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miércoles, 13 de diciembre de 2017

ESDRAS EL ESCRIBA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ESDRAS EL ESCRIBA II
Tal como anuncié al final del artículo anterior, el segundo artículo de este mismo título estaría dedicado a describir el contexto histórico en que Esdras y Nehemías desarrollaron sus actividades tan importantes en la reconstrucción del judaísmo después del exilio babilónico.
            Como ocurre también en nuestros días el panorama político del mundo antiguo estaba dominado por potencias rivales que se disputaban el predominio, y      cuya civilización floreció a orillas de grandes ríos que permitieron un gran desarrollo de la agricultura. De un lado, estaba el poderoso y milenario imperio egipcio, a orillas del río Nilo que desembocaba en el Mediterráneo, y de otro, los imperios sucesivos y rivales de Asiria, Babilonia y Persia que florecieron en el creciente fértil irrigado por los ríos Éufrates y Tigris.
            Después de la muerte del piadoso rey Josías, que cayó luchando contra el faraón Necao (2R 23:29), el reino de Judá estuvo sujeto al predominio alternado de Egipto y de Babilonia. Después de la victoria de la segunda sobre el primero en Carquemish (605 AC), Judá cayó en la órbita de Babilonia. Sin embargo, y contra el consejo de Jeremías, el rey Joacim se rebeló contra ella y fue derrotado por Nabucodonosor, que entró victorioso en Jerusalén el 16 de marzo de 597 AC (2R 23:36-24:5). El nuevo rey, Joaquín, fue deportado a Babilonia con unos 10,000 compatriotas suyos, junto con todos los tesoros del templo y del palacio real. Sedequías fue instalado en su lugar (2R 24:8-17).
            El año 589 AC, (esto es, ocho años después) y nuevamente contra el consejo de Jeremías, Sedequías se rebeló contra Nabucodonosor (2R 24:20), pero fue  derrotado. Nabucodonosor sitió Jerusalén y la tomó el 29 de julio de 587 AC, tal como Ezequiel había anunciado que ocurriría en castigo de la idolatría y de los muchos pecados del pueblo. Sedequías fue cegado y deportado a Babilonia con muchos altos funcionarios y mucho pueblo (2R 25:1-7). Poco después Nabuzaradán, capitán de la guardia, incendió el templo de Salomón y el palacio real, junto con toda la ciudad, destruyó las murallas y se llevó consigo cautivos a más habitantes de Judá (2R 25:8-11).
            Nabucodonosor dejó como gobernador de Judá a Gedalías, pero éste fue asesinado por algunos judíos descontentos, quienes, temiendo la represalia del rey babilónico, huyeron a Egipto llevándose consigo, contra su voluntad, a Jeremías (2R 25:22-26; Jer 43:4-7). ¡Pobre Jeremías! Él había anunciado esta catástrofe, pero no le hicieron caso. No se supo más de él. Posiblemente murió en Egipto.
            En el año 582 se produjo una nueva deportación de judíos a Babilonia. Se calcula que en total los babilonios se llevaron a unas 20,000 personas, la flor y nata del pueblo, funcionarios, militares, artesanos y técnicos. Sólo quedó el pueblo ignorante y algunos nobles y sacerdotes.
            El año 539 el rey persa, Ciro, conquistó Babilonia y, al año siguiente, promulgó un decreto autorizando el retorno a su tierra de los exiliados de Judá que quisieran regresar. (Esd 1:2-4 contiene el texto hebreo del decreto; Esd 6:3-5, el texto arameo). Pero el primer retorno fue un semifracaso, aunque en 537 AC se colocó la primera piedra del nuevo templo. Una nueva emigración en 522 (que es posiblemente la que describe el capítulo 2), al mando del príncipe de estirpe real, Zorobabel, y del sacerdote Josué, reinició la reconstrucción del templo, que había quedado paralizada por la oposición circundante (Esd 4:4,5), siendo inaugurado el año 515 (Esd 6:16-18). Recuérdese que en la cronología antes de Cristo los años decrecen hasta el año primero.
            El año 445 AC, Nehemías, copero y, por tanto, alto funcionario del rey Artajerjes, obtuvo autorización para ir a Jerusalén –con el cargo de gobernador de Judá- para reconstruir sus murallas que estaban en lamentable estado (Nh 1-2:10). Según Esd 7:8 la misión de Esdras empezó el año sétimo del reinado de Artajerjes, pero como el texto no indica si se trataba del primero, o del segundo de los reyes de ese nombre (que tuvieron ambos largos reinados), no es posible determinar con seguridad si ello ocurrió el año 458 AC, o el año 398 AC, aunque la mayoría de los eruditos se inclina por la primera fecha.
            Esdras (cuyo nombre en hebreo era Azaryahu, que quiere decir “Dios ayuda”), fue un hombre de linaje sacerdotal a quien por primera vez en las Escrituras se otorga el título de “escriba” (es decir, erudito. Sofer en hebreo; grammateus en griego; literalmente “el que sabe escribir”, una habilidad notable si se tiene en cuenta que en la antigüedad la gran mayoría de la población era analfabeta). Él vivía con los exiliados de Judá en el imperio persa en tiempos de Artajerjes (posiblemente el primero, aunque no es seguro). El soberano, que sin duda le tenía en gran aprecio, porque era un hombre muy estudioso, le dio el encargo de reformar el culto en el templo de Jerusalén, de recibir ofrendas en oro y plata para el culto, de nombrar jueces y gobernadores en Judea y de enseñarles las leyes de su Dios (Esd 7:25). Le dio incluso autoridad para juzgar y ejecutar a los que se le opusieran (v. 26).
            Esdras subió a Jerusalén con gran número de pueblo judío (unos 1486 varones con sus familias, cap. 8). Partió después de ayunar y sin protección militar, “porque tuve vergüenza de pedir al rey tropa y gente de a caballo que nos defendiesen del enemigo en el camino; porque habíamos hablado al rey, diciendo: La mano de nuestro Dios es para bien sobre todos los que le buscan; mas su poder y su furor contra todos los que lo abandonan.” (8:22)
           Llegado a Judá se enteró del escándalo de los matrimonios mixtos con los pobladores de la tierra (9:1,2) que encerraban el peligro de que los israelitas se corrompieran rindiendo culto a las divinidades paganas de sus mujeres. Esdras se afligió por ello en gran manera: “Cuando oí esto, rasgué mi vestido y mi manto, y arranqué pelo de mi cabeza y de mi barba, y me senté angustiado en extremo.” (9:3) Lleno de vergüenza él oró: “Dios mío, confuso y avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi rostro a ti, porque nuestras iniquidades se han multiplicado sobre nuestra cabeza, y nuestros delitos han crecido hasta el cielo…” (v. 6).
            La oración compungida de Esdras, que continuó enumerando todos los pecados en que había incurrido el pueblo, y las muchas veces que Dios se había mostrado misericordioso con ellos (9:7-15), tuvo un efecto inesperado, porque se juntó una gran multitud de hombres, mujeres y niños, llorando amargamente y confesando su pecado de haber tomado por esposas a mujeres extranjeras, es decir, que no eran de su pueblo (10:1,2). Como resultado el pueblo hizo pacto con Dios de despedir a las mujeres extranjeras y a sus hijos (10:3-5).
            No obstante, en una reunión solemne poco después Esdras ordenó a los levitas y sacerdotes y a todos los hombres fieles que se hubieran casado con mujeres no judías, que se separaran de ellas, y que los judíos en adelante no dieran a sus hijas en casamiento a no judíos (10:5ss), según lo ordenado por Moisés (Dt 7:1-5, en especial el vers. 3).
            La tradición rabínica otorga gran preeminencia a Esdras como reformador del culto e instaurador de la lectura regular de la Torá en la sinagoga. Pero, sobre todo, él definió a Israel como una comunidad separada de “los pueblos de la tierra”, todos los aspectos de cuya vida deberían estar gobernados por los principios establecidos en la Torá. A él se le atribuye además haber introducido la escritura cuadrada aramea que actualmente utiliza el hebreo, así como la reconstrucción del texto del Pentateuco. La cronología de los hechos de Esdras es difícil de establecer porque el orden de los pasajes del libro que lleva su nombre ha sido alterado por razones literarias que desconocemos.
A él se le atribuye haber establecido la Gran Asamblea de escribas y profetas, predecesora del Sanedrín, como la autoridad normativa en asuntos relativos a la ley religiosa, así como la lectura obligada de la Torá en las sinagogas.
Según la tradición, él sería el autor del libro de Crónicas, siendo el libro que lleva su nombre su continuación. Y en efecto, como puede verse, los dos últimos versículos del segundo libro de Crónicas son casi idénticos a los dos primeros del libro de Esdras.
Él llegó a Judea en un momento sumamente difícil para su nación: 1. La comunidad israelita era pequeña y se estaba desintegrando; 2. Estaba amenazada por los samaritanos, que eran en ese momento mucho más poderosos que ellos (Nota); 3. Hombres y mujeres se estaban casando con no judíos, violando la ley; 4. Más grave aún, el pueblo estaba violando el sábado, trabajando y comerciando; y 5. Se estaban asimilando a los pueblos vecinos, por lo que la comunidad judía estaba en peligro de desaparecer.
Esdras y Nehemías, que vino poco después que él, cambiaron esa situación en poco tiempo: 1. Bajo el liderazgo de Nehemías se reconstruyeron los muros de Jerusalén (Nh 2:11-3:32); 2. Se reinició la reconstrucción del templo iniciada por Zorobabel (Esd 3:11ss); 3. Se obligó –como ya se ha mencionado- a los hombres a separarse de sus mujeres paganas; 4. Se prohibió estrictamente todo trabajo en sábado; 5. El año 444 AC, y subido a un alto púlpito, Esdras leyó, desde la madrugada hasta el mediodía, el libro de la Ley, apoyado por los levitas que explicaban el sentido al pueblo (Nh 8:1-8); 6. Posteriormente todo el pueblo se comprometió públicamente a guardar la ley de Dios con todo detalle (Nh 9:38-10:39).
La solemne ceremonia pública de lectura del libro de la Torá fue como un eco del otorgamiento de la Ley al pueblo en el Sinaí (Ex 20), razón por la cual en el judaísmo se considera a Esdras como un segundo Moisés. Tal como lo han entendido las generaciones posteriores, ese acontecimiento marca la transformación del judaísmo en una religión centrada en el libro de la Torá como fuente de autoridad máxima, reemplazando a reyes, profetas, e incluso a los sacerdotes, como voceros de la voluntad de Dios, lo cual otorgó a los intérpretes de la Ley una importancia cada día mayor.
La decisión que tomó el pueblo de Israel de mantener una estricta separación étnica y religiosa respecto de todos los demás pueblos (los llamados goyim, esto es, gentiles) tuvo también, a su vez, consecuencias decisivas a largo plazo, y explica que el pueblo judío se haya mantenido durante la era cristiana, es decir, durante casi dos mil años, como una entidad étnica y religiosa separada. Que lo haya podido hacer sin tener, hasta mediados del siglo pasado, un territorio propio, una patria, es un hecho extraordinario que no tiene antecedentes en la historia y es manifestación de un evidente propósito divino.
Nota: Existen varias teorías acerca del origen de los samaritanos. La más plausible postula que cuando los asirios conquistaron el reino del Norte en el siglo VIII, no deportaron a todos sus habitantes, sino que dejaron una pequeña población que trató de conservar las tradiciones de su pueblo, pero que posiblemente también se mezcló con los pobladores que los asirios trajeron a la región para someterla. Ellos poseían un texto del Pentateuco que difería en algunos puntos menores del texto canónico, y que estaba escrito en un alfabeto diferente del hebreo. En el siglo IV AC construyeron un templo en el monte Gerizim, como rival del templo de Jerusalén, el cual fue demolido por el sumo sacerdote Juan Hircano el año 128 AC, hecho que agudizó el antagonismo existente entre judíos y samaritanos. En el diálogo que Jesús sostuvo con la samaritana en Sicar, junto al pozo de Jacob, ella hizo a Jesús una pregunta que reflejaba la rivalidad cultual existente entre ambos pueblos (Jn 4:20).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#953 (27.11.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 30 de septiembre de 2010

NEHEMÍAS, HOMBRE DE FE Y ACCIÓN

Por José Belaunde M.
El presente artículo fue publicado en enero de 2002 en una edición limitada. Dado el gran interés que presenta este personaje, se pone nuevamente a disposición de los lectores, revisado y ampliado.

El primer capítulo del libro de Nehemías contiene en cápsula toda una enseñanza acerca de cómo debe obrar el creyente frente a los retos del mundo en el que vive.
Nehemías era un hombre a quien Dios había colocado en una situación eminente en la corte del emperador persa. Lo había colocado allí con un propósito. No para que él se gloriara en su encumbramiento, sino para que le sirviese. Nehemías debe haber llegado en algún momento de su carrera a la conciencia de que él desempeñaba un papel en los planes de Dios para su pueblo.

Los hombres que llegan a tener una posición encumbrada en el mundo, o en la iglesia, no son concientes de que la situación privilegiada de que gozan es algo que Dios les ha dado, no para sí mismos, para usarlo en su propio beneficio, o para explotar al prójimo, sino para ponerlo a disposición de los propósitos de Dios (Nota 1).

Esas posiciones son como los talentos que el personaje de la parábola dio a sus siervos para que negociaran con ellos para beneficio de su señor (Mt 25:14-30). Pero por lo común las personas importantes negocian con los talentos para su propio beneficio, para enriquecerse, para la lujuria del poder, para su propia gloria. Algún día Dios les pedirá severa cuenta del uso que hicieron de esos talentos, porque "a quien mucho se da mucho se demanda" (Lc 12:48. Véase también toda la parábola, v. 41-49). El castigo de los que los usaron para sí será peor que el que recibió el mal siervo que enterró su talento (2).

Veamos qué hace Nehemías en este capítulo:

1. Él escucha: “Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas al fuego.” (Vers. 3). El hecho de ser un dignatario de uno de los más grandes imperios de la tierra no lo movió a renegar de su origen. Puesto que él había sido admitido a formar parte de la elite gobernante, quizá le hubiera convenido desvincularse y desentenderse de ese pueblo conquistado y humillado que era el judío. Quizá no le convenía recibir en su palacio a esos hombres que vendrían posiblemente andrajosos, o por lo menos pobremente vestidos, y cansados por el largo viaje. Su mal aspecto quizá lo avergonzaría. Podría haber permanecido indiferente y sordo al dolor y frustración de los viajeros, como suelen hacer las personas que gozan de todo en la vida. Pero él los recibe de buena gana porque se solidariza con ellos y desea ansiosamente tener noticias acerca de los que quedaron en su tierra y de cómo está la ciudad santa, Jerusalén (vers. 2)

El vers. 3 resume en pocas palabras el relato seguramente largo que le hicieron los viajeros, y que debe haber sido minucioso y lleno de detalles conmovedores sobre la desolación y humillación que había sobrevenido a Israel.

2. Él siente una carga: “Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Señor de los cielos.” (vers. 4). Al oír su narración él podría haberse encogido de hombros y haber contestado por cortesía: 'Sí pues, qué triste es lo que me cuentan. ¡Qué le vamos a hacer! No podemos hacer nada contra la fatalidad. Hay que resignarse', como suele ser la manera como a veces manifestamos en el fondo nuestra indiferencia frente al dolor ajeno, disfrazándola de compasión.

Después de todo a él no le afectaba en nada materialmente lo que ocurría en Jerusalén. Él gozaba del favor del soberano y tenía una posición sólida. Nada de lo que sucediera a cientos de kilómetros de distancia podría influír negativamente en lo más mínimo en su situación. Él era un súbdito del imperio persa; un descendiente de inmigrantes ya perfectamente adaptado a su nueva patria. Posiblemente tanto él como su padre habrían nacido en el exilio.

Pero él se conmueve hasta lo más profundo de sus entrañas, hace duelo y llora sentado en el suelo. Antes que persa él se sentía miembro del pueblo elegido, así como nosotros antes que ciudadanos de tal o cual país, somos ciudadanos del reino de los cielos.
(3)

3. No contento con llorar y hacer duelo él intercede por su pueblo: “Y dije: Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos;” (vers. 5, 6a). Al ponerse a orar él empieza a llevar a cabo (quizá todavía inconcientemente) el propósito por el cual Dios lo ha puesto en ese lugar encumbrado. Todo propósito de Dios que se realiza a través de sus siervos comienza por la intercesión. Cuando Nehemías empezó a orar él no era seguramente todavía conciente de los planes de Dios, pero a medida que oraba Dios se los fue revelando. Orando nos comunicamos con Él y abrimos nuestros oídos para escuchar su voz.

4. Él confiesa los pecados de su pueblo: “Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido. contra ti, y no hemos guardado los estatutos, mandamientos y preceptos que diste a Moisés tu siervo.” ( vers. 6b,7). Él reconoce que las desgracias que sobrevinieron a Israel no eran consecuencias de un descuido de Dios, o manifestación de su crueldad, sino que eran consecuencia inevitable, anticipada por Dios, de los pecados cometidos por su pueblo y de su endurecimiento frente a las muchas advertencias que Dios les había hecho por boca de sus profetas, en especial de Jeremías. Él no trata de excusar a su pueblo ni a su propio linaje.

5. Él le recuerda a Dios las promesas que hizo a Moisés y a sus otros siervos, de que si bien Él no dejaría de castigarlos si le eran infieles (Lv 21:33), si se arrepentían y se volvían a Él, humillándose, Él los recogería de donde quiera que estuviesen y los restauraría en su tierra (Dt 30:1-5). “Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos; pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al ugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre.” (v. 8,9).

En el vers. 10 Nehemías le recuerda también a Dios que este es el pueblo que Él sacó con mano poderosa de Egipto para realizar con ellos su plan de redención. Es como si le dijera a Dios: 'No porque te hayamos fallado tú vas a dejar tus proyectos de lado. Tú eres demasiado grande para eso'.

6. Él concibe un plan. Las palabras: "concede ahora buen éxito a tu pueblo..." del vers. 11 nos dan a entender que, a medida que Nehemías oraba, Dios le fue mostrando qué es lo que Él quería que hiciera: reconstruir los muros de Jerusalén. La última frase nos da la clave de la misión específica de Nehemías: "Porque yo servía de copero al rey". Es decir, como él era uno de los funcionarios más cercanos al soberano y gozaba de su confianza, estaba en posición de poder hablarle sin intermediarios y obtener de él el apoyo necesario para llevar a cabo los proyectos de Dios (4).

Dios nos bendice de muchas maneras a lo largo de nuestras vidas, pero no lo hace solamente porque nos ama y para nuestro solo bien. Lo hace porque Él desea que usemos sus beneficios para sus propósitos y para el bien de su pueblo.

7. Por último Nehemías ora por el éxito del plan que ha concebido escuchando la voz de Dios. (Vers. 11). Nehemías es un hombre de acción. Él se propone poner su plan por obra de inmediato y le pide a a Dios que lo ayude. No se atarda, no le pide a Dios una señal que se lo confirme. Dios ha hablado y él se apresta a obedecer de inmediato. Pero no emprende el proyecto confiando en sus propias fuerzas sino en la ayuda que Dios no dejará de darle.

Notemos que el texto no dice que Dios le hubiera hablado con palabras audibles, como hablaba a los profetas. Él sintió posiblemente un mover en su corazón, un deseo de hacer algo por Jerusalén, junto con la convicción de que ese deseo venía de Dios, tal como nos suele hablar a la mayoría. Y enseguida él mismo ideó un plan para llevar a cabo ese proyecto de acuerdo a los medios que el Señor había puesto en sus manos.

¡Cuántos planes de Dios se han frustrado porque nosotros hemos sido remolones en llevar a cabo sus proyectos o porque hemos dudado de que era Él quien los inspiraba! Si Nehemías se hubiera quedado rumiando los pros y los contras del plan que había concebido no habría en la Biblia un libro que llevara su nombre.
La ocasión habría pasado y Dios hubiera tenido que buscarse otro hombre para llevar a cabo su proyecto. ¡Cuántas veces habrá ocurrido eso en la historia! Quizá nosotros mismos alguna vez, por falta de fe o de decisión, no hemos hecho lo que Dios quería, le hemos fallado, y Él ha tenido que buscarse a otro más obediente que cumpla sus planes.

Notemos también que Nehemías era conciente de que él no era el único que oraba por Jerusalén. Él sabe que otros oran también y que él cuenta con su apoyo. Él no se cree el centro de la acción o el único. Sabe que Dios obra a través de unos y de otros, y nosotros las más de las veces no estamos ni enterados de todo lo que Dios pone en movimiento.

Veamos también algo de lo que hace Nehemías en el siguiente capítulo: Tan pronto como se presenta una ocasión favorable para que él pueda manifestar al rey sus preocupaciones (5), Nehemías, hace una rápida oración antes de hablar,para que Dios le inspire (2:4). Ese debería ser nuestro proceder cada vez que enfrentamos situaciones inesperadas, o comprometidas, de mucha responsabilidad, en que debamos decir algo: pedirle a Dios que ponga sus palabras en nuestra boca.

Entonces Nehemías le presenta al rey su petición en detalle (2:5-8). El plan que él propone estipula un tiempo estimado para su culminación. Cuando vamos a llevar a cabo algún plan u obra cualquiera es bueno que nos fijemos una fecha límite para cumplirlo.

A continuación Nehemías anota que el rey le concedió lo que le pedía "porque la mano bondadosa de Dios estaba sobre mí". En todo lo que nosotros hagamos cuidemos de que la mano de Dios esté sobre nuestros proyectos y nuestras obras. Si lo está, el éxito está asegurado. Pero ¿cómo asegurarnos de que su mano está con nosotros? Consagrándole nuestras vidas y buscando hacer en todo su voluntad.

Cuando Nehemías llegó a Jerusalén con la compañía de hombres que el rey había puesto a su disposición, dejó pasar tres días antes de emprender nada (seguramente informándose y evaluando la situación). Y añade que no informó a nadie de lo que Dios había puesto en su corazón hacer por Jerusalén (v. 12). Los propósitos de Dios no deben ser confiados a nadie a quien no sea indispensable hablar, hasta que llegue el momento de ponerlos por obra.

Salió de noche a inspeccionar la ciudad para que sus movimientos no fueran conocidos, y sólo cuando tuvo una idea cabal de lo que se debía hacer concretamente, le habló a la gente (v. 17). Las ideas, los proyectos, los planes que Dios bendice maduran en silencio; no se publican a los cuatro vientos. ¡Cuán cierto es que lo que se anuncia antes de tiempo como ya logrado casi nunca se lleva a cabo o no culmina! ¡Cuántas cosas se anuncian como profecía que no son sino pura presunción! (6)

Pablo escribió: "...las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron..." (Rm 15:4). En este libro se narran muchas cosas que ocurrieron en el pasado y que han quedado registradas para nuestra edificación; para que nosotros, estudiándolas, encontremos en ellas un estímulo y un ejemplo. Démosle gracias a Dios de que Él haya cuidado de que estas cosas lleguen hasta nosotros y nos sirvan de enseñanza. (5.01.02)

Notas:
(1) Lo dicho se aplica no sólo a los creyentes sino también a todos los seres humanos porque son criaturas suyas y dependen de Él, pero con mayor motivo a los cristianos.

(2) Recuérdese que en tiempos de Jesús el talento era una medida de peso usada para metales preciosas y, por tanto, representaba un gran valor monetario. Como consecuencia de la parábola la palabra adquirió el sentido que tiene hoy día de don intelectual, habilidad, destreza.

(3) Es interesante comparar la forma cómo Nehemías reacciona al triste relato que le hacen sus compatriotas del lamentable estado en que se encuentran las murallas de Jerusalén, con la forma como reacciona cuando las ve con sus propios ojos. En el primer caso llora desconsolado, en el segundo se enardece y decide actuar para repararlas (Nh 3:11-16).

(4) El copero desempeñaba una posición de alta responsabilidad en las cortes orientales de la antigüedad. Él era el encargado de velar porque el vino que bebía el rey no hubiera sido envenenado (como ocurría de vez en cuando en una época en que las conspiraciones palaciegas eran frecuentes). Como prueba de que su soberano podía beber el vino sin temor el copero lo bebía antes servirlo al rey. Como consecuencia su cercanía al rey el copero solía ejercer gran influencia en el gobierno.

(5) Nótese, sin embargo, que entre el mes de Quisleu (Nov/Dic) del comienzo y el mes en que ocurre esta escena, el de Nisán (Marz/Abr), han pasado cuatro meses. ¿Por qué demoró tanto tiempo Nehemías en hablarle a Artajerjes? Quizá no se le presentó antes una ocasión propicia, o estaba madurando su proyecto.

(6) Cuidemos de no convertir nuestras fantasías, o nuestras ambiciones, en profecías solemnes cuando Dios no nos ha hablado. Dios no pasará por alto nuestra presunción (Jr 23:31; Dt 18:20-22). ¿Cuántas de esas profecías vanas que hemos oído se cumplieron en los hechos? Si no se cumplieron es señal de que Dios no las respaldaba. Sin embargo, siempre estamos a la escucha expectante de palabras bonitas que nos halaguen (Jr 8:11,15).
Hay también profecías mundanas. Como cuando las autoridades anuncian que "desde ahora en adelante no volverá a ocurrir tal o cual situación enojosa", o "que tal problema ha sido definitivamente resuelto". Todo porque, con la mejor intención del mundo, han dictado una ley o tomado algunas medidas. Como si dictando leyes o adoptando medidas se solucionaran todos los problemas, aun los más complejos y enraizados; como si la realidad pudiera modificarse por decreto.

#400 (18.12.05) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.