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miércoles, 3 de abril de 2013

COMO EL CIERVO BRAMA II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
COMO EL CIERVO BRAMA II
Un Comentario de los Salmos 42 Y 43 (Continuación)

42:6. “Dios mío, mi alma está abatida en mí; me acordaré, por tanto, de ti desde la tierra del Jordán, y de los hermonitas, desde el monte de Mizar.”
El salmista reconoce que su ánimo está abatido “dentro de mí.” Lo que él siente es algo interior de lo que nadie participa. Como remedio para su estado anímico él escoge acordarse de Dios, es decir, levantar su espíritu a su Creador y pensar en las muchas veces que lo ha socorrido y librado de angustias.
“El Señor es nuestro pronto auxilio en toda necesidad.” (Sal 46:1) Cualquiera que sea la situación en que nos encontremos, por grave o triste que sea, Él es nuestro remedio infalible. Acordarse de Dios en esas circunstancias es un bálsamo para el alma afligida. Acordarse de las múltiples misericordias, de las muchas ocasiones en que nos ha socorrido, alegra el alma.
¿Y por qué tiene ese efecto para nosotros? Porque –como dice un autor antiguo- “Aunque yo sea pobre, tú eres rico; aunque yo sea débil, tú eres fuerte; aunque yo sea un miserable, tú eres bienaventurado”.
Me acordaré de que tú eres mi Dios y de que tú te has manifestado muchas veces a mi alma; me acordaré de tus promesas y de que nunca me has fallado. En verdad son muy felices en medio del infortunio los que se refugian en Dios en medio de las pruebas.
Los hermonitas que se menciona acá pueden ser los habitantes de la región del Hermón, la más alta montaña de Israel, situada al extremo Noreste de su territorio, y que contrasta con el monte Mizar (que quiere decir pequeña montaña) cuya ubicación se desconoce.
7. “Un abismo llama a otro a la voz de tus casadas; todas tus olas y tus ondas han pasado sobre mí.”
En la visión cosmológica del primer capítulo del Génesis que subyace este versículo, las aguas de abajo (llamadas aquí “abismos”) en medio de las cuales se encuentra la tierra firme -esto es, los continentes- están separadas de las aguas de arriba por la expansión del cielo (Gn 1:6-8).
El salmista imagina que los abismos, es decir, los océanos, dialogan unos con otros, siendo el sonido de sus cascadas (de sus lluvias torrenciales) la voz que utilizan para conversar, mientras el viento huracanado empuja los espesos nubarrones que se ciernen sobre el mar agitado.
“Tus olas y tus ondas…” Pablo, que naufragó varias veces en el Adriático en el curso de sus incesantes viajes, podría aplicar estas palabras a sí mismo. Es interesante que el profeta Jonás emplee estas mismas palabras para describir la situación en que se encontraba cuando fue arrojado al mar por los marineros del barco en que viajaba (Jon 2:3).
El espectáculo terrible de las olas del mar que pasan sobre el náufrago es un símbolo de las tribulaciones incesantes que afligen al hombre, amenazando ahogarlo (Sal 69:1,2; 88:7).
8. “Pero de día mandará Jehová su misericordia, y de noche su cántico estará conmigo, y mi oración al Dios de mi vida.”
Al despuntar el nuevo día, con el sol brillará la misericordia de Dios como la aurora rescatándolo de su aflicción y consolándolo. Por la noche la consolación divina seguirá confortándolo, y él podrá elevar su oración a Dios sin la opresión de la angustia que había experimentado las noches anteriores (cf Sal 77:6,9; 119:62).
Dice que Dios enviará de día su misericordia porque la salvación del Señor será manifiesta a la vista de todos, como dice otro salmo: “Tu salvación, oh Dios, me ponga en alto…” (Sal 69:29b).
9. “Diré a mi Dios: Roca mía, ¿por qué te has olvidado de mí? ¿Por qué andaré yo enlutado por la opresión del enemigo?”
No obstante, el salmista se dirige a Dios en tono de reproche, echándole en cara que lo haya olvidado y él esté lejos de su protección. Se queja de que él deba llevar los signos del luto mientras sus enemigos se alegran. Si tú eres mi roca, el bastión sobre el cual estoy parado, ¿cómo puedes haberme abandonado? (Nota)
¿Qué diríamos de un cristiano que estuviera delante de las cámaras de TV para dar su testimonio y dijera: Dios se ha olvidado de mí, y ando triste por la opresión de mi enemigo? Nos sorprendería. Sin embargo, esa persona no habría hecho otra cosa sino decir lo que escribe el autor de esta estrofa.
Pero ¿puede Dios olvidarse de los que ponen su confianza en Él? ¿No dice otro salmo que “aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo Jehová me recogerá.”? (Sal 27:10). Ésta es una promesa firme, pero hay ocasiones en que parece que Dios se hubiera olvidado de nosotros. Son tiempos de prueba en que vemos una cara del amor de Dios que no nos agrada tanto: su solicitud por hacernos madurar a través de los golpes de la vida.
10. “Como quien hiere mis huesos, mis enemigos me afrentan, diciéndome cada día: ¿Dónde está tu Dios?”
Los golpes más duros que puede recibir un hombre son los que golpean sus huesos porque no hay músculos ni grasa que amortigüen el golpe. Ésa es la imagen que usa el salmista para describir la afrenta que recibe de sus  adversarios que se burlan de él preguntándole: ¿Dónde está tu Dios que no viene a ayudarte? Aunque parezca que Él no está presente, aunque parezca que Él se oculta, aunque Él parezca indiferente a nuestras cuitas, Él está siempre ahí, al lado nuestro.
Parafraseando a Agustín diríamos: “Yo no puedo preguntarle al pagano ¿Dónde está tu Dios?, porque él me responderá con la misma pregunta. Si yo se la hago a él, él me señalará un ídolo; y si yo me río, me señalará al sol en el cielo: “Ahí está mi Dios”. Pero si él me hace esa pregunta a mí me coloca en una situación incómoda, no porque yo no tenga nada que mostrarle, sino porque él no tiene ojos para ver lo que yo le muestre.”
11. “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.”
Esta estrofa –que también figura en el vers. 5- cierra el salmo 42, y dará fin también al salmo siguiente.
Nota: Dios es llamado “roca” con frecuencia en las Escrituras: Dt 32:4; 2Sm 23:2,3; Sal 18:2; 1Cor 10:4.
Salmo 43
Este salmo se distingue del anterior en que es todo oración y en que en él predomina una nota de alegría.
1. “Júzgame, oh Dios, y defiende mi causa; líbrame de gente impía, y del hombre engañoso e inicuo.”
¿Cómo puede Dios ser a la vez juez que juzga y abogado que defiende? Puede serlo porque Él es la verdad misma que juzga imparcialmente y sin acepción de personas y, a la vez, ama al acusado.
Notemos que si el salmista le dice a Dios que lo juzgue y que defienda su causa, es porque él está convencido de su inocencia. Pero ¿quién puede decir que es inocente delante de Dios? Sin embargo, en la situación adversa concreta en que se encuentra, él sí puede afirmar que es inocente de las acusaciones que le han dirigido sus enemigos. Cualquiera que sean sus defectos personales, él es, en términos del Antiguo Testamento, un hombre justo que se ve acosado sin motivo por gente impía, de la que él le pide al Señor librarlo. (Nota 1)
2. “Pues que tú eres el Dios de mi fortaleza, ¿por qué me has desechado? ¿Por qué andaré enlutado por la opresión del enemigo? (2)
La frase que inicia este versículo proclama una gran verdad: Dios es la fortaleza de mi vida. Es decir, Él es quien me hace fuerte. Mi fortaleza no reside en mis propias escasas fuerzas, sino en las suyas infinitas, que son incontrastables. Pero si eso es así, y tú me has prometido estar conmigo y apoyarme, ¿por qué me has abandonado frente a los ataques e intrigas del enemigo que busca destruirme? Si tú eres mi fortaleza, ¿por qué he de andar cabizbajo, temeroso y sin fuerzas?
Si Dios es el defensor de los justos ¿por qué permite que hombres injustos me persigan y me acosen? ¿Por qué he de andar afligido, sintiendo que mi Dios me ha abandonado? ¡Que nunca se diga que Dios abandona a los que en Él confían! Más bien diré confiado:
3. “Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán; me conducirán a tu santo monte, y a tus moradas.”
Ahora que estoy desorientado y sin saber qué hacer, envía tu luz y tu verdad para que me guíen y me ayuden a encontrar el camino seguro y recto a tu monte santo donde tú resides.
Envía tu luz que disipe mis tinieblas; envía tu verdad para que venza mi mentira y mi ignorancia.
Las palabras de este versículo pueden entenderse en un doble sentido: La luz del espíritu y su verdad llevarán al salmista a la presencia de Dios, a las alturas espirituales donde Él mora. Pero también pueden referirse al monte de Sión, donde se yergue el templo visible de Dios, al cual él espera regresar cuando haya triunfado la verdad de su causa.
Los autores antiguos entendían esta petición como clamando por la venida del Mesías, que dijo de sí mismo: “Yo soy la luz del mundo…” (Jn 8:12); y también: “Yo soy el camino, la verdad y la vida.” (Jn 14:6)
4. “Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío.”
El salmista está seguro de su retorno al templo, porque Dios es fiel. Entonces podrá acercarse nuevamente al altar de Dios en donde se ofrecen sacrificios y holocaustos, y la alegría de la presencia de Dios se hace manifiesta. Entonces podrá volver a tomar parte en el culto como acostumbraba, cantando y tocando su arpa.
Cuando los sacerdotes piadosos ofrecían sacrificios sobre el altar, no sólo ofrecían animales que habían sido degollados previamente, sino se ofrecían también a sí mismos juntamente con sus sentimientos más personales y sus aspiraciones, como un holocausto, habiendo degollado su ego, es decir, habiendo muerto a sí mismos, para ofrecerse enteramente a Dios.
Todos podemos hacer eso figuradamente, ofreciendo sobre el altar todo nuestro ser, junto con los dones y talentos que Dios nos ha dado, y junto con nuestros planes, proyectos y esperanzas.
5. “¿Por qué te abates, oh alma mía, y por qué te turbas dentro de mí? Espera en Dios porque aún he de alabarle, Salvación mía y Dios mío.”
Nuevamente se repite la estrofa-estribillo, pero ahora, aunque sus palabras no han cambiado, resuena una nota de esperanza y optimismo: ¡Espera en Dios, sí, porque aún he de alabarle! No obstante la distancia y los obstáculos, aún he de alabarle con mi voz, y no me cansaré de hacerlo, porque yo he puesto mi confianza en Él, y sé que Él vendrá en mi ayuda para salvarme del enemigo, y traerme de vuelta a su santa morada.
Esta es la esperanza bendita de todo creyente: Que al final de su existencia Dios lo va a conducir a su santo monte en el cielo para gozar para siempre de su compañía.
Notas: 1. En el sentido del Antiguo Testamento justos son todos los que viven tratando de cumplir la ley de Moisés lo mejor que pueden.
2. La segunda pregunta de este versículo es idéntica a la segunda pregunta del vers. 42:9.
Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
MATRIMONIO Y FELICIDAD.
La primera obligación del hombre casado es hacer feliz a su mujer. Los hombres se casan para ser felices, pero ¿puede un hombre ser feliz en el matrimonio si su mujer no es feliz? Para casarse se necesitan dos. Para ser felices en el matrimonio también se necesitan dos. No puede ser el hombre feliz él solo si es que ella no es feliz. La mujer por su lado no puede ser feliz ella sola si no hace feliz a su marido.
Naturalmente es obligación de ambos hacerse felices el uno al otro. Obviamente  es algo recíproco. Para eso se casan. Dios los creó para que sean uno, no en la infelicidad sino en la felicidad. Pero la responsabilidad principal en esta tarea incumbe al hombre. Para eso él es el sacerdote de su casa.
Alguno quizá pregunte ¿Dónde dice la Biblia que la primera obligación del hombre casado es hacer feliz a su mujer? (Este pasaje está tomado de la página 107 de mi libro ”Matrimonios que Perduran en el Tiempo”
#768 (03.03.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 4 de mayo de 2012

PABLO EN CORINTO I


Por José Belaunde M.
PABLO EN CORINTO I
UN COMENTARIO AL LIBRO DE HECHOS 18:1-6

1. “Después de estas cosas, Pablo salió de Atenas y fue a Corinto.”
El Capítulo 18 narra una etapa muy importante en el ministerio de Pablo, cuando él, partiendo de Atenas, se fue a Corinto, ciudad muy importante en la Grecia de entonces y en la cual él no había estado aún. (Nota 1)
2,3. “Y halló a un judío llamado Aquila, natural de Ponto, recién venido de Italia con Priscila su mujer, por cuanto Claudio había mandado que todos los judíos saliesen de Roma. Fue a ellos, y como era del mismo oficio, se quedó con ellos, y trabajaban juntos, pues el oficio de ellos era hacer tiendas.”
En Corinto Pablo encontró a una pareja de esposos, judíos convertidos, que habían de desempeñar más adelante un papel muy importante en su ministerio. Sus nombres eran Aquila y Priscila. (2) Ellos habían salido de Roma, en donde vivían, a causa de una orden del emperador Claudio, que había expulsado a todos los judíos de esa ciudad.
Esa orden del emperador fue causada por disputas que habían surgido entre los judíos convertidos a Cristo y los que permanecían en el judaísmo, y que habían generado disturbios. (3) Los romanos en ese momento no hacían distinción entre unos y otros judíos, porque seguramente la mayoría de los cristianos de Roma eran judíos. Cuándo y de qué manera esos judíos habían abrazado la fe en Cristo, y quién les había predicado, no lo sabemos. Pero es posible que el Evangelio se difundiera en la capital del imperio gracias a los peregrinos procedentes de esa ciudad que estuvieron presentes en Jerusalén cuando Pedro predicó el día de Pentecostés (Hch 2:10), y que, tornados a Roma, comenzaron a predicar a sus connacionales.
Podríamos preguntarnos ¿cómo encontró Pablo a esta pareja de esposos cristianos? No lo sabemos pero es posible que fuera asistiendo a la sinagoga, o simplemente preguntando. Pero fue ciertamente la Providencia la que arregló el encuentro entre Pablo y estos esposos que se convertirían después en valiosos colaboradores suyos (Rm 16:3,4 y 1 Cor 16:19).
Por de pronto lo que los unía era el mismo oficio, el de fabricantes de tiendas (o grandes carpas). Éstas eran una modalidad de vivienda muy usada entonces, en parte por las personas que habitaban en los bordes de la ciudad, pero sobre todo por los comerciantes que viajaban de lugar en lugar, así como por las tribus nómadas.
Es interesante que se diga que eran del mismo oficio, porque hasta ahora no habíamos leído en Hechos que Pablo tuviera alguna ocupación artesanal. Pero todos los judíos de aquella época aprendían un oficio, aunque no vivieran de él. (4) Antes de ser alcanzado por el Señor Pablo era un fariseo celoso (Gal 1:13,14) que estaba al servicio de las autoridades, y es muy posible que por ese motivo no tuviera necesidad de ganarse el sustento con las manos (aunque en rigor no lo sabemos pues él guarda silencio sobre este punto).
En su segunda carta a los tesalonicenses (escrita el año 50 DC, estando en Corinto) él les dice que cuando estuvo con ellos, él no usó de su derecho de ser mantenido por la iglesia (2Ts 3:7-9); derecho que él defiende elocuentemente en 1Cor 9:4-15. Al inicio de su estadía en Corinto él hizo lo mismo predicándoles “de balde”, tal como les dice en 2Cor 11:7, y también da a entender en 1Cor 9:12 y Hch 20:34. Es probable que al inicio de su predicación Pablo fuera renuente a recibir dinero por su labor apostólica, siguiendo la costumbre de los rabinos que veían mal que se les pagara por enseñar, al contrario de los filósofos griegos que eran pagados por sus alumnos.
4. “Y discutía en la sinagoga todos los días de reposo, y persuadía (o trataba de persuadir) a judíos y a griegos.”
Este versículo nos dice varias cosas. Una es que era entonces una costumbre establecida que los judíos asistieran a la sinagoga todos los sábados, donde había a la vez culto y enseñanza. Lo segundo es que las sinagogas eran también centros de reunión en los que había intercambios de opiniones, que podían ser acalorados. Y lo tercero es que a ellas acudían no sólo los judíos, sino también los llamados “prosélitos” gentiles. (5) Estos prosélitos y temerosos de Dios, como el centurión de Capernaúm (Mt 8:5-13; Lc 7:2-9) o el de Hechos 10, eran personas no judías que se sentían atraídas por la religión de Israel, sea por su alta concepción de la divinidad, o por su moralidad exigente.
Acudir a la sinagoga los sábados le daba a Pablo oportunidad de anunciar el Evangelio a personas que conocían las Escrituras. Es obvio que muchos de los asistentes no estaban de acuerdo con lo que él sostenía, -esto es, que Jesús era el Mesías esperado por Israel- y, por tanto, se le oponían. No obstante, el texto dice que “persuadía” (6), es decir, que muchos se dejaban convencer por sus argumentos y, podemos suponerlo, creían. Pablo encontraba en las sinagogas que había en muchas de las ciudades griegas, una audiencia preparada para escuchar su mensaje.
Los historiadores han observado que la dispersión del pueblo judío por todo el Mediterráneo y por el Oriente Medio, fue un medio que Dios en su providencia dispuso para facilitar la rápida expansión del cristianismo por esos territorios. Sin la amplia presencia de las sinagogas en las ciudades de Oriente y Occidente la predicación del Evangelio hubiera sido más lenta y difícil.
Hoy día se tiende a ignorar que el cristianismo se extendió también hacia el Este de Israel a Babilonia y Persia, y más allá hasta la India y China, y que las iglesias de esos vastos territorios tuvieron una vida rica en el espíritu, en sabiduría y en prestigio, que sobrevivió a la invasión del Islam en el siglo VIII, hasta que fueron suprimidas cruelmente por los mongoles en el siglo XIV, cuando éstos se convirtieron al Islam. (Véase “The Lost History of Christianity” de Philip Jenkns, y “The Expansion of Christianity” de Timothy Yates).
5. “Y cuando Silas y Timoteo vinieron de Macedonia, Pablo estaba entregado por entero a la predicación de la palabra, testificando a los judíos que Jesús era el Cristo.”
Silas y Timoteo, compañeros de Pablo, se habían quedado en Berea cuando Pablo fue llevado a Atenas debido a los disturbios que los judíos de Tesalónica habían suscitado en su contra en la primera de las ciudades nombradas. (Hch 17:10-15).
Cuando ambos se reunieron con Pablo en Corinto hallaron que éste se encontraba “entregado por entero a la predicación”. Esas palabras quieren decir que él le dedicaba a la predicación todo el tiempo que el ejercicio de su oficio le permitía, a menos que indique que a partir de cierto momento él empezara a recibir ayuda económica de otras iglesias, tal como escribe en 2Cor 11:8,9 (cf Flp 4:10-12).
¡Qué bien caracterizan a Pablo esas palabras entre comillas! Él estaba enteramente entregado –su alma, su boca, su vida- a la obra que Jesús le había encomendado. Ya él no vivía para sí sino para su Señor (Rm 14:8), y estaba incluso dispuesto a morir por Él. El amor de Dios, que él mismo dice se había derramado en su corazón (Rm 5:5), había copado enteramente su vida.
Nosotros nos dedicamos en mayor o menor grado a las cosas de Dios en la medida en que el amor de Dios haya copado nuestro corazón. Es el amor, mucho o poco, que tengamos lo que nos impulsa a dedicarnos a su obra. Pero no todos podemos dedicarle por entero nuestras energías y nuestro tiempo porque tenemos otras obligaciones y otras responsabilidades que atender. Por eso es que, según Pablo dice en otro lugar, el ideal sería que todos fueran como él, célibe, para que ningún otro afecto u obligación nos impida dedicarle al Señor nuestra vida entera. Pero también escribe él que no todos tienen ese don (1 Cor 7:7-9), ni los ha llamado el Señor a todos a una dedicación exclusiva.
Pero aun teniendo esas obligaciones que la vida nos impone y que no podemos descuidar, en todo lo que hagamos para el Señor debemos poner todo nuestro amor. Y es ese amor lo que nos dará poder y eficacia.
Esa es una norma que se aplica a todas las actividades del ser humano. Su eficacia depende de cuánto invierta él de sí mismo, de cuánto amor ponga en lo que hace. La tibieza, la indiferencia, son garantía de mediocridad, o de fracaso.
Buena parte de la labor evangelística de Pablo estaba dedicada a testificar a los judíos de la ciudad que ese Jesús, a quien las autoridades de Jerusalén habían hecho matar, era el Mesías esperado por Israel. Pero sus oyentes judíos se negaban a aceptarlo. ¿Cómo podían, en efecto, hacerlo sin admitir que sus autoridades se habían equivocado y que habían pecado gravemente contra Dios al condenar a Jesús? Muy pocos eran los judíos que abrían su mente a lo que Pablo les decía porque estaban atados espiritualmente a la decisión que los suyos habían tomado en Judea. En cambio eran muchos los gentiles que creían y aceptaban el mensaje que les traía Pablo.
Es singular el hecho de que el conocimiento de las Escrituras que tenían los judíos no facilitara su aceptación del mensaje del Evangelio, sino que más bien lo dificultara. ¡Cuántas veces ocurre que el conocimiento de las cosas sagradas (que envanece) y la erudición cierran los oídos a la verdad!
En la predicación de Pablo se cumplía lo que anunció el profeta Isaías: “llamarás a gente que no conocías y gente que no te conocían correrán a ti.” (Is 55:5)
6. “Pero oponiéndose y blasfemando éstos, les dijo, sacudiéndose los vestidos: Vuestra sangre sea sobre vuestra propia cabeza; yo, limpio, desde ahora me iré a los gentiles.”
Los judíos no sólo contradecían los argumentos que les presentaba Pablo –podemos suponer con la fogosidad que lo caracterizaba- y discutían con él, sino que blasfemaban del nombre de Cristo, por cuyo motivo, él terminó por convencerse de que era inútil que siguiera tratando de ganarlos a su causa. Su obstinación no tenía remedio. Entonces él hizo un gesto simbólico sacudiendo sus vestidos, como quien se limpia del polvo que hubiera podido ensuciarlos (esto es, las palabras de sus opositores) antes de alejarse.
Se recordará que cuando Jesús envió a sus discípulos de dos en dos a predicar por los pueblos, Él les dijo que si los pobladores de algún lugar se negaban a recibir su mensaje, no insistieran sino que se sacudieran el polvo de sus pies como testimonio contra ellos, y se fueran a otro lugar (Lc 9:5; 10:11). Pablo y Bernabé mismos habían hecho ese gesto en otra ocasión (Hch 13:51).
El gesto de sacudirse el polvo de los vestidos estuvo acompañado de las palabras “vuestra sangre sea sobre propia vuestra cabeza”. Es decir, caiga sobre vosotros la culpa de vuestra condenación. Esta es una expresión muy común en el Antiguo Testamento (2S 1:16; Lv 20:9,12,13,16) que figura también en otro lugar en el Nuevo Testamento en términos ligeramente diferentes (Hch 5:28; véase además Mt 27:25), y que significa “cargar con la culpa”.
Para entender plenamente el significado de esas palabras hay que leer el libro del profeta Ezequiel, que recibe del Señor el encargo de amonestar al pueblo de Israel para que se arrepienta de sus pecados y se convierta, como un atalaya cuyo deber es advertir a la ciudad de la proximidad del enemigo, y que cierre sus puertas. Si el atalaya no cumple con su misión de advertir el peligro, la culpa de las muertes que se produzcan recaerá sobre él, porque no advirtió a la gente. Pero si el atalaya toca la trompeta en señal de alarma y los habitantes de la ciudad no se preparan para defenderse “su sangre será sobre su cabeza”, es decir, la responsabilidad de su muerte recaerá sobre los que no se defendieron y el atalaya estará libre de culpa. (Véase Ezequiel 3:16-21 y 33:1-19, en especial 3:20,21 y 33:4,6,8; así como también Jr 26:15).
Pablo cumplió con su deber de predicar el Evangelio a los judíos (Rm 1:16). Si ellos se niegan a creer él queda limpio de responsabilidad y puede entonces con una conciencia clara volverse hacia los gentiles. El rechazo de los primeros abre las puertas para predicar a los segundos (Rm 11:11).
Notas: 1. Observando un buen mapa se podrá notar que Grecia está dividida en dos partes: Grecia central y la península del Peloponeso, que están unidas por un estrecho istmo en cuyos lados hay dos bahías: una hacia Occidente, y la otra hacia el Oriente, en las cuales se ubican dos puertos, Lequeo y Cencrea. Corinto se encuentra en el lado occidental del istmo.
La situación excepcional de Corinto le dio desde temprano el control del flujo comercial entre las dos partes de Grecia, y entre el Este y el Oeste, lo que la convirtió en una ciudad muy rica y, a la vez, en un emporio comercial, financiero e industrial.
La ciudad fue arrasada el año 146 AC por los romanos por oponerse al yugo imperial pero, reconociendo su ubicación estratégica, Julio César ordenó su reconstrucción el año 46 AC, y llegó a ser una ciudad muy bella. (Un dicho romano decía: “No a todos es dado ver Corinto”). El año 27 AC César Augusto la hizo capital de la provincia romana de Acaya.
La ciudad estaba dominada por una formación rocosa de más de 500 metros de altura, en donde se encontraba el Acrópolis corintio, que contenía, entre otros templos, uno dedicado a Afrodita, la diosa del amor, en donde había mil prostitutas sagradas a disposición de los devotos de la diosa. Este culto dio origen a la fama de inmoralidad que tuvo la ciudad, notable aún en una civilización licenciosa, al punto que se acuñó un verbo, “corintear”, que podríamos traducir libremente como “juerguear”.
Al detenerse en Corinto dieciocho meses para evangelizarla Pablo confrontó los problemas típicos de una ciudad cosmopolita, rica e impía, cuyos pecados se filtraban en la iglesia, según dan testimonio las dos cartas que se han conservado de las cuatro que dirigió a los cristianos de la ciudad.
2. El hecho de que Lucas mencione en otros pasajes a Priscila primero que a su marido (Hch 18:18,26) y que Pablo también lo haga (Rm 16:3), así como que en otro lugar la llame por su nombre formal, Prisca (2Tm 4:19), ha dado lugar a dos elucubraciones diferentes. Una, que ella era más activa en el evangelismo que su marido. Y la otra, que ella pertenecía a la familia aristocrática de la gens Prisca.
3. El historiador romano Suetonio da como razón de la expulsión los disturbios provocados por instigación “de un tal Chrestos”, lo que posiblemente se refiere a la predicación acerca de Cristo.
4. El rabino Judá ha Nasi escribió: “El que no enseña a su hijo algún oficio, le enseña a ser ladrón”.
5. En el Nuevo Testamento la palabra “griego” es casi siempre usada como sinónimo de “gentil”, es decir, de no judío.
6. Los significados del verbo “peizo” incluyen en el pasivo el sentido de “creer”; y en el modo activo el de “convencer”.

NB. Con mucho pesar debo comunicar a los que no están ya informados, la muerte de Charles (Chuck) Colson, el pasado 21 de abril, como consecuencia de un infarto cerebral. Su ausencia se va sentir grandemente en el campo evangélico y en el de la colaboración entre todas las iglesias y denominaciones, de la que él fue un decidido promotor.
Él era abogado de la Casa Blanca cuando se produjo el escándalo de Watergate, que llevó al Presidente de los EEUU, Richard Nixon, a renunciar a su cargo en 1974. Él era considerado entonces el genio maligno detrás del Presidente por su falta de escrúpulos. Chuck fue juzgado y condenado a prisión por “obstrucción de la justicia”. Sin embargo, él se había convertido antes de ser encerrado, y aunque pudo haber eludido la condena, aceptó pasar un tiempo en la cárcel.
Su permanencia de varios meses bajo rejas le abrió los ojos respecto de la terrible condición espiritual de los presos y del desamparo legal que sufrían muchos de ellos. Esa experiencia lo llevó a formar a su salida el ministerio de “Prison Fellowship”, el primero de su género organizado en su nación, y que se extendió a muchos países, dando asistencia espiritual y legal a los presos. En el Perú dio origen a “Fraternidad Carcelaria” y otras organizaciones afines. El libro en que narró su experiencia, “Born Again” (“Nacido de Nuevo”), se convirtió en un best seller. Que un hombre con los antecedentes de Colson pudiera ser usado poderosamente por el Señor es uno de los milagros que hace la gracia.
Imposible resumir en unas pocas líneas la amplitud de actividades que desplegó Colson en los años subsiguientes. Mencionaré solamente, aparte de los más de una docena de libros que publicó, solo o en colaboración con otros autores, la fundación del “Colson Center”, que se dedicó a difundir lo que llamaríamos en español la concepción cristiana de la vida aplicada a la sociedad, organizando foros de discusión y promoviendo publicaciones; el programa radial diario de un minuto “Breakpoint”, iniciado en 1991, cuyo texto se enviaba por correo electrónico a todos los que se suscribieran (yo no he dejado de leerlo durante años), y en el que abordaba, desde la perspectiva cristiana, temas de actualidad, a veces candentes.
Por último citaré la “Declaración de Manhattan”, dedicada a afirmar la santidad de la vida, el matrimonio tradicional y la libertad religiosa, que ha sido firmada por más de medio millón de cristianos de todas las denominaciones.
Colson había librado algunos años atrás una denodada batalla contra el cáncer, de la que salió victorioso, y estuvo envidiablemente activo, pese a sus ochenta años, hasta pocos días antes de su muerte.



Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#724 (29.04.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 11 de octubre de 2011

EL SEÑOR ES MI LUZ Y MI SALVACIÓN II

Por José Belaunde M.

UN COMENTARIO DEL SALMO 27:7-14

7. “Oye, Oh Jehová, mi voz con que a ti clamo; ten misericordia de mí y respóndeme."
Con este versículo comienza la segunda parte de este salmo que, contrariamente a la primera, que es un canto de victoria, consiste en una sucesión de súplicas pidiendo la protección de Dios.

Sus primeras palabras son: “Oye, oh Jehová, mi voz con que a ti clamo…” ¿Tiene necesidad Dios de que le pidamos que escuche nuestras peticiones? De ninguna manera, pues El conoce nuestras palabras antes de que movamos los labios, pero la petición que el salmista dirige a Dios expresa la ansiedad que le embarga en ese momento. (Nota 1)

Enseguida el salmista no sólo le pide a Dios que tenga misericordia de él (Nota 2) –una petición que toda persona en angustia alguna vez ha hecho- sino le suplica además que le responda. “Esto es: “Dame una señal de que me has oído y de que vas a acudir en mi ayuda”. Cuando estamos angustiados necesitamos un signo de que Dios no nos abandona. ¿Qué cristiano –o que hombre al fin, aun incrédulo- no se ha encontrado alguna vez en una situación semejante, teniendo necesidad urgente de que Dios le escuche y le socorre?

Sin embargo, Dios siempre escucha nuestras peticiones y siempre responde, aunque nosotros no veamos siempre su respuesta con nuestros ojos, o no la escuchemos con nuestros oídos, o no la entendamos.

¿Por qué queremos escuchar la voz de Dios? Porque ella nos da la seguridad de que Él no está lejos de nosotros. Sin embargo, nosotros sabemos por fe que Él está más cerca de nosotros que nuestro propio aliento. Lo sabemos, pero nuestra fe es débil y necesita de una confirmación explícita. Si nuestra fe fuera como un grano de mostaza, dijo Jesús, es decir, si sólo fuera tan pequeña como esa minúscula semilla (Mt 17:20), podríamos hacer milagros y nunca dudaríamos de que Él está dentro nuestro.

8. “Mi corazón ha dicho de ti: Buscad mi rostro. Tu rostro buscaré, oh Jehová.”
“Mi corazón ha dicho de ti…” Estas palabras no figuran en el original sino fueron insertadas por el traductor como una transición a lo sigue. “Buscad mi rostro”. El salmista le ha pedido a Dios en el verso anterior que le responda. Dios irrumpe en el texto para contestar directamente a su súplica; pero no sólo se dirige a él, sino lo hace en plural a todos los creyentes, diciéndonos: “Buscad mi rostro.”

Si esa voz fuera la de mi espíritu y no la de Dios, diría: Buscad su rostro. Pero dice: Buscad mi rostro.

¿Qué quiere decir “buscar el rostro de Dios”? Tratar fervientemente de tener comunión con Él, de tocar su corazón, como cuando uno busca en la calle, en medio de la multitud que trajina apurada, el rostro de la persona que ama, o que necesita ver para calmar su angustia, o que necesita encontrar para que la ayude. Uno se concentra entonces en el aspecto de la persona, en los rasgos de su cara que la identifican, tratando de reconocerla.

Cuando buscamos el rostro de Dios nos concentramos en lo que Dios es, en las experiencias que hemos tenido antes con Él, que nos hablan de su fidelidad y de su bondad. En los antiguos veleros, cuando estaban abofeteados por las ráfagas de viento de la tempestad con la que luchaban, los marineros se amarraban a los mástiles del barco para no ser arrastrados al mar por las olas que barrían la cubierta. “Tu rostro buscaré”. Oh Señor, así tan desesperadamente como los marineros que se aferraban a una tabla para salvar su vida, voy a buscar tu rostro para sentir tu presencia y tu mano protectora. Mucho tiempo he estado indiferente, lo confieso, como si no te conociera y he dejado que mi amor se enfríe. Pero ahora arrepentido me vuelvo a ti y te suplico:

9. “No escondas tu rostro de mí. No apartes con ira a tu siervo (si aún puedo llamarme tal); mi ayuda has sido. No me dejes ni me desampares, Dios de mi salvación.”
“No escondas tu rostro de mí.” No me rechaces cuando trato de comunicarme contigo, aunque yo sea indigno de tu amistad y cuidado. Si tú mismo me ordenas que busque tu rostro, que me acerque a ti, ¿cómo puedes esconder tu rostro cuando lo hago? ¡Oh Señor, no juegues a las escondidas conmigo! (Sal 13:1).

“No apartes con ira a tu siervo”, aunque yo lo merezca. No te fijes en mis pecados; no interpongas un abismo entre tú y yo que yo no pueda salvar. “Mi ayuda has sido” en tantas ocasiones en que la he necesitado. Ahora no la necesito menos. No dejes de socorrerme como otras veces lo has hecho. “No me dejes ni me desampares…” ¿Qué sería de mí sin ti, “Dios de mi salvación…”? ¿Qué podría yo hacer si me viera privado de tu socorro? ¿A quién podría acudir si tú no vienes en mi ayuda? ¿Qué puede hacer el brazo humano si tú no lo sostienes? Si yo fuera rechazado por ti, me sentiría peor que un niño pequeño a quien su madre ha abandonado. Pero el salmista fortalece su esperanza pensando que:

10. “Aunque mi padre y mi madre me dejaran, con todo Jehová me recogerá.”
Jesús clamó en la cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?” (Mt 27:46) Él pudo sentirse abandonado, aunque ahí estaba su Padre, mirándolo desde el cielo, ahí estaban los brazos eternos sosteniéndolo. Si Jesús se sintió abandonado sin serlo, no es extraño que nosotros podamos sentirnos abandonados sin estarlo, pues aunque el mundo entero nos dé la espalda Dios nunca nos abandonará.

Esa es una verdad que las Escrituras continuamente enseñan: Dios es fiel, sobre todo cuando pasamos por momentos difíciles y todos nos vuelven la espalda. Pero Él nunca abandona a los que a Él se aferran. Su amor por nosotros es más grande que el amor de padre y madre, más grande que el amor de esposo o esposa, más grande que el amor de amigo o amiga, porque su amor es infinito y es completo. No hay nadie que ame como Dios, ni puede haberlo, porque si lo hubiera, sería igual a Dios, lo que es imposible porque Él es único. “Yo soy Dios y no hay otro.” (Is 45:5). Por eso es que Él nunca puede abandonar a ninguno de sus hijos (Sal 103:13). Si lo hiciera, negaría su naturaleza, y dejaría de ser Dios. ¿Cómo no ha de ser firme nuestra confianza en Dios?

Pensemos un momento: ¿Qué significaría para un niño que su padre o su madre lo abandonen? Que se sienta completamente desamparado. Pero ¿puede un padre o una madre abandonar a su hijo pequeño? Sólo si fueran padres desnaturalizados. Pues el salmista se pone en ese caso. Pero Dios ha contestado en otro lugar a ese temor: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti” dice Dios (Is 49:15).

11. “Enséñame, oh Jehová, tu camino, y guíame por senda de rectitud a causa de mis enemigos.”
El salmista eleva una petición a Dios que es capital para la vida de todo creyente. “Enséñame tu camino”, es decir, dime cómo debo comportarme para vivir de acuerdo a tu voluntad; enséñamelo como se enseña a un niño las letras, paso a paso. Es una petición que encontramos en varios salmos, como en el salmo 25:4 “Muéstrame, oh Señor, tus caminos; enséñame tus sendas.” (cf 143:10), petición a la que Dios responde: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar.” (Sal 32:8ª; cf Sal 25:8,9,12; 23:3; Pr 8:20).

Enseguida repite en paralelismo sinónimo: “Guíame por senda de rectitud.” Senda y camino en el lenguaje bíblico son figuras de la conducta que uno muestra. “Senda de rectitud” es la que uno sigue cuando vive de acuerdo a los mandamientos y normas dados por Dios.

Cabría preguntarse ¿qué necesidad tiene el hombre de pedirle a Dios que le enseñe su camino si éste está claramente establecido en las Escrituras? Sin embargo, aunque por lo general son muy específicas, los mandamientos de la ley no cubren todos los casos posibles ni podrían, de manera que queda todo un campo inmenso de posibilidades en las que el hombre tiene que decidir según su criterio. Lo que el salmista le pide a Dios es: “Dame pautas precisas cuando esté dubitativo, o perplejo sobre los que debo hacer, o qué decisión debo tomar, o cuál es la conducta justa. No quiero decidir según mi propio criterio, porque podría equivocarme, quiero hacerlo según el tuyo”. No hay mayor bendición para el hombre, en verdad, que andar en los caminos de Dios, como dice Proverbios: “Sus caminos son caminos deleitosos, y todas su veredas paz” (Pr 3:17).

El salmista aclara que hace esta petición “a causa de mis enemigos”, porque el tentador y sus secuaces están tratando de que él ofenda a Dios, al apartarse del camino recto. De esa manera, al encontrarlo en falta tendrán motivo para acusarlo, como están buscando afanosamente hacer. Para enfatizar este propósito David añade:

12. “No me entregues a la voluntad de mis enemigos; porque se han levantado contra mí testigos falsos, y los que respiran crueldad.”
¿Qué cosa peor le puede suceder a un hombre que caer en manos de sus enemigos? David dijo una vez que él prefería caer en manos de Dios que en manos de hombre, porque aunque Dios puede ser severo, Él es también compasivo, mientras que el hombre es cruel (2Sm 24:11-14). Sus enemigos se valen en este caso de testigos que hacen acusaciones falsas y que “respiran crueldad”, que no dejan que se haga justicia sino que quieren cebarse en una víctima inocente.

¿Cuál puede haber sido la voluntad de los enemigos del salmista? Acabar con el poder, o con la vida del acusado, a quien odiaban porque era un hombre de Dios. El conflicto que aquí se desarrolla es entre los amigos de Dios y las huestes del diablo.

Este versículo tiene una connotación profética, pues lo que enuncia se cumplió en Jesús, quien siendo inocente, cuando compareció en juicio ante el Sanedrín, vio cómo se levantaban contra Él falsos testigos que lo acusaban tratando de probar su culpa, pero que también se contradecían entre sí, por lo que su testimonio no pudo ser tomado en cuenta, para frustración de los que lo juzgaban maliciosamente, y que lo habían condenado de antemano en su espíritu sin tener pruebas.

13. “¡Ah, si no creyese que veré la bondad de Jehová en la tierra de los vivientes!” (Nota 3)
Con esta exclamación el salmista declara su confianza de que, pese a toda la guerra que enfrenta, Dios le permitirá salir bien librado de sus acusadores y le dará la victoria sobre ellos. “Veré la bondad de Dios en la tierra de los vivientes.” Es decir, ahora, en este mundo donde están los vivos; no en el Seol, donde están los que ya partieron a la otra vida. No se trata en verdad de una promesa cuyo cumplimiento va a experimentar en la vida futura, sino de algo muy próximo y actual. Él está convencido de eso, lo cree firmemente. De no ser así habría “desmayado”; se habría desalentado si no creyera que Dios le va a conceder lo que le ha pedido en el verso anterior, si no estuviera convencido de que Dios es la fortaleza de su vida, su luz y su salvación, como afirma en el primer versículo. El creyente no necesita ver para creer, sino ve porque cree, como bien dice Pablo: “Por fe andamos, no por vista.” (Cor 5:7). La fe hacer ver lo que los ojos no perciben. (Nota 4).

14. “Aguarda a Jehová; esfuérzate y aliéntese tu corazón. Sí, espera en Jehová.”
El último versículo es una exhortación final que resume muy bien el mensaje de todo el salmo: 1) Aguarda, es decir, espera la intervención salvadora de Dios a favor tuyo, que se producirá cuando tú menos la esperas; 2) Entretanto pon todo empeño de tu parte por hacer lo que te corresponde en la lucha contra las acechanzas y ataques de tus enemigos; y 3) Levanta tu ánimo pensando que tú no estás solo, sino que Dios está al lado tuyo peleando tus batallas. Como le dijo el profeta Jahaziel al rey Josafat cuando salió a enfrentar en inferioridad numérica al ejército de Moab y Amón: “La guerra no es vuestra sino de Dios.” (2Cro 20:14,15).

Cada vez que enfrentamos un trance difícil o angustioso, debemos pensar que esa situación ha sido prevista por Dios desde el comienzo del mundo, y que, por tanto, no es una sorpresa para Él, sino que está dentro de su plan, que Él sabe a dónde va a llevar, y que el resultado será para nuestro bien (Rm 8:28). Si sabemos eso, ¿cómo no hemos de estar tranquilos confiando que todo, nuestra vida y nuestro bienestar, está en sus manos? De otro lado, respecto de la inevitable batalla que tenemos que emprender para superar el mal momento, debemos recordar que no estamos solos, sino que Dios está a nuestro lado, peleando como un guerrero por nuestra causa; que todo lo que nos concierne, le concierne a Él primero, y aún más que a nosotros; porque Él está más interesado en nuestro bien que nosotros mismos, como un padre se interesa y vela por sus hijos.

Notas: 1. Spurgeon comenta: “La voz puede ser usada con provecho en la oración privada porque, aunque es innecesaria, ayuda a prevenir las distracciones”.
2. Spurgeon anota: “La misericordia es la esperanza de los pecadores y el refugio de los santos”.
3. Las palabras “hubiera yo desmayado” no figuran en el original y han sido añadidas por el traductor para completar el sentido.
4. Sin embargo Spurgeon y algunos otros autores han interpretado la expresión “la tierra de los vivientes” como referida al cielo, donde están los que verdaderamente están vivos porque gozan de la presencia de Dios, en contraste con esta tierra donde muchos están muertos en sus delitos y pecados. Richard Baker (un autor del siglo XVII) escribe: “¿Qué clase de tierra es esta donde hay más muertos que vivos, más los que yacen bajo la tierra que los que caminan sobre ella; donde la tierra está más llena de tumbas que de casas…y donde la muerte se enseñorea de la vida?”.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


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viernes, 7 de enero de 2011

UNA HERENCIA ESCOGIDA I

Por José Belaunde M.
Un comentario del Salmo 16 (versículos del 1 al 6)

Este es un salmo especialmente bello, que fue conocido durante un tiempo como el “Salmo de Oro”, debido a una traducción equivocada de la palabra hebrea mictam (término musical técnico cuyo significado exacto es dudoso) que está en el encabezamiento. Se ha observado que el salmo habla de su autor, el rey David, a cuya vida y piedad la mayor parte del texto se refiere literalmente. Pero su parte final ya no es aplicable a él propiamente (como señaló Pedro en su discurso en Pentecostés, Hch 2:25-28), sino proféticamente a Cristo, de quien David es un tipo. Por ese motivo algunos intérpretes antiguos y recientes han considerado, incluso, que en este salmo es Jesús mismo, en tanto que ser humano, quien habla de su pasión, muerte y resurrección.

1. “Guárdame oh Dios, porque en ti he confiado.”
Guárdame, es decir, cuídame, protégeme. La gente vivía en esa época con mucha frecuencia en un peligro permanente, tanto más una persona como David, que era un personaje que por su posición, e incluso cuando ya era rey, estaba constantemente expuesto a intrigas, a rivalidades, a complots y ataques a su persona. (Si se lee el segundo libro de Reyes, se podrá ver cuántos reyes de Judá y de Israel fueron víctimas de intrigas y hasta murieron asesinados)

Pero el pedido de protección puede no sólo referirse a ese tipo de peligros, sino podría también referirse a peligros de tipo espiritual. Guárdame de las tentaciones, del orgullo y de los halagos de poder; de la sensualidad, o del recelo, de la desconfianza, de la antipatía hacia personas inocentes; guárdame de cometer injusticias. Esos son peligros a los cuales estamos también expuestos todos.

Guárdame de las decisiones precipitadas, de los malos consejeros, de rivalidades en el seno de mi familia… Todos esos son peligros de los que el poderoso necesita ser resguardado, y a los que están tanto más expuestos cuanto más alta es su posición. Pero también nosotros, gente del llano, estamos expuestos a ellos.

Las razones que David expone para sustentar su pedido no son cualidades personales o méritos propios, sino una sola: Yo he confiado en ti. Para ello David se apoya en la promesa de que Dios no defrauda a los que en Él confían (Is 49:23). Eso es todo, y no necesita más.

2. “Oh alma mía, dijiste a Jehová: Tú eres mi Señor; no hay bien para mí fuera de ti.” (Nota 1)
Esta confianza en Dios tiene su origen en el amor que el hombre tiene por Dios, en la entrega total de su ser. Él confiesa -y más que confiesa, proclama- que Dios es su Señor, su dueño absoluto. Si no te tengo a ti no tengo nada, porque no hay nada que me pueda contentar fuera de ti. Tú eres mi todo y a ti me he entregado totalmente, de modo que yo ya no me pertenezco. Soy todo tuyo.

¿Hay alguien que pueda decir sinceramente eso a Dios, con todo el corazón? Nuestros afectos están divididos entre las cosas del mundo que nos atraen, entre los afectos familiares –incluyendo los más íntimos- y nuestro amor a Dios. ¿Quién puede decir que subordine todo a Dios, y que Él tenga la primacía en todo? Sólo el que pueda afirmarlo sin reserva, puede recitar sinceramente este salmo, haciéndolo suyo. De lo contrario, quedará como un ideal por alcanzar. En realidad, solamente Jesús puede sinceramente hacerlo. Nótese que el salmo 73 expresa un sentimiento semejante: “¿A quién tengo yo en los cielos sino a ti? Fuera de ti nada deseo en la tierra.” (vers. 25).

3. “Para los santos que están en la tierra, y para los íntegros, es toda mi complacencia.”
Si todo mi afecto se dirige a Dios, entonces es natural que mi complacencia se dirija a aquellos que sirven a Dios, a aquellos con los cuales yo comparto los mismos sentimientos que expresa el versículo anterior. El salmista emplea dos palabras: santos e íntegros, casi como si fueran sinónimos. No lo son exactamente, aunque todo santo por necesidad es íntegro. Si no lo fuera, no podría ser santo. ¿Podríamos concebir un hombre santo que no fuera perfectamente honesto? Sería una santidad coja, deficiente. Pero sí se puede ser íntegro sin ser santo.

¿Qué cosa es ser íntegro? Ser moralmente de una sola pieza. Que no haya asomo de mentira, de falsedad, de engaño en uno. ¡Y qué difícil es serlo! ¡Y que todo lo que uno emprenda lo haga con un propósito noble en mente!

Muchos ocupan cargos de responsabilidad en el gobierno, en la magistratura, e incluso, en la iglesia, de los que se espera que sean íntegros sin falla, pero que dejan mucho que desear en este aspecto.

Ser íntegro es, en cierta medida, ser cándido e inocente como un niño, con una diferencia: que el niño pequeño no conoce la mentira ni la maldad, pero el íntegro sí las conoce, pero ha renunciado concientemente a ellas.

En cierta medida también, la integridad es innata, aunque puede corromperse. Pero es sobre todo, producto de la gracia. Por tanto, no es algo de lo que uno pueda jactarse. La impiedad también es innata, como dice un salmo: “Los impíos se desviaron desde el seno de su madre.” (Sal 58:3). Es producto en parte de la influencia del diablo en la madre en cinta, cuando ella le abre la puerta. Cuando ella cultiva pensamientos de chismes, de intrigas, de envidias, de celos, alimenta el alma de la criatura con esos sentimientos y luego se sorprende de que al crecer la criatura muestre esos rasgos.

Todos nacemos con ciertas tendencias morales que se manifiestan temprano. Pero así como nacemos con ciertas aptitudes o incapacidades físicas, también nacemos con ciertas aptitudes, o ineptitudes intelectuales y éticas. Estas últimas son las peores, porque son las que más daño hacen.

4. “Se multiplicarán los dolores de aquellos que sirven diligentes a otro dios. No ofreceré yo sus libaciones de sangre, ni en mis labios tomaré sus nombres.” (Para jurar por ellos, se entiende)
Si el fundamento de la santidad y de la integridad es la fidelidad al único Dios verdadero, es decir, el mandamiento que ordena: “No tendrás otros dioses fuera de mí.” (Ex 20:3); la causa de todos los males es la violación de este mandamiento, esto es, la idolatría en todas sus formas, con todas las abominaciones que lleva consigo.

Por eso el salmista asegura que no tomará parte en las libaciones de sangre de los idólatras, ni en los sacrificios que consistían en derramar sangre de animales (cuando no sangre humana) sobre sus altares, y que tampoco invocaría el nombre de esos falsos dioses, ni juraría por ellos. Esto es, se mantendría libre de toda contaminación.

Estos propósitos pueden parecernos extraños a nosotros, porque en nuestro tiempo no se ofrecen sacrificios sangrientos de ningún tipo en el culto. Pero en la antigüedad los sacrificios de animales ofrecidos en expiación, o como ofrenda propiciatoria a los dioses, eran pan de todos los días, porque el culto consistía básicamente en esas ceremonias. Los paganos creían que podían sobornar con ofrendas a sus dioses, que arriba en el Olimpo eran indiferentes a las necesidades humanas. Pero nuestro Dios nos ama y no necesita ser sobornado con ninguna ofrenda, porque está dispuesto a concedernos todo lo que le pidamos con un corazón sincero, y que nos sea necesario o conveniente. Mayor es su deseo de derramar sus dones sobre nosotros que el nuestro de recibirlos.

En nuestro tiempo, salvo en algunos cultos satánicos, que son materia de las crónicas policiales, no se ofrecen sacrificios de animales, o de seres humanos, pero sí es común una forma horrible y cruel de sacrificio humano: el aborto, en que la criatura es despedazada y extraída a la fuerza del útero materno. ¡Ah, cómo se multiplicarán los dolores de aquellas que se someten a esas prácticas y los de sus cómplices! Los remordimientos, y el pesar por haber arrojado al fruto de sus entrañas, las persiguen toda la vida. (2)

No hay nadie que haga el mal que no sufra las consecuencias, aunque en las apariencias no sea visible. Pero las consecuencias más terribles son las que se sufren después de la muerte, si no hay arrepentimiento.

5. “Jehová es la porción de mi herencia y de mi copa; Tú sustentas mi suerte.” (3)
Cuando los israelitas entraron en la tierra prometida y se la repartieron, a cada tribu, a cada familia, y a cada persona le fue asignada una parte que constituyó su herencia perpetua, pero a la tribu de Leví no le tocó parte alguna, como le dijo Dios a Aarón: “Yo soy tu parte y tu heredad en medio de los hijos de Israel.” (Nm 18:20). Como ocurrió con los levitas, el salmista asegura que la herencia que le tocó a él como porción fue Dios mismo, y ningún bien de orden material. Estar unido a Él y poder confiar en Él es lo que más aprecia en la vida. De esa herencia, de lo que le tocó “en suerte”, Dios mismo es el sustento y la garantía de permanencia. (4)

Pero para que uno pueda decir que Dios es su “porción” y poseerlo totalmente, él tiene que ser en sí mismo “porción” de Dios, y estar poseído totalmente por Él. Que otros escojan como su herencia los bienes del mundo, que son inestables; y sus placeres, que tan pronto se gozan se vuelven amargos, o se hacen humo. Yo, por mi parte, escojo la herencia que permanece para siempre. (5)

6. “Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos, y es hermosa la heredad que me ha tocado.”
La delimitación de las tierras asignadas a cada familia en el reparto de la tierra hecho por Josué se hizo echando unas cuerdas de medición sobre el terreno, procedimiento que es aludido en el libro que lleva su nombre y en el salmo 78:55, pero no sabemos en qué consistía exactamente. (6)

El salmista, a quien no tocó parte de tierra alguna, se alegra de la porción que le ha tocado en herencia. Porque ¿qué mejor heredad podría tocarle a alguno que Dios mismo? Él satisface todas nuestras expectativas, y colma todas nuestras necesidades. Tenerlo a Él es poseer una riqueza mayor que lo que cualquier extensión de terreno valía en aquella cultura que era predominantemente agrícola.

Notas:
1. El texto de los versículos 2 al 4 es dudoso, y por ese motivo su traducción varía considerablemente de una versión a otra.

2. En la misericordia de Dios, sin embargo, esos dolores no persiguen a los pecadores para su destrucción, sino para que busquen al Médico que puede sanarlos, dice San Agustín.

3. Aquí las tres palabras claves, “porción”, “herencia” y “suerte”, tienen que hacer con el reparto de la tierra prometida hecho por Moisés y Josué. La palabra “copa” es una alusión a la costumbre antigua de dar el padre de familia la copa común a beber a sus hijos y a los huéspedes en la mesa; y recuerda también la frase de Jesús en Getsemaní: “Si es posible aparta de mí esta copa” (es decir, esta prueba terrible, Mt 26:39); y aquella dicha a los hijos de Zebedeo: “Podéis beber del vaso que yo he de beber? (Mt 20:22).

4. Recuérdese que Dios había ordenado a Moisés que el reparto de la tierra se hiciera por sorteo (Nm 26:52-56; Js 14:2).

5. San Agustín escribe: Dios no deriva ningún beneficio de nuestra adoración, pero nosotros sí. Cuando nos revela o enseña cómo debe ser Él adorado, lo hace en vista de nuestro más alto interés, no teniendo Él absolutamente ninguna necesidad de nada.

6. Cuando el pueblo de Israel al final de su peregrinaje de cuarenta años se acercó a la tierra prometida, Moisés permitió que las tribus de Rubén y de Gad, “que tenían una inmensa muchedumbre de ganado” (Nm 32:1), se establecieran en las tierras de Jazer y Galaad, al Oriente del Jordán. A ellas añadió después la mitad de la tribu de Manasés (Js 13:6). Estando ya en las tierras de Moab, frente a Jericó, Dios estableció la forma cómo la tierra, una vez que atravesaran el Jordán y la conquistaran, había de ser repartida entre las demás tribus, fijando los límites entre cada una de ellas (Nm 34:1-12). Posteriormente Josué asignó a la media tribu de Manasés, que era muy numerosa, territorio al Occidente del Jordán (Js 13:7). Los capítulos 14 al 19 del libro de Josué están dedicados a detallar el reparto de la tierra por sorteo entre las demás tribus.

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lunes, 15 de noviembre de 2010

ASPECTOS DE LA ORACIÓN

Por José Belaunde M.
El capítulo décimo del libro de Daniel nos trae el interesante episodio de la visión que el profeta tuvo al cabo de 21 días de ayuno y oración. En esa visión se le aparece un ángel poderoso que le trae un profecía relativa a los últimos tiempos. Pero yo quiero dirigir mi atención esta vez a dos versículos de ese capítulo.

Los versículos 12 y 13 dicen lo siguiente: "Entonces me dijo: Daniel, no temas; porque desde el primer día en que dispusiste tu corazón a entender y a humillarte en la presencia de tu Dios, fueron oídas tus palabras; y a causa de tus palabras yo he venido. Mas el príncipe de Persia se me opuso durante veintiún días; pero he aquí, Miguel, uno de los principales príncipes, vino para ayudarme, y quedé con los reyes de Persia."

Podemos ver aquí tres cosas:

1) Entender: Orar es no sólo hablar, alabar, pedir, sino también tratar de entender los propósitos de Dios, sus pensamientos, sus palabras para nuestra vida, o para nuestro país, o para nuestra iglesia.

2) Humillarse: Orar es humillarse delante de Dios (1P5:5,6). Sólo reconociendo nuestra pequeñez delante de nuestro Creador podemos asumir la actitud correcta.

3) "A causa de tus palabras..." Nuestras palabras provocan la respuesta de Dios. Dios quiere que le hablemos, que le pidamos, que clamemos a Él (Jr 33:3) y entonces nos responderá.

El versículo 13 nos dice también que nuestra oración provoca una batalla en los cielos. Satanás tiene intereses contrarios a los que persigue nuestra oración y se opone a ellos con toda su fuerza.

Dios no viene enseguida en nuestra ayuda sino deja que la batalla siga su curso porque quiere enseñarnos a pelear y a dominar. Quiere que desarrollemos nuestra musculatura espiritual, nuestra perseverancia.

El luchador aprende a luchar enfrentándose a contrincantes no más débiles sino más fuertes que él, y, de esa manera, cada vez puede desafiar a otros más fuertes. Si el luchador sólo tuviera contendores inferiores a él en habilidad y fuerza, no desarrollaría su propia capacidad.

Igual nosotros. Dios quiere que, enfrentándonos a dificultades y pruebas cada vez mayores, poco a poco desarrollemos la fe que puede mover montañas. Pero al comienzo moveremos solamente pequeños montículos de arena.

Así como ocurre en la lucha libre, es necesario que aprendamos a usar las llaves, las estrategias, las técnicas de la oración. Porque, en efecto, en la oración hay llaves, hay estrategias, hay técnicas: las promesas de Dios, el nombre de Jesús, el ayuno, la vigilia, la alabanza, el silencio, la batalla espiritual, etc.

Pero durante todo el tiempo que perseveramos, Dios nos está oyendo y, como hizo con Daniel, ha mandado, a sus ángeles para ayudarnos en esa lucha. No nos ha dejado solos. Quizá nosotros nos sintamos a veces solos, pero Él está a nuestro lado justamente cuando más abandonados nos sentimos.

La demora, el obstáculo, la tardanza no sólo sirven para probar y fortalecer nuestra fe, sino que son también una señal para que escudriñemos nuestro corazón y veamos si nosotros no estamos obstaculizando la respuesta. O para que veamos si hay algo que nos falta para poder recibirla. Es una llamada a examinarnos y a intensificar nuestra oración y a crecer en la fe.

Pero la demora es también una señal de que lo que hemos pedido a Dios es algo muy peligroso para los planes de Satanás. Si no, no lucharía tanto para impedir la respuesta.

A veces tenemos que lidiar con situaciones personales o familiares sumamente penosas cuyo origen no entendemos. Pudiera ser que nosotros mismos nos hayamos atraído la aflicción que nos abate. Mal que nos pese tenemos que soportar las consecuencias de nuestros actos, quizá cometidos hace muchos años y que habíamos olvidado, pero que al fin nos alcanzan, hasta que con nuestra oración redimamos las consecuencias, hasta que nuestro arrepentimiento sea profundo y verdadero e ilumine nuestra inteligencia. Porque ése es uno de los frutos de la aflicción: hacernos abrir los ojos.

Recuérdese que Absalón se rebeló contra su padre David muchos años después del adulterio cometido con Betsabé (2Sam 11,15). Pero David reconoció que en esa prueba se cumplía la profecía que Natán había pronunciado contra él (2Sam 12).

El profeta Miqueas escribió: "Habré de soportar la ira del Señor porque pequé contra Él, hasta que juzgue mi causa y me haga justicia" (7:9).

¿Cuándo me hará justicia? Cuando mi arrepentimiento produzca frutos verdaderos en mi alma, cuando haya escarmentado y entendido. (1).

Dios quiere que entendamos. Eso es sabiduría.

El que no aprende de sus errores e insiste en cometerlos, tendrá que sufrir repetidas veces las consecuencias hasta que al fin aprenda. Mejor es aprender a la primera.

Si estando en una situación desesperada nos desesperamos, perdemos todo. Pero si seguimos cavando, esto es, orando y luchando, llegaremos a encontrar la fuente de agua que apague nuestra sed.

En Hebreos leemos: "Sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que hay Dios y que premia a los que le buscan." (11:6). Dios premia a los que, estimulados y alentados por la fe en sus promesas, le buscan con diligencia.

Cuando la respuesta demora es porque Dios quiere que le sigamos buscando. Durante ese período de paciencia y de lucha, nuestro corazón esta siendo cambiado: Eso es lo que, por su lado, Dios busca. No es un cambio que se ve afuera; es un cambio interior.

Santiago escribió: "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia (perseverancia). Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna" (1:2-4).

La prueba produce paciencia y la paciencia (longánimo) lleva a la obra completa. Nos hace perfectos y cabales.

Dios quiere desarrollar nuestro amor por Él ¿Cómo? Dependiendo de El. Cuando todo falla, cuando todos los medios humanos fracasan, cuando todos nos abandonan, sólo queda esperar en Dios. Cuando nos aferremos a Él como a nuestro último recurso, sin duda le amaremos, así como el niño pequeño en peligro se aferra a sus padres. Cuanto más se aferra a ellos más les ama. Su padre es su confianza. ¡Oh cómo ama el hijo al padre o la madre en quien confía! Su amor va a la par de su confianza.

Dios nos empuja a veces a situaciones en que sólo podemos confiar en Él. En esas situaciones aprendemos a conocerle y a amarle de veras.

Pero sería interesante que nos preguntemos cuál era el motivo de la oración y del ayuno de Daniel. No lo precisa el texto en este punto, pero el capítulo anterior nos trae una larga oración en que Daniel pide perdón a Dios por los pecados de su pueblo recordando, para comenzar, la profecía anunciada por boca de Jeremías, de que, al cabo, de 70 años el pueblo de Israel retornaría del exilio a su tierra (Jr 25:11;29:10). Estamos autorizados a suponer que la oración de Daniel en el capítulo 10 anuda con la oración del capítulo anterior. Es decir que Daniel ora por la liberación de su pueblo y por la restauración del templo de Jerusalén, como era el deseo de todo judío piadoso. Ya había llegado el tiempo en que se cumpliera la profecía.

Ahora bien, si Dios había prometido que el pueblo retornaría a su tierra ¿qué necesidad había de orar por el cumplimiento de esa promesa? ¿No bastaba con que Dios hubiera prometido para que lo ofrecido se cumpla sin más? No siempre basta, aunque nos cueste entenderlo. Así como el Hijo de Dios se humilló a sí mismo haciéndose hombre, en cierta manera, Dios se humilla a sí mismo haciendo que el cumplimiento de su voluntad dependa de la oración del hombre. De otro modo Jesús no habría enseñado a los apóstoles a orar por el cumplimiento de la voluntad del Padre (Mt 6:10).

Dios necesitaba que alguien orara por el cumplimiento de esa profecía para ponerla en obra; necesitaba que alguien se pusiera en la brecha a interceder por el pueblo. (Esa es naturalmente una limitación que Él se impone a sí mismo, no una limitación necesaria). Tan pronto como Daniel empieza a orar suscita una batalla en las regiones celestes, porque su oración es contraria a los propósitos de la potestad satánica que rige los asuntos de la nación persa y a la que la Escritura llama "El Príncipe de Persia".

Los propósitos de Satanás son siempre opuestos a los propósitos de Dios y es natural que el Maligno deseara mantener al pueblo elegido en esclavitud y frustrar el plan de salvación que Dios quería llevar a cabo a través de Israel retornándolo a su tierra.

También podemos suponer que no convenía a los intereses del imperio persa que una minoría industriosa y disciplinada, como lo era la comunidad judía, abandonara el país. Pero el ángel que se aparece a Daniel lucha en las regiones celestes contra las huestes espirituales de maldad, con la ayuda del arcángel Miguel, para hacer prevalecer los designios de Dios. La batalla en los cielos empezó tan pronto Daniel empezó a orar y el ángel viene a anunciarle la victoria cuando su oración ha colmado la medida necesaria fijada por Dios.

¡Con cuánta frecuencia nuestros deseos y propósitos no se cumplen, o son obstaculizados, porque son contrarios a los propósitos de Satanás! Si no oramos, o si no oramos con la necesaria persistencia, le dejamos el campo libre para llevar a cabo su obra destructora. ¡Cuántas cosas nefastas no nos han ocurrido a nosotros, o a nuestras familias, porque no nos hemos mantenido vigilantes en oración haciendo que los ángeles construyan una muralla protectora en torno de los nuestros! El diablo viene a robar, matar y a destruir, pero si oramos continuamente, lo mantenemos a raya y frustramos sus propósitos.

Hasta qué punto el desenlace de la batalla celeste depende de la oración en la tierra ("todo lo que atéis en la tierra será atado en el cielo;" Mt 18:18) nos lo muestra el episodio de la batalla contra los amalecitas que se narra en Éxodo 17:8-16. Cuando Moisés mantiene las manos en alto en oración, las fuerzas de Israel vencen a las de Amalec; cuando las deja caer cansado, los de Amalec ganan.

Aunque ya lo he dicho en otro lugar vale la pena que lo repita aquí: El resultado de la batalla en la tierra refleja el resultado de la batalla en los cielos. Los de Israel prevalecen cuando los ángeles prevalecen; los de Amalec ganan cuando las huestes de maldad llevan la mejor parte. Pero es la oración en la tierra la que fortalece a la intervención angélica. Si dejamos de orar ellos aflojan o dejan de luchar. Quizá se dicen: No les interesa tanto lograr la victoria. Su ayuda se amolda a nuestra insistencia.

Dios quiera que este episodio nos ayude a entender cuán importante es que no cejemos en nuestros esfuerzos para orar sin pausa y sin desmayar por las causas que Él nos ha encomendado, por nuestras familias y por las necesidades de nuestro pueblo o de nuestra iglesia.

Nota (1) Pero si hemos sido perdonados ¿por qué hemos de sufrir todavía por los pecados pasados? Porque las consecuencias humanas de nuestros pecados no se agotan con el arrepentimiento y el perdón, aunque Dios en su misericordia puede apartar parte de esas consecuencias. Sin embargo, Él quiere que comprendamos la gravedad de nuestros actos y que maduremos. Pensemos solamente ¿cuántas vidas habremos afectado y cuánto sufrimiento podemos haber causado que aún no termina? ¿Somos concientes de ello? Sólo sufriendo nosotros mismos comprenderemos el sufrimiento ajeno.