viernes, 28 de enero de 2011

ANOTACIONES AL MARGEN XXVII

Por José Belaunde
* Buena y Mala Educación
Cuando se dice de alguien que es “mal educado” lo que se está diciendo es que ha sido educado mal por las personas que tuvieron a su cargo su educación, esto es, en la mayoría de los casos, sus padres. Por eso puede afirmarse, aunque pueda ser cruel decirlo, “muéstrame cómo te comportas y yo te diré en qué ambiente has crecido.”

La persona mal educada, antes que nada, da mal testimonio de sus padres, o de quien quiera que lo crió, porque son ellos los que debieron enseñarle las buenas maneras, lo que suele llamarse “la buena educación”.

¿Tiene alguna importancia la buena educación? Hay personas que dicen que eso ya no tiene importancia, que esas son antiguallas pasadas de moda; que lo que importa es la franqueza y la libertad en el trato. Ignoran que la buena educación es una manifestación del amor al prójimo. Más aun, es una forma concreta de llevar a la práctica el precepto de Jesús: “Trata a los demás como tú deseas ser tratado.” (Mt 7:12) La buena educación es pues un asunto eminentemente cristiano.

De otro lado, la buena educación abre muchas puertas y crea un ambiente favorable para el diálogo y el entendimiento. La mala educación suele generar, en cambio, roces y rechazo. De manera que si quieres ser bien recibido, esfuérzate por adquirir buenas maneras, si no te las enseñaron de chico.

Finalmente, vale la pena notar que las buenas y las malas maneras se encuentran en todos los ambientes sociales, y no es algo que dependa necesariamente del dinero o de la posición social.

* Jesús e Israel
El Evangelio de Mateo dice que José se llevó a Egipto al niño y a su madre “y estuvo allá hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliese la palabra del Señor por medio del profeta, cuando dijo: ‘De Egipto llamé a mi hijo,’” citando al profeta Oseas (11:1). Las palabras de este profeta son a la vez un comentario sobre el pasado de Israel, a quien Dios llama su hijo, y una profecía sobre el futuro de su unigénito Hijo.

La vida de Jesús recapitula la vida del pueblo elegido: Como Israel entró y salió de Egipto, Jesús entró y salió de esa tierra. Como el faraón trató de matar a los hijos varones de Israel recién nacidos, Herodes trató de matar a Jesús, recién nacido. Los israelitas fueron bautizados en las aguas del Mar Rojo (1Cor 10:2); Él lo fue en las aguas del río Jordán. Ellos vagaron 40 años en el desierto, ayunando de carne; Jesús pasó 40 días en el yermo, ayunando y orando.

Pero Jesús corrigió lo que el pueblo de Israel hizo mal: Israel fue tentado al pie del Sinaí para adorar a un becerro de oro, y lo hizo; Jesús fue tentado a adorar a Lucifer, pero rechazó la tentación.

* El mérito de hacer el bien (es decir, el valor que tiene a los ojos de Dios) depende en gran medida de lo que nos cuesta hacerlo. Si me es agradable subir al púlpito a predicar, esa acción es, sin duda, menos valiosa a los ojos de Dios que ir a ocuparme de enfermos cuyo contacto me es desagradable. Nuestro verdadero llamado puede estar en actividades que nos son odiosas. En el caso de la viuda, su pequeña ofrenda valió más a los ojos de Dios que la cuantiosa de los ricos, porque a ella le costó más hacerla (Lc 21:1-4).

* Bienaventurados somos cuando somos tentados, porque si resistimos la prueba, será grande nuestra recompensa (St 1:12). Si el diablo te tienta es porque tu alma es un botín precioso para él. Si no te tentara sería señal de que no necesita hacerlo, porque tú, de por sí, te inclinas al pecado sin necesidad de su ayuda.

* Tus inclinaciones son tus vasallos. Si no las dominas, ellas te dominarán, y serás un triste espectáculo y el hazme reír de la gente. Pero todos solemos tener un vasallo que es más rebelde que los otros. A ése hay que vigilarlo y sujetarlo para que no se remueva, y no incite a los otros vasallos a rebelarse.

* “Es en la resistencia a las tentaciones como probamos nuestro amor a Dios”. ¡Cuán cierto es eso! Porque si cedemos es porque no lo amamos lo suficiente. ¿No se nos cae la cara de vergüenza?

* Dios perdona con más facilidad a los que perdonan al prójimo sus ofensas, pero vuelve sobre el que no perdona el rencor que éste guarda contra el que le ofendió.

* El rencoroso construye para sí mismo una cámara del inferno en vida, en el que so consumen las llamas que enciende su odio.

* Cuando te venga a la mente el recuerdo del que te hizo daño y que aún no perdonas, ora por su conversión.

* Los incrédulos se aferran a los bienes de este mundo que se les escapan de las manos cuando están gozando de ellos. Los cristianos no debemos ser tan necios como ellos. Pongamos nuestra mirada en las cosas de arriba que vamos a poseer eternamente (Col 3:2), y no nos dejemos engañar por el espejismo pasajero de los bienes materiales.

* El tiempo que pasamos en la tierra es un tiempo de prueba. Estamos dando examen, a ver si somos en Cristo dignos del cielo, pero nadie se aferra a la carpeta de madera donde contestó a las preguntas del examen, sino que se levanta apenas termina.

* ”El hombre fue creado para el cielo, pero el diablo rompió la escalera que lo conducía”. Muy cierto, pero Jesús le tendió una soga para que suba. El hombre no se ha ganado la soga, pero tiene que subir a pulso por ella.

* Una de las cosas más tristes que conozco es cuando el hombre hace buenas obras por un mal motivo: que lo vean y admiren, o para sentirse bien consigo mismo; o por mera costumbre, en vez de hacerlas por el único motivo bueno: el amor a Dios.

* ¡Qué gran enseñanza! No hacer caso de elogios ni de injurias, sino seguir nuestro camino, haciendo lo que Dios nos ha puesto delante.

* Es en verdad el orgullo lo que impide al hombre admitir que existe un Dios, es decir, un ser superior de quien depende, y a quien debe dar cuenta de todo lo que haga. En cambio es difícil que un hombre humilde no crea en Dios y lo ame. Su humildad no es un obstáculo como el orgullo, sino al contrario, lo predispone a creer en Dios.

* Cuanto más se conozca un hombre, más humilde será.

* Hay cosas que proporcionan al hombre una gran alegría y un gran gozo, como por ejemplo, el amor conyugal, o la amistad verdadera, o el éxito, o la creación artística, etc. Pero nada puede alegrar más al hombre que gozar de intimidad con Dios, sentir su amor. Todas las demás alegrías son pequeñas comparadas con las que Dios proporciona. En verdad, la unión con Dios es un adelanto del cielo.

* Nos aferramos a las cosas en la medida en que nos ha costado obtenerlas. Eso puede darnos una idea de cuánto le importamos a Jesús, pues le costó su vida salvarnos.

* La gente se aburre en medio de las cosas que deberían entretenerlos, pero nadie se aburre en la compañía de Dios. Sin embargo, la oración rutinaria, el rezo mecánico u obligado, sí que nos aburren y aburren a Dios.

* ”Las mujeres suelen estar más dispuestas a renunciar a su propia voluntad para hacer la de otros.” Por eso con frecuencia aventajan al hombre en los caminos de Dios, porque están más dispuestas a negarse a sí mismas.

* Nadie comprende mejor al santo que el santo: adivina sus motivaciones, sus frustraciones y sus luchas, porque él mismo las ha experimentado. De igual manera podría decirse que el pecador comprende al pecador, pero no siempre es cierto, porque el pecador piensa antes que nada en sí mismo, y el otro no le interesa.

* Necesitamos estar alertas no sólo frente a las tentaciones de la carne, sino también contra los intentos del diablo de perturbar nuestra paz interior.

* Si la conciencia nos acusa, no podemos tener paz.

* Así como hoy es el día de salvación (Sal 118:24 ), hoy es también el día para dar fruto y servir, cualquiera que sea nuestra edad.

* Como la Magdalena frente al sepulcro (Jn 20:14), a veces no nos damos cuenta de que Jesús está a nuestro lado obrando. Él hace que las cosas nos salgan bien, no el jardinero.

* Si confiamos en Dios no nos preocupamos del mañana. Pero si no confiamos en Él, sí necesitamos preocuparnos, porque el mañana es incierto y está plagado de peligros.

* ¿Cómo puede nadie pensar que Dios puede abandonarlo, aun pecando? Por muy indigno que uno sea, la fidelidad de Dios no depende de la nuestra. Nosotros sufrimos las consecuencias de nuestras faltas, pero si nos arrepentimos, Dios no nos abandonará a causa de ellas. El “Condenado por Desconfiado” (Nota) se condenó porque pensó que Dios podía no perdonarlo, como si él pudiera merecer ser salvo, o pudiera ser demasiado indigno para ser perdonado.

* ¡Qué triste es cuando los cristianos ponen su mirada en las cosas que se ven, que son transitorias, y se deleitan en ellas más de lo debido, en lugar de ponerla en las invisibles, que son permanentes! Se portan como Esaú, que vendió su primogenitura por un plato de lentejas, que una vez disfrutado dejó de ser.

* Los valores se exhiben, las virtudes se ocultan. Cuanto más ocultas, más profundas y sinceras, y más agradan a Dios.

* Si pese a tu fidelidad al Señor te vienen grandes tribulaciones que amenazan ahogarte, no te inquietes. Es Jesús quien quiere que te asemejes a Él, que fue “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Is 53:3). Pero también porque quiere prepararte una gran recompensa, a cambio de esa leve tribulación momentánea (2Cor 4:17,18).

* Cuando sintamos que ya no podemos más, que nuestras fuerzas nos abandonan, y nos sentimos tentados a tirar la toalla, recordemos las palabras de Dios a Pablo: “Mi poder se perfecciona en la debilidad.” (2Cor 12:9).

* Si tuviéramos todo el éxito que quisiéramos, y escucháramos la música encantadora de los aplausos, ¿no nos ensoberbeceríamos y estaríamos en peligro de que Dios nos ponga de lado?

* Dios a veces juega a las escondidas con nosotros, para que lo busquemos con más ahínco, y para probarnos que Él nunca está lejos de nosotros.

* A veces nos quejamos de las circunstancias de la vida, porque no son las más favorables para nuestro desarrollo, sino más bien lo contrario, son un gran obstáculo. Cuando pensamos eso criticamos a Dios y nos creemos más sabios que Él, pues no estamos en esa situación de casualidad, sino que fue Él quien nos colocó en ella para nuestro bien, pues sabe mejor que nosotros lo que nos conviene.

Él quiere que nosotros le sirvamos dondequiera que estemos: en el desierto, en el valle, en la montaña, en el sol o bajo la lluvia, en la ciudad o en la selva. Todas las situaciones son propicias para servirlo; todas presentan retos y ventajas que el justo sabe vencer o aprovechar, según sea el caso.

* “Hágase tu voluntad…” puede ser una frase difícil de pronunciar cuando pasamos por pruebas cuyo fin no avizoramos. El temor nos asalta, pero es infundado. A la larga, pasada la prueba, un futuro mejor, aquí o allá, nos espera.

Nota: Famoso drama teológico del escritor español del Siglo XVII, Tirso de Molina.
#659 (02.01.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

miércoles, 19 de enero de 2011

MÁXIMAS Y AFORISMOS

Por José Belaunde M.
El arte de componer proverbios era conocido de los antiguos antes de que Salomón escribiera los suyos. Buena parte de las enseñanzas de Jesús está expresada en forma proverbial. La epístola de Santiago y el salmo 37 están llenos de ellos. Los filósofos estoicos Marco Aurelio y Epicteto dejaron bellas colecciones de máximas (1). Muchos de los pensamientos de Pascal pertenecen a este género. Desde entonces son numerosos los autores que han cultivado con acierto y elegancia esta forma literaria de expresión concisa . Entre los recientes el más conocido quizá sea el filósofo Wittgenstein que escribió su obra principal en la forma de apotegmas.
Con las frases que siguen yo no pretendo subirme al carro de su fama, pero sí edificar al lector o entretenerlo. Algunas de estas máximas pueden ser conocidas de mis lectores porque estaban incluidas en algunas publicaciones anteriores, como las “Anotaciones al Margen”.
* Las personas que confían en sí mismas limitan sus posibilidades. El verdadero éxito depende de desconfiar de sí mismo y confiar sólo en Dios.
* El que no confía en sí mismo ni en Dios, está muerto.
* La confianza en sí mismo es útil para el que no confía en Dios, pero es un pobre sustituto de la confianza en Dios.
* Si quieres lograr algo, ora mucho y ora bien. Lo que logres será resultado de tu oración y de tu esfuerzo.
* Las lágrimas que los pobres derraman en la tierra serán las perlas que adornen sus coronas en el cielo.
* Dios usa nuestros errores, cuando los reconocemos, con más eficacia que nuestros aciertos.
* El que confía en Dios ciegamente, obliga a Dios a intervenir en su favor.
* Los ateos y agnósticos son como personas que levantan la mirada al firmamento en pleno día y no ven el azul del cielo; o que miran al crepúsculo al atardecer y no distinguen ningún color.
* El Perú es un mendigo sentado en un banco de oro de riqueza no minera sino agrícola.
* La mayor riqueza natural de un país no está bajo la tierra sino encima, y camina.
* Los peruanos somos compasivos con los culpables y crueles con las víctimas.
* Las intenciones del hombre son siempre malas o, en el mejor de los casos, mixtas; pero Dios usa esas intenciones para sus propósitos, que son siempre buenos.
* El que estando al servicio de Dios es honrado por los hombres, ya recibió su recompensa, y es efímera. El que no es honrado por los hombres, guarda toda su recompensa para el cielo, donde es eterna. (Mt 6:1-4).
* Católicos y protestantes son, aunque no lo reconozcan, hermanos siameses que no pueden ser separados porque, si bien tienen cerebros distintos y se dan de puñetes, comparten el mismo corazón y el mismo hígado.
* El camino del menor esfuerzo es siempre el más largo y difícil.
* No es cierto que la ignorancia sea atrevida, al menos siempre. Con igual o mayor frecuencia la ignorancia es desconfiada. Por eso Hiráclito dijo: Los perros ladran a quienes no conocen.
* A la persona que anda siempre quejándose le ocurrirán siempre cosas de qué quejarse.
* Hemos de pasar por la misma prueba tantas veces como sea necesario para aprender la lección. (Hb 12:6).
* Cuando yo digo que estoy en lo cierto respecto de una opinión contraria, lo que estoy diciendo en realidad es que considero que mi opinión contiene menos errores que la del otro.
* Así como el dolor nos hace valorar mejor la felicidad, y la enfermedad la salud, la caída del hombre nos hace comprender mejor la santidad de Dios.
* Hay personas que no quieren saber nada de un Dios justo. Sólo quieren saber de un Dios infinitamente bueno. Pero si Dios no fuera justo sería muy malo.
* El poder vuelve prepotente al que lo detenta y astuto al que carece de él.
* Pero también confiado al que lo tiene y desconfiado al que no.
* El dinero, la fama y el poder prueban el corazón del hombre y revelan lo que hay en él.
No era sobrio, era abstemio;
No era prudente, era temeroso;
No era santo, era pacato;
No era creyente, era fanático;
No era elocuente, era verboso;
No era gallardo, era tieso;
No era elegante, era amanerado;
No era servicial, era servil;
No era modesto, era apocado.
* La ofensa está en el oído del que escucha.
* El aplauso de la tierra puede apagar el aplauso del cielo.
* La miel es enemiga de la miel y el gloriarse, de la gloria.
* Hay cosas que se entienden mejor cuando no son dichas.
* La fuerza del hombre no está en descargarla sino en el dominio propio. Se manifiesta especialmente en el cariño y ternura con que trata a sus hijos. No hay mayor debilidad en el hombre que tratar a otro con dureza cuando no es necesario.
* Si no soy capaz de callar sin resentirme, mejor es que hable.
* La diferencia entre el inteligente y el torpe estriba en que el inteligente se equivoca de una manera más inteligente y refinada. Por eso sus errores tienen peores consecuencias.
* El amor es una guerra en que la mujer triunfa cuando es vencida.
* En un sentido muy diferente Jesús venció a la muerte siendo vencido por ella.
* Cree en Él, en la abundancia de su amor, para que Él pueda llenarte de la abundancia de su gracia.
* Toda alegría, todo gozo humano santo, incluyendo el gozo conyugal, procede de Dios.
* La santidad es obra de Dios en el alma, no porque el hombre no deba colaborar con ella, sino porque el hombre solo, librado a sí mismo, es incapaz de alcanzarla.
* El que está unido a Jesús necesita estar unido a todos los que invocan su nombre, sea cual fuere su denominación o iglesia.
* ¿Quieres que tu sabiduría aumente? Ama a Dios cada día más y más y tu sabiduría aumentará como crece el árbol que hunde sus raíces a orillas del río. (Sal 1:3).
* La paciencia con el prójimo está ligada al amor, sea a la persona a la que soportamos, o al Dios por quien se la soporta.
* El que ama a Dios ama necesariamente al prójimo. Su amor por Dios desbordará en amor por los demás. Si no ama al prójimo su pretendido amor a Dios es amor de sí mismo.
* El que no ayuda al prójimo necesitado no le ama. Pero, sobre todo, no ama a Dios. Si ama a Dios, ese amor lo obligará a compadecerse del necesitado.
* El que ama de veras a Dios no hace daño a nadie, ni al prójimo ni a sí mismo, pecando.
* El amor da valor a todos nuestros actos; la indiferencia quita valor aun a nuestras mejores acciones.
* Todo el que se atribuye algún mérito por algo bueno que ha hecho es un ladrón que roba a Dios su gloria. Y es un necio que ignora que cuanto más dé gloria el hombre a Dios, negándosela a sí mismo, más le honrará Dios.
* El que se conoce a sí mismo, es por necesidad humilde.
* La fe crece con el amor. Cuanto más amamos, más creemos.
* Si amamos realmente a Dios despreciaremos los halagos de este mundo y todo lo que el dinero ofrece.
* La tentación más sutil del que busca a Dios es querer ser admirado por ese empeño.
* Nunca lo comprenderemos suficientemente, pero enviarnos pruebas es el mayor favor que Dios nos puede hacer, porque gracias a ellas crecemos.
* El sufrimiento le sienta al pecador.
* Los ateos pretenden no tener Dios, pero ellos son dios para sí mismos y le rinden culto a su propio ser que es nada sin Dios.
* Una de dos: o tienes a Dios por Dios o te haces un dios de basura a tu medida.
* ¡Cuánta verdad hay en el dicho: Empezamos a morir el día en que nacemos! Pero también es verdad que empezamos a vivir cuando morimos.
* Cuando el náufrago empieza a ahogarse es demasiado tarde para lamentar haberse embarcado.
* Los que dicen: "más tarde me arrepentiré", quieren dedicar al diablo los mejores años de su vida y a Dios las sobras.
* La tentación entra por los sentidos o por el pensamiento y trata de penetrar las defensas de la ciudadela de nuestra alma para contaminarla. Sus murallas deben ser defendidas de los ataques si no ha de caer la plaza. Pero así como las murallas de la ciudad se debilitan si el enemigo hace una brecha en ellas, así también los muros de nuestra mente se debilitan si cedemos el menor lugar al diablo (Ef 4:27).
* El conocimiento del bien y del mal ofrecido por la serpiente en el Edén se reveló en los hechos como ignorancia y ceguera frente al bien y al mal y a las realidades espirituales. Por eso andamos a tientas y tropezamos.
* ¡Cuántos conocimientos innecesarios acumulamos en nuestra mente en lugar de conocer cuáles son los puntos débiles por donde el enemigo nos ataca!
* De nada valen los conocimientos si no van acompañados de sabiduría. Pero si la sabiduría no está acompañada de piedad no se distingue mucho de la astucia.
* ¡Qué cierto es que es mejor adquirir virtudes que conocimientos! Un ignorante virtuoso vale más que un erudito vicioso.
* Lo más importante de la vida de un hombre es lo que no vemos. Así también de la nuestra lo más importante es lo que sólo Dios y yo conocemos.
* Antes de juzgar a los demás examinémonos a nosotros mismos.
* Es mejor ser severo con uno mismo que con los demás, porque yo no daré cuenta de ellos, salvo que me hayan sido encomendados.
* Antes que de los defectos de los demás debo preocuparme de los propios.
* La mente perversa ve en otros el mal que se niega a ver en sí.
* Si otros hablan mal de mí debo considerarme afortunado porque no hablan tan mal como lo merezco. Y si me elogian, debo lamentarlo porque están engañados.
* El mal que hay en el prójimo no me condena a mí, salvo que me haga su cómplice, o lo critique (Rm 2:21-23).
* Sólo Dios sabe cómo somos, felizmente.
* Para que se haga la voluntad de Dios en mi vida debo empezar yo por cumplirla. Si yo no lo hago, será la voluntad del diablo la que se cumpla. Aunque, a la larga, la voluntad de Dios siempre se impone, de buen grado o a la fuerza, es muchísimo mejor que yo me someta a ella y no que Él me someta.
* Cuánto más ocultas las virtudes, más se goza Dios en ellas.

(1) La máxima se distingue del proverbio en que su sentido es claro y directo, mientras que el proverbio suele ser enigmático. El aforismo (palabra que viene de un verbo griego que quiere decir “separar”) se halla entre ambos. Apotegma es un dicho breve y sentencioso.

(26.10.03)
e-mail: jbelaun@terra.com.pe

viernes, 14 de enero de 2011

UNA HERENCIA ESCOGIDA II

Por José Belaunde M.
Un comentario del Salmo 16 (versículos del 7 al 11)

7. “Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia.” (Nota 1)
Este versículo dice algo muy importante, que todo creyente debe tener en cuenta. En todo lo que David tenía que hacer (¡y cuántas cosas está obligado el rey a hacer!) él reposaba no tanto en su propio criterio sino en la guía de Dios mismo, y por ese motivo él lo bendice, es decir, lo alaba y le agradece. ¿Y cómo lo guiaba Dios? A través de su conciencia y de sus propios pensamientos, esto es, no por medio de alguna voz misteriosa exterior a él, sino de la voz interna que habla en el corazón. (2)
Para poder escuchar esa voz, que musita suavemente, se necesita dos cosas: gozar de suficiente intimidad con Dios como para poder distinguir la voz de Dios de las muchas voces que surgen del inconciente; y segundo, gozar de la quietud y de la tranquilidad que nada mejor que la noche y la soledad aseguran. No es que haya algo mágico en la noche misma, como podría creerse, sino que es en las horas en que cesa la actividad febril del día y la gente se retira a descansar, cuando uno puede orar y meditar en silencio sin temor de ser interrumpido.

Cuando alguien dice que quiere retirarse a un lugar donde esté solo para recapacitar sobre un asunto que tiene a pecho, o para tomar una decisión, sin darse cuenta está diciendo que necesita escuchar la voz de Dios que aprovecha esas oportunidades para hablarnos porque las condiciones son propicias. Ellos no son concientes de que la decisión que tomaron después de reflexionar puede haber sido inspirada por Dios, porque Él puede hablarle al hombre aun cuando éste no busque su guía concientemente.

Atribuyendo estas palabras a Jesús, como hacen muchos expositores, Jerónimo comenta: “Lo que el Señor quiere decir es esto: ‘Mi conocimiento, mi pensamiento más profundo, y el deseo más íntimo de mi corazón estaban siempre conmigo, no sólo en las moradas celestiales, sino también cuando yo moraba en la noche de este mundo y en la oscuridad. Permanecían conmigo como hombre, me instruían y nunca me dejaban, de modo que todo lo que por la debilidad de la carne yo era incapaz de lograr, el pensamiento y el poder divinos lo llevaban a cabo.´”

8. “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra no seré conmovido.” (3)
Este es uno de mis versículos preferidos de toda la Biblia, porque habla de la presencia constante de Dios en la vida del creyente. Expresa un pensamiento que se encuentra con frecuencia en la boca de los profetas Elías y Eliseo: “Vive el Señor Dios de Israel en cuya presencia estoy.” (1R17:1. Cf 1R18:15; 2R3:14;5:16).

Esa es una presencia de la que algunos gozan sin proponérselo, como un don gratuito (4). Pero para la mayoría es algo que tiene que ser conquistado por un esfuerzo repetido, que David señala: A Dios lo tengo siempre puesto delante de mí; mi memoria lo evoca constantemente para que yo recuerde que Él me mira todo el tiempo y ve todo lo que hago. Si Él me mira continuamente –como su palabra dice- que Él nunca aparta su mirada de nosotros (Sal 139:1-3), entonces yo dirigiré mis ojos hacia Él a lo largo del día, de modo que con frecuencia nuestras miradas se crucen.

¿Cuál es el resultado de vivir constantemente en la presencia de Dios? Que la conciencia de su cuidado y de su atención no permite que ninguna circunstancia desfavorable, incluso ningún peligro, perturbe la seguridad de que gozamos en Él, o que nos inquiete. “Los que confían en Jehová son como el monte de Sión que no se mueve sino que permanece para siempre”, dice el Sal 125:1, y expresa bien esta seguridad a la que alude el salmo 16 que comentamos. Dice que Jehová está a su diestra. La mano derecha es la mano del poder, de la fuerza, la mano hábil –es decir, diestra- con que se empuña un arma para atacar y defenderse. La confianza de que Dios está siempre a nuestro lado (Sal 109:31; Sal 110:5), es nuestra arma más poderosa contra los ataques del enemigo, quienquiera que sea.

De otro lado, si yo soy siempre conciente de que Dios me está mirando, ¿cómo podré hacer algo que le desagrade? ¿Cómo podré, sin que Él me reprenda y sentir vergüenza? Adán y Eva corrieron a esconderse después de pecar apenas oyeron los pasos de Dios en el jardín del Edén porque, sintiéndose culpables, se avergonzaron de su desobediencia (Gn 3:8). ¿Acaso pensaban que Dios no había visto lo que hicieron? ¿Y quién puede creer que Dios no ve lo que hace? El salmo 139 lo dice muy clara y bellamente: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? …Aun las tinieblas no encubren de ti y la noche resplandece como el día…” (Sal 138:7,12. Pero léanse los versículos intermedios). De ahí que ningún pecador pueda decir: “Al Señor he puesto siempre delante de mí.” Al contrario, dirá: “Al Señor he apartado de mi memoria”, o he negado de manera absoluta y contumaz que exista porque, ¿quién podría pecar tranquilo si es conciente de que Dios lo está mirando?

¡Qué bueno fuera que desde el colegio se inculcara a los niños a tener siempre presente que Dios nos está mirando todo el tiempo! ¡Y que en las oficinas públicas, en los juzgados, en las comisarías, en las empresas comerciales, etc., se pusiera esa frase como un letrero visible para todo el mundo! ¡Cómo mejoraría la moralidad pública!

Jerónimo comenta: “Siempre está en nuestro poder poner al Señor delante nuestro. El que se asemeja al Señor en su integridad pone a Dios a su derecha porque mantiene sus ojos en Aquel a quien sigue, y dice: ‘Está a mi diestra para mantenerme firme.’…A través de su Salvador, Dios está siempre a la derecha de sus santos. El justo, en efecto, no tiene lado izquierdo, porque a donde quiere se voltee "El ángel del Señor acampa en torno de los que le temen y los defiende.” (Sal 34:7)”

Nótese también que este versículo puede aplicarse a Jesús, que tuvo siempre la voluntad de su Padre delante suyo, porque Él había venido para cumplirla (Jn 5:30; 6:38). Pero a su vez, nadie podía decir mejor que Él, que porque tenía a Dios a su diestra, ayudándolo y confortándolo, no sería conmovido, es decir, apartado de la misión que había venido a cumplir.

9. “Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma (5); mi carne también reposará confiadamente”
Como consecuencia de lo que ha afirmado, y de la seguridad que tiene en Dios, el salmista se alegra inmensamente. Es un gozo que involucra a su espíritu y a su alma a la vez, es decir, a todo su ser interior. Pero no sólo su alma y su espíritu se confunden en esta alegría, participando juntos de los beneficios que ha señalado. También su cuerpo (su carne) descansa confiadamente en Dios, cuando se retira a dormir o reposar.

Cuando el espíritu y el alma están tranquilos y en paz, el cuerpo también puede estarlo. Pero si nuestro espíritu está inquieto y carece de paz, su inquietud se contagia al cuerpo, que no puede permanecer tranquilo, sino que se mueve de un sitio a otro.

La segunda frase de este versículo apunta a los versículos finales del salmo que hablan de la resurrección. Si yo sé que voy a resucitar, es decir, que mi vida no termina con la muerte sino que continúa, puede mi carne descansar tranquila al morir, teniendo la certidumbre de que se va a levantar algún día para nunca volver a morir.

10. “Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.” (6)
Este versículo no habla de todos los creyentes, de todos los justos, sino de uno solo cuya carne no vio (es decir, no experimentó) corrupción, porque su alma no permaneció en el Seol, el lugar de los muertos (7), porque al tercer día resucitó. Este versículo no habla de ningún ser humano sino habla proféticamente de Jesús, que resucitó al tercer día en la mañana, después de permanecer en el sepulcro unas treinta y seis horas aproximadamente, suponiendo que fuera sepultado hacia el atardecer del día viernes, y que resucitara al amanecer del día al que, en memoria suya, ahora llamamos “domingo” (de “Dominus” en latín), esto es, “Día del Señor” (y que antes se llamaba “primer día de la semana”).

Así lo entendió Pedro, que en su primer sermón el día de Pentecostés, hablando de Jesús, anunció que Él había resucitado, tal como el rey David, siendo profeta, había anunciado en este salmo, cuyo texto él cita a partir del vers. 8, (siguiendo el texto griego de la Septuaginta). Él explicó claramente a la multitud congregada que David, el autor del salmo, murió como mueren todos los hombres y fue sepultado. Pero su carne vio corrupción, porque no resucitó. Por eso es que las palabras del salmo que Pedro cita no se refieren a él, sino a Aquel descendiente suyo que vendría siglos después a redimir a su pueblo, Israel, y que, “de acuerdo al determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por mano de inicuos, crucificándolo; al cual el Señor levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.” (Hch 2:23,24)

Jesús, efectivamente dice el salmo, descendió al Seol, la morada de los muertos, por poco tiempo (8). El apóstol Pedro se refiere en palabras misteriosas a este descenso suyo al Hades, en donde Jesús “vivificado en espíritu…fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron….” (1P 3:18-20).

Pero Jesús, el Mesías y Salvador anunciado, no sólo resucitó en esa mañana feliz, sino que, cuarenta días después, subió al cielo, para ser exaltado a la diestra de Dios, como dice otro salmo del mismo rey poeta: “Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies.” (Sal 110:1).

La resurrección de Jesús es el anuncio y la garantía de que nosotros también en su momento resucitaremos, como lo asegura Pablo más de una vez: “Y Dios, que levantó a Jesús, también a nosotros nos levantará con su poder.” (1Cor 6:14; c.f. 2Cor 4:14; Rm 8:11)

Atanasio comenta: “Nosotros no morimos por propia elección, sino por necesidad de nuestra naturaleza y contra nuestra voluntad. No obstante el Señor, siendo en sí mismo inmortal, pero habiendo tomado carne mortal, tenía poder, como Dios, para separarse de su cuerpo y para volverlo a tomar cuando quisiera (Jn 10:17,18)…Porque era conveniente que la carne, corruptible como era, no permaneciera mortal conforme a su naturaleza, sino que, a causa del Verbo que la había asumido, permaneciera incorruptible. Porque Él, habiendo venido en un cuerpo como el nuestro, se hizo conforme a nuestra condición, para que nosotros, de manera semejante, al recibirlo (por fe) participemos de la inmortalidad que viene de Él”

11. “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.”
La senda de la vida que Dios muestra al salmista, así com o las palabras que siguen, pueden entenderse en dos sentidos: el de la vida terrenal iluminada por la presencia de Dios, en la cual se experimenta un gozo incomparable, que no puede ser igualado por ninguno de los deleites que el mundo puede ofrecer. Pero en un sentido más profundo, pueden entenderse esas palabras como referidas a la vida eterna, en la cual disfrutaremos a plenitud del gozo en el sentido más absoluto. Este sentido está confirmado por la frase que, en paralelismo sinónimo con la frase previa, cierra triunfante el salmo: “delicias a tu diestra para siempre”, es decir, sin fin.

Jesús resucitado fue el primero a quien Dios mostró la senda de la vida eterna, y que inauguró el camino al cielo para los justos, que hasta entonces permanecían en el seno de Abraham, camino que ahora está abierto para todos los que mueren en Cristo. Al hombre salvo se le prometen delicias a la “diestra” de Dios, que es el lugar de máximo honor (1R 2:19; Sal 45:9), y donde está sentado Jesús mismo, según sus propias palabras (Mt 26:64. Véase el Salmo 110: 1 arriba, y también Col 3:1 y Hb 1:3). Esta es la bendita y segura esperanza del creyente: gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad.

Notas:
1. El texto hebreo dice: “me aconsejan mis riñones.” Los judíos consideraban que los riñones son el asiento de la conciencia humana. Por ese motivo en la antigua dispensación los riñones eran quemados en sacrificio sobre el altar, para indicar que nuestros más secretos propósitos y afectos deben ser consagrados a Dios (Adam Clarke)

2. Eso no quiere decir que Dios no pueda hablarnos por medio de una voz audible, como hablaba a los profetas de antaño. Puede hacerlo y muchas personas han tenido esa experiencia. Pero es algo excepcional, y Dios sólo usa medios excepcionales en situaciones excepcionales. Él puede hablar también a través de sueños (recuérdese el caso de José, el padre adoptivo de Jesús (Mt 1:19-24), o a través de visiones. Pero el sentido de esos sueños y de esas visiones no siempre es claro, y por eso necesitan ser interpretados. Puede hablarnos también a través de un sermón o de una conversación. Por último, pero sobre todo, nos habla a través de su palabra.

3. En el sermón que predicó en la mañana de Pentecostés, el apóstol Pedro cita este salmo a partir del vers. 8, aplicándolo a la muerte y resurrección de Jesús. Él lo cita según el texto de la Septuaginta, que difiere en más de un punto del texto hebreo en que está basada la versión de Reina Valera.

4. Ha habido algunos hombres y mujeres que han gozado de ese don de la presencia constante de Dios. Uno de los casos más conocidos es el del Hermano Lorenzo, un ex soldado sin ninguna cultura, que se desempeñaba como portero de un convento carmelita en Francia en el siglo XVII, y de quien han quedado algunas cartas y conversaciones registradas por el superior del convento que lo estimaba mucho. Se han publicado en un pequeño pero bellísimo libro titulado “La Práctica de la Presencia de Dios” que, curiosamente, es más popular entre los protestantes que entre los católicos.

5. El texto hebreo dice aquí “exulta”. La primera es una alegría interior; la segunda es una manifestación externa de gozo, lo que explica que la Septuaginta diga “lengua” en lugar de “alma”. Por tanto, se podría leer también: “exultó mi lengua”.

6. Los evangelios llaman en dos lugares a Jesús “el santo de Dios”, por boca del demonio que habitaba en el gadareno, y que Jesús expulsó (Mr 1:24; Lc 4:34).

7. Véase Gn 42:38; Nm 16:30; Jb 14:13; Sal 18:5; 30:3.

8. El Credo de los Apóstoles dice: “descendió a los infiernos”, no al lugar de condenación eterna, sino al seno de Abraham.

#658 (26.12.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 7 de enero de 2011

UNA HERENCIA ESCOGIDA I

Por José Belaunde M.
Un comentario del Salmo 16 (versículos del 1 al 6)

Este es un salmo especialmente bello, que fue conocido durante un tiempo como el “Salmo de Oro”, debido a una traducción equivocada de la palabra hebrea mictam (término musical técnico cuyo significado exacto es dudoso) que está en el encabezamiento. Se ha observado que el salmo habla de su autor, el rey David, a cuya vida y piedad la mayor parte del texto se refiere literalmente. Pero su parte final ya no es aplicable a él propiamente (como señaló Pedro en su discurso en Pentecostés, Hch 2:25-28), sino proféticamente a Cristo, de quien David es un tipo. Por ese motivo algunos intérpretes antiguos y recientes han considerado, incluso, que en este salmo es Jesús mismo, en tanto que ser humano, quien habla de su pasión, muerte y resurrección.

1. “Guárdame oh Dios, porque en ti he confiado.”
Guárdame, es decir, cuídame, protégeme. La gente vivía en esa época con mucha frecuencia en un peligro permanente, tanto más una persona como David, que era un personaje que por su posición, e incluso cuando ya era rey, estaba constantemente expuesto a intrigas, a rivalidades, a complots y ataques a su persona. (Si se lee el segundo libro de Reyes, se podrá ver cuántos reyes de Judá y de Israel fueron víctimas de intrigas y hasta murieron asesinados)

Pero el pedido de protección puede no sólo referirse a ese tipo de peligros, sino podría también referirse a peligros de tipo espiritual. Guárdame de las tentaciones, del orgullo y de los halagos de poder; de la sensualidad, o del recelo, de la desconfianza, de la antipatía hacia personas inocentes; guárdame de cometer injusticias. Esos son peligros a los cuales estamos también expuestos todos.

Guárdame de las decisiones precipitadas, de los malos consejeros, de rivalidades en el seno de mi familia… Todos esos son peligros de los que el poderoso necesita ser resguardado, y a los que están tanto más expuestos cuanto más alta es su posición. Pero también nosotros, gente del llano, estamos expuestos a ellos.

Las razones que David expone para sustentar su pedido no son cualidades personales o méritos propios, sino una sola: Yo he confiado en ti. Para ello David se apoya en la promesa de que Dios no defrauda a los que en Él confían (Is 49:23). Eso es todo, y no necesita más.

2. “Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay bien para mí fuera de ti.” (Nota 1)
Esta confianza en Dios tiene su origen en el amor que el hombre tiene por Dios, en la entrega total de su ser. Él confiesa -y más que confiesa, proclama- que Dios es su Señor, su dueño absoluto. Si no te tengo a ti no tengo nada, porque no hay nada que me pueda contentar fuera de ti. Tú eres mi todo y a ti me he entregado totalmente, de modo que yo ya no me pertenezco. Soy todo tuyo.

¿Hay alguien que pueda decir sinceramente eso a Dios, con todo el corazón? Nuestros afectos están divididos entre las cosas del mundo que nos atraen, entre los afectos familiares –incluyendo los más íntimos- y nuestro amor a Dios. ¿Quién puede decir que subordine todo a Dios, y que Él tenga la primacía en todo? Sólo el que pueda afirmarlo sin reserva, puede recitar sinceramente este salmo, haciéndolo suyo. De lo contrario, quedará como un ideal por alcanzar. En realidad, solamente Jesús puede sinceramente hacerlo. Nótese que el salmo 73 expresa un sentimiento semejante: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Fuera de ti nada deseo en la tierra.” (vers. 25).

3. “Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda mi complacencia.”
Si todo mi afecto se dirige a Dios, entonces es natural que mi complacencia se dirija a aquellos que sirven a Dios, a aquellos con los cuales yo comparto los mismos sentimientos que expresa el versículo anterior. El salmista emplea dos palabras: santos e íntegros, casi como si fueran sinónimos. No lo son exactamente, aunque todo santo por necesidad es íntegro. Si no lo fuera, no podría ser santo. ¿Podríamos concebir un hombre santo que no fuera perfectamente honesto? Sería una santidad coja, deficiente. Pero sí se puede ser íntegro sin ser santo.

¿Qué cosa es ser íntegro? Ser moralmente de una sola pieza. Que no haya asomo de mentira, de falsedad, de engaño en uno. ¡Y qué difícil es serlo! ¡Y que todo lo que uno emprenda lo haga con un propósito noble en mente!

Muchos ocupan cargos de responsabilidad en el gobierno, en la magistratura, e incluso, en la iglesia, de los que se espera que sean íntegros sin falla, pero que dejan mucho que desear en este aspecto.

Ser íntegro es, en cierta medida, ser cándido e inocente como un niño, con una diferencia: que el niño pequeño no conoce la mentira ni la maldad, pero el íntegro sí las conoce, pero ha renunciado concientemente a ellas.

En cierta medida también, la integridad es innata, aunque puede corromperse. Pero es sobre todo, producto de la gracia. Por tanto, no es algo de lo que uno pueda jactarse. La impiedad también es innata, como dice un salmo: “Los impíos se desviaron desde el seno de su madre.” (Sal 58:3). Es producto en parte de la influencia del diablo en la madre en cinta, cuando ella le abre la puerta. Cuando ella cultiva pensamientos de chismes, de intrigas, de envidias, de celos, alimenta el alma de la criatura con esos sentimientos y luego se sorprende de que al crecer la criatura muestre esos rasgos.

Todos nacemos con ciertas tendencias morales que se manifiestan temprano. Pero así como nacemos con ciertas aptitudes o incapacidades físicas, también nacemos con ciertas aptitudes, o ineptitudes intelectuales y éticas. Estas últimas son las peores, porque son las que más daño hacen.

4. “Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otro dios. No ofreceré yo sus libaciones de sangre, ni en mis labios tomaré sus nombres.” (Para jurar por ellos, se entiende)
Si el fundamento de la santidad y de la integridad es la fidelidad al único Dios verdadero, es decir, el mandamiento que ordena: “No tendrás otros dioses fuera de mí.” (Ex 20:3); la causa de todos los males es la violación de este mandamiento, esto es, la idolatría en todas sus formas, con todas las abominaciones que lleva consigo.

Por eso el salmista asegura que no tomará parte en las libaciones de sangre de los idólatras, ni en los sacrificios que consistían en derramar sangre de animales (cuando no sangre humana) sobre sus altares, y que tampoco invocaría el nombre de esos falsos dioses, ni juraría por ellos. Esto es, se mantendría libre de toda contaminación.

Estos propósitos pueden parecernos extraños a nosotros, porque en nuestro tiempo no se ofrecen sacrificios sangrientos de ningún tipo en el culto. Pero en la antigüedad los sacrificios de animales ofrecidos en expiación, o como ofrenda propiciatoria a los dioses, eran pan de todos los días, porque el culto consistía básicamente en esas ceremonias. Los paganos creían que podían sobornar con ofrendas a sus dioses, que arriba en el Olimpo eran indiferentes a las necesidades humanas. Pero nuestro Dios nos ama y no necesita ser sobornado con ninguna ofrenda, porque está dispuesto a concedernos todo lo que le pidamos con un corazón sincero, y que nos sea necesario o conveniente. Mayor es su deseo de derramar sus dones sobre nosotros que el nuestro de recibirlos.

En nuestro tiempo, salvo en algunos cultos satánicos, que son materia de las crónicas policiales, no se ofrecen sacrificios de animales, o de seres humanos, pero sí es común una forma horrible y cruel de sacrificio humano: el aborto, en que la criatura es despedazada y extraída a la fuerza del útero materno. ¡Ah, cómo se multiplicarán los dolores de aquellas que se someten a esas prácticas y los de sus cómplices! Los remordimientos, y el pesar por haber arrojado al fruto de sus entrañas, las persiguen toda la vida. (2)

No hay nadie que haga el mal que no sufra las consecuencias, aunque en las apariencias no sea visible. Pero las consecuencias más terribles son las que se sufren después de la muerte, si no hay arrepentimiento.

5. “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte.” (3)
Cuando los israelitas entraron en la tierra prometida y se la repartieron, a cada tribu, a cada familia, y a cada persona le fue asignada una parte que constituyó su herencia perpetua, pero a la tribu de Leví no le tocó parte alguna, como le dijo Dios a Aarón: “Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel.” (Nm 18:20). Como ocurrió con los levitas, el salmista asegura que la herencia que le tocó a él como porción fue Dios mismo, y ningún bien de orden material. Estar unido a Él y poder confiar en Él es lo que más aprecia en la vida. De esa herencia, de lo que le tocó “en suerte”, Dios mismo es el sustento y la garantía de permanencia. (4)

Pero para que uno pueda decir que Dios es su “porción” y poseerlo totalmente, él tiene que ser en sí mismo “porción” de Dios, y estar poseído totalmente por Él. Que otros escojan como su herencia los bienes del mundo, que son inestables; y sus placeres, que tan pronto se gozan se vuelven amargos, o se hacen humo. Yo, por mi parte, escojo la herencia que permanece para siempre. (5)

6. “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado.”
La delimitación de las tierras asignadas a cada familia en el reparto de la tierra hecho por Josué se hizo echando unas cuerdas de medición sobre el terreno, procedimiento que es aludido en el libro que lleva su nombre y en el salmo 78:55, pero no sabemos en qué consistía exactamente. (6)

El salmista, a quien no tocó parte de tierra alguna, se alegra de la porción que le ha tocado en herencia. Porque ¿qué mejor heredad podría tocarle a alguno que Dios mismo? Él satisface todas nuestras expectativas, y colma todas nuestras necesidades. Tenerlo a Él es poseer una riqueza mayor que lo que cualquier extensión de terreno valía en aquella cultura que era predominantemente agrícola.

Notas:
1. El texto de los versículos 2 al 4 es dudoso, y por ese motivo su traducción varía considerablemente de una versión a otra.

2. En la misericordia de Dios, sin embargo, esos dolores no persiguen a los pecadores para su destrucción, sino para que busquen al Médico que puede sanarlos, dice San Agustín.

3. Aquí las tres palabras claves, “porción”, “herencia” y “suerte”, tienen que hacer con el reparto de la tierra prometida hecho por Moisés y Josué. La palabra “copa” es una alusión a la costumbre antigua de dar el padre de familia la copa común a beber a sus hijos y a los huéspedes en la mesa; y recuerda también la frase de Jesús en Getsemaní: “Si es posible aparta de mí esta copa” (es decir, esta prueba terrible, Mt 26:39); y aquella dicha a los hijos de Zebedeo: “Podéis beber del vaso que yo he de beber? (Mt 20:22).

4. Recuérdese que Dios había ordenado a Moisés que el reparto de la tierra se hiciera por sorteo (Nm 26:52-56; Js 14:2).

5. San Agustín escribe: Dios no deriva ningún beneficio de nuestra adoración, pero nosotros sí. Cuando nos revela o enseña cómo debe ser Él adorado, lo hace en vista de nuestro más alto interés, no teniendo Él absolutamente ninguna necesidad de nada.

6. Cuando el pueblo de Israel al final de su peregrinaje de cuarenta años se acercó a la tierra prometida, Moisés permitió que las tribus de Rubén y de Gad, “que tenían una inmensa muchedumbre de ganado” (Nm 32:1), se establecieran en las tierras de Jazer y Galaad, al Oriente del Jordán. A ellas añadió después la mitad de la tribu de Manasés (Js 13:6). Estando ya en las tierras de Moab, frente a Jericó, Dios estableció la forma cómo la tierra, una vez que atravesaran el Jordán y la conquistaran, había de ser repartida entre las demás tribus, fijando los límites entre cada una de ellas (Nm 34:1-12). Posteriormente Josué asignó a la media tribu de Manasés, que era muy numerosa, territorio al Occidente del Jordán (Js 13:7). Los capítulos 14 al 19 del libro de Josué están dedicados a detallar el reparto de la tierra por sorteo entre las demás tribus.

#657 (19.12.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 31 de diciembre de 2010

CONFIAR EN DIOS

Por José Belaunde M.

Uno de los errores más frecuentes que cometen los hombres, e incluso los que se dicen cristianos, es poner su confianza en otros seres humanos en vez de ponerla en primer lugar en Dios.

Podemos decir, en general, que todos tenemos confianza en determinadas personas. Si no fuera así, la vida sería imposible, empezando por la vida familiar. Es imposible que exista convivencia humana, sin que exista cierto grado de confianza entre las personas. Aunque nuestra confianza pueda ser cautelosa o limitada a ciertos aspectos, todos, de una manera u otra, confiamos en nuestros familiares, confiamos en nuestros amigos, confiamos en nuestros vecinos, confiamos en nuestros compañeros de trabajo, confiamos en nuestros jefes, confiamos en nuestros empleados, etc.

Pero ¡cuántas veces hemos sido defraudados! ¡Cuántas veces la persona en quien más confiábamos comete un grave error que nos perjudica, o nos vuelve las espaldas cuando más la necesitamos! ¡O peor aún, nos traiciona!

No hay quien no haya pasado por este tipo de experiencias, que suelen ser muy dolorosas y hasta traumáticas, cuando la persona que nos falla es precisamente la que más amamos.

Pero no deberíamos sorprendernos ni quejarnos de que eso ocurra, porque es inevitable que las personas nos fallen. Es inevitable porque el ser humano es por naturaleza falible, limitado, sujeto a error, egoísta, desconsiderado. Tiene que ocurrir un día. Nos fallan porque nosotros también fallamos.

Dios dijo por boca del profeta Jeremías: "Maldito el varón que confía en el hombre y pone carne por su brazo…” y añadió: “Bendito el varón que confía en el Señor…” (Jr 17:5,7).

Sólo hay un ser que es enteramente confiable; sólo hay un ser en quien podemos confiar nuestros secretos sin temor de que los divulgue; sólo hay un ser que no es limitado ni falible, que no puede cometer errores y que no es egoísta, sino, al contrario, absolutamente desinteresado; y que, además, nos ama infinitamente. Ese ser es Dios.

El salmo 62 dice. "Alma mía, sólo en Dios reposa, porque Él es mi esperanza. Sólo Él es mi roca y mi salvación, mi refugio..." Y en otro lugar dice: "Sólo en Dios se aquieta mi alma, porque de Él viene mi esperanza." (Sal 62:5,1).

Si hay alguien en quien yo puedo descansar, que me puede hacer dormir tranquilo, ése es Dios (Sal 4:8).

Pero nosotros tendemos a poner nuestra confianza en seres humanos porque son ellos los que tenemos a nuestro lado, son ellos a quienes vemos, son ellos a quienes amamos. Muchos dicen: a Dios no lo vemos, no sabemos donde está; ni siquiera sabemos si nos oye; o no estamos seguros de que, si nos oye, quiera hacernos caso.

Dicen eso porque no conocen a Dios, no lo tratan y por eso no tienen la fe que deberían tener. ¿En dónde estará Dios? se preguntan, ¿en qué confín del cielo?

Hay tantas personas que se dicen cristianas --y quizá lo sean-- que tienen una concepción de un Dios distante, quizá Creador todopoderoso y amante, pero que no interviene en los asuntos humanos, que no se mezcla en nuestros problemas. ¡Cuán equivocados están! ¡No conocen a Dios y por eso piensan así!

Generalmente nuestra confianza en las personas depende de cuánto las conozcamos. Nadie confía en un desconocido. Sería una grave imprudencia. Es cierto que a veces la cometemos de puro ilusos que somos. Pero a medida que tratamos a la gente inconscientemente la juzgamos y evaluamos hasta qué punto podemos confiar en ellas. Adquirimos también cierta experiencia. Si hemos ido encargando a un empleado diversas tareas y responsabilidades, y siempre las hace bien, terminará por convertirse en nuestro empleado de confianza. La confianza nace y crece con el uso. La confianza engendra además una cierta forma de cariño, aun entre superior y subordinado. Tanto más entre personas cuya relación las sitúa en el mismo nivel, sean amigos, familiares o enamorados. Pero todos terminamos amando de alguna manera a las personas en quienes confiamos, aunque sean nuestros empleados, precisamente porque confiamos en ellas. En la Biblia hay varios ejemplos: el de Eliezer, siervo de Abraham (Gn 24; el del centurión que amaba a su siervo (Lc 7:2 ).

Por lo demás tener alguien en quien podemos realmente confiar nos da seguridad, y ¡qué triste es cuando no se cuenta con nadie en quien poner nuestra confianza!

Pero si conociéramos a Dios, si realmente lo conociéramos, entonces sabríamos por experiencia cuánto podemos confiar en Él; conoceríamos a alguien en quien realmente sí podemos confiar a ciegas.

Mucha gente piensa que Dios no se ocupa de nuestros asuntos particulares, que está demasiado lejos, o es demasiado grande o está demasiado ocupado para ocuparse de nuestras minucias. Pero Jesús nos asegura que ningún cabello de nuestra cabeza perecerá (Lc 21:18). Si, hasta los cabellos de nuestra cabeza los tiene todos contados (Mt 10:30). De todo lo que nos sucede Él está enterado.

No sólo de nosotros, sino de toda su creación. Jesús dijo “¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo ninguno de ellos cae a tierra sin nuestro Padre.” (Mt 10:29). Eso quiere decir que Dios está enterado de todo lo que ocurre en la tierra, aun de las cosas que consideraríamos que son demasiado pequeñas para que Dios piense en ellas.

Quizá alguno objete: ¿Cómo puede Dios estar al corriente de todo lo que ocurre en el mundo? Sí puede. No juzguemos lo que Él puede hacer por lo que nosotros podemos, por los parámetros de nuestra mente limitada. Nosotros sólo podemos estar al tanto de unas cuantas cosas; si pretendemos abarcar más, las cosas se nos escapan. No podemos poner la atención en más de una cosa a la vez.

El refrán "Quien mucho abarca, poco aprieta" no se aplica a Dios, porque Él tiene una mente infinita. Él no se cansa, ni se adormece, dice su palabra (Sal 121:3,4). Él no duerme ni se aburre. Él puede poner su atención simultáneamente en un número infinito de detalles, porque Él tiene una atención infinita.

Él es como una computadora que tuviera una memoria ilimitada, una velocidad de procesamiento instantánea, y que estuviera conectada en línea con un número infinito de terminales y a todas atendiera a la vez en tiempo real.

Él nos trata y nos considera a cada uno de nosotros como si fuéramos la única persona viva sobre la tierra, la única que existiera. Porque para Él somos en verdad únicos e irremplazables. Por eso dice su palabra en Isaías: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque ella olvide yo nunca me olvidaré de ti.” (Is 49:15).

Imaginemos una madre que sólo tuviera un hijo. ¡Qué no haría esa madre por ese hijo! Bueno, eso es lo que cada uno de nosotros es para Dios. Así se porta Él con cada criatura que pisa la tierra.

Naturalmente para nosotros eso es algo inimaginable, inconcebible. El rey David hablando de cómo Dios conoce nuestras palabras aun antes de que se formen en nuestra boca, escribía: "Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí. Alto es, no lo puedo comprender".(Sal 139:6).
Lo que ocurre es que, como no estamos acostumbrados a tratar con Dios, no lo conocemos y por eso no confiamos en Él. Nadie confía en quien no conoce, como ya dije, a menos que esté loco. ¡Ah, si le conociéramos! Jesús le dijo a la samaritana: Si conocieras con quién estás hablando…(Jn 4:10). ¡En verdad, si le conociéramos realmente confiaríamos en Él ciegamente y nunca confiaríamos en ningún otro!

El salmo 146 dice. "No confiéis en príncipes (esto es, en hombres importantes), ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Apenas exhala su espíritu, vuelve a la tierra y ese mismo día perecen sus pensamientos." (Sal 146:3,4).

Supongamos que ponemos nuestra confianza en una persona, en su apoyo, en su conocimiento, en su consejo, en su influencia, en su dinero. De repente un día muere y ya no está ahí. Todo su conocimiento, todo su influencia, todo su poder, todas sus intenciones de ayudarnos, se las tragó la tierra, desaparecieron. Ya no puede hacer nada por nosotros.

Y si la persona amada, cuyo abrazo nos confortaba, de pronto ya no está ahí ¡Qué vacío deja en nuestras vidas!

Pero Dios nunca desaparece, nunca nos falta, siempre está ahí.

Hay tres razones a mi juicio por las cuales podemos confiar en Dios sin límites: 1) Dios todo lo puede, para Él no hay nada imposible (Lc 1:37); 2) Dios todo lo sabe y sabe mejor que nosotros mismos qué es lo que más nos conviene; 3) Dios nos ama con un amor infinito y sobre todas las cosas quiere nuestro bien. Si Dios pues quiere nuestro bien, sabe cómo hacerlo y puede hacer todo lo que quiere ¿cómo no confiar en Él?

Hay un salmo que expresa mejor que ningún pasaje que recuerde el grado de confianza que podemos tener en Él: “Encomienda al Señor tu camino, confía en Él y Él obrará.” (Sal 37:5). Si hoy día yo puede vivir sin apremios, a pesar de que nunca tomé previsiones para el futuro, es porque yo puse mi futuro en sus manos: “Confía en el Señor y haz el bien; y habitarás la tierra y te apacentarás de la verdad.” (vers. 3). ¡Cuánta verdad hay en esas palabras!

Yo no quiero decir con esto que no debemos confiar en nadie ni que nos apoyemos en nadie. La vida sería imposible si no pudiéramos contar con las personas. Dios las ha puesto ahí para ayudarnos y para que nosotros, a su vez, las ayudemos. Y claro que sabemos cuánta ayuda una mano amiga puede prestarnos en un momento difícil. Pero ¿en quién confiamos primero? ¿En quién confiamos más? ¿En Dios o en el hombre?

Si sobreviene de improviso un problema serio, que nos angustia, nos decimos ¿A quién llamo? ¿A mi abogado? ¿Al serenazgo? ¿A mi amigo, el general de policía? ¿A mi tío, que tiene influencia?
Si se mete un ladrón a tu casa, antes de coger el teléfono para pedir auxilio, o de correr a la ventana para gritar, pídele auxilio a Dios. Él está ahí, Él está ahí, aunque tú ni el ladrón lo vean, y puede hacer mucho por ti. Cuanto más grave el peligro, tanto más cerca está Él. Y cuánto más confíes en Él, más puede hacer Él por ti.

Por de pronto, confiar en Dios te dará serenidad en el peligro y eso es ya un buen comienzo. Pero puede hacer mucho más. Puede hacer que el ladrón se asuste y se vaya. Puede hacer que el asaltante se confunda y tropiece. ¡Jesús! es un grito que ha salvado a muchos del peligro. Ten su nombre bendito a la mano. ¿Y cómo lo tendrás a la mano si no lo tienes en el corazón? (Nota)

Decía antes que si lo conociéramos... Si conociéramos a Dios, sabríamos cuánto podemos confiar en Él en toda circunstancia. Pero ¿cómo le conoceremos si no le hablamos? ¿Cómo le conoceremos si no tratamos con Él? ¿Si no leemos su palabra?

Cuando te hayas acostumbrado a hablar con Él como a un amigo, como al amigo más íntimo, empezarás poco a poco a conocerlo, empezarás a aprender a escucharlo. Porque Él nos habla siempre, sólo que no reconocemos su voz entre las muchas voces que nos hablan.

No habla necesariamente con palabras audibles. Pero sentimos en nuestro corazón sus respuestas y aprendemos a distinguir su voz.

Jesús dijo que sus ovejas conocen su voz y le siguen. Si tú eres una de sus ovejas ¿has aprendido ya a reconocer su voz? Y si no lo eres, conviértete en una de ellas para que conozcas su voz y aprendas a reconocerla cuando te hable. Dios nos habla más a menudo de lo que imaginamos.

Nosotros no vivimos en la presencia de Dios, -es decir, no somos concientes de ella- aunque lo deseamos con todo el alma. Pero Dios siempre vive en nuestra presencia, porque nos tiene siempre presentes y siempre nos está mirando. Nunca desaparecemos de su vista.
Devolvámosle de vez en cuando la cortesía. Levantemos de vez en cuando nuestra mirada hacia Él. Quizá nuestra mirada se cruce con la suya y nuestros ojos se hablen.

Nota: Esa fue la palabra que yo exclamé hace dos años cuando un sujeto armado con una chaveta se me acercó mientras guardaba mi auto en la cochera y me dijo: “Esto es un asalto. Déme su dinero”: ¡Jesús! Como se me trabó la billetera al tratar de sacarla del bolsillo, porque era muy estrecho, el hombre me rasgó el pantalón con su chaveta y arrancó la billetera. Pero no me hirió ni yo tuve temor de que lo hiciera. Cuando se subía al auto de su cómplice yo le grité: ¡Dios te bendiga! Y un poco más abajo botó la cartera con mis documentos. Sí, Dios nos cuida.
(Escrito el 11.09.98; impreso por primera vez el 31.01.03 con el título “La Confianza”, y revisado para esta impresión)

#366 (24.04.05) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.

lunes, 13 de diciembre de 2010

LO NUEVO DEL NUEVO TESTAMENTO

Por José Belaunde M.

Sabemos que la Biblia se compone de dos partes de disímil extensión: el Antiguo y el Nuevo Testamento. El Antiguo Testamento es tres veces más extenso que el Nuevo y está formado por las escrituras canónicas del pueblo judío, que ellos clasificaban en ley, profetas y escritos.

El Antiguo Testamento fue escrito en un lapso de aproximadamente 1000 años, de Moisés a Malaquías, si no contamos los escritos llamados deuterocanónicos, o apócrifos, que figuran en la Septuaginta (Nota 1). El Nuevo Testamento, en cambio, fue escrito en su totalidad en menos de 100 años (quizá en menos 50 años, según hipótesis modernas) y está formado por las escrituras cristianas que comprenden básicamente los evangelios, las epístolas y el Apocalipsis. El Antiguo Testamento fue escrito en hebreo (salvo algunos pasajes aislados en arameo); el Nuevo Testamento ha llegado a nosotros en el idioma griego popular (koiné), hablado en esa época en la mayor parte del Medio Oriente.

Ahora bien, frente a la gran variedad y riqueza de los libros del Antiguo Testamento ¿en qué consiste lo nuevo del Nuevo Testamento? Si se me permite dar una respuesta sumaria y sencilla (que será necesariamente incompleta y que no incluye, por razones de espacio, la nueva moral predicada por Jesús), podría decir que consiste en primer lugar en el cumplimiento de la promesa hecha por Dios a su pueblo, Israel, de enviarles un Mesías, un Salvador, que les devolviera su libertad. El cumplimiento de esta promesa era la esperanza viva del pueblo judío, como podemos ver en el cántico de Zacarías, padre de Juan Bautista: "Bendito sea el Dios de Israel que ha visitado y redimido a su pueblo, y nos ha levantado un poderoso Salvador en la casa de David su siervo, como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio, para salvarnos de nuestros enemigos y de todos los que nos odian." (Lc 1:68-71).

Pero hay un aspecto increíble, inaudito, en la realización de esta promesa, algo que ni las más ardientes esperanzas de los judíos, que se aferraban a sus textos proféticos, hubieran podido imaginar. Esto es, que el Salvador enviado por Dios no sería un mero hombre, como ellos esperaban, sino que sería Dios y hombre a la vez: Un ser divino, Hijo de Dios mismo, que nacería de una mujer de su pueblo, de una doncella virgen, sin intervención de hombre alguno, por el solo poder del Espíritu Santo (Lc 1:35).

Este es el misterio y el milagro de la Encarnación. Esta es la primera revelación fundamental del Nuevo Testamento, con la cual se inician los evangelios, y que lo distingue del Antiguo. Para nosotros, que estamos acostumbrados a celebrar en la Navidad el nacimiento de Jesús, esta idea de que Dios se hiciera hombre puede quizá no parecernos algo tan extraordinario, fuera de toda verosimilitud, porque ya nos hemos habituado a ella. Pero para los judíos de ese tiempo era algo inaudito, absurdo, inaceptable, y por eso lo rechazaron y lo siguen rechazando. Como dice el prólogo del Evangelio de San Juan: "Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron." (Jn 1:11).

En segundo lugar, el Nuevo Testamento nos hace ver que la misión del Mesías no se limitaba a libertar a su pueblo del yugo de la opresión, como ellos creían, sino que su misión se extendía a todo el género humano, y que la liberación que les iba a otorgar no consistía en sacudir la dominación de una potencia extranjera, sino en libertarlos, a los judíos y a la humanidad entera, de la esclavitud del pecado y del peligro inminente de la condenación eterna (2).

El Nuevo Testamento narra cómo el Mesías prometido cumplió su misión tomando sobre sí nuestras faltas y pecados y cómo hizo expiación por ellos padeciendo grandes torturas en manos de los romanos y muriendo en el suplicio de la cruz. Esta sola idea de un Mesías colgado en un madero era una abominación para los judíos, que consideraban a un crucificado como un ser maldito (Col 3:13). Y era una locura (1Cor 1:23) para los hombres cultos no judíos de su tiempo: ¡Que un Dios fuera a morir de una manera tan abyecta por mano humana! ¡No podía ser Dios entonces!

Pero esta misma idea tan absurda, este final inesperado de la carrera del Salvador divino, es la revelación del amor y de la misericordia infinita de Dios que el hombre necesitaba: Que Dios mismo, nuestro creador y acreedor, por así decirlo, tomara a su cargo nuestras deudas y pagara por ellas, sin pedirnos nada a cambio.

Al subir a la cruz, Jesús se convirtió en un signo de contradicción para judíos y gentiles por igual; en un signo que los judíos en particular rechazaban, a pesar de que el sacrificio expiatorio de Jesús estaba ya prefigurado en los sacrificios del templo y anunciado, es cierto en términos algo oscuros, por algunas profecías y, en especial, por el cántico del Siervo del Señor en el libro de Isaías (52:13-53), cuyo pasaje más saltante dice así: "Ciertamente Él llevó nuestras enfermedades y cargó con nuestros dolores y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas Él fue herido por nuestras transgresiones, molido por nuestros pecados. El castigo de nuestra paz cayó sobre Él y por sus llagas fuimos nosotros sanados" (53:4,5).

Los rabinos judíos discutían entre sí sobre la interpretación de este pasaje intrigante (¿Se refiere a un personaje concreto en particular o al pueblo escogido entero?). El eunuco de la reina Candaces le preguntó al evangelista Felipe también acerca de él ("¿El profeta dice esto de sí mismo o de otro?" Hch 8:26-40). Pero sólo Jesús mismo podía darle la interpretación justa y verdadera porque Él había sido enviado precisamente a cumplirlo (Lc 24:44-47).
La carrera del Salvador felizmente no concluyó con su muerte, sino que, como estaba anunciado en el salmo 16, las cadenas del Sheol no lo pudieron retener. Él se levantó del sepulcro, libre de las ataduras de la muerte, resucitando en un cuerpo glorioso que ya no podía volver a morir, y una vez ascendido al cielo, se sentó a la diestra de la majestad de Dios a esperar "que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies" (Sal 110:1; Lc 20:43; 1Cor 15:25).

Por estas dos revelaciones el valor del Nuevo Testamento supera incomparablemente al valor del Antiguo. Esta revelación del nacimiento, muerte y resurrección de Jesús hace que el Nuevo Testamento sea un libro único en toda la literatura humana, porque contiene las verdades más preciosas para nosotros y porque narra la intervención más extraordinaria de Dios en el devenir humano.

En tercer lugar, el Nuevo Testamento nos habla acerca de la persona del Espíritu Santo y de la Santísima Trinidad. El pueblo del Antiguo Testamento conocía acerca de la acción del Espíritu de Dios en su historia, partiendo de la creación, en la que "el Espíritu ...flotaba sobre la faz de las aguas" (Gn 1:2). Sabía, como he explicado en otra charla, que el Espíritu de Dios podía venir sobre un hombre y darle una fuerza extraordinaria o una gran sabiduría, y que podía realizar milagros. Pero no tenían idea de que el Espíritu Santo fuese también Dios a título propio y una persona distinta del Padre y del Hijo. Aunque el Ángel del Señor aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento (Gn 21:17;Ex 3:2;14:19;Jc 2:1; 6:11; etc.), identificado con Dios, y muchos piensan que era una manifestación del Verbo no encarnado, los hebreos no sabían nada acerca de la persona del Hijo, uno con el Padre. No sabían tampoco que los tres, Padre, Hijo y Espíritu Santo, siendo cada uno de ellos individualmente Dios, formaban una unidad divina, un solo Dios en tres personas.

Los judíos no sólo ignoraban estas cosas, aunque estén implícitas en algunos pasajes por cierto misteriosos de sus Escrituras, sino que para ellos, y para los no judíos, la sola noción de un Dios en tres personas era simplemente una blasfemia. Eso explica que esta verdad no fuera comprendida de inmediato por todo el pueblo cristiano sino poco a poco y que sólo fuera inequívocamente proclamada después de 300 años, en el primer concilio de Nicea, y no sin muchos debates y discusiones, que no se apagaron inmediatamente (3).

El cuarto elemento nuevo del Nuevo Testamento es el inesperado mensaje de que el hombre no tiene que hacer nada para salvarse sino creer; que el hombre, por mucho que se esfuerce, no puede merecer la salvación y que tampoco necesita merecerla, porque ya todo lo necesario lo hizo Jesús por él y es, por tanto, gratuita. Que al creer, el hombre es regenerado por el Espíritu Santo, nace de nuevo espiritualmente, como le explica Jesús a Nicodemo (Jn 3:3-7) y es una nueva criatura (2Cor 5:17).

Esta revelación se manifiesta en frases como ésta del Prólogo del Evangelio de San Juan, que dice: "Pero a todos los que le recibieron, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no son nacidos de hombre, ni de voluntad humana, sino de Dios" (Jn 1:12). O en otros pasajes del mismo evangelio, como aquel que dice: "En verdad, verdad os digo que el que oye mi palabra y cree en el que me envió tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida." (Jn 5:24).

Pero es sobre todo en las epístolas de Pablo en donde esta verdad encuentra su formulación más consumada, como en la conocida sentencia de la carta a los Efesios: "Pues habéis sido salvados por gracia mediante la fe. Esto no proviene de vosotros, sino que es don de Dios. Tampoco es por obras, para que nadie se jacte" (Ef 2:8,9). O aquella otra de Romanos: "Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención en Cristo Jesús". (Rm 3:23,24).

La salvación procurada por la muerte de Cristo es un paquete que incluye todo lo que el hombre necesita: “Ya habéis sido salvados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús…” (1Cor 6:11).

Lo cual no quiere decir que el cristiano pueda vivir como quiera o que pueda seguir pecando como antes hacía. ¿Cómo podría si ya ha sido libertado de la esclavitud del pecado y ha sido hecho siervo de la justicia? (Rm 6:18) El cristiano, hombre o mujer de Dios, tiene que vivir haciendo las buenas obras que Dios preparó de antemano para que las hiciera (Ef 2:10), no para merecer por ellas la salvación, sino para honrar a Dios con sus hechos, para mostrarle su amor y su agradecimiento obedeciéndole (Jn 14:21), y para dar testimonio de que en su diario vivir es guiado por el Espíritu Santo (Rm 8:14).

Muchas cosas, además de las mencionadas, que fueron reveladas en el Nuevo Testamento, no figuran en el Antiguo, o estaban contenidas sólo en germen en los libros de la antigua alianza. Ellas hacen que nuestra religión (4) sea una religión enteramente diferente a todas las otras religiones -incluido el judaísmo- porque ella consiste antes que nada en las verdades acerca de una persona, Jesucristo, y acerca de la misericordia de Dios revelada a través de su único Hijo.
¡Qué gran privilegio es para nosotros haber escuchado este Evangelio, esta buena nueva, y haber creído en ella! ¡Qué gran privilegio y qué enorme gracia es haber nacido en una nación cristiana en la que las verdades de Dios pueden ser predicadas abiertamente y en la que podemos adorar a Dios en toda libertad!

Si pensamos que hay tantos países en el mundo en los que esto no es posible ¿Cómo no hemos de dar gracias a Dios por este privilegio?

Y tú amigo que lees estas líneas ¿eres conciente de la enorme suerte que te ha tocado? Quizá ocurra que, como estás acostumbrado a oír hablar desde chico de estas cosas, no les das importancia, o las tomas como sobrentendidas, como algo en lo que no se necesita pensar. O quizá pienses que son antiguallas en las que la gente moderna superada ya no puede creer.

Por ese motivo quizá no has captado en toda su profundidad lo que significa que Jesús muriera por ti, que Él muriera en lugar tuyo, que tú debías haber ocupado su lugar en la cruz por tus propios pecados. Y así fue en verdad: El inocente Jesús sufrió una muerte horrenda por ti; fue condenado a causa de tus culpas para que tú fueras librado de ellas y escaparas a la sentencia que merecías (1P 2:24).

Quizá tú te digas ¿Por qué tendría yo que ser condenado a muerte si yo soy una buena persona, si yo no le hago daño a nadie?

¿Es verdad? ¿Nunca has hecho nada por lo que tu conciencia te acuse? ¿Eres realmente inocente como un niño? Vamos no te engañes. Si hubieras estado en el grupo de los que rodeaban a la pecadora que le trajeron a Jesús cuando fue sorprendida en adulterio, y que le preguntaron si era lícito apedrearla ¿podrías tú haber tirado la primera piedra? Jesús, autorizándoles a que lo hicieran, les dijo: "El que esté libre de pecado que tire la primera piedra". (Jn 8:7). Pero no había ninguno y Él lo sabía. ¿Estás tú libre de pecado como para acusar a otros?

Sé muy bien que tu respuesta es negativa; que si tú hubieras estado en ese lugar y en esa escena, tu te habrías retirado como los demás y, como yo, avergonzado porque, aunque no quieras admitirlo, tu conciencia te acusa tanto como a ellos.
Si tienes una carga, un peso en tu conciencia, del que no te puedes librar, ahí está Jesús para quitártelo, el único que puede hacerlo, si tú reconoces tus faltas y le pides perdón por ellas. Si haces eso de todo corazón, sinceramente arrepentido, Jesús te dirá como a la Magdalena: "Anda y no peques más" (Jn 8:11). 17.12.00

Notas: 1. La Septuaginta (usualmente referida como "LXX") es la traducción al griego de las Escrituras hebreas hecha, unos 150 años antes de Jesús, por los judíos asentados en Alejandría. Contiene algunos libros escritos después de Malaquías, que no fueron admitidos en el canon hebreo por el Concilio rabínico celebrado en Yavné o Yamnia (100 D.C. aproximadamente). La Septuaginta era la Biblia que usaban las sinagogas judías de la dispersión de habla griega y la que usaron los apóstoles y los primeros cristianos en su predicación. Haber tenido un texto común facilitó enormemente la difusión del Evangelio entre los judíos de la Diáspora (Hch 13:5,14-43;14:1;17:1-4;10-12;18:4,26;19:7). El orden en que están dispuestos los libros del Antiguo Testamento en nuestra Biblia -diferente del de las Escrituras judías- es el que tenían en la LXX.

2. La pregunta que los apóstoles hacen a Jesús, antes de que ascienda al cielo, acerca de cuándo restauraría el reino de Israel (Hch 1:6) muestra cómo ellos mismos, aún después de la resurrección, estaban presos de la concepción nacionalista de la misión del Mesías. Pero el descenso del Espíritu Santo en Pentecostés les dio la perspectiva correcta.
3. La herejía arriana, que negaba que Jesús fuera Dios, estuvo a punto de desplazar a la ortodoxia durante el siglo IV. Fue condenada en el primer concilio de Constantinopla (381), pero persistió en muchos reinos germánicos hasta dos siglos después. Las doctrinas de los Testigos de Jehová constituyen en parte una vuelta a la herejía del arrianismo.
4. Tomo la palabra "religión" (sinónimo de "piedad") en el sentido positivo que siempre tuvo a lo largo de la historia del Cristianismo, de relación del hombre con Dios, que lo lleva a hacer lo que Dios espera de él. Nótese que el hecho de que haya una "religión vana" no impide que haya por contraparte una “religión pura y sin mancha” (St 1:26,27).

NB. Este artículo fue originalmente el texto de una charla transmitida por Radio Miraflores en diciembre del año 2000, y enseguida publicada el 17.12.00.

#654 (28.11.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 10 de diciembre de 2010

¿CUÁL ES TU PRECIO?


Por José Belaunde M.

Hoy día en el mundo se suele decir que todo tiene su precio, todo se vende y se compra. La conciencia de la gente tiene también su precio. Si un hombre de empresa necesita que una persona en un alto cargo tome determinada decisión que le favorezca o le facilite hacer algún negocio, va donde él o le envía a un amigo de su parte, a indagar cuánto es lo que exige como compensación para decidir a favor suyo. Si acaso su amigo vuelve diciéndole que el funcionario no acepta plegarse a sus deseos, el empresario piensa: “Caramba, este tipo se cotiza muy alto ¿Cuánto será lo que quiere?” Y manda a su amigo de vuelta para que negocie el monto.
Y tú ¿has pensado cuál es tu precio? ¿Hasta que suma de dinero eres incorruptible, insobornable? ¿10,000 dólares? No, eso es muy poco para mí. ¿Pero si le agregan un cerito a la derecha y te susurran al oído: cien mil? ¿Estás dispuesto a ceder? ¿Te pones firme y dices: Yo no puedo aceptar este tipo de ofertas? ¿O tratas de justificar tu venalidad diciéndote que hay ofertas que no se pueden rehusar?

Si te proponen un negocio incorrecto ¿hasta qué ganancia estás dispuesto a renunciar para mantener tu integridad?

La gente está acostumbrada a deslizar un sobre o un billete a la persona que tiene que tramitar un expediente, para que no ponga trabas y lo haga rápido, aunque es su obligación hacerlo por el sueldo que recibe. Estas cosas son tan comunes que ya ni nos llaman la atención ni nos hacen sonrojar si nos acomodamos a la costumbre.

Hay quienes no se venden por dinero (¡son incorruptibles!) pero sí por una “pequeña” ventaja temporal, como podría ser un viaje, o un puesto, o un honor, o una posición de cierta importancia, y no obstante, se consideran honestos. Nunca se rebajaron a recibir una coima pero sí torcieron la verdad o la justicia a cambio de un beneficio de otro orden.

El personaje de Daniel en la Biblia es sumamente interesante a este respecto y las peripecias de su vida son muy instructivas para nosotros, porque él fue un hombre público, que desempeñó altos cargos desde joven y sirvió a sucesivos gobiernos durante su larga carrera.

Él era un muchacho israelita que había sido llevado a Babilonia cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén hacia fines del siglo VI antes de Cristo. El propósito del tirano era doble: de un lado privar a la nación conquistada de lo mejor de su gente, de su élite; y, de otro, aprovechar para su propia nación a lo más capaz del país vencido.

El joven Daniel fue llevado a Babilonia junto con otros jóvenes que, como él, formaban parte de la aristocracia judía y habían recibido desde niños una educación esmerada. Ahora se trataba de que aprendieran el idioma de los caldeos y se familiarizaran con las costumbres babilónicas. Si él y sus amigos demostraban ser alumnos aprovechados les esperaba una brillante carrera en su nueva patria.

El rey encargó a un hombre de su confianza el cuidado de los jóvenes israelitas, su manutención y su educación. Pero Daniel como buen israelita, debía obedecer a las prescripciones de la ley de Moisés acerca de los alimentos, y había ciertos manjares y ciertas bebidas que le estaban prohibidas.

Dice la Escritura: "Daniel se propuso no contaminarse con la porción de la comida del rey, ni con el vino que él bebía; pidió por tanto a su tutor que no se le obligase a contaminarse." (Dn 1:8). Y el funcionario, aunque con algunas dudas, accedió a su petición.

Daniel y sus compañeros rehusaron gustar de la comida del rey a pesar de que eso significaba correr el riesgo de disgustar a su tutor y, peor aún, de suscitar la cólera del soberano. En esa época los reyes no se andaban con contemplaciones. Si alguien se oponía a sus deseos, simplemente lo mandaban matar.

Pero Daniel no condescendió con el mundo que le ofrecía satisfacciones y halagos: una mesa bien servida, vino abundante, diversiones y encima, una brillante carrera y formar parte del grupo privilegiado.

¿Cuántas veces nos hemos encontrado en situaciones parecidas? Se nos ofrecen tales o cuales ventajas, con tal de que cedamos en nuestros principios.

¿Mantenemos entonces nuestra integridad o nos acomodamos? ¿Estamos dispuestos, por razones de conciencia, a renunciar a las ventajas que nos ofrecen, o peor, a ser marginados por no colaborar?

Si eres profesional ¿te negarías a hacer lo que tu conciencia te prohíbe, pese a las amenazas de represalias?

Si eres juez ¿cambiarías la sentencia a favor del culpable porque alguien bien situado te lo ordena? (Nota) ¿Estás dispuesto a arriesgar que te cambien de colocación o que te acusen falsamente de prevaricato por no ceder a las presiones?

Si eres investigador o fiscal ¿cambiarías el atestado policial por una buena oferta de dinero o por la promesa de un ascenso? ¿Acusarías al inocente por unos cuantos soles?

Si eres médico ¿esterilizarías a esa pobre campesina ignorante, sin explicarle claramente lo que esa operación significa, o sin que su esposo esté de acuerdo? Hubo pocos médicos que se negaron hace pocos años a hacerlo por temor de perder su puesto y su sueldo.

¿Abortarías a esa joven por un buen fajo de billetes?

Si estás a cargo de las compras en una repartición pública ¿harías pedidos innecesarios en complicidad con otros colegas para recibir la comisión que te ofrece el vendedor? ¿Te contentas con el diez por ciento para otorgar la buena pro, o pides más? ¿O te niegas más bien, como debieras, a recibir un centavo?

Casos como los que menciono ocurren a diario en la administración pública, en los negocios y en todas las profesiones. Y ahí es cuando se descubre el temple de nuestra integridad de carácter y de nuestras convicciones.

Queremos formar parte de la collera, del grupo de amigos "in", de los que son invitados a reuniones de diversión privadas, de los que están al tanto de las mejores oportunidades para hacer dinero, de los que se benefician con los repartos o de los ascensos.

Hoy más nunca reinan los que venden su conciencia. ¿Cuál es tu precio? ¿Ya lo has fijado?

Seguir a Cristo también tiene su precio, pero es un precio de naturaleza diferente, que no siempre se mide en dinero. Porque puede pedírsenos que mintamos ante la opinión pública, o que tomemos parte en manejos que nuestra conciencia reprueba; o que nos adhiramos a ciertos grupos políticos, o a ciertas fraternidades que nos ofrecen apoyo de colegas; o, simplemente, se nos pide que neguemos nuestra fe cristiana.

El apóstol Pedro se encontró una vez en una situación de peligro parecida y, para escapar de ella, negó que era amigo de Jesús. Si él decía que sí, si admitía que era su amigo, quizá lo hubieran involucrado en el juicio como cómplice y hubiera acabado en la cruz junto con su maestro. Él lo amaba, por cierto, pero no tanto como para arriesgar la vida, o como para ser torturado.

Sin embargo, Pedro le había jurado poco antes a Jesús que estaba dispuesto a morir por Él. Pero llegado el momento de la prueba, más pudo el miedo. Cuando cantó el gallo y se acordó del anuncio que le había hecho Jesús ya era tarde, ya lo había traicionado.

¿A qué le temes tú más? ¿A desafiar la ira del rey, de los poderosos, o a desafiar la ira de Dios? Los reyes, los poderosos de este mundo son muchas veces testaferros del diablo, sus emisarios. Vienen de su parte para tentarte, para probar el temple de tu conciencia. Cuando te vengan a hacer determinadas ofertas, mira bien los pies de la persona que te las hace, a ver si descubres las pezuñas del cachudo.

¿A quién le temes tú más? ¿A Dios, o a la gente del mundo, o a la sociedad, o a los poderosos? ¿Ante quién tiemblas?

Jesús dijo: "No temáis a los que matan el cuerpo mas no pueden matar el alma; temed más bien a Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno" (Mt 10:28). Hay quienes creen que Jesús se está refiriendo en ese pasaje al diablo, pero no se está refiriendo al diablo sino a Dios. Sólo a Dios debemos temer. El diablo puede torturarnos en el infierno pero no puede mandarnos ahí ni destruirnos. Sólo Dios puede hacerlo.

También dijo Jesús: "¿Qué provecho sacará el hombre con ganar el mundo entero si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si pierdes tu alma, lo perdiste todo, porque los bienes son muchos pero el alma es una sola. Además el bien que pudiste ganar a cambio de tu alma dura muy poco. En cambio tu alma es eterna.

Antes Él había dicho: "Todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por mi causa, la encontrará". (Mt 16:25). Esa es la gran promesa de Jesús. Lo que tú estés dispuesto a renunciar por mantenerte fiel a Jesús, inclusive la vida, lo recuperarás mil veces aumentado, multiplicado, en este mundo o en el otro.

Dios premió la fidelidad de Daniel y de sus compañeros haciendo que ellos encontraran gracia con el funcionario que se encargaba de ellos; haciendo que no se demacraran, como temía el tutor, por el hecho de comer sólo legumbres y otros alimentos permitidos a los israelitas (Dn 1:12-15); y, por último, los premió dándoles más sabiduría que a los otros jóvenes de su edad (Dn1:19,20), de tal manera que destacaran temprano sobre los demás del grupo. Porque dice el texto sagrado que el rey se mostró satisfecho con ellos y los convirtió en sus consejeros.

Ser fieles a Dios conlleva un precio, pero trae consigo también una recompensa: por de pronto, mayor sabiduría y autoridad. Puede haber sacrificios que afrontar, esto es, renunciar a los premios que da el mundo a los que se doblegan; y puede haber peligros que sortear, incluso arriesgar la vida; pero, al final, Dios nos premia y su recompensa tiene mucho mayor valor que las satisfacciones transitorias que ofrece el mundo.

En última instancia, aunque al principio te critiquen o se burlen de ti, al final te admirarán por la solidez de tus principios y de tu carácter, te elogiarán públicamente. Porque no hay mucha gente incorruptible en el mundo, y esos pocos terminan siendo admirados y premiados hasta por aquellos que los criticaban.

Pero el mayor premio que puedes obtener es la paz de una conciencia tranquila, de un sueño imperturbado. Si hubieras consentido en lo que te proponían, si hubieras aceptado el soborno ¿cómo te hubieras sentido? ¿Estarías contento de ti mismo? Y si el asunto llegara a ser público ¿con qué cara mirarías a tus hijos que veían en ti a su modelo?

Nota. Sabemos que estas cosas suceden con frecuencia en nuestro poder judicial, y no sólo porque alguien bien situado lo ordena sino porque se ofrece una recompensa dineraria.

NB. Esta charla fue transmitida por radio el 15.01.2000 y publicada hace poco más de cinco años. La vuelvo a imprimir porque creo que su contenido sigue siendo muy actual.
#655 (05.12.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 25 de noviembre de 2010

JOSÍAS, EL ÚLTIMO REY PIADOSO DE JUDÁ - II

Por José Belaunde M.

En el artículo anterior narramos el inicio del reinado de Josías y su celo para limpiar su país de todas las huellas de la idolatría en que había caído; narramos la restauración del templo de Jerusalén que él emprendió, y cómo en el transcurso de esos trabajos se encontró el libro de la ley que se había perdido. Lo dejamos cuando, después de escuchar conmovido su lectura, mandó consultar a Dios por medio de la profetisa Hulda y oyó su respuesta.

Aunque el castigo del pueblo estaba anunciado como inevitable, Josías se propuso hacer todo lo posible para que el pueblo se reformara. Él comprobó que lo que había hecho hasta ese momento no era suficiente, que tenía que profundizar la reforma del culto y de las costumbres.

Convocó a todo el pueblo, desde los príncipes hasta los más humildes, y él mismo les leyó el libro de la ley: “Y subió el rey a la casa de Jehová con todos los varones de Judá, y con todos los moradores de Jerusalén, con los sacerdotes y profetas y con todo el pueblo, desde el más chico hasta el más grande; y leyó, oyéndolo ellos, todas las palabras del libro del pacto que había sido hallado en la casa de Jehová.” (2R 23:2)

Él tomó en serio su misión de hacer conocer al pueblo la palabra de Dios (como haría Esdras casi doscientos años después, Nh 8:1-3). Si a él lo había conmovido escucharla, pensó que el mismo efecto tendría sobre sus súbditos, y no se equivocó. Pero no le bastó haberse conmovido, sino que se comprometió él mismo a cumplir la voluntad de Dios, y comprometió al pueblo a hacerlo.

“Y poniéndose el rey en pie junto a la columna, hizo pacto delante de Jehová, de que irían en pos de Jehová, y guardarían sus mandamientos y sus estatutos con todo el corazón y con toda el alma, y que cumplirían las palabras del pacto que estaban escritas en aquel libro. Y todo el pueblo confirmó el pacto." (2R 23:3).

El pueblo dio su asentimiento y confirmó el pacto que Josías había hecho en nombre propio y en nombre de ellos. Ese pacto no era un pacto nuevo, estrictamente hablando, sino era la renovación del pacto que el pueblo hebreo había celebrado con Dios en el Sinaí cuando recibió las tablas de la Ley (Ex 24:7; 34:8-10). (Nota 1)

¡Feliz el pueblo que tiene un gobernante que ama la palabra de Dios y la pone en práctica! “Cuando los justos gobiernan el pueblo se alegra”, dice Pr 29:2. Si el pueblo estuviera siempre dispuesto a vivir acatando la ley de Dios, y sus autoridades estuvieran dispuestas a gobernar según sus mandatos, como lo estaban Josías y sus colaboradores, la nación sería feliz y prosperaría.

El Perú goza actualmente de prosperidad económica, pero todavía hay mucha pobreza y desigualdad; y ahora el país está afligido por el resurgimiento del terrorismo en el VRAE, y por el aumento de la delincuencia, así como por la inseguridad resultante. Necesitamos que el celo de Josías venga sobre nuestros gobernantes.

¿Pero fue esta renovación del pacto hecha por Josías y el pueblo, suficiente para borrar el efecto de décadas de idolatría en los corazones y hacer que todos se volvieran sinceramente a Dios? Los acontecimientos posteriores, como veremos más adelante, demostrarían que no. Durante la vida del rey piadoso el pueblo, en efecto, no se apartó de la voluntad de Dios expuesta en la ley que habían oído, al menos en lo exterior, pero en su interior deseaban regresar a sus ídolos, tal como Jeremías constantemente denunciaría. (2)

Sin embargo, Josías no perdió tiempo para poner en obra las palabras del pacto renovado, y terminó de limpiar el templo de todo rezago y de toda huella de idolatría, quemando los utensilios del culto de Baal y de Asera. (3)

Demolió el santuario que había en el valle de Hinnom (Ge-Hinnom), al Sur de la ciudad, donde se realizaba el culto de la fertilidad y donde había sacrificios humanos. Quemó ahí además la imagen de Asera que había en el templo, y la convirtió en polvo (v.6; c.f. Ex 32:20). El lugar se convirtió en un muladar en donde se quemaba la basura de la ciudad. De ahí viene que su nombre se convirtiese en sinónimo del infierno. (gehena en griego). Profanó el altar a Moloc (tofet) “para que ninguno pasase a su hijo o hija por fuego.” (v. 10).

Se prohibió a los sacerdotes idólatras quemar incienso en los lugares altos en Judá y en los alrededores de Jerusalén, algo que su bisabuelo Ezequías, ochenta años antes, no había logrado del todo. “Y asimismo (quitó) a los que quemaban incienso a Baal, al sol y a la luna, y a los signos del Zodíaco y a todo el ejército de los cielos.” (v.5).

Todas estas medidas llevaron a la centralización del culto en Jerusalén, tal como estaba prescrito en Dt 12:5-14.

Destruyó además el santuario cismático que Jeroboam, hijo de Nabat, había levantado en Betel (1R 12:25-29), y quemó la estatua de Asera que allí había (2R 23:15).

En su recorrido por el territorio del Norte haciendo limpieza de ídolos, sacó los huesos de los sepulcros y los quemó sobre los altares de los lugares altos para profanarlos. Pero respetó la tumba del varón de Dios que, trescientos años, antes había profetizado que algún día habría un rey que se llamaría Josías, y que haría las cosas que él estaba haciendo (v. 16-18. C.f. 1R 13:1-3).

Cuando hubo terminado la obra de limpieza de las idolatrías en el territorio de Judá y del antiguo reino de Israel, regresó a Jerusalén para celebrar la Pascua.

El 2do libro de Crónicas dedica todo un capítulo a describir la Pascua que Josías mandó celebrar en el año 18 de su reinado, cuando tenía 26 años (621 AC), y de la que se dice que desde los tiempos de Samuel no se había celebrado una Pascua semejante, tan brillante, gozosa y abundante (2R 23:22; 2Cro 35:18), ni siquiera incluso bajo los reinados de David y Salomón. Una característica especial de esta Pascua fue que se celebró en el santuario de Jerusalén, donde asimismo se sacrificaron los corderos pascuales, y no como en otras oportunidades, en diversas ciudades del territorio.

Recuérdese que Ezequías había celebrado también una Pascua fastuosa al culminar sus reformas (2Cro 30. Véase mis artículos “Ezequías celebra la Pascua” I y II).

Un producto importante de la reforma llevada a cabo por Josías –señala el historiador F.F. Bruce- fue la compilación final de los escritos históricos que cubren el período que va desde la conquista de Canaán hasta su propio reino, y que figuran en los libros de Josué, Jueces, Samuel y Reyes. No que todo su contenido fuera escrito en su tiempo, sino que se redactaron incorporando material histórico ya existente, que debe haber sido en parte contemporáneo a los sucesos narrados en sus diferentes secciones. La intención de esos libros no era hacer una crónica secular de los acontecimientos, sino hacer un registro de los tratos de Dios con su pueblo, desde el punto de vista de la perspectiva profética, por lo que se piensa que esos libros deben haber sido compilados en su mayor parte por miembros de las escuelas de profetas.

Para realizar sus reformas Josías contó con el apoyo de dos jóvenes profetas: el primero de ellos es Sofonías, posiblemente pariente suyo, que antes de que el rey llevara a cabo lo más significativo de sus reformas, predijo algunas de las cosas que él haría (Sof 1:4-6). Pero el más importante de ambos es sin duda Jeremías, que empezó su ministerio en el año décimo tercero del reinado de Josías, un año después de que el rey empezara su obra de limpieza, y cinco años antes de sus principales reformas.

Sin embargo, Jeremías previó que la renovación del pacto hecha por Josías no iba a cambiar radicalmente la conciencia y las costumbres idolátricas del pueblo, tal como tampoco el pacto sinaítico pudo hacerlo, porque la gente no había nacido de nuevo. Ese nuevo nacimiento se produciría sólo cuando viniera el nuevo pacto que él predijo que Dios haría con Israel, el cual transformaría realmente los corazones, y en el que las leyes de Dios estarían grabadas, no en tablas de piedra como en el Sinaí, sino en los corazones de la gente.

Él se refería naturalmente al nuevo pacto que, sabemos, sería inaugurado por Jesús al celebrar la Última Cena: “He aquí que vienen días, dice Jehová, en los cuales haré nuevo pacto con la casa de Israel y con la casa de Judá. No como el pacto que hice con sus padres el día que tomé su mano para sacarlos de la tierra de Egipto; porque ellos invalidaron mi pacto, aunque yo fui un marido para ellos, dice Jehová. Pero este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice Jehová: Daré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón, y yo seré a ellos por Dios y ellos me serán por pueblo. Y no enseñará más ninguno a su prójimo, ni ninguno a su hermano, diciendo: Conoce a Jehová, porque todos me conocerán, desde el más pequeño hasta el más grande, dice Jehová; porque perdonaré la maldad de ellos, y no me acordaré más de su pecado.” (Jr 31:31-34).

Seiscientos años habían pasado desde el pacto sinaítico; seiscientos años más pasarían hasta el advenimiento de Cristo. “Pero en la víspera de la catástrofe nacional, que nadie previó con tan terrible claridad como Jeremías, este rayo de luz aparece para iluminar el futuro con esperanza divina”, escribe F.F. Bruce.

Entretanto la historia seguía su curso implacable. El año 616 AC se estableció una nueva dinastía caldea en Babilonia, que invadió Asiria, ya muy debilitada. Pero Asiria recibió apoyo de Egipto, al que no convenía que se estableciera una nueva potencia al Norte de su reino.

Durante once años Egipto sostuvo a Asiria contra sus enemigos. Sin embargo, el año 612 Nabucodonosor, príncipe heredero de Babilonia, conquistó, en alianza con los medas, Nínive, la capital de Asiria, y la destruyó, para alegría de todos los pueblos que habían sufrido bajo su yugo.

El profeta Nahum cantó al respecto: “¡Ay de ti, ciudad sanguinaria, toda llena de mentira y de rapiña, sin apartarse del pillaje! Chasquido de látigo, y fragor de ruedas, caballo atropellador y carro que salta; jinete enhiesto, y resplandor de espada y resplandor de lanza; y multitud de muertos, y multitud de cadáveres…” (Nh 3:1-3). Nótese el aliento poético de ese pasaje que utiliza las imágenes de una batalla para describir la caída de la gran ciudad.

No obstante, el reino asirio sobrevivió a la destrucción de su capital gracias al apoyo egipcio. En el curso de su política proasiria, el faraón Necao marchó al Norte para venir en auxilio de Asiria, pero fue detenido en el valle de Meguido por el rey Josías que, al menguar el poderío asirio, había logrado reconstruir su ejército.

Josías sin duda pensaba que la desaparición definitiva de Asiria era esencial para que Judá pudiera conservar su independencia. Su motivación era buena pero su estrategia era equivocada. Él no podía hacer frente a un poder mucho más grande que el suyo, salvo que Dios lo respaldara. Al inclinarse indirectamente a favor de Babilonia no pensó que el naciente poder caldeo podía llegar a ser tan enemigo de Judá como lo había sido Asiria.

Necao le mandó decir: “¿Qué tengo yo contigo, rey de Judá? Yo no vengo contra ti sino contra la casa que me hace la guerra; y Dios me ha dicho que me apresure. Deja de oponerte a Dios, quien está conmigo, no sea que Él te destruya.” (2Cro 35:21)

Pero Josías no le hizo caso: “Mas Josías no se retiró sino que se disfrazó para darle batalla, y no atendió a las palabras de Necao, que eran de boca de Dios; y vino a darle batalla en el campo de Meguido.” (2Cro 35:22).

¿Por qué Josías no creyó que las palabras de Necao venían de Dios? Quizá él pensó que Dios no le hablaría a través de un soberano pagano. Olvidó que Dios había hablado no sólo a través de un profeta pagano (Balaam), sino también a través de un asna (Nm caps. 22 al 24). Desde el punto de vista práctico es interesante constatar que Dios puede efectivamente hablarnos alguna vez a través de personas del mundo o incrédulas.

Pero sobre todo ¿Por qué no consultó Josías a Dios, como había hecho anteriormente, acerca de lo que debía hacer? Quizá ése sea el motivo por el cual Jeremías es parco en el elogio que ha dejado escrito acerca de Josías.

Josías había obrado imprudentemente al enfrentarse a un ejército más poderoso que el suyo y cayó en la batalla: “Y los flecheros tiraron contra el rey Josías. Entonces dijo el rey a sus siervos: Quitadme de aquí, porque estoy gravemente herido. Entonces sus siervos lo sacaron de aquel carro, y lo pusieron en su segundo carro que tenía (posiblemente el carro real con que había venido a la batalla, antes de pasarse disfrazado al otro carro menos adornado), y lo llevaron a Jerusalén donde murió; y lo sepultaron en los sepulcros de sus padres. Y todo Judá y Jerusalén hicieron duelo por Josías. Y Jeremías endechó en memoria de Josías…” (2Cro 35:24,25ª). Pensemos: Con cuánta frecuencia ocurre que cuando las personas justas mueren nos damos cuenta de su valía y les rendimos el homenaje que les negamos en vida.

Un triste e inesperado final para un gran rey. Pero ¿no había predicho Hulda que Josías moriría en paz? (2Cro 34:26-28; 2R 22:18-20) Esa profecía se cumplió en dos sentidos:

1) Aunque Josías fue herido en batalla, él murió en su cama, sin duda rodeado de los suyos; y

2) Él no vio el desastre que poco después se abatiría sobre su país. No contempló el final de la independencia de Judá, ni su ruina.

Es paradójico contemplar cómo un soberano piadoso como Josías, que buscó siempre servir a Dios fielmente, pudo en un momento crucial de su vida, obrar de acuerdo a su propio criterio y no buscar el consejo de Dios antes de tomar una decisión estratégica tan importante. ¿Se habría él envanecido? ¿O pensaría que Dios respaldaba todo lo que hiciera?

¿Podemos nosotros reprochárselo? ¿No obramos nosotros acaso a veces de manera semejante, creyéndonos seguros de lo que hacemos y sin consultar a Dios, como si no fuera siempre necesario?

Lo cierto es que la muerte prematura de Josías fue una catástrofe de graves consecuencias para el reino de Judá -que perdió su recién conquistada independencia- así como para la causa de la restauración del culto al Dios verdadero, en la cual se produjo de inmediato un grave retroceso.

A Josías debía sucederle su hijo mayor, Eliaquim, pero el pueblo se opuso, porque conocían su carácter déspota, y colocó en su lugar al segundo de los hijos de Josías, a Joacaz. Pero éste, no se sabe exactamente por qué motivo, sea porque Necao consideró que había sido nombrado sin consultarle (y él consideraba a Judá como un reino vasallo suyo), sea por intrigas del Eliaquim, a los tres meses fue depuesto por el faraón y llevado prisionero a Egipto donde murió. Necao colocó en su lugar al repudiado Eliaquim, y como para afirmar su autoridad sobre el reino, le cambió el nombre, llamándole Joacim. Nótese que Jeremías denuncia en numerosos pasajes de su libro la política pro egipcia seguida por Joacim (Véase por ej. Jr 2:36,37).

Debido a la torpeza del nuevo rey y de sus príncipes, que no hicieron caso de las advertencias apremiantes que les hacía Jeremías, el año 597 AC Jerusalén fue conquistada por las tropas de Babilonia.

El año 587 AC, debido a la negativa del nuevo rey, Sedequías, de someterse a Babilonia, como le aconsejaba Jeremías, Jerusalén fue sitiada y destruida por Nabucodonosor, y el templo fue quemado. Sedequías fue llevado ciego y encadenado a Babilonia (2R 25:1-7), y lo mejor del pueblo fue llevado cautivo a esa ciudad.

Las profecías de Hulda y de Jeremías, que anunciaban la catástrofe, se cumplieron al pie de la letra, y el reino de Judá perdió definitivamente su independencia, que no recuperaría sino cuatrocientos años después con la rebelión macabea, pero por poco tiempo, pues medio siglo antes de que naciera Jesús, Israel fue conquistado por el imperio romano.

El libro de Reyes dice acerca del rey Josías: “No hubo otro rey antes de él, que se convirtiese a Jehová de todo corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él hubo otro igual.” (2R 23:25).

Pero enseguida añade: “Con todo eso, Jehová no desistió del ardor con que su ira se había encendido contra Judá, por todas las provocaciones con que Manasés le había irritado. Y dijo Jehová: También quitaré de mi presencia a Judá, como quité a Israel, y desecharé a esta ciudad que había escogido, a Jerusalén, y la casa de la cual había yo dicho: Mi nombre estará allí.” (vers. 26,27)

El pecado en que había incurrido Judá durante décadas era demasiado grave, y su conversión durante el reinado de Josías no había sido suficientemente profunda y sincera, como para que Dios desistiera de sus propósitos. Sin embargo, el rey Josías ha quedado como un ejemplo de piedad y de fidelidad a Dios que nosotros haríamos bien en imitar. Desde muy temprano buscó al Señor, como hemos visto al comienzo de este relato, y se propuso seguir el buen ejemplo de su antepasado David; mostró un amor reverente por la palabra de Dios; buscó conocer la mente de Dios para sí mismo y para su pueblo; proclamó la palabra de Dios sin temor, y consagró su vida a cumplir su santa voluntad.

Nota: 1. Josué. poco antes de morir, hizo también que el pueblo renovara el pacto hecho en el Sinaí y se comprometiera a cumplir todos los estatutos de Dios (Jos 24:19-28)
2. En un oráculo pronunciado en el cuarto año del rey Joacim, Jeremías recuerda al pueblo que desde el año trece del rey Josías, durante veintitrés años, él les había hablado, exhortándolos a apartarse del mal camino, pero no lo habían escuchado (Jr 25:3-7)
3. Así como Josías limpió el templo de Dios de todos los ídolos que lo mancillaban, de igual manera debemos nosotros limpiar el templo del Espíritu Santo, que es nuestro cuerpo, de todos los ídolos vanos que lo contaminan.

Bibliografía: Además de los comentarios de M. Henry, M. Poole y J. Gill, que suelo consultar con frecuencia, me han sido útiles el comentario de C.F. Keil sobre Reyes y Crónicas, la “Historia de Israel” de G. Ricciotti, “Israel and the Nations” de F.F. Bruce, y “Handfuls on Purpose” de James Smith.

#652 (14.11.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).