jueves, 7 de noviembre de 2013
JEFTA I
lunes, 20 de agosto de 2012
VIAJE DE PABLO A MACEDONIA Y GRECIA
viernes, 10 de febrero de 2012
LA INTEGRIDAD EN EL MINISTERIO CRISTIANO II
Por José Belaunde M.
En el artículo anterior dedicado al tema del título hablamos de la sinceridad consigo mismo, de la rectitud de las intenciones, de las motivaciones y del amor, del elogio y del aplauso. Hoy vamos a continuar cubriendo otros aspectos no menos importantes.
8. El ministerio cristiano ofrece muchas oportunidades de engrandecimiento personal:
- por el prestigio que se puede alcanzar, no en el mundo posiblemente, pero sí en el campo eclesiástico.
- por la influencia que se ejerce sobre otros seres humanos que nos miran como modelos o maestros.
- por las recompensas materiales que se pueden recibir. En el pasado los que escogían el pastorado como carrera renunciaban a muchas satisfacciones materiales. Pero a medida que las iglesias han prosperado ha mejorado paralelamente la situación económica de los pastores y el ministerio cristiano puede estar acompañado de muchos beneficios materiales. (Nota 1)
Si una de esas tres cosas es lo que buscas, estás negando a Dios. Es una triste e innegable realidad que a lo largo de los siglos muchos han seguido la carrera eclesiástica por ambición o por codicia o, en una época, para asegurarse un porvenir.
Entre nosotros no hay quienes usen vestiduras eclesiásticas, pero sí hay quienes persiguen hacer carrera en el ministerio para satisfacer sus ambiciones personales. No llevan puestas encima ninguna clase de vestiduras, pero las llevan por dentro. (2)
Los títulos y nominaciones honoríficos que a veces damos a los siervos de Dios (como reverendo o excelencia) proceden del mundo y son semejantes a los que se otorgaban a los funcionarios y dignatarios civiles. Se introdujeron en la iglesia hace más de mil años cuando los dignatarios eclesiásticos empezaron a acumular poder y riquezas (en muchos casos, es cierto, por una necesidad impuesta por las circunstancias). Dejaron la vestimenta común por la seda, la celda austera por los palacios, la cama dura por el dosel de telas recamadas. Se hicieron conferir títulos nobiliarios.
Hablando acerca de Juan Bautista Jesús preguntó: "¿A quién salisteis a ver al desierto? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí los que llevan vestiduras delicadas están en las casas de los reyes. ¿A quién salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta." (Mt 11:7-9).
Si hubiera llevado vestiduras delicadas no hubieran salido a buscarlo al desierto ni a ninguna parte. No hubiera sido profeta.
No convienen el lujo ni los honores fatuos del mundo al hombre o a la mujer que sirven a Dios. El que los busca, o los recibe con agrado, tiene en su corazón un ídolo al que rinde culto. Es un hijo de Jeroboam. (Hay algunos casos, es cierto, en que los honores sólo pueden ser rehusados a riesgo de ofender a los que los otorgan, y en que pueden, por tanto, ser aceptados con humildad).
9. ¿Tú quieres ser un líder que destaque en la iglesia? Mira a tu maestro. Jesús huía cuando querían proclamarlo rey (Jn 6:15).
No obstante había entre sus discípulos algunos que querían destacar sobre los demás. ¿Qué les dijo Él? "...sea el mayor entre vosotros como el menor y el que dirige (lidera) como el que sirve... mas yo estoy entre vosotros como el que sirve." (Lc 22:24-27)
¿Eres tú como el que sirve o como el que manda?
Jesús, siendo Maestro y Señor, esto es, Líder de líderes, lavó los pies de sus discípulos. Hizo algo que era entonces tarea de esclavos: "...Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis también lavaros los pies unos a otros." (Jn 13:14)
¿Qué cosa es para un líder lavar los pies de sus discípulos? Servirlos en espíritu de humildad y mansedumbre. No enseñorearse de ellos.
Si has de seguir las pisadas de Cristo, tú, como líder, debes ser manso y humilde de corazón como Él era (Mt 11:29).
Es difícil llegar a tener una posición en el mundo siendo manso. En el mundo te abres camino a codazos y no dejas que nadie te pise el poncho. De lo contrario te desprecian. (Aunque a veces se dan excepciones, como hemos visto en el caso del Presidente Paniagua)
Pero, ¿en la iglesia? ¿Te abres camino a codazos?
10. Ser líder te otorga cierta autoridad, una autoridad delegada, como solemos decir. Pero, ten cuidado, no vayas a caer en la tentación de usar tu autoridad para manipular a tus ovejas.
Hay quienes confunden tener autoridad con ser autoritario. Les gusta mandar. Pero no debemos olvidar que "...donde está el Espíritu, allí hay libertad." (2Cor 3:17). El líder autoritario inspira rechazo y pierde autoridad, precisamente lo que pretendía alcanzar imponiéndose.
11. Jesús hablaba "como quien tiene autoridad" (Mt 7:29). Los que le escuchaban reconocían la autoridad de su palabra, aunque Él era un desconocido. Era una autoridad que estaba fundada en la verdad de lo que decía. Nadie le había impuesto las manos. Al contrario los que estaban en autoridad en el mundo lo perseguían.
He aquí el secreto de toda autoridad: La verdadera autoridad es la que nos conceden los que nos escuchan, los que están bajo nuestro cuidado. Esa era la autoridad que tenía Jesús (3). Por eso podemos llamarla "autoridad reconocida". Ese tipo de autoridad se da también en el campo de las ciencias, las artes y muchas especialidades.
¿Qué autoridad tienes tú como líder? Si sólo tienes la autoridad que proviene del hecho de que te hayan puesto como líder, estás en problemas. Solamente la autoridad que te conceden los miembros de tu célula, o los líderes a tu cargo, te será útil. El verdadero líder es el que tiene autoridad aún sin ser líder; el que tiene influencia aún sin ejercer ningún cargo. Es una autoridad que proviene de la forma cómo actúa.
La autoridad que necesita imponerse para afirmarse es artificial y no dura. Es dictadura, no autoridad.
La verdadera autoridad viene de adentro y es Dios quien la otorga, a veces, pero no siempre, por medio de intermediarios humanos.
Hay autoridad interior y autoridad exterior. La autoridad interior es la autoridad que nos otorgan espontáneamente los que la reconocen y se someten a ella. Proviene, según sea el campo de actividad en que se ejerza, de la fuerza de la personalidad y de la capacidad, o de la unción del Espíritu Santo.
La autoridad exterior es una autoridad impartida oficial y públicamente. Puede ser una autoridad inherente al cargo (como la de un rey, presidente o ministro de estado, a la que se accede por elección, nombramiento o herencia) o una autoridad delegada en orden de rango descendente, que es la forma más común de autoridad (4). La imposición de manos es la forma como se delega normalmente autoridad en la Iglesia.
La autoridad exterior vale poco si no está respaldada por la autoridad interior. Aunque también es cierto que la autoridad interior puede desarrollarse gradualmente, o se puede crecer en ella por obra del Espíritu Santo. Es como la fe. Podemos crecer en la fe, pero sólo a condición de que tengamos, para comenzar, al menos fe como un grano de mostaza.
Como toda autoridad proviene de Dios (Rm 13:1) un manto de autoridad cubre a todo el que legítimamente ocupa un puesto o un cargo, sea en la arena pública, en el campo empresarial, o en la iglesia. La autoridad interior es un don particular "que el Espíritu reparte...como Él quiere" (1Cor 12:11) y que doblega las resistencias y conquista los ánimos ("...el que preside, con solicitud..." Rm 12:8, pero véase el pasaje entero). Cuando la autoridad interior no acompaña a la exterior, el cargo se desempeña con dificultad.
La autoridad interior es un don natural, inherente a la persona, no al cargo, como la autoridad exterior, pero no se manifiesta necesariamente en todas las actividades del que la posee, sino en algunas concretas (5). Es la autoridad que suele tener el líder nato en el mundo.
Nótese que en el Antiguo Testamento los profetas recibían una autoridad específica de Dios para hablar en su nombre en determinadas ocasiones (2Sam 12). Es la autoridad profética. Pero había también quienes pretendían hablar en nombre de Dios sin que Él les hubiera hablado (Jr 29:32; Lm 2:14). Hubo profetas así mismo, como Moisés, Elías y Eliseo, por ejemplo, en quienes el manto de autoridad divina reposaba en forma permanente.
12. He aquí una piedra de toque para conocer nuestras verdaderas motivaciones: Si tienes un colega, o un subordinado o un asistente, que empieza a tener más éxito que tú en la predicación, en el liderazgo y obtiene más conversiones que tú ¿te alegras con él por la forma como Dios lo usa, o te sientes triste, amenazado, inquieto?
¿Le cederías tu lugar? Si tus motivaciones fueran absolutamente desinteresadas te alegrarías de su éxito y no temerías que te desplace si eso pudiera ocurrir. Pero en el Señor nadie desplaza a nadie porque Dios tiene un lugar apropiado para cada uno.
Muchas veces el temor a la competencia en el ministerio surge de un sentimiento de inseguridad.
1Sam 18:6-11: "...Saúl hirió a sus miles, pero David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera...y desde aquel día no miró a David con buenos ojos". Saúl sintió celos de David porque lo elogiaban más que a él, pues Dios empezó a usarlo poderosamente. Temía que pudiera desplazarlo y ocupar su lugar, como en efecto ocurrió.
¿Envidiar o admirar? That is the question (6).
Obviamente mejor es admirar que envidiar, porque el que envidia sufre viendo en el otro los dones de que él carece. Pero el que admira se goza sabiendo que "todo don perfecto desciende de lo alto" (St 1:17). Y, de paso, aprende (7).
13. El líder maduro ha alcanzado una seguridad en sí mismo que no está basada en sus propias fuerzas o en sus cualidades, sino en el poder de Dios que habita en él, y que, por tanto, es inconmovible. Esa seguridad -como lo muestra el caso de José- sólo se obtiene después de haber afrontado muchas pruebas.
Hay líderes que son como una tapa que no deja surgir ningún talento debajo suyo, por el temor de verse desplazado.
El líder seguro de sí no sólo no teme que surjan a su lado otros con mejores dones que los propios y que su luz opaque la suya, sino que, al contrario, los alienta y estimula el desarrollo de sus talentos nacientes. Si actúa de esa manera los líderes a quienes él forme o estimule no lo desplazarán, sino que más bien lo levantarán y aumentarán su prestigio como un formador y maestro de líderes.
14. Examina, pues, tu corazón, habla verdad contigo mismo. ¿Es tu corazón recto con Dios y con el prójimo? ¿A quién quieres agradar? ¿A ti mismo, a los demás o a Dios?
Si nuestro corazón es recto, todos los demás aspectos que conforman la integridad se cuidarán a sí mismos: "La integridad de los rectos los guiará" (Pr 11:3). "Integridad y rectitud me guarden porque en ti he esperado" (Sal 25:21).
Notas: 1. Hasta no hace muchos años la mayoría de los pastores se desplazaban en ómnibus o en colectivo; hoy la gran mayoría tiene auto y goza de comodidades antes inimaginables. Ese es un signo de la prosperidad de que han empezado a gozar las iglesias, y es bueno que así sea porque contribuye al prestigio de la Iglesia ante la sociedad. Pero se convertiría en un peligro si muchas personas aspiraran al pastorado principalmente por las ventajas materiales que pudieran obtener.
2. Lo dicho no supone que una vez que las vestiduras y los títulos fueran cosa aceptada en la iglesia, no hubiera hombres santos que las llevaran o que los usaran. Las vestiduras y la pompa eran para muchos de ellos como una pesada carga de plomo que debían soportar.
3. "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6:68).
4. Esa es la autoridad que opera en el gobierno, desde el más alto funcionario al policía; o en las empresas, desde el Directorio hasta el último apoderado; o en las iglesias, desde el pastor hasta el guardián.
5. Por ejemplo, un cirujano puede tener una autoridad natural, interior, en su campo profesional, que sea reconocida por todos, pero no tener ninguna en el mundo de los negocios. La autoridad interior no debe confundirse con la autoridad moral, aunque tienen bastante en común. El delincuente más arrojado y astuto tiene una autoridad interior natural sobre sus cómplices en razón de su audacia, pero nadie podría decir que la suya es una autoridad moral.
6. Esa es la famosa frase que pronuncia Hamlet en el drama de Shakespeare: "¿Ser o no ser? Esa es la cuestión" o "la pregunta".
7. La admiración que suscitan buenos modelos es una de las formas más fecundas de aprendizaje.
NB. Respondiendo a la inquietud de una hermana en relación con la primera charla sobre este tema, respecto de la satisfacción que se experimenta en el ministerio y el agradarse a sí mismo, creo que es conveniente aclarar que no es ciertamente malo sentir una satisfacción personal en lo que uno hace cuando sirve a Dios, sino todo lo contrario. Todo el que desarrolla una actividad de cualquier tipo siente una mayor o menor satisfacción cuando la desempeña bien, dependiendo de cuán bien lo haga. Ese es un mecanismo que Dios ha puesto en nuestra naturaleza para estimularnos. Con mayor motivo cuando servimos a Dios con un corazón sincero, Él nos bendecirá con una gran alegría que compensará todas las penalidades que podamos sufrir. Pero una cosa es servir a Dios desinteresadamente y recibir ese gozo en premio; otra, involucrarse en actividades de servicio, buscando sobre todo experimentar las satisfacciones que proporcionan. El que actúa de esa manera es, sin saberlo, un mercenario, porque trabaja por la paga, no por amor al dueño.
Este artículo es una revisión del artículo del mismo título publicado en julio de 2002.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#712 (05.02.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
viernes, 10 de diciembre de 2010
¿CUÁL ES TU PRECIO?
Por José Belaunde M.
Hoy día en el mundo se suele decir que todo tiene su precio, todo se vende y se compra. La conciencia de la gente tiene también su precio. Si un hombre de empresa necesita que una persona en un alto cargo tome determinada decisión que le favorezca o le facilite hacer algún negocio, va donde él o le envía a un amigo de su parte, a indagar cuánto es lo que exige como compensación para decidir a favor suyo. Si acaso su amigo vuelve diciéndole que el funcionario no acepta plegarse a sus deseos, el empresario piensa: “Caramba, este tipo se cotiza muy alto ¿Cuánto será lo que quiere?” Y manda a su amigo de vuelta para que negocie el monto.
Si te proponen un negocio incorrecto ¿hasta qué ganancia estás dispuesto a renunciar para mantener tu integridad?
La gente está acostumbrada a deslizar un sobre o un billete a la persona que tiene que tramitar un expediente, para que no ponga trabas y lo haga rápido, aunque es su obligación hacerlo por el sueldo que recibe. Estas cosas son tan comunes que ya ni nos llaman la atención ni nos hacen sonrojar si nos acomodamos a la costumbre.
Hay quienes no se venden por dinero (¡son incorruptibles!) pero sí por una “pequeña” ventaja temporal, como podría ser un viaje, o un puesto, o un honor, o una posición de cierta importancia, y no obstante, se consideran honestos. Nunca se rebajaron a recibir una coima pero sí torcieron la verdad o la justicia a cambio de un beneficio de otro orden.
El personaje de Daniel en la Biblia es sumamente interesante a este respecto y las peripecias de su vida son muy instructivas para nosotros, porque él fue un hombre público, que desempeñó altos cargos desde joven y sirvió a sucesivos gobiernos durante su larga carrera.
Él era un muchacho israelita que había sido llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén hacia fines del siglo VI antes de Cristo. El propósito del tirano era doble: de un lado privar a la nación conquistada de lo mejor de su gente, de su élite; y, de otro, aprovechar para su propia nación a lo más capaz del país vencido.
El joven Daniel fue llevado a Babilonia junto con otros jóvenes que, como él, formaban parte de la aristocracia judía y habían recibido desde niños una educación esmerada. Ahora se trataba de que aprendieran el idioma de los caldeos y se familiarizaran con las costumbres babilónicas. Si él y sus amigos demostraban ser alumnos aprovechados les esperaba una brillante carrera en su nueva patria.
El rey encargó a un hombre de su confianza el cuidado de los jóvenes israelitas, su manutención y su educación. Pero Daniel como buen israelita, debía obedecer a las prescripciones de la ley de Moisés acerca de los alimentos, y había ciertos manjares y ciertas bebidas que le estaban prohibidas.
Dice la Escritura: "Daniel se propuso no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió por tanto a su tutor que no se le obligase a contaminarse." (Dn 1:8). Y el funcionario, aunque con algunas dudas, accedió a su petición.
Daniel y sus compañeros rehusaron gustar de la comida del rey a pesar de que eso significaba correr el riesgo de disgustar a su tutor y, peor aún, de suscitar la cólera del soberano. En esa época los reyes no se andaban con contemplaciones. Si alguien se oponía a sus deseos, simplemente lo mandaban matar.
Pero Daniel no condescendió con el mundo que le ofrecía satisfacciones y halagos: una mesa bien servida, vino abundante, diversiones y encima, una brillante carrera y formar parte del grupo privilegiado.
¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones parecidas? Se nos ofrecen tales o cuales ventajas, con tal de que cedamos en nuestros principios.
¿Mantenemos entonces nuestra integridad o nos acomodamos? ¿Estamos dispuestos, por razones de conciencia, a renunciar a las ventajas que nos ofrecen, o peor, a ser marginados por no colaborar?
Si eres profesional ¿te negarías a hacer lo que tu conciencia te prohíbe, pese a las amenazas de represalias?
Si eres juez ¿cambiarías la sentencia a favor del culpable porque alguien bien situado te lo ordena? (Nota) ¿Estás dispuesto a arriesgar que te cambien de colocación o que te acusen falsamente de prevaricato por no ceder a las presiones?
Si eres investigador o fiscal ¿cambiarías el atestado policial por una buena oferta de dinero o por la promesa de un ascenso? ¿Acusarías al inocente por unos cuantos soles?
Si eres médico ¿esterilizarías a esa pobre campesina ignorante, sin explicarle claramente lo que esa operación significa, o sin que su esposo esté de acuerdo? Hubo pocos médicos que se negaron hace pocos años a hacerlo por temor de perder su puesto y su sueldo.
¿Abortarías a esa joven por un buen fajo de billetes?
Si estás a cargo de las compras en una repartición pública ¿harías pedidos innecesarios en complicidad con otros colegas para recibir la comisión que te ofrece el vendedor? ¿Te contentas con el diez por ciento para otorgar la buena pro, o pides más? ¿O te niegas más bien, como debieras, a recibir un centavo?
Casos como los que menciono ocurren a diario en la administración pública, en los negocios y en todas las profesiones. Y ahí es cuando se descubre el temple de nuestra integridad de carácter y de nuestras convicciones.
Queremos formar parte de la collera, del grupo de amigos "in", de los que son invitados a reuniones de diversión privadas, de los que están al tanto de las mejores oportunidades para hacer dinero, de los que se benefician con los repartos o de los ascensos.
Hoy más nunca reinan los que venden su conciencia. ¿Cuál es tu precio? ¿Ya lo has fijado?
Seguir a Cristo también tiene su precio, pero es un precio de naturaleza diferente, que no siempre se mide en dinero. Porque puede pedírsenos que mintamos ante la opinión pública, o que tomemos parte en manejos que nuestra conciencia reprueba; o que nos adhiramos a ciertos grupos políticos, o a ciertas fraternidades que nos ofrecen apoyo de colegas; o, simplemente, se nos pide que neguemos nuestra fe cristiana.
El apóstol Pedro se encontró una vez en una situación de peligro parecida y, para escapar de ella, negó que era amigo de Jesús. Si él decía que sí, si admitía que era su amigo, quizá lo hubieran involucrado en el juicio como cómplice y hubiera acabado en la cruz junto con su maestro. Él lo amaba, por cierto, pero no tanto como para arriesgar la vida, o como para ser torturado.
Sin embargo, Pedro le había jurado poco antes a Jesús que estaba dispuesto a morir por Él. Pero llegado el momento de la prueba, más pudo el miedo. Cuando cantó el gallo y se acordó del anuncio que le había hecho Jesús ya era tarde, ya lo había traicionado.
¿A qué le temes tú más? ¿A desafiar la ira del rey, de los poderosos, o a desafiar la ira de Dios? Los reyes, los poderosos de este mundo son muchas veces testaferros del diablo, sus emisarios. Vienen de su parte para tentarte, para probar el temple de tu conciencia. Cuando te vengan a hacer determinadas ofertas, mira bien los pies de la persona que te las hace, a ver si descubres las pezuñas del cachudo.
¿A quién le temes tú más? ¿A Dios, o a la gente del mundo, o a la sociedad, o a los poderosos? ¿Ante quién tiemblas?
Jesús dijo: "No temáis a los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). Hay quienes creen que Jesús se está refiriendo en ese pasaje al diablo, pero no se está refiriendo al diablo sino a Dios. Sólo a Dios debemos temer. El diablo puede torturarnos en el infierno pero no puede mandarnos ahí ni destruirnos. Sólo Dios puede hacerlo.
También dijo Jesús: "¿Qué provecho sacará el hombre con ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si pierdes tu alma, lo perdiste todo, porque los bienes son muchos pero el alma es una sola. Además el bien que pudiste ganar a cambio de tu alma dura muy poco. En cambio tu alma es eterna.
Antes Él había dicho: "Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, la encontrará". (Mt 16:25). Esa es la gran promesa de Jesús. Lo que tú estés dispuesto a renunciar por mantenerte fiel a Jesús, inclusive la vida, lo recuperarás mil veces aumentado, multiplicado, en este mundo o en el otro.
Dios premió la fidelidad de Daniel y de sus compañeros haciendo que ellos encontraran gracia con el funcionario que se encargaba de ellos; haciendo que no se demacraran, como temía el tutor, por el hecho de comer sólo legumbres y otros alimentos permitidos a los israelitas (Dn 1:12-15); y, por último, los premió dándoles más sabiduría que a los otros jóvenes de su edad (Dn1:19,20), de tal manera que destacaran temprano sobre los demás del grupo. Porque dice el texto sagrado que el rey se mostró satisfecho con ellos y los convirtió en sus consejeros.
Ser fieles a Dios conlleva un precio, pero trae consigo también una recompensa: por de pronto, mayor sabiduría y autoridad. Puede haber sacrificios que afrontar, esto es, renunciar a los premios que da el mundo a los que se doblegan; y puede haber peligros que sortear, incluso arriesgar la vida; pero, al final, Dios nos premia y su recompensa tiene mucho mayor valor que las satisfacciones transitorias que ofrece el mundo.
En última instancia, aunque al principio te critiquen o se burlen de ti, al final te admirarán por la solidez de tus principios y de tu carácter, te elogiarán públicamente. Porque no hay mucha gente incorruptible en el mundo, y esos pocos terminan siendo admirados y premiados hasta por aquellos que los criticaban.
Pero el mayor premio que puedes obtener es la paz de una conciencia tranquila, de un sueño imperturbado. Si hubieras consentido en lo que te proponían, si hubieras aceptado el soborno ¿cómo te hubieras sentido? ¿Estarías contento de ti mismo? Y si el asunto llegara a ser público ¿con qué cara mirarías a tus hijos que veían en ti a su modelo?
Nota. Sabemos que estas cosas suceden con frecuencia en nuestro poder judicial, y no sólo porque alguien bien situado lo ordena sino porque se ofrece una recompensa dineraria.
NB. Esta charla fue transmitida por radio el 15.01.2000 y publicada hace poco más de cinco años. La vuelvo a imprimir porque creo que su contenido sigue siendo muy actual.
jueves, 30 de septiembre de 2010
NEHEMÍAS, HOMBRE DE FE Y ACCIÓN
El primer capítulo del libro de Nehemías contiene en cápsula toda una enseñanza acerca de cómo debe obrar el creyente frente a los retos del mundo en el que vive.
Nehemías era un hombre a quien Dios había colocado en una situación eminente en la corte del emperador persa. Lo había colocado allí con un propósito. No para que él se gloriara en su encumbramiento, sino para que le sirviese. Nehemías debe haber llegado en algún momento de su carrera a la conciencia de que él desempeñaba un papel en los planes de Dios para su pueblo.
Los hombres que llegan a tener una posición encumbrada en el mundo, o en la iglesia, no son concientes de que la situación privilegiada de que gozan es algo que Dios les ha dado, no para sí mismos, para usarlo en su propio beneficio, o para explotar al prójimo, sino para ponerlo a disposición de los propósitos de Dios (Nota 1).
Esas posiciones son como los talentos que el personaje de la parábola dio a sus siervos para que negociaran con ellos para beneficio de su señor (Mt 25:14-30). Pero por lo común las personas importantes negocian con los talentos para su propio beneficio, para enriquecerse, para la lujuria del poder, para su propia gloria. Algún día Dios les pedirá severa cuenta del uso que hicieron de esos talentos, porque "a quien mucho se da mucho se demanda" (Lc 12:48. Véase también toda la parábola, v. 41-49). El castigo de los que los usaron para sí será peor que el que recibió el mal siervo que enterró su talento (2).
Veamos qué hace Nehemías en este capítulo:
1. Él escucha: “Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas al fuego.” (Vers. 3). El hecho de ser un dignatario de uno de los más grandes imperios de la tierra no lo movió a renegar de su origen. Puesto que él había sido admitido a formar parte de la elite gobernante, quizá le hubiera convenido desvincularse y desentenderse de ese pueblo conquistado y humillado que era el judío. Quizá no le convenía recibir en su palacio a esos hombres que vendrían posiblemente andrajosos, o por lo menos pobremente vestidos, y cansados por el largo viaje. Su mal aspecto quizá lo avergonzaría. Podría haber permanecido indiferente y sordo al dolor y frustración de los viajeros, como suelen hacer las personas que gozan de todo en la vida. Pero él los recibe de buena gana porque se solidariza con ellos y desea ansiosamente tener noticias acerca de los que quedaron en su tierra y de cómo está la ciudad santa, Jerusalén (vers. 2)
El vers. 3 resume en pocas palabras el relato seguramente largo que le hicieron los viajeros, y que debe haber sido minucioso y lleno de detalles conmovedores sobre la desolación y humillación que había sobrevenido a Israel.
2. Él siente una carga: “Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Señor de los cielos.” (vers. 4). Al oír su narración él podría haberse encogido de hombros y haber contestado por cortesía: 'Sí pues, qué triste es lo que me cuentan. ¡Qué le vamos a hacer! No podemos hacer nada contra la fatalidad. Hay que resignarse', como suele ser la manera como a veces manifestamos en el fondo nuestra indiferencia frente al dolor ajeno, disfrazándola de compasión.
Después de todo a él no le afectaba en nada materialmente lo que ocurría en Jerusalén. Él gozaba del favor del soberano y tenía una posición sólida. Nada de lo que sucediera a cientos de kilómetros de distancia podría influír negativamente en lo más mínimo en su situación. Él era un súbdito del imperio persa; un descendiente de inmigrantes ya perfectamente adaptado a su nueva patria. Posiblemente tanto él como su padre habrían nacido en el exilio.
Pero él se conmueve hasta lo más profundo de sus entrañas, hace duelo y llora sentado en el suelo. Antes que persa él se sentía miembro del pueblo elegido, así como nosotros antes que ciudadanos de tal o cual país, somos ciudadanos del reino de los cielos. (3)
3. No contento con llorar y hacer duelo él intercede por su pueblo: “Y dije: Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos;” (vers. 5, 6a). Al ponerse a orar él empieza a llevar a cabo (quizá todavía inconcientemente) el propósito por el cual Dios lo ha puesto en ese lugar encumbrado. Todo propósito de Dios que se realiza a través de sus siervos comienza por la intercesión. Cuando Nehemías empezó a orar él no era seguramente todavía conciente de los planes de Dios, pero a medida que oraba Dios se los fue revelando. Orando nos comunicamos con Él y abrimos nuestros oídos para escuchar su voz.
4. Él confiesa los pecados de su pueblo: “Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido. contra ti, y no hemos guardado los estatutos, mandamientos y preceptos que diste a Moisés tu siervo.” ( vers. 6b,7). Él reconoce que las desgracias que sobrevinieron a Israel no eran consecuencias de un descuido de Dios, o manifestación de su crueldad, sino que eran consecuencia inevitable, anticipada por Dios, de los pecados cometidos por su pueblo y de su endurecimiento frente a las muchas advertencias que Dios les había hecho por boca de sus profetas, en especial de Jeremías. Él no trata de excusar a su pueblo ni a su propio linaje.
5. Él le recuerda a Dios las promesas que hizo a Moisés y a sus otros siervos, de que si bien Él no dejaría de castigarlos si le eran infieles (Lv 21:33), si se arrepentían y se volvían a Él, humillándose, Él los recogería de donde quiera que estuviesen y los restauraría en su tierra (Dt 30:1-5). “Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos; pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al ugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre.” (v. 8,9).
En el vers. 10 Nehemías le recuerda también a Dios que este es el pueblo que Él sacó con mano poderosa de Egipto para realizar con ellos su plan de redención. Es como si le dijera a Dios: 'No porque te hayamos fallado tú vas a dejar tus proyectos de lado. Tú eres demasiado grande para eso'.
6. Él concibe un plan. Las palabras: "concede ahora buen éxito a tu pueblo..." del vers. 11 nos dan a entender que, a medida que Nehemías oraba, Dios le fue mostrando qué es lo que Él quería que hiciera: reconstruir los muros de Jerusalén. La última frase nos da la clave de la misión específica de Nehemías: "Porque yo servía de copero al rey". Es decir, como él era uno de los funcionarios más cercanos al soberano y gozaba de su confianza, estaba en posición de poder hablarle sin intermediarios y obtener de él el apoyo necesario para llevar a cabo los proyectos de Dios (4).
Dios nos bendice de muchas maneras a lo largo de nuestras vidas, pero no lo hace solamente porque nos ama y para nuestro solo bien. Lo hace porque Él desea que usemos sus beneficios para sus propósitos y para el bien de su pueblo.
7. Por último Nehemías ora por el éxito del plan que ha concebido escuchando la voz de Dios. (Vers. 11). Nehemías es un hombre de acción. Él se propone poner su plan por obra de inmediato y le pide a a Dios que lo ayude. No se atarda, no le pide a Dios una señal que se lo confirme. Dios ha hablado y él se apresta a obedecer de inmediato. Pero no emprende el proyecto confiando en sus propias fuerzas sino en la ayuda que Dios no dejará de darle.
Notemos que el texto no dice que Dios le hubiera hablado con palabras audibles, como hablaba a los profetas. Él sintió posiblemente un mover en su corazón, un deseo de hacer algo por Jerusalén, junto con la convicción de que ese deseo venía de Dios, tal como nos suele hablar a la mayoría. Y enseguida él mismo ideó un plan para llevar a cabo ese proyecto de acuerdo a los medios que el Señor había puesto en sus manos.
¡Cuántos planes de Dios se han frustrado porque nosotros hemos sido remolones en llevar a cabo sus proyectos o porque hemos dudado de que era Él quien los inspiraba! Si Nehemías se hubiera quedado rumiando los pros y los contras del plan que había concebido no habría en la Biblia un libro que llevara su nombre.
Notemos también que Nehemías era conciente de que él no era el único que oraba por Jerusalén. Él sabe que otros oran también y que él cuenta con su apoyo. Él no se cree el centro de la acción o el único. Sabe que Dios obra a través de unos y de otros, y nosotros las más de las veces no estamos ni enterados de todo lo que Dios pone en movimiento.
Veamos también algo de lo que hace Nehemías en el siguiente capítulo: Tan pronto como se presenta una ocasión favorable para que él pueda manifestar al rey sus preocupaciones (5), Nehemías, hace una rápida oración antes de hablar,para que Dios le inspire (2:4). Ese debería ser nuestro proceder cada vez que enfrentamos situaciones inesperadas, o comprometidas, de mucha responsabilidad, en que debamos decir algo: pedirle a Dios que ponga sus palabras en nuestra boca.
Entonces Nehemías le presenta al rey su petición en detalle (2:5-8). El plan que él propone estipula un tiempo estimado para su culminación. Cuando vamos a llevar a cabo algún plan u obra cualquiera es bueno que nos fijemos una fecha límite para cumplirlo.
A continuación Nehemías anota que el rey le concedió lo que le pedía "porque la mano bondadosa de Dios estaba sobre mí". En todo lo que nosotros hagamos cuidemos de que la mano de Dios esté sobre nuestros proyectos y nuestras obras. Si lo está, el éxito está asegurado. Pero ¿cómo asegurarnos de que su mano está con nosotros? Consagrándole nuestras vidas y buscando hacer en todo su voluntad.
Cuando Nehemías llegó a Jerusalén con la compañía de hombres que el rey había puesto a su disposición, dejó pasar tres días antes de emprender nada (seguramente informándose y evaluando la situación). Y añade que no informó a nadie de lo que Dios había puesto en su corazón hacer por Jerusalén (v. 12). Los propósitos de Dios no deben ser confiados a nadie a quien no sea indispensable hablar, hasta que llegue el momento de ponerlos por obra.
Salió de noche a inspeccionar la ciudad para que sus movimientos no fueran conocidos, y sólo cuando tuvo una idea cabal de lo que se debía hacer concretamente, le habló a la gente (v. 17). Las ideas, los proyectos, los planes que Dios bendice maduran en silencio; no se publican a los cuatro vientos. ¡Cuán cierto es que lo que se anuncia antes de tiempo como ya logrado casi nunca se lleva a cabo o no culmina! ¡Cuántas cosas se anuncian como profecía que no son sino pura presunción! (6)
Pablo escribió: "...las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron..." (Rm 15:4). En este libro se narran muchas cosas que ocurrieron en el pasado y que han quedado registradas para nuestra edificación; para que nosotros, estudiándolas, encontremos en ellas un estímulo y un ejemplo. Démosle gracias a Dios de que Él haya cuidado de que estas cosas lleguen hasta nosotros y nos sirvan de enseñanza. (5.01.02)
Notas:
(2) Recuérdese que en tiempos de Jesús el talento era una medida de peso usada para metales preciosas y, por tanto, representaba un gran valor monetario. Como consecuencia de la parábola la palabra adquirió el sentido que tiene hoy día de don intelectual, habilidad, destreza.
(3) Es interesante comparar la forma cómo Nehemías reacciona al triste relato que le hacen sus compatriotas del lamentable estado en que se encuentran las murallas de Jerusalén, con la forma como reacciona cuando las ve con sus propios ojos. En el primer caso llora desconsolado, en el segundo se enardece y decide actuar para repararlas (Nh 3:11-16).
(4) El copero desempeñaba una posición de alta responsabilidad en las cortes orientales de la antigüedad. Él era el encargado de velar porque el vino que bebía el rey no hubiera sido envenenado (como ocurría de vez en cuando en una época en que las conspiraciones palaciegas eran frecuentes). Como prueba de que su soberano podía beber el vino sin temor el copero lo bebía antes servirlo al rey. Como consecuencia su cercanía al rey el copero solía ejercer gran influencia en el gobierno.
(5) Nótese, sin embargo, que entre el mes de Quisleu (Nov/Dic) del comienzo y el mes en que ocurre esta escena, el de Nisán (Marz/Abr), han pasado cuatro meses. ¿Por qué demoró tanto tiempo Nehemías en hablarle a Artajerjes? Quizá no se le presentó antes una ocasión propicia, o estaba madurando su proyecto.
(6) Cuidemos de no convertir nuestras fantasías, o nuestras ambiciones, en profecías solemnes cuando Dios no nos ha hablado. Dios no pasará por alto nuestra presunción (Jr 23:31; Dt 18:20-22). ¿Cuántas de esas profecías vanas que hemos oído se cumplieron en los hechos? Si no se cumplieron es señal de que Dios no las respaldaba. Sin embargo, siempre estamos a la escucha expectante de palabras bonitas que nos halaguen (Jr 8:11,15).
Hay también profecías mundanas. Como cuando las autoridades anuncian que "desde ahora en adelante no volverá a ocurrir tal o cual situación enojosa", o "que tal problema ha sido definitivamente resuelto". Todo porque, con la mejor intención del mundo, han dictado una ley o tomado algunas medidas. Como si dictando leyes o adoptando medidas se solucionaran todos los problemas, aun los más complejos y enraizados; como si la realidad pudiera modificarse por decreto.
#400 (18.12.05) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.