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miércoles, 19 de julio de 2017

EL JUICIO DE LAS NACIONES II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL JUICIO DE LAS NACIONES II
Un Comentario en dos partes de Mateo 25:31-46
En esta escena grandiosa al final de los tiempos hemos visto que Jesús reivindica para sí el papel de Juez Supremo. Él se propone a sí mismo a todos los hombres como el factor clave de su destino eterno: Ellos se salvarán, o se condenarán, según cuál haya sido su actitud frente a Él. Si habiendo creído en Él, y habiéndose arrepentido, (lo cual está implícito) le amaron y le socorrieron en la persona del prójimo, se salvarán; si no lo hicieron, sino que despreciaron y maltrataron a su prójimo, se condenarán.
En este contexto el valor moral de la persona y su dicha eterna dependen del amor demostrado en el servicio al prójimo en el cual Él vive: “Todo lo que hicisteis al menor de mis hermanos, a mí lo hicisteis”, acaba Él de decir (Mt 25:40). Esta palabra será para todos, justos compasivos e impíos inmisericordes, una revelación inesperada: el Hijo del Hombre resume en sí mismo a la humanidad entera, y el factor clave es el amor. Amar al prójimo, incluso al enemigo (Mt 5:44), es amarlo a Él, porque Él está en unos y otros. El amor a Dios y el amor al prójimo están estrechamente ligados, y no es posible amar al primero si no se ama al segundo, como lo dijo bien claro el apóstol Juan en un pasaje que ya hemos citado en el artículo anterior: “El que no ama a su prójimo a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1Jn 4:20).
41. “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles.”
¡Qué terrible será escuchar esas palabras dirigidas a uno, dichas por el que es el Juez Supremo, el Rey de la creación, Aquel de quién cuando estábamos en la tierra nos burlábamos, de cuyo nombre y de cuya figura histórica hicimos mofa! Nos reíamos no sólo de Él, sino también de los que hablaban de Él, y de quienes lo representaban. Y he aquí que ahora Él pronuncia sobre nosotros una sentencia inapelable.
La historia de su vida fue para muchos un botín del que se apoderaron para inventar ficciones que lo deshonraban y caricaturizaban. Despreciaron su nombre, e incluso negaron que hubiera existido, colocando la historia de su vida en el grupo de las fábulas piadosas, hechas para engañar a la gente ingenua.
O si llegaron a reconocer que sí existió, afirmaron que fue un maestro de sabiduría como los ha habido varios ilustres en la historia, que merecen todo nuestro respeto, pero negaron en absoluto que fuera Dios hecho hombre, porque Dios no existe. ¿No merecerán los hombres que así actuaron, y engañaron a tantos, que se les diga: Apartaos de mí malditos?
Terribles palabras, en verdad, porque en ese momento, cuando se le contemple en toda su majestad y belleza, estarán llenos de asombro e irresistiblemente atraídos por ese ser maravilloso que encarna todo lo que el hombre admira, ama y desea, y junto a quien desearían estar para siempre.
Pero en ese momento Él los rechazará, porque lo rechazaron cuando estaban en vida, y hasta lo odiaron, porque su enseñanza removía su conciencia. Ahora será tarde para dar marcha atrás y rectificar el error cometido.
Todos los que le negaron en vida, tendrán que reconocer su soberanía ahora a la fuerza, pero será ya tarde. A esos desdichados se les dirá: “Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” Se trata de un fuego que quema el cuerpo y el alma, y que arde eternamente, pero sin consumir.
Notemos que el infierno a donde los impíos son enviados, no fue preparado para los seres humanos, sino para el diablo y sus ángeles. La voluntad de Dios es que “todos los hombres sean salvos  y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tm 2:4), y a todos se les dio oportunidad de seguir el camino que conduce a la vida, pero muchísimos escogieron neciamente seguir el camino que lleva a la muerte eterna, que es la privación de Dios por toda la eternidad. ¿Por qué lo hicieron? Porque no reconocieron ni supieron apreciar lo que era para su bien. Porque tenían la mente extraviada, atrapada por el espejismo de las apariencias, y por la vanagloria de la vida (1Jn 2:16). No hay sufrimiento que se compare a la privación de Dios, ni fuego ardiente que se le iguale. A ese tormento se añadirá la compañía atroz y eterna de los malos, del demonio y sus ángeles, llenos de odio, el recuerdo atormentador de todas las oportunidades que no supieron aprovechar para seguir el camino de la salvación, y la certidumbre de que su tormento no tendrá fin. ¡Qué horror tendrán entonces de la decisión equivocada que tomaron en su momento, y de las consecuencias irreversibles que ahora tienen que afrontar! (Nota 1)
42,43. “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no  me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.”
Es como si Jesús le dijera a cada uno: Tuve hambre, sí, de que creyeras en mí; de que reconocieras lo que yo hice por ti al morir en la cruz. Tuve sed, sí, de tu amor, de tu agradecimiento, de tu amistad.
Fui como un extraño en tu mundo. No tenías en cuenta mis enseñanzas para nada. Pisoteabas mis consejos y mi doctrina como si fueran de un charlatán y yo no hubiera enseñado la doctrina más sublime, aquella única que es capaz de cambiar el corazón del hombre y hacer de él una nueva criatura.
Fui perseguido en las calles de tu ciudad, se negaba a los míos el derecho de rendirme culto, y hasta de pronunciar mi nombre. Me expulsaron de tus calles y plazas, burlándose de los que creían en mí, y se les asesinaba por confesarlo.
44,45. “Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.”
Puesto que vivíamos a espaldas de las realidades espirituales, ignorantes e inconscientes de la presencia de Dios en todas sus criaturas, no te vimos hambriento, ni desnudo, ni enfermo, ni encarcelado, cuando uno de nuestros hermanos estuvo hambriento, sediento, desnudo, enfermo o perseguido, y no hicimos nada por aliviar su condición y su dolor, ni por ayudarlo, por asistirlo, por consolarlo. Nuestro corazón estaba cerrado a las necesidades de nuestro prójimo, porque vivíamos encerrados egoístamente en nuestro mundo personal, en nosotros mismos y en nuestros intereses.
Tú estabas en cada uno de esos seres miserables y despreciados, y no te reconocimos porque olvidamos que todos tenemos un mismo Padre, y que, más allá de las diferentes circunstancias de la vida, todos somos obra de tus manos, todos recibimos el mismo aliento de vida que viene de ti; que de ti salimos y que a ti con todo el ansia de nuestras almas queremos volver.
¡Y qué terrible será cuando desesperadamente deseemos regresar a ti, fuente de nuestra vida y de nuestra felicidad, como a nuestra verdadera patria, y tú nos rechaces porque cuando la tuvimos rechazamos la oportunidad de demostrarte nuestro amor!
¡Oh sí, amigo lector, no es a ese pobre a quien tú rechazas e ignoras, y quizá tratas mal, sino es a tu Creador y al suyo.
46. “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”
Éstas ya no son palabras del Rey y Juez Supremo, sino son las palabras con las que el evangelista concluye su relato, describiendo el destino que espera a los dos grupos. Los de la izquierda van al castigo eterno, para ser “atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap 20:10); los justos, que están a la derecha, van al lugar donde gozarán de la presencia de Dios por toda la eternidad, y en la compañía de todos los ángeles y de todos los santos, esto es, de los que por su gracia son salvos.
¿En qué proporción se encontrarán los dos grupos? ¿Cuál será el más numeroso? ¿El de los salvados, o el de los condenados? No tenemos idea ni manera de saberlo. Pero lo que realmente importa es que nosotros estemos en el grupo de los salvados.
Sin embargo, sí nos interesaría saber cuál es, o será, el destino eterno de los nuestros, de nuestros familiares y amigos cercanos, de los que conocimos en la tierra. ¡Oh, cómo nos gustaría encontrarnos con ellos en el cielo gozando de la misma dicha! ¡Y cuánto nos puede pesar no ver ahí a algunos de los que más amamos! Quizá entonces nos reprocharemos: ¿Por qué no hicimos más esfuerzos para lograr que se conviertan a Dios?
¿Qué significado, qué importancia tendrá entonces para unos y otros la palabra “eterna”? ¿Qué implica esa palabra desde la perspectiva de la misericordia y de la justicia de Dios?
En los primeros siglos de la iglesia se discutió mucho acerca del significado de esa palabra en este pasaje, y en otros que hablan de la salvación o condenación. ¿Se trata de un período muy dilatado de tiempo, pero con un límite fijado por Dios, al término del cual Dios restaurará todas las cosas, como algunos, en especial los origenistas, han sostenido? ¿O se trata, más bien, de una eternidad en sentido estricto, en la que ya no existe el tiempo, y por tanto, no existe límite alguno en duración? Esto es lo que la iglesia siempre ha afirmado, condenando a los defensores de la primera tesis como una herejía. Sin embargo, hay algunos grupos que siguen sosteniendo esa posibilidad, en especial, los universalistas, que creen que al final todos se salvan.
Quizá valga la pena explorar cuáles eran las ideas que prevalecían entre los judíos en tiempos de Jesús, pues a ellos les hablaba Él en primer lugar (2).
Poco tiempo antes de que naciera Jesús enseñaron en Israel dos maestros cuya doctrina influyó decididamente en el pensamiento teológico de los judíos del primer siglo de nuestra era: Hillel y Shamaí. Las ideas más liberales del primero influyeron poderosamente en la doctrina del judaísmo rabínico que surgió después de la catástrofe del año 70. Las ideas del segundo, más estrictas, al menos en lo que se refiere al tema del divorcio, no subsistieron a los cambios revolucionarios que se produjeron en la sociedad judía al final del siglo.
No obstante, ambos enseñaron en principio la eternidad sin fin de la salvación y de la condenación, aunque Hillel limita el número de los condenados por toda la eternidad, pues enseña que el mayor número de los pecadores, tanto gentiles como judíos, después de ser atormentados durante doce meses, son aniquilados y las cenizas de sus cuerpos y almas son dispersadas a los pies de los justos. Pero exceptúa de su número a un grupo de mayores transgresores que descienden a la gehena (3) para ser atormentados por los siglos de los siglos.
La escuela de Shamaí enseñaba que después de la resurrección que menciona Daniel 12:2, la humanidad será dividida en tres clases. La primera, la de los perfectamente justos, serán inscritos y sellados para la vida eterna; la segunda, la de los perfectamente impíos, que inmediatamente después de muertos serán inscritos y sellados para la gehena, esto es, el infierno; y una tercera clase intermedia, formada por los que irán al gehinom y que después de ser atormentados durante un tiempo, regresarán para ir al cielo, pero sin haber sido inscritos ni sellados al morir.
Notas: 1. Comentando este versículo Hipólito, mártir, pone en boca de Cristo las siguientes palabras: “Fui yo quien te formé, pero tú te adheriste a otro. Yo creé la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellas por tu causa, pero tú las has usado para deshonrarme…Yo formé tus oídos para que oyeras las Escrituras, pero los has usado para oír canciones del diablo y de cortesanas. Te di ojos para que vieras la luz de mis mandamientos y los siguieras, pero tú los has usado para el adulterio y la inmodestia. Ordené tu boca para que alabaras y glorificaras a Dios y para cantar salmos e himnos espirituales…pero tú la has usado para proferir perjurios y blasfemias, y para difamar a tu prójimo. Hice tus manos para que las levantaras en oración y súplica, pero tú las has estirado para robar, matar y destruir.”
2. Véase el apéndice 19 en Alfred Edersheim, “The Life and Times of Jesus the Messiah”.
3. La palabra gehena, que Jesús usa varias veces (Mt 5:29,30; 10:28; 23:33; Lc 12:5, etc.), deriva de gehinom, “valle de los hijos de Hinom”, (Js 15:8; 18:16), situado al sur de las murallas de Jerusalén, que era usado para quemar los cadáveres de criminales y animales, y la basura, por lo que se le asoció al infierno. El impío rey Acaz hizo pasar por el fuego a su hijo en ese valle maldito (2Cro 28:3), algo que estaba prohibido por Lv 18:21. Manasés hizo lo mismo (2Cr 33:6). El piadoso rey Josías profanó Tofet, santuario en donde se ofrecían esos repugnantes sacrificios a Moloc (práctica muy extendida en el mundo antiguo)  situado en Gehinom, para que ninguno pueda pasar a su hijo por fuego (2R 23:10). Jeremías dijo que ese valle se llamaría “valle de la matanza” (Jr 7:30-34; 19:6; 32:35).
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a adquirir esa seguridad reconciliándote con Dios, pues no hay seguridad en la tierra que se le compare y que valga tanto. Para ello yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y extravíos. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

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miércoles, 14 de junio de 2017

LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA VENIDA DEL  HIJO DEL HOMBRE II
Un Comentario de Lucas 21:28-38

28. “Cuando estas cosas empiecen a suceder, erguíos y levantad vuestra cabeza, porque vuestra redención está cerca.”
Las cosas a que se refiere el texto son las descritas en los v. 25 y 26 que preceden a la venida del Hijo del Hombre, que hemos comentado en el artículo precedente.
“Erguíos y levantad vuestra cabeza” porque los acontecimientos del cielo y del mar harán que los hombres se agachen y se escondan temerosos. Pero los creyentes no tendrán nada que temer. Al contrario, deberán alegrarse porque la redención anunciada para el final de los tiempos estará a la puerta. (Rm.8:20-23)
¿En qué sentido los acontecimientos del año 70 fueron una liberación para los discípulos de Jesús? Porque a partir de la destrucción del templo los discípulos dejaron de ser perseguidos por las autoridades judías, tal como ocurría, según el libro de los Hechos, en los años anteriores a la destrucción de Jerusalén. Esta catástrofe significó el final de su poder y autoridad.
Es cierto, de otro lado, que la persecución de los cristianos por parte de los judíos fue sustituida, a partir del año 64, por la persecución desencadenada en Roma por el emperador Nerón, con el pretexto de que ellos habían sido los causantes del incendio de Roma ocurrido ese año que él había provocado. A partir de esa fecha los cristianos sufrieron crueles períodos de persecución por parte de los romanos hasta que, en el año 313, Constantino promulgó el Edicto de Milán declarando que, el cristianismo era una religión lícita, es decir, permitida.
Para los que adoptan una interpretación futurista la palabra “redención” debe interpretarse a la luz de Romanos 8:23: “también nosotros  mismos, que tenemos las primicias del Espíritu, nosotros también gemimos dentro de nosotros mismos, esperando la adopción, la redención de nuestro cuerpo.” La profecía se refiere entonces a los últimos tiempos, cuando se produzca la resurrección de los muertos y la transformación instantánea de los cuerpos de los que en ese momento estén en vida, según lo que dice Pablo en 1Cor 15:51,52 (cf Hch 3:19-21; 1Ts 4:17). Esos son los tiempos que anunció Isaías, en que Dios crearía “nuevos cielos y nueva tierra” (Is 65:17; 66:22; 2P3:13; Ap 21:1).
29,30. “También les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles. Cuando ya brotan, viéndolo, sabéis por vosotros mismos que el verano está cerca.”
Aquí Lucas presenta un ejemplo tomado de la naturaleza, con el cual toda la gente en una cultura primordialmente agrícola, como la de Israel, estaba perfectamente familiarizada. Los árboles pierden sus hojas en invierno y quedan completamente desnudos. Pero, terminando la estación fría, empiezan a aparecer los brotes de donde surgirán las hojas y las nuevas ramas. El que observa la naturaleza puede concluir fácilmente que esos brotes son anuncio del próximo verano: “está cerca”, no ha aparecido ya, pero ya está a la puerta.
31. “Así también vosotros, cuando veáis que suceden estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios.”
Eso mismo deben concluir los discípulos de Jesús cuando aparezcan las señales mencionadas, cuando lo anunciado se cierna sobre el panorama: la venida del reino está cercana.
¡En cuántas ocasiones y cuántas veces nosotros vemos en la vida diaria las señales de acontecimientos, o de mudanzas, que están por suceder, y no nos damos cuenta! Y cuando suceden nos lamentamos de que estuvimos ciegos, o distraídos, y no percibimos lo que se anunciaba claramente. Eso sucede en tantos campos de la vida ordinaria: el enfriamiento de los sentimientos, o lo contrario; o la ira acumulada y el resentimiento, que llevan a rupturas o a infidelidades. Los seres humanos emitimos signos de lo que se cocina interiormente, pero las personas que están cerca muchas veces no lo advierten. Pero ¡ojo! miradas, gestos, silencios, son a veces más elocuentes que las palabras.
32. “De cierto os digo, que no pasará esta generación hasta que todo esto acontezca.” (Mt 24:34; Mr 13:30)
Enseguida Jesús pronuncia una profecía cuya interpretación ha dado lugar a muchas discusiones, porque sus palabras, tomadas literalmente, excluyen toda posibilidad de que los acontecimientos predichos ocurran en tiempos todavía lejanos.
¿Qué quiere decir aquí “generación”? Generalmente se entiende que las generaciones están constituidas por hornadas de seres humanos que se suceden en períodos de 40 años. Si éste es el caso, debe entenderse que lo anunciado por Jesús ocurrió en un lapso no mayor de 40 años. Si Él está hablando ahí del fin de los tiempos, de los últimos acontecimientos de la historia, las señales ominosas en los cielos que causarían pavor en las gentes, el bramido del mar y, la venida del Hijo del Hombre en las nubes, esas cosas anunciadas no han ocurrido aún, aunque han pasado desde entonces 50 veces 40 años, es decir, 50 generaciones. ¿Tiene la palabra de Jesús vigencia alguna? ¿O son sus anuncios sueños de un lunático?
Esas especulaciones son vanas e inútiles. La palabra “generación” tiene aquí un sentido más sencillo: “la gente de este tiempo”, nuestros contemporáneos, semejante al que Jesús le da en otras ocasiones, como en Lc 7:31; 9:41; 11: 29-32, 50,51; 17:25; o el improperio que Juan Bautista dirige a los que vienen a hacerse bautizar por él: “¡Oh generación de víboras!” (Lc 3:7; Véase también Hch 2:40)
33. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.”
Para subrayar su anuncio Él añade una frase concluyente: antes pasarán los cielos y la tierra que mis palabras. Esto es, ustedes consideran a los astros del cielo y a la tierra como lo más estable e inconmovible que existe en el universo. Pues bien, quiero que sepan que mi palabra lo es aún más (Is 40:8; 55:10,11; 1P 1:24,25).
Sin embargo, ¿qué pensar de su afirmación si nada de lo anunciado se ha cumplido después de 20 siglos? Pero si lo que Él anunció ahí es la destrucción de Jerusalén y de su templo (Lc 21:20-24), entonces lo predicho se cumplió efectivamente el año 70, antes de que hubiesen transcurrido 40 años de su muerte.
Nuestra dificultad estriba en que en las palabras de Jesús los acontecimientos próximos y los últimos se confunden en una sola profecía que alude a ambos. Y no hay duda de que este hecho confundió a muchos de su tiempo, y sigue siendo causa de discusiones y de interpretaciones encontradas de la profecía.
34-36. “Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de la tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar a todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre.”
Estos versículos nos invitan a permanecer preparados para los acontecimientos que sobrevengan al final de los tiempos. Estas palabras guardan relación con las advertencias hechas en algunas de sus parábolas, en especial la de las vírgenes necias.
Nos exhorta a no dejarnos enredar, o seducir, por los atractivos del mundo, y menos por los placeres de la carne, al punto que se adormezca nuestra fe y nuestra conducta se vuelva reprochable, y que de repente nos sorprenda el fin sin estar preparados para recibir al Señor. Su venida será como el lazo que empleaban los pastores para reducir a los animales rebeldes de su rebaño, que no podían escapar cuando eran enlazados. O como el relámpago, que de repente brilla en el firmamento, y carboniza al que se encuentre en campo abierto.
¿Qué es lo que debe hacer el creyente? Estar alerta y en vela, para que no le sorprenda el anuncio de Jesús.
El que permanece vigilante, orando, será tenido por digno de escapar de los males que ocurrirán en el último día. Este versículo proporciona un fuerte apoyo a los que creen que la iglesia escapará a la gran tribulación, si hemos de entenderlo literalmente, en su sentido llano. Pero si se entiende por “gran tribulación” (Mt 24:21) la que afligió a los habitantes de Jerusalén cuando la ciudad fue cercada por los ejércitos romanos, Él está hablando de aquellos que mantuvieron su espíritu despierto y su fe viva, de modo que no dejaron de reconocer la aparición de las señales inequívocas predichas por Jesús y, advertidas por ellas, escaparon a los montes (Lc 21:20,21).
De cualquier modo que se le mire, “dignos de escapar” se refiere a los que no perecerán, sino que escaparán de la muerte a un lugar más seguro.
“Estar en pie delante del Hijo del Hombre” es no avergonzarse cuando Él venga, sino estar erguido como los que, habiendo sido perdonados, se presentarán delante de su Señor para recibir sus órdenes, o su recompensa, en el día del juicio, en contraste con los que se acurrucarán avergonzados y temerosos delante de Él, conscientes de su culpa.
37,38. “Y enseñaba de día en el templo; y de noche, saliendo, se estaba en el monte que se llama de los Olivos. Y todo el pueblo venía a Él por la mañana para oírle en el templo.”
Aparte de sanar y hacer milagros, la tarea principal de Jesús antes de subir a la cruz para expiar nuestros pecados, era enseñar, y la unción y autoridad con que realizaba esta labor hacía que la gente acudiera a escucharle en gran número. Había entonces, como lo sigue habiendo hoy día, una gran ansia por escuchar enseñanzas que nos ayuden a entender y a superar las dificultades por las que atravesamos, que iluminen nuestra inteligencia, y que nos guíen para llevar una vida mejor.
Por las noches Jesús se retiraba a descansar en el Monte de los Olivos, al frente de la ciudad, como haría después de celebrar la cena de la Pascua, y donde sería prendido por los esbirros traídos por el traidor Judas (Lc 22:39).
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#941 (04.09.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 1 de junio de 2017

LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA VENIDA DEL HIJO DEL HOMBRE I
Un Comentario de Lucas 21:25-27
Según muchos autores, al terminar el vers. 24 del cap. 21 de Lucas (y al comenzar los
pasajes paralelos en  Mt 24:29 y Mr 13:24) se produce una transición en el enfoque de la profecía que pasa de anunciar lo inminente -esto es, la destrucción de Jerusalén- a describir las señales que precederán el fin de la historia con la segunda venida de Jesús, lo que suele llamarse la Parusía. Según otros autores no hay transición alguna a tiempos ulteriores, sino que Jesús sigue hablando de lo que ocurrirá en el plazo cercano que Él señala de una generación.

Las palabras del pasaje paralelo de Mt 24:29: “Inmediatamente después de la tribulación de aquellos días…” no permiten pensar que haya un cambio de perspectiva temporal, dado que “la tribulación” a la que Jesús se refiere en Mt 24:21 es la que afligió a los habitantes de Jerusalén antes de su destrucción por los romanos. Sin embargo, la tradición cristiana ha visto en las palabras proféticas de Jesús acerca de la destrucción de la ciudad santa como un tipo, o una prefiguración, de los acontecimientos que precederán a su venida al final de los tiempos, de modo que esta predicción oscila entre dos escenarios: el inmediato y el más lejano. Ambos se confunden en la mirada profética, así como una persona que contempla desde cierta altura los objetos que están en la lejanía puede ver borrosamente sus contornos y sus colores, pero no puede discernir la distancia que separa a unos de otros.
Según un autor francés del siglo pasado: “La profecía se sitúa en las altas cimas que dominan el curso de los tiempos… Con frecuencia, atravesando de un salto todas las etapas intermedias, junta en un mismo cuadro acontecimientos que están separados por largas series de días, de años, y a veces, hasta de siglos.”
En este estudio yo voy a presentar una interpretación del texto que tome en cuenta alternativamente ambas perspectivas. Aquella que supone que lo anunciado por Jesús se cumplió totalmente el año 70; y aquella que afirma que Él anuncia acontecimientos que en parte están aún por cumplirse, de modo que el lector pueda por sí mismo formarse una opinión personal de ambas exégesis, o sentirse movido a investigar más el tema.
25. “Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas.”
La palabra “entonces” suscita la pregunta del “cuándo”. Para algunos ese “entonces” es el fin de los tiempos. Para otros es un futuro cercano. Según sea la perspectiva histórica que uno tenga interpretará el pasaje. ¿Ocurrirán esas cosas estando todavía en vida algunos de los oyentes? ¿Ocurrirán mucho tiempo después? Para afirmar lo segundo habría que dar a la palabra “generación” (Véase el vers. 32) un sentido diferente del que tiene en el Antiguo Testamento, esto es, cuarenta años (Nm 14:33). (Nota 1)
Lo que anuncia aquí Jesús –tomado literalmente- es ominoso: perturbaciones en el aspecto del astro que rige el día y en el aspecto del que rige la noche; cosas que desafiarán los conocimientos de los que escudriñan el cielo y las condiciones atmosféricas. Habrá también perturbaciones en el aspecto de las constelaciones del firmamento que se observan de noche. Y como consecuencia, la gente estará atemorizada, porque no sólo lo que suele llamarse “potencias celestiales” serán conmovidas, sino también por el aspecto amenazante de los mares, cuyas olas cobrarán inusitada fuerza y tamaño. Quizá habrá mareas inusitadamente altas, o maremotos (tsunamis) que arrasen las costas, como en efecto ha ocurrido hace poco causando grandes estragos. La gente temerá habitar a orillas del mar, y pudiera ser que muchas ciudades costeras sean inundadas porque el límite que Dios había puesto a las olas no será respetado (Jr 5:22). (2)
Según  Marcos y Mateo, Jesús añade más gráficamente, en un lenguaje al que los judíos estaban acostumbrados, que “el sol se oscurecerá, la luna no dará su resplandor, y las estrellas caerán del cielo.” (Mr 13:24,25; Mt 24:29).
Las imágenes de ese lenguaje son semejantes a las que emplean los profetas del Antiguo Testamento, cuando anuncian el “día del Señor”, o los días de castigo para algún pueblo en particular que ha suscitado la ira de Dios (Is 13:9,10; Ez 32:7,8; Jl 2: 2:10,30,31; Am 8:9; Sf 1:14-16, etc.). Si se compara el lenguaje de Jesús con el pasaje mencionado de Isaías en el que Jesús se inspira: “Por lo cual las estrellas de los cielos y sus luceros no darían su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor.” (Is 13:10), se deducirá fácilmente que Jesús habla en términos figurados y que no debe pensarse que lo que Él describe ocurrirá literalmente, salvo en un sentido limitado. De hecho esas cosas no ocurrieron literalmente antes de la destrucción de Jerusalén. (3)
Este “día del Señor” es un tema recurrente en los profetas. No se trata de un día único, sino que es un período de tiempo en que ocurren cosas que afligen a la población y que tienen el carácter de castigo. ¿Debe entenderse la descripción de hechos portentosos en un sentido literal, o forma parte esta descripción del lenguaje poético usado por los profetas para expresar momentos de gran trascendencia? Como los judíos estaban acostumbrados a ese tipo de lenguaje se concluirá que ninguno de sus oyentes las tomaría en un sentido literal, sino en uno metafórico.
De otro lado, es interesante tener en cuenta que el historiador Josefo señala que, antes de que empezara la insurrección contra los romanos que antecedió a la destrucción de Jerusalén, pero poco después de la fiesta de la Pascua, “resplandeció una luz brillante delante del altar durante la noche, e iluminó el santuario durante media hora.” La gente pensó que eso era un buen augurio, pero los escribas les dijeron que se trataba de lo contrario. Poco antes del asedio, entre otros portentos, “una estrella semejante a una espada colgó sobre la ciudad” y una pesada puerta que estaba cerrada con barras de hierro, se abrió por sí sola.
26. “desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas.”
En gran parte la seguridad del hombre está basada en la estabilidad de la naturaleza y, en general, de su entorno físico. Cuando las condiciones humanas de su entorno sufren cambios súbitos y radicales debido a conmociones sociales, guerras o guerrillas, los hombres emigran a otras partes en busca de paz y seguridad. Pero si las condiciones físicas del medio ambiente se alteran, sea por terremotos, huracanes o inundaciones, o porque el clima sufre fuertes alteraciones, o peor, si los elementos del cielo se alteran y afectan al orbe entero ¿a dónde puede el hombre huir? ¿Podrá emigrar a la luna?
Las cosas inusuales que ocurran en los últimos días en los cielos y en la tierra pondrán a los hombres a la expectativa de sucesos extraordinarios y les infundirán temor.
27. “Entonces verán al Hijo del Hombre que vendrá en una nube con poder y gran gloria.”
En ese estado de cosas, estando los hombres alarmados por las cosas extrañas que suceden, se cumplirá la promesa del regreso del Hijo del Hombre, tal como fue anunciado a los apóstoles el día de la ascensión (Hechos 1:11). (4) Vendrá en el esplendor de su poder y de su gloria.
¿Debe entenderse este anuncio de su venida en una nube en un sentido literal? Porque si en otro lado se dice que todo el mundo lo verá (“He aquí que viene con las nubes y todo ojo le verá” Ap.1:7), y en unas regiones es de noche cuando en otras es de día ¿cómo puede vérsele en todas partes venir en poder y gloria, lo que implica plena luz, si en la mitad del orbe reina la oscuridad? A menos que se piense que el signo de su venida brillará de tal manera en medio de la noche que nadie podrá dejar de verlo. Pero también podría pensarse que la frase “todo ojo le verá” quiere decir “todo ojo en la comarca donde descienda”, es decir, que el signo de su aparición será visible en una zona geográfica específica y limitada, y no en el orbe entero, y así sería en el caso de que la predicción se refiera específicamente a la destrucción de Jerusalén.
En todo caso ese versículo debe entenderse teniendo en cuenta lo escrito por el profeta Daniel siglos antes: “Miraba yo en la visión de la noche y he aquí con las nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días y le hicieron acercarse delante de Él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido.” (Dn 7:13,14). Ese reino no es otro que el simbolizado por la piedra que viene súbitamente y que cae sobre la estatua que tiene los pies de barro y hierro cocido (que, a su vez, simboliza a los sucesivos imperios de la antigüedad que culminaron en el Imperio Romano), destruyéndola completamente, la cual luego crece hasta convertirse en una montaña que llena toda la tierra (Dn 2:34,35). Ese es el reino que Jesús compara con la pequeña semilla de mostaza que crece hasta convertirse en un árbol, o con el poco de levadura que leuda toda la masa (Mt 13:31-33).
En Mateo 24:30,31 Jesús amplía la descripción de estos sucesos, añadiendo algunos detalles, como que aparecerá “la señal del Hijo del Hombre” antes de que se le vea descender del cielo en una nube de poder y gloria.
Si se entiende la frase “se lamentarán todas las tribus de la tierra” en Mt 24:30 en el sentido de que “todos los pueblos del orbe” han de lamentarse, es difícil pensar que los hechos descritos se refieran a la caída de Jerusalén. Más fácil sería pensar que se refieren a lo que sucederá al final de los tiempos. Pero hay quienes, con argumentos nada desdeñables, sostienen que las palabras de Jesús se refieren exclusivamente a acontecimientos próximos en el tiempo y no lejanos. (5)   
Nótese lo siguiente: La destrucción de Jerusalén y del templo equivalía para algunos a la venida del Hijo del Hombre en gloria, porque era su triunfo sobre sus enemigos que lo habían combatido, y que lo habían hecho matar por mano de los romanos. El instrumento que ellos usaron para destruir a Jesús corporalmente, fue también el instrumento de su propia destrucción. En verdad, entre Jesús y las autoridades religiosas de Israel había un conflicto irreconciliable, como lo había entre Jesús y Lucifer.
Para que el Evangelio triunfara en el mundo era necesario que el templo con toda su “economía” (sus sacerdotes, su culto y sus sacrificios) desapareciera. No cabía compromiso entre el culto del Antiguo Testamento y el del Nuevo, no porque estrictamente hablando fueron opuestos, sino porque las autoridades religiosas de Israel se habían desviado, y habían desvirtuado el mensaje de Dios, convirtiéndolo en una caricatura. Dios no fue infiel a su pacto con Israel; ellos lo fueron (Jr 31:32). La destrucción de Jerusalén fue el juicio inevitable de Dios sobre la ciudad y el pueblo infieles.
Como bien dice Mathew Henry, los que no quisieron ser salvados por Él, por Él serían destruidos; los que no quisieron que Él reine sobre ellos, verían que Él triunfaba sobre ellos. Yo añadiría que los que no quieren tenerlo por amigo, lo tendrán por enemigo.
Según cierta interpretación, cuando uno reconoce que un acontecimiento es la obra de Dios, uno “ve venir” a Dios en ese acontecimiento”. Jesús pudo haber usado el verbo “ver” en ese sentido. ¿Y por qué en las nubes? Porque las manifestaciones poderosas de Dios se expresan en términos de la grandeza de las nubes como espectáculo, especialmente cuando se las ve desde lo alto de las montañas. Esa “venida en las nubes” sería el cumplimiento, antes de que desaparezca esa generación, de la profecía pronunciada por Jesús en la casa de Caifás: “Tú lo has dicho, y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo.” (Mt 26:64)
Notas: 1. Según algunos, al reemplazar con la palabra “entonces” las que figuran en el pasaje paralelo de Mr 13:27 (“en aquellos días”), Lucas pospone esos acontecimientos a un futuro todavía lejano.
2. Se está hablando hoy día de que al descongelarse grandes extensiones de los hielos que cubren el Ártico y el Antártico, debido al calentamiento de la tierra, el nivel del mar subirá, y muchas zonas costeras bajas serán inundadas.
3. Algunos padres de la iglesia entienden el oscurecimiento del sol y de la luna en el sentido de que su luz palidecerá al lado del brillo esplendoroso de Cristo en su venida.
4. Nótese que el texto de Hechos dice que “le recibió una nube que lo ocultó de sus ojos.” (v. 9). Y enseguida añade: “así vendrá como le habéis visto ir al cielo.” (v.11).), dando a entender que descendería del cielo en una nube.
5. Entre esos argumentos se cuenta el que afirma que la palabra “tierra” en el Antiguo Testamento y en los evangelios se refiere siempre a la tierra de Israel, y que la expresión “las tribus de la tierra”, tal como se entendía en su tiempo, alude a los diferentes pueblos que la habitaban (judíos, samaritanos, galileos, etc.). Generalmente se entiende esa palabra en el sentido de “todos los pueblos que habitan sobre la tierra”, pero, en efecto, ése puede no haber sido el sentido que tenía en mente Jesús.
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

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jueves, 6 de abril de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESUS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN I
Un Comentario de Lucas 21:5-11


Después de su entrada triunfal en Jerusalén el día domingo, Jesús está enseñando en el atrio del templo y discutiendo con los escribas y saduceos. El capítulo 21 de este evangelio se inicia con el episodio de la ofrenda de la viuda, y continúa con unas palabras solemnes de advertencia:
5,6. “Y a unos que hablaban de que el templo estaba adornado de hermosas piedras y ofrendas votivas, dijo: En cuanto a estas cosas que veis, días vendrán en que no quedará piedra sobre piedra, que no sea destruida.”
Ya en aquel tiempo era costumbre adornar los templos con diversos objetos preciosos, como se hace en las iglesias, sobretodo, pero no únicamente, católicas. Se decoraban y embellecían todos los templos, comenzando por los paganos, lo cual nos hace ver que es un instinto natural del hombre embellecer los ambientes en que vive y en los que rinde culto a Dios. (Nota 1)
  De hecho, sabemos por las descripciones acerca del tabernáculo en el desierto y del templo de Salomón, que leemos en la Biblia, que sus ambientes estaban sumamente decorados. ¿Añade eso a la piedad? Más se podría pensar que distraen. Sin embargo, a mucha gente la decoración del templo, junto con el incienso y los ritos, le ayuda a concentrarse en un ambiente de recogimiento y adoración.
Pues bien, todo el fastuoso lujo arquitectónico del que los judíos estaban orgullosos (2), -aunque fuera obra de un rey odiado, como lo fue Herodes el Grande- será enteramente reducido a ruinas y escombros, y no quedará piedra sobre piedra (3). Ese anuncio inesperado hecho por Jesús a sus discípulos debe haberlos impresionado inmensamente.
Jesús dice que toda esa belleza acumulada en las piedras cuidadosamente talladas del templo desaparecerá, y que no quedará una sobre otra, subrayando el grado absoluto de destrucción que se abatiría sobre ese lugar, como efectivamente ocurrió 40 años después cuando las legiones romanas, al mando de Tito, después de un largo sitio, ocuparon la ciudad. (4)
Sin embargo ¿qué cosa hay en la tierra, qué monumento humano, que no sea algún día destruido por el paso del tiempo? Las cosas en las cuales el hombre pone su confianza y que considera más firmes, son meras sombras y apariencia que desaparecen, no son duraderas. Claro está que, en el caso del templo de Jerusalén, la destrucción no ocurriría como consecuencia del paso normal del tiempo, sino por una intervención providencial ordenada por Dios a través de manos humanas.
7. “Y le preguntaron, diciendo: Maestro, ¿cuándo será esto? ¿y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder?”
Al escuchar el anuncio lo primero que viene en mente a los apóstoles es preguntar cuándo ocurriría esa catástrofe. No preguntan cómo ni por qué sucedería, algo que a nosotros nos parece que debería interesarles en primer lugar saber. Dan por sentado que lo que anuncia Jesús se cumplirá de todas maneras. Sólo les interesa saber cuándo ocurrirá. Si nos llama la atención su poca curiosidad sobre esos dos aspectos conviene recordar que la población judía vivía entonces en un ambiente mental de expectativa escatológica, por la convicción de que vivían en los últimos tiempos predichos por los profetas antiguos, en los que Dios intervendría poderosamente; como ya lo había hecho en el pasado (Véase al respecto 2 Reyes, cap. 25 y 2 Crónicas, cap. 36).
Si los apóstoles preguntan por una señal que indique que el día anunciado se acerca, es porque los judíos estaban acostumbrados a que los grandes acontecimientos desatados por el juicio de Dios estuvieran precedidos por señales que anunciaban su proximidad. Jesús mismo les habló en varias oportunidades en esos términos. “Cuando veáis todas estas cosas…” (Mt 24:33) “Estas señales seguirán …” (Mr 16:17).
8. “Él entonces dijo: Mirad que no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: Yo soy el Cristo, y: el tiempo está cerca. Mas no vayáis en pos de ellos.”
Jesús no contesta a ambas preguntas sobre el cuándo; las soslaya como si no fuera necesario ni importante para ellos saber el momento. En efecto, lo que sí importa para ellos, y para todos, es estar preparados para cuando venga ese día. (Véase la Parábola de las Vírgenes Sabias y las Vírgenes Necias, Mt 25:1-13).
Una de las estrategias que con más efectividad usa el diablo para engañar a la gente, es imitar lo que Dios dice o hace, induciéndoles a creer que lo que ven u oyen viene de Dios. De esa manera logra que lo sigan. Por eso Jesús les advierte: “No os dejéis engañar ni vayáis tras ellos”. Pero no les dice cómo diferenciar de manera segura los anuncios falsos de los verdaderos; cómo distinguir entre el modelo y la imitación.
La señal que indica Juan en su primera epístola para reconocer al espíritu que viene de Dios –esto es, si confiesa que Jesús vino en carne, e.d. que hubo verdadera encarnación (1 Jn.4:1,2), como algunos herejes de los primeros siglos negaban- es poco aplicable a nuestros días, porque ya no se dan las controversias teológicas acerca de la naturaleza de Cristo que agitaron a la iglesia de los primeros siglos.
La verdad es que no hay un método que sea a la vez fácil y seguro. No obstante, Juan nos da en el pasaje citado una indicación muy pertinente: No debemos creer a todo espíritu que se manifieste, o que pretenda hablar por boca humana en nombre de Dios. Debemos probarlos a todos (5).
Hay un don específico para este fin entre los que enumera Pablo: el discernimiento de espíritus (1 Co.12:10). Sin embargo el pasaje de la 1ª Epístola de Juan nos da una pauta muy actual y vigente sobre cómo reconocer al espíritu que anima determinadas declaraciones: Si el que habla confiesa que Jesús es Dios. Porque hay muchos hoy día -como los había entonces y los ha habido en todos los tiempos- que se dicen cristianos, y que incluso ocupan cátedras de teología, pero que ponen en duda, o niegan, la divinidad de Cristo, o su nacimiento virginal, o que efectivamente resucitara de los muertos. Indaguemos qué creen, o qué predican acerca de esos puntos esenciales de nuestra fe, antes de prestar crédito a lo que dicen.
Por supuesto podría decirse que Jesús les da a sus discípulos efectivamente la señal que ellos piden: Habrá muchos que vendrán queriendo pasar por mí. No les hagáis caso. Mi venida será con tal fuerza que no habrá la menor duda de que Yo Soy.
9,10. “Y cuando oigáis de guerras y de sediciones, no os alarméis; porque es necesario que estas cosas acontezcan primero; pero el fin no será inmediatamente. Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación, y reino contra reino;”
Tampoco será señal de la proximidad del fin el que haya terribles guerras entre las naciones, como las hay hoy día. Sin embargo, eso es algo que tendrá que ocurrir previamente, aunque será sólo una señal distante, o como dijo en otra ocasión, “principio de dolores” (Mt 24:8), sufrimientos que, como dolores de parto, precederán al nacimiento de la era gloriosa del reino mesiánico.
Es interesante -por su referencia al presente- que Jesús hablara de “etnós” (que Reina Valera traduce por “nación”, palabra que para nosotros tiene la connotación de “estado”, pero que en el contexto bíblico quiere decir más propiamente “pueblo”). En nuestros días, incluso al interior de las naciones, los pueblos dispares que las conforman se hacen internamente la guerra. Los ejemplos son numerosísimos (los vascos separatistas contra el resto de España; o la ex Yugoslavia donde se produjo un festival sangriento de todos contra todos; en Nigeria y otros países africanos, como Ruanda y Burundi, donde grupos tribales enemigos se agredieron hasta exterminarse; los terribles atentados perpetrados por el Estado Islámico, no sólo en las ciudades europeas, sino también en territorios musulmanes, etc. etc.). Al mismo tiempo vemos cómo surgen también súbitamente conflictos entre países que solían vivir en paz, o que se toleraban.
Pero ¿por qué es necesario, como dice Jesús, que se produzcan guerras, y en qué sentido lo es? ¿Como signo del fin, o hay una razón intrínseca para que ello ocurra?
11. “y habrá grandes terremotos, y en diferentes lugares hambres y pestilencias; y habrá terror y grandes señales del cielo.”
Hacia el año 70 se produjeron frecuentes terremotos y erupciones volcánicas, como la que destruyó la ciudad de Pompeya en Italia. Pero los sucesos que Jesús anuncia se están produciendo también en el presente en muchas partes. Los terremotos y las inundaciones son muy frecuentes (6). Hay hambruna en muchos lugares, mientras que en otros sobran los alimentos; pese a los grandes adelantos de la medicina, las epidemias, como el Sida y la gripe aviar, el dengue y el zika, están a la orden del día, y están arrasando con muchas poblaciones, o las han diezmado recientemente. (7)
Lo que no se puede decir que ocurre ahora de forma constante son las grandes señales del cielo que provoquen  terror, a menos que se considere como tales a los huracanes -que ciertamente provocan pánico en las poblaciones- o los pretendidos avistamientos de naves espaciales. Pero lo que la gente entendía entonces por “señales del cielo” era más bien la aparición de cometas, u otros cuerpos celestes, o fenómenos como los eclipses, o el oscurecimiento del sol.
¿Existe alguna relación entre las guerras y las catástrofes naturales? Las guerras se originan en el campo emocional (rivalidades entre pueblos, ambiciones territoriales); las catástrofes naturales, en el plano físico. Ambos son reflejo de un estado de cosas perturbado. Si pensamos que todo lo que ocurre en el mundo está bajo el control de Dios y que nada es casual, tenemos razón para pensar que esos dos tipos de fenómenos están relacionados.
Ahora podemos contestar a la pregunta que hicimos al comentar el versículo anterior: Es inevitable (esto es, necesario) que los enfrentamientos, los odios entre las personas y las rivalidades entre los pueblos se manifiesten en conflictos armados, porque esos sentimientos fomentan la agresividad. Pero así como la paz suele ser un premio que Dios otorga a las naciones por su fidelidad y buena conducta, las guerras son de hecho también con mucha frecuencia, consecuencia de la ira de Dios frente a la impiedad y la inmoralidad que reina en la sociedad.
            La primera guerra mundial (1914-1918), que causó millones de bajas entre las tropas rivales y la población civil, fue consecuencia de la gran inmoralidad que prevaleció en las naciones europeas al final del siglo XIX. Pero los sufrimientos causados por esa guerra no provocaron como reacción una mejora de las costumbres, sino lo contrario, por lo que a esa guerra siguió una segunda conflagración mundial (1939-1945) que causó una destrucción masiva mucho mayor, porque los ejércitos disponían de armas aún más mortíferas, como las bombas atómicas. Recién entonces las grandes potencias y las naciones del mundo reaccionaron creando la Organización de las Naciones Unidas (ONU), que estableció mecanismos para evitar los grandes enfrentamientos armados entre los pueblos. Si bien el estallido de una tercera guerra mundial ha podido ser evitado, los enfrentamientos armados locales entre los pueblos no se han detenido, y siguen provocando mucho sufrimiento, muertes y desplazamiento de poblaciones.
Notas: 1. Naturalmente se suscita la cuestión: ¿Es el culto pagano legítimo y aceptable a Dios? El instinto religioso es innato en el hombre. Aunque pueda estar mezclado con errores y supersticiones, todos los seres humanos (salvo el hombre racionalista occidental de los dos últimos siglos) intuye y reconoce la existencia de un Ser Supremo, origen de todas las cosas y de quién depende. Véase al respecto el comienzo del discurso de Pablo en el Areópago de Atenas (Hch 17:22,23). En la epístola a los Romanos Pablo explica cómo la intuición primitiva de la divinidad degeneró en idolatría (Rm 1:20-23) con todas sus consecuencias (1:24-32). Eso no impide que haya habido siempre, y haya actualmente, hombres que, sin tener el conocimiento del Dios verdadero, vivan de acuerdo al testimonio de su conciencia, que es también innato en el ser humano. (Rm 2:14-16).
(2) El historiador Josefo nos da una idea de lo que era el esplendor del templo: su fachada estaba cubierta por grandes placas de oro macizo que reflejaban el brillo del sol al amanecer con tanta intensidad que no se le podía mirar de frente. El exterior del templo mismo tenía la apariencia de una montaña cubierta de nieve, pues sus muros estaban vestidos de mármol blanco. En sus atrios y pórticos había columnas de mármol de más de 10 metros de altura.
(3) Esa destrucción masiva la llevaron a cabo las tropas romanas el año 70 por consigna, a fin de humillar a los judíos.
(4) Los romanos saquearon los tesoros del templo. Uno de los frisos que adornan el arco del triunfo de Tito, que todavía puede verse en Roma, muestra en bajo relieve a sus soldados llevando en cortejo triunfal el famoso candelabro de oro de siete brazos que estaba en el lugar santísimo.
(5) Notemos que algunas veces detrás de ciertas prédicas se esconde un espíritu de avaricia o de codicia. Desconfiemos de ellas. No buscan nuestra edificación sino nuestra billetera.
(6)  De hecho las estadísticas que mantienen las compañías de seguros acerca de las catástrofes naturales, que ellas muy pertinentemente llaman “acts of God” (“acciones de Dios”), -y que es un tema que les interesa mucho porque ellas asumen el riesgo de cubrir el costo de sus consecuencias materiales- muestran que la frecuencia de los huracanes, inundaciones y movimientos sísmicos, se ha incrementado considerablemente en las dos últimas décadas.
(7) El porcentaje de adultos infectados por el Sida en algunos países africanos supera el 50% de la población. Es interesante observar que esas altas proporciones se alcanzan en países que tienen un pequeño porcentaje de población cristiana, mientras que en los países donde los cristianos conforman una proporción muy considerable, como en Uganda, por ejemplo, el porcentaje de infectados de Sida es bajo. Eso nos muestra elocuentemente que el factor principal de contagio es el comportamiento de la gente.
NB. En octubre de 2005 se publicaron dos artículos con el mismo título del epígrafe. Su contenido ha sido revisado y ampliado para ser nuevamente publicado en tres partes.
Amado lector: Jesús dijo: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados: "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#937 (07.08.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).