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miércoles, 8 de junio de 2022

EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD I d


EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD I d

No se puede cumplir la regla de oro evangélica ("Trata a los demás como tú quisieras que los demás te traten"), si no somos responsables en el cumplimiento de nuestras tareas, porque si no las desempeñamos bien, hacemos daño al prójimo. El amor al prójimo, la consideración por los demás, nos obliga a ser responsables en nuestros actos, nos fuerza a medir las consecuencias de todo lo que hacemos, o dejamos de hacer.

 


miércoles, 15 de septiembre de 2021

"¿TAN MANSO DEBO SER?" CONTRASTES EN JESÚS I


¿TAN MANSO DEBO SER?

CONTRASTES EN JESÚS I

“Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tus enemigos. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced el bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen.” (Mt 5:43,44)

¿Cómo Señor? ¿Tengo que amar a los que me odian y hacer el bien a los que me hacen daño? ¡Estaría loco! Si quieres ser un hijo digno de tu Padre que está en los cielos, así debes actuar, porque “Él hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos.” 

miércoles, 6 de enero de 2021

UNA LECCIÓN INESPERADA IV

UNA LECCIÓN INESPERADA IV
El cristiano no tiene nada de qué jactarse. ¿De nuestro conocimiento de las Escrituras? Si pudiéramos llenar volúmenes enteros con nuestro conocimiento, eso es nada comparado con lo que ignoramos. ¿De que Dios escuche nuestras oraciones? No lo hace por nuestros méritos, sino porque es bueno. ¿De las muchas almas que hemos traído a los pies de Cristo? No lo hicimos nosotros, sino el Espíritu Santo. ¿De qué podemos jactarnos? A lo más de una cosa: De que siendo unos miserables pecadores, Dios se compadeció de nosotros.

jueves, 10 de diciembre de 2020

UNA LECCIÓN INESPERADA I




UNA LECCIÓN INESPERADA I
A veces la gente invita a su casa y a las reuniones sociales que organiza, sea a las personas a las que tienen que corresponder una invitación, o a aquellos que les gustaría que en reciprocidad, los inviten a su vez. Es decir, a aquellos con los que les gustaría, o les convendría, relacionarse. Pero Jesús te dice, invita a aquellos que no tienen nada que darte, a aquellos de quienes no puedes obtener ningún provecho, y a los que nunca harías entrar a tu casa. ¿Realmente ningún provecho? En verdad, sí, el más grande provecho, porque es Jesús quien te lo pagará. ¿Y quién podría pagarte más que Él?

miércoles, 17 de octubre de 2018

LA GENEROSIDAD II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA GENEROSIDAD II

¿Quieres probarle a Dios que lo amas realmente? Da al necesitado. Eso es lo que nos dice 1ª Juan 3:17 y 18: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él?”. Claro, ¿cómo puede tener amor de Dios en su corazón el que ve a un necesitado y no le da nada? El amor, si es verdadero, debe impulsarle a dar. El apóstol concluye: “Hijitos míos, no amemos de palabra ni de lengua,” que es un amor falso, mentiroso, una apariencia de amor, “sino en hechos y en verdad”.

El amor verdadero se traduce en actos, sobre todo en actos de generosidad. Si lo hacemos así Dios sabrá que le amamos realmente, porque si le amamos a Él, dice Juan, amaremos también a aquellos a quienes llama hijos. ¿Puede uno amar a una pareja de esposos y no amar a sus hijos? Si amamos a los padres amaremos a sus hijos. De igual manera, si amamos a Dios, amaremos también a los hijos de Dios, amaremos a sus criaturas.
Santiago lo pone en términos ligeramente diferentes: “Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguno dice que tiene fe, y no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? Y si un hermano o una hermana están desnudos, y tienen necesidad del mantenimiento de cada día, y alguno de vosotros les dice: Id en paz, calentaos y saciaos, pero no les dais las cosas que son necesarias para el cuerpo, ¿de qué aprovecha?” (St 2:14-16) ¿Van a comer tus palabras? ¿Son acaso tus palabras pan como las palabras de Dios? “Así también la fe si no tiene obras está muerta en sí misma.” (v. 17) Santiago vincula aquí la realidad de la fe con el compartir, con la generosidad. El dar es no solamente prueba de amor, sino también de fe.
En otro lugar, hablando del diezmo, Dios nos dice algo extraordinario: “Probadme ahora en esto… si no os abriré las ventanas de los cielos.” (Mal 3:10) Ya no solamente le probamos, sino que Él nos pide que lo pongamos a prueba. Prueba a ver si mi palabra es verdadera. Si eres generoso, da, a ver si yo no te voy a dar en abundancia mucho más de lo que tú me das.
Nosotros probamos lo que somos dando, y Dios nos prueba su amor y su fidelidad, dándonos. Nosotros podemos descansar mucho más en la generosidad de Dios que en nuestra habilidad, que en nuestro talento, Él siempre nos dará lo necesario, si actuamos como actúa Él, dando de lo nuestro. Como dije al comienzo, el que es generoso en lo poco, será generoso en lo mucho, y Dios lo va a prosperar para que pueda seguir dando. Dios tiene un especial cuidado del generoso. Él no hace acepción de personas, es cierto, pero su palabra se cumple.
Entonces no seamos tacaños, no solamente con el dinero. Los padres, dicho sea de paso, tienen algo muy valioso que regalarles a sus hijos, algo que no cuesta nada. ¿Saben qué es? Tiempo, su tiempo. Nada aprecian más los niños que el tiempo que sus padres pasan con ellos. La madre especialmente. El amor que liga al hijo, o a la hija, con su madre es el tiempo y el cuidado que la madre le regala y le dedica.
Dice así el comienzo del Salmo 41: “Bienaventurado el que piensa en el pobre.” (El que tiene en cuenta, o se preocupa por el pobre) “En el día malo lo librará Jehová. Jehová lo guardará y le dará vida; será bienaventurado en la tierra, y no lo entregará a la voluntad de sus enemigos. Jehová lo sustentará sobre el lecho del dolor; mullirá toda su cama en su enfermedad.” (Vers. 1-3)
¡Cuántas promesas para el generoso, para el que da! Él se va a ocupar de ti, Él va a ser tu enfermero, si acaso necesitas cuidado; o si acaso enfermas, o pasas por un mal momento, Él se acordará de ti, te alargará la mano en el instante preciso en el que lo necesites. Serás bienaventurado en la tierra durante los años de vida que Dios te dé.
En cierta manera el que da al pobre asegura su futuro. El Salmo 112:5 dice: “El hombre de bien tiene misericordia y presta;” al que pueda necesitar ayuda, y perdona la deuda si es necesario. Luego en el vers. 9 dice: “Reparte, da a los pobres; su justicia permanece para siempre.” ¿De qué justicia habla ahí? En el sentido del Antiguo Testamento, de sus acciones, de la bondad y justicia de sus actos, porque el bien que hizo permanecerá para siempre en la memoria de Dios.
 En la epístola a los Gálatas 6:6-10, Pablo nos dice algo semejante: “El que es enseñado en la palabra, haga partícipe de toda cosa buena al que lo instruye. No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (tú recibes aquello que das). “Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer el bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos. Así que, según tengamos oportunidad (y Dios nos va a ir dando esas oportunidades a lo largo de la vida), hagamos bien a todos (es decir sin restricciones), y mayormente a los de la familia de la fe.” (que somos nosotros, porque nosotros somos una familia). Así que abre tu mano con generosidad y Dios será generoso contigo.
En 2ª Corintios Pablo habla bastante de esto. Parece que él estuviera comentando alguno de los versículos de Proverbios que hemos mencionado antes, así como el salmo 112 que él cita concretamente. 2ªCorintios 9:6 comienza diciendo: “Pero esto digo”, es decir, tengan esto bien en cuenta, noten lo que voy a decir: “El que siembra escasamente, también segará escasamente; y el que siembra generosamente, generosamente también segará.”
Jesús lo dijo de otra manera: “Según la medida que uses, serás tú a su vez medido.” (Lc 6:38b) Si usas una medida grande para dar, Dios usará también una medida ancha, grande, profunda, para darte a ti. Si usas una medida pequeña, tú recibirás tu pequeña cuota de la generosidad divina. Si tú eres abundantemente generoso, Dios será abundantemente generoso contigo; porque la cosecha es según lo que se siembra. El agricultor que siembra poco, que fuera tacaño con la tierra, tacaño con la semilla y que sembrara poco maíz ¿va a tener una cosecha abundante de maíz? La cosecha que reciba y vea brotar de la tierra será en función de la abundancia de la semilla.
Y luego sigue diciendo Pablo en el versículo siguiente: “Cada uno dé como propuso en su corazón; no con tristeza, ni por necesidad (es decir, no obligado), porque Dios ama al dador alegre.” (2Cor 9:7) Bueno, Dios ama a todos, pero ama más, se complace más, en el dador alegre. Así que si das, da con alegría. A veces no es fácil, a veces nos cuesta dar, sobre todo cuando sentimos que el Señor quiere que demos algo nuestro, ya no dinero, sino algo que uno, sea mujer, u hombre necesita. De repente es un abrigo, de repente es una chompa, de repente es un par de zapatos.
Hace tiempo, cuando vivía en una calle muy concurrida, venía a tocar la puerta de mi casa un mendigo, un viejo pesado, insistente y desagradable, que te hacía sentir culpable de su pobreza. Venía con unos zapatos viejísimos y destartalados. Se quejaba: Mire los zapatos que tengo, señor. Y me insistía para que le comprara unos nuevos. Con tanto lagrimear me dio pena el hombre. Así que tomé unos zapatos nuevos que había traído de un viaje, que eran sumamente cómodos, y en un arranque de generosidad, se los dí mis lindos zapatos elegantes. Cuando a la semana siguiente regresó le miré los pies, y vi que no llevaba puestos los zapatos que le había regalado. Le pregunté: ¿Y mis zapatos? Los vendí, me dijo. ¡Qué cólera! Me desprendí de ellos para que los usara, no para que los vendiera. Pero él me dijo: ¿Yo para qué quiero esos zapatos finos? Y se compró unos zapatos viejos, usados. Fíjense, a veces las personas prefieren lo que está en mal estado, a lo que está bien.
Después tuve que arrepentirme de haberme arrepentido de ser generoso, de haberme molestado porque vendió mis zapatos en vez de usarlos, ya que sin querer me estaba robando a mí mismo la bendición de haber sido generoso.
A veces nos cuesta más dar los objetos o prendas que usamos, porque estamos acostumbrados a ellos, que los que ya no usamos, aunque sean de mayor valor. La costumbre los hace valiosos para nosotros y nos cuesta desprendernos de ellos. Pero Dios seguramente lo tendrá en cuenta. Si somos generosos con esas cosas, Dios también lo será por su lado.
Pero ahí se nos dice también, que demos alegremente, porque Dios es un dador alegre. ¿O será de repente que cuando Dios nos da algo Él se dice a sí mismo: Cómo me cuesta darle esto a éste? ¿Ustedes los creen? Al contrario. Él nos da siempre con un ánimo generoso, gozoso de hacernos el bien. Luego sigue diciendo Pablo: “Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia (y esto es muy importante), a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo suficiente, abundéis para toda buena obra.” Así que si tú eres un dador alegre y das oportunamente, Dios va a pensar de ti que eres un buen mayordomo, al que le puede encargar el reparto de sus bienes. Así que le voy a dar más, se dirá, para que pueda dar más.
Enseguida cita Pablo el salmo que ya he mencionado: “Como está escrito: Repartió, dio a los pobres; su justicia permanece para siempre.” Y en seguida dice: “Y el que da semilla (que no es otro sino Dios) al que siembra (habla de bienes espirituales), y pan al que come (porque todo viene de Él), proveerá y multiplicará vuestra sementera, y aumentará los frutos de vuestra justicia (es decir de vuestras buenas obras), para que estéis enriquecidos en todo para toda liberalidad (que es un sinónimo de generosidad), la cual produce por medio de nosotros acción de gracias a Dios.” (v. 10,11) Así que si tú provees para las necesidades de otros, Dios proveerá a las tuyas, y te dará más para que sigas proveyendo a las necesidades ajenas y, de paso, te ganes alguito o algaso, es decir, que tú tengas tu parte en la generosidad de Dios. No cerremos la mano al pobre, porque si lo hacemos es a Jesús a quien se la cerramos (Mt 25: 41-45).
Vamos a Deuteronomio 15:7,8: “Cuando haya en medio de ti menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le prestarás lo que necesite.” Le darás lo que necesite, le prestarás; no estarás pensando en lo que dice a continuación, si te va a devolver o no, o si tú pierdes al darle. Y continúa: “Guárdate de tener en tu corazón pensamiento perverso, diciendo: Cerca está el año séptimo, el de la remisión (el año en que las deudas, lo que uno había dado en garantía, era devuelto automáticamente al que lo había dado y la deuda se perdonaba), y mires con malos ojos a tu hermano menesteroso para no darle; porque él podrá clamar contra ti al Señor, y se te contará por pecado.”  (v. 8).
Ustedes saben muy bien que Dios escucha la oración del pobre, y escuchará su clamor contra ti (Jb 34:28; Sal 9:12). Después quizá te quejes: Señor ¿por qué no me bendices? ¿No sabes la razón? Por tu tacañería Dios no puede bendecirte. Nuestra tacañería borra con una mano lo que hacemos de bueno con la otra; así que no seamos tacaños, seamos generosos y Dios nos bendecirá.
Vale la pena preguntarse, ¿por qué dijo una vez Jesús: “Pobres tendréis siempre con vosotros”? (Mt 26:11) Eso suena casi a maldición. ¿Por qué va haber siempre pobres con nosotros? Yo creo por tres razones: Una, para probar nuestro corazón. Es una ocasión para que nuestro corazón, nuestra generosidad, (que, como hemos visto, es una manifestación de nuestro amor a Dios en última instancia) sea probada. En segundo lugar, para que tengamos ocasión de practicar la generosidad. Es la manera como nos entrena Dios a dar, para que nos cueste menos al momento de hacerlo, pues con la práctica las cosas se hacen más fáciles. Y tercero, es una ocasión que Dios te da para poder bendecirte, porque Él tiene especial cuidado de los pobres, y tú estás haciendo la función de representante suyo cuando atiendes a las necesidades del menesteroso. De manera que hay muchas razones, no acabaríamos de mencionarlas todas, por las cuales debemos ser generosos.
En el Antiguo Testamento la forma como el pueblo manifestaba su amor y su temor a Dios era el olor suave de los sacrificios. Pero en la nueva dispensación, ¿qué clase de sacrificios le damos nosotros a Dios? ¿Cuál es el sacrificio que a Dios le agrada? En Hebreos 13 se habla de dos formas de sacrificios que podemos ofrecer a Dios. El vers.15 dice: “Así que, ofrezcamos siempre a Dios, por medio de Él, sacrificio de alabanza, es decir, fruto de labios que confiesan su nombre.” Eso es lo que hacen ustedes cada vez que se reúnen en el templo; le cantan con sus labios, le adoran. Pueden hacerlo también a solas en sus casas cantando y alabando simplemente. Luego sigue: “y de hacer bien y de la ayuda mutua no os olvidéis; porque de tales sacrificios se agrada Dios.” Y Dios, que no es deudor de nadie, nos lo pagará abundantemente.
¿Y qué sucede si en lugar de dar retenemos nuestra limosna al necesitado? En primer lugar, nos perdemos la recompensa eterna. Y en segundo, nos perdemos lo que Dios en su generosidad quería darnos si dábamos.

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#970 (09.04.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

martes, 9 de enero de 2018

EL QUE PROCURA EL BIEN BUSCA FAVOR

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL QUE PROCURA EL BIEN
Un Comentario de Proverbios 11:27-31
27.El que procura el bien busca favor; mas al que busca el mal, éste le vendrá.”
El que busca el mal (para otros) lo verá caer sobre su propia cabeza, como aquel que fue atrapado en la red que tendió a su enemigo. Pero el que procura siempre el bien de otro, verá que lo cosechará también para sí.
En suma, cada cual recibe lo que busca, pero el que busca el mal ajeno, lo recibirá en cabeza propia, si no inmediatamente, en algún momento inesperado, y probablemente no entenderá por qué le viene.
Este proverbio podría leerse así: El que procura hacer el bien, busca favor (es decir, recompensa) para sí, (las palabras subrayadas no figuran en el texto, pero están implícitas) sea porque se gana la buena voluntad de otros que ven su conducta, sea porque recibe de vuelta el bien que hizo al prójimo.  Mientras que el que procura hacer el mal a otros, lo recibe él mismo, porque en algún momento sufrirá las consecuencias. La idea es que cada cual cosecha lo que siembra.
La noción que subyace el mensaje de este proverbio es que el hombre está siempre activo; nació para hacer cosas y no puede estar ocioso. Todos tienen un propósito que alcanzar en la vida. Todo el que busca diligentemente el bien, se levanta temprano y se pone sin tardar a la obra, logrará el fin que se propone. No obstante, el malvado trabaja también con ahínco para alcanzar su objetivo, y a veces lo hace con más diligencia que el bueno, porque Satanás lo impulsa. Pero aunque él pueda causar mucho daño a otros, a la larga, él será el más perjudicado, si no en esta vida, en la otra.
Nosotros debemos esforzarnos por ser útiles, a nosotros mismos, para empezar, y luego para otros, esto es, a los nuestros y a la sociedad. Hemos recibido dones y talentos con ese fin, para que los desarrollemos y seamos fructíferos. ¡Cuántos hombres y mujeres han beneficiado a la humanidad con sus inventos y descubrimientos! Hoy nos podemos comunicar con la velocidad de un rayo de un extremo a otro de la tierra (lo que antes tomaba meses), y muchas enfermedades, antes incurables, han encontrado un tratamiento efectivo. Estos son ejemplos prácticos de la verdad contenida en este proverbio. Pero también ¡cuánto daño han hecho al mundo los malvados que obtienen poder, sea económico, mediático o político! Pero unos y otros, los que buscan el bien, y los que buscan el mal, cosecharán las consecuencias de sus actos. Del Señor Jesús se dice que Él anduvo haciendo siempre el bien y sanando enfermos y a los oprimidos por el diablo (Hch 10:38). ¡Que Él sea nuestro modelo!
28. “El que confía en sus riquezas caerá; mas los justos reverdecerán como ramas.”
En este proverbio de paralelismo antitético está implícita la noción de que el justo
confía en Dios.
La juventud y la frescura en la edad avanzada son la recompensa anhelada del justo que busca en todo servir a Dios.
Las riquezas son buenas para muchas cosas, pero no para comprar la vida eterna. En el vers. 4 se dice: “Las riquezas no aprovecharán en el día de la ira”, ni nadie puede comprar años adicionales de vida con su dinero, pero su rectitud le permite al justo alargar su vida, reverdeciendo como lo hacen las ramas.
Cuando yo fui invitado hace algunos años a dar un ciclo de diez conferencias sobre el matrimonio en una iglesia evangélica en Tacna yo estaba asustado ante el reto de hablar diez veces ante la misma congregación sobre un mismo tema en el curso de una semana. Temía que después de la tercera o cuarta sesión ya se aburrirían de escucharme. Como yo no confié en mí mismo, esto es, en mis conocimientos y experiencia, sino en la ayuda de lo alto, Dios suplió abundantemente mi insuficiencia, dándome incluso más temas y material de lo que necesité. No sólo no se aburrieron de escucharme sino que me invitaron para regresar el año siguiente para un ciclo de conferencias semejante. No digo esto para jactarme sino para dar testimonio de cómo Dios viene siempre en nuestra ayuda cuando confiamos no en nosotros mismos sino en Él.
El que pone su confianza en las riquezas cree que no necesita de Dios. Pero llegará el día en que constatará que su dinero no le ayuda para enfrentar ciertas situaciones, sobre todo si se ha apartado de Dios. Por eso muchas personas pudientes acuden a brujos y astrólogos o videntes, en la esperanza de que los puedan ayudar. En esos casos lo más frecuentes es que sus problemas se agudicen en vez de mejorar, porque al acudir a esa gente, le abren la puerta al diablo, que no descuidará la oportunidad para atormentarlos. ¡Cuántos suicidios se producen como consecuencia de circunstancias semejantes! Esas personas ciegas sufrirán mucho mientras no descubran que la solución de sus dificultades no está en los hombres, sino en Dios.
En otro lugar Proverbios nos advierte contra la necedad de poner su esperanza en las riquezas: “No te afanes por hacerte rico; sé prudente y desiste. ¿Has de poner tus ojos en las riquezas, siendo ningunas? Porque les brotarán alas como alas de águila, y volarán al cielo.” (23:4-6) De este texto quiero destacar las palabras que advierten contra la volatilidad, o incertidumbre, de las riquezas. Hay muchos que se acostaron ricos, pero que se levantaron pobres. En verdad, las riquezas tienen alas.
Nótese que este proverbio no contrasta al impío con el recto, sino a éste con el que confía en sus riquezas. ¿Podemos llamar impío a ese hombre por este hecho? No, ciertamente. Más bien, lo llamaremos iluso o necio, aunque es cierto que muchas veces las riquezas se alcanzan por medio vedados, o perjudicando a otros. Muchos empresarios no tienen escrúpulos y, por su dinero, gozan de impunidad.
Pero, de otro lado, ¿quién negará los beneficios que traen las riquezas al que las posee? Por eso es que todos anhelan poseerlas y se esfuerzan por adquirirlas. Permiten gozar de grandes satisfacciones en esta vida, pero no compran la paz de conciencia, ni garantizan la buena salud, ni la amistad sincera de los que los rodean, sino un amor interesado, como dice un proverbio: “Muchos son los que aman al rico.” (14:20b).
Tampoco compran la entrada al cielo. Más bien, pueden cerrarla (Sal 49:6-8). Jesús posiblemente estaba pensando en este proverbio cuando dijo: “¡Cuán difícil les es entrar en el reino de Dios a los que confían en sus riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios.” (Mr 10:24,25).
Y por eso mismo exhortó Pablo a su discípulo Timoteo a advertir a los ricos que no pongan su “esperanza en las riquezas, las cuales son inciertas, sino en el Dios vivo.” (1Tm 6:17). Y añadió: “que sean ricos en buenas obras.” (vers. 18; cf Sal 52:6,7; 62:10c). No les vaya a ocurrir lo que al rey Uzías, que cuando se enriqueció, se ensoberbeció, y le fue infiel a Dios. Como consecuencia enfermó de lepra y tuvo que ser apartado del trono (2Cro 26:16-21).
O peor aún, como ocurrió con el pueblo de Israel, que “cuando adquirió riquezas, abandonó al Dios de su salvación”, sirviendo a dioses ajenos (Dt 32:15,6).
En el evangelio de San Juan, Jesús nos plantea el ejemplo de dos clases de ramas de vid, o pámpanos: el de las ramas que perseveran unidas al tronco y, por tanto, dan mucho fruto, y el de la rama que no permanece unida a la vid, y que no da fruto, y en consecuencia, es cortada y echada al fuego. La diferencia entre una y otra rama es que una permanece en Cristo, y la otra no (Jn 15:4-6). El secreto es pues permanecer en Cristo.
Puede haber etapas de sequedad y esterilidad, como sucede durante el invierno, pero cuando retorna la primavera la rama reverdece y se llena de fruto (Jr 17:8), “como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae…” (Sal 1:3), “cuyo fruto será para comer y su hoja para medicina.” (Ez 47:12).
¿No hemos visto nosotros casos de hombres justos que con su ejemplo y su palabra han alimentado a otros  y los han estimulado a seguir el camino del bien? Ellos no pusieron su confianza en las riquezas materiales o intelectuales, sino en Dios, que los enriqueció con sus dones y talentos y los equipó para ministrar a otros (Rm 12:6-8).
El Venerable Beda (673-735) comenta: “El que no piensa en el futuro (esto es, en los bienes futuros) porque anhela los bienes presentes, al final carecerá de ambos.”
29. “El que turba su casa heredará viento; y el necio será siervo del sabio de corazón.”
Aquí hay dos preguntas que hacerse: 1) ¿Qué relación hay entre los dos esticos del proverbio? No es muy evidente; y 2) ¿Qué es turbar su casa?
La relación es, sin embargo, si se observa bien, bastante transparente: (1) el que perturba su casa y el necio son la misma persona. El sabio no turba su casa. (2) Heredar viento es lo mismo que empobrecer, lo que lleva al necio a ser siervo del sabio, que entra en posesión de los bienes del necio. Los papeles se invierten. Sabiduría y necedad producen a la larga frutos opuestos. Podemos reformular el proverbio de esta manera: El que turba su casa empobrece, y termina sirviendo al sabio que se enriquece con lo que él pierde.
Turbar su casa puede tener varios significados emparentados. Turba, o desordena, su casa el que hace constante gala de mal carácter, o está siempre amargado; el que crea rivalidades entre sus miembros; el que conspira contra la estabilidad y unión de su familia mediante la infidelidad; el que administra mal el patrimonio familiar; el hijo que contrista a su padre, etc.
El hecho de que hable de “heredar” hace pensar que el vers. se aplica más a los hijos que a los padres, pero “heredar” tiene con frecuencia el sentido simple de “recibir” (Pr.14:18; Mt.25:34; Mr.10:17; 1Cor.15:50; Ap.21:7). Es decir, el que turba su casa recibe él mismo los frutos de su inconducta. Un buen ejemplo de hijos que perturbaron su casa son Amnón y Absalón, hijos de David. Ambos murieron prematuramente y de manera trágica (2 Samuel 13 y 18). (Nota)
El segundo estico expresa una verdad que se cumple diariamente: el que actúa neciamente, de manera poco sabia, terminará sirviendo, o estando en una posición subordinada, respecto del que obra con prudencia y pondera bien las consecuencias de sus actos.
Como nos muestra el salmo 133 una familia unida por la gracia de Dios florece por las bendiciones que Dios derrama sobre ella, mientras que “toda casa dividida contra sí misma no permanecerá.” (Mt 12:25) Con frecuencia la impiedad o la avaricia, o la mala conducta del jefe de familia son una amenaza para el bienestar de su casa y puede de hecho causar mucho sufrimiento a los suyos (1Sm 25:17), que pueden terminar odiándolo.
En verdad, nadie puede descuidar el bien de su alma sin perjuicio de los suyos. Ciertamente priva a su casa de las bendiciones que trae la oración ungida y el buen ejemplo, pero cuánto bien hacen a los suyos los padres que les dan buen ejemplo de rectitud y de piedad. En cambio perturba neciamente a los suyos el que neciamente hace lo que su impiedad le inspira, y él mismo hereda el viento, como dice Oseas: “El que siembra el viento, cosecha tempestades.” (8:7a). Eso ocurrió cuando Koré y sus seguidores se levantaron en el desierto desafiando el liderazgo de Moisés: la tierra los tragó y descendieron vivos al Seol (Nm 16:31-33). Un destino trágicamente semejante corrió Acán que, por codicia, tomó un manto lujoso, y oro y plata, y lo escondió, violando la orden de destruir todo lo que se hallara en la conquista de Jericó, y que Dios había condenado al anatema. Cuando fue obligado a confesar su pecado, la congregación lo apedreó a él y a su familia, y quemó sus despojos (Js 7:1, 20-25).
Los hijos del anciano sacerdote Elí desoyeron la débil reprimenda de su padre que les reprochaba que profanaran la casa de Dios abusando de las mujeres que velaban  a la puerta del tabernáculo de reunión en Silo, para escándalo de todo el pueblo, pero él no los disciplinó como debía, por lo que Dios le anunció que retiraría a su linaje del sacerdocio y lo daría a otro que le fuera fiel (1 Sm 2:22-25; 27-36). Entre las palabras notables que figuran en este trágico episodio están éstas que pronunció Elí: “Si el hombre pecare contra el hombre, los jueces lo juzgarán; más si alguno pecare contra Jehová, ¿quién rogará por él? (v. 25).
También turbó gravemente su casa Jeroboam, que hizo pecar a las diez tribus de Israel fundiendo dos becerros de oro para que los adorara el pueblo, en vez de ir a servir al Señor en Jerusalén, por lo que Dios hizo morir a toda su descendencia por mano de Baasa (1R 15:29,30).
30. “El fruto del justo es árbol de vida; y el que gana almas es sabio.”
Con sus palabras el justo gana a otros para el cielo. Por eso se dice que es árbol de vida.
El fruto del justo es, de un lado, su conducta; pero también las palabras con que enseña, aconseja y lleva almas a Cristo. Por eso es sabio para otros, en primer lugar, y también para sí (9:12a), porque no dejará de cosechar su recompensa. (Véase Sal.1:1-3).
El segundo estico podría ser el "motto" o lema de todas las organizaciones que hacen obra evangelística.
Toda la vida del justo, sus oraciones, su enseñanza, el ejemplo que da a los demás, la influencia que ejerce, todo ello es árbol de vida para su entorno, dice acertadamente Ch. Bridges. Los que lo rodean, familiares y amigos, se alimentan de ese fruto que él produce en abundancia. ¡Pero cuán distinta es la influencia del que vive de manera contraria! Es un veneno que corrompe la sangre y arrastra hacia al mal a muchos que lo admiran por sus logros mundanos. Pero ¿cómo será su final?
El justo es no sólo árbol de vida, sino que su boca es manantial de vida de la que fluyen palabras que conducen a la vida eterna (Pr 10:11). Por eso bien se afirma que el que gana almas es sabio. No hay mayor sabiduría que ésa, porque sus consecuencias son eternas. Es una sabiduría que beneficia a otros, pero también al que la posee, pues recibirá su premio en su momento. Es una sabiduría que no requiere de estudios, sino abrirse al Espíritu Santo.
Pero a nadie se puede aplicar mejor estas palabras que a Jesús, que con su muerte dio vida eterna a los que creen en Él y le obedecen. Todo el que quiera ser árbol de vida para muchos seguirá sus pasos, muriendo a sí mismo. Deberá tener una sed de almas como la que llevó a Jesús al pozo de Sicar, donde vino a buscar agua la samaritana, que no tenía idea del agua que iba a encontrar y que iba a beber de la boca de Jesús (Jn 4:1-42).
Como bien dice Pablo, “ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos.” (Rm 14:7,8). Así también la esposa que gana para Dios a su marido incrédulo con su conducta casta y respetuosa (1P 3:1,2). Hay en la historia un caso notable de mujer que con su sabiduría y paciencia ganó a su esposo, el indomable rey franco Clodoveo, orgulloso vencedor de muchas batallas, pero que, gracias a ella, se rindió a los pies de Cristo.
31. “Ciertamente el justo será recompensado en la tierra; ¡Cuánto más el impío y el pecador!”
Este proverbio habla del sembrar y cosechar en esta vida. Según sea la semilla, será la cosecha. “El buen árbol –dijo Jesús- no puede producir un mal fruto.” (Mt 7:18), y viceversa. Hay una recompensa que se alcanza en esta vida, y una mejor que se recibe en la otra. Igual sucede con el impío, que segará en esta vida el fruto pernicioso de sus obras venenosas, y en la otra, si no se arrepiente a tiempo, el castigo perpetuo.
¡A cuántos ha librado la vara de corrección oportuna de una condenación cierta, haciendo que el descarriado enmiende sus caminos! Como dice Salomón: “La vara y la corrección dan sabiduría.” (Pr 29:15a) El justo no puede escapar del castigo temporal merecido si alguna vez le falla a Dios, como ocurrió con Moisés y Aarón, que no honraron a Dios en las aguas de Meribá. Por ello Dios les anunció que no introducirían a la congregación de Israel en la Tierra Prometida, sino que otro lo haría en su lugar (Nm 20:12)
Algo semejante sucedió con David, a quien Dios amonestó por su adulterio por boca del profeta Natán (2Sm 12:9-12). Y con Salomón, por haberse apartado del Dios verdadero cuando era viejo, y haber adorado a los falsos dioses de sus muchas mujeres y concubinas extranjeras, por lo cual Dios le dijo que le quitaría el reino, pero no en sus días, por amor de David, sino en el reinado de su hijo Roboam, al cual le dejaría una tribu. (1R 11:4-13).
La misericordia de Dios permite que el justo sea castigado por sus faltas en la tierra (Ecl 7:30), y no en el infierno, como merecería. Pablo escribe: “mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo.” (1Cor 11:32).
Si el hijo es disciplinado (“Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” Hb 12:6), ¡con cuánta mayor razón lo será el pecador contumaz! Como escribe el apóstol Pedro, citando este proverbio según la versión de la Septuaginta: “Si el justo con dificultad se salva, ¿en dónde aparecerá el impío y el pecador?” (1P 4:18). “He aquí el día del Señor viene ardiente como un horno, y todos los que hacen maldad serán como estopa.” (Mal 4:1, según la Septuaginta).
Nota: El verbo heredar quiere decir no sólo recibir un bien como legado de los padres o de algún pariente, sino experimentar las consecuencias de los propios actos.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados, pidiéndole humildemente perdón a Dios por ellos.
#954 (04.12.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


miércoles, 19 de julio de 2017

EL JUICIO DE LAS NACIONES II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL JUICIO DE LAS NACIONES II
Un Comentario en dos partes de Mateo 25:31-46
En esta escena grandiosa al final de los tiempos hemos visto que Jesús reivindica para sí el papel de Juez Supremo. Él se propone a sí mismo a todos los hombres como el factor clave de su destino eterno: Ellos se salvarán, o se condenarán, según cuál haya sido su actitud frente a Él. Si habiendo creído en Él, y habiéndose arrepentido, (lo cual está implícito) le amaron y le socorrieron en la persona del prójimo, se salvarán; si no lo hicieron, sino que despreciaron y maltrataron a su prójimo, se condenarán.
En este contexto el valor moral de la persona y su dicha eterna dependen del amor demostrado en el servicio al prójimo en el cual Él vive: “Todo lo que hicisteis al menor de mis hermanos, a mí lo hicisteis”, acaba Él de decir (Mt 25:40). Esta palabra será para todos, justos compasivos e impíos inmisericordes, una revelación inesperada: el Hijo del Hombre resume en sí mismo a la humanidad entera, y el factor clave es el amor. Amar al prójimo, incluso al enemigo (Mt 5:44), es amarlo a Él, porque Él está en unos y otros. El amor a Dios y el amor al prójimo están estrechamente ligados, y no es posible amar al primero si no se ama al segundo, como lo dijo bien claro el apóstol Juan en un pasaje que ya hemos citado en el artículo anterior: “El que no ama a su prójimo a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1Jn 4:20).
41. “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles.”
¡Qué terrible será escuchar esas palabras dirigidas a uno, dichas por el que es el Juez Supremo, el Rey de la creación, Aquel de quién cuando estábamos en la tierra nos burlábamos, de cuyo nombre y de cuya figura histórica hicimos mofa! Nos reíamos no sólo de Él, sino también de los que hablaban de Él, y de quienes lo representaban. Y he aquí que ahora Él pronuncia sobre nosotros una sentencia inapelable.
La historia de su vida fue para muchos un botín del que se apoderaron para inventar ficciones que lo deshonraban y caricaturizaban. Despreciaron su nombre, e incluso negaron que hubiera existido, colocando la historia de su vida en el grupo de las fábulas piadosas, hechas para engañar a la gente ingenua.
O si llegaron a reconocer que sí existió, afirmaron que fue un maestro de sabiduría como los ha habido varios ilustres en la historia, que merecen todo nuestro respeto, pero negaron en absoluto que fuera Dios hecho hombre, porque Dios no existe. ¿No merecerán los hombres que así actuaron, y engañaron a tantos, que se les diga: Apartaos de mí malditos?
Terribles palabras, en verdad, porque en ese momento, cuando se le contemple en toda su majestad y belleza, estarán llenos de asombro e irresistiblemente atraídos por ese ser maravilloso que encarna todo lo que el hombre admira, ama y desea, y junto a quien desearían estar para siempre.
Pero en ese momento Él los rechazará, porque lo rechazaron cuando estaban en vida, y hasta lo odiaron, porque su enseñanza removía su conciencia. Ahora será tarde para dar marcha atrás y rectificar el error cometido.
Todos los que le negaron en vida, tendrán que reconocer su soberanía ahora a la fuerza, pero será ya tarde. A esos desdichados se les dirá: “Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” Se trata de un fuego que quema el cuerpo y el alma, y que arde eternamente, pero sin consumir.
Notemos que el infierno a donde los impíos son enviados, no fue preparado para los seres humanos, sino para el diablo y sus ángeles. La voluntad de Dios es que “todos los hombres sean salvos  y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tm 2:4), y a todos se les dio oportunidad de seguir el camino que conduce a la vida, pero muchísimos escogieron neciamente seguir el camino que lleva a la muerte eterna, que es la privación de Dios por toda la eternidad. ¿Por qué lo hicieron? Porque no reconocieron ni supieron apreciar lo que era para su bien. Porque tenían la mente extraviada, atrapada por el espejismo de las apariencias, y por la vanagloria de la vida (1Jn 2:16). No hay sufrimiento que se compare a la privación de Dios, ni fuego ardiente que se le iguale. A ese tormento se añadirá la compañía atroz y eterna de los malos, del demonio y sus ángeles, llenos de odio, el recuerdo atormentador de todas las oportunidades que no supieron aprovechar para seguir el camino de la salvación, y la certidumbre de que su tormento no tendrá fin. ¡Qué horror tendrán entonces de la decisión equivocada que tomaron en su momento, y de las consecuencias irreversibles que ahora tienen que afrontar! (Nota 1)
42,43. “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no  me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.”
Es como si Jesús le dijera a cada uno: Tuve hambre, sí, de que creyeras en mí; de que reconocieras lo que yo hice por ti al morir en la cruz. Tuve sed, sí, de tu amor, de tu agradecimiento, de tu amistad.
Fui como un extraño en tu mundo. No tenías en cuenta mis enseñanzas para nada. Pisoteabas mis consejos y mi doctrina como si fueran de un charlatán y yo no hubiera enseñado la doctrina más sublime, aquella única que es capaz de cambiar el corazón del hombre y hacer de él una nueva criatura.
Fui perseguido en las calles de tu ciudad, se negaba a los míos el derecho de rendirme culto, y hasta de pronunciar mi nombre. Me expulsaron de tus calles y plazas, burlándose de los que creían en mí, y se les asesinaba por confesarlo.
44,45. “Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.”
Puesto que vivíamos a espaldas de las realidades espirituales, ignorantes e inconscientes de la presencia de Dios en todas sus criaturas, no te vimos hambriento, ni desnudo, ni enfermo, ni encarcelado, cuando uno de nuestros hermanos estuvo hambriento, sediento, desnudo, enfermo o perseguido, y no hicimos nada por aliviar su condición y su dolor, ni por ayudarlo, por asistirlo, por consolarlo. Nuestro corazón estaba cerrado a las necesidades de nuestro prójimo, porque vivíamos encerrados egoístamente en nuestro mundo personal, en nosotros mismos y en nuestros intereses.
Tú estabas en cada uno de esos seres miserables y despreciados, y no te reconocimos porque olvidamos que todos tenemos un mismo Padre, y que, más allá de las diferentes circunstancias de la vida, todos somos obra de tus manos, todos recibimos el mismo aliento de vida que viene de ti; que de ti salimos y que a ti con todo el ansia de nuestras almas queremos volver.
¡Y qué terrible será cuando desesperadamente deseemos regresar a ti, fuente de nuestra vida y de nuestra felicidad, como a nuestra verdadera patria, y tú nos rechaces porque cuando la tuvimos rechazamos la oportunidad de demostrarte nuestro amor!
¡Oh sí, amigo lector, no es a ese pobre a quien tú rechazas e ignoras, y quizá tratas mal, sino es a tu Creador y al suyo.
46. “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”
Éstas ya no son palabras del Rey y Juez Supremo, sino son las palabras con las que el evangelista concluye su relato, describiendo el destino que espera a los dos grupos. Los de la izquierda van al castigo eterno, para ser “atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap 20:10); los justos, que están a la derecha, van al lugar donde gozarán de la presencia de Dios por toda la eternidad, y en la compañía de todos los ángeles y de todos los santos, esto es, de los que por su gracia son salvos.
¿En qué proporción se encontrarán los dos grupos? ¿Cuál será el más numeroso? ¿El de los salvados, o el de los condenados? No tenemos idea ni manera de saberlo. Pero lo que realmente importa es que nosotros estemos en el grupo de los salvados.
Sin embargo, sí nos interesaría saber cuál es, o será, el destino eterno de los nuestros, de nuestros familiares y amigos cercanos, de los que conocimos en la tierra. ¡Oh, cómo nos gustaría encontrarnos con ellos en el cielo gozando de la misma dicha! ¡Y cuánto nos puede pesar no ver ahí a algunos de los que más amamos! Quizá entonces nos reprocharemos: ¿Por qué no hicimos más esfuerzos para lograr que se conviertan a Dios?
¿Qué significado, qué importancia tendrá entonces para unos y otros la palabra “eterna”? ¿Qué implica esa palabra desde la perspectiva de la misericordia y de la justicia de Dios?
En los primeros siglos de la iglesia se discutió mucho acerca del significado de esa palabra en este pasaje, y en otros que hablan de la salvación o condenación. ¿Se trata de un período muy dilatado de tiempo, pero con un límite fijado por Dios, al término del cual Dios restaurará todas las cosas, como algunos, en especial los origenistas, han sostenido? ¿O se trata, más bien, de una eternidad en sentido estricto, en la que ya no existe el tiempo, y por tanto, no existe límite alguno en duración? Esto es lo que la iglesia siempre ha afirmado, condenando a los defensores de la primera tesis como una herejía. Sin embargo, hay algunos grupos que siguen sosteniendo esa posibilidad, en especial, los universalistas, que creen que al final todos se salvan.
Quizá valga la pena explorar cuáles eran las ideas que prevalecían entre los judíos en tiempos de Jesús, pues a ellos les hablaba Él en primer lugar (2).
Poco tiempo antes de que naciera Jesús enseñaron en Israel dos maestros cuya doctrina influyó decididamente en el pensamiento teológico de los judíos del primer siglo de nuestra era: Hillel y Shamaí. Las ideas más liberales del primero influyeron poderosamente en la doctrina del judaísmo rabínico que surgió después de la catástrofe del año 70. Las ideas del segundo, más estrictas, al menos en lo que se refiere al tema del divorcio, no subsistieron a los cambios revolucionarios que se produjeron en la sociedad judía al final del siglo.
No obstante, ambos enseñaron en principio la eternidad sin fin de la salvación y de la condenación, aunque Hillel limita el número de los condenados por toda la eternidad, pues enseña que el mayor número de los pecadores, tanto gentiles como judíos, después de ser atormentados durante doce meses, son aniquilados y las cenizas de sus cuerpos y almas son dispersadas a los pies de los justos. Pero exceptúa de su número a un grupo de mayores transgresores que descienden a la gehena (3) para ser atormentados por los siglos de los siglos.
La escuela de Shamaí enseñaba que después de la resurrección que menciona Daniel 12:2, la humanidad será dividida en tres clases. La primera, la de los perfectamente justos, serán inscritos y sellados para la vida eterna; la segunda, la de los perfectamente impíos, que inmediatamente después de muertos serán inscritos y sellados para la gehena, esto es, el infierno; y una tercera clase intermedia, formada por los que irán al gehinom y que después de ser atormentados durante un tiempo, regresarán para ir al cielo, pero sin haber sido inscritos ni sellados al morir.
Notas: 1. Comentando este versículo Hipólito, mártir, pone en boca de Cristo las siguientes palabras: “Fui yo quien te formé, pero tú te adheriste a otro. Yo creé la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellas por tu causa, pero tú las has usado para deshonrarme…Yo formé tus oídos para que oyeras las Escrituras, pero los has usado para oír canciones del diablo y de cortesanas. Te di ojos para que vieras la luz de mis mandamientos y los siguieras, pero tú los has usado para el adulterio y la inmodestia. Ordené tu boca para que alabaras y glorificaras a Dios y para cantar salmos e himnos espirituales…pero tú la has usado para proferir perjurios y blasfemias, y para difamar a tu prójimo. Hice tus manos para que las levantaras en oración y súplica, pero tú las has estirado para robar, matar y destruir.”
2. Véase el apéndice 19 en Alfred Edersheim, “The Life and Times of Jesus the Messiah”.
3. La palabra gehena, que Jesús usa varias veces (Mt 5:29,30; 10:28; 23:33; Lc 12:5, etc.), deriva de gehinom, “valle de los hijos de Hinom”, (Js 15:8; 18:16), situado al sur de las murallas de Jerusalén, que era usado para quemar los cadáveres de criminales y animales, y la basura, por lo que se le asoció al infierno. El impío rey Acaz hizo pasar por el fuego a su hijo en ese valle maldito (2Cro 28:3), algo que estaba prohibido por Lv 18:21. Manasés hizo lo mismo (2Cr 33:6). El piadoso rey Josías profanó Tofet, santuario en donde se ofrecían esos repugnantes sacrificios a Moloc (práctica muy extendida en el mundo antiguo)  situado en Gehinom, para que ninguno pueda pasar a su hijo por fuego (2R 23:10). Jeremías dijo que ese valle se llamaría “valle de la matanza” (Jr 7:30-34; 19:6; 32:35).
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a adquirir esa seguridad reconciliándote con Dios, pues no hay seguridad en la tierra que se le compare y que valga tanto. Para ello yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y extravíos. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#943 (18.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).