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miércoles, 19 de julio de 2017

EL JUICIO DE LAS NACIONES II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL JUICIO DE LAS NACIONES II
Un Comentario en dos partes de Mateo 25:31-46
En esta escena grandiosa al final de los tiempos hemos visto que Jesús reivindica para sí el papel de Juez Supremo. Él se propone a sí mismo a todos los hombres como el factor clave de su destino eterno: Ellos se salvarán, o se condenarán, según cuál haya sido su actitud frente a Él. Si habiendo creído en Él, y habiéndose arrepentido, (lo cual está implícito) le amaron y le socorrieron en la persona del prójimo, se salvarán; si no lo hicieron, sino que despreciaron y maltrataron a su prójimo, se condenarán.
En este contexto el valor moral de la persona y su dicha eterna dependen del amor demostrado en el servicio al prójimo en el cual Él vive: “Todo lo que hicisteis al menor de mis hermanos, a mí lo hicisteis”, acaba Él de decir (Mt 25:40). Esta palabra será para todos, justos compasivos e impíos inmisericordes, una revelación inesperada: el Hijo del Hombre resume en sí mismo a la humanidad entera, y el factor clave es el amor. Amar al prójimo, incluso al enemigo (Mt 5:44), es amarlo a Él, porque Él está en unos y otros. El amor a Dios y el amor al prójimo están estrechamente ligados, y no es posible amar al primero si no se ama al segundo, como lo dijo bien claro el apóstol Juan en un pasaje que ya hemos citado en el artículo anterior: “El que no ama a su prójimo a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1Jn 4:20).
41. “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles.”
¡Qué terrible será escuchar esas palabras dirigidas a uno, dichas por el que es el Juez Supremo, el Rey de la creación, Aquel de quién cuando estábamos en la tierra nos burlábamos, de cuyo nombre y de cuya figura histórica hicimos mofa! Nos reíamos no sólo de Él, sino también de los que hablaban de Él, y de quienes lo representaban. Y he aquí que ahora Él pronuncia sobre nosotros una sentencia inapelable.
La historia de su vida fue para muchos un botín del que se apoderaron para inventar ficciones que lo deshonraban y caricaturizaban. Despreciaron su nombre, e incluso negaron que hubiera existido, colocando la historia de su vida en el grupo de las fábulas piadosas, hechas para engañar a la gente ingenua.
O si llegaron a reconocer que sí existió, afirmaron que fue un maestro de sabiduría como los ha habido varios ilustres en la historia, que merecen todo nuestro respeto, pero negaron en absoluto que fuera Dios hecho hombre, porque Dios no existe. ¿No merecerán los hombres que así actuaron, y engañaron a tantos, que se les diga: Apartaos de mí malditos?
Terribles palabras, en verdad, porque en ese momento, cuando se le contemple en toda su majestad y belleza, estarán llenos de asombro e irresistiblemente atraídos por ese ser maravilloso que encarna todo lo que el hombre admira, ama y desea, y junto a quien desearían estar para siempre.
Pero en ese momento Él los rechazará, porque lo rechazaron cuando estaban en vida, y hasta lo odiaron, porque su enseñanza removía su conciencia. Ahora será tarde para dar marcha atrás y rectificar el error cometido.
Todos los que le negaron en vida, tendrán que reconocer su soberanía ahora a la fuerza, pero será ya tarde. A esos desdichados se les dirá: “Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” Se trata de un fuego que quema el cuerpo y el alma, y que arde eternamente, pero sin consumir.
Notemos que el infierno a donde los impíos son enviados, no fue preparado para los seres humanos, sino para el diablo y sus ángeles. La voluntad de Dios es que “todos los hombres sean salvos  y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tm 2:4), y a todos se les dio oportunidad de seguir el camino que conduce a la vida, pero muchísimos escogieron neciamente seguir el camino que lleva a la muerte eterna, que es la privación de Dios por toda la eternidad. ¿Por qué lo hicieron? Porque no reconocieron ni supieron apreciar lo que era para su bien. Porque tenían la mente extraviada, atrapada por el espejismo de las apariencias, y por la vanagloria de la vida (1Jn 2:16). No hay sufrimiento que se compare a la privación de Dios, ni fuego ardiente que se le iguale. A ese tormento se añadirá la compañía atroz y eterna de los malos, del demonio y sus ángeles, llenos de odio, el recuerdo atormentador de todas las oportunidades que no supieron aprovechar para seguir el camino de la salvación, y la certidumbre de que su tormento no tendrá fin. ¡Qué horror tendrán entonces de la decisión equivocada que tomaron en su momento, y de las consecuencias irreversibles que ahora tienen que afrontar! (Nota 1)
42,43. “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no  me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.”
Es como si Jesús le dijera a cada uno: Tuve hambre, sí, de que creyeras en mí; de que reconocieras lo que yo hice por ti al morir en la cruz. Tuve sed, sí, de tu amor, de tu agradecimiento, de tu amistad.
Fui como un extraño en tu mundo. No tenías en cuenta mis enseñanzas para nada. Pisoteabas mis consejos y mi doctrina como si fueran de un charlatán y yo no hubiera enseñado la doctrina más sublime, aquella única que es capaz de cambiar el corazón del hombre y hacer de él una nueva criatura.
Fui perseguido en las calles de tu ciudad, se negaba a los míos el derecho de rendirme culto, y hasta de pronunciar mi nombre. Me expulsaron de tus calles y plazas, burlándose de los que creían en mí, y se les asesinaba por confesarlo.
44,45. “Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.”
Puesto que vivíamos a espaldas de las realidades espirituales, ignorantes e inconscientes de la presencia de Dios en todas sus criaturas, no te vimos hambriento, ni desnudo, ni enfermo, ni encarcelado, cuando uno de nuestros hermanos estuvo hambriento, sediento, desnudo, enfermo o perseguido, y no hicimos nada por aliviar su condición y su dolor, ni por ayudarlo, por asistirlo, por consolarlo. Nuestro corazón estaba cerrado a las necesidades de nuestro prójimo, porque vivíamos encerrados egoístamente en nuestro mundo personal, en nosotros mismos y en nuestros intereses.
Tú estabas en cada uno de esos seres miserables y despreciados, y no te reconocimos porque olvidamos que todos tenemos un mismo Padre, y que, más allá de las diferentes circunstancias de la vida, todos somos obra de tus manos, todos recibimos el mismo aliento de vida que viene de ti; que de ti salimos y que a ti con todo el ansia de nuestras almas queremos volver.
¡Y qué terrible será cuando desesperadamente deseemos regresar a ti, fuente de nuestra vida y de nuestra felicidad, como a nuestra verdadera patria, y tú nos rechaces porque cuando la tuvimos rechazamos la oportunidad de demostrarte nuestro amor!
¡Oh sí, amigo lector, no es a ese pobre a quien tú rechazas e ignoras, y quizá tratas mal, sino es a tu Creador y al suyo.
46. “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”
Éstas ya no son palabras del Rey y Juez Supremo, sino son las palabras con las que el evangelista concluye su relato, describiendo el destino que espera a los dos grupos. Los de la izquierda van al castigo eterno, para ser “atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap 20:10); los justos, que están a la derecha, van al lugar donde gozarán de la presencia de Dios por toda la eternidad, y en la compañía de todos los ángeles y de todos los santos, esto es, de los que por su gracia son salvos.
¿En qué proporción se encontrarán los dos grupos? ¿Cuál será el más numeroso? ¿El de los salvados, o el de los condenados? No tenemos idea ni manera de saberlo. Pero lo que realmente importa es que nosotros estemos en el grupo de los salvados.
Sin embargo, sí nos interesaría saber cuál es, o será, el destino eterno de los nuestros, de nuestros familiares y amigos cercanos, de los que conocimos en la tierra. ¡Oh, cómo nos gustaría encontrarnos con ellos en el cielo gozando de la misma dicha! ¡Y cuánto nos puede pesar no ver ahí a algunos de los que más amamos! Quizá entonces nos reprocharemos: ¿Por qué no hicimos más esfuerzos para lograr que se conviertan a Dios?
¿Qué significado, qué importancia tendrá entonces para unos y otros la palabra “eterna”? ¿Qué implica esa palabra desde la perspectiva de la misericordia y de la justicia de Dios?
En los primeros siglos de la iglesia se discutió mucho acerca del significado de esa palabra en este pasaje, y en otros que hablan de la salvación o condenación. ¿Se trata de un período muy dilatado de tiempo, pero con un límite fijado por Dios, al término del cual Dios restaurará todas las cosas, como algunos, en especial los origenistas, han sostenido? ¿O se trata, más bien, de una eternidad en sentido estricto, en la que ya no existe el tiempo, y por tanto, no existe límite alguno en duración? Esto es lo que la iglesia siempre ha afirmado, condenando a los defensores de la primera tesis como una herejía. Sin embargo, hay algunos grupos que siguen sosteniendo esa posibilidad, en especial, los universalistas, que creen que al final todos se salvan.
Quizá valga la pena explorar cuáles eran las ideas que prevalecían entre los judíos en tiempos de Jesús, pues a ellos les hablaba Él en primer lugar (2).
Poco tiempo antes de que naciera Jesús enseñaron en Israel dos maestros cuya doctrina influyó decididamente en el pensamiento teológico de los judíos del primer siglo de nuestra era: Hillel y Shamaí. Las ideas más liberales del primero influyeron poderosamente en la doctrina del judaísmo rabínico que surgió después de la catástrofe del año 70. Las ideas del segundo, más estrictas, al menos en lo que se refiere al tema del divorcio, no subsistieron a los cambios revolucionarios que se produjeron en la sociedad judía al final del siglo.
No obstante, ambos enseñaron en principio la eternidad sin fin de la salvación y de la condenación, aunque Hillel limita el número de los condenados por toda la eternidad, pues enseña que el mayor número de los pecadores, tanto gentiles como judíos, después de ser atormentados durante doce meses, son aniquilados y las cenizas de sus cuerpos y almas son dispersadas a los pies de los justos. Pero exceptúa de su número a un grupo de mayores transgresores que descienden a la gehena (3) para ser atormentados por los siglos de los siglos.
La escuela de Shamaí enseñaba que después de la resurrección que menciona Daniel 12:2, la humanidad será dividida en tres clases. La primera, la de los perfectamente justos, serán inscritos y sellados para la vida eterna; la segunda, la de los perfectamente impíos, que inmediatamente después de muertos serán inscritos y sellados para la gehena, esto es, el infierno; y una tercera clase intermedia, formada por los que irán al gehinom y que después de ser atormentados durante un tiempo, regresarán para ir al cielo, pero sin haber sido inscritos ni sellados al morir.
Notas: 1. Comentando este versículo Hipólito, mártir, pone en boca de Cristo las siguientes palabras: “Fui yo quien te formé, pero tú te adheriste a otro. Yo creé la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellas por tu causa, pero tú las has usado para deshonrarme…Yo formé tus oídos para que oyeras las Escrituras, pero los has usado para oír canciones del diablo y de cortesanas. Te di ojos para que vieras la luz de mis mandamientos y los siguieras, pero tú los has usado para el adulterio y la inmodestia. Ordené tu boca para que alabaras y glorificaras a Dios y para cantar salmos e himnos espirituales…pero tú la has usado para proferir perjurios y blasfemias, y para difamar a tu prójimo. Hice tus manos para que las levantaras en oración y súplica, pero tú las has estirado para robar, matar y destruir.”
2. Véase el apéndice 19 en Alfred Edersheim, “The Life and Times of Jesus the Messiah”.
3. La palabra gehena, que Jesús usa varias veces (Mt 5:29,30; 10:28; 23:33; Lc 12:5, etc.), deriva de gehinom, “valle de los hijos de Hinom”, (Js 15:8; 18:16), situado al sur de las murallas de Jerusalén, que era usado para quemar los cadáveres de criminales y animales, y la basura, por lo que se le asoció al infierno. El impío rey Acaz hizo pasar por el fuego a su hijo en ese valle maldito (2Cro 28:3), algo que estaba prohibido por Lv 18:21. Manasés hizo lo mismo (2Cr 33:6). El piadoso rey Josías profanó Tofet, santuario en donde se ofrecían esos repugnantes sacrificios a Moloc (práctica muy extendida en el mundo antiguo)  situado en Gehinom, para que ninguno pueda pasar a su hijo por fuego (2R 23:10). Jeremías dijo que ese valle se llamaría “valle de la matanza” (Jr 7:30-34; 19:6; 32:35).
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a adquirir esa seguridad reconciliándote con Dios, pues no hay seguridad en la tierra que se le compare y que valga tanto. Para ello yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y extravíos. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#943 (18.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 20 de octubre de 2015

OCASIONES DE CAER

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
OCASIONES DE CAER
Un Comentario de Mateo 18:6-9
6. "Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le  colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar."
Continuando lo que ha dicho acerca de los niños, o de los que son como ellos en la fe, Jesús hace una muy seria advertencia sobre los escándalos: Cualquiera que haga caer en pecado, o que viole la inocencia de un  niño, o que lo encamine hacia el mal, o que siembre dudas en su espíritu acerca de la fe, a ese tal más le  valiera que le ataran al cuello una piedra de molino y lo arrojaran al mar para que se ahogue (Ap 18:21). (Nota 1)

¿Por qué usa Jesús la imagen de una piedra de molino? Porque, para moler el grano y hacer harina, esas grandes piedras rotatorias eran colocadas encima de una gran piedra fija y, como eran sumamente pesadas, eran movidas con fuerza animal, generalmente por un asno, por lo que solía llamárseles "piedra de molino de asno".

Jesús usa aquí, como hace con frecuencia, un lenguaje exagerado, para hacer impresión en sus oyentes. Él quiere advertirles acerca de la gravedad de provocar la ruina espiritual de un niño, o de una persona inocente, o poco instruida, esto es, de un niño en la fe. En esta advertencia se incluye a todos los que seducen a  menores, o que despiertan prematuramente sus instintos sexuales, así como a los que violan a muchachas  inocentes.

En esta advertencia están incluidos no sólo los individuos, sino también los medios de comunicación, los diarios y revistas, los espectáculos, el teatro y el cinema. Todo aquello que incite al pecado. El que haga pecar a alguno, será responsable de su pecado, y deberá pagar por ello terriblemente. Más le valiera ahogarse en el  mar, dice Jesús, señalando que el castigo que algún día ha de recibir será muchísimas veces peor que esa forma de morir. Aquí se podría aplicar la frase que Jesús dijo una vez acerca de Judas: "Más le valiera no  haber nacido." (Mt 26:24). Y en efecto, a todo el que se condene, más le valiera no haber nacido.
Y Jesús continúa diciendo:

7. "¡Ay del mundo por los tropiezos! Porque es necesario que vengan tropiezos, pero ¡ay de aquel hombre por quien viene el tropiezo!"
¿Qué significa aquí "tropiezo", o más precisamente "escándalo"? (2). Es la acción de inducir a una persona a hacer algo que ocasionará su ruina espiritual; o el suceso que produce ese resultado (Véase Rm 14:13). ¡Ay  del mundo! ¡Ay de la gente! ¡Ay de la persona que lo cause, porque su castigo será tremendo!

Pero ¿por qué dice Jesús que es necesario que haya escándalos? ¿Está diciendo que es inevitable que los haya, o que es necesario por algún motivo? ¿O lo dice porque el diablo aún anda suelto tentando a la gente?  Yo me inclino por la primera opción. Es inevitable que ocurran porque, debido a la caída de Adán, la  naturaleza moral y física del hombre se ha corrompido y, como consecuencia, el mundo está lleno de  ocasiones de caer. Pero también porque el príncipe de este mundo tiene cautivos a mucha gente.

¿No vemos acaso a cada rato cómo los personajes de la farándula son ocasión de tropiezo para muchos jóvenes y muchachas por la vida desarreglada que llevan, y con cuánta frecuencia provocan escándalos? Debido a su notoriedad se convierten en modelos de los que no tienen formación moral ni criterio, y los conducen a la perdición a la que ellos también fatua y ciegamente caminan. Los grandes de este mundo hacen tropezar a los pequeños. ¡Qué cuenta tremenda tendrán que dar a Dios por cada alma que se pierda por su culpa!

8,9. "Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno. Y si tu ojo te es ocasión de caer, sácalo y échalo de ti; mejor te es entrar con un solo ojo en la vida, que teniendo dos ojos ser echado en el infierno de fuego."
Jesús repite aquí la advertencia que ya había hecho en el sermón del monte (Mt 5:29,30). Lo hace porque nuestros miembros pueden ser ocasión de tropiezo para uno mismo. (3) Él emplea aquí el lenguaje exagerado al cual con frecuencia recurre para grabar en la mente de sus oyentes el mensaje que quiere transmitir: Más vale salvarse estando cojo, manco, o tuerto, que condenarse con el cuerpo con todos sus miembros, dándole más pasto al fuego del infierno. (4)

La vida eterna, la salvación, es un bien, una dicha demasiado valiosa para no sacrificarle lo que fuere. Pero pudiera no tratarse de un miembro del cuerpo. Pudiera tratarse de una amistad, de una compañía, de una afición, o incluso de un trabajo, o negocio rentable.

¿Vale el dinero que ganas más que la vida eterna? Nada hay tan valioso en esta vida que valga tanto como la dicha de gozar de la compañía de Dios por toda la eternidad. Si algo has de salvar, salva tu alma a costa de tu vida, si es necesario. Sería el peor negocio hacer lo contrario. Todo lo que pudieras perder en este mundo lo recuperarás con creces en el más allá.

Notas: 1. Esa forma de suplicio era usada entre los antiguos para castigar a los grandes criminales: Atarle un gran peso al cuello y echarlo al mar, o a un río, para que se hunda y ahogue. Era una forma especialmente ignominiosa de castigo porque privaba a la persona del derecho a la sepultura.
2. La palabra griega que figura en el original es skándalon.
3. El gran escritor e intérprete de la Biblia, Orígenes de Alejandría (c. 185-254), en vista de las grandes tentaciones sexuales a las que estaba expuesto debido a la popularidad que gozaba de joven como maestro, llevando a la práctica literalmente este consejo de Jesús, se amputó el miembro viril. Sólo más tarde  reconoció la necedad de su error.

4. Existe una tendencia a pasar por alto el tema del infierno para no ofender, o asustar, a la gente. Sin embargo, es una realidad que no podemos soslayar, porque la existencia del infierno fue el motivo por el cual Jesús vino a la tierra haciéndose hombre: Salvarnos de sus llamas. Y es Él quien más ha hablado del fuego eterno, al cual están destinados los que se niegan a creer en su mensaje, y viven y mueren en pecado. Doy a continuación una selección de referencias de los evangelios en que Jesús habla del infierno: Mt 10:28; 13:42,49,50; 25:30,41,46; Mr 9:43-48; Lc 16: 23-28.

lunes, 26 de enero de 2015

ANOTACIONES AL MARGEN XL

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.


ANOTACIONES AL MARGEN XL
v  Los que niegan la existencia del infierno, son los que con mayor seguridad caerán en él.
v  No hay situación difícil que Dios no pueda solucionar si confiamos en Él.
v  En algún lugar leí esta gran verdad: La guerra espiritual es una batalla entre el bien y el mal que se libra en nuestro interior, y nosotros somos el campo de batalla.
v  Jesús dijo: No podéis servir al mismo tiempo a Mammón y a Dios, porque son opuestos (Lc 16:13). Pero el dios de las riquezas se ha apoderado de la mente de los hombres que le rinden culto, envileciendo sus corazones, y ha traído consigo egoísmo, avaricia, impiedad, opresión, estafas, guerras, fraudes, negocios ilícitos, sembrando el odio entre los pueblos y hasta en el interior de las familias.
v  Puesto que el hombre ha rechazado lo cierto, es decir, la Verdad revelada, es justo que la fecha de su muerte sea incierta para él.
v  ¿Cómo es posible que Dios permita que el diablo tiente al hombre? Porque al hacerlo el diablo cumple sin saberlo los propósitos de Dios.
v  Ésta es una gran verdad: No hay nada bueno en mí, y lo que hubiere, me ha sido dado. No tengo nada, pues, de qué jactarme. Si lo hago, robo la gloria debida a Dios.
v  Cuanto más amamos una cosa, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a una persona, más pensamos en ella.
Cuanto más amamos a Dios, más pensamos en Él.
Si yo no pienso constantemente en Dios, es porque no lo amo mucho. Si lo amara como debiera, no dejaría de pensar en Él un solo instante.
v  Si la gloria de Dios pudiera ser vista por el hombre, su frágil cuerpo perecería, como se debilitaron los que vieron su gloria de lejos en la montaña del Sinaí (Dt 5:23-27). De ahí el dicho del Antiguo Testamento: Nadie puede ver a Dios y vivir (Ex 33:20). Es decir, el que ve el rostro de Dios, muere. Puesto que la gloria de Dios no puede ser vista tal cual es, nosotros vivimos entretanto por fe. Pero algún día la contemplaremos sin trabas por toda la eternidad.
v  ¡Si los impíos supieran lo que les espera después de la muerte! A nosotros nos toca advertirles. Por eso no hay prédica más útil y necesaria que la prédica del infierno. ¿A cuántos habrá librado de caer en él?
v  La encarnación es un misterio extraordinario que nos asombra. En efecto, el contraste entre un Dios infinito y omnipotente, y una criatura pequeña e inerme, es abismal. ¡Que el que lo es todo y todo lo puede se reduzca por amor a la impotencia de un recién nacido!
v  Si a alguien se le ofreciera algo muy valioso gratuitamente y sin límites, al infinito, ¿no lo recibiría encantado? Tanto más si es un bien tan maravilloso y sin precio como es la gracia. ¡Pero cuántos en su ignorancia lo rechazan! Dios no entra en sus planes.

v  El hombre es un ser al que se le hizo un regalo espléndido, pero que en lugar de apreciarlo y gozar de él, lo destrozó, al punto que Jesús tuvo que venir para repararlo. Pero el precio que Él tuvo que pagar por nuestra inconciencia fue inconmensurable.
v  Es bueno mantenerse en la presencia de Dios, es decir, recogido, en medio de las ocupaciones diarias, aun de las más exigentes.
v  Jesús es nuestro huésped interno. Él está dentro de nosotros y nos habla. ¿Cómo no prestarle atención todo el tiempo?
v  Jesús quiere, desea, anhela que le amemos, pero nosotros nos mantenemos fríos, indiferentes, distantes. Decimos que le amamos de la boca para afuera, pero nuestro interior está distante, distraído en otras cosas.
v  En lugar de pensar en las cosas que me preocupan, debo decírselas a Dios, como quien conversa con un amigo.
v  Dios me enriquece, me embellece constantemente. Dios no desea otra cosa sino derramar sus dones en mí; los inmateriales (que son de mayor valor) y los materiales. Necesito abrirme sin reservas a su acción en mí. ¿Cómo? Manteniéndome en su presencia y deseando que me una a Él cada día más y más. Pero sobretodo, dándole plena libertad para obrar en mí como Él quiera, sacando y poniendo lo que a Él le parezca. Aunque por momentos pueda ser doloroso, el fruto al final será sabroso.
v  Que mi alma sea su “chacra” depende de que le rinda mi voluntad sin reservas. Entonces podrá Él arar y abonar, sembrar, regar y cosechar a su antojo.
v  Dios se ama a sí mismo. Eso es algo en lo que antes nunca había pensado. Pero si Él es el amor mismo (1Jn 4:8) ¿cómo podría no amarse? Nuestro amor por nosotros mismos es un reflejo de ese amor suyo de sí mismo.
v  Dios se limitó a sí mismo voluntariamente al establecer que la colaboración del hombre le sería necesaria para sus propósitos. Él quiso que así fuera cuando hizo al hombre libre. El ser humano puede negarse a colaborar con Dios en lo que lo beneficia. Y con frecuencia, en efecto, se niega a hacerlo, o no colabora activamente, o colabora a medias, tibiamente. Él mismo es el perjudicado.
v  Cuando vemos las catástrofes que se producen en la naturaleza, con toda la destrucción que acarrean, y los cataclismos que afectan al hombre, no debemos sorprendernos. Todo eso es consecuencia del pecado, que corrompió a la naturaleza y alteró el orden perfecto establecido por Dios en todos sus dominios. A eso se refiere Pablo en Romanos 8:19-23, cuando habla de la corrupción de la naturaleza.
v  La menor falta aleja a Dios de nuestra alma, que oculta su rostro de nosotros para no ver (Is 59:2). De ahí la necesidad de aborrecer el pecado, la necesidad de la pureza.
v  Hay muchos que quisieran que no haya infierno, porque saben que van a ir ahí. Los que niegan la existencia del infierno son los más seguros candidatos a ser sus huéspedes por toda la eternidad.
v  Somos criaturas de Dios. Hemos salido de sus manos, y Él sabe lo que nos conviene. Que nada se oponga a su acción continua en nosotros, a nuestra comunión con Él.
v  A cada cual le es asignada una manera específica de dar gloria a Dios en su vida.
v  Dios puede a veces detenernos un buen rato en el camino para que le escuchemos mejor.
v  Imaginemos que Dios hubiera creado los astros, galaxias, estrellas y planetas en su inmensa variedad, y que les hubiera fijado a cada uno su órbita para moverse, pero que, al mismo tiempo, los hubiera dejado libres para ir por donde quieran. ¡Qué caos se armaría en el firmamento! ¡Qué de choques y colisiones catastróficas! Eso es lo que ocurre en la tierra con los seres humanos.
v  Cree en Él, en la abundancia de su amor, para que Él pueda llenarte con su gracia.
v  Si Dios no derrama más sus dones en mí, es porque carezco de la sed de ellos que debiera tener. “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas…” (Sal 42:1). Con la misma ansiedad debo desear yo beber de Dios para que Él me sacie.
v  La gracia es un manantial que se ofrece a todos los que quieran beber de sus aguas.
v  ¿Qué somos nosotros frente al infinito? Limaduras de hierro que el imán atrae.
v  Cuando el hombre deja de temer a Dios se extravía y cae en toda clase de desvaríos y excesos de los que, para mal suyo, se enorgullece.
v  La frase “la unión hace la fuerza” es una frase inspirada por Dios. Parece difícil de creer, pero es una verdad divina, que tiene su reverso en la frase de Jesús: “Una casa dividida contra sí misma no puede subsistir.” (Mt 12:25) Esto es, la división debilita.
v  No importa cuán imperfecto yo sea, si me entrego en manos de Dios para que Él me use como quiera.
v  Todo lo que viene de Dios debe recibirse como un regalo, con amor, aunque duela. Ahí está la clave del dicho de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí (es decir, ser mi discípulo), niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.” (Mt 16:24), porque si se abraza con amor, la cruz no es pesada sino ligera.
v  He aquí lo que yo debería hacer cada mañana: Lanzarme hacia Dios al despertar.
v  ¿Cómo podemos santificarnos los unos a los otros? Exhortándonos mutuamente (Col 3:16).
v  El amor al prójimo que se manifiesta en hechos y obras concretas es una manifestación y una irradiación del amor con que Dios nos ama.
v  ¡Qué bueno fuera que Dios me diera el don de detectar la soberbia donde quiera que se manifieste!
v  El amor al prójimo, cuando es real, se anticipa a las necesidades ajenas.
v  Perdonar a los que nos ofenden es el mandamiento más difícil del Evangelio.
v  Pablo escribió algo que puede parecer insensato: “Me gozo en medio de mis tribulaciones…” (2Cor 7:4). Pero expresa una gran verdad, porque en medio del sufrimiento puede, por la gracia de Dios, surgir la alegría. Eso ocurre cuando uno comprende por qué y para qué sufre, y le entrega a Dios ese sufrimiento, ya que en los propósitos de Dios no hay sufrimiento, no hay tristeza, que no tenga sentido y no cumpla un propósito. ¡Cuánto podría consolar esta verdad a todos aquellos desdichados e inválidos que no comprenden por qué les ha tocado padecer en la vida!
v  Si Pablo habla de derribar la muralla que separa a judíos de gentiles (Ef 2:14), la muralla que separa al mundo de la iglesia nunca debe ser derribada. Cuando lo ha sido –y desafortunadamente lo ha sido con frecuencia- la influencia del mundo ha corrompido a la iglesia, despojándola de su vigor e impidiéndole ser verdadero testigo de Cristo.
v  Nosotros somos luz en la medida en que reflejamos la luz de Cristo.
v  El amor trata de no hacer daño y de hacer siempre el bien. En cambio, el odio busca hacer daño, y evita en lo posible hacer el bien.
v  Ser santos es un mandato, una obligación (Lv 19:2). Es lo menos que podemos ser para agradar a Dios. Pero nos retiene la tibieza de nuestro carácter. ¿Habrá habido un santo tibio? Parece imposible. El santo es por necesidad ardiente. Por algo dijo Jesús que vomitaría al tibio de su boca (Ap 3:16).
v  Pero si la iglesia está formada por hombres en su mayoría nada santos ¿cómo puede ella ser santa? Porque santo es el que la fundó, y el que la preserva de los ataques del enemigo.
v  En segunda de Pedro, Dios nos dice que este mundo será destruido por el fuego a causa del pecado, pero que Él podrá regenerarlo con facilidad y hacer uno mejor, como ocurrió después del diluvio (3:10-13).
v  Llegará un momento en que el sufrimiento de la humanidad será muy, muy grande, porque el pecado ha calado muy hondo. ¡Oh, cómo se ofende a Dios en nuestro tiempo! Ni en Sodoma y Gomorra se le ha ofendido tanto.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (VOL I) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA, TEL. 4712178.

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miércoles, 29 de mayo de 2013

¿EXISTE EL INFIERNO? III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
¿EXISTE EL INFIERNO? III
La Eternidad Del Castigo
Habría que considerar, en primer lugar, por qué motivo todo pecado que no haya sido expiado y perdonado en vida, debe ser castigado más allá de la muerte.
La palabra de Dios dice muchas veces que Él paga a cada cual según sus obras. La misericordia divina borra las faltas de todos los que arrepentidos se acogen a ella, pero Dios no sería Dios si Él no impusiera un orden justo en su creación, esto es, si Él no añadiera a sus leyes justas una sanción adecuada, proporcional a la ofensa, que recaiga sobre los que las violen y no se arrepientan. La justicia de Dios demanda que haya retribución y castigo, así como que también haya premio.
En el mundo todo el que viola el orden social es sancionado con todo el peso de la ley. De lo contrario reinaría el caos; es decir, si los delitos quedaran impunes, peligraría el orden establecido. Similarmente, en la esfera moral, todo delito debe ser castigado de una manera adecuada, a fin de que se mantenga el orden en esa esfera.
Si Jesús no hubiera sabido qué terrible destino aguarda a los pecadores empedernidos, no les habría advertido con tanta insistencia acerca del peligro que corren. Si Él hubiera creído que al final todos se salvan, no hubiera hecho advertencias tan solemnes como las que pronuncia en la escena del Juicio de las Naciones en Mateo 25:46, donde dice textualmente: “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” De no ser el infierno el lugar de tormento sin fin que Él anuncia solemnemente, Él habría mentido en ese crucial pasaje.
Vale la pena notar que la noción del infierno eterno no es exclusiva del Antiguo Testamento ni del cristianismo. También creían en él autores paganos que no tenían el beneficio de la revelación (Por ejemplo, Platón en “Gorgias”, Píndaro en “Olimpia”, Plutarco en “De Sera Vindicta”). En cambio, según el judaísmo rabínico, el infierno dura tan solo once meses, siendo en realidad una especie de purgatorio. Es natural pues, que ellos no sientan la necesidad de un redentor que asuma las culpas humanas.
Hay que reconocer, sin embargo, que no es posible demostrar la eternidad del castigo por medio de argumentos lógicos irrefutables, porque es una verdad revelada. Hay verdades que no pueden ser probadas apodícticamente fuera de la revelación, tales como la trinidad, o la eternidad de Dios, o la encarnación de Jesús, etc. Pero sí pueden darse razones que muestren lo razonables que son.
Hay muchas razones que nos pueden mostrar, asimismo, lo razonable que es que la sanción del pecado sea eterna.
En primer lugar, el pecado no arrepentido produce en el alma un desorden moral irreparable, esto es, la separación de Dios (Is 59:2), cuya sanción debe mantenerse mientras el desorden no sea reparado. Sólo el arrepentimiento y el perdón subsanan el desorden. Si ambos no se producen antes de la muerte, la sanción no puede ser levantada. Para que sea adecuada, la sanción debe durar tanto como el desorden producido, es decir, mientras no haya arrepentimiento y perdón. Si el hombre muere sin arrepentirse, por lógica elemental, la sanción será necesariamente eterna, puesto que no hay lugar para el arrepentimiento después de la muerte.
En segundo lugar, el pecado es una ofensa contra la dignidad infinita de Dios. Es una verdad axiomática que cuanto mayor sea la dignidad de la persona ofendida, mayor es la gravedad de la falta. Dicho de otro modo, la gravedad de la ofensa aumenta con la dignidad de la persona ofendida. Por ejemplo, no es lo mismo ofender a un ciudadano común y corriente, que ofender al Presidente de la República, que encarna a la nación.
Al cometer un pecado grave el pecador prefiere un bien finito (una satisfacción personal momentánea, o poco o más duradera) al bien infinito y eterno que es Dios. Se ama sí mismo más que a Dios.
Siendo Dios infinito, la gravedad de la ofensa hecha a Dios es infinita y sólo puede, por tanto, ser reparada por un ser que sea él también infinito, esto es, por Dios mismo. No hay acto o sacrificio humano, cuyo valor es inevitablemente finito, que pueda repararla. Esa es la razón principal de la encarnación de Jesús. Sólo Dios mismo puede expiar el pecado humano y redimir su falta.
Habiendo hecho esa expiación por medio del sacrificio de su Hijo, Dios le ofrece al hombre la posibilidad de beneficiarse de ella. ¿Cómo? Creyendo en Jesús y reconociendo que Él lo salvó expiando sus pecados. El que rechaza esa oferta generosa, se condena a sí mismo al castigo eterno del que Jesús le ofrece librarlo.
Si el pecador desprecia el don de la salvación y el beneficio de la redención que Dios gratuitamente le ofrece, como vemos que ocurre con trágica frecuencia, su ofensa es irreparable y el castigo sin término.
En tercer lugar, Dios no puede ser burlado. La ofensa hecha a Dios debe tener una sanción eficaz y adecuada. Si la pena del infierno no fuera eterna, el pecador permanecería en su rebelión. En otras palabras, si el infierno no fuera eterno, no sería realmente infierno.
En cuarto lugar, por una razón de equilibrio y de justicia, si el premio del justo es eterno, el castigo del pecador que no se arrepiente debe serlo también.  Si la misericordia  de  Dios  es eterna, su justicia por necesidad lo es también. De ahí que el ángel que Daniel vio en visión le dijera: “Y muchos de los que duermen serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” (Dn 12:2). El destino final de unos y otros es igualmente interminable.
¿Podemos imaginar a un  juez que condene a un delincuente a la pena de muerte por un lapso de diez años? Sería absurdo, porque una vez ejecutado, el sentenciado no vuelve a vivir. Su sentencia es definitiva. Igual sucede con el castigo divino, cuando su intención es retributiva y no sólo correctiva. Su sentencia es irreversible.
Sin embargo, se ha objetado que la perpetuidad del castigo es incompatible con la perfección de la justicia divina, porque el sufrimiento debe ser proporcionado a la falta. Si la satisfacción del pecado dura un momento, ¿cómo puede merecer un castigo eterno? Hay ahí, se aduce, una desproporción demasiado grande y manifiesta para ser ignorada. De otro lado, se objeta que si el castigo de todos los pecados es eterno, todos los pecados, cualquiera que fuera su gravedad o su naturaleza, recibirían un castigo igual, lo que es contrario al sentido común. Por último, se argumenta que la eternidad del castigo haría que el sufrimiento inflingido sea mucho mayor que el placer proporcionado por el pecado.
Pero el castigo debe ser proporcionado no al placer fugaz proporcionado por el pecado, sino a la gravedad de la ofensa hecha a Dios. El asesinato, por ejemplo, dura un instante, pero es castigado con la pena de muerte, o con la prisión perpetua, porque el castigo debe ser proporcionado a la gravedad del delito cometido, no a su duración. ¿Debería durar el castigo del asesino sólo los segundos que demoró en matar? No, porque el acto de matar suele ser precedido de muchas acciones separadas que conducen a él y, con frecuencia, es resultado de una larga planificación.
Pero aun si ése no fuere el caso, hay faltas cuya gravedad no se mide en términos del tiempo que dura cometerlas, sino en función de la gravedad del hecho en sí.
A la objeción mencionada poco más arriba de que la eternidad del castigo hace que todos los pecados sufran igual pena, cualquiera que sea su gravedad, se contesta diciendo que aunque la eternidad del castigo sea para todos los pecados igual, eso no significa que la severidad del castigo sea en todos los casos igual, porque puede variar y ser graduada de acuerdo a la gravedad de la falta. Es decir, no todos los condenados al infierno eternamente sufren  por  igual.  La  intensidad  de  su sufrimiento está condicionada por la gravedad de los pecados cometidos.
La intensidad del castigo debe ser proporcional no al placer o al beneficio proporcionado por el pecado, sino a la gravedad de la ofensa hecha a Dios que además, en parte, depende del grado de conciencia que tenga el ofensor al pecar. A mayor conciencia, mayor culpa.
Contra la eternidad del castigo se han alzado varias posiciones doctrinales que la cuestionan. Mencionaremos tres de las más importantes: el aniquilacionismo, la inmortalidad condicional, y la “apokatastasis” o restauración final.
Los promotores de la primera sostienen que la justicia divina demanda la aniquilación del ofensor, cancelando el beneficio de la existencia. El ser humano fue creado inmortal y con derecho a gozar de vida eterna, pero el pecado cancela ese derecho. “La paga del pecado es muerte.” (Rm 6:23) en sentido literal. Según esa teoría, al morir el pecador, Dios ordenaría su extinción. Pero si todos los pecados fueran castigados con la aniquilación del ofensor, todos los pecados recibirían igual castigo, no un castigo proporcionado a la gravedad de la falta. La perfección de la justicia divina exige que se imponga en todos los casos un castigo proporcional a la gravedad de la falta.
Decía un teólogo del pasado: El pecador obstinado desea su aniquilación porque ella lo libra de Dios, el juez justo. Sin embargo, si accediera a ese deseo Dios se vería obligado a deshacer algo que Él ha creado con la intención de que dure para siempre, esto es, la vida humana. El universo no fue creado para que perezca. ¿Debería el alma humana extinguirse solamente porque no desea reconocer la existencia y soberanía de Dios? No, el alma y el espíritu humanos, la creación más preciosa de Dios, vivirán para siempre, a imagen de su Creador. Es posible manchar el alma, pero no es posible destruirla. Dios, cuya justicia ha sido desafiada por el pecador, convierte aún a las almas perdidas en imágenes de su ley eterna, en heraldos de su justicia.
Según la teoría de la inmortalidad condicional el hombre es un ser mortal. La muerte pone punto final a su existencia, pero a los que creen Dios les concede como premio el privilegio de la inmortalidad, de modo que vuelvan a la vida y resuciten.
Pero las dos teorías antedichas chocan con el repetido testimonio de las Escrituras que afirman que el castigo de los impíos es interminable. Isaías 66:24 dice: “Y saldrán, y verán los cadáveres de los hombres que se rebelaron contra mí; porque su gusano nunca morirá ni su fuego se apagará, y serán abominables a todo hombre.” La frase subrayada es citada por Jesús en Mr 9:43-48, pasaje en el cual Jesús afirma cuatro veces que el fuego del infierno no puede ser apagado.
Son muchos los lugares del Antiguo y del Nuevo Testamento que afirman sin ambages la eternidad del castigo. Para muestra mencionemos Isaías 33:14: “¿Quién de nosotros morará con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros habitará con las llamas eternas?” (cf Jr 17:4).
Mt 18:8: “Por tanto, si tu mano o tu pie te es ocasión de caer, córtalo y échalo de ti; mejor te es entrar en la vida cojo o manco, que teniendo dos manos o dos pies ser echado en el fuego eterno.” (cf Jd 6 y 7, donde el autor habla de prisiones eternasy del “castigo del fuego eterno.”)
2Ts 1:9: “los cuales sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder.” Ese versículo, dicho sea de paso, define en qué consiste la pena mayor del infierno: ser excluido para siempre de la presencia de Dios, que el hombre, liberado del velo de la carne, anhela con todas sus fuerzas.
Ap 14:11a: “Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos…” Ap 20:10: “Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche, por los siglos de los siglos.”
La doctrina de la “apokatastasis”, o restauración final, sostiene que al final de los tiempos todas las cosas serán restauradas en Cristo, los condenados al infierno serán liberados de su prisión, y hasta Satanás mismo se arrepentirá y será perdonado. Esta teoría, que tendría cierto apoyo bíblico en Col 1:18-20, pero que choca abiertamente con Ap 20:10, citado arriba, tiene su origen en las ideas del padre de la iglesia, Orígenes (185-254), acerca de la preexistencia de las almas y de la libertad humana, e influyó en parte en el pensamiento de algunos maestros de la Escuela de Antioquía (siglos 3ro al 5to). Sin embargo, fue combatida por la mayoría de los teólogos de ese tiempo, especialmente por Jerónimo y Agustín, y fue condenada severamente como herética en el 2do. Concilio Ecuménico de Constantinopla, el año 553.
Nótese que las teorías que niegan la eternidad del castigo chocan con la realidad del sacrificio sustitutorio de Cristo en la cruz. Si el castigo después de la muerte es sólo correctivo y, por tanto, transitorio, y no retributivo e interminable, ¿qué necesidad había de que el Verbo de Dios se hiciera hombre y viniera a expiar nuestros pecados en lugar nuestro? Como bien dice W. Shedd, “Si el pecador mismo no está obligado por la justicia a sufrir para satisfacer la ley que ha violado, entonces ciertamente nadie necesita sufrir por él con ese propósito.” En otras palabras, si el infierno no es eterno, no hay necesidad del Calvario. Jesús vino a morir a la tierra precisamente a causa de la eternidad del infierno.
Hay algunas conclusiones implícitas en la doctrina del destino final que debemos señalar. En primer lugar, las decisiones que tomamos en esta vida determinan nuestra condición futura por toda la eternidad. ¡Tengamos cuidado!
Segundo, las condiciones de esta vida son transitorias. Por muy penosas que puedan ser, son poca cosa comparadas con la eternidad.
Tercero, nuestro estado futuro será de una intensidad vivencial desconocida en la tierra. La felicidad del cielo será algo inimaginable para nosotros ahora. Asimismo, la intensidad del sufrimiento eterno es inimaginable en términos humanos, mucho más allá de lo que el hombre está acostumbrado a soportar en la tierra. Pero ese sufrimiento es consecuencia natural de haber rechazado a Dios.
Muchos son, oh Jesús, los que pretenden negar la eternidad del castigo del que tú viniste a librarnos. Yo reconozco que con tu muerte en la cruz tú me salvaste de las llamas del infierno que merecían mis faltas. Me arrepiento sinceramente de todas ellas. Perdóname, Señor y lávame con tu sangre. Entra en mi corazón y toma control de mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.


#777 (05.05.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).