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miércoles, 3 de febrero de 2016

LA ORACIÓN I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACIÓN I


La oración es el aspecto más importante de la vida del creyente.

Podemos quedarnos sin Biblia, pero no podemos quedarnos sin oración. Imaginemos un náufrago que hubiera quedado abandonado, solitario en una isla y que hubiera perdido todo su equipaje en el mar. Aunque él se viera privado de su ejemplar de las Sagradas Escrituras todavía podría comunicarse con Dios a través de la oración y Dios le hablaría directamente al alma. Sin embargo, de poco le serviría haber salvado la Biblia del naufragio si no la lee en espíritu de oración y tratando de oír la voz de Dios en ella.

Es cierto que, privado de la palabra de Dios escrita, aun el hombre que ora puede desviarse de la fe y que la palabra de Dios es su guía objetiva. Oración y Palabra se complementan y ambas son necesarias.

Sabemos, no obstante, que Abraham fue llamado por Dios y fue amigo de Dios y hablaba con Él antes de que el primer libro de la Biblia, el Génesis, fuera escrito (lo cual es obvio, porque cuenta su historia). Es cierto también que él no necesitaba de la palabra escrita de Dios porque tenía su palabra hablada: Dios hablaba con él directamente, como hizo más tarde y con mayor frecuencia con Moisés. Su Biblia fueron las palabras que Dios le dirigía.

Por ello podemos afirmar que la oración es el centro de la vida del hombre con Dios. Oración es diálogo, contacto, intimidad con Dios.

La oración puede compararse con el entrenamiento del atleta. Si no se entrena, si no se ejercita, su capacidad física decae. Igual pasa con el creyente. Si no ora, su vida espiritual decae y puede llegar a perder todo contacto con Dios. Puede volver al pasado y recaer en el pecado. Y, de hecho, eso es lo que lamentablemente ocurre con muchos creyentes y aun con muchos líderes de la Iglesia. Jesús bien claramente lo advirtió cuando dijo: "Velad y orad para que no entréis en tentación." (Mt 26:41).

Es en la oración donde cumplimos para comenzar el mandamiento de amar a Dios. SI NO LE AMAMOS Y ADORAMOS EN LA INTIMIDAD DE NUESTRO SER, NO LE AMAREMOS EN LA PRACTICA DE LA VIDA.

¿Cómo se ama a Dios en la intimidad de nuestro ser? Pues precisamente pasando tiempo a solas con Él en nuestra cámara secreta, como dijo Jesús, hablándole y diciéndole las cosas que nos pesan dentro. Es decir, confiándole todos nuestros asuntos.

¿Como se ama a Dios en la práctica? Jesús dijo: "El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama." Y luego: "El que me ama guardará mi palabra... el que no me ama, no guarda mis palabras..." (Jn 14:21,23,24).

Amamos a Dios en la práctica, obedeciéndole. Nuestra obediencia es la prueba de nuestro amor. Pero si no le amamos primero en la intimidad de nuestro corazón, no le podremos obedecer voluntariamente, sino lo haremos a la fuerza, como una obligación pesada.

En la oración se cultiva y crece el amor a Dios que nos permite obedecerle. Por eso Pablo dice "orad sin cesar" (1Ts 5:17). Todos los actos de nuestra vida pueden ser oración, si todo lo hacemos por obediencia y pensando en Él. ¿Cómo lograríamos esto que parece imposible, puesto que nuestra atención está constantemente solicitada por las ocupaciones del día? Si nos acostumbramos, antes de hacer cualquier cosa, a orar un momento y decirnos: "Esto lo hago en el nombre de Jesús" (Col 3:17), la conciencia de la presencia de Dios llegará a ser habitual en nosotros, de manera que podamos decir con el profeta Elías: "Vive Dios en cuya presencia estoy" (1R 17:1). El original hebreo dice: "delante de quien estoy". Ese estar delante, según la costumbre antigua, es la actitud del siervo que está de pie delante del trono, esperando las órdenes de su señor.

En nuestro trabajo, en nuestra casa, al trasladarnos de un sitio a otro ocupados en nuestras labores diarias, o al empezar una tarea nueva, cualquiera que sea lo que hagamos ¿cómo podemos orar? Elevando nuestra mente a Dios en medio de nuestras ocupaciones, pidiéndole que nos ayude a hacer bien la tarea, o la llamada, o el viaje, etc. Diciéndole que lo hacemos en su nombre y con deseos de agradarle. Ofreciéndole lo que hacemos como un sacrificio de suave olor (Rm 12:1c).

El que ora constantemente se mantiene en comunicación con Dios y puede ser guiado por Dios; se abre a la posibilidad de que el Espíritu Santo lo guíe.

¿Cómo puede ser uno instruido si no se mantiene en comunicación con su instructor?

El piloto que va a aterrizar es guiado por la torre de control. Si apaga su radio no puede ser guiado. Si no mantenemos abierta la línea de comunicación, no podemos ser guiados por Dios.

Pero no nos engañemos. La oración constante, para ser efectiva, necesita del sustento de la oración matinal.  El mejor ejemplo nos lo proporciona Jesús, según narra el Evangelio de Marcos: "De madrugada, siendo aún oscuro, se levantó y fue a un lugar desierto, y ahí oraba." (1:35).

Notemos dos cosas importantes en ese pasaje:

-temprano, de madrugada, que es la mejor hora, cuando uno está fresco;

-en la soledad no hay interrupciones.

Al que ponga el ejemplo de Jesús en práctica Dios lo va a bendecir abundantemente.

A su vez, para ser efectiva la oración matinal debe estar inflamada por el amor a Dios. La oración rutinaria, casual, fría, no es efectiva, mata el espíritu (St 5:16b).

La oración no debe ser aburrida. Si es aburrida, algo está fallando. La oración debe llegar a ser el momento más gozoso y vital del día, en el cual todo se sustenta.

El que se aburre orando, aburre también a Dios.

Pero la oración es también una lucha: "Pero os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu Santo, que luchéis juntamente conmigo en vuestras oraciones a Dios por mí." (Rm 15:30). La palabra griega "sunagonizo", que se suele traducir como "ayudéis", quiere decir "luchar juntamente".

¿Contra quién luchamos?

1) Contra nosotros mismos: contra la pereza, contra el cansancio.

Hay en nosotros una resistencia interna: "No me siento con ánimo de orar". Esta es una tentación constante. "Mejor leo o descanso."

Crea el ánimo de orar, orando como si lo tuvieras, y luego el ánimo vendrá solo.

2)       Contra el infierno. Satanás se empeña en hacernos difícil la oración y en oponerse a nuestros deseos y a los designios de Dios. Tratará de distraernos o de tentarnos.

3)  Con Dios mismo: "Y se levantó aquella noche y tomó sus dos mujeres y sus dos siervas y sus once hijos y pasó el vado de Jaboc. Los tomó, pues, e hizo pasar el arroyo a ellos y a todo lo que tenía. Así se quedó Jacob solo; y luchó con él un varón hasta rayar el alba. Y cuando el varón vio que no podía con él, le tocó en el sitio del encaje de su muslo y se descoyuntó el muslo de Jacob mientras con él luchaba. Y dijo: Déjame, porque raya el alba. Pero Jacob le respondió: No te dejaré si no me bendices. Y el varón le dijo: No te llamarás más Jacob, sino Israel, porque has luchado con Dios y con los hombres y has vencido." (Gn 32:22-28).

En este pasaje vemos cómo Jacob, ante una situación difícil, se puso a luchar con Dios sin descanso hasta arrancarle una respuesta a su oración.

Se aferró a Dios y le dijo: no te soltaré si no me bendices. No te dejaré hasta que me des lo que te pido.

Como consecuencia, Jacob recibe un nuevo nombre: Israel, que quiere decir: el que lucha con Dios, que será después el nombre de su descendencia.

Luchó y venció. ¿Cuál fue su victoria? Dios le concedió lo que le pedía.

Luchó toda la noche y venció al rayar el alba. Esto es para nosotros un modelo de la insistencia en la oración.

Enseguida vino el temido encuentro con su hermano Esaú, guerrero implacable que podía cumplir la venganza que había jurado. Pero Jacob salió bien librado y en paz.

El que ha luchado con Dios en un grave aprieto y obtiene que Dios le dé lo que pide, conoce por experiencia el poder de la oración.

Dios quiere que luchemos con Él porque quiere poner a prueba nuestra fe y nuestra perseverancia. En cierta medida Él quiere que le obliguemos a hacer lo que le pedimos, aunque Él desea hacerlo. Por eso baja y lucha con Jacob para que Jacob venza.

El más grande talento que el cristiano puede tener es el talento para orar, no el de predicar, o el de explicar la Biblia, o el de sanar, porque a través de la oración se obtienen todos los demás.

La oración nos acerca a Dios y, como resultado, Dios con todos sus dones se nos acerca: "Acercaos a Dios y Él se acercará a vosotros" (St. 4:8a).

La oración es el canal a través del cual descienden las bendiciones de Dios al hombre. Dios quiere derramar sobre nosotros muchas cosas buenas, pero no puede hacerlo porque no oramos.

Está esperando que oremos para dárnoslas cuando oremos. Cuanto más importante sea lo que le pidamos, tanto más querrá Dios que se lo pidamos con insistencia.

Si no oramos atamos las manos de Dios. ¿Cuántas cosas buenas nos habremos perdido porque no oramos, o porque no oramos lo suficiente?

NB. Este artículo fue publicado por primera vez en 2002 en una edición limitada, y fue vuelto a publicar hace nueve años. Lo pongo nuevamente a disposición de los lectores.


 Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#887 (28.06.15) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


jueves, 15 de diciembre de 2011

LA PRESENCIA DE DIOS EN NOSOTROS

Por José Belaunde M.

Durante la larga conversación que Jesús tuvo con sus discípulos después de la Última Cena, Él les dijo, entre otras cosas, anunciándoles su muerte y resurrección: "Porque yo vivo, vosotros también viviréis." (Jn 14:19). Con esas palabras Jesús ofrece a todos los que crean en Él una vida diferente a la vida física, una vida inmaterial, esto es, una vida eterna que es su propia vida.

Y agregó: "En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros" (14:20). En otras palabras, la vida que Él ofrece consiste en que Él viva en nosotros y nosotros en Él, así como Él vive en su Padre y su Padre en Él.

Esta realidad de la vida de Dios en el creyente es una de las revelaciones más importantes y más profundas del Evangelio, una verdad tan profunda y extraordinaria que no nos damos cuenta de su significado. Si llegáramos a entenderla y apreciarla en toda su magnitud no cabríamos en nosotros mismos de alegría y de felicidad.

Dios nos ha revelado esta verdad poco a poco, a lo largo de la historia santa. Sabemos por el libro del Génesis que Adán y Eva gozaban de una comunicación constante con Dios y que hablaban con Él de tú por tú.

Pero ellos perdieron esta intimidad con Dios cuando pecaron: "Y oyeron la voz de Dios que se paseaba en el jardín, al aire del día, y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Dios entre los árboles del jardín." (Gn 3:8).

Concientes de su culpa, Adán y Eva huyeron de Dios en lugar de acercarse a Él. La vergüenza del pecado levantó una barrera entre Dios y ellos. Quizá si hubieran reconocido su falta, si se hubieran arrepentido y pedido perdón, la historia de la humanidad habría sido diferente.

Pero en lugar de confesar su falta, ellos trataron de justificarse (Nota 1), echándole la culpa a otro. La expulsión del paraíso, selló su separación de Dios.

En adelante Dios sólo hablaría ocasionalmente con el hombre, como hizo con Caín, para echarle en cara su pecado; o con Enoc, de quien se dice que caminó con Dios; o con Noé y Abraham para señalarles la misión que les encomendaba.

Pero Dios empezó un nuevo trato con los hombres cuando se apareció a Moisés en la zarza de fuego, y le habló para anunciarle que iba a libertar a Israel de la esclavitud en Egipto (Ex 3:1-10).

Conocemos la continuación de la historia. Cómo, después de las 10 plagas, el faraón al fin consintió en que el pueblo partiera al desierto, y cómo enseguida se arrepintió y trató de darles alcance. Entonces Dios se interpuso entre el ejército del faraón y la caravana de los hebreos, y se hizo visible a ellos en forma de una columna de nube durante el día, y de una columna de fuego durante la noche. Esta presencia los acompañó durante todo su peregrinar de cuarenta años en el desierto (Ex 13:17-22; 14:19,20).

Sabemos también que Dios hablaba con Moisés cara a cara sobre el propiciatorio del arca de la alianza, entre los dos querubines.
(Ex 25:22)

Más adelante, cuando Moisés terminó de construir el tabernáculo, el libro del Éxodo dice que "...una nube cubrió el tabernáculo de reunión y la gloria del Señor llenó el tabernáculo. Y Moisés no podía entrar en el tabernáculo de reunión porque la nube estaba sobre él y la gloria del Señor lo llenaba" (Ex 40:34,35).

El pueblo israelita era conciente de que Dios estaba en medio de ellos y los guiaba; así como de que Dios le decía a Moisés todo lo que Moisés les transmitía a ellos. Pero la manifestación visible de Dios les inspiraba tanto pavor, como ocurrió en el Sinaí, que le pidieron a Dios que no les hablara directamente a ellos, sino siempre a través de Moisés (Ex 20:18,19).

Imaginemos a un marido que estuviera tan impresionado por la belleza y encanto de su esposa, que le dijera: No te presentes a mí ni me hables directamente, sino háblame a través de la criada, porque no resisto tu belleza. Parece que el hombre mantiene todavía esa actitud con Dios.

Siglos más tarde esta manifestación de la gloria de Dios se repitió cuando Salomón terminó de construir el templo y lo dedicó al Señor, y se dio el mismo fenómeno: nadie podía entrar al templo porque estaba lleno de la gloria de Dios (2Cro 7:1-3).

El Señor hablaba también con los profetas a través de visiones, de sueños y, a veces, con voz audible. Como cuando le habló a Elías en la cueva del Horeb y se le manifestó en el silbido del viento (1R 19:11-13).

Notemos que tanto Moisés ante la zarza de fuego, como Elías en la entrada de la cueva, se cubrieron el rostro al oír la voz de Dios para no verle la cara. Tenían miedo de perder la vida si lo veían. La presencia de Dios inspira temor aun a aquellos que lo tratan de cerca.

Podemos pensar que Dios hablaba en esa época a muchas personas más que no están consignadas en las Escrituras, porque la Biblia sólo contiene una pequeña parte de las manifestaciones de Dios. Sólo consigna aquellas cosas que Dios consideró necesario que el hombre conociera. Y yo pienso que también pueden aplicarse al Antiguo Testamento las palabras que San Juan dice acerca de las muchas cosas que hizo Jesús, "que si se escribieran una por una ni en todo el mundo cabrían los libros que se habrían de escribir" (Jn 21:23).

Sabemos por la historia de Balaam que Dios hablaba también con los profetas paganos; eso no era un privilegio exclusivo de los hebreos. Porque aunque Dios había escogido al pueblo de Israel para revelarse de una manera especial, el propósito de esa revelación no se limitaba a ellos, sino que se extendía más allá de los límites de ese pueblo, a la humanidad entera, a la que Él quería salvar, y a la que Él no podía dejar sin conocimiento de su persona (2). Notemos que Balaam sabía de la existencia del Dios de Israel, y lo invocaba y adoraba aunque no pertenecía a su pueblo, y Dios le hablaba. ¿A cuántos sacerdotes o profetas paganos más hablaba Dios en la antigüedad? No lo sabemos. Pero, pensemos ¿De quién era sacerdote Jetro, el suegro de Moisés? Sólo se dice que era sacerdote de Madián. ¿Conocía Jetro al Dios de Jacob a quien Moisés servía? Por las palabras que pronuncia y el sacrificio que ofrece en un episodio posterior (Ex 18:6-12) no cabe duda que sí (3).

Sea como fuere, todas las comunicaciones de Dios con el hombre y todas las revelaciones que le dio en el pasado, convergen en la persona de Jesús, como se dice al comienzo de la epístola a los Hebreos: "Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo..." (Hb 1:1,2).

Dios se manifestó al hombre visible y palpablemente en la persona de su Hijo hace dos mil años en Galilea, hecho hombre como cualquiera de nosotros, a fin de que el hombre lo conozca más íntimamente. El Verbo, el mismo Hijo de Dios, la segunda persona de la Trinidad, tomó carne humana y descendió a la tierra, hecho en todo igual a nosotros, menos en el pecado. Por eso pudo Jesús decir: "el que me ha visto a mí ha visto a mi Padre" (Jn 14:9).

Se hizo hombre de una manera sobrenatural en el vientre de una doncella. Cuando María escuchó del ángel la noticia de que ella concebiría a un hijo, ella le contestó: "¿Cómo puede ser eso si yo no conozco varón?" (Lc 1:34). Y el ángel le dijo: "El Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra. Por lo cual el santo ser que nacerá será llamado Hijo de Dios." (1:35).

Pero Jesús no vino a la tierra para estar sólo por un tiempo con nosotros; para enseñar, hacer milagros, sanar enfermos, padecer y morir, y luego resucitar e irse. Vino también para quedarse para siempre con nosotros, como les dijo a sus apóstoles al despedirse de ellos: "He aquí, yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo." (Mt 28:20).
Ya en la conversación que tuvo con ellos en el Cenáculo les había dado a entender que estaría con ellos a través del Espíritu Santo "... al cual el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Pero vosotros le conocéis porque mora con vosotros y estará en vosotros." (Jn 14:17).

San Pablo lo hace más explícito cuando escribe: "¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros y que tenéis de Dios...?" (1Cor 6:19).

Si hay alguna verdad que el hombre ignora en la práctica y que no quiere ver es ésta: "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria." (Col 1:27).

Le damos la espalda a esta realidad porque nos desborda, porque es demasiado grande para poderla asimilar, demasiado maravillosa para incorporarla a nuestra vida cotidiana, sale demasiado del marco de nuestra experiencia sensible. Como los profetas antiguos, nos tapamos la cara delante de esta revelación porque no queremos ver a Dios.

La visión de Dios nos turba. Como Adán y Eva, huimos de Él. Preferimos sumergirnos en las realidades terrestres, materiales de la rutina diaria porque nos son familiares.

Pero ¿si pudiéramos aceptar esta realidad en toda su grandeza? ¿Que el Creador del Universo, que el que lo llena todo con su poder y no cabe en la inmensidad de los cielos, está en mí con toda su gloria y toda su majestad? ¿Que aunque es infinitamente grande yo lo contengo?

¿Que puedo hablar con Él y que puedo escucharlo? ¿Que está más cerca de mí que mi propio aliento? ¿Que me conoce enteramente? ¿Que penetra hasta lo más recóndito de mis pensamientos y que no puedo ocultar nada de Él?

¿Y que si me conoce así no es para juzgarme ni para condenarme severamente, sino para amarme, para comprenderme y para perdonarme, si hay algo que perdonar, y para sanarme? ¿Que Él está en mí para llenarme de su amor, de su paz y de su felicidad eterna? ¿Puedo desear yo, puedo concebir yo algo más maravilloso?

¿Y puedes tú, lector amigo, concebir algo más extraordinario? ¿Que Dios pueda estar en ti y quiera tener amistad contigo? No tienes más que dirigirte a Él en fe y decirle: Sí Señor, yo creo en ti y quiero conocerte y ser tu amigo. “Háblame, Señor, que tu siervo te escucha” (1S 3:10).

Notas: 1. Éste sigue siendo el patrón de conducta humana en nuestro tiempo. El hombre peca, sobre todo en el área sexual, pero no reconoce su falta sino, al contrario, la justifica, inventando para sí una nueva moral permisiva.

2. Ya el Antiguo Testamento proclamaba esta verdad, que sería abiertamente anunciada en el Nuevo (Is 60:1-14).

3. Los madianitas eran descendientes de Madián, uno de los hijos que Abraham tuvo en Cetura (Gn 25:1,2), y conservaban el conocimiento del Dios de Israel que recibieron de su antepasado, aunque pudiera estar mezclado con idolatría.

NB: El estímulo para escribir esta charla radial, que fue publicada por primera vez el 07.01.2001, me lo proporcionó la lectura del bosquejo "The Divine Indwelling" del libro "Handsful on Purpose" del pastor presbiteriano escocés del siglo pasado, James Smith.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#705 (11.12.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 14 de enero de 2011

UNA HERENCIA ESCOGIDA II

Por José Belaunde M.
Un comentario del Salmo 16 (versículos del 7 al 11)

7. “Bendeciré a Jehová que me aconseja; aun en las noches me enseña mi conciencia.” (Nota 1)
Este versículo dice algo muy importante, que todo creyente debe tener en cuenta. En todo lo que David tenía que hacer (¡y cuántas cosas está obligado el rey a hacer!) él reposaba no tanto en su propio criterio sino en la guía de Dios mismo, y por ese motivo él lo bendice, es decir, lo alaba y le agradece. ¿Y cómo lo guiaba Dios? A través de su conciencia y de sus propios pensamientos, esto es, no por medio de alguna voz misteriosa exterior a él, sino de la voz interna que habla en el corazón. (2)
Para poder escuchar esa voz, que musita suavemente, se necesita dos cosas: gozar de suficiente intimidad con Dios como para poder distinguir la voz de Dios de las muchas voces que surgen del inconciente; y segundo, gozar de la quietud y de la tranquilidad que nada mejor que la noche y la soledad aseguran. No es que haya algo mágico en la noche misma, como podría creerse, sino que es en las horas en que cesa la actividad febril del día y la gente se retira a descansar, cuando uno puede orar y meditar en silencio sin temor de ser interrumpido.

Cuando alguien dice que quiere retirarse a un lugar donde esté solo para recapacitar sobre un asunto que tiene a pecho, o para tomar una decisión, sin darse cuenta está diciendo que necesita escuchar la voz de Dios que aprovecha esas oportunidades para hablarnos porque las condiciones son propicias. Ellos no son concientes de que la decisión que tomaron después de reflexionar puede haber sido inspirada por Dios, porque Él puede hablarle al hombre aun cuando éste no busque su guía concientemente.

Atribuyendo estas palabras a Jesús, como hacen muchos expositores, Jerónimo comenta: “Lo que el Señor quiere decir es esto: ‘Mi conocimiento, mi pensamiento más profundo, y el deseo más íntimo de mi corazón estaban siempre conmigo, no sólo en las moradas celestiales, sino también cuando yo moraba en la noche de este mundo y en la oscuridad. Permanecían conmigo como hombre, me instruían y nunca me dejaban, de modo que todo lo que por la debilidad de la carne yo era incapaz de lograr, el pensamiento y el poder divinos lo llevaban a cabo.´”

8. “A Jehová he puesto siempre delante de mí; porque está a mi diestra no seré conmovido.” (3)
Este es uno de mis versículos preferidos de toda la Biblia, porque habla de la presencia constante de Dios en la vida del creyente. Expresa un pensamiento que se encuentra con frecuencia en la boca de los profetas Elías y Eliseo: “Vive el Señor Dios de Israel en cuya presencia estoy.” (1R17:1. Cf 1R18:15; 2R3:14;5:16).

Esa es una presencia de la que algunos gozan sin proponérselo, como un don gratuito (4). Pero para la mayoría es algo que tiene que ser conquistado por un esfuerzo repetido, que David señala: A Dios lo tengo siempre puesto delante de mí; mi memoria lo evoca constantemente para que yo recuerde que Él me mira todo el tiempo y ve todo lo que hago. Si Él me mira continuamente –como su palabra dice- que Él nunca aparta su mirada de nosotros (Sal 139:1-3), entonces yo dirigiré mis ojos hacia Él a lo largo del día, de modo que con frecuencia nuestras miradas se crucen.

¿Cuál es el resultado de vivir constantemente en la presencia de Dios? Que la conciencia de su cuidado y de su atención no permite que ninguna circunstancia desfavorable, incluso ningún peligro, perturbe la seguridad de que gozamos en Él, o que nos inquiete. “Los que confían en Jehová son como el monte de Sión que no se mueve sino que permanece para siempre”, dice el Sal 125:1, y expresa bien esta seguridad a la que alude el salmo 16 que comentamos. Dice que Jehová está a su diestra. La mano derecha es la mano del poder, de la fuerza, la mano hábil –es decir, diestra- con que se empuña un arma para atacar y defenderse. La confianza de que Dios está siempre a nuestro lado (Sal 109:31; Sal 110:5), es nuestra arma más poderosa contra los ataques del enemigo, quienquiera que sea.

De otro lado, si yo soy siempre conciente de que Dios me está mirando, ¿cómo podré hacer algo que le desagrade? ¿Cómo podré, sin que Él me reprenda y sentir vergüenza? Adán y Eva corrieron a esconderse después de pecar apenas oyeron los pasos de Dios en el jardín del Edén porque, sintiéndose culpables, se avergonzaron de su desobediencia (Gn 3:8). ¿Acaso pensaban que Dios no había visto lo que hicieron? ¿Y quién puede creer que Dios no ve lo que hace? El salmo 139 lo dice muy clara y bellamente: “¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia? …Aun las tinieblas no encubren de ti y la noche resplandece como el día…” (Sal 138:7,12. Pero léanse los versículos intermedios). De ahí que ningún pecador pueda decir: “Al Señor he puesto siempre delante de mí.” Al contrario, dirá: “Al Señor he apartado de mi memoria”, o he negado de manera absoluta y contumaz que exista porque, ¿quién podría pecar tranquilo si es conciente de que Dios lo está mirando?

¡Qué bueno fuera que desde el colegio se inculcara a los niños a tener siempre presente que Dios nos está mirando todo el tiempo! ¡Y que en las oficinas públicas, en los juzgados, en las comisarías, en las empresas comerciales, etc., se pusiera esa frase como un letrero visible para todo el mundo! ¡Cómo mejoraría la moralidad pública!

Jerónimo comenta: “Siempre está en nuestro poder poner al Señor delante nuestro. El que se asemeja al Señor en su integridad pone a Dios a su derecha porque mantiene sus ojos en Aquel a quien sigue, y dice: ‘Está a mi diestra para mantenerme firme.’…A través de su Salvador, Dios está siempre a la derecha de sus santos. El justo, en efecto, no tiene lado izquierdo, porque a donde quiere se voltee "El ángel del Señor acampa en torno de los que le temen y los defiende.” (Sal 34:7)”

Nótese también que este versículo puede aplicarse a Jesús, que tuvo siempre la voluntad de su Padre delante suyo, porque Él había venido para cumplirla (Jn 5:30; 6:38). Pero a su vez, nadie podía decir mejor que Él, que porque tenía a Dios a su diestra, ayudándolo y confortándolo, no sería conmovido, es decir, apartado de la misión que había venido a cumplir.

9. “Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma (5); mi carne también reposará confiadamente”
Como consecuencia de lo que ha afirmado, y de la seguridad que tiene en Dios, el salmista se alegra inmensamente. Es un gozo que involucra a su espíritu y a su alma a la vez, es decir, a todo su ser interior. Pero no sólo su alma y su espíritu se confunden en esta alegría, participando juntos de los beneficios que ha señalado. También su cuerpo (su carne) descansa confiadamente en Dios, cuando se retira a dormir o reposar.

Cuando el espíritu y el alma están tranquilos y en paz, el cuerpo también puede estarlo. Pero si nuestro espíritu está inquieto y carece de paz, su inquietud se contagia al cuerpo, que no puede permanecer tranquilo, sino que se mueve de un sitio a otro.

La segunda frase de este versículo apunta a los versículos finales del salmo que hablan de la resurrección. Si yo sé que voy a resucitar, es decir, que mi vida no termina con la muerte sino que continúa, puede mi carne descansar tranquila al morir, teniendo la certidumbre de que se va a levantar algún día para nunca volver a morir.

10. “Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.” (6)
Este versículo no habla de todos los creyentes, de todos los justos, sino de uno solo cuya carne no vio (es decir, no experimentó) corrupción, porque su alma no permaneció en el Seol, el lugar de los muertos (7), porque al tercer día resucitó. Este versículo no habla de ningún ser humano sino habla proféticamente de Jesús, que resucitó al tercer día en la mañana, después de permanecer en el sepulcro unas treinta y seis horas aproximadamente, suponiendo que fuera sepultado hacia el atardecer del día viernes, y que resucitara al amanecer del día al que, en memoria suya, ahora llamamos “domingo” (de “Dominus” en latín), esto es, “Día del Señor” (y que antes se llamaba “primer día de la semana”).

Así lo entendió Pedro, que en su primer sermón el día de Pentecostés, hablando de Jesús, anunció que Él había resucitado, tal como el rey David, siendo profeta, había anunciado en este salmo, cuyo texto él cita a partir del vers. 8, (siguiendo el texto griego de la Septuaginta). Él explicó claramente a la multitud congregada que David, el autor del salmo, murió como mueren todos los hombres y fue sepultado. Pero su carne vio corrupción, porque no resucitó. Por eso es que las palabras del salmo que Pedro cita no se refieren a él, sino a Aquel descendiente suyo que vendría siglos después a redimir a su pueblo, Israel, y que, “de acuerdo al determinado consejo y anticipado conocimiento de Dios, prendisteis y matasteis por mano de inicuos, crucificándolo; al cual el Señor levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.” (Hch 2:23,24)

Jesús, efectivamente dice el salmo, descendió al Seol, la morada de los muertos, por poco tiempo (8). El apóstol Pedro se refiere en palabras misteriosas a este descenso suyo al Hades, en donde Jesús “vivificado en espíritu…fue y predicó a los espíritus encarcelados, los que en otro tiempo desobedecieron….” (1P 3:18-20).

Pero Jesús, el Mesías y Salvador anunciado, no sólo resucitó en esa mañana feliz, sino que, cuarenta días después, subió al cielo, para ser exaltado a la diestra de Dios, como dice otro salmo del mismo rey poeta: “Siéntate a mi diestra hasta que ponga a tus enemigos como estrado de tus pies.” (Sal 110:1).

La resurrección de Jesús es el anuncio y la garantía de que nosotros también en su momento resucitaremos, como lo asegura Pablo más de una vez: “Y Dios, que levantó a Jesús, también a nosotros nos levantará con su poder.” (1Cor 6:14; c.f. 2Cor 4:14; Rm 8:11)

Atanasio comenta: “Nosotros no morimos por propia elección, sino por necesidad de nuestra naturaleza y contra nuestra voluntad. No obstante el Señor, siendo en sí mismo inmortal, pero habiendo tomado carne mortal, tenía poder, como Dios, para separarse de su cuerpo y para volverlo a tomar cuando quisiera (Jn 10:17,18)…Porque era conveniente que la carne, corruptible como era, no permaneciera mortal conforme a su naturaleza, sino que, a causa del Verbo que la había asumido, permaneciera incorruptible. Porque Él, habiendo venido en un cuerpo como el nuestro, se hizo conforme a nuestra condición, para que nosotros, de manera semejante, al recibirlo (por fe) participemos de la inmortalidad que viene de Él”

11. “Me mostrarás la senda de la vida; en tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre.”
La senda de la vida que Dios muestra al salmista, así com o las palabras que siguen, pueden entenderse en dos sentidos: el de la vida terrenal iluminada por la presencia de Dios, en la cual se experimenta un gozo incomparable, que no puede ser igualado por ninguno de los deleites que el mundo puede ofrecer. Pero en un sentido más profundo, pueden entenderse esas palabras como referidas a la vida eterna, en la cual disfrutaremos a plenitud del gozo en el sentido más absoluto. Este sentido está confirmado por la frase que, en paralelismo sinónimo con la frase previa, cierra triunfante el salmo: “delicias a tu diestra para siempre”, es decir, sin fin.

Jesús resucitado fue el primero a quien Dios mostró la senda de la vida eterna, y que inauguró el camino al cielo para los justos, que hasta entonces permanecían en el seno de Abraham, camino que ahora está abierto para todos los que mueren en Cristo. Al hombre salvo se le prometen delicias a la “diestra” de Dios, que es el lugar de máximo honor (1R 2:19; Sal 45:9), y donde está sentado Jesús mismo, según sus propias palabras (Mt 26:64. Véase el Salmo 110: 1 arriba, y también Col 3:1 y Hb 1:3). Esta es la bendita y segura esperanza del creyente: gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad.

Notas:
1. El texto hebreo dice: “me aconsejan mis riñones.” Los judíos consideraban que los riñones son el asiento de la conciencia humana. Por ese motivo en la antigua dispensación los riñones eran quemados en sacrificio sobre el altar, para indicar que nuestros más secretos propósitos y afectos deben ser consagrados a Dios (Adam Clarke)

2. Eso no quiere decir que Dios no pueda hablarnos por medio de una voz audible, como hablaba a los profetas de antaño. Puede hacerlo y muchas personas han tenido esa experiencia. Pero es algo excepcional, y Dios sólo usa medios excepcionales en situaciones excepcionales. Él puede hablar también a través de sueños (recuérdese el caso de José, el padre adoptivo de Jesús (Mt 1:19-24), o a través de visiones. Pero el sentido de esos sueños y de esas visiones no siempre es claro, y por eso necesitan ser interpretados. Puede hablarnos también a través de un sermón o de una conversación. Por último, pero sobre todo, nos habla a través de su palabra.

3. En el sermón que predicó en la mañana de Pentecostés, el apóstol Pedro cita este salmo a partir del vers. 8, aplicándolo a la muerte y resurrección de Jesús. Él lo cita según el texto de la Septuaginta, que difiere en más de un punto del texto hebreo en que está basada la versión de Reina Valera.

4. Ha habido algunos hombres y mujeres que han gozado de ese don de la presencia constante de Dios. Uno de los casos más conocidos es el del Hermano Lorenzo, un ex soldado sin ninguna cultura, que se desempeñaba como portero de un convento carmelita en Francia en el siglo XVII, y de quien han quedado algunas cartas y conversaciones registradas por el superior del convento que lo estimaba mucho. Se han publicado en un pequeño pero bellísimo libro titulado “La Práctica de la Presencia de Dios” que, curiosamente, es más popular entre los protestantes que entre los católicos.

5. El texto hebreo dice aquí “exulta”. La primera es una alegría interior; la segunda es una manifestación externa de gozo, lo que explica que la Septuaginta diga “lengua” en lugar de “alma”. Por tanto, se podría leer también: “exultó mi lengua”.

6. Los evangelios llaman en dos lugares a Jesús “el santo de Dios”, por boca del demonio que habitaba en el gadareno, y que Jesús expulsó (Mr 1:24; Lc 4:34).

7. Véase Gn 42:38; Nm 16:30; Jb 14:13; Sal 18:5; 30:3.

8. El Credo de los Apóstoles dice: “descendió a los infiernos”, no al lugar de condenación eterna, sino al seno de Abraham.

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