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martes, 10 de mayo de 2011

UNA MADRE EJEMPLAR I

Por José Belaunde M.


El libro del Éxodo narra cómo una vez muerto José, y de acuerdo a la promesa que Dios le hizo a Abraham de hacer de él una nación grande (Gn 12:2), el pueblo hebreo empezó a multiplicarse en Egipto en gran manera, al punto que los egipcios comenzaron a temer que si seguía aumentando su número, pronto podían convertirse en una amenaza para ellos en caso de guerra, porque podían aliarse con sus enemigos. (Ex 1:9,10) Y comenzaron a tenerles miedo, y como ustedes bien saben, el miedo conduce al odio. Esto es, el que teme termina odiando al que le inspira miedo. (Nota 1)



Cuando subió al trono un faraón que no había conocido a José personalmente, el nuevo soberano decidió oprimir a los hebreos con tributos y faenas pesadas para impedir que se siguieran multiplicando (Ex 1:11,12). Pero fue inútil. Ocurrió al revés. Ni aun el hecho de incrementarles las cargas y hacerles la vida penosa surtió el efecto deseado. ¿Y cómo podría, si la bendición de Dios estaba sobre ellos?


¿Por qué se multiplicaba el pueblo hebreo? Se multiplicaba en cumplimiento de la promesa que Dios le había hecho a Abraham de que sus descendientes serían tan numerosos como las estrellas del cielo. (Gn 15:5). Faraón no podía hacer nada contra la bendición de Dios.


La bendición de Dios estaba sobre los esposos israelitas y sobre los vientres de las madres israelitas.
¿De dónde sale la población de los pueblos? Del vientre de las mujeres, del vientre de las madres.


Por eso la Escritura, en un pasaje del evangelio de Lucas, declara que el vientre de la mujer es bendito: “Mientras Él decía estas cosas (hablando al pueblo que le escuchaba) una mujer de entre la multitud levantó la voz y le dijo: Bienaventurado el vientre que te trajo y los senos que mamaste.” (Lc 11:27)


Eso lo dice de la madre de Jesús. ¿Pero acaso no es aplicable a toda mujer? ¿Cuántos padres hay acá? ¿Ustedes no dirían que el vientre de la esposa que les dio los hijos que tienen no es bendito? Sí, Dios bendice el vientre de las madres.
Noten el realismo del lenguaje del pueblo hebreo de entonces. ¿Qué persona pronunciaría en público una frase semejante en nuestros días?


La madre es la que lleva el peso del embarazo durante nueve meses, una carga que a ratos puede ser muy, pero muy pesada, por las incomodidades que causa.


Ningún hombre, por mucho que ame a su mujer, aceptaría llevar el peso del embarazo en lugar de ella. No tendría el valor suficiente. El embarazo es una prueba dura para la mujer, por el peso que carga en los últimos meses, por las náuseas de los primeros meses, y los antojos que le vienen de comer tal o cual cosa, etc. Pero las mujeres aceptan de buena gana esas molestias, por la satisfacción y la alegría que les proporciona tener un hijo. No hay para muchas de ellas satisfacción mayor.


En el episodio de Lucas que hemos citado, la mujer gritó además: “(Bienaventurados) los pechos que te amamantaron.”


Dar de lactar es una función excelsa y muy bella. Durante unos meses, o durante todo un año, o aún más, la madre alimenta a su hijo de su propia sustancia, de su propio cuerpo. Le transmite el calcio de sus huesos, por lo que, con los años, puede llegar a sufrir de osteoporosis, por la pérdida de calcio que sufrió durante la lactancia.


Pero sobretodo, la lactancia crea una relación de intimidad amorosa entre la madre y su criatura, que no sólo fortalece psicológicamente a ésta, sino también la fortalece físicamente.


La medicina ha probado que los hijos que fueron amamantados por sus madres son más sanos, y resisten mejor a las enfermedades, que los que fueron alimentados con leche artificial. Son también más sanos psicológicamente, porque el amor de la madre que han absorbido durante esos meses junto con la leche, los fortalece anímicamente. El amor de su madre es un alimento para el alma del niño pequeño. ¿Y cuándo pueden ellas manifestárselo mejor que cuando le dan de mamar?


Pero no hay duda de que la lactancia es también una carga para la mujer que puede en ocasiones volverse dolorosa. Sin embargo, es algo que ella hace con gozo.
¡Qué triste es que en nuestro país el espíritu de codicia de algunas empresas trate de limitar, como se ha denunciado, el derecho que tienen las madres que trabajan a un tiempo libre para dar de mamar a sus hijos.


Pero Dios no sólo bendice el vientre de la mujer, sino que bendice el fruto de su vientre (es decir a sus hijos), no únicamente en el caso de María (Lc 1:42), sino en el caso de todas las mujeres, porque la frase con que Isabel saludó a su pariente María está tomada de las Escrituras (“Bendito el fruto de tu vientre,” Dt 28:4).


No solamente eso. Dios dice que hará sobreabundar el fruto del vientre de las mujeres del pueblo elegido si le son fieles (Dt 28:11). Promete bendecir con fecundidad al pueblo hebreo. Y por extensión, a todo pueblo que camine según sus leyes y principios. ¿Sobre quién recae esa bendición primeramente? Sobre las madres que dan a luz hijos.


La fecundidad es una bendición para los padres, y para los países, porque cuando crecen sus poblaciones, aumenta su poder. En cambio, la esterilidad es una causa de tristeza para la mujer y para los esposos.


El mundo moderno rechaza la fecundidad, que es un don de Dios, y trata de limitarla. Trata de limitar las bendiciones de Dios. Por eso se han inventado tantos métodos anticonceptivos.


Cuando crece la población de un país, aumenta su poder, aumenta su economía. ¿Cuáles son los países económicamente más fuertes del mundo? Los que tienen mayor población, suponiendo que su población esté educada.


Antes los países económicamente más fuertes estaban en Europa. Pero cuando la población de los EEUU empezó a crecer a lo largo del siglo XIX por la emigración, la economía americana creció con su población y terminó por superar a la de los países europeos, que eran menos poblados.


¿Y ahora qué está pasando? La supremacía económica está empezando a pasar al otro lado del Océano Pacífico, a la China, porque tiene una población cuatro o casi cinco veces mayor que la de los EEUU.


¿Qué es lo que produce esa prosperidad económica? Por supuesto la laboriosidad de los chinos, que son muy trabajadores. Pero también la enorme población que tienen que proporciona a sus industrias un enorme mercando interno.


Los pueblos son bendecidos cuando su población crece; son bendecidos cuando los vientres de sus madres son bendecidos con fecundidad. Bien lo dice Proverbios: “En la multitud del pueblo está la gloria del rey; y en la falta de pueblo, la debilidad del príncipe.” (Pr 14:28).


Por eso es que el enemigo trama proyectos, ciertamente satánicos, para impedir que las madres tengan hijos, como lo que ocurría en nuestros barrios populares cuando se inducía a las mujeres a ligarse las trompas.


¿Quién es el que hace eso? El enemigo que está tratando de frustrar el porvenir de nuestro país porque, a la larga, la riqueza de nuestro país estará en su población debidamente educada.


¿Por qué es que el Brasil es más poderoso que nosotros? Porque tiene seis o siete veces más población que el Perú, y claro, también más territorio. De ahí que nunca debemos hacer caso de los que predican la limitación de nacimientos. Lamentablemente ya han obtenido parte de su objetivo, porque la tasa de crecimiento de nuestra población, que antes era de 2.5% anual, ha bajado a 1.7%.
Hay que tener en cuenta, sin embargo, que esos métodos persiguen no sólo limitar los nacimientos, sino también promover el libertinaje sexual. Ese es uno de los propósitos del enemigo, porque cuando se corrompen las costumbres, la fe se apaga.


Puede alegarse que en el mundo moderno las circunstancias han cambiado. Ya no son favorables para las familias numerosas, porque las cargas económicas son mucho mayores que hace unas décadas, o que hace un siglo. Es verdad. Pero yo conozco el testimonio de muchos padres cristianos que se arriesgaron a aceptar todos los hijos que Dios les mandara sin recurrir a ningún método que los limitara, y que fueron grandemente bendecidos por Dios. (2)


Pero volvamos a nuestra historia. Cuando el faraón vio que la opresión no detenía el aumento de la población hebrea, ordenó a las parteras que atendían a las mujeres israelitas, que no dejaran vivir a los hijos varones que les nacieran, y que sólo dejaran con vida a las hijas.


Las parteras pueden, en efecto, desatender al niño que nace, y dejar que se asfixie, o que contraiga una infección si no lo limpia bien.


Pero ellas no obedecieron al faraón; se negaron a cumplir sus órdenes. Dice la Escritura que ellas “temieron a Dios y no hicieron como les mandó el rey.” (Ex 1:15-21).


Ellas temieron más al Dios que no veían, que al faraón que sí veían. ¿Por qué? Porque tenían fe. Ellas fueron valientes y no tuvieron temor de ofender al faraón, aun a riesgo de sus vidas, con tal de obedecer a Dios.


¿Cuántos médicos, obstetrices y enfermeras se negarían a cumplir las órdenes impías de las autoridades cuando son contrarias a la voluntad de Dios?


En el Perú, en el caso de las esterilizaciones masivas que hubo en los años 90, buena parte del personal médico de provincias se sometió a sus jefes para no perder sus puestos, violando sus conciencias al ligar las trompas de las mujeres campesinas, sin advertirles de lo que estaban haciendo, y sin ni siquiera consultar con sus maridos. Eso fue un crimen abominable. Un atentado contra la maternidad y contra Dios, que es el origen de la vida. Temieron más al hombre que a Dios. Después las pobres mujeres campesinas, para las que los hijos son riqueza, se extrañaban de que no concebían más hijos, y sufrían porque sus maridos no las querían en consecuencia, y no podían entender la causa. ¡Cuánto sufrimiento causó esa mala práctica!


Hay países, como la China, donde se hace abortar a la fuerza a las mujeres que tienen más de un hijo, para cumplir con la política draconiana de permitir sólo un hijo por pareja, para que no aumente más su población, que ya consideran excesiva. En la India durante un tiempo se esterilizaba a la fuerza a los hombres para que no engendren hijos. ¿Quién es el que promueve esas medidas? El enemigo de la vida creada por Dios.


En ambos casos hacen eso para frenar el crecimiento de la población.


¡Qué ironía! En Europa los gobiernos dan toda clase de beneficios a las parejas para estimularlas a que tengan hijos porque no quieren tenerlos, pues criarlos demanda muchos sacrificios. Como consecuencia la población de los países europeos tiende a decrecer año tras año, y eso amenaza su futuro, porque algún día podrían carecer de la mano de obra que necesitan sus industrias. (3)


En una parte del mundo faltan los nacimientos, y en otra sobran, o creen que sobran. Pero la orden que Dios dio a Adán y Eva fue “fructificad y multiplicaos” (Gn 1:28).


¿Hay alguien que pueda frenar la mano de Dios si Él quiere alimentar a miles de millones de habitantes más en el mundo? Si el Perú tuviera cien millones de habitantes ¿ustedes no creen que la agricultura peruana podría alimentarlos a todos?


Pues bien, volviendo nuevamente a nuestra historia, Dios recompensó a las parteras de Israel haciendo prosperar a sus familias. (Ex 1:21) Dios recompensa a los que ponen la obediencia a sus mandatos por encima del temor a los hombres. Como solemos decir: “Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rm 8:31). A Dios hay que temer, no al hombre. Si tú pones tu confianza en Dios, Él te sacará adelante.


¿Y qué hacemos nosotros? ¿Nos comportamos con la misma valentía que esas mujeres? Si lo hacemos Dios también nos recompensará abundantemente, y hará prosperar nuestras familias, porque la prosperidad está en sus manos; no depende de las circunstancias.


Es cierto que el diablo puede también hacer prosperar económicamente a la gente. Pero lo hace para su daño, para hacerles caer en sus garras. Pero él no puede hacer prosperar a nadie espiritualmente, salvo de una manera engañosa.


Al faraón, finalmente, no le quedó más remedio que ordenar que todo hijo varón de los hebreos que naciera fuera echado al río para que muriera, y que sólo quedaran con vida las niñas (v. 22).


Cuando fracasan los planes de los malvados, ellos recurren al asesinato.


Fue entonces cuando Jocabed (cuyo nombre quiere decir “gloria de Dios”), esposa del levita Amram (4), dio a un luz un hijo tan hermoso que no pudo entregarlo a la muerte, sino que lo escondió durante tres meses (Ex 2:2), a sabiendas de que si eran descubiertos, ella y su marido morirían junto con el niño. Hasta que llegó el día en que no podían seguir ocultándolo.


¿Por qué no podían seguir ocultándolo? Posiblemente porque al crecer la criatura, sus gritos y llantos pidiendo el seno de su madre eran demasiado fuertes para ocultarlos, y serían escuchados por los guardianes egipcios.


Ella y su marido arriesgaron su vida para salvar la vida de su hijo. ¿Qué madre no haría eso? ¿Qué madre no arriesgaría su vida por salvar la de su hijo?


Las madres expenden su vida criando hijos. Pero Dios las premia por ello si lo hacen con amor y no de mala gana.


Entonces tomaron una pequeña canasta (el texto dice “una arquilla”, es decir, una pequeña arca) y la calafatearon por dentro y por fuera para que pudiera flotar en el agua (Ex 2:3); pusieron al niño en ella y lo llevaron al río Nilo, donde lo depositaron escondido entre los carrizos que crecían en sus orillas.


Esa fue una medida desesperada, pero también un acto de confianza enorme en Dios, pues equivalía a poner al niño en sus manos, seguros de que Dios cuidaría de él. La epístola a los Hebreos elogia la fe de los padres de Moisés que no dudaron en arriesgar sus vidas al desobedecer la orden del faraón. (Hb 11:23).


Muchas madres cristianas depositan a sus hijos en las aguas del río tumultuoso de la vida, en medio del cañaveral de los obstáculos y tentaciones que entorpecen su camino; pero ellas, como Jocabed, lo hacen confiando en que Dios cuidará de ellos. Su confianza no será defraudada. ¿Cómo podrían ellas calafatear la canasta en que ponen a sus hijos al depositarlos en las aguas de la vida, para que no se hunda? Orando por ellos, con el ejemplo, y con las enseñanzas y principios que les impartieron cuando eran niños.


Tan confiada estaba Jocabed en que Dios cuidaría a su hijo, que dejó a su hermana en el lugar vigilando, para que viera lo que sucedería (Ex 2:4). Eso nos habla de la unidad de la familia.


Aquí hay varias madres. Yo les pregunto: ¿Dejarían ustedes a su hijo en una canasta entre los carrizos a las orillas de un río? ¿Quién de ustedes tendría ese valor? ¿O tendría tanta confianza en Dios como para tomar ese riesgo?

(Si quiere saber cuál fue la suerte del niño Moisés en esta situación de peligro, lea usted la continuación de esta apasionante historia en el próximo número, o mejor, lea su Biblia.)

Notas: 1. ¿Podría entonces decirse que el temor de Dios inspira odio a Dios? No, porque el temor de Dios es un sentimiento reverente que está mezclado con amor y con la seguridad de que Dios, a su vez, nos ama. Por eso Juan pudo escribir en su 1ra. Epístola: “En el amor no hay temor”, (1Jn 4:18) en el sentido de miedo.


2. Un caso concreto es el del pastor luterano Larry Christenson, que ha contado en un bello libro cómo él y su esposa, después de investigar el asunto y de orar, se decidieron a no tomar ninguna precaución para evitar los hijos, y tuvieron todos los que Dios les mandó para felicidad de ellos y de su familia.


3. Debido al rechazo de la natalidad que existe en la mayoría de países europeos que fueron antes cristianos, y que contrasta con la alta natalidad que exhibe la población árabe que vive en su seno, el viejo continente amenaza convertirse en Eurabia hacia el año 2050, y tener una población mayoritariamente musulmana. Europa, como advierten alarmados algunos de sus líderes, se está suicidando.


4. El relato del Éxodo no menciona aquí el nombre de los padres de Moisés, pero sí lo hace más adelante al consignar los nombres de los descendientes de Leví (Ex 6:20; Nm 26:59). La versión Reina-Valera 60 dice aquí "su tía" y la King James, "la hermana de su padre". Pero la palabra hebrea del original: "doda", puede significar también "descendiente", "prima" o "sobrina". Lo más probable es que Amran y Jocabed fueran primos.

NB. Este artículo y su continuación están basados en la transcripción de una charla dada en el Ministerio de la Edad de Oro de la CCAV, anticipándose a la celebración del Día de la Madre, la cual estuvo a su vez basada en un artículo sobre Jocabed, publicado el 2001, y vuelto a publicar en mayo del 2009.

#676 (08.05.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 30 de septiembre de 2010

NEHEMÍAS, HOMBRE DE FE Y ACCIÓN

Por José Belaunde M.
El presente artículo fue publicado en enero de 2002 en una edición limitada. Dado el gran interés que presenta este personaje, se pone nuevamente a disposición de los lectores, revisado y ampliado.

El primer capítulo del libro de Nehemías contiene en cápsula toda una enseñanza acerca de cómo debe obrar el creyente frente a los retos del mundo en el que vive.
Nehemías era un hombre a quien Dios había colocado en una situación eminente en la corte del emperador persa. Lo había colocado allí con un propósito. No para que él se gloriara en su encumbramiento, sino para que le sirviese. Nehemías debe haber llegado en algún momento de su carrera a la conciencia de que él desempeñaba un papel en los planes de Dios para su pueblo.

Los hombres que llegan a tener una posición encumbrada en el mundo, o en la iglesia, no son concientes de que la situación privilegiada de que gozan es algo que Dios les ha dado, no para sí mismos, para usarlo en su propio beneficio, o para explotar al prójimo, sino para ponerlo a disposición de los propósitos de Dios (Nota 1).

Esas posiciones son como los talentos que el personaje de la parábola dio a sus siervos para que negociaran con ellos para beneficio de su señor (Mt 25:14-30). Pero por lo común las personas importantes negocian con los talentos para su propio beneficio, para enriquecerse, para la lujuria del poder, para su propia gloria. Algún día Dios les pedirá severa cuenta del uso que hicieron de esos talentos, porque "a quien mucho se da mucho se demanda" (Lc 12:48. Véase también toda la parábola, v. 41-49). El castigo de los que los usaron para sí será peor que el que recibió el mal siervo que enterró su talento (2).

Veamos qué hace Nehemías en este capítulo:

1. Él escucha: “Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas al fuego.” (Vers. 3). El hecho de ser un dignatario de uno de los más grandes imperios de la tierra no lo movió a renegar de su origen. Puesto que él había sido admitido a formar parte de la elite gobernante, quizá le hubiera convenido desvincularse y desentenderse de ese pueblo conquistado y humillado que era el judío. Quizá no le convenía recibir en su palacio a esos hombres que vendrían posiblemente andrajosos, o por lo menos pobremente vestidos, y cansados por el largo viaje. Su mal aspecto quizá lo avergonzaría. Podría haber permanecido indiferente y sordo al dolor y frustración de los viajeros, como suelen hacer las personas que gozan de todo en la vida. Pero él los recibe de buena gana porque se solidariza con ellos y desea ansiosamente tener noticias acerca de los que quedaron en su tierra y de cómo está la ciudad santa, Jerusalén (vers. 2)

El vers. 3 resume en pocas palabras el relato seguramente largo que le hicieron los viajeros, y que debe haber sido minucioso y lleno de detalles conmovedores sobre la desolación y humillación que había sobrevenido a Israel.

2. Él siente una carga: “Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Señor de los cielos.” (vers. 4). Al oír su narración él podría haberse encogido de hombros y haber contestado por cortesía: 'Sí pues, qué triste es lo que me cuentan. ¡Qué le vamos a hacer! No podemos hacer nada contra la fatalidad. Hay que resignarse', como suele ser la manera como a veces manifestamos en el fondo nuestra indiferencia frente al dolor ajeno, disfrazándola de compasión.

Después de todo a él no le afectaba en nada materialmente lo que ocurría en Jerusalén. Él gozaba del favor del soberano y tenía una posición sólida. Nada de lo que sucediera a cientos de kilómetros de distancia podría influír negativamente en lo más mínimo en su situación. Él era un súbdito del imperio persa; un descendiente de inmigrantes ya perfectamente adaptado a su nueva patria. Posiblemente tanto él como su padre habrían nacido en el exilio.

Pero él se conmueve hasta lo más profundo de sus entrañas, hace duelo y llora sentado en el suelo. Antes que persa él se sentía miembro del pueblo elegido, así como nosotros antes que ciudadanos de tal o cual país, somos ciudadanos del reino de los cielos.
(3)

3. No contento con llorar y hacer duelo él intercede por su pueblo: “Y dije: Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos;” (vers. 5, 6a). Al ponerse a orar él empieza a llevar a cabo (quizá todavía inconcientemente) el propósito por el cual Dios lo ha puesto en ese lugar encumbrado. Todo propósito de Dios que se realiza a través de sus siervos comienza por la intercesión. Cuando Nehemías empezó a orar él no era seguramente todavía conciente de los planes de Dios, pero a medida que oraba Dios se los fue revelando. Orando nos comunicamos con Él y abrimos nuestros oídos para escuchar su voz.

4. Él confiesa los pecados de su pueblo: “Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido. contra ti, y no hemos guardado los estatutos, mandamientos y preceptos que diste a Moisés tu siervo.” ( vers. 6b,7). Él reconoce que las desgracias que sobrevinieron a Israel no eran consecuencias de un descuido de Dios, o manifestación de su crueldad, sino que eran consecuencia inevitable, anticipada por Dios, de los pecados cometidos por su pueblo y de su endurecimiento frente a las muchas advertencias que Dios les había hecho por boca de sus profetas, en especial de Jeremías. Él no trata de excusar a su pueblo ni a su propio linaje.

5. Él le recuerda a Dios las promesas que hizo a Moisés y a sus otros siervos, de que si bien Él no dejaría de castigarlos si le eran infieles (Lv 21:33), si se arrepentían y se volvían a Él, humillándose, Él los recogería de donde quiera que estuviesen y los restauraría en su tierra (Dt 30:1-5). “Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos; pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al ugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre.” (v. 8,9).

En el vers. 10 Nehemías le recuerda también a Dios que este es el pueblo que Él sacó con mano poderosa de Egipto para realizar con ellos su plan de redención. Es como si le dijera a Dios: 'No porque te hayamos fallado tú vas a dejar tus proyectos de lado. Tú eres demasiado grande para eso'.

6. Él concibe un plan. Las palabras: "concede ahora buen éxito a tu pueblo..." del vers. 11 nos dan a entender que, a medida que Nehemías oraba, Dios le fue mostrando qué es lo que Él quería que hiciera: reconstruir los muros de Jerusalén. La última frase nos da la clave de la misión específica de Nehemías: "Porque yo servía de copero al rey". Es decir, como él era uno de los funcionarios más cercanos al soberano y gozaba de su confianza, estaba en posición de poder hablarle sin intermediarios y obtener de él el apoyo necesario para llevar a cabo los proyectos de Dios (4).

Dios nos bendice de muchas maneras a lo largo de nuestras vidas, pero no lo hace solamente porque nos ama y para nuestro solo bien. Lo hace porque Él desea que usemos sus beneficios para sus propósitos y para el bien de su pueblo.

7. Por último Nehemías ora por el éxito del plan que ha concebido escuchando la voz de Dios. (Vers. 11). Nehemías es un hombre de acción. Él se propone poner su plan por obra de inmediato y le pide a a Dios que lo ayude. No se atarda, no le pide a Dios una señal que se lo confirme. Dios ha hablado y él se apresta a obedecer de inmediato. Pero no emprende el proyecto confiando en sus propias fuerzas sino en la ayuda que Dios no dejará de darle.

Notemos que el texto no dice que Dios le hubiera hablado con palabras audibles, como hablaba a los profetas. Él sintió posiblemente un mover en su corazón, un deseo de hacer algo por Jerusalén, junto con la convicción de que ese deseo venía de Dios, tal como nos suele hablar a la mayoría. Y enseguida él mismo ideó un plan para llevar a cabo ese proyecto de acuerdo a los medios que el Señor había puesto en sus manos.

¡Cuántos planes de Dios se han frustrado porque nosotros hemos sido remolones en llevar a cabo sus proyectos o porque hemos dudado de que era Él quien los inspiraba! Si Nehemías se hubiera quedado rumiando los pros y los contras del plan que había concebido no habría en la Biblia un libro que llevara su nombre.
La ocasión habría pasado y Dios hubiera tenido que buscarse otro hombre para llevar a cabo su proyecto. ¡Cuántas veces habrá ocurrido eso en la historia! Quizá nosotros mismos alguna vez, por falta de fe o de decisión, no hemos hecho lo que Dios quería, le hemos fallado, y Él ha tenido que buscarse a otro más obediente que cumpla sus planes.

Notemos también que Nehemías era conciente de que él no era el único que oraba por Jerusalén. Él sabe que otros oran también y que él cuenta con su apoyo. Él no se cree el centro de la acción o el único. Sabe que Dios obra a través de unos y de otros, y nosotros las más de las veces no estamos ni enterados de todo lo que Dios pone en movimiento.

Veamos también algo de lo que hace Nehemías en el siguiente capítulo: Tan pronto como se presenta una ocasión favorable para que él pueda manifestar al rey sus preocupaciones (5), Nehemías, hace una rápida oración antes de hablar,para que Dios le inspire (2:4). Ese debería ser nuestro proceder cada vez que enfrentamos situaciones inesperadas, o comprometidas, de mucha responsabilidad, en que debamos decir algo: pedirle a Dios que ponga sus palabras en nuestra boca.

Entonces Nehemías le presenta al rey su petición en detalle (2:5-8). El plan que él propone estipula un tiempo estimado para su culminación. Cuando vamos a llevar a cabo algún plan u obra cualquiera es bueno que nos fijemos una fecha límite para cumplirlo.

A continuación Nehemías anota que el rey le concedió lo que le pedía "porque la mano bondadosa de Dios estaba sobre mí". En todo lo que nosotros hagamos cuidemos de que la mano de Dios esté sobre nuestros proyectos y nuestras obras. Si lo está, el éxito está asegurado. Pero ¿cómo asegurarnos de que su mano está con nosotros? Consagrándole nuestras vidas y buscando hacer en todo su voluntad.

Cuando Nehemías llegó a Jerusalén con la compañía de hombres que el rey había puesto a su disposición, dejó pasar tres días antes de emprender nada (seguramente informándose y evaluando la situación). Y añade que no informó a nadie de lo que Dios había puesto en su corazón hacer por Jerusalén (v. 12). Los propósitos de Dios no deben ser confiados a nadie a quien no sea indispensable hablar, hasta que llegue el momento de ponerlos por obra.

Salió de noche a inspeccionar la ciudad para que sus movimientos no fueran conocidos, y sólo cuando tuvo una idea cabal de lo que se debía hacer concretamente, le habló a la gente (v. 17). Las ideas, los proyectos, los planes que Dios bendice maduran en silencio; no se publican a los cuatro vientos. ¡Cuán cierto es que lo que se anuncia antes de tiempo como ya logrado casi nunca se lleva a cabo o no culmina! ¡Cuántas cosas se anuncian como profecía que no son sino pura presunción! (6)

Pablo escribió: "...las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron..." (Rm 15:4). En este libro se narran muchas cosas que ocurrieron en el pasado y que han quedado registradas para nuestra edificación; para que nosotros, estudiándolas, encontremos en ellas un estímulo y un ejemplo. Démosle gracias a Dios de que Él haya cuidado de que estas cosas lleguen hasta nosotros y nos sirvan de enseñanza. (5.01.02)

Notas:
(1) Lo dicho se aplica no sólo a los creyentes sino también a todos los seres humanos porque son criaturas suyas y dependen de Él, pero con mayor motivo a los cristianos.

(2) Recuérdese que en tiempos de Jesús el talento era una medida de peso usada para metales preciosas y, por tanto, representaba un gran valor monetario. Como consecuencia de la parábola la palabra adquirió el sentido que tiene hoy día de don intelectual, habilidad, destreza.

(3) Es interesante comparar la forma cómo Nehemías reacciona al triste relato que le hacen sus compatriotas del lamentable estado en que se encuentran las murallas de Jerusalén, con la forma como reacciona cuando las ve con sus propios ojos. En el primer caso llora desconsolado, en el segundo se enardece y decide actuar para repararlas (Nh 3:11-16).

(4) El copero desempeñaba una posición de alta responsabilidad en las cortes orientales de la antigüedad. Él era el encargado de velar porque el vino que bebía el rey no hubiera sido envenenado (como ocurría de vez en cuando en una época en que las conspiraciones palaciegas eran frecuentes). Como prueba de que su soberano podía beber el vino sin temor el copero lo bebía antes servirlo al rey. Como consecuencia su cercanía al rey el copero solía ejercer gran influencia en el gobierno.

(5) Nótese, sin embargo, que entre el mes de Quisleu (Nov/Dic) del comienzo y el mes en que ocurre esta escena, el de Nisán (Marz/Abr), han pasado cuatro meses. ¿Por qué demoró tanto tiempo Nehemías en hablarle a Artajerjes? Quizá no se le presentó antes una ocasión propicia, o estaba madurando su proyecto.

(6) Cuidemos de no convertir nuestras fantasías, o nuestras ambiciones, en profecías solemnes cuando Dios no nos ha hablado. Dios no pasará por alto nuestra presunción (Jr 23:31; Dt 18:20-22). ¿Cuántas de esas profecías vanas que hemos oído se cumplieron en los hechos? Si no se cumplieron es señal de que Dios no las respaldaba. Sin embargo, siempre estamos a la escucha expectante de palabras bonitas que nos halaguen (Jr 8:11,15).
Hay también profecías mundanas. Como cuando las autoridades anuncian que "desde ahora en adelante no volverá a ocurrir tal o cual situación enojosa", o "que tal problema ha sido definitivamente resuelto". Todo porque, con la mejor intención del mundo, han dictado una ley o tomado algunas medidas. Como si dictando leyes o adoptando medidas se solucionaran todos los problemas, aun los más complejos y enraizados; como si la realidad pudiera modificarse por decreto.

#400 (18.12.05) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.