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jueves, 26 de enero de 2023

Envidiar o Admirar





ENVIDIAR O ADMIRAR

¿Cómo es posible que ese hombre exhiba las cualidades de autoridad, de dominio de la partitura, de atención a todos los detalles de la ejecución, que yo deseaba tener cuando me tocara subir al pódium?

Me enfrenté entonces a la disyuntiva de envidiar o admirar.



martes, 12 de enero de 2021

UNA LECCIÓN INESPERADA V

UNA LECCIÓN INESPERADA V

La humildad es una virtud tan humilde que ni siquiera figura entre los frutos del Espíritu Santo que menciona Pablo en Gálatas, pero es condición indispensable para que los demás frutos florezcan. Es una virtud esquiva y difícil de adquirir. Ha sido comparada con la violeta que esconde su perfume entre las hierbas del campo y apenas se ve. ¿Cómo coger esa flor escondida? ¿Cómo aprenderemos a ser humildes?

miércoles, 6 de enero de 2021

UNA LECCIÓN INESPERADA IV

UNA LECCIÓN INESPERADA IV
El cristiano no tiene nada de qué jactarse. ¿De nuestro conocimiento de las Escrituras? Si pudiéramos llenar volúmenes enteros con nuestro conocimiento, eso es nada comparado con lo que ignoramos. ¿De que Dios escuche nuestras oraciones? No lo hace por nuestros méritos, sino porque es bueno. ¿De las muchas almas que hemos traído a los pies de Cristo? No lo hicimos nosotros, sino el Espíritu Santo. ¿De qué podemos jactarnos? A lo más de una cosa: De que siendo unos miserables pecadores, Dios se compadeció de nosotros.

miércoles, 13 de septiembre de 2017

MARDOQUEO II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
MARDOQUEO II
Un día, estando Mardoqueo sentado a la puerta del palacio del rey –es posible que Ester hubiera obtenido que él fuera nombrado portero de palacio- él se entera casualmente de un complot de dos eunucos para matar a Asuero (Nota 1). Él informa a Ester y ésta informa al rey. (Est 2:21,22). Hechas las averiguaciones se comprobó que era cierta la denuncia y los dos culpables fueron colgados en una horca. “Y fue escrito el caso en el libro de las crónicas del rey.” (v. 23). Mediante este incidente Dios estaba preparando el terreno para el futuro engrandecimiento de Mardoqueo. Pero notemos que así como los hebreos mantenían libros de Crónicas donde se consignaban sobre todo los principales hechos de la historia de sus reyes, y otros acontecimientos de la historia de su pueblo, ésa era una costumbre común de todas las naciones de ese tiempo.
Asuero había engrandecido a Amán, seguramente por lo mucho que éste lo adulaba. Todos se arrodillaban ante Amán, pero Mardoqueo rehusaba hacerlo. ¿Por qué motivo? Porque consideraba que no debía inclinarse ante ningún hombre sino sólo ante Dios, y menos podía él inclinarse ante un descendiente de Agag (3:1), el rey de los amalecitas, enemigos jurados de Israel. (2) Ofendido en su orgullo, Amán se propone destruir no sólo a Mardoqueo, sino a todo el pueblo judío.  
No es la primera ni la única vez que alguien se propone destruir al pueblo elegido. ¿Quién inspiraba entonces ese deseo? Satanás. ¿Y por qué? Porque él sabía que de ese pueblo nacería el Mesías.
Amán echó suertes (Pur cuyo plural es purim) para saber en qué mes convendría llevar a cabo su propósito, y salió el duodécimo mes, que es el mes de Adar (febrero/marzo).
Por instrucciones del rey, Amán publicó un edicto ordenando que el día 13 del mes de Adar, se exterminara a todo el pueblo judío, incluyendo ancianos, mujeres y niños (3:11-15). Nótese que el rey ordenó destruir al pueblo judío sin saber que la reina a la que tanto amaba, y Mardoqueo, el hombre que le había salvado la vida, eran ambos judíos.
El texto dice que, al enterarse del decreto, la ciudad de Susa se conmovíó (3:15). Eso es comprensible si se tiene en cuenta que, amados o no, los judíos por su industriosidad eran un elemento esencial de la vida económica de la ciudad, y posiblemente muchos de sus pobladores los estimaban, y algunos hasta los tenían por amigos.
Cuando Mardoqueo se enteró “rasgó sus vestidos, se vistió de cilicio y de ceniza, y se fue por la ciudad  clamando con grande y  amargo clamor.” (4:1). Tenía buena razón para ello, porque sabía que él era la causa del odio de Amán contra su pueblo.
Angustiados los judíos, vistiéndose de cilicio, convocaron a un ayuno con luto, llanto y lamentación, al cual se adhirió Mardoqueo (4:3).
Enterada a su vez, Ester quiso que Mardoqueo viniera donde ella a palacio, con cuyo fin le envió vestidos adecuados para presentarse en palacio, pero él no quiso ir.
Mardoqueo le pide a Ester por un intermediario que interceda ante el rey. Pero ella le responde que si ella se  presenta donde el rey sin haber sido llamada primero, ella moriría. Su temor era aumentado por el hecho de que hacía treinta días que ella no había sido llamada por el rey. ¿Estaría él molesto con ella? ¿Habría encontrado entre sus concubinas una mujer que lo atraía especialmente?
Mardoqueo le contesta que ella no escapará al destino de todos los judíos, y añade: Pero si tú no intercedes por tu pueblo, de otro lugar vendrá la liberación. ¿Qué está implícito en esta respuesta? La seguridad de que Dios no dejará perecer al pueblo elegido.
Mardoqueo le hace decir además: Quizá para esta hora tú has llegado a ser reina. Es decir: No es casualidad. Dios te ha puesto en ese lugar con un propósito. (3)
Quizá para esta hora estén ustedes y yo aquí. Es decir, con un fin preciso Dios ha querido que lleguemos a esta edad avanzada y que nos incorporemos a este ministerio de la Edad de Oro. ¿Cuál es ese fin sino el darle gloria, y traer a unos para que conozcan el Evangelio, y a otros para que sean edificados en su fe? La verdad es que Dios ha puesto a cada ser humano con un fin preciso en un lugar y tiempo determinado en el mundo. Muchos son inconscientes de ese fin, aunque involuntariamente lo cumplen. Pero el éxito espiritual de nuestra vida depende de que lleguemos a ser conscientes del propósito por el cual fuimos creados, y lo cumplamos.

Notemos que en la historia santa, en tiempos de opresión del pueblo judío, Dios siempre ha enviado a un salvador que venza a sus enemigos, o que los libere: Moisés, Gedeón, Sansón, Judas Macabeo… Y en esta oportunidad le tocó ese papel a Ester, una simple doncella que, escogida por el rey para ser su esposa, había sido elevada a la categoría de reina. Aquí vemos el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a su pueblo: “Ningún arma forjada contra ti prosperará y condenarás toda lengua que se levante contra ti en juicio.” (Is 54:17a).
Pero notemos el contraste: Ninguna persona podía presentarse ante el rey sin haber sido llamada, pues arriesgaba su vida. Sin embargo, todos los seres humanos tienen acceso al trono de gracia de un Soberano mucho más excelso que todos los reyes humanos, para alcanzar misericordia y el oportuno socorro (Hb 4:16).
Entretanto, Amán, ofendido de que Mardoqueo no le rinda homenaje, por consejo de su mujer, hace preparar una horca para colgarlo (Est 5:14).
Al tercer día del ayuno Ester, arriesgando su vida, se viste de gala y se presenta inesperadamente en el aposento del rey. Éste no reacciona airadamente, como era de temer por el hecho de que ella no hubiera sido llamada, sino que le extiende su cetro en señal de favor, y le pregunta: ¿Cuál es tu petición? Ella le contesta que desea que el rey venga ese mismo día con Amán a un banquete que ella ha preparado para honrarlo. El rey acude y le pregunta nuevamente: ¿Cuál es tu petición? Ella le contesta invitando al rey el día de mañana a otro banquete en que ella desea que asista nuevamente Amán. El rey una vez más accede a su deseo (Est 5:6-8).
Pero esa misma noche, no pudiendo dormir, el rey hizo que le leyeran el libro de las crónicas del reino. Llegados al episodio del

complot de los dos eunucos contra el rey que Mardoqueo había denunciado, el rey preguntó: ¿Cómo se premió al hombre que denunció el complot? Los cortesanos le dijeron que no se había hecho nada en su favor. (6:1-3)
Entonces Asuero hizo venir a Amán y le preguntó: ¿Qué debe hacerse con un hombre al cual el rey quiere distinguir? Amán, creyendo que se trataba de él, le contestó que debía vestírsele con ropas reales, ponerle una corona de oro sobre su cabeza, y subirlo al caballo que el rey cabalga. Hecho lo cual debía paseársele por las plazas de la ciudad pregonando: Así se trata al hombre que el rey quiere honrar. Entonces el rey le dijo: Haz con Mardoqueo así como has dicho. (6:6-11) ¡Qué chasco!
Cumplido el encargo, Amán retornó a su casa apesadumbrado y con la cabeza cubierta de vergüenza. Y tenía buena razón para ello (v. 12). Él se había imaginado que el rey quería homenajearlo a él en público, pero resultó que el homenaje no era para él, sino para el hombre que él más odiaba. Y para mayor humillación suya, a él se le había dado el encargo de llevarlo a cabo. ¡Imagínense cómo se sentiría Amán pregonando el premio del hombre a quien él más odiaba!
En el segundo banquete convocado por Ester en el palacio real, con asistencia de Amán, ella denuncia la orden que se ha dado para destruir a todo el pueblo judío, y revela quién es el que la ha gestionado: Amán. Aparentemente el rey lo había olvidado.
Asuero se enfurece y bruscamente abandona la sala del banquete. Amán se queda y suplica a Ester por su vida y, en su afán angustiado, cae sobre el lecho sobre el cual estaba Ester recostada comiendo, según la costumbre persa que luego los romanos y los judíos adoptaron (Véase Jn 13:23). Asuero, que entretanto ha regresado, cree que el hombre la quiere violar y ordena en el acto que lo maten. Para ello cuelgan a Amán precisamente en la horca que él había preparado para Mardoqueo, Podemos ver aquí cómo la mano de Dios está detrás de los acontecimientos y coincidencias dirigiéndolo todo, y cómo se cumple el proverbio que dice: “El  justo es librado de la tribulación; mas el impío entra en lugar suyo.” (11:8).
Se produce entonces un vuelco en la posición de Mardoqueo. Ester le revela al rey que ella es su prima. Entonces el rey le da a Mardoqueo el anillo con el sello real que antes había dado a Amán.
Ester le pide al rey que anule la orden que ha dado de matar a todos los judíos. El rey le contesta que un edicto suyo no puede ser anulado. Entonces ordena que Mardoqueo, en nombre suyo, mande un edicto real autorizando a los judíos de su reino a defenderse de sus enemigos y matarlos.
Llegado el día 13 de Adar, en lugar de ser destruidos, los judíos destruyen a sus enemigos con el apoyo de las autoridades del reino. Solamente en Susa mataron a 500 hombres, incluyendo a los diez hijos de Amán (Est 9:13,14). (4) El día 14 mataron a 300 hombres más. En las provincias mataron a 75,000 hombres, pero no tocaron sus bienes. Los judíos de Susa descansaron el día 15 e hicieron fiesta.
Se ha objetado que los judíos pudieran actuar con tanta crueldad con sus enemigos, matándolos a todos sin compasión. Pero debe recordarse que ellos vivían entonces bajo el antiguo pacto que decía: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lv 19:18), pero que en la práctica aconsejaba odiar y destruir al enemigo.(cf Ex 17:14-16; Sal 139:21,22) Faltaban todavía siglos para que Jesús viniera a enseñar que también debemos amar a nuestros enemigos (Mt 5:44).
El prestigio de Mardoqueo aumentó al punto de que llegó a ser el segundo hombre del reino. Él ordenó a los judíos festejar los días 14 y 15 de Adar, porque en esos días tuvieron paz sobre sus enemigos.
La fiesta que conmemora este acontecimiento recibió el nombre de Purim, plural de Pur, y es celebrada por los judíos de todos los lugares y tiempos.
Notas: 1. Los eunucos eran los funcionarios de la corte real, encargados al comienzo principalmente del harén de los reyes, por lo que eran castrados en temprana edad. Véase Hch 8:27. No es improbable que Mardoqueo mismo fuera un eunuco, pues no estaba casado ni tenía hijos.
2. Según el Targum y el historiador Josefo, Amán era un descendiente de Amalec, por vía de su rey Agag. Ellos fueron los eternos enemigos de los judíos, que los habían atacado en Refidim, por lo cual hubo guerra sin cuartel entre ambos pueblos (Ex 17:8-16). Por eso Dios ordenó a Moisés que destruyera a los amalecitas (Dt 25:17-19).
Siglos después Saúl desobedeció a la orden de Dios de destruir a todos los amalecitas, pues perdonó la vida de Agag, su rey. Ese acto de desobediencia ocasionó que Jehová desechara a Saúl como rey. Samuel hizo traer a Agag y con sus propias manos lo mató (1Sm 15).
3. Dicho sea de paso, Si yo no cumplo la tarea que Dios me ha confiado, Él llamará a otro que le lleve a cabo en mi lugar, y yo me habré perdido mi recompensa.
4. Se supone que Amán sería un descendiente de un hijo de Agag que escapó de la matanza que hizo Saúl de los amalecitas. Es muy significativo que fuera un amalecita, perteneciente al pueblo que fuera el eterno enemigo de los hebreos, el que tramara destruir definitivamente al pueblo judío. Pero con la muerte de Amán y de sus hijos (Est 9:13,14) la orden dada a Moisés fue definitivamente ejecutada.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#948 (23.10.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 7 de agosto de 2009

JEROBOAM, EL QUE HIZO PECAR A ISRAEL II

Terminamos el artículo anterior afirmando que el pecado de Jeroboam no podía quedar sin castigo y que la palabra de Dios anunció que su linaje sería borrado de la tierra. Veamos ahora de qué manera se cumplió esa profecía.
1R 14:1-3. “En aquel tiempo Abías hijo de Jeroboam cayó enfermo, y dijo Jeroboam a su mujer: Levántate ahora y disfrázate, para que no te conozcan que eres la mujer de Jeroboam, y vé a Silo; porque allá está el profeta Ahías, el que me dijo que yo había de ser rey sobre este pueblo. Y toma en tus manos diez panes y tortas, y una vasija de miel, y vé a él para que te declare lo que ha de ser de este niño.”
Una primera consecuencia de la impiedad de Jeroboam en el plano personal, como castigo de Dios, fue la enfermedad del hijo que él había designado para sucederle en el trono. Cuando su heredero cae enfermo él teme por la permanencia de su linaje en el trono de Samaria, y entonces se acuerda del profeta que le había anunciado que él sería rey. Si de Ahías había venido la palabra que lo había exaltado y colocado sobre el trono, ¿por qué no se acordó de él antes para pedirle que le aconsejara sobre cómo debía ejercer el poder y gobernar al pueblo que Dios le había dado? Porque no fue su propio brazo el que lo había exaltado sino el brazo de Dios. Él no había tenido eso en cuenta, pero ahora que teme que las cosas puedan voltearse en su contra, ahora sí se acuerda del profeta y quiere que él le diga qué va a ocurrir con el niño.
Pero he aquí lo interesante. Jeroboam no quiere que nadie sepa que él envía a su mujer donde el profeta que permanece fiel al Dios de sus mayores, y por eso la envía de incógnito. Incluso el presente con que él la envía no es el propio de una reina sino el regalo modesto de un ciudadano común (Nota 1). Él tiene mala conciencia porque no ha cumplido la advertencia que Ahías le hizo de que debía permanecer fiel a Dios, como lo había sido David, para que su casa sea firme (1R 11:38). Presume que si el profeta la reconoce su respuesta podría no ser favorable.
¡Cómo es de doble la conducta de Jeroboam! En el fondo él reconoce al Dios verdadero, a quien se rinde el único culto autorizado en Jerusalén, y no en los lugares que él había establecido. Pero él no quiere que el pueblo sepa que él acude al Dios que niega; no quiere que el pueblo sepa que él teme a Jehová más que a los baales a los que él ha ordenado que el pueblo adore, violando el mandato que Dios dio a Moisés (Ex 20:2,3). Sin embargo, acude a Ahías porque fue él quien le predijo que sería rey de Israel, y su profecía se cumplió. Supone que por ese motivo el profeta está a su favor. Él es a la vez conciente de que Ahías tiene la palabra de Dios en su boca y que, por tanto, lo que él diga se cumplirá.

14: 4-6 “Y la mujer de Jeroboam lo hizo así; y se levantó y fue a Silo, y vino a casa de Ahías. Y no podía ver Ahías, porque sus ojos se habían oscurecido a causa de su vejez. Mas Jehová había dicho a Ahías: He aquí que la mujer de Jeroboam vendrá a consultarte por su hijo, que está enfermo; y así y así le responderás, pues cuando ella viniere, vendrá disfrazada. Cuando Ahías oyó el sonido de sus pies, al entrar ella por la puerta, dijo: Entra, mujer de Jeroboam. ¿Por qué te finges otra? He aquí yo soy enviado a ti con revelación dura.”
¡Cómo debe haberse sorprendido la mujer de Jeroboam de que Ahías, que estaba ciego, supiera quién era ella! Pero si Ahías era profeta ella debió haber pensado que él sabría quién venía a visitarlo, aun sin verla. ¿Podemos nosotros engañar a Dios? ¿Cómo podríamos disfrazarnos para que Dios no nos reconozca y vea lo que hacemos? Hay “cristianos” que no se atreven a hacer ciertas cosas en las ciudades donde habitan por temor de que alguien los vea, pero que cuando están de viaje van a ciertos lugares y hacen ciertas cosas no permitidas, porque confían que nadie los va a reconocer. Pero ¿podemos ocultarnos de Dios? Su palabra dice que “aun las tinieblas no encubren de ti.” (Sal 139: 12).
Notemos la autoridad con que Ahías habla a la mujer de Jeroboam. No la trata con ninguna cortesía especial, como correspondería a su condición de reina. Dios, por cuenta de quién él habla, “no hace acepción de personas” (Dt 10:17). Él la trata con la severidad que su conducta merece –aunque más que la de ella, la de su marido, de quien ella es cómplice.
“Entra mujer de Jeroboam…” Si Ahías fuera alguien del mundo, se hubiera dirigido a ella en términos corteses, como por ejemplo: “Tenga a bien, su Majestad, entrar a la modesta morada de este indigno siervo suyo…” Pero si ella hubiera venido de buena fe, sin disfraces, hubiera ciertamente merecido una acogida mejor que la que Ahías le dispensa. Pero el profeta, que no tiene temor de hombre porque sabe quién lo respalda, le hace un severo reproche que ella deberá transmitir a su marido.
“¿Por qué te finges otra?” ¿Cuántas veces los hombres pasan por lo que no son, y aparentan riquezas, o títulos, o estudios que no tienen? ¿O simulan pobreza cuando tienen las arcas llenas, para que nadie les solicite ayuda? ¡Qué vergüenza pasarán cuando se revele la verdad y su mentira quede expuesta!

14: 7-9. “Ve y di a Jeroboam: Así dijo Jehová Dios de Israel: Por cuanto yo te levanté de en medio del pueblo, y te hice príncipe sobre mi pueblo Israel, y rompí el reino de la casa de David y te lo entregué a ti, y tú no has sido como David mi siervo, que guardó mis mandamientos y anduvo en pos de mí con todo su corazón, haciendo solamente lo recto delante de mis ojos, (2) sino que hiciste lo malo más que todos los que te han precedido, pues fuiste y te hiciste dioses ajenos e imágenes de fundición para enojarme, y a mí me echaste tras tus espaldas…”
Primero que nada Dios le recuerda a Jeroboam que fue Él quien lo levantó como rey de las diez tribus cuando no era sino un funcionario real, anunciándole que iba a dividir el reino de Salomón a causa de la idolatría en que había caído al final de sus días. Jeroboam era pues conciente del motivo por el que Dios dividió al reino forjado por David. Pero no aprendió la lección, sino que por razones de frío cálculo político, decidió hacer lo mismo que había hecho Salomón, y aun peor, pues apartó premeditadamente al pueblo de la adoración al Dios verdadero.
Ahías le recuerda a Jeroboam que cuando él le anunció los planes que Dios tenía para el reino de Israel y para su persona, le advirtió solemnemente que si andaba fielmente en los caminos de Dios y hacía lo recto, Él haría que su linaje fuera firme sobre el trono de Israel, como había hecho con el linaje de David (1R 11:38). (3) Pero Jeroboam no actuó como había sido amonestado, sino hizo todo lo contrario, despreciando a Dios. (4)
Si el profeta anuncia lo que ha de venir no es porque él tenga en sí mismo algún poder para ver el futuro, sino porque él habla en el nombre del Dios de Israel. Jehová sigue siendo el Dios de Israel, aunque Jeroboam haya prostituido a su pueblo. Pese a su infidelidad no les ha dado Dios todavía carta de divorcio (Jr 3:8).
“Hiciste lo malo más que todos los que fueron antes de ti…” Saúl, que nunca se inclinó ante los ídolos, fue descartado por un acto de desobediencia (1Sm 15). Salomón en su vejez se tornó idólatra, seducido por sus muchas mujeres (1R 11:4-8), pero nunca pretendió apartar a su pueblo del culto al Dios verdadero. Jeroboam, en cambio, cometió algo que Dios abomina, pretender que se le adore en la forma de becerros de fundición, y montar todo un culto falso con sacerdotes falsos y fiestas espúreas.

10. “Por tanto, he aquí que yo traigo mal sobre la casa de Jeroboam, y destruiré de Jeroboam todo varón, así el siervo como el libre de Israel; y barreré la posteridad de la casa de Jeroboam como se barre el estiércol, hasta que sea acabada.”
¡Qué maldición terrible pronuncia Ahías sobre Jeroboam y su descendencia! ¡Dios los aniquilará y los barrerá como quien barre el estiércol! ¡Qué gráfico es el lenguaje de la Escritura! Pero eso no es todo. Pero es no es todo; aun tiene Dios un castigo más ignominioso para el linaje de Jeroboam:

11. “El que muera de los de Jeroboam en la ciudad, lo comerán los perros, y el que muera en el campo, lo comerán las aves del cielo; porque Jehová lo ha dicho.”
Es decir, ninguno de ellos será enterrado, sino que sus restos serán comidos por los perros o por las aves. No ser enterrado y ser pasto de las fieras y las aves era tenido por una gran desgracia en Israel, pues constituía una de las maldiciones que Dios pronunció sobre los desobedientes (Dt 28:26). Por ese motivo dar sepultura a los muertos llegó a ser considerado como un acto de suma piedad en Israel. Aun nosotros solemos honrar a nuestros muertos dándoles una sepultura digna.

12. “Y tú levántate y vete a tu casa; y al poner tu pie en la ciudad, morirá el niño.”
Tú has venido aquí a preguntarme qué será de tu hijo. Pues yo te digo que apenas llegues a tu casa tu hijo morirá. ¿Cómo debe haber recibido ella la noticia en ese momento y cuán grande debe haber sido su pena y su desilusión? ¿Con qué cara transmitirá la mala nueva a su esposo que esperaba una buena palabra del profeta? Pero ¿tenía él derecho a esperarla, él, que no había cumplido lo que el profeta le había amonestado solemnemente que hiciera? Dios no acepta la sumisión a medias y en aquello mismo en que el hombre pretende aprovecharse de las cosas de Dios, ahí es castigado el hipócrita.

13. “Y todo Israel lo endechará, y lo enterrarán; porque de los de Jeroboam, sólo él será sepultado, por cuanto se ha hallado en él alguna cosa buena delante de Jehová Dios de Israel, en la casa de Jeroboam.”
¿Qué cosa buena puede haber hallado Dios en este niño? Yo creo que su inocencia, pues posiblemente no llegó a vivir lo suficiente como para pecar. Los que mueren en edad temprana son afortunados, porque no tienen que rendir cuentas ante el tribunal de Dios, ya que no tuvieron oportunidad de hacer nada malo ni de ofenderlo. Jesús dijo: “Dejad que los niños vengan a mí… porque de los tales es el reino de los cielos.” (Mt 19:14)
Aunque en verdad no sabemos qué edad tenía ese hijo. Si Jeroboam, según la costumbre hebrea, se había casado antes de los 20 años, es posible que su hijo ya fuera un joven adolescente, que quizá no miraba con buenos ojos el culto idolátrico que había instaurado su padre. Si ése fuere el caso, tenía mucho mérito porque mantenía un espíritu recto en medio de muchas tentaciones. “Los que brillan en tiempos y lugares malos –dice Mathew Henry- resplandecen con fulgor a los ojos de Dios.” Por esa razón él fue el único de su casa que mereció ser sepultado en medio de los lamentos de su pueblo. Con frecuencia Dios se lleva temprano a los que más ama, porque la tierra no es un lugar digno de ellos.
Notemos que la muerte de su hijo debió servir de advertencia a Jeroboam, pero él no la escuchó, pues perseveró en sus malos caminos.
Pero aun no han terminado las maldiciones que el profeta tiene reservadas para la casa de Jeroboam, porque continúa diciendo de parte de Dios:

14. “Y Jehová levantará para sí un rey sobre Israel el cual destruirá la casa de Jeroboam en este día; y lo hará ahora mismo.”
¿Por qué dice “para sí”? Porque ese nuevo rey cumplirá lo que Dios se propone hacer. Y ¿por qué dice “ahora mismo” si aún faltan muchos años para que suceda? En la visión profética los tiempos se acortan: el futuro y el presente están juntos, tal como los ve Dios. Notemos que Jeroboam quiso asegurar la estabilidad de su reinado mediante la idolatría, pero lo que obtuvo en realidad fue la destrucción de toda su casa. La segunda parte de la profecía de Ahías se cumplió cuando, una vez muerto Jeroboam, al segundo año del reinado de su hijo Nadab que le sucedió, (el cual “andó en los caminos de su padre y en los pecados con que hizo pecar a Israel”, 1R 16:26), Baasa, un jefe de la tribu de Isacar, conspiró contra él y lo mató. Y cuando subió al trono “mató a toda la casa de Jeroboam sin dejar alma viviente…hasta raerla, conforme a la palabra que Jehová habló por medio de su siervo Ahías silonita” (1R 16:29). Baasa exterminó a todos los descendientes de Jeroboam, según la estrategia implacable usada entonces, para que ninguno de ellos pudiera más tarde reclamar la corona, aprovechando alguna circunstancia favorable.
Pero todavía tenía Ahías un anuncio más terrible que hacer de parte de Dios:

15. “Jehová sacudirá a Israel al modo que la caña se agita en las aguas; y él arrancará a Israel de esta buena tierra que había dado a sus padres, y los esparcirá más allá del Éufrates, por cuanto han hecho sus imágenes de Asera, enojando a Jehová.”
Ahías profetiza cuál será el futuro aciago de las diez tribus que forman el reino de Israel. Dos siglos después de pronunciadas estas palabras, Dios arrancará al pueblo de la buena tierra que había prometido a sus padres, y los desterrará más allá del Éufrates a causa de su idolatría, diseminándolos por comarcas lejanas para que no puedan regresar. (5)
Esta profecía se cumplió en dos etapas. Primero cuando, unos doscientos años más tarde, Tiglat-pileser, rey de los asirios, conquistó las provincias septentrionales del reino de Israel, y llevó cautiva a la población. (2R 15:29). Algún tiempo después, su hijo Salmanasar “tomó Samaria y llevó a Israel cautivo a Asiria, y los puso en Halah, en Habor junto al río Gozán, y en las ciudades de los medos.” Es decir, aún más lejos que en el primer destierro. Con esta conquista las diez tribus que formaban el reino del Norte (también llamado Samaria) desaparecen de la historia y no se vuelve a saber más de ellas. Por ese motivo son conocidas como “las diez tribus perdidas de Israel”.

16. “Y él entregará a Israel por los pecados de Jeroboam, el cual pecó, e hizo pecar a Israel.”
Las acciones de Jeroboam marcaron la pauta de lo que el pueblo del Norte haría en el futuro, como se dice más adelante: “Y los hijos de Israel anduvieron en todos los pecados de Jeroboam…sin apartarse de ellos, hasta que Jehová quitó a Israel de delante de su rostro…” (2R 17:22,23). De los 18 reyes que se sucedieron en cortos lapsos de tiempo sobre el trono de Israel, 15 de ellos, según la Biblia, no se apartaron de los pecados de Jeroboam. Por ello el trono del reino del Norte estuvo marcado por el caos. Después del reinado de Jeroboam II, durante el cual el reino gozó de un período de prosperidad, tres reyes que no eran parientes se sucedieron en el lapso de siete meses, y dos de ellos murieron asesinados; e igual suerte corrieron otros dos más en un lapso de 15 años. Los cambios de gobierno no se produjeron de forma ordenada, de modo que cada rey fallecido fuera sucedido por el heredero, sino mediante asesinatos y golpes de estado. Esa inestabilidad contrasta con la permanencia de la casa de David sobre el trono de Judá, pues durante más de 400 años, hasta que Jerusalén fue conquistada por Nabucodonosor, no faltó un descendiente suyo que se sentara sobre el trono.
¡Qué terrible influencia tuvo Jeroboam sobre su pueblo! No sólo pecó él de manera abominable, sino que hizo que a ejemplo suyo, pecara todo el pueblo, lo cual explica el título dado a estos dos artículos.
Los reyes del pasado, aún reciente, ejercían una enorme influencia sobre la conducta de sus pueblos (6). Y la siguen teniendo en nuestros días los gobernantes. Un gobernante corrupto hará que la corrupción aumente en su país, porque se rodeará de corruptos que lo secunden, que a su vez se rodearán de otros corruptos, etc., etc.. Un presidente honesto hará que la corrupción disminuya, porque no la permitirá en su entorno, y ese mensaje se transmitirá hacia abajo, aunque la corrupción no desaparezca totalmente. ¿Quiere esto decir que la corrupción es un mal inevitable? Mientras que el pueblo no se vuelva cristiano me temo que sí. Pero nótese que la corrupción generalizada y omnipresente que hoy nos aflige se ha desarrollado en los últimos cuarenta años y no existía antes.

17,18. “Entonces la mujer de Jeroboam se levantó y se marchó, y vino a Tirza; y entrando ella por el umbral de la casa, el niño murió. Y lo enterraron y lo endechó todo Israel, conforme a la palabra de Jehová, la cual Él había hablado por su siervo, el profeta Ahías.” (7)
Cuando Jeroboam vio que su hijo moría según lo anunciado por Ahías, supo que las demás profecías que él había hecho se cumplirían también. ¿Se arrepintió por eso Jeroboam? No tenemos noticia de que lo hiciera. ¿Cuál sería su destino eterno?

Notas: 1. Entonces era costumbre en Israel y en el Oriente, cuando se consultaba a un profeta, llevarle un presente, no como soborno (aunque recuérdese el caso de Balaam, Nm 22:7) sino como honorarios por sus servicios. La calidad del presente naturalmente guardaba relación con los medios o el rango del solicitante, o con la importancia que tenía el asunto. Véase, por ejemplo, 1Sm 9:1-8, donde el regalo es un siclo de plata; o 2R 8:8,9, donde el regalo requiere nada menos que de 40 camellos para transportarlo!!
2. Dios olvida el pecado de adulterio cometido por David, porque David nunca adoró a dioses ajenos.
3. Los descendientes directos de David de hecho reinaron sin interrupción en Jerusalén durante más de 400 años, hasta que, debido a sus pecados, Judá y su capital fueron conquistados por Nabucodonosor, y su clase dirigente deportada a Babilonia.
4. La frase “me echaste a tus espaldas” es una expresión de desprecio que también se encuentra en Ezequiel 23:35. El hombre piadoso debe tener a Dios siempre delante de sí, es decir, tenerlo en cuenta en todo lo que haga, como canta el rey David (Sal 16:8), y nos amonesta el libro de los Proverbios (Pr 3:6).
5. Los imperios de la antigüedad aplicaban políticas de dominación semejantes a lo que los incas empleaban bajo el nombre de “mitimaes”. Para acabar con la identidad de los pueblos conquistados los desterraban a comarcas lejanas y repoblaban el territorio que había quedado semivacío con súbditos propios traídos de otros lugares.
6. Los reyes en Europa, hasta hace dos siglos, decidían cuál debe ser la religión de su pueblo.
7. Aparentemente Jeroboam había trasladado su residencia a Tirza, una ciudad situada a once kilómetros al Noreste de Siquem, conocida por su ubicación ventajosa para el comercio y por su belleza (“Hermosa eres tú como Tirza”, dice el Cantar de los Cantares 6:4).

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viernes, 31 de julio de 2009

JEROBOAM, EL QUE HIZO PECAR A ISRAEL I

2 Reyes 12:25. “Entonces reedificó Jehová a Siquem en el monte de Efraín, y habitó en ella; y saliendo de ahí, reedificó a Penuel.”
Al terminar el artículo anterior (“La Necedad de Roboam” #584) hemos visto cómo Roboam, al escuchar la palabra del profeta, desistió de su propósito de tratar de someter a Jeroboam y a las diez tribus rebeldes por las armas, porque entendió que la división del reino unido que había heredado de su padre era cosa que el Señor había hecho y no había nada que él pudiera hacer en contra.
Jeroboam, por su lado, posiblemente no entendió por qué motivo Roboam no había venido para hacerle la guerra, como era de esperarse. Pero libre de la presión de un ataque inminente, fortificó la ciudad de Siquem, que había escogido como residencia, e hizo lo mismo con Penuel, al otro lado del Jordán, para el caso de que más adelante tuviera que defenderse de ataques de sus enemigos.
Él podía ahora considerarse bien instalado como soberano del nuevo reino que había surgido como consecuencia de la división del reino que David y Salomón habían forjado. Sin embargo, tenía un motivo serio de preocupación:

26,27. “Y dijo Jeroboam en su corazón: Ahora se volverá el reino a la casa de David, si este pueblo subiere a ofrecer sacrificios en la casa de Jehová en Jerusalén; porque el corazón de este pueblo se volverá a su señor Roboam rey de Judá, y me matarán a mí, y se volverán a Roboam rey de Judá.
Él sabía que el pueblo, acostumbrado como estaba ya a ir al templo que Salomón había edificado espléndidamente en Jerusalén para ofrecer holocaustos a Jehová, tal como Moisés había ordenado, no dejaría de querer seguir haciéndolo. Entonces, no sin razón, pensó: si el pueblo sigue yendo a Jerusalén para rendir culto a Dios, inevitablemente sus afectos se inclinarán hacia el que reina en la ciudad santa, sobre todo si tienen alguna queja contra mí, como fácilmente puede ocurrir, siendo el corazón humano tan inestable y cambiante (Jr 17:9) y, en ese caso podrían rebelarse y matarme. Nótese cómo el que ha hecho algo contra su prójimo empieza a temer que otro pueda hacer lo mismo contra él.

28,29. Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso uno en Bet-el, y el otro en Dan.”
Así pues, después de haber buscado el consejo de las personas sabias que había reunido en su corte, decidió que lo oportuno era darle al pueblo dos lugares de culto, uno al Norte en Dan, y otro al Sur, en Betel, poniendo en cada una de esas ciudades un becerro de oro, esto es, un ídolo, para que lo adoraran. (Betel quiere decir “casa de Dios”)
Podríamos decir quizá que aquí cometió Jeroboam el pecado contra el Espíritu Santo, pues él hizo concientemente lo que él sabía había sido el pecado que Aarón y el pueblo habían cometido cuando peregrinaban en el desierto mientras Moisés hablaba con Dios en el monte Sinaí: hacer que el pueblo adorara a un becerro de oro diciéndole que ése era el dios que los había sacado de Egipto (Ex 32:1-6). No sólo pecó Jeroboam él mismo, sino que sedujo al pueblo, apartándolo del culto al Dios verdadero, y haciendo que cayera en el mismo pecado de idolatría, fomentando la inclinación natural ya demostrada que entonces tenía el pueblo por los ídolos. Esto, por lo demás, no es de extrañar si se tiene en cuenta que no era fácil, en un mundo idólatra y acostumbrado, a las imágenes adorar a un Dios invisible.
Por razones de egoísta conveniencia política él hizo, conciente y voluntariamente, que el pueblo pecara. ¡Cuántas veces ocurre que los políticos por conveniencia personal, llevan a sus pueblos por caminos equivocados, sabiendo lo que hacen, es decir, no por ignorancia! El amor al poder es una tentación muy poderosa. Antes que adorar al becerro de oro Jeroboam adoraba al dios del poder que ese becerro simbolizaba.
Así como muchos rinden culto al dinero y otros al sexo, hay quienes lo sacrifican todo –en cierta manera, vendiendo su alma al diablo- con tal de gozar de una pequeña cuota de poder. Se dejan seducir por Satanás que les pinta engañosamente los beneficios y las satisfacciones que puede traerles ejercer poder sobre otros. Pero no son concientes de todo el daño que pueda derivarse de sus actos para la nación, y de todo lo malo que el pueblo pueda hacer como consecuencias de sus acciones e iniciativas demagógicas. ¡Qué terrible responsabilidad asumen los que, como modernos Jeroboam, tienen la capacidad de influir de una manera u otra en la conducta del pueblo! Esa responsabilidad no se limita a los que ejercen el poder desde el Ejecutivo, o desde cualquiera de los órganos del estado, sino se extiende también a los que pueden hacerlo a través de los medios de comunicación. Es cierto que en uno u otro caso la influencia que ejercen también puede ser buena, a Dios gracias, y hay hombres y mujeres que desde la porción de poder, grande o pequeña, que Dios les ha asignado, pueden hacer, y hacen de hecho, mucho bien.
Pero en el caso concreto de los medios de comunicación, impresos, radiales o visuales, la tentación de influir en un mal sentido es muy grande, porque hay mucho dinero de por medio y el mal se vende mejor que el bien, es decir, el pecado mejor que la virtud. Por eso se dice, tristemente con razón, que las buenas noticias no son marqueteras, no ganan “rating”, salvo cuando se trata del deporte. De ahí viene que las pantallas de la TV y los titulares de los periódicos estén llenos de sucesos escandalosos, y que las páginas interiores de los diarios se ensucien con pornografía.
¡Escucha bien Jeroboam, tú y los que siguen tus pasos, las palabras que pronunció Jesús: “!Ay de aquel por quien vienen los escándalos!” (Mt 18:7) ¡Ay de los que hacen tropezar a otros! ¡Más les valiera no haber nacido.!

31-33. “Hizo también casas sobre los lugares altos, e hizo sacerdotes de entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví. Entonces instituyó Jeroboam fiesta solemne en el mes octavo, a los quince días del mes, conforme a la fiesta solemne que se celebraba en Judá; y sacrificó sobre un altar. Así hizo en Bet-el, ofreciendo sacrificios a los becerros que había hecho. Ordenó también en Bet-el sacerdotes para los lugares altos que él había fabricado. Sacrificó, pues, sobre el altar que él había hecho en Bet-el, a los quince días del mes octavo, el mes que él había inventado de su propio corazón; e hizo fiesta a los hijos de Israel, y subió al altar para quemar incienso.”
En su ciego deseo de encumbrarse y de asegurar la posición que había conquistado, Jeroboam entró a terrenos que no le estaban permitidos y por los que sólo Dios podía transitar. Dios había dispuesto que sólo fueran sacerdotes los descendientes del levita Aarón, hermano de Moisés, (Ex 28:1; Nm 3:3), y que sólo sirvieran en el templo en otros cargos los de la tribu de Leví (Nm 3:12). Necesitando sacerdotes para el culto que él había inventado, Jeroboam comenzó a nombrar sacerdotes a los que a él se le ocurriera, según su capricho, y posiblemente poniendo a personas indignas de ese cargo. Y a los que nombró sacerdotes los indujo a pecar doblemente, pues ellos sabían muy bien que sólo podían estar en el sacerdocio los descendientes de Aarón y que al ejercer esa función indebidamente ellos se convertían en usurpadores.
Hizo más Jeroboam. Durante las décadas en que no hubo reyes ni templo en Jerusalén, el pueblo iba a ofrecer sacrificios a Dios a los llamados “lugares altos”, donde con frecuencia el culto se mezclaba con graves desórdenes: orgías y prostitución sagrada, por lo cual acudir a esos lugares fue gravemente prohibido. Pero Jeroboam sabía que por el mismo motivo al pueblo le gustaba acudir a esos lugares atraídos por esas prácticas lujuriosas. Pues bien, en lugar de reforzar la prohibición él no tuvo escrúpulos de incentivar esa mala costumbre, construyendo facilidades para la gente que acudiera a esos lugares y nombrando sacerdotes con ese fin.
Hizo más aun Jeroboam. Para que no fuera el pueblo a Jerusalén a celebrar la alegre fiesta de los Tabernáculos, que era muy popular, instituyó una fiesta paralela, semejante a la que se celebraba en Jerusalén, pero en un mes y días distintos a lo señalado por Dios (que era durante una semana a partir del día 15 del sétimo mes, Lv 23:34). La Biblia dice que él se había inventado esa fiesta “de su propio corazón”. Pero sabemos bien que si él hacía eso era porque él había entregado su corazón a Satanás, que era quien le inspiraba todas esas acciones sacrílegas. Dios había levantado en Egipto, a un legislador y profeta, a Moisés, para que le diera leyes al pueblo y ordenanzas para el culto que Jehová deseaba que el pueblo le rindiera. Siglos después Satanás levantó en Israel a un falso legislador que diera leyes espúreas y estableciera nuevos lugares de culto que reemplazaran a lo que Dios había establecido.
A la vista de todas las medidas religiosas que él tomó se hace patente que Jeroboam se había apartado completamente de Dios, pero a sabiendas de lo que hacía. La religión que el hombre se inventa de acuerdo a su propio corazón es abominación ante los ojos de Dios. ¡Cuántas veces ha ocurrido en nuestro cristianismo que el hombre ha sustituido la palabra de Dios por lo que él mismo se inventa, en muchos casos para alcanzar metas humanas, metas propias, independientes o contrarias a los objetivos de Dios!
Dios no podía dejar que la conducta soberbia de Jeroboam quedara sin reprensión pública. Por eso levantó a un profeta para que en su nombre condenara esos hechos.

13:1,2. “He aquí un varón de Dios, por palabra de Jehová vino a Bet-el; y estando Jeroboam junto al altar para quemar incienso, aquél clamó contra el altar por palabra de Jehová, y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres.” (Es decir, sobre el mismo altar sobre el cual los sacerdotes falsos queman incienso se quemarán los huesos de esos sacerdotes).
Es sorprendente que el profeta pronuncie el nombre del rey justo que, unos trescientos años después, Dios iba a dar a Judá para que restableciera el culto en su reino, que también se había desviado del recto camino (2R 23:4-14), y que además, en cumplimiento de esta profecía, tomaría Betel y sobre el altar que allí Jeroboam había levantado, quemaría los huesos de los sacerdotes falsos que habían oficiado en ese lugar (2R 23:15-18).
Para que no hubiera duda de que sus palabras venían de parte de Jehová, el mismo día el profeta “dio una señal diciendo: Esta es la señal que confirma que Jehová ha hablado: He aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará.” (1R 13:3).
¿Qué signo más patente de la intervención de Dios que un altar construido sólidamente de piedra, sin que medie golpe alguno, se quiebre por sí mismo derramando por el suelo la ceniza que sobre su superficie se había acumulado? ¡Eso fue lo que el profeta anunció! Pero en lugar de temblar ante el aviso que Dios le enviaba, “cuando el rey Jeroboam oyó la palabra del varón de Dios, que había clamado contra el altar de Bet-el, extendiendo su mano desde el altar, dijo: ¡Prendedle! Mas la mano que había extendido contra él, se le secó, y no la pudo enderezar.” (2R 13:4)
Nosotros solemos dar órdenes extendiendo el brazo en señal de autoridad. En esta ocasión el mismo brazo con el cual Jeroboam señaló al infractor que quería castigar, se quedó extendido sin que lo pudiera traer a sí. Es como si Dios le dijera: Toda tu autoridad y el poder de que te jactas está en mis manos y nada puedes contra mí.
Notemos cómo cuando el impío religioso ve que alguien denuncia su hipocresía con un signo inconfundible de que la denuncia viene de parte de Dios, en lugar de arrepentirse, su corazón se endurece y se vuelve contra el que le habló de parte de Dios y lo persigue. Esto ha ocurrido vez tras vez en el pasado y seguirá ocurriendo en el futuro.

13:5. “Y el altar se rompió, y se derramó la ceniza del altar, conforme a la señal que el varón de Dios había dado por palabra de Jehová.”
¡Cómo debe haber abierto Jeroboam sus ojos de estupor al ver que el altar delante del cual él oficiaba se rompía sin que nadie lo hubiera golpeado! Entonces sí, al ver el milagro, Jeroboam tembló y acudió al Dios que había negado, pidiendo que restableciera el movimiento normal de su brazo: “Entonces el rey respondiendo dijo al varón de Dios: Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios, y ores por mí, para que mi mano me sea restaurada.” (vers. 6ª) Así solemos comportarnos todos. Cuando nos va bien ignoramos a Dios y hasta nos atrevemos a desafiarlo. Pero cuando su mano aprieta y las cosas se ponen negras, nos humillamos y clamamos: ¡Señor, ayúdame! Toda nuestra rebeldía cae por los suelos, como la ceniza que se derramó del altar.
“Y el varón de Dios oró a Jehová, y la mano del rey se le restauró, y quedó como era antes.” (vers. 6b) (Nota) Es posible que el profeta accediera a orar por el rey para mostrarle que él no buscaba hacerle daño sino que se convierta.
Después de esto, ablandado su corazón, Jeroboam quiso invitar al profeta a comer con él para darle un regalo, pero el varón de Dios se negó a aceptar la invitación del rey, porque el Señor se lo había prohibido. Por ahora no deseo comentar el intrigante episodio que sigue y lo que acontece al profeta que había venido a reprender al rey. Lo haré más adelante. Quiero más bien seguirme ocupando de Jeroboam, porque si Dios ha puesto su historia con bastante detalle en las Escrituras es porque quiere que saquemos enseñanzas de su vida y de su mala conducta.
El hecho notorio es que pese al aviso que Dios le había dado, y al doble prodigio del que había sido testigo -la destrucción del altar y la rigidez de su brazo- Jeroboam no se arrepintió de su mal proceder, sino que se obstinó en seguir desafiando a Dios: “Con todo esto no se apartó Jeroboam de su mal camino, sino que volvió a hacer sacerdotes en los lugares altos de entre el pueblo, y a quien quería lo consagraba para que fuese de los sacerdotes de los lugares altos.” (vers. 33). Podemos imaginar cómo muchos en Israel tratarían de obtener para sí esa prebenda, pensando en los beneficios que podrían disfrutar, y usarían de todos los medios a su alcance para ganar el favor del rey, empleando quizá incluso el soborno con sus allegados.
Pero la impiedad de Jeroboam no podía quedar sin castigo, pues la Escritura dice que a causa de su pecado la casa de Jeroboam, es decir, su linaje, sería borrado de la tierra: “Y esto fue causa de pecado a la casa de Jeroboam, por lo cual fue cortada y raída sobre la faz de la tierra.” (vers. 34) En la continuación de esta enseñanza vamos a ver cuán terriblemente se cumplió esa profecía.

Nota. Este incidente me recuerda el episodio en que Pablo reprende al mago llamado Barjesús y ordena que quede ciego durante un tiempo (Hch 13:8-11)

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lunes, 27 de julio de 2009

LA NECEDAD DE ROBOAM

Salomón, hijo de David y de Betsabé, la que fue mujer de Urías, heredó el trono de su padre, según la promesa que Dios le había hecho a David de que le “haría casa”, es decir, que le daría un hijo salido de sus entrañas, que le sucedería en el trono, el cual sería estable para siempre (2Sm 7:11-16).
Una noche, después de haber sacrificado holocaustos en Gabaón (Nota 1), se le apareció el Señor en sueños, diciéndole: “Pide lo que quieras que yo te dé.” (1R 3:5). Salomón en respuesta, después de reconocer que él era un novato, le pide que le dé sabiduría para gobernar a este pueblo tan grande (v. 9). “Y agradó delante del Señor que Salomón le pidiese eso.” (v. 10).
“Y le dijo Dios: Porque has demandado esto y no pediste para ti muchos días, ni pediste para ti riquezas, ni pediste la vida de tus enemigos, sino que demandaste para ti inteligencia para oír juicio, he aquí lo he hecho conforme a tus palabras; he aquí que te he dado corazón sabio y entendido, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levantará otro como tú . Y aun te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos tus días”. (1 R 3:12-13).
Dios le dice a Salomón “te he dado” sabiduría y luego “te he dado riquezas y gloria”. Es una declaración definitiva; se las ha dado ya, aunque deban ser suyas en el curso del tiempo (especialmente las riquezas). Es una declaración incondicional, una promesa hecha en virtud de la oración que Salomón había hecho. No le quedaba a él otra cosa sino poseer las riquezas que ya eran suyas. Es algo semejante a lo que, siglos atrás, le dijo Dios a Josué: “Yo os he entregado todo lugar que pisare la planta de vuestros pies.” (Jos 1:3). La palabra de Dios era su título de propiedad. Lo único que tenía que hacer Israel era entrar a poseer la tierra que estaba ocupada por otros pueblos. Su victoria en la guerra de conquista estaba asegurada.
En el caso de la declaración hecha a Salomón vemos una aplicación anticipada de las palabras de Jesús: “Buscad primero el reino de los cielos y todas las demás cosas os serán añadidas.” (Mt 6:33) Salomón sólo había pedido sabiduría, pero Dios le dice: “Por haberme pedido eso, una de las virtudes del reino que vas a necesitar para gobernar, y no las añadiduras que muchos desean, esto es, riquezas y gloria, te daré lo uno y lo otro; lo que me pediste y lo que no me pediste.” Para nosotros la lección práctica consiste en que nos conviene pedir lo más importante, lo mayor, seguros de que también recibiremos de Dios lo menos importante. ¿Qué es lo más importante? Lo que beneficia a otros antes que a mí.
Es interesante que Dios reserve el otro punto, larga vida, para otra promesa (v.14) que se distingue de la primera en que es condicional: “Si anduvieres en mis caminos…yo alargaré tus días.” Vemos pues que Dios promete darnos sus bendiciones de dos maneras diferentes: En un caso, sin condiciones, y en otro, condicionado al cumplimiento de requerimientos específicos.
Cabe la posibilidad, sin embargo, de que una promesa tenga a la vez un aspecto incondicional, y otro condicional. En 2Sam 7:16 Dios le promete a David que su trono será estable para siempre. Sin embargo, en 1R 8:25, cuando Dios le reitera a Salomón la promesa hecha a su padre, esa promesa se ha vuelto condicional: “No te faltará varón delante de mí, que se siente en el trono de Israel, con tal de que tus hijos guarden mi camino y anden delante de mí como tú has andado delante de mí.” ¿Cómo explicar esta disparidad tratándose del mismo aspecto: la estabilidad del trono?
La primera promesa hecha a David representa el designio eterno de Dios, que no está sujeto a ninguna condición, y se refiere al trono del Mesías, hijo de David. La segunda es condicional porque se refiere al trono dinástico del linaje humano de David, y, por ese motivo, su cumplimiento está sujeto a la fidelidad de sus descendientes.
Al final de sus días, Salomón, que había llegado a ser inmensamente rico, como Dios le había prometido, llevado por la sensualidad que se había apoderado de él, amó a muchísimas mujeres paganas, y se desvió hacia los dioses de esas mujeres. En consecuencia su corazón ya no fue perfecto con el Señor Dios, como había sido su padre. “Y se enojó Jehová contra Salomón, por cuanto su corazón se había apartado de Jehová Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces.” (1R 11:9). Y le dijo: “Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo. Sin embargo, no lo haré en tus días, por amor a David tu padre; lo romperé de la mano de tu hijo. Pero no romperé todo el reino, sino que daré una tribu a tu hijo, por amor a David mi siervo, y por amor a Jerusalén, la cual yo he elegido.” (1R 11:11-13). A causa de la infidelidad de Salomón el destino de Israel como nación fue frustrado.
Entre los hombres que Salomón había tomado a su servicio había uno que era esforzado y valiente, que se llamaba Jeroboam. A éste le salió un día al encuentro el profeta Ahías, silonita, que llevaba puesta una capa nueva: “Y tomando Ahías la capa nueva…la rompió en doce pedazos, y dijo a Jeroboam: Toma para ti los diez pedazos; porque así dijo Jehová Dios de Israel, He aquí que yo rompo el reino de la mano de Salomón, y a ti te daré diez tribus; y él tendrá una tribu por amor a David mi siervo…”
El profeta añade que Dios no hará eso en vida de Salomón –como ya le había sido anunciado a éste- sino que lo haría cuando su hijo le suceda, a quien quitará diez tribus para dárselas a Jeroboam, quedando al hijo de Salomón una tribu “para que mi siervo David tenga lámpara todos los días delante de mí en Jerusalén…” (v. 36).
Y agregó el profeta: “Si prestares oído a todas las cosas que te mandare, y anduvieres en mis caminos, (ahí parece que nos estuviera hablando a cada uno de nosotros) …guardando mis estatutos y mis mandamientos, como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré casa firme, como la edifiqué a David, y yo te entregaré a Israel.” (v. 38). Cuando Salomón se enteró de la profecía intentó matar a Jeroboam, por lo que éste tuvo que huir a Egipto (1R 11:40).
Vemos aquí cómo Dios se ve obligado a cambiar radicalmente sus planes respecto de Israel, debido a la desobediencia de Salomón, pues su propósito original había sido que el reino se mantuviera unido bajo el linaje de David. Pero ¿cambia realmente Dios sus planes? Esa es una manera de hablar en términos humanos, porque Dios sabía muy bien desde el principio que Salomón no le sería fiel y que, en castigo, Él tendría que dividir su reino.
La división del reino trajo mucho sufrimiento al pueblo de Israel. ¿Qué culpa tenía el pueblo de la infidelidad de Salomón? Los pueblos pagan muchas veces por los pecados de sus gobernantes. ¿Es pues injusto Dios? A eso habría que repreguntar: ¿Son todos los pueblos inocentes? (¿Somos nosotros, los peruanos, inocentes delante de Dios?) Los caminos de Dios son inescrutables, pero podemos estar seguros de que siempre son justos.
Cuando Salomón murió después de cuarenta años de reinado, su heredero “Roboam fue a Siquem, porque todo Israel había venido a Siquem para hacerle rey.” (1R 12:1) Entretanto gente de las tribus del Norte había enviado a llamar a Jeroboam para que retorne. Jeroboam había estado encargado de la casa de José (1R 11:28). Eso quiere decir probablemente que Salomón le había confiado la administración de los territorios de las tribus de Efraín y Manasés. Era quizá una especie de gobernador. Pero a los ojos de los miembros de esas tribus él era un líder. ¿Estaba la gente enterada de la profecía de Ahías? Es muy probable y eso había hecho que aumentara su prestigio.
Cuando vino todo Israel a encontrarse con Roboam es poco probable que Jeroboam fuera su vocero, sino que fueran los jefes de las principales familias los que le dijeron al rey: “Tu padre agravó nuestro yugo, mas ahora disminuye tú algo de la dura servidumbre de tu padre, y del yugo pesado que puso sobre nosotros, y te serviremos. Y él les dijo: Idos, y de aquí a tres días volved a mí. Y el pueblo se fue.” (1R 12:4,5). Roboam se da cuenta de que necesita un poco de tiempo para pensar bien lo que iba a contestarles. Sabiamente al inicio, él pide consejo a los ancianos que aconsejaban a su padre: “Y ellos le hablaron diciendo: Si tú fueres hoy siervo de este pueblo y lo sirvieres, y respondiéndoles buenas palabras les hablares, ellos te servirán para siempre.”
¡Qué sabio el consejo que le dieron los ancianos! Es válido para todos los tiempos. Jesús dijo algo semejante en términos comparables: “El que quiera ser mayor sea vuestro servidor.” (Mt 23:11). Pero a Roboam no le gustó el consejo prudente de los ancianos. No cuadraba seguramente con su naturaleza arrogante, “y pidió consejo a los jóvenes que se habían criado con él y que estaban delante de él.” Esto es, buscó el consejo de los jóvenes que eran sus compañeros de diversión, entre los cuales seguramente habría algunos parientes. A esos jóvenes (¡dechados de sabiduría!) fue a pedir que le aconsejaran sobre cómo responder a las demandas justas de sus súbditos (v. 8,9). Pero estos jóvenes, seguramente engreídos y arrogantes como él, acostumbrados a vivir en palacio y a dar órdenes, inconcientes de lo que estaba en juego, le dieron el peor de los consejos, justamente lo contrario de lo que los ancianos de su padre le habían recomendado responder, instándole a que les contestara así: “…mi padre os cargó de pesado yugo, mas yo añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, mas yo os castigaré con escorpiones.” (v. 11). Y que aun les dijera: “el menor de mis dedos es más grueso que los lomos de mi padre.” (v. 10).
Cuando al tercer día, el pueblo, con Joroboam a la cabeza, vino a escuchar la respuesta del rey, éste les contestó exactamente como le habían aconsejado sus sabios amigos. ¿Cómo reaccionó el pueblo al escuchar la respuesta dura e insultante del rey? Con indignación y rechazo, como es natural: “¿Qué parte tenemos nosotros con David? No tenemos heredad en el hijo de Isaí. ¡Israel, a tus tiendas! ¡Provee ahora en tu casa, David! Entonces Israel se fue a sus tiendas.” (v. 16) (2)
Para entender esta respuesta hay que recordar que ya desde antiguo había cierta rivalidad entre Judá y los descendientes de José. Cuando muerto Saúl David fue coronado rey de Judá en Hebrón, hubo guerra entre David y la casa de Saúl (2S, 2:8ss). Tuvieron que pasar siete años de luchas fraticidas antes de que las tribus del Norte se animaran a reconocerlo también como rey. (2Sm 5:1-5).
Notemos de paso que el libro comenta lo siguiente sobre la forma arrogante y necia como Roboam respondió a los que habían venido dispuestos a ser súbditos: “Y no oyó el rey al pueblo; porque era designio de Jehová para confirmar la palabra que Jehová había hablado por medio de Ahías silonita a Jeroboam hijo de Nabat.”
Es muy interesante constatar cómo en el caso del dilema que enfrentó Roboam, lo que va a producir la escisión del reino y a casi provocar una guerra civil, es una cuestión de impuestos y cargas tributarias muy pesadas. ¡Cuántas rebeliones y revoluciones ha habido en la historia de los pueblos a causa de los impuestos!
Cuando Roboam se dio cuenta de lo que pasaba quiso reaccionar enviándoles a Adoram, administrador de los tributos (¡el más inadecuado de los embajadores en este caso!) “pero lo apedreó todo Israel, y murió. Entonces el rey Roboam se apresuró a subirse en un carro y huir a Jerusalén.” En eso terminó la arrogancia y valentía de Roboam, en una huída cobarde. ¡Ah, Roboam, qué neciamente te has comportado!
Entonces sucedió lo inevitable. Las tribus del Norte, que necesitaban contar con un líder que las condujera, escogieron a Jeroboam para que fuera su rey. (v. 20).
Pero Roboam no estaba dispuesto a darse vencido. Reunió un ejército de 180,000 guerreros escogidos para hacer la guerra a la casa de Israel y someterlos. Cuando estaba a punto a partir Dios suscitó a un profeta, Semaías, para que le hablara a Roboam, y a los príncipes de Judá y a todo el pueblo reunido, estas palabras: “Así ha dicho Jehová: No vayáis, ni peleéis contra vuestros hermanos los hijos de Israel; volveos cada uno a su casa, porque esto lo he hecho yo. Y ellos oyeron la palabra de Dios, y volvieron y se fueron, conforme a la palabra de Jehová.” (v. 24)
Dios utiliza nuestros errores y defectos para llevar a cabo sus propósitos cuando desea castigarnos o despertar nuestro espíritu a la realidad. Él abandona a Roboam a las veleidades de su mente frívola, por causa de la cual perdió en Siquem la oportunidad única de heredar todo el reino que su padre y abuelo habían poseído. Si Dios hubiera querido tener compasión de él en esta ocurrencia, lo hubiera hecho recapacitar para que llegara a un acuerdo con los descontentos. Pero Dios sabía a dónde lo llevaría su espíritu contumaz e irreflexivo y lo tenía todo previsto. En verdad Roboam cosechó lo que él mismo había sembrado.

Nota 1. Antes de que se construyera el templo de Jerusalén el pueblo de Israel ofrecía sacrificios en los lugares altos, como también hacían los paganos a sus dioses.
2. Los israelitas ya no vivían en tiendas de campaña sino en ciudades y pueblos. Pero la mención de las tiendas en las que habían habitado los patriarcas y sus antepasados hasta la conquista de la tierra prometida, era una referencia a su pasado heroico del que ellos estaban orgullosos, y les servía como grito de rebeldía (2Sm 20:1).
NB. El núcleo de este artículo fue escrito en noviembre de 1990, pero nunca fue publicado. Lo he revisado y ampliado para esta ocasión.

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