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miércoles, 6 de enero de 2021

UNA LECCIÓN INESPERADA IV

UNA LECCIÓN INESPERADA IV
El cristiano no tiene nada de qué jactarse. ¿De nuestro conocimiento de las Escrituras? Si pudiéramos llenar volúmenes enteros con nuestro conocimiento, eso es nada comparado con lo que ignoramos. ¿De que Dios escuche nuestras oraciones? No lo hace por nuestros méritos, sino porque es bueno. ¿De las muchas almas que hemos traído a los pies de Cristo? No lo hicimos nosotros, sino el Espíritu Santo. ¿De qué podemos jactarnos? A lo más de una cosa: De que siendo unos miserables pecadores, Dios se compadeció de nosotros.

miércoles, 17 de octubre de 2018

LA GENEROSIDAD II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA GENEROSIDAD II

¿Quieres probarle a Dios que lo amas realmente? Da al necesitado. Eso es lo que nos dice 1ª Juan 3:17 y 18: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?”. Claro, ¿cómo puede tener amor de Dios en su corazón el que ve a un necesitado y no le da nada? El amor, si es verdadero, debe impulsarle a dar. El apóstol concluye: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua,” que es un amor falso, mentiroso, una apariencia de amor, “sino en hechos y en verdad”.

El amor verdadero se traduce en actos, sobre todo en actos de generosidad. Si lo hacemos así Dios sabrá que le amamos realmente, porque si le amamos a Él, dice Juan, amaremos también a aquellos a quienes llama hijos. ¿Puede uno amar a una pareja de esposos y no amar a sus hijos? Si amamos a los padres amaremos a sus hijos. De igual manera, si amamos a Dios, amaremos también a los hijos de Dios, amaremos a sus criaturas.
Santiago lo pone en términos ligeramente diferentes: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (St 2:14-16) ¿Van a comer tus palabras? ¿Son acaso tus palabras pan como las palabras de Dios? “Así también la fe si no tiene obras está muerta en sí misma.” (v. 17) Santiago vincula aquí la realidad de la fe con el compartir, con la generosidad. El dar es no solamente prueba de amor, sino también de fe.
En otro lugar, hablando del diezmo, Dios nos dice algo extraordinario: “Probadme ahora en esto… si no os abriré las ventanas de los cielos.” (Mal 3:10) Ya no solamente le probamos, sino que Él nos pide que lo pongamos a prueba. Prueba a ver si mi palabra es verdadera. Si eres generoso, da, a ver si yo no te voy a dar en abundancia mucho más de lo que tú me das.
Nosotros probamos lo que somos dando, y Dios nos prueba su amor y su fidelidad, dándonos. Nosotros podemos descansar mucho más en la generosidad de Dios que en nuestra habilidad, que en nuestro talento, Él siempre nos dará lo necesario, si actuamos como actúa Él, dando de lo nuestro. Como dije al comienzo, el que es generoso en lo poco, será generoso en lo mucho, y Dios lo va a prosperar para que pueda seguir dando. Dios tiene un especial cuidado del generoso. Él no hace acepción de personas, es cierto, pero su palabra se cumple.
Entonces no seamos tacaños, no solamente con el dinero. Los padres, dicho sea de paso, tienen algo muy valioso que regalarles a sus hijos, algo que no cuesta nada. ¿Saben qué es? Tiempo, su tiempo. Nada aprecian más los niños que el tiempo que sus padres pasan con ellos. La madre especialmente. El amor que liga al hijo, o a la hija, con su madre es el tiempo y el cuidado que la madre le regala y le dedica.
Dice así el comienzo del Salmo 41: “Bienaventurado el que piensa en el pobre.” (El que tiene en cuenta, o se preocupa por el pobre) “En el día malo lo librará Jehová. Jehová lo guardará y le dará vida; será bienaventurado en la tierra, y no lo entregará a la voluntad de sus enemigos. Jehová lo sustentará sobre el lecho del dolor; mullirá toda su cama en su enfermedad.” (Vers. 1-3)
¡Cuántas promesas para el generoso, para el que da! Él se va a ocupar de ti, Él va a ser tu enfermero, si acaso necesitas cuidado; o si acaso enfermas, o pasas por un mal momento, Él se acordará de ti, te alargará la mano en el instante preciso en el que lo necesites. Serás bienaventurado en la tierra durante los años de vida que Dios te dé.
En cierta manera el que da al pobre asegura su futuro. El Salmo 112:5 dice: “El hombre de bien tiene misericordia y presta;” al que pueda necesitar ayuda, y perdona la deuda si es necesario. Luego en el vers. 9 dice: “Reparte, da a los pobres; su justicia permanece para siempre.” ¿De qué justicia habla ahí? En el sentido del Antiguo Testamento, de sus acciones, de la bondad y justicia de sus actos, porque el bien que hizo permanecerá para siempre en la memoria de Dios.
 En la epístola a los Gálatas 6:6-10, Pablo nos dice algo semejante: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye. No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (tú recibes aquello que das). “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad (y Dios nos va a ir dando esas oportunidades a lo largo de la vida), hagamos bien a todos (es decir sin restricciones), y mayormente a los de la familia de la fe.” (que somos nosotros, porque nosotros somos una familia). Así que abre tu mano con generosidad y Dios será generoso contigo.
En 2ª Corintios Pablo habla bastante de esto. Parece que él estuviera comentando alguno de los versículos de Proverbios que hemos mencionado antes, así como el salmo 112 que él cita concretamente. 2ªCorintios 9:6 comienza diciendo: “Pero esto digo”, es decir, tengan esto bien en cuenta, noten lo que voy a decir: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.”
Jesús lo dijo de otra manera: “Según la medida que uses, serás tú a su vez medido.” (Lc 6:38b) Si usas una medida grande para dar, Dios usará también una medida ancha, grande, profunda, para darte a ti. Si usas una medida pequeña, tú recibirás tu pequeña cuota de la generosidad divina. Si tú eres abundantemente generoso, Dios será abundantemente generoso contigo; porque la cosecha es según lo que se siembra. El agricultor que siembra poco, que fuera tacaño con la tierra, tacaño con la semilla y que sembrara poco maíz ¿va a tener una cosecha abundante de maíz? La cosecha que reciba y vea brotar de la tierra será en función de la abundancia de la semilla.
Y luego sigue diciendo Pablo en el versículo siguiente: “Cada uno dé como propuso en su corazón; no con tristeza, ni por necesidad (es decir, no obligado), porque Dios ama al dador alegre.” (2Cor 9:7) Bueno, Dios ama a todos, pero ama más, se complace más, en el dador alegre. Así que si das, da con alegría. A veces no es fácil, a veces nos cuesta dar, sobre todo cuando sentimos que el Señor quiere que demos algo nuestro, ya no dinero, sino algo que uno, sea mujer, u hombre necesita. De repente es un abrigo, de repente es una chompa, de repente es un par de zapatos.
Hace tiempo, cuando vivía en una calle muy concurrida, venía a tocar la puerta de mi casa un mendigo, un viejo pesado, insistente y desagradable, que te hacía sentir culpable de su pobreza. Venía con unos zapatos viejísimos y destartalados. Se quejaba: Mire los zapatos que tengo, señor. Y me insistía para que le comprara unos nuevos. Con tanto lagrimear me dio pena el hombre. Así que tomé unos zapatos nuevos que había traído de un viaje, que eran sumamente cómodos, y en un arranque de generosidad, se los dí mis lindos zapatos elegantes. Cuando a la semana siguiente regresó le miré los pies, y vi que no llevaba puestos los zapatos que le había regalado. Le pregunté: ¿Y mis zapatos? Los vendí, me dijo. ¡Qué cólera! Me desprendí de ellos para que los usara, no para que los vendiera. Pero él me dijo: ¿Yo para qué quiero esos zapatos finos? Y se compró unos zapatos viejos, usados. Fíjense, a veces las personas prefieren lo que está en mal estado, a lo que está bien.
Después tuve que arrepentirme de haberme arrepentido de ser generoso, de haberme molestado porque vendió mis zapatos en vez de usarlos, ya que sin querer me estaba robando a mí mismo la bendición de haber sido generoso.
A veces nos cuesta más dar los objetos o prendas que usamos, porque estamos acostumbrados a ellos, que los que ya no usamos, aunque sean de mayor valor. La costumbre los hace valiosos para nosotros y nos cuesta desprendernos de ellos. Pero Dios seguramente lo tendrá en cuenta. Si somos generosos con esas cosas, Dios también lo será por su lado.
Pero ahí se nos dice también, que demos alegremente, porque Dios es un dador alegre. ¿O será de repente que cuando Dios nos da algo Él se dice a sí mismo: Cómo me cuesta darle esto a éste? ¿Ustedes los creen? Al contrario. Él nos da siempre con un ánimo generoso, gozoso de hacernos el bien. Luego sigue diciendo Pablo: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia (y esto es muy importante), a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.” Así que si tú eres un dador alegre y das oportunamente, Dios va a pensar de ti que eres un buen mayordomo, al que le puede encargar el reparto de sus bienes. Así que le voy a dar más, se dirá, para que pueda dar más.
Enseguida cita Pablo el salmo que ya he mencionado: “Como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre.” Y en seguida dice: “Y el que da semilla (que no es otro sino Dios) al que siembra (habla de bienes espirituales), y pan al que come (porque todo viene de Él), proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia (es decir de vuestras buenas obras), para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad (que es un sinónimo de generosidad), la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios.” (v. 10,11) Así que si tú provees para las necesidades de otros, Dios proveerá a las tuyas, y te dará más para que sigas proveyendo a las necesidades ajenas y, de paso, te ganes alguito o algaso, es decir, que tú tengas tu parte en la generosidad de Dios. No cerremos la mano al pobre, porque si lo hacemos es a Jesús a quien se la cerramos (Mt 25: 41-45).
Vamos a Deuteronomio 15:7,8: “Cuando haya en medio de ti menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le prestarás lo que necesite.” Le darás lo que necesite, le prestarás; no estarás pensando en lo que dice a continuación, si te va a devolver o no, o si tú pierdes al darle. Y continúa: “Guárdate de tener en tu corazón pensamiento perverso, diciendo: Cerca está el año séptimo, el de la remisión (el año en que las deudas, lo que uno había dado en garantía, era devuelto automáticamente al que lo había dado y la deuda se perdonaba), y mires con malos ojos a tu hermano menesteroso para no darle; porque él podrá clamar contra ti al Señor, y se te contará por pecado.”  (v. 8).
Ustedes saben muy bien que Dios escucha la oración del pobre, y escuchará su clamor contra ti (Jb 34:28; Sal 9:12). Después quizá te quejes: Señor ¿por qué no me bendices? ¿No sabes la razón? Por tu tacañería Dios no puede bendecirte. Nuestra tacañería borra con una mano lo que hacemos de bueno con la otra; así que no seamos tacaños, seamos generosos y Dios nos bendecirá.
Vale la pena preguntarse, ¿por qué dijo una vez Jesús: “Pobres tendréis siempre con vosotros”? (Mt 26:11) Eso suena casi a maldición. ¿Por qué va haber siempre pobres con nosotros? Yo creo por tres razones: Una, para probar nuestro corazón. Es una ocasión para que nuestro corazón, nuestra generosidad, (que, como hemos visto, es una manifestación de nuestro amor a Dios en última instancia) sea probada. En segundo lugar, para que tengamos ocasión de practicar la generosidad. Es la manera como nos entrena Dios a dar, para que nos cueste menos al momento de hacerlo, pues con la práctica las cosas se hacen más fáciles. Y tercero, es una ocasión que Dios te da para poder bendecirte, porque Él tiene especial cuidado de los pobres, y tú estás haciendo la función de representante suyo cuando atiendes a las necesidades del menesteroso. De manera que hay muchas razones, no acabaríamos de mencionarlas todas, por las cuales debemos ser generosos.
En el Antiguo Testamento la forma como el pueblo manifestaba su amor y su temor a Dios era el olor suave de los sacrificios. Pero en la nueva dispensación, ¿qué clase de sacrificios le damos nosotros a Dios? ¿Cuál es el sacrificio que a Dios le agrada? En Hebreos 13 se habla de dos formas de sacrificios que podemos ofrecer a Dios. El vers.15 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre.” Eso es lo que hacen ustedes cada vez que se reúnen en el templo; le cantan con sus labios, le adoran. Pueden hacerlo también a solas en sus casas cantando y alabando simplemente. Luego sigue: “y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.” Y Dios, que no es deudor de nadie, nos lo pagará abundantemente.
¿Y qué sucede si en lugar de dar retenemos nuestra limosna al necesitado? En primer lugar, nos perdemos la recompensa eterna. Y en segundo, nos perdemos lo que Dios en su generosidad quería darnos si dábamos.

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#970 (09.04.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

miércoles, 31 de enero de 2018

¿CUÁL ES TU PRECIO?

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿CUÁL ES TU PRECIO?
El presente artículo fue escrito en enero del año 2000. Fue publicado el año 2005 y nuevamente el 2010. En vista del lamentable escándalo de corrupción sistematizada que se ha destapado en los últimos meses, considero que es oportuno volverlo a publicar. Sin embargo, es importante destacar el hecho de que gran parte de la corrupción reciente denunciada fue perpetrada por una gran empresa constructora extranjera que había extendido sus tentáculos a varias esferas de la administración pública y de la actividad privada del Perú y de otros países latinoamericanos. Lo inusual de este fenómeno de corrupción sistémica es que se trataba de una política promovida por el entonces presidente del Brasil, que pretendía de esa manera ganar influencia sobre la política de nuestros países, comprometiendo en sus turbios manejos a varios de sus principales funcionarios públicos, y líderes políticos y empresariales.



Hoy día en el mundo se suele decir que todo tiene su precio, todo se vende y se compra. La conciencia de la gente tiene también su precio. Si un hombre de empresa necesita que una persona en un alto cargo tome determinada decisión que le favorezca o le facilite hacer algún negocio, va donde él, o le envía a un amigo de su parte, a indagar cuánto es lo que exige como compensación para decidir a favor suyo. Si acaso su amigo vuelve diciéndole que el funcionario no acepta plegarse a sus deseos, el empresario piensa: “Caramba, este tipo se cotiza muy alto ¿Cuánto será lo que quiere?” Y manda a su amigo de vuelta para que negocie el monto.
Y tú ¿has pensado cuál es tu precio? ¿Hasta que suma de dinero eres incorruptible, insobornable? ¿10,000 dólares? No, eso es muy poco para mí. ¿Pero si le agregan un cerito a la derecha y te susurran al oído: cien mil, estarías dispuesto a ceder? ¿Te pones firme y dices: Yo no puedo aceptar este tipo de ofertas? ¿O tratas de justificar tu venalidad diciéndote que hay ofertas que no se pueden rehusar?
Si te proponen un negocio incorrecto ¿hasta qué ganancia estás dispuesto a renunciar para mantener tu integridad?
La gente está acostumbrada a deslizar un sobre, o un billete a la persona que tiene que tramitar un expediente, para que no ponga trabas y lo haga rápido, aunque es su obligación hacerlo por el sueldo que recibe. Estas cosas son tan comunes que ya ni nos llaman la atención ni nos hacen sonrojar sino nos acomodamos a la costumbre.
Hay quienes no se venden por dinero (¡son incorruptibles!) pero sí por una “pequeña” ventaja temporal, como podría ser un viaje, o un puesto, o un honor, o una posición de cierta importancia, y no obstante, se consideran honestos. Nunca se rebajaron a recibir una coima en dinero, pero sí torcieron la verdad, o la justicia, a cambio de un beneficio de otro orden.
El personaje de Daniel en la Biblia es sumamente interesante en este respecto, y las peripecias de su vida son muy instructivas para nosotros, porque él fue un hombre público, que desempeñó altos cargos desde joven y sirvió a sucesivos gobiernos durante su larga carrera.
Él era un muchacho israelita que había sido llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén, hacia fines del siglo VI antes de Cristo. El propósito del tirano era doble: de un lado privar a la nación conquistada de lo mejor de su gente, de su élite; y, de otro, aprovechar para su propia nación lo más capaz del país vencido.
El joven Daniel fue llevado a Babilonia junto con otros jóvenes que, como él, formaban parte de la aristocracia judía, y habían recibido desde niños una educación esmerada. Ahora se trataba de que aprendieran el idioma de los caldeos y se familiarizaran con las costumbres babilónicas. Si él y sus amigos demostraban ser alumnos aprovechados les esperaba una brillante carrera en su nueva patria.
El rey encargó a un hombre de su confianza el cuidado de los jóvenes israelitas, su manutención y su educación. Pero, Daniel como buen israelita, debía obedecer a las prescripciones de la ley de Moisés acerca de los alimentos, y había ciertos manjares y ciertas bebidas que le estaban prohibidas.
Dice la Escritura: "Daniel se propuso no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió por tanto a su tutor que no se le obligase a contaminarse." (Dn 1:8). Y el funcionario, aunque con algunas dudas, accedió a su petición.
Daniel y sus compañeros rehusaron gustar de la comida del rey, a pesar de que eso significaba correr el riesgo de disgustar a su tutor y, peor aún, de suscitar la cólera del soberano. En esa época los reyes no se andaban con contemplaciones. Si alguien se oponía a sus deseos, simplemente lo mandaban matar.
Pero Daniel no condescendió con las satisfacciones y halagos que le ofrecía el mundo: una mesa bien servida, vino abundante, diversiones y encima, una brillante carrera y formar parte del grupo privilegiado.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones parecidas?  Se nos ofrecen tales o cuales ventajas, con tal de que cedamos en nuestros principios. ¿Mantenemos entonces nuestra integridad o nos acomodamos? ¿Estamos dispuestos, por razones de conciencia, a renunciar a las ventajas que nos ofrecen, o peor, a ser marginados por no colaborar?
Si eres profesional ¿te negarías a hacer lo que tu conciencia te prohíbe, pese a las amenazas de represalias?
Si eres juez ¿cambiarías la sentencia a favor del culpable porque alguien bien situado te lo ordena? (Nota) ¿Estás dispuesto a arriesgar que te cambien de colocación, o que te acusen falsamente de prevaricato, por no ceder a las presiones?
Si eres investigador, o fiscal ¿cambiarías el atestado policial por una buena oferta de dinero, o por la promesa de un ascenso? ¿Acusarías al inocente por un fajo de billetes?
Si eres médico ¿esterilizarías a esa pobre campesina ignorante, sin explicarle claramente lo que esa operación significa, o sin que su esposo esté de acuerdo? Hubo pocos médicos que se negaron hace pocos años a hacerlo por temor de perder su puesto y su sueldo.
¿Harías abortar a esa joven por una buena suma de dinero?
Si estás a cargo de las compras en una repartición pública, ¿harías pedidos innecesarios en complicidad con otros colegas para recibir la comisión que te ofrece el vendedor? ¿Te contentas con el diez por ciento para otorgar la buena pro, o pides más? ¿O te niegas, más bien, como debieras, a recibir un centavo?
Casos como los que menciono ocurren a diario en la administración pública, en los negocios, y en todas las profesiones. Y ahí es cuando se descubre el temple de nuestra integridad de carácter, y de nuestras convicciones.
Queremos formar parte de la collera, del grupo de amigos "in", de los que son invitados a reuniones de diversión privadas, de los que están al tanto de las mejores oportunidades para hacer dinero, de los que se benefician con los repartos o de los ascensos.
Hoy más nunca reinan los que venden su conciencia. ¿Cuál es tu precio? ¿Ya lo has fijado?
Seguir a Cristo también tiene su precio, pero es un precio de naturaleza diferente, que no siempre se mide en dinero. Porque puede pedírsenos que mintamos ante la opinión pública, o que tomemos parte en manejos que nuestra conciencia reprueba; o que nos adhiramos a ciertos grupos políticos, o a ciertas fraternidades que nos ofrecen apoyo de colegas; o, simplemente, se nos pide que neguemos nuestra fe cristiana.
El apóstol Pedro se encontró una vez en una situación de peligro parecida y, para escapar de ella, negó que era amigo de Jesús. Si él decía que sí, si admitía que era su amigo, quizá lo hubieran involucrado en el juicio como cómplice, y hubiera acabado en la cruz junto con su maestro. Él lo amaba, por cierto, pero no tanto como para arriesgar la vida, o como para ser torturado por su causa.
Sin embargo, Pedro le había jurado poco antes a Jesús que estaba dispuesto a morir por Él. Pero llegado el momento de la prueba, más pudo el miedo. Cuando cantó el gallo, y se acordó del anuncio que le había hecho Jesús, ya era tarde, ya lo había traicionado.
¿A qué le temes tú más? ¿A desafiar la ira del rey, de los poderosos, o a desafiar la ira de Dios? Los reyes, los poderosos de este mundo, son muchas veces testaferros del diablo, sus emisarios. Vienen de su parte para tentarte, para probar el temple de tu conciencia. Cuando te vengan a hacer determinadas ofertas, mira bien los pies de la persona que te las hace, a ver si descubres las pezuñas del cachudo.
¿A quién le temes tú más? ¿A Dios, o a la gente del mundo, o a la sociedad, o a los poderosos? ¿Ante quién tiemblas?
Jesús dijo: "No temáis a los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). Hay quienes creen que Jesús se está refiriendo en ese pasaje al diablo, pero no se está refiriendo al diablo, sino a Dios. Sólo a Dios debemos temer. El diablo puede torturarnos en el infierno pero no puede mandarnos ahí, ni destruirnos. Sólo Dios puede hacerlo.
También dijo Jesús: "¿Qué provecho sacará el hombre con ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si pierdes tu alma, lo perdiste todo, porque los bienes son muchos, pero el alma es una sola. Además el bien que pudiste ganar a cambio de tu alma dura muy poco. En cambio tu alma es eterna.
Antes Él había dicho: "Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, la encontrará". (Mt 16:25). Esa es la gran promesa de Jesús. Lo que tú estés dispuesto a renunciar por mantenerte fiel a Jesús, inclusive la vida, lo recuperarás mil veces aumentado, multiplicado, en este mundo, o en el otro.
Dios premió la fidelidad de Daniel y de sus compañeros haciendo que ellos encontraran gracia con el funcionario que se encargaba de ellos; haciendo que no se demacraran, como temía el tutor, por el hecho de comer sólo legumbres, y otros alimentos permitidos a los israelitas (Dn 1:12-15); y, por último, los premió dándoles más sabiduría que a los otros jóvenes de su edad (Dn1:19,20), de tal manera que destacaran temprano sobre los demás del grupo. Porque dice el texto sagrado que el rey se mostró satisfecho con ellos y los convirtió en sus consejeros.
Ser fieles a Dios conlleva un precio, pero trae consigo también una recompensa. Por de pronto, mayor sabiduría y autoridad. Puede haber sacrificios que afrontar, esto es, renunciar a los premios que da el mundo a los que se doblegan; y puede haber peligros que sortear, incluso el de arriesgar la vida; pero, al final, Dios nos premia y su recompensa tiene mucho mayor valor que las satisfacciones transitorias que ofrece el mundo.
En última instancia, aunque al principio te critiquen o se burlen de ti, al final te admirarán por la solidez de tus principios, y de tu carácter, te elogiarán públicamente. Porque no hay mucha gente incorruptible en el mundo, y esos pocos terminan siendo admirados y premiados hasta por aquellos que los criticaban.
Pero el mayor premio que puedes obtener es la paz de una conciencia tranquila, de un sueño imperturbado. Si hubieras consentido en lo que te proponían, si hubieras aceptado el soborno ¿cómo te hubieras sentido? ¿Estarías contento de ti mismo? Y si el asunto llegara a ser público ¿con qué cara mirarías a tus hijos que veían en ti a su modelo?
Nota: Debemos admitir con vergüenza que estas cosas suceden con frecuencia en nuestro poder judicial, y no sólo porque alguien bien situado lo ordena, sino también porque se ofrece una atractiva recompensa dineraria.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle a Dios perdón por ellos, a la vez que lo invitas a entrar en tu corazón y a ser el Señor de tu vida.

#1014 (04.02.18). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).  

lunes, 26 de enero de 2015

ANOTACIONES AL MARGEN XL

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.


ANOTACIONES AL MARGEN XL
v  Los que niegan la existencia del infierno, son los que con mayor seguridad caerán en él.
v  No hay situación difícil que Dios no pueda solucionar si confiamos en Él.
v  En algún lugar leí esta gran verdad: La guerra espiritual es una batalla entre el bien y el mal que se libra en nuestro interior, y nosotros somos el campo de batalla.
v  Jesús dijo: No podéis servir al mismo tiempo a Mammón y a Dios, porque son opuestos (Lc 16:13). Pero el dios de las riquezas se ha apoderado de la mente de los hombres que le rinden culto, envileciendo sus corazones, y ha traído consigo egoísmo, avaricia, impiedad, opresión, estafas, guerras, fraudes, negocios ilícitos, sembrando el odio entre los pueblos y hasta en el interior de las familias.
v  Puesto que el hombre ha rechazado lo cierto, es decir, la Verdad revelada, es justo que la fecha de su muerte sea incierta para él.
v  ¿Cómo es posible que Dios permita que el diablo tiente al hombre? Porque al hacerlo el diablo cumple sin saberlo los propósitos de Dios.
v  Ésta es una gran verdad: No hay nada bueno en mí, y lo que hubiere, me ha sido dado. No tengo nada, pues, de qué jactarme. Si lo hago, robo la gloria debida a Dios.
v  Cuanto más amamos una cosa, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a una persona, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a Dios, más pensamos en Él.
Si yo no pienso constantemente en Dios, es porque no lo amo mucho. Si lo amara como debiera, no dejaría de pensar en Él un solo instante.
v  Si la gloria de Dios pudiera ser vista por el hombre, su frágil cuerpo perecería, como se debilitaron los que vieron su gloria de lejos en la montaña del Sinaí (Dt 5:23-27). De ahí el dicho del Antiguo Testamento: Nadie puede ver a Dios y vivir (Ex 33:20). Es decir, el que ve el rostro de Dios, muere. Puesto que la gloria de Dios no puede ser vista tal cual es, nosotros vivimos entretanto por fe. Pero algún día la contemplaremos sin trabas por toda la eternidad.
v  ¡Si los impíos supieran lo que les espera después de la muerte! A nosotros nos toca advertirles. Por eso no hay prédica más útil y necesaria que la prédica del infierno. ¿A cuántos habrá librado de caer en él?
v  La encarnación es un misterio extraordinario que nos asombra. En efecto, el contraste entre un Dios infinito y omnipotente, y una criatura pequeña e inerme, es abismal. ¡Que el que lo es todo y todo lo puede se reduzca por amor a la impotencia de un recién nacido!
v  Si a alguien se le ofreciera algo muy valioso gratuitamente y sin límites, al infinito, ¿no lo recibiría encantado? Tanto más si es un bien tan maravilloso y sin precio como es la gracia. ¡Pero cuántos en su ignorancia lo rechazan! Dios no entra en sus planes.

v  El hombre es un ser al que se le hizo un regalo espléndido, pero que en lugar de apreciarlo y gozar de él, lo destrozó, al punto que Jesús tuvo que venir para repararlo. Pero el precio que Él tuvo que pagar por nuestra inconciencia fue inconmensurable.
v  Es bueno mantenerse en la presencia de Dios, es decir, recogido, en medio de las ocupaciones diarias, aun de las más exigentes.
v  Jesús es nuestro huésped interno. Él está dentro de nosotros y nos habla. ¿Cómo no prestarle atención todo el tiempo?
v  Jesús quiere, desea, anhela que le amemos, pero nosotros nos mantenemos fríos, indiferentes, distantes. Decimos que le amamos de la boca para afuera, pero nuestro interior está distante, distraído en otras cosas.
v  En lugar de pensar en las cosas que me preocupan, debo decírselas a Dios, como quien conversa con un amigo.
v  Dios me enriquece, me embellece constantemente. Dios no desea otra cosa sino derramar sus dones en mí; los inmateriales (que son de mayor valor) y los materiales. Necesito abrirme sin reservas a su acción en mí. ¿Cómo? Manteniéndome en su presencia y deseando que me una a Él cada día más y más. Pero sobretodo, dándole plena libertad para obrar en mí como Él quiera, sacando y poniendo lo que a Él le parezca. Aunque por momentos pueda ser doloroso, el fruto al final será sabroso.
v  Que mi alma sea su “chacra” depende de que le rinda mi voluntad sin reservas. Entonces podrá Él arar y abonar, sembrar, regar y cosechar a su antojo.
v  Dios se ama a sí mismo. Eso es algo en lo que antes nunca había pensado. Pero si Él es el amor mismo (1Jn 4:8) ¿cómo podría no amarse? Nuestro amor por nosotros mismos es un reflejo de ese amor suyo de sí mismo.
v  Dios se limitó a sí mismo voluntariamente al establecer que la colaboración del hombre le sería necesaria para sus propósitos. Él quiso que así fuera cuando hizo al hombre libre. El ser humano puede negarse a colaborar con Dios en lo que lo beneficia. Y con frecuencia, en efecto, se niega a hacerlo, o no colabora activamente, o colabora a medias, tibiamente. Él mismo es el perjudicado.
v  Cuando vemos las catástrofes que se producen en la naturaleza, con toda la destrucción que acarrean, y los cataclismos que afectan al hombre, no debemos sorprendernos. Todo eso es consecuencia del pecado, que corrompió a la naturaleza y alteró el orden perfecto establecido por Dios en todos sus dominios. A eso se refiere Pablo en Romanos 8:19-23, cuando habla de la corrupción de la naturaleza.
v  La menor falta aleja a Dios de nuestra alma, que oculta su rostro de nosotros para no ver (Is 59:2). De ahí la necesidad de aborrecer el pecado, la necesidad de la pureza.
v  Hay muchos que quisieran que no haya infierno, porque saben que van a ir ahí. Los que niegan la existencia del infierno son los más seguros candidatos a ser sus huéspedes por toda la eternidad.
v  Somos criaturas de Dios. Hemos salido de sus manos, y Él sabe lo que nos conviene. Que nada se oponga a su acción continua en nosotros, a nuestra comunión con Él.
v  A cada cual le es asignada una manera específica de dar gloria a Dios en su vida.
v  Dios puede a veces detenernos un buen rato en el camino para que le escuchemos mejor.
v  Imaginemos que Dios hubiera creado los astros, galaxias, estrellas y planetas en su inmensa variedad, y que les hubiera fijado a cada uno su órbita para moverse, pero que, al mismo tiempo, los hubiera dejado libres para ir por donde quieran. ¡Qué caos se armaría en el firmamento! ¡Qué de choques y colisiones catastróficas! Eso es lo que ocurre en la tierra con los seres humanos.
v  Cree en Él, en la abundancia de su amor, para que Él pueda llenarte con su gracia.
v  Si Dios no derrama más sus dones en mí, es porque carezco de la sed de ellos que debiera tener. “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas…” (Sal 42:1). Con la misma ansiedad debo desear yo beber de Dios para que Él me sacie.
v  La gracia es un manantial que se ofrece a todos los que quieran beber de sus aguas.
v  ¿Qué somos nosotros frente al infinito? Limaduras de hierro que el imán atrae.
v  Cuando el hombre deja de temer a Dios se extravía y cae en toda clase de desvaríos y excesos de los que, para mal suyo, se enorgullece.
v  La frase “la unión hace la fuerza” es una frase inspirada por Dios. Parece difícil de creer, pero es una verdad divina, que tiene su reverso en la frase de Jesús: “Una casa dividida contra sí misma no puede subsistir.” (Mt 12:25) Esto es, la división debilita.
v  No importa cuán imperfecto yo sea, si me entrego en manos de Dios para que Él me use como quiera.
v  Todo lo que viene de Dios debe recibirse como un regalo, con amor, aunque duela. Ahí está la clave del dicho de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí (es decir, ser mi discípulo), niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mt 16:24), porque si se abraza con amor, la cruz no es pesada sino ligera.
v  He aquí lo que yo debería hacer cada mañana: Lanzarme hacia Dios al despertar.
v  ¿Cómo podemos santificarnos los unos a los otros? Exhortándonos mutuamente (Col 3:16).
v  El amor al prójimo que se manifiesta en hechos y obras concretas es una manifestación y una irradiación del amor con que Dios nos ama.
v  ¡Qué bueno fuera que Dios me diera el don de detectar la soberbia donde quiera que se manifieste!
v  El amor al prójimo, cuando es real, se anticipa a las necesidades ajenas.
v  Perdonar a los que nos ofenden es el mandamiento más difícil del Evangelio.
v  Pablo escribió algo que puede parecer insensato: “Me gozo en medio de mis tribulaciones…” (2Cor 7:4). Pero expresa una gran verdad, porque en medio del sufrimiento puede, por la gracia de Dios, surgir la alegría. Eso ocurre cuando uno comprende por qué y para qué sufre, y le entrega a Dios ese sufrimiento, ya que en los propósitos de Dios no hay sufrimiento, no hay tristeza, que no tenga sentido y no cumpla un propósito. ¡Cuánto podría consolar esta verdad a todos aquellos desdichados e inválidos que no comprenden por qué les ha tocado padecer en la vida!
v  Si Pablo habla de derribar la muralla que separa a judíos de gentiles (Ef 2:14), la muralla que separa al mundo de la iglesia nunca debe ser derribada. Cuando lo ha sido –y desafortunadamente lo ha sido con frecuencia- la influencia del mundo ha corrompido a la iglesia, despojándola de su vigor e impidiéndole ser verdadero testigo de Cristo.
v  Nosotros somos luz en la medida en que reflejamos la luz de Cristo.
v  El amor trata de no hacer daño y de hacer siempre el bien. En cambio, el odio busca hacer daño, y evita en lo posible hacer el bien.
v  Ser santos es un mandato, una obligación (Lv 19:2). Es lo menos que podemos ser para agradar a Dios. Pero nos retiene la tibieza de nuestro carácter. ¿Habrá habido un santo tibio? Parece imposible. El santo es por necesidad ardiente. Por algo dijo Jesús que vomitaría al tibio de su boca (Ap 3:16).
v  Pero si la iglesia está formada por hombres en su mayoría nada santos ¿cómo puede ella ser santa? Porque santo es el que la fundó, y el que la preserva de los ataques del enemigo.
v  En segunda de Pedro, Dios nos dice que este mundo será destruido por el fuego a causa del pecado, pero que Él podrá regenerarlo con facilidad y hacer uno mejor, como ocurrió después del diluvio (3:10-13).
v  Llegará un momento en que el sufrimiento de la humanidad será muy, muy grande, porque el pecado ha calado muy hondo. ¡Oh, cómo se ofende a Dios en nuestro tiempo! Ni en Sodoma y Gomorra se le ha ofendido tanto.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.

#859 (14.12.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).