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miércoles, 19 de julio de 2017

EL JUICIO DE LAS NACIONES II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL JUICIO DE LAS NACIONES II
Un Comentario en dos partes de Mateo 25:31-46
En esta escena grandiosa al final de los tiempos hemos visto que Jesús reivindica para sí el papel de Juez Supremo. Él se propone a sí mismo a todos los hombres como el factor clave de su destino eterno: Ellos se salvarán, o se condenarán, según cuál haya sido su actitud frente a Él. Si habiendo creído en Él, y habiéndose arrepentido, (lo cual está implícito) le amaron y le socorrieron en la persona del prójimo, se salvarán; si no lo hicieron, sino que despreciaron y maltrataron a su prójimo, se condenarán.
En este contexto el valor moral de la persona y su dicha eterna dependen del amor demostrado en el servicio al prójimo en el cual Él vive: “Todo lo que hicisteis al menor de mis hermanos, a mí lo hicisteis”, acaba Él de decir (Mt 25:40). Esta palabra será para todos, justos compasivos e impíos inmisericordes, una revelación inesperada: el Hijo del Hombre resume en sí mismo a la humanidad entera, y el factor clave es el amor. Amar al prójimo, incluso al enemigo (Mt 5:44), es amarlo a Él, porque Él está en unos y otros. El amor a Dios y el amor al prójimo están estrechamente ligados, y no es posible amar al primero si no se ama al segundo, como lo dijo bien claro el apóstol Juan en un pasaje que ya hemos citado en el artículo anterior: “El que no ama a su prójimo a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?” (1Jn 4:20).
41. “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego
eterno preparado para el diablo y sus ángeles.”
¡Qué terrible será escuchar esas palabras dirigidas a uno, dichas por el que es el Juez Supremo, el Rey de la creación, Aquel de quién cuando estábamos en la tierra nos burlábamos, de cuyo nombre y de cuya figura histórica hicimos mofa! Nos reíamos no sólo de Él, sino también de los que hablaban de Él, y de quienes lo representaban. Y he aquí que ahora Él pronuncia sobre nosotros una sentencia inapelable.
La historia de su vida fue para muchos un botín del que se apoderaron para inventar ficciones que lo deshonraban y caricaturizaban. Despreciaron su nombre, e incluso negaron que hubiera existido, colocando la historia de su vida en el grupo de las fábulas piadosas, hechas para engañar a la gente ingenua.
O si llegaron a reconocer que sí existió, afirmaron que fue un maestro de sabiduría como los ha habido varios ilustres en la historia, que merecen todo nuestro respeto, pero negaron en absoluto que fuera Dios hecho hombre, porque Dios no existe. ¿No merecerán los hombres que así actuaron, y engañaron a tantos, que se les diga: Apartaos de mí malditos?
Terribles palabras, en verdad, porque en ese momento, cuando se le contemple en toda su majestad y belleza, estarán llenos de asombro e irresistiblemente atraídos por ese ser maravilloso que encarna todo lo que el hombre admira, ama y desea, y junto a quien desearían estar para siempre.
Pero en ese momento Él los rechazará, porque lo rechazaron cuando estaban en vida, y hasta lo odiaron, porque su enseñanza removía su conciencia. Ahora será tarde para dar marcha atrás y rectificar el error cometido.
Todos los que le negaron en vida, tendrán que reconocer su soberanía ahora a la fuerza, pero será ya tarde. A esos desdichados se les dirá: “Id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles.” Se trata de un fuego que quema el cuerpo y el alma, y que arde eternamente, pero sin consumir.
Notemos que el infierno a donde los impíos son enviados, no fue preparado para los seres humanos, sino para el diablo y sus ángeles. La voluntad de Dios es que “todos los hombres sean salvos  y vengan al conocimiento de la verdad” (1Tm 2:4), y a todos se les dio oportunidad de seguir el camino que conduce a la vida, pero muchísimos escogieron neciamente seguir el camino que lleva a la muerte eterna, que es la privación de Dios por toda la eternidad. ¿Por qué lo hicieron? Porque no reconocieron ni supieron apreciar lo que era para su bien. Porque tenían la mente extraviada, atrapada por el espejismo de las apariencias, y por la vanagloria de la vida (1Jn 2:16). No hay sufrimiento que se compare a la privación de Dios, ni fuego ardiente que se le iguale. A ese tormento se añadirá la compañía atroz y eterna de los malos, del demonio y sus ángeles, llenos de odio, el recuerdo atormentador de todas las oportunidades que no supieron aprovechar para seguir el camino de la salvación, y la certidumbre de que su tormento no tendrá fin. ¡Qué horror tendrán entonces de la decisión equivocada que tomaron en su momento, y de las consecuencias irreversibles que ahora tienen que afrontar! (Nota 1)
42,43. “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no  me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis.”
Es como si Jesús le dijera a cada uno: Tuve hambre, sí, de que creyeras en mí; de que reconocieras lo que yo hice por ti al morir en la cruz. Tuve sed, sí, de tu amor, de tu agradecimiento, de tu amistad.
Fui como un extraño en tu mundo. No tenías en cuenta mis enseñanzas para nada. Pisoteabas mis consejos y mi doctrina como si fueran de un charlatán y yo no hubiera enseñado la doctrina más sublime, aquella única que es capaz de cambiar el corazón del hombre y hacer de él una nueva criatura.
Fui perseguido en las calles de tu ciudad, se negaba a los míos el derecho de rendirme culto, y hasta de pronunciar mi nombre. Me expulsaron de tus calles y plazas, burlándose de los que creían en mí, y se les asesinaba por confesarlo.
44,45. “Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis.”
Puesto que vivíamos a espaldas de las realidades espirituales, ignorantes e inconscientes de la presencia de Dios en todas sus criaturas, no te vimos hambriento, ni desnudo, ni enfermo, ni encarcelado, cuando uno de nuestros hermanos estuvo hambriento, sediento, desnudo, enfermo o perseguido, y no hicimos nada por aliviar su condición y su dolor, ni por ayudarlo, por asistirlo, por consolarlo. Nuestro corazón estaba cerrado a las necesidades de nuestro prójimo, porque vivíamos encerrados egoístamente en nuestro mundo personal, en nosotros mismos y en nuestros intereses.
Tú estabas en cada uno de esos seres miserables y despreciados, y no te reconocimos porque olvidamos que todos tenemos un mismo Padre, y que, más allá de las diferentes circunstancias de la vida, todos somos obra de tus manos, todos recibimos el mismo aliento de vida que viene de ti; que de ti salimos y que a ti con todo el ansia de nuestras almas queremos volver.
¡Y qué terrible será cuando desesperadamente deseemos regresar a ti, fuente de nuestra vida y de nuestra felicidad, como a nuestra verdadera patria, y tú nos rechaces porque cuando la tuvimos rechazamos la oportunidad de demostrarte nuestro amor!
¡Oh sí, amigo lector, no es a ese pobre a quien tú rechazas e ignoras, y quizá tratas mal, sino es a tu Creador y al suyo.
46. “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.”
Éstas ya no son palabras del Rey y Juez Supremo, sino son las palabras con las que el evangelista concluye su relato, describiendo el destino que espera a los dos grupos. Los de la izquierda van al castigo eterno, para ser “atormentados día y noche por los siglos de los siglos” (Ap 20:10); los justos, que están a la derecha, van al lugar donde gozarán de la presencia de Dios por toda la eternidad, y en la compañía de todos los ángeles y de todos los santos, esto es, de los que por su gracia son salvos.
¿En qué proporción se encontrarán los dos grupos? ¿Cuál será el más numeroso? ¿El de los salvados, o el de los condenados? No tenemos idea ni manera de saberlo. Pero lo que realmente importa es que nosotros estemos en el grupo de los salvados.
Sin embargo, sí nos interesaría saber cuál es, o será, el destino eterno de los nuestros, de nuestros familiares y amigos cercanos, de los que conocimos en la tierra. ¡Oh, cómo nos gustaría encontrarnos con ellos en el cielo gozando de la misma dicha! ¡Y cuánto nos puede pesar no ver ahí a algunos de los que más amamos! Quizá entonces nos reprocharemos: ¿Por qué no hicimos más esfuerzos para lograr que se conviertan a Dios?
¿Qué significado, qué importancia tendrá entonces para unos y otros la palabra “eterna”? ¿Qué implica esa palabra desde la perspectiva de la misericordia y de la justicia de Dios?
En los primeros siglos de la iglesia se discutió mucho acerca del significado de esa palabra en este pasaje, y en otros que hablan de la salvación o condenación. ¿Se trata de un período muy dilatado de tiempo, pero con un límite fijado por Dios, al término del cual Dios restaurará todas las cosas, como algunos, en especial los origenistas, han sostenido? ¿O se trata, más bien, de una eternidad en sentido estricto, en la que ya no existe el tiempo, y por tanto, no existe límite alguno en duración? Esto es lo que la iglesia siempre ha afirmado, condenando a los defensores de la primera tesis como una herejía. Sin embargo, hay algunos grupos que siguen sosteniendo esa posibilidad, en especial, los universalistas, que creen que al final todos se salvan.
Quizá valga la pena explorar cuáles eran las ideas que prevalecían entre los judíos en tiempos de Jesús, pues a ellos les hablaba Él en primer lugar (2).
Poco tiempo antes de que naciera Jesús enseñaron en Israel dos maestros cuya doctrina influyó decididamente en el pensamiento teológico de los judíos del primer siglo de nuestra era: Hillel y Shamaí. Las ideas más liberales del primero influyeron poderosamente en la doctrina del judaísmo rabínico que surgió después de la catástrofe del año 70. Las ideas del segundo, más estrictas, al menos en lo que se refiere al tema del divorcio, no subsistieron a los cambios revolucionarios que se produjeron en la sociedad judía al final del siglo.
No obstante, ambos enseñaron en principio la eternidad sin fin de la salvación y de la condenación, aunque Hillel limita el número de los condenados por toda la eternidad, pues enseña que el mayor número de los pecadores, tanto gentiles como judíos, después de ser atormentados durante doce meses, son aniquilados y las cenizas de sus cuerpos y almas son dispersadas a los pies de los justos. Pero exceptúa de su número a un grupo de mayores transgresores que descienden a la gehena (3) para ser atormentados por los siglos de los siglos.
La escuela de Shamaí enseñaba que después de la resurrección que menciona Daniel 12:2, la humanidad será dividida en tres clases. La primera, la de los perfectamente justos, serán inscritos y sellados para la vida eterna; la segunda, la de los perfectamente impíos, que inmediatamente después de muertos serán inscritos y sellados para la gehena, esto es, el infierno; y una tercera clase intermedia, formada por los que irán al gehinom y que después de ser atormentados durante un tiempo, regresarán para ir al cielo, pero sin haber sido inscritos ni sellados al morir.
Notas: 1. Comentando este versículo Hipólito, mártir, pone en boca de Cristo las siguientes palabras: “Fui yo quien te formé, pero tú te adheriste a otro. Yo creé la tierra, el mar y todas las cosas que hay en ellas por tu causa, pero tú las has usado para deshonrarme…Yo formé tus oídos para que oyeras las Escrituras, pero los has usado para oír canciones del diablo y de cortesanas. Te di ojos para que vieras la luz de mis mandamientos y los siguieras, pero tú los has usado para el adulterio y la inmodestia. Ordené tu boca para que alabaras y glorificaras a Dios y para cantar salmos e himnos espirituales…pero tú la has usado para proferir perjurios y blasfemias, y para difamar a tu prójimo. Hice tus manos para que las levantaras en oración y súplica, pero tú las has estirado para robar, matar y destruir.”
2. Véase el apéndice 19 en Alfred Edersheim, “The Life and Times of Jesus the Messiah”.
3. La palabra gehena, que Jesús usa varias veces (Mt 5:29,30; 10:28; 23:33; Lc 12:5, etc.), deriva de gehinom, “valle de los hijos de Hinom”, (Js 15:8; 18:16), situado al sur de las murallas de Jerusalén, que era usado para quemar los cadáveres de criminales y animales, y la basura, por lo que se le asoció al infierno. El impío rey Acaz hizo pasar por el fuego a su hijo en ese valle maldito (2Cro 28:3), algo que estaba prohibido por Lv 18:21. Manasés hizo lo mismo (2Cr 33:6). El piadoso rey Josías profanó Tofet, santuario en donde se ofrecían esos repugnantes sacrificios a Moloc (práctica muy extendida en el mundo antiguo)  situado en Gehinom, para que ninguno pueda pasar a su hijo por fuego (2R 23:10). Jeremías dijo que ese valle se llamaría “valle de la matanza” (Jr 7:30-34; 19:6; 32:35).
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a adquirir esa seguridad reconciliándote con Dios, pues no hay seguridad en la tierra que se le compare y que valga tanto. Para ello yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y extravíos. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

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jueves, 1 de diciembre de 2016

LA PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA PARÁBOLA DE LAS DIEZ VÍRGENES II
Un Comentario de Mateo 25:1-13
A las citas de tres comentaristas famosos, presentadas en el artículo anterior sobre la Parábola de las Diez Vírgenes- quisiera añadir a continuación, por considerarlas de mucho interés, las observaciones de otros comentaristas pasados y recientes.


Matthew Henry (“Commentary on St. Matthew”): La palabra “entonces” liga la parábola a lo que se ha estado hablando en el capítulo precedente, esto es, a la segunda venida de Jesús. Las vírgenes son las damas de honor que acompañan a la novia. Son miembros de la iglesia, que es la novia.
En la iglesia hay cristianos sinceros y cristianos hipócritas. La virtud es sabiduría, el pecado es necedad,  locura. Los más necios son los que son “sabios en su propia opinión.” (Pr 3:7).
Al hablar de cinco vírgenes prudentes y cinco necias Jesús está expresando el deseo de que el número de los verdaderos creyentes sea por lo menos igual al de los falsos. Pero la parábola de la puerta estrecha nos hace pensar que son muchos más los que prefieren pasar cómodamente por la puerta amplia que lleva a la perdición (Mt 7:13,14).
El Eclesiastés dice que “la sabiduría supera a la necedad como la luz a las tinieblas.” (2:13)
Jesús es el novio que se ha comprometido con la novia en fidelidad (Os 2:19,20), y que ahora viene a casarse con ella. “Vírgenes irán en pos de ella” cuando ella sea presentada al rey, su esposo (Sal 45:14).
Nótese que por su pureza y belleza los creyentes son llamados “vírgenes” en Apocalipsis 14:4, que han sido desposados con Cristo (“pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo” dice 2Cor 11:2). El oficio de las vírgenes, es decir, de los creyentes, es ir al encuentro del esposo y servirlo (Jn 12:26), enalteciendo su nombre. Ellos viven expectantes de su segunda venida. Nosotros, en efecto, vivimos a la espera de su retorno glorioso. La expectativa de su segunda venida en gloria es el centro de nuestra vida cristiana. Por eso es que queremos tener nuestras lámparas encendidas por la vida que llevamos, para poder honrarlo como se merece cuando Él venga.
Los cristianos somos prudentes o necios, según sea nuestra actitud en lo que respecta a nuestras almas. Vivir para Dios es sabiduría; vivir dándole la espalda y en pecado, es necedad, locura.
En el tabernáculo de reunión en el desierto había un candelero cuyas lámparas debían estar siempre encendidas, por lo que debían estar siempre provistas de aceite (cf Ex 35:14). De manera semejante nuestras lámparas deben brillar delante de los hombres por la luz que emiten nuestras buenas obras (Mt 5:16). Para ello debe haber en nuestro corazón una provisión abundante de fe que se mantenga viva pese a todos los obstáculos que enfrentemos.
El Señor tarda en venir porque muchos propósitos suyos, que nosotros ignoramos, deben ser cumplidos. Nosotros en nuestra impaciencia quisiéramos verlo venir ya en las nubes, tal como está prometido (Hch 1:11; Mt 24:30; Mr 13:26; 14:62; Lc 21:27; Ap 1:7). Pero Él tiene motivos para demorar: La plenitud de los elegidos debe haber entrado (Rm 11:25), la paciencia de Dios debe ser manifestada (Rm 9:22), la paciencia de los santos debe ser probada (Hb 6:12), los campos de la tierra deben estar listos para la siega (Jn 4:35b). Aunque el Señor tarde más allá de nuestro tiempo no tardará más de lo debido, sino lo justo necesario.
Mientras aguardamos su retorno, muchos de nosotros cabecean y se duermen; dejan de estar preparados para recibirlo, dejan que su primer amor se enfríe (Ap 2:4). Si para los tres discípulos de Jesús fue difícil velar durante una hora (Mt 26:40,43), cuánto más difícil puede ser para nosotros, los cristianos, velar durante siglos.
Pero aunque Cristo se demore, su retorno es seguro. Él vendrá a medianoche, cuando menos se le espera, y tomará a muchos por sorpresa. De igual manera la muerte sorprende a muchos cuando menos preparados están, a veces cuando menos se la desea,  y más se quisiera seguir viviendo (Lc 12:19,20). Pero el día de nuestra muerte ha sido fijado por Dios y debemos estar preparados para ese día.
Cuando Él venga a buscarnos tendremos que dejar nuestro cuerpo, este mundo, y todas nuestras cosas, para ir a recibirlo. No podremos llevar nada de lo que poseemos, salvo nuestras buenas obras, como se dice en Apocalipsis: “Sus buenas obras les siguen…” (Ap 14:13).
Cuando Él venga “todo ojo le verá” (Ap 1:7). Ojalá entonces seamos hallados en paz con Él, irreprensibles y sin mancha (2P 3:14), ocupados en las cosas de nuestro Señor (Mt 24:46).
Cuando se anuncia la llegada del esposo, las vírgenes necias se dan cuenta de que sus lámparas se apagan (Jb 21:17; 18:5,6; 8:13,14), esto es, de que no están listas para presentarse a juicio, porque han descuidado su vida cristiana, han vivido para el mundo y coqueteado con el pecado. Comenzaron en el espíritu y terminaron en la carne (Gal 3:3).
Cuando venga el Señor los que están preparados serán admitidos al banquete y la puerta se cerrará tras ellos. Mientras llega, la puerta es estrecha, pero está abierta. Una vez cerrada, nadie más podrá entrar, como cuando Dios cerró la puerta del arca que Noé había construido (Gn 7:16).
Cuando vinieron las vírgenes necias, a pesar de que Jesús había dicho: “Llamad y se os abrirá” (Mt 7:7), en esta oportunidad  fueron solemnemente rechazadas: “De cierto os digo que no os conozco.” (Mt 25:12).
Por eso se dice en otra parte: “Buscad al Señor mientras pueda ser hallado.” (Is 55:6), porque habrá tiempo en que no se le podrá encontrar: “Me buscaréis y no me hallaréis.” (Jn 7:36).
Alfred Edersheim (“The Life and Times of Jesus the Messiah”): En 1Mac 9:37-39 se describe una procesión nupcial en la que conducen a la novia y al novio con sus hermanos, y sus amigos se unen a ellos.
El novio ha ido a la casa de la novia para celebrar la ceremonia de la boda. Enseguida, según la costumbre judía, el novio con su comitiva sale de la casa de la novia para conducirla a su propia casa, o a la de sus padres, para celebrar el banquete de bodas.
Según el Shuljan Aruj, código de normas y leyes compilado por el judío sefardita Josef Caro, en el siglo XVI, era costumbre que en la procesión nupcial se llevaran diez lámparas en el extremo de un palo. Diez  personas hacen el mínimo requerido para realizar cualquier tipo de ceremonia. Cada virgen es responsable de su lámpara.
El novio viene de lejos (su morada celestial), en la noche (al final de los tiempos), pero no sabemos en qué día ni a qué hora.
Sólo cinco vírgenes traen aceite suficiente para que sus lámparas permanezcan encendidas hasta el final. (Palabras de Jesús: “Brille así vuestra luz…” Mt 5:16)
Las vírgenes necias no traen aceite suficiente por descuido. Es decir, descuidan su vida cristiana, lo que incluye una conducta recta y santidad de vida. Por tanto, su luz se apaga.
El tiempo de espera fue más largo de lo pensado y las vírgenes se durmieron. El novio viene de improviso.
M.J. Lagrange (“Evangile selon Saint Matthieu”): Parecería como si las palabras de Jesús: “No pasará esta generación hasta que todo esto acontezca” (Mt 24:34) se refirieran no a su segunda venida para juicio de la humanidad, sino a la destrucción del templo, que ocurrió, en efecto, en el lapso de una generación. Sin embargo, el texto en Mateo y Marcos es muy claro. Jesús está hablando del fin de los tiempos. La parábola de las diez vírgenes tiene el propósito de advertir que su segunda venida puede tardar.
Vers. 6: Los que gritan a medianoche que ya viene el novio son posiblemente jóvenes a los que se había encargado que avisaran cuando llegara el novio.
Las palabras “salid a recibirle” indican que las vírgenes no dormían al descampado, sino en un recinto junto a la casa del novio.
Ferdinand Prat (“Jésus Christ, Sa Vie, Sa Doctrine, Son Oeuvre”): El alma cristiana debe estar siempre lista para recibir al divino esposo, cualquiera que sea la hora en que se presente, porque en ese momento se decide nuestro destino eterno. O sea, debemos vivir siempre como si hoy fuera nuestro último día,
La demora del esposo significa que la parusía no es tan cercana como los primeros cristianos esperaban. El que las vírgenes se duerman sólo sirve para acentuar el retardo de la parusía.
Se piensa que el aceite es la gracia santificante que nos abre la puerta del cielo. Pero las vírgenes necias tenían aceite al comienzo, y pudieron comprarlo al final, y no les sirvió de nada.
El esposo va a la casa de la novia para la ceremonia y luego se la lleva a su casa (o a la de sus padres) para el banquete de bodas. No se menciona a la novia porque no es necesario, ella está sobrentendida, aunque algunos manuscritos sí la mencionan.
The Interpreter’s Bible. Las bodas eran una de las fiestas mayores y de más alegría en las aldeas de Israel, como lo siguen siendo en nuestros días en todas partes. Los novios y los invitados solían estar dispensados de algunas obligaciones religiosas, como la de dormir bajo enramadas durante la semana de la fiesta de los Tabernáculos, por ejemplo (Lv 23:42,43).
Jesús compara con frecuencia la alegría que prevalece en la fiesta de bodas con la felicidad de que gozaremos en el reino de Dios. De paso, las fiestas de bodas duraban una semana en el caso del matrimonio de vírgenes, y tres días en el caso de las viudas.
El aceite representa la fe en Cristo, nutrida por la oración, y confirmada por la obediencia a su palabra.  Todas las vírgenes eran cristianas… en apariencia, pero en algunas la fe era nominal; en otras, estaba viva y alerta.
La respuesta al llamado de Cristo es individual. La confianza en Dios de las vírgenes prudentes (de los verdaderos creyentes) se renueva y fortalece constantemente y no se extingue.
¿Qué representan las lámparas sin aceite? Religiosidad sin rectitud, moralidad sin devoción y piedad, entusiasmo sin perseverancia.
Cristo viene a mediana noche, en la hora más oscura, cuando  menos se le espera, cuando el cansancio es mayor, y nuestras fuerzas están más agotadas. Pero esas medianoches de la vida no son para perdición, sino son la hora cuando el cielo viene en nuestro auxilio, si nuestra fe no ha claudicado.
Cuando el grito resuena a medianoche el cortejo se mueve hacia la casa del banquete, pero aquellos cuyas lámparas se han apagado quedan afuera en la oscuridad.
The New Interpreter’s Bible. El esposo representa a Jesucristo, como es evidente por el uso de esta imagen en otros pasajes (Mt 9:15; 22:1-3).
En el Antiguo Testamento Dios es el esposo, Israel es la novia (Os 2:16-20; Is 54:5-8; 62:5; Jr 3:14). Esa tradición continúa en el Nuevo Testamento con Jesús como el esposo, y la iglesia como la novia (2Cor 11:2; Ef 5:25-32; Ap 19:7; 21:2,9). Pero en esta parábola la novia no aparece porque no es necesario. Está sobrentendida.
La llegada del novio es la parusía (1Ts 4:16,17), la llegada del reino de Dios que esperamos (Mt 6:10).
El aceite es la gracia que nos hace obedecer al gran mandamiento del amor misericordioso (Mt 25:31-46).
Si esas obras no se hicieron en vida, cuando aparezca el Señor será muy tarde para hacerlas. Este es el tiempo de prueba en que se decide nuestro destino eterno.
Las vírgenes representan a la iglesia cuya composición es mixta: trigo y cizaña que deben ser separados al final (Mt 13:36-43).
Al final Jesús le dice a las vírgenes necias que claman: “¡Señor, Señor, hicimos tales y tales cosas en tu nombre!”, “No os conozco”, tal como les dirá a todos los que no hicieron la voluntad de su Padre. Esto quiere decir, en suma, que los actos visibles extraordinarios, que son manifestación del poder del Espíritu Santo, no contarán para nada si no se ha hecho la voluntad de Dios (Mt 7:21).
Ésta consiste en llevar a la práctica el amor al prójimo, y en hacerlo todo por amor. Así como Jesús vino a la tierra por amor, es el amor lo que da valor a lo que hacemos, no las acciones en sí mismas (1Cor 13:3).
Notemos que por las apariencias nadie podría distinguir entre las vírgenes necias y las prudentes. Todas, podemos suponer, estaban vestidas de gala, como para la ocasión; todas tenían sus lámparas encendidas. Lo que las distinguía no era algo visible, sino algo interno. Algo que se revela con el tiempo: estar preparadas internamente, vivir en gracia, o no estarlo.
Cornelius a Lapide (“The Holy Gospel According to Saint Matthew”):
Vers 4: Todas las vírgenes son creyentes. Las prudentes tienen fe con obras; las necias tienen fe, pero sin buenas obras. Por eso sus lámparas se apagan, porque “la fe sin obras está muerta” (St 2:26).
Vers. 6. Cristo viene a juzgar cuando todas están durmiendo, en sentido figurado. Que el Señor venga a media noche quiere decir que viene cuando menos se le espera, como ocurrió en tiempos de Noé.
Es entonces cuando sonará la trompeta y la voz del arcángel, y se producirá la resurrección general. (1Ts 4:16,17).
Vers. 8. El tiempo para hacer méritos es antes de morir. Una vez muertos, las cuentas se cierran.
Vers. 13. Dios te ha prometido que el día en que te arrepientas Él perdonará todos tus pecados, pero no te ha prometido que si no lo haces ahora, es decir, hoy, tendrás otro día para hacerlo. Hoy es el día de tu salvación, no mañana.
San Juan Crisóstomo (“Homilías sobre San Mateo”): La parábola de las diez vírgenes y la de los talentos se parecen a la parábola anterior que trata del siervo fiel (Mt 24:45-51).
Él llama aceite a la misericordia y a la limosna, es decir, a las buenas obras. El sueño que las sorprende en la espera es la muerte.
Unas vírgenes son necias porque se dedican a hacer dinero, y se van desnudas al otro mundo sin obras de caridad, sin haber acumulado en el cielo un tesoro incorruptible que les hubiera podido ayudar (Mt 6:19-21). Pero las buenas obras ajenas no les sirven de nada, porque son intransferibles.
¿Quiénes son los que venden aceite? Los pobres que están en esta tierra. Pero venido el esposo para juicio, ya no se puede regresar a la tierra. Ya es tarde para comprar aceite.
Los pobres nos son útiles para ejercer la caridad. Este es el tiempo de hacer buenas obras. No malgastemos pues nuestro dinero en divertirnos, sino gastémoslo en hacer caridad.
De nada sirve en la muerte ser compasivo, querer ser caritativos. Ya el tiempo pasó, en el  más allá no hay pobres que vendan aceite. Este es el tiempo en que se decide nuestro destino eterno.
P.R. Bernard (“Le Mistère de Jésus”): La parábola invita a todos los cristianos a reavivar constantemente la llama de su amor por Dios, a no dejar que su piedad se adormezca, y que caiga en la tibieza, a que la rutina no se apodere de su vida.
Invita además a todos sus discípulos a no perder la fe en su regreso debido a la demora tan larga. Él vendrá de todas maneras y cuando menos se le espera.
Las vírgenes prudentes no se niegan a compartir su aceite porque sean egoístas, sino precisamente porque son prudentes. No vaya a ser que su aceite no alcance para todas.
Todo esfuerzo es inútil si no se está listo en el momento preciso. Entonces, como no se sabe cuándo llegará ese momento, hay que estar listo en todo momento.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 8:36).
Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se la compare, y que sea tan necesaria, porque de ella depende nuestro destino eterno. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados de todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento de todos mis pecados y de todo el mal que he hecho hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego. Lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

#926 (15.05.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).