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jueves, 7 de noviembre de 2013

JEFTA I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JEFTA I (Nota)

Después de Abimelec, el hijo impío de Gedeón que le hizo tanto daño al pueblo, se levantaron Tola, varón de Isacar, que juzgó a Israel 23 años; y Jair, de Galaad, que juzgó a Israel 22 años (Jc 10:1-5).
“Pero los hijos de Israel volvieron a hacer lo malo ante los ojos de Jehová, y sirvieron a los baales y a Astarot, a los dioses de Siria, a los dioses de Sidón, a los dioses de Moab, a los dioses de los hijos de Amón y a los dioses de los filisteos; y dejaron a Jehová y no le sirvieron.” (Jc 10:6) Esta apostasía parece haber sido peor que la de tiempos anteriores. (2)
“Y se encendió la ira de Jehová contra Israel, y los entregó en mano de los filisteos, y en manos de los hijos de Amón; los cuales oprimieron y quebrantaron a los hijos de Israel en aquel tiempo dieciocho años, a todos los hijos de Israel que estaban al otro lado del Jordán en la tierra del amorreo, que está en Galaad. Y los hijos de Amón pasaron el Jordán para hacer también guerra contra Judá y contra Benjamín y la casa de Efraín, y fue afligido Israel en gran manera.” (Jc 10:7-9).
Por fin ellos, apretados por la necesidad, confesaron sus pecados: “Nosotros hemos pecado contra ti; porque hemos dejado a nuestro Dios, y servido a los baales.” (v. 10). La confesión de pecados es el primer paso del arrepentimiento. Si el hombre no reconoce que le ha fallado a Dios pecando, ¿de qué tendría que arrepentirse? Con frecuencia se lee de personajes de la farándula a los que se les pregunta si no tienen nada de qué arrepentirse en su vida, y la respuesta frecuente es: No, porque todas las cosas por las que he pasado han sido experiencias que han enriquecido mi vida. Ese tipo de respuestas pone en evidencia cuán alejadas de Dios están esas personas.
Imaginemos una persona que, confrontada por un predicador, dijera: Yo reconozco que he ofendido a Dios muchas veces, pero no me arrepiento de nada, porque esas acciones mías han sido vivencias que han enriquecido mi personalidad y forjado mi carácter. Diríamos que tiene el corazón endurecido y que está muy lejos de la gracia divina.
Pero esta vez Dios no les contestó como en otras ocasiones, apiadándose de ellos, sino lo hace severamente, para moverlos a un arrepentimiento más profundo: “Y Jehová respondió a los hijos de Israel: ¿No habéis sido oprimidos de Egipto, de los amorreos, de los amonitas, de los Filisteos, de los de Sidón, de Amalec, y de Maón, y clamando a mí no os he libré de sus manos? Mas vosotros me habéis dejado, y habéis servido a dioses ajenos; por tanto, yo no os libraré más.” (v. 11-13) Dios les responde, posiblemente por boca del sumo sacerdote de ese tiempo, o de algún profeta no nombrado.
Notemos que los israelitas adoraron a siete dioses ajenos, y fueron oprimidos por siete pueblos paganos; y siete fueron las veces, no obstante, que Dios los libró. Siete es el número de la perfección divina.
Con toda razón el Señor les dice que ya no los librará más de sus enemigos, porque han demostrado ser unos veletas e infieles con Él: “Andad y clamad a los dioses que os habéis elegido; que os libren ellos en el tiempo de vuestra aflicción.” (v. 14).
Ése es el discurso que ellos se merecen y la justa respuesta de un Dios ofendido: Vayan pues a ver lo que esos dioses falsos a los que habéis servido pueden hacer por ustedes. Ustedes les han rendido homenaje. Que ellos los protejan pues ahora de sus enemigos. Que esos ídolos inertes en los cuales han confiado, les muestren ahora su fuerza.
Reuniéndose en una asamblea solemne, los hijos de Israel respondieron con un arrepentimiento sincero: “Hemos pecado; haz tú con nosotros como bien te parezca; sólo te rogamos que nos libres en este día.” (v. 15).
Haz con nosotros lo que mejor te parezca. Es decir, nos ponemos en tus manos. Pero tan solo líbranos de caer en manos enemigas. Ese acto de humillación y de entrega a Dios no fue resultado de su piedad, sino fue interesado: Nos rendimos a ti, pero líbranos del enemigo.
Una petición semejante hizo David cuando Dios le planteó que escogiera entre tres castigos cuando hizo un censo del pueblo: hambruna, o peste, o huir delante de sus enemigos, y él escogió caer en manos de Dios, “porque sus misericordias son muchas”, y no en manos de hombres (2Sm 24:12-14).
Ellos reconocieron que merecían la severidad de Dios, que merecían el castigo que Él les enviaba. Se avergonzaron de sí mismos. Pero a la vez, eran concientes de que de Dios no puede venirles nada malo.
Nosotros, que a veces nos portamos igual o peor que los israelitas de antaño, debemos someternos a la disciplina de Dios, confiando a la vez en su misericordia.
“Y quitaron de entre sí los dioses ajenos, y sirvieron á Jehová.” (Jc 10:16ª). Unieron entonces la acción a sus palabras de arrepentimiento, descartando a los dioses ajenos a los que habían rendido culto, y volvieron a servir a Dios. De esa manera mostraron que su arrepentimiento era sincero. Pero ¿por cuánto tiempo?
Pero Dios, como padre amoroso que es, no podía seguir estando indignado con los ingratos; su justa ira cedió lugar a la compasión: “y Él fue angustiado a causa de la aflicción de Israel.” (v. 16b).
¡Cuántos padres no se comportan de manera semejante! Inflingen a sus hijos rebeldes el castigo que se merecen, pero luego se arrepienten, y su severidad termina doliéndoles más a ellos que a los castigados. El amor gana su corazón y se impone sobre la justicia. Ése es el corazón de padre que Jesús describe en la parábola del Hijo Pródigo.
“Entonces se juntaron los hijos de Amón, y acamparon en Galaad; se juntaron asimismo los hijos de Israel, y acamparon en Mizpa.” (v. 17) (3) Posiblemente la intención de los amonitas era abandonar la guerra de guerrillas acostumbrada para derrotar en una batalla decisiva a las fuerzas de Israel y arrancarles gran parte de su territorio (Véase 11:13). Por eso los israelitas, concientes del peligro que los amenazaba, reunieron sus tropas en un lugar apropiado preparándose para una batalla que podía ser decisiva.
Pero ellos carecían de un general que comandase sus fuerzas. ¿Cómo iban a pelear así contra un enemigo bien organizado? Se volvieron concientes de que estaban en inferioridad de condiciones: “Y los príncipes y el pueblo de Galaad dijeron el uno al otro: ¿Quién comenzará la batalla contra los hijos de Amón? Será caudillo sobre todos los que habitan en Galaad.” (v. 18).
La falta de un liderazgo adecuado es un mal que suele aquejar a los pueblos que se alejan de Dios. Caen en manos de líderes mediocres o corruptos.
En estas circunstancias por fin el libro nos presenta al héroe de este episodio, a Jefta, uno de los caracteres más nobles del libro de Jueces, aunque no era tampoco un hombre perfecto: “Jefta, galaadita, era esforzado y valeroso.” (11:1ª).
Su historia parece sacada de los anales de una crónica social peruana: “Era hijo de una mujer ramera, y el padre de Jefta era Galaad.” (11:1b). Él era hijo de un hombre importante de la tribu de Manasés que se había permitido tener un hijo fuera de su matrimonio.
Él no era hijo siquiera de una concubina, como había sido Agar para Abraham, sino de una prostituta, probablemente cananea. ¡Qué gran honor el suyo! Por eso sus hermanos, hijos de la esposa de Galaad, que habían tolerado su presencia en vida de su padre, lo echaron de casa cuando se hicieron mayores y tomaron control de los bienes de la familia: “No heredarás en la casa de nuestro padre, porque eres hijo de otra mujer.” (v. 2b). Tu presencia nos deshonra. ¿Pero qué culpa tenía él de su origen? La culpa era de su padre, no suya.
“Huyó pues Jefta de sus hermanos, y habitó en tierra de Tob (4); y se juntaron con él hombres ociosos, los cuales salían con él.” (v. 3). En este punto él hizo lo mismo que haría David algún tiempo después cuando salió de la cueva de Adulam (1Sm 22:2): Dedicarse al bandolerismo.
Jefta lo hizo no para luchar contra los suyos, sino contra los enemigos de su pueblo, y todo parece indicar que ganó cierta fama en esta empresa por sus correrías e incursiones contra los amonitas. Era pues natural que los ancianos de Israel no dudaran acerca de quién debían escoger como líder: “Y cuando los hijos de Amón hicieron guerra contra Israel, los ancianos de Galaad fueron a traer a Jefta de la tierra de Tob; y dijeron a Jefta: Ven, y serás nuestro jefe, para que peleemos contra los hijos de Amón.” (Jc 11:5,6).
Pero fíjense en la ironía de la situación. Ellos se habían prostituido al rendir culto a falsos dioses; ahora tenían que recurrir al hijo de una prostituta para que comande sus tropas y los libre de sus enemigos. La elección del hijo de una ramera como líder nos hace pensar en las palabras de Pablo: “Y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer los que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1Cor 1:28,29).
Sin embargo, Jefta no estaba dispuesto a ceder así no más a su pedido. Él tenía serios motivos de resentimiento contra sus connacionales: “Jefta respondió a los ancianos de Galaad: ¿No me aborrecisteis vosotros, y me echasteis de la casa de mi padre? ¿Por qué, pues, venís ahora a mí cuando estáis en aflicción?” (v. 7)
Jefta acusa a los ancianos de Israel de no haberlo defendido, como hubieran debido, cuando sus hermanos lo expulsaron de su casa. Su lenguaje hace suponer que entre los que fueron a buscarlo se encontraba uno de sus hermanos.
Fíjense cómo opera la Providencia de Dios conduciendo los acontecimientos humanos. Si Jefta no hubiera sido expulsado de su casa por sus hermanos, él no hubiera tenido ocasión, impulsado por la necesidad, de desarrollar sus aptitudes de guerrero, que ahora iban a ser útiles para su pueblo.
Se parece al caso de José, que tuvo que ser vendido como esclavo a Egipto, para que luego pudiera salvar del hambre a los mismos que lo habían vendido, y a su padre y a todo el clan familiar, y a todos los pueblos de esa región mediterránea. Los hombres de Dios tienen que pasar por pruebas severas antes de ser usados por Él.
Pero ahora los ancianos de Israel, puesto que lo necesitan, quieren reparar su omisión y la injusticia cometida entonces con Jefta, y le ofrecen firmemente, poniendo a Dios como testigo de la veracidad sus palabras, que él será su jefe y capitán no sólo en la guerra, sino también en la paz, cuando Dios les conceda la victoria sobre sus enemigos. Pero faltaba que el pueblo confirmara esa elección: “Entonces Jefta vino con los ancianos de Galaad, y el pueblo lo eligió por su caudillo y jefe; y Jefta habló todas sus palabras delante de Jehová en Mizpa.” (v. 11). Es posible que su elección se produjera por aclamación en el marco de una ceremonia solemne con participación del sumo sacerdote, en la que Jefta se comprometió a conducirlos a la victoria con la ayuda de Dios.
Notas: 1. Su nombre lo escriben algunos como Jefté. (Jephthah en inglés) En hebreo es Yifzáj, y quiere decir “el que abre”.
2. ¿Qué podríamos decir nosotros de la apostasía en nuestro tiempo de ciertos países que antes fueron cristianos, pero que le han dado la espalda a Dios? Uno de ellos ha decidido cambiar la letra de su himno nacional ¡porque en ella se menciona demasiado a Dios!
3. Son varias las localidades en Israel que llevaban el nombre de Mizpa (palabra que quiere decir “atalaya”, cf Gn 31:49) (Véase Jc 11:29). Es probable que la de nuestro relato estuviera ubicada al norte de Israel, al pie del monte Hermón.
4. Territorio situado al noreste de Galaad (2Sm 10:8).
NB. Este artículo y el siguiente, como también los dos anteriores sobre Gedeón, están basados en enseñanzas dadas recientemente en el Ministerio de la Edad de Oro.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#792 (18.08.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

lunes, 20 de agosto de 2012

VIAJE DE PABLO A MACEDONIA Y GRECIA


Por José Belaunde M.
VIAJE DE PABLO A MACEDONIA Y GRECIA
Un comentario al libro de Hechos 20:1-6


Retomamos el hilo de la narración del libro de Hechos, que interrumpimos después de describir el alboroto suscitado en Éfeso por los artesanos que confeccionaban estatuillas de la diosa Artemisa, en protesta de la prédica de Pablo.
1. “Después que cesó el alboroto, llamó Pablo a los discípulos, y habiéndolos exhortado y abrazado, se despidió para salir a Macedonia.”
Los ánimos de la ciudad, que estuvieron bastante caldeados, se calmaron pronto después de la inteligente exhortación del escribano, o secretario, de la ciudad. Entonces Pablo, más tranquilo, se preparó para llevar a cabo los planes que había anunciado en su primera carta a los Corintios, de ir a verlos pasando primero por Macedonia (1Cor 16:8; cf Hch 19:21).
Es característico del temperamento emotivo de Pablo que se diga que antes de partir él exhortó y abrazó a los discípulos de Éfeso. Su despedida debe haber dado lugar a una emocionada expresión de sentimientos, en la que debe haber habido abundante efusión de lágrimas.
Pero no indica Lucas cómo hizo Pablo el viaje de Éfeso a Filipos, u otra ciudad de Macedonia, aunque suponemos que debe haber sido por mar. Por 2Cor 2:12,13 sabemos que él se detuvo algún tiempo en Troas –donde ya había estado durante su segundo viaje misionero (Hch 16:8-10)- con el propósito de predicar el Evangelio, pero como no encontró ahí a Tito, a quien había enviado a Corinto para que le informara acerca de la situación de la iglesia en esa ciudad que le preocupaba mucho, no tuvo tranquilidad de espíritu para predicar, a pesar de que se le había abierto una puerta grande para ello, por lo que prosiguió su viaje por mar a Macedonia, desembarcando posiblemente en Neápolis, puerto de Filipos, como ya había hecho en otra ocasión (Hch 16:11,12). Es de notar, sin embargo, que pese a lo que escribe en el pasaje de 2da a Corintios citado arriba, su segunda estadía en Troas no fue del todo infecunda, pues dejó una iglesia establecida allí, según puede verse en el vers. 7 más adelante.
En Filipos, o algún otro lugar de Macedonia, encontró a Tito, y fue grandemente consolado por las buenas noticias que su colaborador le trajo de Corinto (2Cor 7:5-7).
2. “Y después de recorrer aquellas regiones, y de exhortarlos con abundancia de palabras, llegó a Grecia.”
No se sabe cuánto tiempo permaneció Pablo en Macedonia, ni qué ciudades visitó concretamente, aparte de las ya conocidas Tesalónica, Berea y Filipos. Pero es posible que él haya ido más adentro visitando las iglesias que entretanto habían sido establecidas por los creyentes de Tesalónica, pues sabemos por los elogios que les dedica Pablo, que ellos eran activos evangelistas (1Ts 1:7,8). Es posible también que haya sido durante este período cuando su recorrido misionero lo llevó hasta la frontera de la provincia romana de Illiricum, como menciona en Rm 15:19 (Iliria en griego, la moderna Dalmacia), una región donde el Evangelio no había sido aún predicado, según su propósito de predicar donde Cristo no hubiese sido ya anunciado, pues él no deseaba edificar sobre fundamento ajeno (Rm 15:20). Es probable –según F.F. Bruce- que el lapso de tiempo cubierto por este versículo haya sobrepasado de un año, desde el verano del 55 DC hasta fines del año 56 DC.
Pero Lucas nuevamente insiste en que Pablo dedicaba buena parte de sus energías, fervor y tiempo a exhortar a la perseverancia a los creyentes de esas regiones, pensando posiblemente en las persecuciones que no tardarían en desatarse.
3. “Después de haber estado ahí tres meses, y siéndole puestas acechanzas por los judíos para cuando se embarcase para Siria, tomó la decisión de volver por Macedonia.”
Lucas nos informa que finalmente Pablo llegó a Grecia –nombre histórico y familiar de la provincia romana de Acaya- donde permaneció tres meses, la mayor parte del tiempo en Corinto, gozando de la hospitalidad de su amigo Gayo (Rm 16:23; cf 1Cor 1:14. Véase “El Alboroto en Éfeso I”; Hch 19:29).
Fue durante esta estadía en Corinto cuando Pablo escribió su epístola a los Romanos, la más importante de todas sus epístolas desde el punto de vista doctrinal, y en la cual él habla de su proyecto de ir a España pasando por Roma, porque ya no tenía más campo en Grecia y Macedonia (Rm 15:23,24).
Pero, teniendo el propósito de embarcarse para Siria (posiblemente en el puerto de Cencrea), de paso a Jerusalén, donde quería llegar para Pentecostés, tuvo conocimiento de un complot de sus incansables enemigos judíos para asesinarlo, probablemente al embarcarse o durante la travesía, por lo que decidió hacer el viaje por tierra, recorriendo nuevamente Macedonia. Aquí podemos ver, una vez más, cómo la Providencia protegía a Pablo, advirtiéndolo del peligro y frustrando los planes malvados de sus adversarios.
Fue durante su estadía en Corinto (invierno del año 56 a 57 DC) cuando Pablo pudo llevar a cabo su proyecto largo tiempo acariciado de llevar una ayuda económica de parte de las iglesias gentiles a la iglesia madre de Jerusalén. Él escribe al respecto en Romanos: “Si los gentiles han sido hechos partícipes de sus bienes espirituales, deben también ellos ministrarles de sus bienes materiales.” (Rm 15:27). De esa manera se podía manifestar de una forma concreta la preocupación de las iglesias gentiles por sus hermanos de Jerusalén que, como consecuencia de su práctica inicial de vender todo lo que tenían y traerlo a los pies de los apóstoles (Hch 4:32-37), se habían empobrecido. Era también una forma muy preciosa de expresar la unidad de la iglesia. Para este fin él se había preparado ordenando a las iglesias que dependían de él, como las de Galacia y Macedonia y la de Corinto, que “cada primer día de la semana (es decir, el domingo) cada uno de vosotros ponga aparte algo, según haya prosperado, guardándolo, para que cuando yo llegue no se recojan ofrendas.” (1Cor 16:2). Posteriormente cada iglesia designaría a las personas que llevarían su ofrenda a Jerusalén, “si fuere propio” acompañados por él mismo (v. 2-3) (Nota 1). Los designados con ese fin son los que se menciona en el versículo siguiente:
4. “Y le acompañaron hasta Asia, Sópater de Berea, Aristarco y Segundo de Tesalónica, Gayo de Derbe, y Timoteo; y de Asia, Tíquico y Trófimo.”
Todos ellos eran compañeros fieles de Pablo. Los tres primeros representaban a las iglesias de Macedonia, los dos siguientes a las de Galacia, y los dos últimos obviamente a las de Asia (2). F.F. Bruce anota que no se menciona a ningún representante de Corinto, pero que se puede deducir de 2Cor 8:6 que la contribución de la iglesia de esa ciudad fue confiada a Tito. Queda entonces abierta la pregunta de porqué el nombre de un colaborador tan cercano de Pablo como él, no es mencionado ni una sola vez en el libro de Hechos. La respuesta más convincente que se ha sugerido es que Tito era hermano de Lucas.
De otro lado, es muy singular que Lucas no mencione para nada la colecta que Pablo estaba promoviendo y que ocupaba un lugar tan importante en sus preocupaciones, a pesar de que ésa era la finalidad principal de su viaje a Jerusalén, y el motivo por el cual viajó con tantos acompañantes. Si como algunos suponen (Véase el libro “Paul on Trial” de John W. Mauck), el libro de Hechos fue concebido principalmente como un documento de defensa legal para el juicio que más adelante esperaba a Pablo delante del tribunal del César (Hch 25:10-12), la omisión tendría sentido pues mencionarla no contribuía a ese propósito.
5,6. “Éstos habiéndose adelantado, nos esperaron en Troas. Y nosotros, pasados los días de los panes sin levadura, navegamos de Filipos, y en cinco días nos reunimos con ellos en Troas, donde nos quedamos siete días.”
En el vers. 5 el relato pasa nuevamente de la tercera persona plural a la primera persona plural, lo que significa que a partir de ese momento Lucas, el narrador, se ha unido a la comitiva que acompaña a Pablo, seguramente en Filipos donde él había permanecido (Véase Hch 16:40).
El hecho de que él se haya unido al grupo se manifiesta también en la mayor riqueza de detalles que en adelante denota el relato, pues él ya no se separará de Pablo hasta la conclusión del libro. Es probable también que él fuera portador de la colecta de Filipos, y que sea él la persona a quién se apliquen las palabras elogiosas que Pablo escribe en 2Cor 8:18,19, (particularmente el v. 18): “Y enviamos juntamente con él al hermano cuya alabanza en el evangelio se oye por todas las iglesias.”
Mientras los acompañantes mencionados en el vers. 4 navegaban hacia Troas para esperar a Pablo ahí, y preparar su visita, Pablo permaneció en Filipos junto con Lucas para celebrar en esa ciudad la Pascua, a la que el texto se refiere con el nombre que se había hecho popular entre los judíos: los días de los “ázimos”, o panes sin levadura. (3).
Es interesante constatar que Pablo, el apóstol a los gentiles, seguía celebrando como buen judío, las fiestas del calendario litúrgico de su nación, pues vemos más adelante (Hch 20:16) que él quería llegar a Jerusalén antes de la Fiesta de las Semanas (llamada Shavuot en hebreo y “Pentecostés” en griego) (4), a pesar de que en otro lugar él llama “débiles en la fe” a los cristianos que seguían guardando las normas alimenticias de la ley mosaica, y a los que hacen diferencia entre día y día (Rm 14:1-6).
De hecho, la iglesia continuará celebrando ambas fiestas, incorporándolas a su calendario litúrgico, pero insufladas de un nuevo espíritu y del nuevo significado al que se alude en las notas dedicadas a ambas.
Notas:
1. En este proyecto generoso, ejecutado con tanto celo por Pablo, debe verse el origen remoto de la práctica de recoger ofrendas o colectas durante el culto, no en la práctica del diezmo judío –aunque se haya convertido en costumbre llamarlo así- porque el diezmo tenía por finalidad el sostenimiento del templo de Jerusalén, al cual los cristianos de la gentilidad no contribuían, -aunque es probable que los miembros de la iglesia de Jerusalén sí lo hicieran durante un tiempo.
Pero Pablo no sólo promovía la ayuda económica a la comunidad de Jerusalén. También, como buen judío, promovía la generosidad con los individuos necesitados, especialmente las viudas (1Tm 5:4-10). Esta es una sana costumbre que está siendo descuidada entre nosotros, pese a las bendiciones que según la palabra de Dios la acompañan: “El que tiene misericordia de los pobres es bienaventurado.” (Pr 14:21b. Véase 19:17; 31:20 y Sal 112:9), y pese también a la recomendación expresa que hace Jesús en la escena del juicio de las naciones (Mt 25:35,36).
2. Sópater es posiblemente el Sosípater que menciona Rm 16:21 como siendo pariente de Pablo. Aristarco fue uno de los dos varones que fueron arrastrados por la plebe en el alboroto en Éfeso (Hch 19:29). Luego acompañará, junto con Lucas, a Pablo, cuando éste es embarcado en Cesarea por el gobernador romano para comparecer ante el tribunal del César (Hch 27:2). En Col 4:10 Pablo se refiere a él llamándolo “mi compañero de prisiones,” probablemente porque estuvo preso con él en Roma. De Segundo no hay noticias. Gayo es posiblemente el hospedador de Pablo que he mencionado en mi comentario al vers. 3, más arriba, y que pasó por el mismo trance que Aristarco en Éfeso. A Timoteo lo conocemos muy bien. Tíquico (cuyo nombre quiere decir “fortuito”) a quien Pablo llama “amado hermano, fiel ministro y consiervo”, aparece en los saludos finales de Efesios 6:21 y Col 4:7, como el portador de ambas cartas, con el encargo además de contar a los destinatarios cómo le va a Pablo y traerle noticias de ambas iglesias para que sea consolado. Por encargo de Pablo se reunió con Tito en Creta (Tt 3:12). En 2Tm 4:12 el apóstol informa a Timoteo que ha enviado a Tíquico a Éfeso. Se ve que contaba con la confianza plena de Pablo. Trófimo (el que alimenta) era un cristiano gentil de Éfeso. Su presencia en Jerusalén junto con Pablo dio ocasión a que éste fuera acusado por unos judíos de Asia de introducir a griegos en el templo (más allá del atrio de los gentiles), lo que motivó que fuera tomado preso y finalmente enviado a Roma (Hch 21:27-30). En 2Tm 4:20 Pablo informa a su discípulo que ha dejado a Trófimo enfermo en Mileto.
3. La Pascua era la fiesta ordenada por Moisés para conmemorar la salida apurada del pueblo de Egipto, después de haber comido el cordero sacrificado la noche en que todos los primogénitos de Egipto fueron muertos por el ángel exterminador, excepto los primogénitos de los israelitas que hubieran untado los postes y dinteles de sus puertas con la sangre del cordero sacrificado. El significado de la palabra hebrea que la designa, pesaj, es “pasar”, y alude al hecho de que el ángel pasó por encima de los hogares marcados por la sangre del cordero (Ex 12).
La Fiesta de los “Panes sin Levadura” (mazot) empalmaba a continuación y duraba siete días, por lo que ambas fiestas llegaron a ser consideradas una sola fiesta. Durante esa semana el pueblo comía pan sin levadura, símbolo de corrupción y de pecado (1Cor 5:6-8). Con el tiempo ambas fiestas unidas se convirtieron en la fiesta más importante de Israel (2Cro 35:1-19), y para celebrarla todos los que podían iban en peregrinación a Jerusalén (Lc 2:41,42).
Según los evangelios sinópticos la cena que celebró Jesús la víspera de su muerte fue una cena pascual (Mr 14:12-16; Lc 22:7-16). Así como la sangre del cordero que sacrificaron y comieron los israelitas en la primera pascua libró a sus primogénitos de la muerte, de manera semejante la sangre de nuestro cordero pascual, Cristo, nos libra de la muerte eterna. Dado que la muerte y resurrección de Jesús coincidieron con la Pascua judía, con el tiempo ese término pasó a aplicarse a la fiesta en que se recuerda la resurrección de Jesús.
4. La Fiesta de las Semanas, o Pentecostés (que en griego quiere decir cincuenta), se celebraba el domingo, siete semanas, o sábados, después de la Pascua, festejando el final de la cosecha de cereales. Era el segundo de los tres grandes festivales agrícolas de Israel, en los que no se podía hacer ningún trabajo servil. (Los otros dos eran la Pascua y la Fiesta de los Tabernáculos, Dt 16:16; 2Cro 8:13).
Esta festividad se convertiría en una fiesta muy importante para la iglesia, pues en ella se produjo el derramamiento del Espíritu Santo sobre los ciento veinte congregados en el Aposento Alto, que transformó a los discípulos de hombres temerosos en predicadores intrépidos y los lanzó a la conquista del mundo (Hch 2:1-4).


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#739 (12.08.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 10 de febrero de 2012

LA INTEGRIDAD EN EL MINISTERIO CRISTIANO II

Por José Belaunde M.

En el artículo anterior dedicado al tema del título hablamos de la sinceridad consigo mismo, de la rectitud de las intenciones, de las motivaciones y del amor, del elogio y del aplauso. Hoy vamos a continuar cubriendo otros aspectos no menos importantes.
8. El ministerio cristiano ofrece muchas oportunidades de engrandecimiento personal:
- por el prestigio que se puede alcanzar, no en el mundo posiblemente, pero sí en el campo eclesiástico.
- por la influencia que se ejerce sobre otros seres humanos que nos miran como modelos o maestros.
- por las recompensas materiales que se pueden recibir. En el pasado los que escogían el pastorado como carrera renunciaban a muchas satisfacciones materiales. Pero a medida que las iglesias han prosperado ha mejorado paralelamente la situación económica de los pastores y el ministerio cristiano puede estar acompañado de muchos beneficios materiales. (Nota 1)
Si una de esas tres cosas es lo que buscas, estás negando a Dios. Es una triste e innegable realidad que a lo largo de los siglos muchos han seguido la carrera eclesiástica por ambición o por codicia o, en una época, para asegurarse un porvenir.
Entre nosotros no hay quienes usen vestiduras eclesiásticas, pero sí hay quienes persiguen hacer carrera en el ministerio para satisfacer sus ambiciones personales. No llevan puestas encima ninguna clase de vestiduras, pero las llevan por dentro. (2)
Los títulos y nominaciones honoríficos que a veces damos a los siervos de Dios (como reverendo o excelencia) proceden del mundo y son semejantes a los que se otorgaban a los funcionarios y dignatarios civiles. Se introdujeron en la iglesia hace más de mil años cuando los dignatarios eclesiásticos empezaron a acumular poder y riquezas (en muchos casos, es cierto, por una necesidad impuesta por las circunstancias). Dejaron la vestimenta común por la seda, la celda austera por los palacios, la cama dura por el dosel de telas recamadas. Se hicieron conferir títulos nobiliarios.
Hablando acerca de Juan Bautista Jesús preguntó: "¿A quién salisteis a ver al desierto? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí los que llevan vestiduras delicadas están en las casas de los reyes. ¿A quién salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta." (Mt 11:7-9).
Si hubiera llevado vestiduras delicadas no hubieran salido a buscarlo al desierto ni a ninguna parte. No hubiera sido profeta.
No convienen el lujo ni los honores fatuos del mundo al hombre o a la mujer que sirven a Dios. El que los busca, o los recibe con agrado, tiene en su corazón un ídolo al que rinde culto. Es un hijo de Jeroboam. (Hay algunos casos, es cierto, en que los honores sólo pueden ser rehusados a riesgo de ofender a los que los otorgan, y en que pueden, por tanto, ser aceptados con humildad).
9. ¿Tú quieres ser un líder que destaque en la iglesia? Mira a tu maestro. Jesús huía cuando querían proclamarlo rey (Jn 6:15).
No obstante había entre sus discípulos algunos que querían destacar sobre los demás. ¿Qué les dijo Él? "...sea el mayor entre vosotros como el menor y el que dirige (lidera) como el que sirve... mas yo estoy entre vosotros como el que sirve." (Lc 22:24-27)
¿Eres tú como el que sirve o como el que manda?
Jesús, siendo Maestro y Señor, esto es, Líder de líderes, lavó los pies de sus discípulos. Hizo algo que era entonces tarea de esclavos: "...Pues si yo, el Señor y Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros debéis también lavaros los pies unos a otros." (Jn 13:14)
¿Qué cosa es para un líder lavar los pies de sus discípulos? Servirlos en espíritu de humildad y mansedumbre. No enseñorearse de ellos.
Si has de seguir las pisadas de Cristo, tú, como líder, debes ser manso y humilde de corazón como Él era (Mt 11:29).
Es difícil llegar a tener una posición en el mundo siendo manso. En el mundo te abres camino a codazos y no dejas que nadie te pise el poncho. De lo contrario te desprecian. (Aunque a veces se dan excepciones, como hemos visto en el caso del Presidente Paniagua)
Pero, ¿en la iglesia? ¿Te abres camino a codazos?
10. Ser líder te otorga cierta autoridad, una autoridad delegada, como solemos decir. Pero, ten cuidado, no vayas a caer en la tentación de usar tu autoridad para manipular a tus ovejas.
Hay quienes confunden tener autoridad con ser autoritario. Les gusta mandar. Pero no debemos olvidar que "...donde está el Espíritu, allí hay libertad." (2Cor 3:17). El líder autoritario inspira rechazo y pierde autoridad, precisamente lo que pretendía alcanzar imponiéndose.
11. Jesús hablaba "como quien tiene autoridad" (Mt 7:29). Los que le escuchaban reconocían la autoridad de su palabra, aunque Él era un desconocido. Era una autoridad que estaba fundada en la verdad de lo que decía. Nadie le había impuesto las manos. Al contrario los que estaban en autoridad en el mundo lo perseguían.
He aquí el secreto de toda autoridad: La verdadera autoridad es la que nos conceden los que nos escuchan, los que están bajo nuestro cuidado. Esa era la autoridad que tenía Jesús (3). Por eso podemos llamarla "autoridad reconocida". Ese tipo de autoridad se da también en el campo de las ciencias, las artes y muchas especialidades.
¿Qué autoridad tienes tú como líder? Si sólo tienes la autoridad que proviene del hecho de que te hayan puesto como líder, estás en problemas. Solamente la autoridad que te conceden los miembros de tu célula, o los líderes a tu cargo, te será útil. El verdadero líder es el que tiene autoridad aún sin ser líder; el que tiene influencia aún sin ejercer ningún cargo. Es una autoridad que proviene de la forma cómo actúa.
La autoridad que necesita imponerse para afirmarse es artificial y no dura. Es dictadura, no autoridad.
La verdadera autoridad viene de adentro y es Dios quien la otorga, a veces, pero no siempre, por medio de intermediarios humanos.
Hay autoridad interior y autoridad exterior. La autoridad interior es la autoridad que nos otorgan espontáneamente los que la reconocen y se someten a ella. Proviene, según sea el campo de actividad en que se ejerza, de la fuerza de la personalidad y de la capacidad, o de la unción del Espíritu Santo.
La autoridad exterior es una autoridad impartida oficial y públicamente. Puede ser una autoridad inherente al cargo (como la de un rey, presidente o ministro de estado, a la que se accede por elección, nombramiento o herencia) o una autoridad delegada en orden de rango descendente, que es la forma más común de autoridad (4). La imposición de manos es la forma como se delega normalmente autoridad en la Iglesia.
La autoridad exterior vale poco si no está respaldada por la autoridad interior. Aunque también es cierto que la autoridad interior puede desarrollarse gradualmente, o se puede crecer en ella por obra del Espíritu Santo. Es como la fe. Podemos crecer en la fe, pero sólo a condición de que tengamos, para comenzar, al menos fe como un grano de mostaza.
Como toda autoridad proviene de Dios (Rm 13:1) un manto de autoridad cubre a todo el que legítimamente ocupa un puesto o un cargo, sea en la arena pública, en el campo empresarial, o en la iglesia. La autoridad interior es un don particular "que el Espíritu reparte...como Él quiere" (1Cor 12:11) y que doblega las resistencias y conquista los ánimos ("...el que preside, con solicitud..." Rm 12:8, pero véase el pasaje entero). Cuando la autoridad interior no acompaña a la exterior, el cargo se desempeña con dificultad.
La autoridad interior es un don natural, inherente a la persona, no al cargo, como la autoridad exterior, pero no se manifiesta necesariamente en todas las actividades del que la posee, sino en algunas concretas (5). Es la autoridad que suele tener el líder nato en el mundo.
Nótese que en el Antiguo Testamento los profetas recibían una autoridad específica de Dios para hablar en su nombre en determinadas ocasiones (2Sam 12). Es la autoridad profética. Pero había también quienes pretendían hablar en nombre de Dios sin que Él les hubiera hablado (Jr 29:32; Lm 2:14). Hubo profetas así mismo, como Moisés, Elías y Eliseo, por ejemplo, en quienes el manto de autoridad divina reposaba en forma permanente.
12. He aquí una piedra de toque para conocer nuestras verdaderas motivaciones: Si tienes un colega, o un subordinado o un asistente, que empieza a tener más éxito que tú en la predicación, en el liderazgo y obtiene más conversiones que tú ¿te alegras con él por la forma como Dios lo usa, o te sientes triste, amenazado, inquieto?
¿Le cederías tu lugar? Si tus motivaciones fueran absolutamente desinteresadas te alegrarías de su éxito y no temerías que te desplace si eso pudiera ocurrir. Pero en el Señor nadie desplaza a nadie porque Dios tiene un lugar apropiado para cada uno.
Muchas veces el temor a la competencia en el ministerio surge de un sentimiento de inseguridad.
1Sam 18:6-11: "...Saúl hirió a sus miles, pero David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera...y desde aquel día no miró a David con buenos ojos". Saúl sintió celos de David porque lo elogiaban más que a él, pues Dios empezó a usarlo poderosamente. Temía que pudiera desplazarlo y ocupar su lugar, como en efecto ocurrió.
¿Envidiar o admirar? That is the question (6).
Obviamente mejor es admirar que envidiar, porque el que envidia sufre viendo en el otro los dones de que él carece. Pero el que admira se goza sabiendo que "todo don perfecto desciende de lo alto" (St 1:17). Y, de paso, aprende (7).
13. El líder maduro ha alcanzado una seguridad en sí mismo que no está basada en sus propias fuerzas o en sus cualidades, sino en el poder de Dios que habita en él, y que, por tanto, es inconmovible. Esa seguridad -como lo muestra el caso de José- sólo se obtiene después de haber afrontado muchas pruebas.
Hay líderes que son como una tapa que no deja surgir ningún talento debajo suyo, por el temor de verse desplazado.
El líder seguro de sí no sólo no teme que surjan a su lado otros con mejores dones que los propios y que su luz opaque la suya, sino que, al contrario, los alienta y estimula el desarrollo de sus talentos nacientes. Si actúa de esa manera los líderes a quienes él forme o estimule no lo desplazarán, sino que más bien lo levantarán y aumentarán su prestigio como un formador y maestro de líderes.
14. Examina, pues, tu corazón, habla verdad contigo mismo. ¿Es tu corazón recto con Dios y con el prójimo? ¿A quién quieres agradar? ¿A ti mismo, a los demás o a Dios?
Si nuestro corazón es recto, todos los demás aspectos que conforman la integridad se cuidarán a sí mismos: "La integridad de los rectos los guiará" (Pr 11:3). "Integridad y rectitud me guarden porque en ti he esperado" (Sal 25:21).
Notas: 1. Hasta no hace muchos años la mayoría de los pastores se desplazaban en ómnibus o en colectivo; hoy la gran mayoría tiene auto y goza de comodidades antes inimaginables. Ese es un signo de la prosperidad de que han empezado a gozar las iglesias, y es bueno que así sea porque contribuye al prestigio de la Iglesia ante la sociedad. Pero se convertiría en un peligro si muchas personas aspiraran al pastorado principalmente por las ventajas materiales que pudieran obtener.
2. Lo dicho no supone que una vez que las vestiduras y los títulos fueran cosa aceptada en la iglesia, no hubiera hombres santos que las llevaran o que los usaran. Las vestiduras y la pompa eran para muchos de ellos como una pesada carga de plomo que debían soportar.
3. "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6:68).
4. Esa es la autoridad que opera en el gobierno, desde el más alto funcionario al policía; o en las empresas, desde el Directorio hasta el último apoderado; o en las iglesias, desde el pastor hasta el guardián.
5. Por ejemplo, un cirujano puede tener una autoridad natural, interior, en su campo profesional, que sea reconocida por todos, pero no tener ninguna en el mundo de los negocios. La autoridad interior no debe confundirse con la autoridad moral, aunque tienen bastante en común. El delincuente más arrojado y astuto tiene una autoridad interior natural sobre sus cómplices en razón de su audacia, pero nadie podría decir que la suya es una autoridad moral.
6. Esa es la famosa frase que pronuncia Hamlet en el drama de Shakespeare: "¿Ser o no ser? Esa es la cuestión" o "la pregunta".
7. La admiración que suscitan buenos modelos es una de las formas más fecundas de aprendizaje.
NB. Respondiendo a la inquietud de una hermana en relación con la primera charla sobre este tema, respecto de la satisfacción que se experimenta en el ministerio y el agradarse a sí mismo, creo que es conveniente aclarar que no es ciertamente malo sentir una satisfacción personal en lo que uno hace cuando sirve a Dios, sino todo lo contrario. Todo el que desarrolla una actividad de cualquier tipo siente una mayor o menor satisfacción cuando la desempeña bien, dependiendo de cuán bien lo haga. Ese es un mecanismo que Dios ha puesto en nuestra naturaleza para estimularnos. Con mayor motivo cuando servimos a Dios con un corazón sincero, Él nos bendecirá con una gran alegría que compensará todas las penalidades que podamos sufrir. Pero una cosa es servir a Dios desinteresadamente y recibir ese gozo en premio; otra, involucrarse en actividades de servicio, buscando sobre todo experimentar las satisfacciones que proporcionan. El que actúa de esa manera es, sin saberlo, un mercenario, porque trabaja por la paga, no por amor al dueño.

Este artículo es una revisión del artículo del mismo título publicado en julio de 2002.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#712 (05.02.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 10 de diciembre de 2010

¿CUÁL ES TU PRECIO?


Por José Belaunde M.

Hoy día en el mundo se suele decir que todo tiene su precio, todo se vende y se compra. La conciencia de la gente tiene también su precio. Si un hombre de empresa necesita que una persona en un alto cargo tome determinada decisión que le favorezca o le facilite hacer algún negocio, va donde él o le envía a un amigo de su parte, a indagar cuánto es lo que exige como compensación para decidir a favor suyo. Si acaso su amigo vuelve diciéndole que el funcionario no acepta plegarse a sus deseos, el empresario piensa: “Caramba, este tipo se cotiza muy alto ¿Cuánto será lo que quiere?” Y manda a su amigo de vuelta para que negocie el monto.
Y tú ¿has pensado cuál es tu precio? ¿Hasta que suma de dinero eres incorruptible, insobornable? ¿10,000 dólares? No, eso es muy poco para mí. ¿Pero si le agregan un cerito a la derecha y te susurran al oído: cien mil? ¿Estás dispuesto a ceder? ¿Te pones firme y dices: Yo no puedo aceptar este tipo de ofertas? ¿O tratas de justificar tu venalidad diciéndote que hay ofertas que no se pueden rehusar?

Si te proponen un negocio incorrecto ¿hasta qué ganancia estás dispuesto a renunciar para mantener tu integridad?

La gente está acostumbrada a deslizar un sobre o un billete a la persona que tiene que tramitar un expediente, para que no ponga trabas y lo haga rápido, aunque es su obligación hacerlo por el sueldo que recibe. Estas cosas son tan comunes que ya ni nos llaman la atención ni nos hacen sonrojar si nos acomodamos a la costumbre.

Hay quienes no se venden por dinero (¡son incorruptibles!) pero sí por una “pequeña” ventaja temporal, como podría ser un viaje, o un puesto, o un honor, o una posición de cierta importancia, y no obstante, se consideran honestos. Nunca se rebajaron a recibir una coima pero sí torcieron la verdad o la justicia a cambio de un beneficio de otro orden.

El personaje de Daniel en la Biblia es sumamente interesante a este respecto y las peripecias de su vida son muy instructivas para nosotros, porque él fue un hombre público, que desempeñó altos cargos desde joven y sirvió a sucesivos gobiernos durante su larga carrera.

Él era un muchacho israelita que había sido llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén hacia fines del siglo VI antes de Cristo. El propósito del tirano era doble: de un lado privar a la nación conquistada de lo mejor de su gente, de su élite; y, de otro, aprovechar para su propia nación a lo más capaz del país vencido.

El joven Daniel fue llevado a Babilonia junto con otros jóvenes que, como él, formaban parte de la aristocracia judía y habían recibido desde niños una educación esmerada. Ahora se trataba de que aprendieran el idioma de los caldeos y se familiarizaran con las costumbres babilónicas. Si él y sus amigos demostraban ser alumnos aprovechados les esperaba una brillante carrera en su nueva patria.

El rey encargó a un hombre de su confianza el cuidado de los jóvenes israelitas, su manutención y su educación. Pero Daniel como buen israelita, debía obedecer a las prescripciones de la ley de Moisés acerca de los alimentos, y había ciertos manjares y ciertas bebidas que le estaban prohibidas.

Dice la Escritura: "Daniel se propuso no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió por tanto a su tutor que no se le obligase a contaminarse." (Dn 1:8). Y el funcionario, aunque con algunas dudas, accedió a su petición.

Daniel y sus compañeros rehusaron gustar de la comida del rey a pesar de que eso significaba correr el riesgo de disgustar a su tutor y, peor aún, de suscitar la cólera del soberano. En esa época los reyes no se andaban con contemplaciones. Si alguien se oponía a sus deseos, simplemente lo mandaban matar.

Pero Daniel no condescendió con el mundo que le ofrecía satisfacciones y halagos: una mesa bien servida, vino abundante, diversiones y encima, una brillante carrera y formar parte del grupo privilegiado.

¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones parecidas? Se nos ofrecen tales o cuales ventajas, con tal de que cedamos en nuestros principios.

¿Mantenemos entonces nuestra integridad o nos acomodamos? ¿Estamos dispuestos, por razones de conciencia, a renunciar a las ventajas que nos ofrecen, o peor, a ser marginados por no colaborar?

Si eres profesional ¿te negarías a hacer lo que tu conciencia te prohíbe, pese a las amenazas de represalias?

Si eres juez ¿cambiarías la sentencia a favor del culpable porque alguien bien situado te lo ordena? (Nota) ¿Estás dispuesto a arriesgar que te cambien de colocación o que te acusen falsamente de prevaricato por no ceder a las presiones?

Si eres investigador o fiscal ¿cambiarías el atestado policial por una buena oferta de dinero o por la promesa de un ascenso? ¿Acusarías al inocente por unos cuantos soles?

Si eres médico ¿esterilizarías a esa pobre campesina ignorante, sin explicarle claramente lo que esa operación significa, o sin que su esposo esté de acuerdo? Hubo pocos médicos que se negaron hace pocos años a hacerlo por temor de perder su puesto y su sueldo.

¿Abortarías a esa joven por un buen fajo de billetes?

Si estás a cargo de las compras en una repartición pública ¿harías pedidos innecesarios en complicidad con otros colegas para recibir la comisión que te ofrece el vendedor? ¿Te contentas con el diez por ciento para otorgar la buena pro, o pides más? ¿O te niegas más bien, como debieras, a recibir un centavo?

Casos como los que menciono ocurren a diario en la administración pública, en los negocios y en todas las profesiones. Y ahí es cuando se descubre el temple de nuestra integridad de carácter y de nuestras convicciones.

Queremos formar parte de la collera, del grupo de amigos "in", de los que son invitados a reuniones de diversión privadas, de los que están al tanto de las mejores oportunidades para hacer dinero, de los que se benefician con los repartos o de los ascensos.

Hoy más nunca reinan los que venden su conciencia. ¿Cuál es tu precio? ¿Ya lo has fijado?

Seguir a Cristo también tiene su precio, pero es un precio de naturaleza diferente, que no siempre se mide en dinero. Porque puede pedírsenos que mintamos ante la opinión pública, o que tomemos parte en manejos que nuestra conciencia reprueba; o que nos adhiramos a ciertos grupos políticos, o a ciertas fraternidades que nos ofrecen apoyo de colegas; o, simplemente, se nos pide que neguemos nuestra fe cristiana.

El apóstol Pedro se encontró una vez en una situación de peligro parecida y, para escapar de ella, negó que era amigo de Jesús. Si él decía que sí, si admitía que era su amigo, quizá lo hubieran involucrado en el juicio como cómplice y hubiera acabado en la cruz junto con su maestro. Él lo amaba, por cierto, pero no tanto como para arriesgar la vida, o como para ser torturado.

Sin embargo, Pedro le había jurado poco antes a Jesús que estaba dispuesto a morir por Él. Pero llegado el momento de la prueba, más pudo el miedo. Cuando cantó el gallo y se acordó del anuncio que le había hecho Jesús ya era tarde, ya lo había traicionado.

¿A qué le temes tú más? ¿A desafiar la ira del rey, de los poderosos, o a desafiar la ira de Dios? Los reyes, los poderosos de este mundo son muchas veces testaferros del diablo, sus emisarios. Vienen de su parte para tentarte, para probar el temple de tu conciencia. Cuando te vengan a hacer determinadas ofertas, mira bien los pies de la persona que te las hace, a ver si descubres las pezuñas del cachudo.

¿A quién le temes tú más? ¿A Dios, o a la gente del mundo, o a la sociedad, o a los poderosos? ¿Ante quién tiemblas?

Jesús dijo: "No temáis a los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). Hay quienes creen que Jesús se está refiriendo en ese pasaje al diablo, pero no se está refiriendo al diablo sino a Dios. Sólo a Dios debemos temer. El diablo puede torturarnos en el infierno pero no puede mandarnos ahí ni destruirnos. Sólo Dios puede hacerlo.

También dijo Jesús: "¿Qué provecho sacará el hombre con ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si pierdes tu alma, lo perdiste todo, porque los bienes son muchos pero el alma es una sola. Además el bien que pudiste ganar a cambio de tu alma dura muy poco. En cambio tu alma es eterna.

Antes Él había dicho: "Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, la encontrará". (Mt 16:25). Esa es la gran promesa de Jesús. Lo que tú estés dispuesto a renunciar por mantenerte fiel a Jesús, inclusive la vida, lo recuperarás mil veces aumentado, multiplicado, en este mundo o en el otro.

Dios premió la fidelidad de Daniel y de sus compañeros haciendo que ellos encontraran gracia con el funcionario que se encargaba de ellos; haciendo que no se demacraran, como temía el tutor, por el hecho de comer sólo legumbres y otros alimentos permitidos a los israelitas (Dn 1:12-15); y, por último, los premió dándoles más sabiduría que a los otros jóvenes de su edad (Dn1:19,20), de tal manera que destacaran temprano sobre los demás del grupo. Porque dice el texto sagrado que el rey se mostró satisfecho con ellos y los convirtió en sus consejeros.

Ser fieles a Dios conlleva un precio, pero trae consigo también una recompensa: por de pronto, mayor sabiduría y autoridad. Puede haber sacrificios que afrontar, esto es, renunciar a los premios que da el mundo a los que se doblegan; y puede haber peligros que sortear, incluso arriesgar la vida; pero, al final, Dios nos premia y su recompensa tiene mucho mayor valor que las satisfacciones transitorias que ofrece el mundo.

En última instancia, aunque al principio te critiquen o se burlen de ti, al final te admirarán por la solidez de tus principios y de tu carácter, te elogiarán públicamente. Porque no hay mucha gente incorruptible en el mundo, y esos pocos terminan siendo admirados y premiados hasta por aquellos que los criticaban.

Pero el mayor premio que puedes obtener es la paz de una conciencia tranquila, de un sueño imperturbado. Si hubieras consentido en lo que te proponían, si hubieras aceptado el soborno ¿cómo te hubieras sentido? ¿Estarías contento de ti mismo? Y si el asunto llegara a ser público ¿con qué cara mirarías a tus hijos que veían en ti a su modelo?

Nota. Sabemos que estas cosas suceden con frecuencia en nuestro poder judicial, y no sólo porque alguien bien situado lo ordena sino porque se ofrece una recompensa dineraria.

NB. Esta charla fue transmitida por radio el 15.01.2000 y publicada hace poco más de cinco años. La vuelvo a imprimir porque creo que su contenido sigue siendo muy actual.
#655 (05.12.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 30 de septiembre de 2010

NEHEMÍAS, HOMBRE DE FE Y ACCIÓN

Por José Belaunde M.
El presente artículo fue publicado en enero de 2002 en una edición limitada. Dado el gran interés que presenta este personaje, se pone nuevamente a disposición de los lectores, revisado y ampliado.

El primer capítulo del libro de Nehemías contiene en cápsula toda una enseñanza acerca de cómo debe obrar el creyente frente a los retos del mundo en el que vive.
Nehemías era un hombre a quien Dios había colocado en una situación eminente en la corte del emperador persa. Lo había colocado allí con un propósito. No para que él se gloriara en su encumbramiento, sino para que le sirviese. Nehemías debe haber llegado en algún momento de su carrera a la conciencia de que él desempeñaba un papel en los planes de Dios para su pueblo.

Los hombres que llegan a tener una posición encumbrada en el mundo, o en la iglesia, no son concientes de que la situación privilegiada de que gozan es algo que Dios les ha dado, no para sí mismos, para usarlo en su propio beneficio, o para explotar al prójimo, sino para ponerlo a disposición de los propósitos de Dios (Nota 1).

Esas posiciones son como los talentos que el personaje de la parábola dio a sus siervos para que negociaran con ellos para beneficio de su señor (Mt 25:14-30). Pero por lo común las personas importantes negocian con los talentos para su propio beneficio, para enriquecerse, para la lujuria del poder, para su propia gloria. Algún día Dios les pedirá severa cuenta del uso que hicieron de esos talentos, porque "a quien mucho se da mucho se demanda" (Lc 12:48. Véase también toda la parábola, v. 41-49). El castigo de los que los usaron para sí será peor que el que recibió el mal siervo que enterró su talento (2).

Veamos qué hace Nehemías en este capítulo:

1. Él escucha: “Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas al fuego.” (Vers. 3). El hecho de ser un dignatario de uno de los más grandes imperios de la tierra no lo movió a renegar de su origen. Puesto que él había sido admitido a formar parte de la elite gobernante, quizá le hubiera convenido desvincularse y desentenderse de ese pueblo conquistado y humillado que era el judío. Quizá no le convenía recibir en su palacio a esos hombres que vendrían posiblemente andrajosos, o por lo menos pobremente vestidos, y cansados por el largo viaje. Su mal aspecto quizá lo avergonzaría. Podría haber permanecido indiferente y sordo al dolor y frustración de los viajeros, como suelen hacer las personas que gozan de todo en la vida. Pero él los recibe de buena gana porque se solidariza con ellos y desea ansiosamente tener noticias acerca de los que quedaron en su tierra y de cómo está la ciudad santa, Jerusalén (vers. 2)

El vers. 3 resume en pocas palabras el relato seguramente largo que le hicieron los viajeros, y que debe haber sido minucioso y lleno de detalles conmovedores sobre la desolación y humillación que había sobrevenido a Israel.

2. Él siente una carga: “Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Señor de los cielos.” (vers. 4). Al oír su narración él podría haberse encogido de hombros y haber contestado por cortesía: 'Sí pues, qué triste es lo que me cuentan. ¡Qué le vamos a hacer! No podemos hacer nada contra la fatalidad. Hay que resignarse', como suele ser la manera como a veces manifestamos en el fondo nuestra indiferencia frente al dolor ajeno, disfrazándola de compasión.

Después de todo a él no le afectaba en nada materialmente lo que ocurría en Jerusalén. Él gozaba del favor del soberano y tenía una posición sólida. Nada de lo que sucediera a cientos de kilómetros de distancia podría influír negativamente en lo más mínimo en su situación. Él era un súbdito del imperio persa; un descendiente de inmigrantes ya perfectamente adaptado a su nueva patria. Posiblemente tanto él como su padre habrían nacido en el exilio.

Pero él se conmueve hasta lo más profundo de sus entrañas, hace duelo y llora sentado en el suelo. Antes que persa él se sentía miembro del pueblo elegido, así como nosotros antes que ciudadanos de tal o cual país, somos ciudadanos del reino de los cielos.
(3)

3. No contento con llorar y hacer duelo él intercede por su pueblo: “Y dije: Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos;” (vers. 5, 6a). Al ponerse a orar él empieza a llevar a cabo (quizá todavía inconcientemente) el propósito por el cual Dios lo ha puesto en ese lugar encumbrado. Todo propósito de Dios que se realiza a través de sus siervos comienza por la intercesión. Cuando Nehemías empezó a orar él no era seguramente todavía conciente de los planes de Dios, pero a medida que oraba Dios se los fue revelando. Orando nos comunicamos con Él y abrimos nuestros oídos para escuchar su voz.

4. Él confiesa los pecados de su pueblo: “Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido. contra ti, y no hemos guardado los estatutos, mandamientos y preceptos que diste a Moisés tu siervo.” ( vers. 6b,7). Él reconoce que las desgracias que sobrevinieron a Israel no eran consecuencias de un descuido de Dios, o manifestación de su crueldad, sino que eran consecuencia inevitable, anticipada por Dios, de los pecados cometidos por su pueblo y de su endurecimiento frente a las muchas advertencias que Dios les había hecho por boca de sus profetas, en especial de Jeremías. Él no trata de excusar a su pueblo ni a su propio linaje.

5. Él le recuerda a Dios las promesas que hizo a Moisés y a sus otros siervos, de que si bien Él no dejaría de castigarlos si le eran infieles (Lv 21:33), si se arrepentían y se volvían a Él, humillándose, Él los recogería de donde quiera que estuviesen y los restauraría en su tierra (Dt 30:1-5). “Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos; pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al ugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre.” (v. 8,9).

En el vers. 10 Nehemías le recuerda también a Dios que este es el pueblo que Él sacó con mano poderosa de Egipto para realizar con ellos su plan de redención. Es como si le dijera a Dios: 'No porque te hayamos fallado tú vas a dejar tus proyectos de lado. Tú eres demasiado grande para eso'.

6. Él concibe un plan. Las palabras: "concede ahora buen éxito a tu pueblo..." del vers. 11 nos dan a entender que, a medida que Nehemías oraba, Dios le fue mostrando qué es lo que Él quería que hiciera: reconstruir los muros de Jerusalén. La última frase nos da la clave de la misión específica de Nehemías: "Porque yo servía de copero al rey". Es decir, como él era uno de los funcionarios más cercanos al soberano y gozaba de su confianza, estaba en posición de poder hablarle sin intermediarios y obtener de él el apoyo necesario para llevar a cabo los proyectos de Dios (4).

Dios nos bendice de muchas maneras a lo largo de nuestras vidas, pero no lo hace solamente porque nos ama y para nuestro solo bien. Lo hace porque Él desea que usemos sus beneficios para sus propósitos y para el bien de su pueblo.

7. Por último Nehemías ora por el éxito del plan que ha concebido escuchando la voz de Dios. (Vers. 11). Nehemías es un hombre de acción. Él se propone poner su plan por obra de inmediato y le pide a a Dios que lo ayude. No se atarda, no le pide a Dios una señal que se lo confirme. Dios ha hablado y él se apresta a obedecer de inmediato. Pero no emprende el proyecto confiando en sus propias fuerzas sino en la ayuda que Dios no dejará de darle.

Notemos que el texto no dice que Dios le hubiera hablado con palabras audibles, como hablaba a los profetas. Él sintió posiblemente un mover en su corazón, un deseo de hacer algo por Jerusalén, junto con la convicción de que ese deseo venía de Dios, tal como nos suele hablar a la mayoría. Y enseguida él mismo ideó un plan para llevar a cabo ese proyecto de acuerdo a los medios que el Señor había puesto en sus manos.

¡Cuántos planes de Dios se han frustrado porque nosotros hemos sido remolones en llevar a cabo sus proyectos o porque hemos dudado de que era Él quien los inspiraba! Si Nehemías se hubiera quedado rumiando los pros y los contras del plan que había concebido no habría en la Biblia un libro que llevara su nombre.
La ocasión habría pasado y Dios hubiera tenido que buscarse otro hombre para llevar a cabo su proyecto. ¡Cuántas veces habrá ocurrido eso en la historia! Quizá nosotros mismos alguna vez, por falta de fe o de decisión, no hemos hecho lo que Dios quería, le hemos fallado, y Él ha tenido que buscarse a otro más obediente que cumpla sus planes.

Notemos también que Nehemías era conciente de que él no era el único que oraba por Jerusalén. Él sabe que otros oran también y que él cuenta con su apoyo. Él no se cree el centro de la acción o el único. Sabe que Dios obra a través de unos y de otros, y nosotros las más de las veces no estamos ni enterados de todo lo que Dios pone en movimiento.

Veamos también algo de lo que hace Nehemías en el siguiente capítulo: Tan pronto como se presenta una ocasión favorable para que él pueda manifestar al rey sus preocupaciones (5), Nehemías, hace una rápida oración antes de hablar,para que Dios le inspire (2:4). Ese debería ser nuestro proceder cada vez que enfrentamos situaciones inesperadas, o comprometidas, de mucha responsabilidad, en que debamos decir algo: pedirle a Dios que ponga sus palabras en nuestra boca.

Entonces Nehemías le presenta al rey su petición en detalle (2:5-8). El plan que él propone estipula un tiempo estimado para su culminación. Cuando vamos a llevar a cabo algún plan u obra cualquiera es bueno que nos fijemos una fecha límite para cumplirlo.

A continuación Nehemías anota que el rey le concedió lo que le pedía "porque la mano bondadosa de Dios estaba sobre mí". En todo lo que nosotros hagamos cuidemos de que la mano de Dios esté sobre nuestros proyectos y nuestras obras. Si lo está, el éxito está asegurado. Pero ¿cómo asegurarnos de que su mano está con nosotros? Consagrándole nuestras vidas y buscando hacer en todo su voluntad.

Cuando Nehemías llegó a Jerusalén con la compañía de hombres que el rey había puesto a su disposición, dejó pasar tres días antes de emprender nada (seguramente informándose y evaluando la situación). Y añade que no informó a nadie de lo que Dios había puesto en su corazón hacer por Jerusalén (v. 12). Los propósitos de Dios no deben ser confiados a nadie a quien no sea indispensable hablar, hasta que llegue el momento de ponerlos por obra.

Salió de noche a inspeccionar la ciudad para que sus movimientos no fueran conocidos, y sólo cuando tuvo una idea cabal de lo que se debía hacer concretamente, le habló a la gente (v. 17). Las ideas, los proyectos, los planes que Dios bendice maduran en silencio; no se publican a los cuatro vientos. ¡Cuán cierto es que lo que se anuncia antes de tiempo como ya logrado casi nunca se lleva a cabo o no culmina! ¡Cuántas cosas se anuncian como profecía que no son sino pura presunción! (6)

Pablo escribió: "...las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron..." (Rm 15:4). En este libro se narran muchas cosas que ocurrieron en el pasado y que han quedado registradas para nuestra edificación; para que nosotros, estudiándolas, encontremos en ellas un estímulo y un ejemplo. Démosle gracias a Dios de que Él haya cuidado de que estas cosas lleguen hasta nosotros y nos sirvan de enseñanza. (5.01.02)

Notas:
(1) Lo dicho se aplica no sólo a los creyentes sino también a todos los seres humanos porque son criaturas suyas y dependen de Él, pero con mayor motivo a los cristianos.

(2) Recuérdese que en tiempos de Jesús el talento era una medida de peso usada para metales preciosas y, por tanto, representaba un gran valor monetario. Como consecuencia de la parábola la palabra adquirió el sentido que tiene hoy día de don intelectual, habilidad, destreza.

(3) Es interesante comparar la forma cómo Nehemías reacciona al triste relato que le hacen sus compatriotas del lamentable estado en que se encuentran las murallas de Jerusalén, con la forma como reacciona cuando las ve con sus propios ojos. En el primer caso llora desconsolado, en el segundo se enardece y decide actuar para repararlas (Nh 3:11-16).

(4) El copero desempeñaba una posición de alta responsabilidad en las cortes orientales de la antigüedad. Él era el encargado de velar porque el vino que bebía el rey no hubiera sido envenenado (como ocurría de vez en cuando en una época en que las conspiraciones palaciegas eran frecuentes). Como prueba de que su soberano podía beber el vino sin temor el copero lo bebía antes servirlo al rey. Como consecuencia su cercanía al rey el copero solía ejercer gran influencia en el gobierno.

(5) Nótese, sin embargo, que entre el mes de Quisleu (Nov/Dic) del comienzo y el mes en que ocurre esta escena, el de Nisán (Marz/Abr), han pasado cuatro meses. ¿Por qué demoró tanto tiempo Nehemías en hablarle a Artajerjes? Quizá no se le presentó antes una ocasión propicia, o estaba madurando su proyecto.

(6) Cuidemos de no convertir nuestras fantasías, o nuestras ambiciones, en profecías solemnes cuando Dios no nos ha hablado. Dios no pasará por alto nuestra presunción (Jr 23:31; Dt 18:20-22). ¿Cuántas de esas profecías vanas que hemos oído se cumplieron en los hechos? Si no se cumplieron es señal de que Dios no las respaldaba. Sin embargo, siempre estamos a la escucha expectante de palabras bonitas que nos halaguen (Jr 8:11,15).
Hay también profecías mundanas. Como cuando las autoridades anuncian que "desde ahora en adelante no volverá a ocurrir tal o cual situación enojosa", o "que tal problema ha sido definitivamente resuelto". Todo porque, con la mejor intención del mundo, han dictado una ley o tomado algunas medidas. Como si dictando leyes o adoptando medidas se solucionaran todos los problemas, aun los más complejos y enraizados; como si la realidad pudiera modificarse por decreto.

#400 (18.12.05) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.