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miércoles, 1 de junio de 2022
miércoles, 8 de septiembre de 2021
El Maestro, Etica y Valores
EL MAESTRO, ÉTICA Y VALORES
Enseñar
valores es fácil. Basta con hablar de ellos y proveer ilustraciones y ejemplos.
Pero la enseñanza de los valores es estéril si quien los enseña no los lleva a
la práctica en su vida diaria. Porque, como dijo un autor, lo que haces habla
más fuerte que lo que dices.
Es
difícil y costoso, en cambio, enseñar las virtudes. Porque, aunque se puede
hablar elocuentemente de ellas, sólo se pueden enseñar con el ejemplo. Se
aprenden por imitación.
miércoles, 1 de octubre de 2014
LOS VALORES Y EL AMOR III
LA
VIDA Y LA PALABRA
Por
José Belaunde M.
LOS
VALORES Y EL AMOR III
Es el amor lo que hace
felices a los seres humanos. El amor nos cambia, el amor nos mejora, el amor
nos alegra. En cambio la falta de amor nos vuelve tristes. El que da amor y no
recibe amor termina siendo desgraciado, porque su amor no es correspondido, ya
que en la respuesta estriba gran parte de la felicidad que el amor proporciona.
Al mismo tiempo, el que es amado pero no puede corresponder al amor que le dan,
tampoco puede ser feliz porque siente el dolor que causa. El amor entre seres humanos
es por naturaleza un impulso, o movimiento recíproco, es un dar y recibir.
Pero cuando el ser
humano natural es transformado por la gracia, el darse en el amor predomina, y
ya no le es tan necesario recibir, porque un nuevo amor de una calidad
diferente, superior, lo ha llenado. O, por lo menos, la satisfacción del dar
predomina sobre la necesidad de recibir. Más queremos amar que ser amados. De
hecho cuanto más ama uno a Dios, más quiere darse a los demás, y menos necesita
recibir de los demás, porque, como he dicho, el amor de Dios lo colma, el amor
de Dios lo llena y vale mucho más que el mayor de los amores humanos.
Al mismo tiempo cuanto
más lleno esté uno del amor sobrenatural, menos necesidad tiene
de los amores
naturales, porque el amor sobrenatural es de una naturaleza superior y compensa
por la falta de los amores naturales. Ésta es una realidad que hoy día está un
poco como olvidada en el mundo: que quien tiene el amor de Dios, quien ama
profundamente a Dios, y se sabe amado por Él, y es conciente, a la vez, de que
nunca podrá amar a Dios tanto como Dios lo ama a uno, no mendiga el amor
humano, no lo requiere con la misma ansiedad, porque tiene un amor que colma
todos los vacíos que puede haber en su alma.
El mundo como que
descalifica a las personas que no gozan del amor humano, porque ignora que hay
un amor superior, que es capaz de hazañas que el amor humano, por heroico que
sea, no puede realizar. La acción heroica más grande que ha conocido la
humanidad fue hecha precisamente por puro amor, por un amor absolutamente
desinteresado; por un amor que sabía que trágicamente no iba a ser
correspondido por gran número de aquellos por los cuales se sacrificaba. Esa
acción fue la redención del género humano.
¿Por qué subió Jesús a
la cruz? Por amor, por amor a aquellos que en ese momento lo odiaban y lo
torturaban; y por amor a aquellos que vendrían después, muchos de los cuales
ignorarían ese acto heroico de amor, o no le darían importancia, y no
corresponderían a ese acto de amor supremo.
Nosotros como creyentes debemos
darle gracias a Dios porque hemos sido amados de tal manera que no solamente
hemos sido redimidos por el sacrificio de Cristo, sino que hemos sido trasladados
del reino de las tinieblas al reino de la luz (1P 2:9), al reino del amor que
es el reino de Dios, y porque podemos corresponder al amor con que Dios nos
ama, lo cual nos hace inmensamente felices.
Al mismo tiempo cuanto
más amamos a Dios menos proclives somos a rechazar a aquellas personas que no nos
caen bien, porque lo natural en el hombre es que ame a aquellas personas con
las cuales tiene afinidad, y rechace a las personas con las cuales no la tiene,
que no son como uno. Más aun, el amor natural con gran facilidad se convierte en
antipatía, o en odio, cuando sufre desilusiones; o se convierte en rencor; o
simplemente juzga antipático al que le corresponde mal, porque el amor humano
carnal, como dijimos en el artículo anterior, es un sentimiento egoísta.
Pero cuanto más lleno
esté uno del amor sobrenatural, del amor de Dios, menos tiende a tomar mal
aquellas cosas que puede haber desagradables en el prójimo, más aumenta su
capacidad de tolerarlas. Es como si el amor nos revistiera de una coraza que
hace que las cosas negativas nos afecten menos, y que podamos seguir amando
aunque seamos heridos, y podamos llegar incluso a amar al que nos hiere.
“Fieles son las heridas del que ama,” dice el libro de Proverbios (27:6). Podemos ser heridos, podemos no ser
correspondidos y, sin embargo, seguimos amando, porque ese amor que tenemos en
nosotros es un amor que se da necesariamente, y que subsiste aunque no sea
correspondido; permanece, aunque sea pagado mal, como se suele decir.
Podemos ver entonces que
el amor es más que un valor en términos filosóficos o éticos. El amor es una
virtud sobrenatural, es una cualidad que viene de Dios, es algo propio de Él, cuya
naturaleza es amor (1Jn 4:8), y que nosotros tenemos porque venimos de Él,
hemos sido regenerados por Él, y regresaremos un día a Él.
En el mundo al amor desinteresado
por los demás se le llama “altruismo”. Esa palabra viene del latin “alter”, que
quiere decir “otro”. El altruismo es el interés sincero que uno tiene por el
otro, por las necesidades o circunstancias del otro, aun a costa de uno mismo y
de los propios intereses. En ese deseo de ayudar se prefiere el bienestar ajeno
al propio. El altruismo es un concepto secular, y ciertamente es algo bueno en
sí. Pero, aunque la gente del mundo no lo quiera reconocer, o incluso lo niegue
tajantemente, ese sentimiento noble tiene por fuente y origen el amor de Dios.
Hay muchas
manifestaciones de ese sentimiento. Por ejemplo, organizaciones como la Cruz
Roja, que hace una gran labor humanitaria, es una manifestación de altruismo. También
lo es la organización “Médicos sin Fronteras”, formada por médicos voluntarios
que acuden a proporcionar asistencia médica en situaciones de emergencia en
países pobres, como recientemente en el caso de la epidemia de Ébola en algunos
países africanos. Ellos trabajan sin ser remunerados y arriesgando su salud y
su vida. Hay también lo que se llama el voluntariado en el campo de la acción
social. Todas esas son manifestaciones de altruismo, que es, repito, algo muy bueno
en sí. Pero ese amor humano natural, por bueno que sea, no transforma a la
gente. El único amor que transforma es el amor sobrenatural.
El amor natural como
sentimiento puede asumir muchas formas, tales como la cordialidad, por ejemplo.
Hay personas que son muy cordiales, o cariñosas, por naturaleza, mientras que hay
otras que son frías, reservadas. ¿De qué depende? Del temperamento de las
personas. Las personas sanguíneas son, por lo general, muy cordiales y
expansivas; los melancólicos, en cambio, son fríos, reservados; lo que no
quiere decir que no amen; quizá amen incluso más que los sanguíneos, pero no lo
manifiestan.
Lo cierto es que el amor
es un componente indispensable de las relaciones humanas en todos los niveles.
Por eso dice Proverbios: “El amor cubre todas
las faltas” (10:12), es decir, no las toma en cuenta, las pasa por alto.
Más aun nos vuelve pacientes, nos vuelve tolerantes, nos vuelve dispuestos a
ceder, a no tratar de imponernos constantemente. Nos lleva a perdonar, nos
vuelve responsables. Es como el aceite que suaviza los roces y facilita las
relaciones humanas.
Pero, de otro lado, nos
vuelve valientes, osados. El que se enamora cambia para bien, se ennoblece,
está dispuesto a sacrificarse por su amada y a defenderla, aun a riesgo de su
vida, y viceversa. Como vemos con frecuencia al hombre o mujer enamorados los
ojos le brillan, su piel rejuvenece. Incluso el egoísta, cuando se vuelve padre,
se vuelve sacrificado y es capaz de hacer muchos esfuerzos y sacrificios que
antes no hacía por ese hijo pequeño que le ha nacido. Eso ocurre porque Dios, en
su sabiduría, nos ha hecho de esa manera a propósito. Hay resortes desconocidos
en la naturaleza humana que nos impulsan a actuar de una forma desacostumbrada.
El amor se aprende, el
amor se cultiva, de ahí que sea tan importante amar al niño pequeño, porque el
niño aprende a amar siendo amado, y cuanto más amado sea, más tenderá a amar a
otros, a menos que haya sido engreído, en cuyo caso el amor recibido lo vuelve
egoísta y exigente.
Si el niño no es amado,
no aprende lo que es el amor, y más tarde no va a saber amar, le costará amar.
Peor aún, si ha sido maltratado, o descuidado, crecerá lleno de resentimientos
que ahogarán el sentimiento natural en él, y se volverá odioso, vengativo.
Conviene que los padres,
o los parientes que en ausencia de ellos se ocupan de los niños, se pregunten: ¿Amamos
lo suficiente a nuestros hijos? ¿Expresamos nuestro amor? ¿O hemos hecho de
nuestro amor un pretexto para engreír al niño? Con frecuencia el que engríe
trata inconcientemente de ganarse el amor del niño complaciendo todos sus
deseos y caprichos. El resultado puede ser desastroso para el niño, porque más
tarde será un adulto exigente e insatisfecho.
O lo contrario, ¿negamos
a nuestros hijos la atención y el amor que necesitan? ¿O los amamos, pero no
manifestamos nuestro amor abrazándolos, acariñándolos?
Una vez escuché el
testimonio conmovedor de un pastor. Él decía que le había costado mucho amar porque
no había sido amado de niño. Cuando se convirtió descubrió una realidad que
desconocía, que era precisamente el amor. Se había casado porque necesitaba una
compañera, pero reconocía que no amaba realmente a su mujer. Tenía tres hijas,
pero no las amaba realmente, y ellas después dieron testimonio de que, en
efecto, al comienzo su padre no las amaba. Eso ocurría porque él no había
recibido amor de niño. Pero cuando se convirtió y empezó a ser llenado del amor
de Dios, descubrió una realidad que desconocía y empezó a amar realmente a los suyos,
algo que nunca antes había experimentado. Recién entonces aprendió a hacerlo.
El niño necesita ser
amado para poder amar a su vez. Pero así como el amor se aprende, también se
puede desaprender, cuando sólo se recibe maltratos, cuando se es rechazado, o
se sufren injusticias. Entonces nos volvemos desconfiados, toscos, o cínicos.
El que no ama se aísla, y
suele carecer de amigos. En cambio, todo el que ama, sobre todo
sobrenaturalmente, suele estar siempre rodeado, porque el amor es como la miel,
que atrae a las moscas. El amor atrae a los seres humanos. De ahí que el amor
sea la cualidad fundamental de la cual parten todas las demás. Nosotros sabemos
como creyentes de dónde viene el amor.
El diablo es ducho en
imitar las virtudes, y lo hace de muchas maneras deformándolas para
desvirtuarlas. De un lado, puede convertir a las personas en ascetas
exagerados, que rechazan todo amor humano; de otro, pone todo el énfasis en los
sentidos, en lo erótico, en el aspecto sensual del amor, al punto de convertirlo
en una caricatura del amor, en una negación del amor, porque el amor sensual descontrolado
puede volverse cruel y degenerar en sadismo y sadomasoquismo.
El amor, dice la
palabra, “ha sido derramado en nuestros corazones
por el Espíritu Santo que nos fue dado.” (Rm 5:5). Conocemos el amor
natural porque lo hemos experimentado, pero muchas veces el amor natural no nos
hace felices sino desgraciados, cuando no es correspondido. Pero el amor
sobrenatural siempre es correspondido, porque si amamos a Dios es “porque Él nos amó primero.” (1Jn 4.19).
Podemos pues decir que es correspondido por adelantado. Dios ciertamente nos
ama mucho más de lo que nosotros podamos amarlo. Y si amamos con un amor
sobrenatural a una persona, o a un grupo de personas, seremos inevitablemente
correspondidos, porque el amor es una cualidad, una virtud superior, que tiene
un gran poder en sí mismo, ya que “el
amor es de Dios.” (1Jn 4:7). Debemos pues buscar llenarnos de este amor
sobrenatural que lo compensa todo.
¿Cómo nos llenamos de ese amor?
¿Cómo lleno yo mi vaso de agua? Yendo a la fuente del agua. ¿Cómo me lleno yo
de ese amor sobrenatural? Yendo a la fuente de ese amor, que es Dios.
Busquémoslo pues a Él,
busquémoslo incesantemente para ser llenados de su amor, y podamos amar a los
nuestros y a los demás, al prójimo, en cierta medida como Dios los ama. Que
nuestra boca, nuestras palabras, nuestros ojos, nuestra mirada, sean un reflejo
del amor de Dios, y traigamos a otros el bálsamo del amor que sana las heridas
y el cariño cálido que abriga y alienta los corazones.
Amado lector: Jesús dijo: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a
ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus
pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente
oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a
expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los
míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte.”
#846 (07.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José
Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel
4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
miércoles, 10 de septiembre de 2014
LOS VALORES Y EL AMOR I
LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LOS
VALORES Y EL AMOR I
De dónde viene esta palabra “valores”,
por qué usamos la palabra “valores”, y qué tiene que hacer este concepto de “valores”,
con lo que se enseña en la iglesia, es algo que queremos explorar sumariamente.

Pero la
palabra “valores” en plural es una cosa diferente. Es una palabra que se usa en
la Bolsa, que se llama precisamente “Bolsa de Valores”, y que se refiere a
papeles, acciones, o documentos de deuda que se negocian en el mercado
financiero. Pero nosotros no vamos a hablar de eso. La palabra “valores” es también
un término de las matemáticas, y de las finanzas. Pero nosotros tampoco vamos a
hablar de eso. Entonces ¿por qué hablamos de valores? ¿Y de qué clase de
valores hablamos?
Pues
bien, el hecho es que de un tiempo a esta parte se habla de valores en relación
con la ética, con el comportamiento moral de las personas. Incluso se habla de “escala
de valores”, y de una jerarquía de valores. Nosotros no sólo valoramos los bienes
materiales, sino valoramos también las conductas de las personas. Si alguien ha
tenido con nosotros un gesto amable, le decimos: “Yo valoro mucho el gesto que
has tenido conmigo”. Le adjudicamos valor a las conductas, a los actos humanos.
Hace
unos 200 años surgió una filosofía, una ética de los valores. Esa filosofía, cuyos
conceptos han impregnado el mundo, ha hecho que esa palabra se convierta en un término
muy común en el lenguaje usual. ¿De dónde viene? Su origen se encuentra en el pensamiento del
gran filósofo alemán de finales del siglo XVIII, de Emmanuel Kant, que escribió
entre otros libros uno que alcanzó una gran resonancia, “La Crítica de la Razón
Pura”, y en particular, en el terreno de la ética, otro titulado “Fundamentos
de la Metafísica de las Costumbres”. De su pensamiento viene el concepto de
valores. Los sucesores de Kant, los pensadores de la generación siguiente, Lotze
en especial, tomando su pensamiento y su filosofía como base, construyeron lo
que hoy conocemos como teoría de los valores.
Lo que
ellos trataban de hacer era construir una ética o moral racional autónoma,
independiente de la religión, independiente del concepto de Dios, independiente
del cristianismo. Alguien podría quizá decir que se trataba de un intento de
rebelarse contra Dios, pero no es el caso, sino fue más bien un intento honesto
de plasmar en términos teóricos lo que eran los conceptos morales y éticos
prevalecientes en esa época, que eran por lo demás fundamentalmente derivados
del cristianismo y de la filosofía griega anterior a Cristo, pero prescindiendo
de todo concepto religioso. De manera que no fue propiamente un intento de
rebelarse contra Dios, pero sí una manera de mostrar que para los asuntos
fundamentales de la existencia, el hombre era autónomo y podía manejarse sin la
necesidad de acudir como referente a un Ser supremo.
Lo
cierto es que, debido al creciente racionalismo que ha dominado al mundo de las
ideas desde los tiempos de la Ilustración en el siglo XVIII, aunado al
desarrollo espectacular de la ciencia, y al creciente agnosticismo, poco a poco
esta filosofía de los valores ha ido prescindiendo cada vez más de la idea de
Dios.
Como
consecuencia esta filosofía, o ética de los valores, se ha ido apartando en la
práctica de algunas nociones claves de la moral cristiana. Al comienzo consideraba
a los valores como cualidades absolutas, tal como la verdad es algo absoluto, o
el bien es algo absoluto. Pero los valores, objetivos en sí mismos, poco a poco
se fueron convirtiendo, por la obra de muchos pensadores agnósticos, en valores
subjetivos, personales, relativos, al punto de que hoy vivimos en una época en
que impera el relativismo en el terreno de la moral. Tú dices que esto está
bien, pero eso es de acuerdo a tu manera de pensar, a tu escala de valores, que
yo respeto. Pero yo tengo mi propia escala de valores que es diferente de la
tuya, y que tú debes también respetar.
Recuerdo
que hace años un candidato presidencial, al comienzo de su campaña electoral, habló
de que cada uno tenía su propia escala de valores. Es decir, como si cada cual
pudiera formular un patrón de conducta personal adaptado a su gusto, a sus
preferencias, a su conveniencia y a su idiosincrasia. Naturalmente eso es
absurdo, aunque muchos piensan así.
Es como
si dijéramos que en nuestro país las leyes no fueran válidas para todos. Como
si, por ejemplo, la ley que manda pagar un impuesto del 19% sobre las ventas,
no fuera aplicable a todos los comerciantes y empresas, sino sólo a los que
quieran acatarla. El que quiere pagar sólo una tasa del 16%, paga el 16%; el
que quiere pagar 12%, paga 12%; y el que no quiere pagar nada, no paga nada,
porque cada cual tiene derecho a establecer su propia ley. ¿Funcionaría así el estado?
¿Podrían funcionar así el país y la administración pública con su compleja organización
presupuestal? No podría. La ley es una para todos. De igual manera las normas
morales no pueden sino ser una para todos, si queremos vivir en paz con
nosotros mismos, y en armonía con los demás. De lo contrario el capricho y la
arbitrariedad imperan.
¿Qué cosa son los “valores” en términos de la ética? En
realidad los pensadores no se ponen de acuerdo para definir qué son los valores,
y existe una gran cantidad de definiciones, algunas coincidentes, otras
divergentes. Pero podríamos decir generalizando, y resumiendo las opiniones
prevalecientes, que los valores son ciertas cualidades que adjudicamos a la
forma cómo la gente se comporta y a los ideales que rigen su conducta (Nota). Valoramos la
conducta de la gente de acuerdo a esos conceptos abstractos de valores. Por
ejemplo, podríamos decir que en una escala de calificación ideal de 1 a 5,
asignaríamos una nota determinada a la forma cómo una persona se conduce
respecto de la bondad, y diríamos que una persona es realmente bondadosa si recibe
una calificación de por lo menos 4 ó 5. Si sólo recibe una nota de 1 ó 2,
diríamos que no es bondadosa, o que es poco bondadosa. Eso parece un poco
complicado, y la filosofía es complicada.
Pero en realidad lo que hoy día llamamos “valores” no es
otra cosa sino un nuevo término para un concepto muy antiguo conocido nuestro. Los
valores no son otra cosa sino las virtudes a las cuales el mundo moderno ha dado
el nombre de valores, aplicando a la ética términos y conceptos que provienen
de la economía, en la que se valoran los objetos y los bienes de acuerdo a factores
que la economía considera válidos. Pero hay una diferencia importante, como
veremos enseguida.
Ahora bien, ¿por qué hablamos nosotros en la iglesia de
valores? Por una razón muy sencilla y práctica. El término “valores” se ha
impuesto en el mundo y la gente sabe de qué se está hablando cuando se habla de
ellos. Usar el término valores nos permite a nosotros los cristianos encontrar
un terreno común con la manera de pensar del mundo y, al mismo tiempo, introducir
en nuestra conversación con ellos, nociones y conceptos que vienen de la
palabra de Dios, de la Biblia.
Hay una moral del mundo y hay una moral cristiana, y
nosotros debemos estar en condiciones de distinguir entre una y otra para no
dejarnos influenciar por la primera, que, en muchos casos, es abiertamente
contraria a la segunda. La moral del mundo pretende obtener determinados resultados
positivos en la forma cómo la gente en general se comporta para que haya orden
y equilibrio en la sociedad. La moral cristiana la constituyen principios y
normas que proceden de la palabra de Dios y, por tanto, quiere moldear nuestro
carácter y nuestra conducta a la semejanza de Cristo, que es una meta hacia lo
cual todos nosotros debemos tender.
Cuando se habla de valores comparándolos con las virtudes,
es necesario tener
en cuenta una distinción fundamental, y es que los valores
están en la mente; son conceptos abstractos que no influyen necesariamente en
la conducta de la gente, no cambian necesariamente su manera de ser en un sentido
positivo. Hay gente que tiene un concepto de valores muy alto, que tiene un
alto concepto de la honradez, por ejemplo, pero que en la práctica son unos
corruptos; personas que hablan de la honestidad, o de la pureza de pensamientos,
pero que son deshonestas y lujuriosas. Una cosa es tener valores en la mente,
como quien tiene en su casa objetos valiosos, o una colección de cuadros de
pintores famosos, y otra cosa es practicar las virtudes. Los valores son algo
que se puede tener, pero las virtudes no se “tienen”. Las virtudes se practican.
Las virtudes no se aprenden como conceptos en un libro, tal como ocurre con los
valores, sino se aprenden en la vida práctica, incorporándolas a nuestra manera
de ser, practicándolas. Y así como solamente se aprende a nadar nadando, solamente
se puede adquirir las virtudes ejercitándose en ellas. No creo que se pueda aprender
a nadar asistiendo a un salón de clase donde hay una figura humana, y le
explican a uno las leyes de la física que permiten a los cuerpos flotar en el
agua. Por mucho que uno estudie eso, uno no aprende a nadar. Pero si lo tiran a
uno a la piscina y en la piscina no tiene piso, uno aprende a nadar a la fuerza
para no ahogarse.
De igual manera, repito, las virtudes no son conceptos que
se puedan aprender de los libros como teoría, sino se adquieren practicándolas,
hasta que se conviertan en hábitos. Entonces cuando hablamos de valores debemos
tener en cuenta que los valores adquieren significado real para el hombre sólo cuando
se hacen carne en la vida de la persona, cuando los asimilamos, cuando se
convierten en parte de nuestra existencia, de nuestro carácter. Es decir, en
suma, cuando se convierten en virtudes.
Quisiera dar un ejemplo práctico. Hace un tiempo llegó al
aeropuerto limeño un extranjero a quien se le extravió mientras hacía sus
trámites, una billetera con $3,000 en billetes. La billetera fue encontrada por
un joven que trató de alcanzar al pasajero antes de que saliera del recinto,
pero no pudo, por lo que se acercó a un policía y juntos fueron a entregarla a la
oficina de objetos perdidos del aeropuerto. Como en la billetera figuraba la
dirección electrónica del pasajero le enviaron un correo, avisándole que su
billetera había sido encontrada. Y así le fue entregada sin que le faltara un
billete. El hombre agradecido hizo público su reconocimiento al joven que la
había encontrado y devuelto.
Pero los amigos de ese joven le dijeron: ¡Qué estúpido
eres, qué tonto! Si nadie sabía que tú habías encontrado esa billetera, ¿por qué
no te quedaste con ella? Eres un mongo.
¿Qué significa esto? Vemos acá un contraste de valores. Para
ese joven, la honestidad es un valor absoluto que determina su conducta, pero para
los que criticaron su acción, la honestidad, en el mejor de los casos, es una
palabra bonita que no influye en su conducta, porque lo que vale para ellos es
el dinero contante y sonante, y cualquier forma de adquirirlo es válida. Según
ese criterio el que entrega algo que se ha perdido es un tonto. El valor
verdadero para esa gente consiste en ser vivo, mosca, como se dice.
Nosotros vivimos en un mundo en que la gente trata de ser
viva, despierta, y como todos tratan de ser vivos al mismo tiempo a costa del
otro, del prójimo, del vecino, la consecuencia es que todos vivimos aprovechándonos
unos de otros. Finalmente todos sufrimos un perjuicio, porque todos nos
quitamos algo, nos robamos algo del otro. A la larga todos perdemos, aparte del
hecho de que la vida así no es nada agradable, si tenemos que estar pensando
todo el tiempo en evitar que se aprovechen de nosotros. Vivimos a la defensiva,
temiendo que alguien nos quite lo que es nuestro, o que se van a aprovechar de nosotros.
Así no podemos vivir contentos.
¡Pero qué diferente es cuando todos podemos confiar unos de
otros! Si todos fueran como ese joven que devolvió sin dudar la billetera con
3,000 dólares, y si todos supiéramos que la mayoría de la gente es así (como lo
son en el Japón, por ejemplo, que sin embargo, no es un país cristiano), hacer
negocios sería muy fácil, porque nadie se aprovecharía de nadie. No tendríamos
incluso necesidad de firmar contratos, porque la palabra dada tendría el valor
de un contrato firmado.
En otras palabras, los valores le dan calidad a la vida, mientras
que la perversión de los valores, el desdén por los valores, se la quita. La
perversión de los valores trae como consecuencia que no se respete los derechos
ajenos, sino que, al contrario, se abuse del prójimo, y sobre todo, del
desprotegido. Y ése puede ser cualquiera de nosotros.
Ahora bien, aun sabiendo que el término y la filosofía de
los valores viene del mundo, nosotros podemos usar esa palabra e incorporarla a
nuestro vocabulario, concientes de que nos permite hablar en el lenguaje que
usa la gente del mundo, gente a la que si le habláramos de virtudes, o le
habláramos de conceptos que vienen de la Biblia, como el amor al prójimo, nos rechazaría,
porque dicen que no quieren saber nada de las cosas de la religión. Pero si les
hablamos de valores, estamos hablando de ética, algo que es respetable, muy
diferente, de lo cual sí está dispuesta a hablar.
Hay una ética de las profesiones, hay una ética del
periodismo, hay una ética del gobierno, hasta una ética del Congreso. Pero
¿cuál es el valor de los valores? ¿Cuál es el valor supremo en la vida?
¿Alguien tiene idea? En relación con las cualidades que hemos mencionado antes,
¿cuál es el valor de los valores, la cualidad de las cualidades, la virtud de
todas las virtudes? De eso vamos a hablar en el artículo siguiente.
Nota. Un conocido diccionario inglés da la siguiente definición
de la palabra “valores”: Principios sociales, metas o “estándares” mantenidos
por un individuo, o por una clase, o por la sociedad, etc. Aquello que es
deseable, o digno de estima en sí mismo; aquella cosa o cualidad que tiene un
mérito intrínseco.
NB. El texto de este artículo y de
los dos siguientes del mismo título, está basado en la trascripción de una
conferencia dada en la sede de la IACYM de Tacna, el 26.06.03 en el curso de un
seminario sobre valores.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la
siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por
todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque
te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo
ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento
sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy.
Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi
corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
jueves, 15 de noviembre de 2012
LA CONFIANZA
Por
José Belaunde M.
LA
CONFIANZA
Uno de los errores más frecuentes que cometen los
seres humanos, e incluso los que se dicen cristianos, es poner su confianza en
otros seres humanos en vez de ponerla en primer lugar en Dios.
Podemos decir, en general, que todos tenemos
confianza en determinadas personas. Si no fuera así, la vida sería imposible,
empezando por la vida familiar. Es imposible que exista convivencia humana, sin
que exista cierto grado de confianza entre las personas. Aunque nuestra
confianza pueda ser cautelosa, o esté limitada a ciertos aspectos, todos, de
una manera u otra, confiamos en nuestros familiares, confiamos en nuestros
amigos, confiamos en nuestros compañeros de trabajo, confiamos en nuestros
jefes, en nuestros empleados, etc.
Pero ¡cuántas veces
hemos sido defraudados! ¡Cuántas veces la persona en quien más confiábamos
comete, involuntariamente o por negligencia, un grave error que nos perjudica,
o nos vuelve las espaldas cuando más la necesitamos! ¡O peor aun, nos
traiciona!
No hay quien no haya
pasado por este tipo de experiencias, que suelen ser muy dolorosas y hasta
traumáticas, cuando la persona que nos falla es precisamente la que más amamos.
Pero no deberíamos
sorprendernos ni quejarnos de que eso ocurra, porque es inevitable que las
personas nos fallen. Es inevitable porque el ser humano es por naturaleza
falible, limitado, sujeto a error, egoísta, desconsiderado. Tiene que ocurrir
un día.
Sólo hay un ser que es
enteramente confiable; un ser que no es limitado ni falible, que no puede
cometer errores y que no es egoísta, sino, al contrario, absolutamente
desinteresado; y que, además, nos ama infinitamente. Ese ser es Dios.
El salmo 62 dice: "Alma
mía, sólo en Dios reposa, porque Él es mi esperanza. Sólo Él es mi roca y mi
salvación, mi refugio..." (v. 5
y 6). Y en otro lugar dice: "Sólo en Dios se aquieta mi alma, porque de
Él viene mi esperanza." (v. 1).
Si hay alguien en quien
yo puedo descansar, que me puede hacer dormir tranquilo, ése es Dios.
Pero nosotros tendemos a
poner nuestra confianza en seres humanos porque son ellos los que tenemos a
nuestro lado, son ellos a quienes vemos, son ellos con quienes tratamos, son
ellos a quienes amamos y, precisamente porque los amamos, confiamos en ellos. A
Dios no lo vemos, no sabemos donde está; ni siquiera sabemos si nos oye; o no
estamos seguros de que, si nos oye, quiera hacernos caso.
Eso es así, porque no
conocemos a Dios, no lo tratamos y por eso no le tenemos la fe que debiéramos
tener. ¿Dónde estará Dios? ¿En qué confín del cielo?
Hay tantas personas que
se dicen cristianas -y quizá lo sean- que tienen una concepción de un Dios
distante, quizá Creador todopoderoso y amante, pero que no interviene en los
asuntos humanos, que no se mezcla en nuestros problemas. Ésa es quizá la
concepción que tiene la mayoría de la gente. Los que la tienen son deístas en
la práctica sin saberlo (Nota 1). ¡Cuán equivocados
están! ¡No conocen a Dios y por eso piensan así!
Generalmente nuestra
confianza en las personas depende de cuánto las conozcamos. Nadie confía en un
desconocido. Sería una grave imprudencia. Es cierto que a veces la cometemos de
puro ilusos que somos. Pero a medida que tratamos a la gente, inconcientemente
la juzgamos, y evaluamos, con mayor o menor acierto, hasta qué punto podemos
confiar en ellos. Adquirimos también cierta experiencia. Si hemos ido
encargando a un empleado diversas tareas y responsabilidades, y siempre las
hace bien, terminará por convertirse en nuestro empleado de confianza. La
confianza nace y crece con el uso. La confianza engendra también una cierta
forma de cariño, aun entre superior y subordinado. Al final todos terminamos
amando a las personas en quienes podemos confiar, aunque sean nuestros
empleados (2). Tanto más entre
personas cuya relación las sitúa en el mismo nivel, sean amigos, familiares o
enamorados. Solemos amar a las personas en quienes confiamos, precisamente
porque confiamos en ellas. Tener alguien en quien podemos confiar realmente es
algo que a todos nos proporciona seguridad ¡y qué triste es no tener a esa
persona!
Si conociéramos a Dios,
si realmente le conociéramos y tratáramos con Él con frecuencia, entonces
sabríamos por experiencia cuánto podemos confiar en Él; sabríamos que es
alguien en quien realmente sí podemos confiar a ciegas.
Mucha gente piensa que
Dios no se ocupa de nuestros asuntos particulares, que está demasiado lejos, o
es demasiado grande, o está demasiado ocupado en el gobierno del universo
inmenso para intervenir en nuestras minucias. Pero Jesús dijo que hasta los
cabellos de nuestra cabeza están contados (Lc 12:7). De todo lo que nos sucede
Él está enterado, y está mejor informado que nosotros mismos, porque nos conoce
al revés y al derecho y por dentro.
No sólo de nosotros está
enterado, sino de toda su creación. Jesús dijo que no cae a tierra un sólo
pajarillo a tierra sin nuestro Padre (Mt 10:29).
Quizá alguno objete:
¿Cómo puede Dios estar al corriente de todo lo que ocurre en el mundo? ¿Es
decir, de trillones y trillones de ocurrencias diarias? Sí puede. No juzguemos
lo que Él puede hacer por lo que nosotros podemos, por los parámetros de
nuestra mente limitada. Nosotros sólo podemos estar al tanto de unas cuantas
cosas. Si pretendemos abarcar más, las cosas se nos escapan, y no podemos poner
la atención en más de una cosa a la vez.
El refrán "Quien
mucho abarca, poco aprieta" no se aplica a Dios, porque Él tiene una mente
infinita. Él no se cansa, ni se adormece, dice su palabra (Sal 121:3). Él no
duerme ni se aburre. Él puede poner su atención simultáneamente en un número
infinito de detalles, porque Él tiene una atención infinita.
Él es como una computadora que tuviera
una memoria infinita, una velocidad de procesamiento instantánea, y que
estuviera conectada en línea con un número infinito de terminales o estaciones
de trabajo, y a todas atendiera en tiempo real a la vez.
Él nos trata y nos
considera a cada uno de nosotros como si fuéramos la única persona viva sobre
la tierra, la única que existiera. Porque para Él somos en verdad únicos e irremplazables.
Por eso dice su palabra en Isaías: "Se olvidará la mujer de lo que dio
a luz, para dejar de compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella olvide,
yo nunca me olvidaré de ti" (Is 49:15). Eso dice Dios de nosotros por
boca del profeta.
Imaginemos una madre que
sólo tuviera un hijo. ¡Qué no haría esa madre por ese hijo! Así es como Dios
mira a cada criatura que pisa la tierra: como si fuera el único.
Eso es para nosotros
inimaginable, inconcebible. El rey David hablando de cómo Dios conoce nuestras
palabras aun antes de que se formen en nuestra boca, escribía: "Pues
aun no está la palabra en mi boca, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda… Tal
conocimiento es demasiado maravilloso para mí. Alto es, no lo puedo
comprender" (Sal 139:4,6).
Lo que ocurre es que
como no estamos acostumbrados a tratar con Dios, no lo conocemos. Y nadie
confía en quien no conoce, a menos que esté loco. ¡Ah, si le conociéramos! Dios
nos dice a cada uno de nosotros lo que Jesús le dijo a la Samaritana : "¡Si
conocieras el don de Dios y quién es el que te habla!" (Jn 4:10). Si
conociéramos realmente cómo nos ama, nos caeríamos de espaldas.
El salmo 146 dice: "No
confiéis en príncipes (esto es, en hombres importantes), ni en hijo de
hombre, porque no hay en él salvación. Apenas exhala su espíritu, vuelve a la
tierra y ese mismo día perecen sus pensamientos." (v. 3,4)
Hemos puesto nuestra
confianza en una persona, en su apoyo, en su conocimiento, en su consejo, en su
influencia, en su dinero; en una persona cuya vida, en verdad, como la de
todos, pende de un hilo. De repente un día muere y ya no está ahí. Todo su
conocimiento, toda su influencia, todo su poder, todas sus intenciones de
ayudarnos, se las tragó la tierra, desaparecieron. Ya no puede hacer nada por
nosotros.
Y si la persona amada,
cuyo abrazo nos confortaba, ya no está ahí ¡Qué vacío deja en nuestras vidas!
Pero Dios nunca
desaparece, nunca nos falta, siempre está ahí.
Yo no quiero decir que
no confiemos ni que nos apoyemos en nadie. La vida sería imposible si no
pudiéramos contar con las personas, como ya he dicho. Y claro que sabemos
cuánta ayuda en un momento difícil nos prestan. Pero ¿en quién confiamos
primero? ¿En quién confiamos más?
Si sobreviene de
improviso un problema serio, que nos angustia, nos decimos: ¿A quién llamo? ¿A
mi abogado? ¿Al serenazgo? ¿A mi amigo, el general de policía? ¿A mi tío, que
tiene influencia?
Si se mete un ladrón a
tu casa, antes de coger el teléfono para pedir auxilio, o de correr a la
ventana para gritar, pídele auxilio a Dios. Él está ahí, Él está ahí, y puede
hacer mucho por ti. Cuánto más grave el peligro, tanto más cerca está Él. Y
cuánto más confías en Él, más podrá hacer por ti. Es como si nuestra confianza
aumentara sus posibilidades, como si agrandara su campo de acción.
Por de pronto, confiar
en Él te dará serenidad y eso es ya un buen comienzo. Pero puede hacer mucho
más. Puede hacer que el ladrón se asuste y se vaya. Puede hacer que el
asaltante se confunda y tropiece. ¡Jesús! es un grito que ha salvado a muchos
del peligro. Ten su nombre bendito a la mano; es decir, en la punta de tu
lengua, como lo tenían los antiguos. ¿Y cómo lo tendrás a la mano si no lo
tienes en el corazón?
Vivir concientes de la
presencia de Dios, de su constante compañía, trae consigo grandes ventajas, Por
de pronto, la de apartar todo temor. Nos convierte en verdaderos “Juan sin
Miedo”.
Confiar en Dios nos
consuela; trae descanso y esperanza a nuestra alma. Y si confiamos en Él,
seguiremos los consejos de su palabra, lo que nos hace caminar seguros: “Entonces andarás por tu camino
confiadamente, y tu pie no tropezará.” (Pr 3:23).
Decía antes que si lo
conociéramos... Si conociéramos a Dios, sabríamos cuánto podemos confiar en Él
en toda circunstancia. Pero ¿cómo le conoceremos si no le hablamos y no dejamos
que Él, a su vez, nos hable? ¿Cómo le conoceremos si no tratamos con Él?
Cuando te hayas
acostumbrado a hablar con Él como a un amigo, como al amigo más íntimo, más
querido, empezarás poco a poco a conocerlo, empezarás a aprender a escucharlo,
y a deleitarte en su voz. Porque Él nos habla siempre, sólo que no reconocemos
su voz entre las muchas voces que nos hablan.
No habla necesariamente
con palabras audibles. Pero sentimos en nuestro corazón sus respuestas y
aprendemos a distinguir su voz.
Jesús dijo que sus
ovejas conocen su voz y le siguen (Jn 10:4). Si tú eres una de sus ovejas ¿has
aprendido ya a reconocer su voz? ¿O no eres tú una de sus ovejas? ¿Perteneces
acaso a otro redil? Dios no quiera.
Nosotros no vivimos constantemente
en la presencia de Dios, aunque lo deseamos con toda el alma. Andamos en verdad
distraídos con todos los estímulos del mundo, e inmersos en nuestras
ocupaciones. O no creemos que vivimos realmente todo el tiempo en su presencia,
porque no lo vemos. Es decir, no somos concientes de su presencia. Pero Dios
vive siempre en nuestra presencia. Es decir, Él siempre nos tiene presentes,
siempre nos está mirando; nunca desaparecemos de su vista ni de su mente.
Devolvámosle de vez en
cuando la cortesía. Levantemos de vez en cuando nuestra mirada hacia Él. Quizá
nuestra mirada se cruce con la suya y nuestros ojos se hablen.
Notas: 1. El deísmo es una corriente filosófica racionalista que
apareció en Inglaterra a mediados del siglo XVII (Lord Herbert), y que se
extendió luego a Alemania (Leibniz, Kant) y a toda Europa a través de la
filósofos de la
Ilustración (Voltaire en particular). El deísmo concibe a
Dios según la comparación clásica del relojero, que echó a andar la máquina del
reloj que había creado, pero ya no se ocupa de su funcionamiento. El deísmo
acepta la existencia de un Ser Supremo, al que hay que rendir culto, y la
necesidad de llevar una vida ética, pero niega la Trinidad , la Encarnación , la
autoridad de la Biblia ,
así como la mayoría de las creencias cristianas.
2. Hay varios casos en la Biblia que ilustran ese hecho: Eliezer, el siervo
fiel de Abraham (Gn 24); el siervo a quien su amo, el centurión, amaba, y a
quien Jesús sanó (Lc 7:2-10).
NB.
Este mensaje fue transmitido por Radio Miraflores el 11.9.98. Fue impreso el
31.01.03. Ha sido revisado y ampliado para esta segunda impresión.
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EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT
THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar
de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la
tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a
pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Yo sé, Jesús, que
tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los
hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te
he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces
gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente
de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#751 (04.11.12). Depósito Legal
#2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores,
Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
viernes, 19 de octubre de 2012
LA FAMILIA II
Por José
Belaunde M.
Continúo
en este artículo el estudio de los cuatro elementos principales de la familia,
iniciado en el artículo anterior.
2. El principio
de la AUTORIDAD
está claramente establecido en Ef 5:22-24: “Las casadas
estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza
de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y
Él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también
las casadas lo estén a sus maridos en todo.”
Este pasaje pone sobre el hombre, en realidad, más
obligaciones que sobre la mujer, porque para que ella se le someta, él debe
tratarla como Cristo a la iglesia. ¿Y cómo trata Cristo a la iglesia? Muriendo por ella. Así pues, el
hombre, para cumplir a cabalidad con su papel de marido, debe estar dispuesto a
morir por su mujer, lo cual supone no solamente el exponer su vida por salvar
la de ella sino, en los hechos, estar dispuesto a morir a sí mismo diariamente
para contentarla a ella.
El hombre, según 1P 3:7, debe tratar a su mujer “como a vaso más frágil”. ¿Cómo tratamos
a una pieza delicada de porcelana? Con sumo cuidado.
El pasaje citado de Efesios dice claramente que la
autoridad en la familia reposa en el marido, que es cabeza de la mujer, así
como Cristo es cabeza del hombre.
La autoridad del esposo pone orden en la vida
familiar. Cuando la esposa se rebela contra la autoridad del esposo, o la
cuestiona, la vida de la familia es perturbada. Pero cuando el marido trata mal
a su esposa la vida familiar es igualmente perturbada. Ambos deben vivir en
armonía y someterse el uno al otro en el temor de Dios (Ef 5:21).
La autoridad del esposo sobre su mujer; y la del
padre y la madre sobre los hijos, tiene como límite la ley de Dios. El marido
no puede obligar a su esposa a hacer algo contrario a la ley de Dios, ni
tampoco pueden ambos obligar a sus hijos a hacerlo. Al contrario, los padres
deben enseñar a sus hijos la ley de Dios y a obedecerla, dándoles ejemplo.
En la práctica la autoridad del padre y la madre
sobre sus hijos, esto es, la autoridad que no se impone a la fuerza, sino que
es aceptada con naturalidad, tiene como fundamento la unión existente entre
ambos. Cuando los esposos son unidos sus hijos se les someten de buena gana,
pero están descontentos y se rebelan cuando hay peleas entre ambos. Cuando los
esposos no son unidos no pueden ejercer bien su autoridad sobre sus hijos,
porque ocurrirá con frecuencia que ellos se inclinarán hacia el uno o hacia el
otro de sus padres, según consideren quién tiene la razón. Recuérdese que los
hijos pequeños suelen tener en alto grado el sentido de la justicia.
La autoridad de la madre sobre sus hijos, en
especial, cuando crecen, es en cierta medida una autoridad delegada. La madre
la ejerce en nombre del padre. Pero cuando el padre está ausente la autoridad
reposa en ella.
Frecuentemente en nuestra sociedad, como
consecuencia de la deserción del padre, la autoridad en el hogar reposa en la
madre, que suele cumplir en esos casos el doble papel de padre y madre con
abnegación y, a veces, con heroísmo. Esas situaciones ocurren lamentablemente con
mucha frecuencia en nuestro pueblo por irresponsabilidad del padre. Pero el
padre que abandona a su mujer y a los hijos que tuvo con ella, rendirá severa
cuenta a Dios por ello.
La falta de armonía entre sus padres hace sufrir
mucho a sus hijos, afecta sus sentimientos, su bienestar psíquico y su
seguridad en sí mismos. Muchas de las deficiencias de carácter y de las
inseguridades de los hombres y de las mujeres adultos tienen su origen en el
clima conflictivo que reinaba en el hogar en que crecieron. En cambio, la
armonía entre sus padres contribuye a que los hijos crezcan psicológicamente
sanos, equilibrados y seguros de sí mismos.
La autoridad de los padres sobre sus hijos ha sido
ordenada por Dios en el Decálogo (“Honra
a tu padre y a tu madre”, Ex 20:12). Pablo dice que este “es el primer mandamiento con promesa; para
que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.” (Ef 6:2,3).
Los hijos que no obedecen a sus padres, no los
honran. En el Antiguo Testamento estaban sometidos a castigo público delante de
la congregación, incluso con la muerte (Dt 21:18-21).
Es obligación de los padres enseñar a sus hijos la
ley de Dios (“Y estas palabras que yo te
mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos…”, Dt
6:6,7), así como todo lo concerniente a la historia sagrada y a la piedad (“Y cuando mañana te pregunte tu hijo,
diciendo: ¿Qué es esto? Le dirás: Jehová nos sacó con mano fuerte de Egipto, de
casa de servidumbre; y endureciéndose Faraón para no dejarnos ir, Jehová hizo
morir…a todo primogénito…” Ex 13:14,15).
También están obligados los padres a disciplinar a
sus hijos: “No rehúses corregir al
muchacho; porque si lo castigas con vara no morirá…” (Pr 23:13). Pero el
castigo físico nunca debe ser aplicado con cólera (aunque yo sé lo difícil que
es eso). Este versículo no autoriza a los padres a descargar su cólera sobre
sus hijos, como ocurre con frecuencia, porque hacerlo desvirtúa el propósito de
la disciplina, que es corregir (Pr 19:18). El castigo debe ser aplicado con
ánimo sereno y de tal manera que el niño sienta que sus padres lo aman, y que
lo castigan a pesar suyo. Pero si los padres no lo castigan por sus malacrianzas,
el niño crecerá creyendo que todo le está permitido, y será más tarde un adulto
desconsiderado, engreído, prepotente y eternamente insatisfecho.
Los hijos adquieren en el hogar el sentido del
respeto a la autoridad. Los hijos que respetaron la autoridad de sus padres,
respetarán de una manera natural la autoridad del gobierno y las reglas de
conducta de la sociedad. Si los hijos rechazaron la autoridad de sus padres, o
la autoridad de uno de ellos, es muy probable que al crecer rechacen también la
autoridad del gobierno, y vivan siendo unos rebeldes y descontentos.
Pero, repito, para que los hijos respeten la
autoridad de sus padres es necesario que sea ejercida con cariño y
consideración.
3. Eso nos lleva
al tercer elemento: el AMOR.
En
toda familia bien constituida reina el amor: el amor de Dios y el amor de los
esposos entre sí, que se extiende y se derrama sobre sus hijos.
Si los padres no se aman mutuamente, si se han
vuelto indiferentes uno con otro, o si discuten todo el tiempo y se pelean, su
amor por sus hijos sufrirá; será imperfecto, no se expresará de una manera
espontánea y no podrá satisfacer las necesidades emocionales de sus hijos,
sobre todo las de sus hijos pequeños.
De ahí la obligación que tienen los padres de amarse
mutuamente y de superar sus deficiencias de carácter y sus dificultades mutuas.
Es conveniente recordar en este contexto el principio que he sentado en otro
lugar: el hombre y la mujer se casan no solamente porque se aman, sino
sobre todo para amarse. Amarse es su obligación.
Los padres no deben discutir delante de sus hijos.
Eso los angustia y los hace sentirse inseguros. Es comprensible e inevitable
que los esposos tengan ocasionalmente desavenencias y que discutan entre sí,
aunque si se aman realmente, ocurrirá rara vez. Pero si lo hacen debe ser a
puerta cerrada para que sus hijos no los oigan. Y por supuesto, nunca deben
insultarse, porque eso degrada al matrimonio.
Si discuten delante de sus hijos adolescentes o mayores,
éstos pueden perderles el respeto.
Los hijos pequeños necesitan ser amados por sus
padres para desarrollarse bien. Si no son amados y acariciados sufrirán, y
tendrán más tarde complejos. El amor de sus padres es un alimento para ellos,
tan necesario como el alimento material.
Una familia formada por padres ya mayores y por
hijos ya adultos, si está unida por un fuerte amor mutuo, es un espectáculo muy
bello que da muy buen testimonio ante la sociedad.
Cuando en las familias reina el amor, sus miembros
se preocupan unos por otros.
4. Eso nos lleva
al cuarto elemento: el APOYO MUTUO.
El
amor que se tienen los padres entre sí, el amor correspondido que tienen por
sus hijos, hará que se apoyen y ayuden mutuamente, y que se preocupen unos por
otros.
Eso es algo que suele ocurrir en todas las familias
bien constituidas del mundo entero: los
padres se preocupan por sus hijos, y los hijos se preocupan por sus padres. Se
ayudan unos a otros de manera espontánea.
¿A quién acude un niño pequeño cuando se siente
amenazado? A su padre, o a su madre. Rara vez al abuelo, si está cerca.
Y si los padres no están en casa ¿a quién acude el
niño? Normalmente al hermano mayor, o a la persona con quien vive y que hace
las veces de padre o de madre, que puede ser efectivamente en algunos casos, el
abuelo o la abuela.
Además del núcleo familiar, en torno del hogar
existe la familia extendida, formada por los parientes cercanos, los tíos, los
sobrinos y los primos. Esa familia extendida suele ser también una fuente muy
útil y valiosa de apoyo mutuo. Es muy bueno cuando hay relaciones estrechas entre
los parientes cercanos, hermanos, tíos y primos de ambos sexos. Juntos forman
un clan que puede ser de gran ayuda en situaciones de emergencia de todo tipo,
no sólo relacionadas con el hogar, pero en particular en éstas. Como, por ejemplo,
si la mamá se enferma y no puede ocuparse de su casa, viene una pariente
cercana que se hace cargo de la casa momentáneamente, cocina y se ocupa de los
niños pequeños.
Un ejemplo bíblico patente lo vemos en el caso de
María que, cuando se enteró de que su pariente Isabel estaba embarazada, fue a
acompañarla durante un tiempo para ayudarla en ese trance.
Esas situaciones se daban sobre todo antes, cuando
el ritmo de vida era menos intenso, las mujeres no solían trabajar como ahora,
y las distancias eran menores. Hoy en día los vínculos de parentesco entre
nosotros se han aflojado un poco, como ocurre en los EEUU y en Europa.
La unión de las familias extendidas suele estar
basada en el recuerdo de padres, o abuelos, o antepasados justos, que sentaron
un buen ejemplo y que dejaron una huella en sus descendientes, creando un
sentido de unidad y solidaridad entre ellos.
Cuando son unidos los miembros de la familia nuclear
se apoyan mutuamente de una manera espontánea. Los padres apoyan a sus hijos:
los alimentan, los visten, los mandan al colegio, y si está dentro de sus
posibilidades, les proporcionan una educación superior para que tengan una
profesión y hagan una carrera y, además, si pueden, les dejan una herencia.
Los padres suelen estar pensando anticipadamente en
qué les van a dejar a sus hijos, en términos de propiedades, negocios, etc.,
aunque la mejor herencia es una buena educación en el Señor.
A su vez, cuando son adultos, los hijos apoyan a sus
padres ancianos, sea económicamente cuando es necesario, pero, sobre todo, con
su compañía, con su cariño y su cuidado. Es muy triste cuando los hijos dejan
de visitar a sus padres ancianos y se olvidan de ellos.
Un caso interesante, aunque se trataba de la nuera,
es el de Rut que, cuando enviudó siendo todavía joven, renunció a quedarse en
su tierra para casarse con un joven que la pretendiera, con el fin de acompañar
a su suegra Noemí a su Belén natal, para que no regresara sola. Pero Dios
premió su fidelidad, dándole en su nueva patria como marido a un hombre de
fortuna, a Booz, que admiraba la forma cómo ella se había comportado con su
suegra. ¿Y quién descendió del matrimonio que formaron? Nada menos que el rey
David, y después, nuestro Salvador, Jesús, a través de José.
Las familias unidas, en las cuales han reinado, y
siguen reinando, esos cuatro elementos, son inquebrantables. Son como
fortalezas ante los ataques del enemigo, y un ejemplo para la sociedad que ve
en ellas una manifestación de la intervención de Dios en la vida hogareña,
porque eso no es obra humana sino divina.
La unión familiar es instintiva en el ser humano.
Existe no sólo en el cristianismo y en el judaísmo. Se encuentra también en
otros pueblos, en otras culturas, y en otras religiones, como en el Islam, en
donde, aunque la poligamia está permitida, las familias suelen ser muy unidas.
Se da también en el hinduismo, en los pueblos primitivos y paganos de África y
de Oceanía, y en las tribus de la selva peruana.
Es Dios quien ha puesto en el hombre el instinto de
la procreación y, como su complemento, el instinto de la unión familiar.
De ahí que podamos afirmar sin temor a equivocarnos,
que la familia es uno de los aspectos más importantes del plan de Dios para el
ser humano. Por ese motivo al comienzo del libro del Génesis dijo Dios: “No es bueno que el hombre esté solo; le
haré una ayuda idónea.” (Gn 2:18). ¿Por qué no dijo también: No es bueno
que la mujer esté sola? Porque cuando la creó ya existía el hombre. Pero
también, creo yo, porque la mujer, a pesar de su aparente fragilidad, está más
capacitada que el hombre para subsistir sola.
Para finalizar, preguntémonos. ¿Para qué creó Dios
al hombre y a la mujer? Los creó el uno para el otro, y para que su amor fuera
un reflejo del amor que une a las tres personas de la Trinidad. Es bueno que los
esposos sean concientes de ese aspecto trascendental de su amor.
Démosle gracias a Dios por su sabiduría y por su
bondad; porque creó al hombre y a la mujer para que fuesen felices juntos, haciéndose
felices el uno al otro; y para que le den hijos que lo amen, formando familias
sólidas y unidas que den testimonio de su presencia en el mundo.
NB. Este artículo y el anterior del mismo título
están basados en una enseñanza dada en una reunión del Ministerio de la Edad de Oro, el 26.09.12.
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN
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EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT
THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
Amado lector: Si tú no estás seguro de
que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante
que adquieras esa seguridad, porque no
hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese
fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente
oración:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados
cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no
merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas
veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero
recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que
he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu
sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para
ti y servirte.”
#748 (14.10.12).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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