Daniel fue llevado a Babilonia junto con otros jóvenes que, como él, formaban parte de la aristocracia judía, y habían recibido desde niños una educación esmerada. Ahora se trataba de que aprendieran el idioma de los caldeos y se familiarizaran con las costumbres babilónicas. Si él y sus amigos demostraban ser alumnos aprovechados les esperaba una brillante carrera en su nueva patria.
El rey encargó a un hombre de su confianza el cuidado de los jóvenes israelitas, su manutención y su educación. Pero, Daniel como buen israelita, debía obedecer a las prescripciones de la ley de Moisés acerca de los alimentos, y había ciertos manjares y ciertas bebidas que le estaban prohibidas.
Dice la Escritura: "Daniel se propuso no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió por tanto a su tutor que no se le obligase a contaminarse." (Dn 1:8). Y el funcionario, aunque con algunas dudas, accedió a su petición.
Daniel y sus compañeros rehusaron gustar de la comida del rey, a pesar de que eso significaba correr el riesgo de disgustar a su tutor y, peor aún, de suscitar la cólera del soberano. En esa época los reyes no se andaban con contemplaciones. Si alguien se oponía a sus deseos, simplemente lo mandaban matar.
Pero Daniel no condescendió con las satisfacciones y halagos que le ofrecía el mundo: una mesa bien servida, vino abundante, diversiones y encima, una brillante carrera y formar parte del grupo privilegiado.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones parecidas?  Se nos ofrecen tales o cuales ventajas, con tal de que cedamos en nuestros principios. ¿Mantenemos entonces nuestra integridad o nos acomodamos? ¿Estamos dispuestos, por razones de conciencia, a renunciar a las ventajas que nos ofrecen, o peor, a ser marginados por no colaborar?
Si eres profesional ¿te negarías a hacer lo que tu conciencia te prohíbe, pese a las amenazas de represalias?
Si eres juez ¿cambiarías la sentencia a favor del culpable porque alguien bien situado te lo ordena? (Nota) ¿Estás dispuesto a arriesgar que te cambien de colocación, o que te acusen falsamente de prevaricato, por no ceder a las presiones?
Si eres investigador, o fiscal ¿cambiarías el atestado policial por una buena oferta de dinero, o por la promesa de un ascenso? ¿Acusarías al inocente por un fajo de billetes?
Si eres médico ¿esterilizarías a esa pobre campesina ignorante, sin explicarle claramente lo que esa operación significa, o sin que su esposo esté de acuerdo? Hubo pocos médicos que se negaron hace pocos años a hacerlo por temor de perder su puesto y su sueldo.
¿Harías abortar a esa joven por una buena suma de dinero?
Si estás a cargo de las compras en una repartición pública, ¿harías pedidos innecesarios en complicidad con otros colegas para recibir la comisión que te ofrece el vendedor? ¿Te contentas con el diez por ciento para otorgar la buena pro, o pides más? ¿O te niegas, más bien, como debieras, a recibir un centavo?
Casos como los que menciono ocurren a diario en la administración pública, en los negocios, y en todas las profesiones. Y ahí es cuando se descubre el temple de nuestra integridad de carácter, y de nuestras convicciones.
Queremos formar parte de la collera, del grupo de amigos "in", de los que son invitados a reuniones de diversión privadas, de los que están al tanto de las mejores oportunidades para hacer dinero, de los que se benefician con los repartos o de los ascensos.
Hoy más nunca reinan los que venden su conciencia. ¿Cuál es tu precio? ¿Ya lo has fijado?
Seguir a Cristo también tiene su precio, pero es un precio de naturaleza diferente, que no siempre se mide en dinero. Porque puede pedírsenos que mintamos ante la opinión pública, o que tomemos parte en manejos que nuestra conciencia reprueba; o que nos adhiramos a ciertos grupos políticos, o a ciertas fraternidades que nos ofrecen apoyo de colegas; o, simplemente, se nos pide que neguemos nuestra fe cristiana.
El apóstol Pedro se encontró una vez en una situación de peligro parecida y, para escapar de ella, negó que era amigo de Jesús. Si él decía que sí, si admitía que era su amigo, quizá lo hubieran involucrado en el juicio como cómplice, y hubiera acabado en la cruz junto con su maestro. Él lo amaba, por cierto, pero no tanto como para arriesgar la vida, o como para ser torturado por su causa.
Sin embargo, Pedro le había jurado poco antes a Jesús que estaba dispuesto a morir por Él. Pero llegado el momento de la prueba, más pudo el miedo. Cuando cantó el gallo, y se acordó del anuncio que le había hecho Jesús, ya era tarde, ya lo había traicionado.
¿A qué le temes tú más? ¿A desafiar la ira del rey, de los poderosos, o a desafiar la ira de Dios? Los reyes, los poderosos de este mundo, son muchas veces testaferros del diablo, sus emisarios. Vienen de su parte para tentarte, para probar el temple de tu conciencia. Cuando te vengan a hacer determinadas ofertas, mira bien los pies de la persona que te las hace, a ver si descubres las pezuñas del cachudo.
¿A quién le temes tú más? ¿A Dios, o a la gente del mundo, o a la sociedad, o a los poderosos? ¿Ante quién tiemblas?
Jesús dijo: "No temáis a los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). Hay quienes creen que Jesús se está refiriendo en ese pasaje al diablo, pero no se está refiriendo al diablo, sino a Dios. Sólo a Dios debemos temer. El diablo puede torturarnos en el infierno pero no puede mandarnos ahí, ni destruirnos. Sólo Dios puede hacerlo.
También dijo Jesús: "¿Qué provecho sacará el hombre con ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si pierdes tu alma, lo perdiste todo, porque los bienes son muchos, pero el alma es una sola. Además el bien que pudiste ganar a cambio de tu alma dura muy poco. En cambio tu alma es eterna.
Antes Él había dicho: "Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, la encontrará". (Mt 16:25). Esa es la gran promesa de Jesús. Lo que tú estés dispuesto a renunciar por mantenerte fiel a Jesús, inclusive la vida, lo recuperarás mil veces aumentado, multiplicado, en este mundo, o en el otro.
Dios premió la fidelidad de Daniel y de sus compañeros haciendo que ellos encontraran gracia con el funcionario que se encargaba de ellos; haciendo que no se demacraran, como temía el tutor, por el hecho de comer sólo legumbres, y otros alimentos permitidos a los israelitas (Dn 1:12-15); y, por último, los premió dándoles más sabiduría que a los otros jóvenes de su edad (Dn1:19,20), de tal manera que destacaran temprano sobre los demás del grupo. Porque dice el texto sagrado que el rey se mostró satisfecho con ellos y los convirtió en sus consejeros.
Ser fieles a Dios conlleva un precio, pero trae consigo también una recompensa. Por de pronto, mayor sabiduría y autoridad. Puede haber sacrificios que afrontar, esto es, renunciar a los premios que da el mundo a los que se doblegan; y puede haber peligros que sortear, incluso el de arriesgar la vida; pero, al final, Dios nos premia y su recompensa tiene mucho mayor valor que las satisfacciones transitorias que ofrece el mundo.
En última instancia, aunque al principio te critiquen o se burlen de ti, al final te admirarán por la solidez de tus principios, y de tu carácter, te elogiarán públicamente. Porque no hay mucha gente incorruptible en el mundo, y esos pocos terminan siendo admirados y premiados hasta por aquellos que los criticaban.
Pero el mayor premio que puedes obtener es la paz de una conciencia tranquila, de un sueño imperturbado. Si hubieras consentido en lo que te proponían, si hubieras aceptado el soborno ¿cómo te hubieras sentido? ¿Estarías contento de ti mismo? Y si el asunto llegara a ser público ¿con qué cara mirarías a tus hijos que veían en ti a su modelo?
Nota: Debemos admitir con vergüenza que estas cosas suceden con frecuencia en nuestro poder judicial, y no sólo porque alguien bien situado lo ordena, sino también porque se ofrece una atractiva recompensa dineraria.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle a Dios perdón por ellos, a la vez que lo invitas a entrar en tu corazón y a ser el Señor de tu vida.

#1014 (04.02.18). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).  

martes, 19 de septiembre de 2017

LA MUJER AGRACIADA TENDRÁ HONRA

  LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA MUJER AGRACIADA TENDRÁ HONRA
Un Comentario de Proverbios 11:16 y 17
16. “La mujer agraciada tendrá honra, y los fuertes tendrán riquezas.”

¿En qué consiste la gracia de la mujer? En Proverbios 31:30 está la respuesta.
La belleza en la mujer y la fortaleza en el hombre son aquí elogiadas y, a la vez, contrastadas. Pero ¿es ser “agraciada” sólo ser bella? ¿O es más bien estar llena de gracia? Es decir ¿Estar llena del favor de Dios, y de todas las virtudes y dones que lo acompañan?
En este proverbio se yuxtaponen belleza femenina y fortaleza masculina. Pero Derek Kidner observa que, si miramos al v. 22 (“Como zarcillo de oro en el hocico de un cerdo es la mujer hermosa, pero falta de razón”), el autor tiene en mente algo más que la mera belleza exterior, esto es, las virtudes interiores, el buen sentido, lo cual anuda con la versión de la segunda línea de sentido contrario que trae la Septuaginta: "Pero la mujer que odia la rectitud es motivo de deshonra" (Véase Sir 26:1-23). Es motivo de deshonra para ella misma, o para su marido, o para sus padres. ¿Cuántas veces hemos visto que la mujer de costumbres ligeras es motivo de vergüenza para los suyos?
La mujer agraciada es no sólo la bonita, sino aquella que está “llena de gracia”, es decir, aquella a quien la sabiduría, la prudencia, la discreción y la modestia embellecen. Aquella que obra siempre de una manera atinada, cuyas palabras y mirada reflejan la bondad de su corazón; la que tiene palabras de aliento para el cansado, y de consejo para los que atraviesan por situaciones difíciles. Aquella que con sus buenas y oportunas palabras, y con la bondad de sus gestos, sana las heridas, y restaura el ánimo de los desdichados. Mujeres que con su sola presencia bendicen a los que las rodean.
Así como hay mujeres que con su boca provocan conflictos, las hay también que con su boca y con su actitud calman los ánimos, trayendo paz y consuelo: “Abre su boca con sabiduría, y la ley de clemencia está en su lengua.” (Pr 31:26).
El apóstol Pedro exhorta a las mujeres: “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de odornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estima delante de Dios.” (1P 3:3,4). Notemos que hay cualidades en la mujer que son de gran estima delante de Dios, esto es, que Él inmensamente aprecia. ¿Aprecia Dios tus virtudes, oh mujer que lees estas líneas? ¿Te esfuerzas por adquirirlas? Por algo dice Salomón que “la mujer virtuosa es corona de su marido.” (Pr 12:4). Pero contrariamente también dice: “Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa.” (21:9; cf v. 19). El carácter de la mujer decide la felicidad, o la desdicha, del hombre que se case con ella. Una mujer de mal carácter puede amargar la vida del hombre.
La sabiduría adorna con gracia y con una “corona de hermosura” a la mujer que se empeña en adquirirla, y la valora más que ninguna otra posesión (Pr 4:7-9). Ella ilumina no sólo el rostro del hombre sino también, y con creces, el de la mujer, cuyos ojos brillan con el reflejo de su belleza interna (Ecl 8:1).
Gozar de estima general es de mayor valor que el dinero ganado por métodos abusivos o violentos, como afirma un proverbio: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro.” (Pr 22:1). La gracia es inmensamente superior a la fuerza bruta, porque con ella la mujer conquista el corazón de su marido (5:19).
En la Biblia tenemos numerosos casos de mujeres que sirven de ejemplo a otras por sus cualidades morales. Una de ellas es Rut, la moabita, que mantuvo su virtud pese a la situación apremiante que enfrentaba, pero que obtuvo un premio inesperado por su bondad y constancia (Rt 3:11; 4:13). Ella es, dicho sea de paso, una de las cuatro antepasadas de Jesús que menciona la genealogía de Mateo, a pesar de que no pertenecía al pueblo elegido (Mt 1:5). Otro es el de Débora quien, siendo mujer, gobernaba como juez a Israel, y la gente del pueblo venía a ella para que juzgara y dictara sentencia en sus disputas (Jc 4:4,5). La reina  Ester retuvo su influencia sobre su marido pagano, y salvó a su nación del exterminio que sus enemigos habían decretado (Est 9). Ana, la madre de Samuel quien, siendo estéril, suplicó a Dios que le diera un hijo, que ella se comprometió a dedicar desde niño al servicio del Señor (1Sm 1). Abigaíl, que con sus sabias palabras supo aplacar el ánimo vengativo de David, y salvó a su casa de una destrucción segura. Ella agradó tanto al futuro rey que, cuando quedó viuda, él la tomó por esposa (1Sm 25). La viuda de Sarepta, y la sunamita, que fueron bondadosas con los profetas de Dios y recibieron una recompensa que colmó sus expectativas (1R 17:10; 2R 4:8-37).
Loida y Eunice, que educaron a Timoteo en el conocimiento de las Escrituras (2Tm 1:5). Priscila, que junto con su esposo Aquila, fue una colaboradora más que eficaz de Pablo (Hch 18:2,26; Rm 16:3). Dorcas, rica en buenas obras, a quien Pedro resucitó (Hch 9:36; 39-43).
La segunda línea de este proverbio puede interpretarse en un sentido positivo, o negativo, según sea el significado que se atribuya a la palabra “fuertes” (aritzim en hebreo, esto es “poderosos”, o “violentos”, u “opresores”). Sin embargo, la Jewish Study Bible sugiere que en vez de aritzim esa palabra debería leerse como haritzim, esto es, “diligentes”, siguiendo a la traducción griega.

Si le damos un sentido negativo concluiremos que los “fuertes” sólo acumulan riqueza y el prestigio dudoso que la acompaña. Pero si le damos un sentido positivo, afirmaremos con Salomón que “la mano de los diligentes enriquece.” (Pr 10:4). No obstante, hay una riqueza espiritual con la cual el varón de Dios puede ser bendecido si se mantiene fuerte frente a las tentaciones y pruebas, y constante en la búsqueda de la verdad. Ella es de mucho mayor valor que la riqueza material.
Los vers. 17 al 21 de Prov 11, sumados al 23, forman un grupo de proverbios antitéticos (exceptuando el vers.19) que tratan del fruto de nuestras obras. El v.17 muestra cómo el resultado de nuestras obras recae en nosotros mismos.
17. “A su alma hace bien el hombre misericordioso; mas el cruel se atormenta a sí mismo,” porque Dios le devolverá multiplicado el mal que cause a otros, así como retribuirá al misericordioso por el bien que hizo a su prójimo, a veces negándose a sí mismo.
            Este versículo apunta a la recompensa eterna, buena o mala, (c.f.14:21) porque algún día cosecharemos, para bien o para mal, el fruto de nuestras obras. ¡Qué tontos son, en verdad, los que ignoran, o pretenden ignorar, que hay un Juez justo que asignará a cada cual la recompensa merecida por lo que hizo, o dejó de hacer, en esta vida!
            Dicho de otra manera, hacer misericordia redunda en beneficio propio. Lo recíproco puede decirse también de lo opuesto: hacer daño a otros es hacérselo a sí mismo, en parte porque suscitará el deseo de venganza de los agraviados; como temía Jacob que le ocurriera por la crueldad mostrada por sus hijos Leví y Simeón con Hamor y Siquem al vengar el honor de su hermana Dina (Gn 34:24-31).
            El texto del versículo subraya las palabras “...a sí mismo”, porque el cruel experimentará en su propia carne los tormentos con que afligió a su prójimo.
La misericordia (hesed en hebreo), que hemos definido como “amor que se inclina hacia el desdichado”, es uno de los atributos de Dios más importantes para el hombre, porque fue su misericordia lo que lo impulsó a venir a la tierra para salvarnos. No es simplemente una cualidad natural en el hombre, sino es un fruto del Espíritu obrado por la gracia. El ser humano misericordioso, sea varón o mujer, refleja la naturaleza de Dios: “Sed, pues, misericordiosos, como también vuestro Padre es misericordioso.” (Lc 6:36). Por eso Pablo exhorta a los cristianos antes que nada, a vestirse “de entrañable misericordia”, esto es, de ese sentimiento de compasión que brota de lo más profundo de nuestro ser, y que incluye el soportarnos y perdonarnos unos a otros (Col 3:12,13).
            Del buen samaritano se dice que “fue movido a misericordia” al ver al hombre herido que, sin embargo, era un forastero para él (Lc 10:33). ¿Cuántas veces habremos sido nosotros “movidos a misericordia”, en vez de permanecer indiferentes ante la desdicha ajena, como es frecuente aun entre cristianos? Si lo hemos sido, habremos actuado como Dios espera de nosotros, esto es, si en verdad reflejamos su naturaleza y amamos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, tal como ordena el que es, según Jesús, el segundo gran mandamiento (Mt 22:39,40).
De otro lado, como dice Santiago: “Juicio sin misericordia se hará con aquel que no hiciere misericordia.” (2:13). Las consecuencias pueden ser funestas para el inmisericorde. Veamos algunos ejemplos. El castigo que recibió Caín por su fratricidio fue terrible, pues fue maldito por Dios de modo que anduvo errante por la tierra como un extranjero a donde quiera que fuere, y Dios tuvo que poner una señal en él para que no lo matase el que lo hallase (Gn 4:11-15). Los hermanos de José fueron angustiados por el remordimiento muchos años después de haberlo vendido como esclavo (Gn 42:21). Aunque el cruel rey Acab se disfrazó para que no lo reconocieran los arqueros enemigos, uno de ellos disparó al azar y lo hirió de muerte sin querer. Su sangre fue después lamida por los perros (1R 22: 34,35,38). Pero peor aún fue la suerte corrida por su esposa, la impía Jezabel, pues fue arrojada al pavimento desde una alta ventana, y cuando un tiempo después quisieron darle sepultura, sólo hallaron pedazos de su cadáver, pues se lo habían comido en parte los perros, en cumplimiento de la profecía pronunciada contra ella por Elías (2R 9:30-37).
Un autor del siglo quinto escribe sobre este proverbio lo siguiente: “La oración sube más rápidamente a los oídos de Dios cuando es impulsada por la recomendación de la limosna y del ayuno. Puesto que se ha escrito que  “a su alma hace bien el misericordioso”, nada le pertenece al individuo más que lo que ha gastado en su prójimo. Parte de los recursos materiales que han sido usados en socorrer al pobre se transforman en riquezas eternas. El tesoro nacido de tal generosidad no puede ser disminuido por el uso ni dañado por el deterioro físico (Mt 6:20). Se ha dicho: “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.” (Mat 5:7). Aquel que constituye el mayor ejemplo de este principio, esto es, Jesús, será también la suma de su recompensa.”
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#949 (30.10.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 20 de enero de 2016

LAS ARTIMAÑAS DE LA ADÚLTERA

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LAS ARTIMAÑAS DE LA ADULTERA
Un Comentario de Proverbios 7
Este capítulo consta de un relato magistral y exquisitamente escrito acerca de la seducción (v. 6-23), el cual está enmarcado por una llamada de atención, como si fuera un preludio, hecha por el padre a su hijo (v. 1-5), y una advertencia final sobre las consecuencias de no escuchar la voz de la sabiduría (v. 24-27).
Es muy apropiado publicar este artículo en el Día del Padre, porque todos los hombres, cualquiera que sea su edad, y muchas veces aun los casados, están expuestos a caer en el peligro que aquí se describe. Y es bueno estar advertidos. "El que piensa estar firme, mire que no caiga."(1Cor 10:12).


1. "Hijo mío, guarda mis razones
y atesora contigo mis mandamientos."
2. "Guarda mis mandamientos y vivirás,
Y mi ley como la niña de tus ojos."
3. "Lígalos a tus dedos;
Escríbelos en la tabla de tu corazón."
4. "Di a la sabiduría: Tú eres mi hermana,
Y a la inteligencia llama parienta;"
5. "Para que te guarden de la mujer ajena,
Y de la extraña que ablanda sus palabras."

El capítulo empieza con una exhortación paterna semejante a la que figura en otros pasajes de Proverbios, como 1:8, 9; 2:1-4; 3:1; 4:1ss; 4:10; 4:20, 21; 5:1,2, aunque es aquí un poco más elaborada.
El inicio del capítulo está enfocado en dos cosas relativas a la torá, (la cual debe ser entendida aquí no sólo como "ley" sino sobre todo como "enseñanza", o "dirección"): primero, escuchar y guardar en la mente los consejos paternos; y segundo, cumplirlos.

1. Es necesario guardar el buen consejo como quien conserva un tesoro valioso, con el mismo cuidado y diligencia con que se le guarda en el lugar más secreto. Cuanto mayor sea el valor de un objeto de gran precio, con más cuidado se le conserva.
2a. Lo que debe ser guardado, cumplido, son los mandatos, las órdenes o prohibiciones concretas que da el padre (cf 4:4c). La palabra hebrea shamar que se traduce por "guardar", tiene el mismo doble sentido que tiene en español y en muchos otros idiomas, de conservar, mantener, cuidar, asegurar; y de cumplir, observar, obedecer.
"Guarda mis mandamientos y vivirás." Cumpliendo los mandamientos se alcanza la vida. A ese respecto vale la pena observar que cuando el joven rico se acerca a Jesús con la pregunta ¿haciendo qué cosa alcanzaré la vida eterna? Jesús simplemente le responde: Ya conoces los mandamientos, y cita algunos de ellos (Mr 10:17-19). La relación entre el cumplimiento de los mandamientos y la vida eterna es muy antigua en la Biblia. Recuérdese lo que dice el Levítico: "Guardaréis mis estatutos y mis ordenanzas, los cuales haciendo el hombre vivirá en ellos." (Lv 18:5). Véase también al respecto Lc 10:25-28.
2b. La enseñanza paterna debe ser guardada con el mismo extremo cuidado con que el hombre protege su pupila, porque es a través de ella como entra la luz a sus ojos, y sin ella deambula ciego (Véase Dt 32:10; Sal 17:8; Zc2:8).
3a. Esta es una expresión simbólica que indica cuán presente debemos tener la enseñanza paterna. Nada nos es más cercano, ni tenemos tan fresco en la memoria, como lo que tenemos entre los dedos, como el hilo blanco que anudamos en uno de ellos como recordatorio, o el anillo de nuestro compromiso nupcial.
3b. Así como Moisés escribió los mandamientos en "tablas de piedra", el joven debe escribirlos en las tablas de su corazón (Pr 3:3), es decir, en su memoria. Si se tienen escritos ahí, no hay necesidad de leerlos para consultarlos, porque están bien grabados en la mente. Eso nos recuerda lo que dice Jr 31:33: "Daré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón."
(Nota 1).
4. La relación que tenemos con la sabiduría debe ser tan estrecha como la que tenemos con una hermana, de tanta familiaridad como la que tenemos con parientes cercanos. ¿Qué quiere decir eso? Que nuestra mente debe estar tan imbuida de las máximas de la sabiduría como para que ellas determinen nuestra manera de comportarnos y guíen nuestra conducta. La sabiduría que no se manifiesta en actos, que es sólo especulación, es inútil. Sabio es el que actúa sabiamente, no el que piensa sabiamente, pero actúa mal.
5. Lo primero en que esa sabiduría de vida se manifiesta es en evitar a la mujer extraña, a la tentadora que ofrece sus brazos y sus caricias indiscriminadamente, y cuyo fin es capturar al hombre por los sentidos para servirse de él y explotarlo. En verdad, el hombre puede hacerse esclavo de la mujer sin quererlo ni darse cuenta, por el poder del sexo. Se vuelve incapaz de pensar claramente y discernir lo que le conviene; se somete a humillaciones y despilfarra sus bienes con tal de agradarle a ella. Ella lo domina ofreciéndosele y rehuyéndolo, de modo que él vive pendiente de sus favores como el perrillo mira a su amo. La virilidad en esos casos es arrastrada por tierra y se vuelve abyecta servidumbre.

6-23. El libro de los Proverbios muestra una gran preocupación por el gran peligro en que están los jóvenes de caer en manos de mujeres ligeras. La sabiduría es presentada en los primeros siete capítulos en gran parte como una manera de prevenir ese desvío. Esa preocupación muestra cuan común debió haber sido en aquel entonces ese peligro. Pero es también un peligro presente y causa de perdición de muchos.
El pasaje que sigue no nos revela cómo termina la aventura que relata, sino pasa de frente a la moraleja, dando a entender que el final es trágico: el joven sigue a la seductora para su daño, o para su muerte, posiblemente como consecuencia de la venganza del marido engañado.

6. "Porque mirando yo por la ventana de mi casa,
Por mi celosía,"
7. "Vi entre los simples,
Consideré entre los jóvenes,
A un joven falto de entendimiento,"
8. "El cual pasaba por la calle, junto a la esquina,
E iba camino a la casa de ella."
9. "A la tarde del día, cuando ya oscurecía,
En la oscuridad y tinieblas de la noche."

El proverbista se encuentra en su casa mirando a través de la celosía (2) de una ventana lo que ocurre al oscurecer en una noche quizá de luna nueva, en la calle por la que pasan varios jóvenes, y se fija en uno, de quien se dice que es falto de entendimiento, o peor, que podría no haber sido instruido por sus padres, o mucho peor, que no prestó atención a sus palabras de advertencia. El joven se dirige a la casa de una mujer de costumbres ligeras. Él hace lo contrario de lo que aconseja Pr 5:8: "Aleja de ella tu camino, y no te acerques a la puerta de su casa." (Según la Septuaginta y la versión aramea llamada Peshita, es la mujer la que espía a través de la celosía).

10. "Cuando he aquí, una mujer le sale al encuentro,
Con atavío de ramera y astuta de corazón,"
11. "Alborotadora y rencillosa,
Sus pies no pueden estar en casa;"
12. "Unas veces está en la calle, otras veces en las plazas,
Acechando por todas las esquinas."
13. "Se asió de él y le besó.
Con semblante descarado le dijo:"
14. "Sacrificios de paz había prometido,
Hoy he pagado mis votos;"
15. "Por tanto he salido a encontrarte,
Buscando diligentemente tu rostro,
Y te he hallado."
16. "He adornado mi cama con colchas
Recamadas con cordoncillo de Egipto;"
17. "He perfumado mi cámara
Con mirra, áloe y canela."
18. "Ven, embriaguémonos de amores hasta la mañana;
Alegrémonos en amores."
19. "Porque el marido no está en casa;
Se ha ido a un largo viaje."
20. "La bolsa de dinero se llevó en su mano;
El día señalado volverá a su casa."

10. De pronto una mujer vestida como ramera, es decir, con el rostro cubierto con un velo, y vestida con ropa llamativa (Gn 38:14), se acerca al joven. Ella sabe cómo envolver a los incautos con sus argucias y engañosas palabras, y con sus manos suaves que acarician (Pr 5:13).
11,12. Ella está siempre armando intrigas, yendo de casa en casa (1Tm 5:13). Sus oídos tienen comezón de oír chismes, y su boca de propagarlos, o de inventarlos. Por eso ronda por las calles y las plazas, espiando por las esquinas, al acecho de lo que le parezca sospechoso.
13. Se acerca al joven que ha escogido, lo coge del brazo y lo besa, al mismo tiempo que lo mira con descaro. El Sirácida dice: "La liviandad de la mujer se muestra en el descaro de la mirada, y en el pestañear de sus ojos." (Sir 26:12).
14. Finge ser mujer piadosa para hacerle creer en la bondad de sus propósitos. Le asegura que en cumplimiento de un voto, ha ofrecido ese mismo día sacrificios de paz, por lo que hay abundancia de carne y comida en su casa (Lv 7:15-17).
15. En verdad, ella ha salido a buscar una aventura, no importa con quién sea, y aborda al primer candidato que le parece apropiado, haciéndole creer que lo ha buscado a él en particular. Y el joven se lo cree porque siempre estamos dispuestos a creer lo que nos halaga.
16,17. La mujer venusiana hecha para el amor sensual, adorna y perfuma su cama como por instinto, como para seducir al hombre embriagando su olfato y su tacto con aromas y sedas. Suele tener un sentido innato del amueblamiento sensualmente atrayente. Todo en su alcoba, o recámara, habla de feminidad y de placer. ¿Cómo podría echársele en cara que cultive aquello para lo cual está tan dotada? Es una predisposición innata que está acompañada de ciertas características físicas: ojos almendrados, piel suave como acolchada, firmeza en las manos, voz acariciante, mirada atrevida, labios carnosos. Todo en ella es envolvente y seductor. Para ella el amor físico es un arte que cultiva con sabiduría. Está hecha para atraer al hombre. Es inteligente y valiente; no se achica ante el peligro; está llena de recursos para salir bien librada, porque es lúcida.
La mujer honesta carece de esas artes; su amor es espiritual, hecho de sentimientos. Ella se entrega. Si su instinto no la guarda, puede ser fácilmente engañada.
En cambio la mujer sensual no se entrega, se da por ratos. Ella no pertenece a nadie; es difícilmente conquistada, pero conquista; no es seducida, sino seduce; está siempre en control de la situación; finge dejarse atrapar, cuando es ella la que atrapa; es astuta y calculadora, de palabra fácil; rara vez se conmueve, y si llora, sus lágrimas son una treta. Su cuerpo arde, pero su corazón es frío. Si se enamora es por poco tiempo, y cambia con frecuencia el objeto de sus preferencias.
Cuando el Evangelio dice que de la Magdalena salieron siete espíritus dice una gran verdad, porque detrás del atractivo de la mujer seductora y de su arte amatorio, suele haber espíritus seductores que dan encanto especial a su voz y a su mirada, así como calor a su seno. Guarda su hechizo y su fascinación sobre los hombres hasta edad avanzada, y por eso suele estar siempre rodeada de admiradores.
Es atraída por el buen porte, por la fuerza unida a la donosura y el garbo; por el gesto altivo y despreocupado del hombre engreído y seguro de sí mismo. Pero, sobre todo, es atraída por el dinero. El galán apuesto pero pobre encuentra poco favor a sus ojos, pero no lo desprecia si está sola, porque necesita compañía y detesta la soledad. Conoce muy bien a los hombres y los mide con una rápida mirada.
No está hecha para la maternidad y con dificultad concibe, si no es del todo estéril. Finge pudor, pero le gusta que la miren desnuda. Sabe que desnuda lleva puesto su mejor traje.
La cortesana vive a la sombra del poder, cuyos hilos mueve astutamente. Los poderosos se alocan por ella, y no les importa compartir con otro sus favores, pues saben que las cortesanas no son fieles. Si alguno se enamora realmente de ellas, le tienen cariño y lástima. Prefieren al que las desprecia, y tratan de conquistarlo. Persiguen al hombre que se resiste a sus encantos como quien persigue a un enemigo, hasta vencerlo cuando se incline sobre ella. Si no logra su cometido, al final, odia.
18. El amor físico, exaltado por el estímulo de los perfumes, produce una embriaguez de la que es difícil despertar. Pero el placer que proporciona es un pálido eco del deleite conyugal, que es mucho más profundo y sin culpa (Pr 5:19).
19,20. Ella confía en que su marido está lejos y no los sorprenderá. Ella es una mujer arriesgada que no le teme al peligro. La Vulgata y algunas versiones, como la NVI, dicen: "No volverá a casa hasta la luna llena." Como el vers. 9 sugiere que el incidente se produce una noche de luna nueva, ella le está diciendo que cuentan con dos semanas para gozar a sus anchas.

21. "Lo rindió con la suavidad de sus muchas palabras,
Lo obligó con la zalamería de sus labios."
22. "Al punto se marchó tras ella,
Como va el buey al degolladero,
Y como el necio a las prisiones para ser castigado;
23. "Como el ave que se apresura a la red,
Y no sabe que es contra su vida,
Hasta que la saeta traspasa su corazón."

21-23. El joven tenía otros proyectos, pero ella vence su resistencia con su zalamería, ofreciéndole varias noches ininterrumpidas de placer. Cuando el joven está inclinado al pecado se deja tentar fácilmente, pero no sabe en qué lío se mete. El proverbista presenta tres ejemplos de lo que le espera al incauto; dos tomados del reino animal (el buey que camina confiado al matadero, y el ave que vuela hacia la red), y uno, de las circunstancias humanas (la prisión).

24. "Ahora, pues, hijos, oídme
Y estad atentos a las razones de mi boca."
25. "No se aparte tu corazón a sus caminos;
No yerres en sus veredas."
26. "Porque a muchos ha hecho caer heridos,
Y aun los más fuertes han sido muertos por ella.
27. "Camino al sheol es su casa,
Que conduce a las cámaras de la muerte."

Como corolario de la historia precedente el proverbista se dirige a su audiencia imaginaria formada ya no por uno sino por varios hijos, a quienes invita a escucharlo con atención.
Notemos que el maestro comienza su exhortación diciendo "Oídme", porque para escuchar sus consejos es necesario, primero, oírlos; no cerrar los oídos ni apartarse; y segundo, prestar atención al que habla, poner todas las potencias del ser tendidas para comprender lo que se dice. La comprensión que se alcanza es una función de la atención que se pone. Si no se atiende, no se entiende.
El pasaje termina con una exhortación del padre (el maestro) a sus hijos (los discípulos): No dejes que tu corazón sea seducido por sus encantos, porque son mortales; no vayas por donde ella te llame. Con ese fin usa imágenes fuertes para describir en términos figurados el terrible destino (o castigo) que aguarda a los que se hacen esclavos de su hechizo.
¡Cuántos son los que la han seguido y han sido víctimas de sus embustes! ¿Cuáles pueden ser éstos? La infidelidad que corroe el corazón, el desprecio de su rechazo cuando ya te tiene atrapado; o el agotamiento que producen los excesos de la pasión; o los errores que hace cometer y que vuelven ridículo al hombre.
La seductora convierte en esclavos de sus caprichos a los que se dejan prender en las redes que tienden sus ojos, o las mentiras de sus labios. En verdad su casa es, en un doble sentido, un camino al sheol, esto es, al lugar de los muertos, porque las penas del amor son para el que las experimenta una tortura comparable al infierno, y el que se vuelve esclavo de sus pasiones encontrará al fin que el camino de su casa lo condujo al abismo de la perdición eterna (Pr 2:16-19; 5:1-6).
Por ello, aconseja el padre: Muchos han creído que podían tener comercio con ella y salir bien librados para contarlo. Pero su abrazo hunde a los más fuertes y hace que se destruyan. El atractivo que ejerce sobre los hombres los empuja a deshonrarse y a vagar como mendigos pendientes de sus favores. Pierden todo sentido del honor y se vuelven como esclavos de sus caprichos.

Notas: 1. Nótese que en francés y en inglés saber algo de memoria se dice "saberlo de corazón" ("savoir par coeur", "to know by heart").
2. Las celosías eran como las persianas modernas hechas de tablillas de madera juntas, que permitían al que estaba en la ventana ver lo que había afuera, pero no permitían desde afuera ver lo que había adentro. Se llamaban así porque su existencia se debía a los celos del marido, que no deseaba impedir que su mujer mirara a la calle, pero que, a la vez, no quería que ella fuera vista (Jc 5:28). Los balcones coloniales de Lima tienen también un entramado de madera que no permite ver a la persona que asoma a la ventana.


#886 (21.06.15) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima 18, Perú. Tel 4227218. (Resolución # 003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 26 de abril de 2013

LAS BUENAS MANERAS EN EL MATRIMONIO

Pasajes Seleccionados de mi libro
"MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO" 
LAS BUENAS MANERAS EN EL MATRIMONIO.


Nosotros nos esforzamos por ser amables, bien educados en la calle, con la gente que nos importa, especialmente si queremos hacer un negocio. El hombre que va a cerrar un trato con alguien no trata mal a su cliente. Al contrario, se esfuerza por ser lo más amable posible con él. Y si la mujer tiene que hacer alguna gestión en algún lugar, también es amable con quienes la atienden. Pero ¿en casa? Nosotros solemos reservar nuestras malas maneras para el hogar. Somos educados, amables, fuera de casa, pero en el hogar, no. Yo te digo, si tienes que ser mal educado y brusco en algún sitio, sélo afuera pero no en tu casa. En tu casa debes ser lo más bien educado, lo más amable posible, por tu propio bien y por tu propio interés, para que tu casa sea un lugar en donde sea agradable estar, no uno de donde todos huyen.
(Este texto está tomado de las pags. 165 y 166 de mi libro “Matrimonios que Perduran en el Tiempo”)