martes, 2 de noviembre de 2010

SIMPLICIDAD

Por José Belaunde M.

"Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con simplicidad (1) y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo y mucho más con vosotros." (2Cor 1:12)

Una de las virtudes más celebradas de la espiritualidad antigua es la simplicidad. ¿En qué consiste la simplicidad cristiana? En no tener otro propósito en la vida sino agradar a Dios y que esa sea la finalidad de todos nuestros actos.

La historia de Marta y de María es ejemplar en este sentido. El propósito de Marta, tal como aparece en la narración de Lucas, era digno de encomio: Ella quería atender a Jesús como huésped de la manera más apropiada.

Pero Jesús la reconvino suavemente: "¡Marta, Marta! Estás preocupada de muchas cosas..." (Lc 10:41).

¿Cuáles serían? Que los cubiertos y el mantel estén bien limpios, que la mesa esté bien servida, que los diferentes platos de comida estén a punto y deliciosos..., como se preocupa cualquier buena ama de casa cuando tiene invitados.

Pero todas estas preocupaciones la desviaban de lo principal: escuchar a Jesús, poner sus ojos en Él.

"Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada." (v. 42).

¿Qué había escogido María? Ella no trataba de quedar bien con Jesús. No trataba de agradar a los demás huéspedes. Ella sólo tenía un objetivo: Beber las palabras de Jesús; beber su rostro con la mirada.

Eso era lo más importante y no le sería quitado.

¿Cuántas de nuestras ocupaciones preferidas, o de las actividades con que nos ganamos la vida, nos serán algún día quitadas, sea porque nos cambian de puesto en el trabajo o porque nos despiden?

¿O si se trata de alguna obra cristiana o de un ministerio, porque en la iglesia hay un cambio de orientación, o de liderazgo, o de colaboradores?

¿O simplemente porque me mudo de casa y me voy a vivir a otro barrio, lejos de mis amistados y relaciones?
Pero a María Jesús le dice: Esto no te será quitado.

Cualquiera que sean los cambios radicales que pueda experimentar mi vida, una cosa puede permanecer siempre porque no depende de las circunstancias exteriores: Poner mis ojos en Jesús.

Es un asunto de la voluntad y de la atención.

La simplicidad es pues una forma de amor sobrenatural que hace que la meta de todos nuestros actos y de todos nuestros pensamientos sea agradar a Jesús.

El autor de Hebreos lo expresa bellamente: "Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe" (Hb 12:1,2).

Tú puedes estar involucrado en muchos trabajos, en muchas labores espirituales, en muchos ministerios, y puedes estar corriendo para alcanzar tus metas. Pero todo eso puede ser una pérdida de tiempo, una desviación del camino, si no lo haces para agradar a Dios.

Si tú te empeñas en quedar bien con tu líder -algo en sí bueno- o en cumplir concienzudamente tus metas ¿Por qué lo haces? ¿Para agradar a tu líder, para sentirte satisfecho contigo mismo, o para agradar a Dios? Si lo haces principalmente para agradar a tu líder o a tu pastor, aunque te feliciten y te promuevan, tu éxito y el buen resultado que obtengas valen poco.

"¿Busco yo agradar a los hombres?" pregunta Pablo (Gal 1:10).

Pero si tu Norte es sólo agradar a Dios, sin cuidarte de lo que los hombres piensen de ti, irás derecho y rápido a la meta, porque tendrás su ayuda en grado sumo. También tendrás pruebas. Pero eso es ya otro asunto.

¿Qué estás buscando en el ministerio cristiano? ¿Destacar y ser uno de los preferidos, de los más conocidos y admirados en tu iglesia o en tu ciudad?

Si ése es el caso estás persiguiendo una meta irrisoria y vana, estás sirviendo a un líder de poca importancia. Tu objetivo es demasiado pequeño para la eternidad. El fuego lo quemará un día y se revelará que fue sólo paja (1Cor 3:12-15).

Jesús dijo: "Una sola cosa es necesaria". No dijo una sola cosa es conveniente.

Todo lo demás puede ser conveniente: que te feliciten, que te aprecien, que estén contentos contigo, es conveniente pero no es necesario.

Cuando viajamos ¿llevamos lo conveniente o lo necesario en la maleta? Lo conveniente puede ser que nos estorbe. Esta vida es un viaje a la eternidad. Todo el equipaje que llevemos de más, sobra y estorba. Una sola cosa es necesaria, agradar a Dios. Eso da valor eterno a todo lo que hacemos, aun a lo que carece de importancia, aun a las cosas más nimias.

Podemos estar llevando una vida convencional, trivial, rutinaria, que no se distingue en nada especial, y estar ocupados en un oficio de lo más ordinario y banal. Pero si todas nuestras acciones en esa actividad las hacemos tratando de agradar a Dios y teniendo en mente ese propósito, el más pequeño de nuestros actos puede tener a los ojos de Dios un valor mucho mayor que una hazaña que acapare los titulares de los diarios. No ganaremos nunca un premio Nobel, pero recibiremos una corona gloriosa en los cielos, mucho mayor que la de muchos hombres que se cubrieron de gloria en la tierra y cuyos nombres estaban en boca de todos. La frase de Jesús: "Los últimos ser primeros" (Mt 19:30) tiene también aplicación en este caso.

Notemos que el texto que citamos al comenzar dice: "con simplicidad y sinceridad de Dios". Dios, siendo infinito, es simple porque es perfecto. No hay complicaciones en Él. Los seres humanos somos complicados y las mujeres lo son aún más (dicen los hombres).

Nuestra complejidad es resultado del pecado. Nuestra complejidad está tejida de egoísmo.

Jesús dijo: "Sed simples como palomas y cautos como serpientes" (Mt 10;16).

La paloma es un emblema de la simplicidad. También lo es del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es simple. Por eso se contrista fácilmente (Ef 4:30).

Cuando somos complicados en nuestro lenguaje no llegamos con facilidad a nuestros oyentes y a la gente.

¿Habrá habido un predicador más simple que Jesús? Tratemos de imitarlo.

Los niños son simples y su mirada es directa. No tienen segundas intenciones. Por eso su mirada se roba nuestros corazones.

Se roban también el corazón de Dios. Por algo Jesús dijo que de los niños y de los que son como niños es el reino de los cielos (Mr 10:14,15).

No dijo de los sabios, no de los laureados, no de los más inteligentes ni de los más virtuosos, sino de los que son como niños. ¿Qué habrá en eso de ser como niño que agrada tanto a Dios?

La simplicidad de corazón.

Pero también agrada a los hombres. La mirada directa, simple de un adulto, hombre o mujer, nos atrae instintivamente. Pero las miradas de los adultos por lo general son opacas, turbias, no transparentes, ocultan lo que está detrás de los ojos, en la mente. Como la gente que lleva puestos anteojos oscuros que no dejan ver su mirada. Se los ponen, creo yo, porque no quieren que adivinemos lo que piensan. Instintivamente desconfiamos de ellos.

La verdadera sabiduría es simple. Los filósofos paganos de la antigüedad escribieron elocuentemente acerca de las virtudes, pero no las practicaban. Las conocían porque sabían muy bien qué era lo que les faltaba. Posiblemente los que menos las practicaban eran los que más las elogiaban. Eso aplacaba sus conciencias.

Pero ni la humildad ni la simplicidad figuraban en el elenco de sus virtudes. Al contrario, para ellos la humildad era un defecto, una bajeza indigna del ciudadano. Era algo reservado para los esclavos.

Sólo Cristo reveló a la humildad como una virtud. Y aun peor -en el criterio pagano- la elogió aunada a la mansedumbre: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11:29).

Los dioses paganos eran arrogantes. Se peleaban y competían entre sí. Pero Jesús se humilló a sí mismo tomando forma de siervo, porque, aunque era Dios, se hizo obediente hasta la muerte. A eso lo llama Pablo: la locura de la cruz, un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles o paganos. (1Cor 1:23).

¿A quién obedeció Jesús en el Calvario? A sus jueces y a sus verdugos. Unos más impíos que otros.

"Como cordero fue llevado al matadero..." (Is 53:7). Este es el colmo de la mansedumbre.

Él obedeció a los que eran muchísimos menos que Él porque en la simplicidad de su corazón sólo buscaba agradar a Dios, su Padre, y hacer su voluntad (Jn 4:34;5:30;6:34).

En la simplicidad de nuestro corazón ése debe ser nuestro principal objetivo.

La simplicidad destierra toda preocupación sobre los medios para agradar a Dios, toda preocupación acerca de las estrategias para alcanzar nuestras metas.

No quiero yo decir que no haya métodos y estrategias que emplear para ganar almas y consolidarlas en el Reino. Eso tiene ciertamente su lugar. Pero es secundario respecto de lo principal.

Si no es el puro y simple amor a Dios lo que nos impulsa a ganar almas, todas nuestras palabras y todos nuestros esfuerzos tendrán poco éxito, porque los medios y motivos humanos en este campo son inútiles.

No hay técnica más eficaz para llegar al corazón de los perdidos que el amor "no fingido" (1P 1:22). El amor fingido, el amor que se esfuerza por parecer lo que no es, no penetra la coraza de la desconfianza humana. Pasado el primer efecto que puede producir la elocuencia, la emoción se desvanece. Sólo el amor puede traspasar la barrera que las desilusiones o los vicios han levantado alrededor del corazón de los perdidos.

Si somos simples de corazón iremos de frente al corazón del pecador, como ocurría con las palabras y la mirada de Jesús.

Si somos simples de corazón tampoco nos preocuparemos de lo que la gente piense acerca de nosotros, sea bien o sea mal. Al contrario, si somos despreciados estaremos contentos, porque Jesús lo fue antes que nosotros. Y si lo somos compartimos su suerte. Si somos perseguidos por su causa nos consolamos con el galardón celestial que se nos ha prometido (Mt 5:10-12).

¿Qué fue lo que escribió Pablo? Que si padecemos con Él, seremos glorificados con Él...a su tiempo. (Rm 8:17).

La simplicidad nos permite ser indiferentes a la alabanza y a la crítica. La primera la agradecemos con toda simplicidad, sin falsa modestia. La segunda aún más, porque nos enseña a ser humildes.

Pero ¿a cuántos las críticas les molestan, los impacientan, los ofenden? Los inquietan porque, en el fondo, detrás de la fachada de arrogancia, son inseguros.

Les molestan porque necesitan ser constantemente alabados. Su yo inseguro requiere del bálsamo de la adulación para sentirse bien.

Los ofenden porque tienen una muy tenue buena imagen de sí mismos y todo lo que perturba esa frágil imagen lo toman como agresión.

Pero si nos contentamos con agradar a Dios, no nos molestan nuestras deficiencias y nuestros defectos. Nos basta tener nuestra suficiencia en Dios que todo lo puede... a pesar de nuestros defectos, porque sabemos que a despecho de nuestras deficiencias, Él obra a través nuestro.

Si uno sabe que ha hecho lo que tenía que hacer, y que la finalidad de todos sus actos es servir a Dios, no le importa lo que la gente piense de él, porque la única opinión que realmente cuenta es la de Dios. Y aunque uno nunca puede satisfacer las demandas de Dios, sabemos que si actuamos con rectitud de conciencia Él suplirá lo que nos falta.

La virtud de la simplicidad evita ofender a las personas en la conversación, porque es conciente de que aún con nuestras palabras debemos amarlas.

Sin embargo, si alguna vez, por excesiva franqueza, uno se expresara de una manera que pudiera hacerlo quedar mal ante los demás, que pudiera desmerecerlo, no se inquieta por ello, sabiendo que todo está en manos de Dios, incluso la opinión que otros tienen de uno.

La simplicidad nos permite alabar a Dios y darle gracias en todas las circunstancias y por todo lo que nos suceda, aunque sea doloroso, o desagradable, o contrario a nuestros intereses, pensando que nada ocurre sin que Dios lo permita. Y si Él lo permite por alguna buena razón será... que ahora no vemos.
La simplicidad ve a todas las personas, malas o buenas, creyentes o incrédulas, amigas u hostiles, reposando en el regazo de Dios que las creó, y que las ama tal cual son, así como nos amaba a nosotros antes de que nos volviéramos a Él, a pesar de todos nuestros defectos y errores. Si vemos a la gente en sus brazos no nos ocuparemos en juzgarlos o en criticarlos. (Sin embargo ¡Cuántas veces lo hago yo!) Si Dios me amó y fue misericordioso conmigo a pesar de todo ¿como no lo seré yo también con mi prójimo? (23.04.03)

Nota (1) Reina-Valera 60 trae acá "sencillez"; otros ponen "santidad", "pureza", etc.. La palabra griega aplótes es traducida de diversas maneras, pero "simplicidad" expresa aquí mejor el sentido de unidad. Así la traduce también la King James Version. Es posible que RV evite usar "simplicidad" por su parentesco con el sentido que tiene "simple" (necio, ignorante) en el Antiguo Testamento.

NB. Al publicar estas líneas quiero reconocer mi deuda con un pequeño libro anónimo titulado "El Alma Santificada", que reúne pensamientos de autores antiguos sobre diversos temas y que me ha proporcionado las ideas matrices de esta charla.

miércoles, 20 de octubre de 2010

EL LIBRO DE DANIEL HABLA A LOS JÓVENES

Por José Belaunde M.

En la juventud uno tiene la vida en sus manos. Tú puedes ser lo que quieras ser.

Quizá digas: Imposible, hay cosas que no puedo ser, no está en mis manos decidirlo, porque depende de factores que no están a mi alcance.

Cierto. Si no tienes la estatura requerida no puedes entrar a la escuela militar. Si pesas 70 kilos no puedes ser bailarina de ballet.

Es muy cierto que nuestro futuro en la vida depende del camino que ya hemos recorrido anteriormente.

Cuanto más avanza uno en la vida menos libertad tiene para decidir lo que va a hacer en los años que le quedan de vida.

Si tomas el ómnibus para ir a Pacasmayo, no puedes decidir de repente ir a La Oroya. Está en otra dirección.

Si uno tiene 50 años, lo que uno hizo o logró hasta esa edad condiciona fuertemente lo que puede hacer en los 20 ó 30 años que le quedan de vida.

Pero a los 16 ó 18 años, el partido recién empieza. Tienes dos tiempos por delante para meter goles, para plantear el partido a tu gusto.

Por de pronto, hay algo que tú puedes decidir cualesquiera que sean las circunstancias de tu vida, seas rico o pobre; nadie puede impedir que tú lo hagas, sólo depende de ti:

Puedes decidir ahora mismo que vas a servir a Dios y nadie puede impedírtelo.

Pero ¡ojo! servir a Dios no quiere decir únicamente predicar o ser pastor. Uno puede servir a Dios sin haber subido nunca a un púlpito.

Servir a Dios quiere decir ante todo vivir de acuerdo a su palabra, amarlo, obedecerlo. Y eso nadie te lo puede impedir. Puedes hacerlo aunque estés preso.

Ahora puedes decidirlo, en este momento y sólo de ti depende el que mantengas esa decisión hasta tu último día en la tierra, cualquiera que sean las circunstancias exteriores de tu existencia. Y puedes hacerlo aunque te cueste la vida. Pero si te costara la vida, tendrías una gran recompensa en el cielo, habrías hecho un gran negocio.

Pero en el campo puramente humano, a esta edad tienes la capacidad de decidir lo que quieras ser en tu vida. Es verdad que tienes un campo de posibilidades relativamente limitado, es cierto; no es infinito, ilimitado, pero es, no obstante, bastante amplio.

Puede ser que llegar a ser un profesional no esté a tu alcance porque no tienes el dinero para estudiar en la Uni, eres demasiado pobre y lo poco que ganas lo empleas en sostener a tu madre viuda y hermanitos.

Pero eso no te impide decidir capacitarte en algún oficio, aunque sea artesanal. O puedes decidir llegar a ser una persona culta, leyendo y estudiando de noche. Si no tienes plata para comprar libros, puedes prestártelos de alguna biblioteca.

Puedes decidir a quién vas a servir, si a Dios o al diablo. Si decides lo primero, Dios te va a ayudar a alcanzar las metas que te propongas, metas que parecerían ser imposibles para ti si Dios no viene en tu ayuda.

Quizá te llamaron de la banca de suplentes a medio partido, cuando el marcador estaba en contra, pero ahora tienes todavía un tiempo amplio para voltearlo.

Al inicio del primer capítulo del libro de Daniel hay un versículo que habla de las cualidades que debían tener los jóvenes que debían ser seleccionados para ser entrenados y preparados para el servicio del rey. Veámoslo.

Dn 1:4 "muchachos en quienes no hubiere tacha alguna."

¿Cual es la tacha más grave que se puede hacer contra una persona? Que no sea de buena conducta. Que tenga malos hábitos, malos antecedentes.

Si tienes un pasado malo, si has sido arrestado varias veces, si has estado en la cárcel. Eso es una tacha grave. Y puede ser un obstáculo grave.

Pero puedes arrepentirte hoy de tus pecados y de tu mala conducta y a partir de hoy, con la ayuda de Dios, comenzar una vida nueva, llevar una vida irreprochable. Muchos lo han logrado, aunque tenían un largo prontuario de antecedentes en la PIP.

Pero si no es ese tu caso, te será más fácil.

Quizá tienes defectos de carácter. Puedes pedirle a Dios que te cambie y te libre de ellos.

¿Cómo? Despojándote del hombre viejo y vistiéndote del nuevo (Ef 4:22-24).

Transformándote por la renovación de tu entendimiento (Rm 12:2).

"De buen parecer"
¿Qué quiere decir eso? Bueno, eso podría ser tener buena pinta, o ser una reina de belleza. Pero no está hablando de eso.

Mírate en el espejo. No se trata de que puedas ganar un concurso de belleza o de que seas un Adonis, que te busquen para ser modelo, sino de que tengas un aspecto correcto, agradable.

Dios no está interesado en la belleza externa de las personas sino en la interior, pero la belleza interior se refleja en el orden exterior, en lo ordenado de su aspecto.

Fíjate en este punto: Si eres hombre ¿andas desgarbado, mal peinado, sucio, con el pelo desgreñado y largo, con tu ropa descuidada?

Conoces el dicho: “Como te ven te tratan”. Así es el mundo. Eso se refiere también al vestido.

Si llevas ropa fina, de marca, elegante...dicen: “Este es un señor”. Pero no estoy hablando de eso.

Quizá no tengas ropa fina, pero puedes tenerla limpia, estar bien arreglado, lavado, afeitado, pelo no muy largo. Si te ven así, causas buena impresión.

Y si eres una muchacha ¿A dónde llega tu falda? Si es una mini mini, ya te tasaron; apenas te ven, pensarán: Esta es una chica tan ligera de costumbres como de ropa.

¿Qué dice 1P 3:3,4? “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios.”

Puedes tener un aspecto agradable y a la vez discreto, ordenado.

La manera cómo nos vestimos refleja nuestra personalidad. No lo olvides.
Si andas pintarrajeada, ya te calificaron de frívola, o de pretenciosa, o de tener mal gusto.

Pero si te arreglas con buen gusto y discreción, aun los atrevidos te guardarán respeto.

Igual ocurre con los hombres. Tu aspecto te delata.

"Enseñados en toda sabiduría"
Que hayas sido o no enseñado en toda sabiduría hasta ahora quizá no ha dependido de ti.

La sabiduría más importante es la de Dios. Si no naciste en un hogar que era cristiano, o no fuiste a un colegio cristiano, es poco probable que hayas sido enseñado en la sabiduría de Dios.

Pero quizá tus padres tenían una buena moral y te dieron buen ejemplo. Eso es un gran capital para la vida.

Pero también pudiera ser que te enseñaron mal y que te dieron muy mal ejemplo con la vida que llevaban. Si ese es el caso, ahora que conoces la verdad, puedes reaccionar contra ese pasado negativo y eso tendría mucho mérito para Dios. Él quizá te quiera usar para que des testimonio a los que tienen un pasado como el tuyo. Recuerda para Dios no hay nadie perdido.

Pero no olvides que hay también una sabiduría del mundo que puede ser muy útil para la vida y quizá tus padres te la enseñaron, aunque no fueran creyentes. Recuerda que Jesús dijo que “los hijos de este siglo son más sagaces en el trato con sus semejantes que los hijos de luz.” (Lc 16:8). (Nota).

Y dijo también: “Sed prudentes como serpientes y sencillos como palomas.” (Mt 10:16).

Si no recibiste una buena educación en casa ni en el colegio, ponte ahora en la escuela del Espíritu Santo y empieza a aprender la sabiduría de Dios. Ponte a leer y meditar el libro de Proverbios.

¿Sabes por qué este libro tiene 31 capítulos? Para que leamos uno cada día del mes. ¿Qué capítulo? Pues el del día. Si haces eso te llenarás de la sabiduría de Dios y la sabiduría de Dios será adorno a tu cuello y dará gracia a tus palabras (Pr 1:9; 16:23).

"Sabios en ciencia..."
Esto se refiere al conocimiento humano. Quizá fuiste un mal alumno en el colegio y eres como consecuencia un ignorante.

EN LO HUMANO, LO QUE TÚ ERES HOY DECIDE LO QUE SERÁS MAÑANA.

Toma nota de lo siguiente: tu futuro en la vida, tu éxito, tu progreso, depende en gran parte de lo que sabes. Es el conocimiento, la capacitación lo que nos abre la puerta del éxito en el mundo.

Ahora estás en la edad de adquirir conocimientos que te sean útiles para triunfar.
Adquirir esos conocimientos depende de cómo utilizas tu tiempo ahora.

¿Cómo lo empleas? Hay personas que aprovechan las 30 horas del día. ¿Cómo 30? ¿Acaso tiene el día 30 horas? Es que aprovechan tan bien hasta el último minuto que parece que para ellos el día tuviera más horas que para los demás.

De cómo uses el tiempo depende cuánto avances en la vida.

En el Perú hay una cultura de la pérdida de tiempo. Somos expertos en eso. Se habla y se habla ... pero no se hace nada. Se la pasan discutiendo en los cafetines o en las esquinas sobre lo que hay que hacer, pero no pasan de palabras que se lleva el viento.

¿Cuánta saliva gastas al día en decir tonterías? ¿En hablar piedras? Jesús dijo que de toda palabra ociosa daríamos cuenta en el día del juicio. ¿Recuerdas? (Mt 12:36).

¿O cuánto tiempo inviertes en mirar tonterías? ¿En ver TV, en oír radio, en parlotear por teléfono?

De cómo inviertas tu tiempo depende lo que llegues a ser. El tiempo que pierdes nunca lo recuperas. Aprovecha tu tiempo.

Es como llenar una maleta. Cuando vas de viaje puedes llevar poco o mucho en una maleta. Depende de que aproveches o no hasta el último resquicio, el último huequito que queda para poner algo. O si eres comerciante de que no lleves papeles viejos en lugar de mercadería para vender.

Tu tiempo es tu vida. No tienes otra vida que tu tiempo. A medida que pasan las horas, a medida que avanza el minutero, se te va la vida.

Cuando se es joven uno cree que tiene una eternidad por delante. Sí la tienes, pero no en la tierra. En la tierra el tiempo vuela.

Si no siembras en los surcos de tu tiempo, no cosecharás satisfacciones.

Si no siembras conocimiento, no cosecharás reconocimiento.

¿Qué es el reconocimiento? Es que la gente te aprecie, que reconozcan lo que vales, lo útil que puedes serles. Que reconozcan lo que has logrado con o sin diploma.

Si el agricultor siembra poca semilla, poco cosechará. Si siembra mala semilla, tendrá una mala cosecha.

Lo que tú coseches más adelante (es decir, una buena posición, un hogar, una casa propia...) depende de que lo siembres ahora. No te caerá del cielo.

Siembra en los surcos de tu tiempo semilla apretada, de buena calidad, para que tengas una buena cosecha.

¿Qué es lo que puedes cosechar ahora mismo como fruto inmediato de tus estudios? Un buen currículum.

Cuando vas a buscar trabajo en una empresa, te piden tu currículum. Si eres joven, eso consiste básicamente en lo que has estudiado, en qué institutos, en qué universidad, qué experiencia tienes...

¿Por qué quieren saber eso? Porque de esas cosas depende cuán útil tú puedas serles, qué conocimientos o experiencia aportas a la empresa.

Si no sabes nada sólo servirás para portero o conserje... (Ahora de repente hay uno aquí cuyo padre es conserje o portero. No se lo eches en cara ni te avergüences de él. Quizá él no tuvo oportunidades de estudiar, o quizá nadie le habló de que debía aprovechar el tiempo en su juventud. Además Dios puede usar poderosamente a los conserjes como embajadores porque, estando en la puerta, entran en contacto con mucha gente).

Pero si eres un buen electricista, serás muy apreciado porque no se encuentra muchos buenos. Si además eres ordenado, cumplido, puntual, honrado, vales oro para ellos. La gente busca buenos técnicos, buenos operarios, que hagan bien su trabajo, que no los defrauden, que no lo dejen todo a medias, que reciban un adelanto y nunca regresen.

Las empresas grandes y chicas tienen hambre de buenos empleados, de empleados confiables, porque son escasos.

Al que trabaja bien lo buscan, lo necesitan, no hay nada peor que tener un empleado malo. El libro de Proverbios habla bastante de eso (Pr 26:6).

Pero quizá digas: yo no tengo oportunidad de estudiar porque tengo que trabajar y ayudar a mi familia. No tengo para la matrícula ni para las mensualidades de un instituto.

¿Sabes lo que es un autodidacta? Alguien que estudió solo, que no estudió en ninguna escuela. Muchos grandes hombres lo fueron. Edison, por ejemplo, el inventor de la bombilla eléctrica, del fonógrafo y de tantas otras cosas, también lo fue.

Un buen libro puede ser el mejor maestro.

"Idóneos para estar en la palacio del rey".
Aquí no se trata de la casa de Dios, sino de los buenos lugares del mundo, de los sitios elegantes. ¿Qué se esperaba de esos jóvenes para que pudieran estar en la corte sin desentonar? Que tuvieran buenas maneras, un lenguaje mesurado, que fueran corteses, amables, que tuvieran dominio propio. Esas son cualidades cristianas que también son apreciadas en el mundo Y que todo joven cristiano debe poseer para dejar bien parado el nombre de su padre, Dios.

Hay jóvenes que aprendieron a comportarse así en sus hogares. Esa es una buena herencia que los hijos reciben de sus padres, aun mundanos. Pero si no te enseñaron las buenas maneras en tu casa, puedes aprenderlas por tu cuenta, y tendrás más mérito.

Si tú tienes esas cualidades y te portas así, puedes estar seguro de que serás apreciado y te recibirán en cualquier parte; que no desentonarás, aunque no tengas dinero. Esas son las marcas del carácter controlado por el Espíritu Santo.

Tu aspecto exterior, tu conducta, tu forma de hablar, son tu mejor carta de presentación.

Recuerda lo que dice Pr 20:11. "Aun el muchacho es conocido por sus hechos si su conducta fuere limpia y recta."

"Y que les enseñase las letras y la lengua de los caldeos."
Si entras a una empresa y te haces notar por tu buen testimonio y tu diligencia, quizá te hagan estudiar alguna especialidad. Hay firmas que invierten en la capacitación de su personal. No lo hacen por altruismo sino porque saben que les reportará más tarde algún beneficio.

Tu futuro como profesional, o como empleado, o como operario, depende de cuán bien domines tu oficio o tu profesión o tu puesto en la línea de producción y de cuán bien te desempeñes.

Hazlo todo con excelencia, no sólo para agradar a tu patrón, sino para agradar al patrón de los patrones, a Dios (Col 3:22,23).

¿Por qué adelantó tanto José, digamos, "en su carrera"? Porque todo lo hacía bien. Quizá tú digas: “No, sino porque la mano de Dios estaba con él.” Claro, es cierto, todo lo hacía bien porque la mano de Dios estaba sobre él.

Pero si tú buscas a Dios y te esfuerzas, la mano de Dios también estará sobre ti y todo prosperará bajo tu mano. Hay incontables ejemplos de cristianos que prosperaron porque buscaban a Dios y Él hacía que tuvieran éxito en todo lo que hicieran. Esa es una promesa de Dios (Jos 1:8).

Hay lamentablemente muchos malos hábitos nacionales de los que se han contagiado hasta los creyentes. Se les podría llamar “las cuatro "i" del fracaso”: incumplimiento, impuntualidad, irresponsabilidad, impericia. Nunca cumplen sus compromisos, siempre llegan tarde o cumplen con atraso, no les importa cómo hacen las cosas ni asumen sus responsabilidades, no aprenden a trabajar con calidad profesional.

Arráncate esos malos hábitos. No pierdas el tiempo. Esfuérzate por quedar bien.
Recuerda el proverbio que dice: "¿Has visto hombre solícito en su trabajo? Delante de los reyes estará; no estará delante de los de baja condición." (Pr 22:29). ¿Tú quieres estar delante de los reyes, esto es, delante de la gente que toma las decisiones importantes, que tiene el poder económico en sus manos? ¿Quieres progresar en el mundo? Pues sé solícito en tu trabajo.

Daniel se mantuvo delante de los reyes a lo largo de su vida, a pesar de los cambios políticos que le tocó presenciar, porque siempre fue solícito, diligente, en su trabajo. Su integridad y su eficiencia lo convirtieron en un colaborador y consejero invalorable, indispensable. Le permitieron cumplir tanto con Dios como con los hombres; ser fiel con Dios así como con los hombres que depositaron en él su confianza.

En el Perú hay muchos ejemplos de hombres que partieron de la nada y que alcanzaron grandes posiciones. El dueño de una de las grandes empresas de transporte terrestre empezó como camionero. Los dueños actuales de la más grande empresa de leche evaporada que todo el mundo toma, heredaron de su padre la flota de camiones que transportaba esa leche. Hoy son dueños de uno de los conglomerados industriales más grandes del país.

¿Cuál fue su secreto? Fueron diligentes en su trabajo y Dios les abrió puertas inesperadas. Estudia lo que el libro de Proverbios dice acerca del diligente y de la diligencia. Aprenderás mucho de ese estudio.

Nota: Haber pretendido prescindir de esa sabiduría, como si no viviéramos en el mundo, le ha hecho mucho daño a los cristianos al tildárseles de ignorantes.
#398 (04.12.05) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.

lunes, 11 de octubre de 2010

HABLA, SEÑOR, QUE TU SIERVO TE ESCUCHA

¡Cuántas veces nos ocurre que el Señor quiere hablarnos y nos llama, pero no nos damos cuenta! Él usa para hablarnos los pensamientos e ideas que surgen en nuestra mente, pero nosotros no entendemos que son un mensaje que viene de Él. Empezamos a analizarlos, atribuyéndolos a nuestra propia mente. Acudimos equivocadamente a otras fuentes para tratar de clarificar nuestras ideas, como hizo el pequeño Samuel, cuando oyó que lo llamaban, corriendo donde Elí: “Heme aquí ¿para qué me llamaste?” El pequeño Samuel no reconocía la voz del Señor porque “… la palabra del Señor aún no le había sido revelada.” (1S 3:7).

Pero a fuerza de equivocarnos comienza a prenderse un foquito en el espíritu y ponderamos: Quizá esa idea venga del Señor. ¿No será que Él quiere que yo haga lo que mis pensamientos me sugieren?

Por fin llegamos al punto en que empezamos a reconocer la voz de Dios y a entender que Él usa para hablarnos no sólo nuestros propios pensamientos, sino también los sueños de la noche y los que tenemos al despertar; las palabras que nos impresionan cuando leemos la Biblia o en la predicación; las cosas que otros nos dicen…

Si nos quejamos de que Dios no nos habla conviene que despabilemos y agucemos nuestros oídos para escuchar su voz y que le digamos: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha”. (1S 3:10)
¡Háblame, Señor, sí, a través del día! ¡Háblame a través de las cosas que veo, y de la forma cómo mi mente reacciona ante ellas! ¡Y no permitas que el enemigo entrometa su voz y que yo la confunda con la tuya!

Pero así como Dios le habló al niño Samuel en la noche, o en la madrugada, no hay hora más propicia para escuchar la voz de Dios que cuando despunta la aurora: “De mañana tú escuchas mi voz; temprano me presento ante ti y espero.” (Sal 5:3)

¡Qué bendición que podamos decir con Isaías : “Mañana tras mañana el Señor despierta mis oídos para que escuche como discípulo”! (Is 50:4) ¡Oh, sí, Señor! ¡Despierta mis oídos; quita el zumbido, la estática del mundo, para que yo pueda escuchar con claridad lo que tú quieres decirme!

Samuel fue fiel a la palabra del Señor. Escuchaba lo que el Señor les decía y lo transmitía fidedignamente. Por eso Dios no dejó caer ninguna de sus palabras por tierra. Que el Señor nos dé un oído pronto y una fidelidad semejante al comunicar a otros lo que Él quiere decirles a través nuestro, para que, de manera similar, no caiga tampoco por tierra ninguna de las palabras que nuestra boca pronuncie. (18.09.90)

#437 (10.09.06) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

LA ENVIDIA DE SAÚL

Por José Belaunde M.

Los capítulos 17 al 19 del primer libro de Samuel contienen lo que podríamos llamar un caso clínico de deterioro moral progresivo de un hombre.

Su decadencia moral se desarrolla en torno a su relación con un varón al que lo ligaba al principio una verdadera amistad y que le había brindado grandes servicios. Recordemos solamente cómo el joven David tocó el arpa para Saúl a fin de ahuyentar al espíritu maligno que le atormentaba (1 S 16:14-23) y cómo más tarde David mató al gigante Goliat que atemorizaba al ejército israelí en el campo de batalla (1 S 17).

Recordemos también cómo, algún tiempo atrás, cuando el pueblo de Israel le pidió a Samuel que les estableciera un rey como tenían todas las naciones, el profeta, después de consultar con Dios, y de advertir al pueblo de qué maneras el rey que pedían los explotaría, ungió al más apuesto de los hijos de Cis, a Saúl, como rey de todo Israel, siguiendo las indicaciones del Señor (1S caps. 8 al 10). (Nota 1)

Pero Saúl, pese a las victorias obtenidas sobre los enemigos de su pueblo gracias a la ayuda de Dios, y una vez consolidado su poder, desobedeció en dos ocasiones a las instrucciones que el Señor le había dado a través de Samuel. La segunda vez se trataba de destruir totalmente el ganado capturado a los amalecitas y de matar a su rey, cosas ambas que Saúl dejó de hacer con el pretexto de ofrecer sacrificios a Jehová (1Sam 15). Al recriminarle Samuel su conducta el profeta pronunció esas palabras que se han vuelto proverbiales entre los creyentes: “¿Se complace el Señor tanto en los holocaustos y víctimas, como en que se obedezcan las palabras del Señor? Ciertamente el obedecer es mejor que los sacrificios y el prestar atención mejor que la grosura de los carneros.” (1S 15:22).

Poco tiempo después Samuel ungió secretamente como futuro rey de Israel al menor de los hijos de Isaí, al pastorzuelo David (1S 16:1-13), a quien Dios sacó de las majadas (Sal 78:70). A partir de entonces el espíritu del Señor se apartó de Saúl y reposó sobre David.

Cuando Saúl oye que como consecuencia de las hazañas de David, las mujeres del pueblo entonan una canción en que atribuyen al joven héroe más hazañas que a él, siente celos: “Aconteció que cuando volvían ellos, cuando David volvió de matar al filisteo, salieron las mujeres de todas las ciudades de Israel cantando y danzando, para recibir al rey Saúl, con panderos, con cánticos de alegría y con instrumentos de música. Y cantaban las mujeres que danzaban, y decían: Saúl hirió a sus miles, y David a sus diez miles. Y se enojó Saúl en gran manera, y le desagradó este dicho, y dijo: A David dieron diez miles, y a mí miles; no le falta más que el reino.” (1 S 18:6-8). Le molesta que a otro le atribuyan mayor valor que a él. Él quiere ser el primero. (¿No somos nosotros así?). ¿Quién puede haberle inspirado esos sentimientos sino el diablo? “No deis lugar al diablo” dice la Escritura (Ef. 4:27). Al haber admitido esos sentimientos y no haberlos rechazado, Saúl cedió al diablo una cabeza de playa en su alma y el enemigo empezó desde ahí a invadirlo gradualmente. (2)

Los celos –que tienen su origen en un sentimiento de inferioridad- dan lugar al temor de que David pueda algún día significar una amenaza para su posición como rey “Mas Saúl estaba temeroso de David, por cuanto Jehová estaba con él, y se había apartado de Saúl; …. Y viendo Saúl que se portaba tan prudentemente, tenía temor de él.” (1S 18:12,15) Él se compara inconcientemente con David y observa lo mucho que éste le aventaja, pero lo que más le preocupa es ver cómo la mano del Señor está con David, mientras que se ha apartado de él.

Al temor sucede el deseo de eliminar al posible rival “Entonces dijo Saúl a David: He aquí, yo te daré Merab mi hija mayor por mujer, con tal que me seas hombre valiente, y pelees las batallas de Jehová. Mas Saúl se decía: No será mi mano contra él, sino que será contra él la mano de los filisteos.” (v.1S 18:17). Le ofrece algo bueno –la mano de su hija- pero su intención es perversa. “El que odia disimula con sus labios, pero en su interior maquina engaño,” dice el libro de los Proverbios y ¡cuánta verdad hay en su dicho! (Pr 26:24). A la conspiración sucede el incumplimiento de la palabra dada: “Y llegado el tiempo en que Merab hija de Saúl se había de dar a David, fue dada por mujer a Adriel meholatita.” (1S 18:19).

Luego vienen los sentimientos fingidos, la hipocresía descarada, y los recados lisonjeros a través de terceros: “Y mandó Saúl a sus siervos: Hablad en secreto a David, diciéndole: He aquí el rey te ama, y todos sus siervos te quieren bien; sé, pues, yerno del rey.” (1S 18:22). Saúl no tiene escrúpulos en emplear a sus propias hijas como peones de su siniestro juego.

Cuando David protesta diciendo que él es un hombre sin recursos ni fortuna para ofrecer al rey una dote digna por su hija, la hipocresía se dobla de astucia: “Y Saúl dijo: Decid así a David: El rey no desea la dote, sino cien prepucios de filisteos, para que sea tomada venganza de los enemigos del rey. Pero Saúl pensaba hacer caer a David en manos de los filisteos.” (1S 18:25)

Saúl sabe que los sentimientos nobles de David no le permitirán aceptar como mujer a una princesa porque él, que no era pobre pero tampoco era rico, no está en condiciones de aportar la dote que corresponda al rango de la novia. Para vencer su objeción en vez de dote Saúl le pone una condición que obligará a David a arriesgar su vida. Pero David sale airoso de la prueba; incluso trae el doble de lo que se le solicita y antes de que se cumpla el plazo señalado (1S 18:26 y 27).

El éxito de David y la evidencia de que Dios lo protege hace que aumente el temor de Saúl: “Pero Saúl, viendo y considerando que Jehová estaba con David, y que su hija Mical lo amaba, tuvo más temor de David; y fue Saúl enemigo de David todos los días.” (1S 18:28,29). Al dejar que el temor lo avasalle Saúl pierde todo control de sí mismo e incluso todo respeto propio, todo recato, pues ya ni siquiera oculta la bajeza de sus sentimientos hostiles ante sus colaboradores ni ante sus hijos: “Habló Saúl a Jonatán su hijo, y a todos sus siervos, para que matasen a David; pero Jonatán hijo de Saúl amaba a David en gran manera.” (1S 19:1).

Cabría preguntarse ahora ¿qué clase de hombres serían sus colaboradores en este momento? “Si un gobernante atiende a la palabra mentirosa, todos sus servidores serán impíos.” dice el libro de Proverbios (Pr 29:12). No sólo su hijo Jonatán le dio entonces la espalda; seguramente todos sus siervos que admiraban a David, deben haberse apartado horrorizados de Saúl. En cambio atraería a otros cuyos sentimientos estaban en consonancia con los suyos. Aunque la Escritura no lo diga explícitamente aquí podemos ver cómo al aumentar su influencia sobre Saúl, el diablo iba destruyendo su vida y su entorno.

Como todo espíritu atormentado Saúl se muestra indeciso y pusilánime. No obstante, aún queda una chispa de sentimiento noble en él, pero se apaga pronto: “Y Jonatán habló bien de David a Saúl su padre, y le dijo: No peque el rey contra su siervo David, porque ninguna cosa ha cometido contra ti, y porque sus obras han sido muy buenas para contigo; pues él tomó su vida en su mano, y mató al filisteo, y Jehová dio gran salvación a todo Israel. Tú lo viste, y te alegraste; ¿por qué, pues pecarás contra la sangre inocente, matando a David sin causa? Y escuchó Saúl la voz de Jonatan, y juró Saúl: Vive Jehová, que no morirá. Y llamó Jonatán a David, y le declaró todas estas palabras; y él mismo trajo a David a Saúl, y estuvo delante de él como antes.” (1S 19:4-7) Pero la tregua duró poco.

Ya completamente entregado en las manos de Satanás Saúl desvaría y sufre depresiones: “Y el espíritu malo de parte de Jehová vino sobre Saúl; y estando sentado en su casa tenía una lanza a mano, mientras David estaba tocando.” (1S 19:9). Es posible que entonces David, compadeciéndose del estado en que ha caído de nuevo el rey, haya venido a palacio para tocar nuevamente el arpa para él, conociendo el buen efecto que la música tenía sobre su ánimo. Sin embargo, en un acceso de locura, Saúl intenta matarlo con sus propias manos arrojándole su lanza (1S 19:9,10).

Recuperado de su locura pasajera Saúl ordena asesinar a David mientras duerme. Dejando de lado todo escrúpulo, él se convierte abiertamente en un asesino: “Saúl envió luego mensajeros a casa de David para que lo vigilasen, y lo matasen a la mañana. Mas Mical su mujer avisó a David, diciendo: Si no salvas tu vida esta noche, mañana serás muerto.” (1S 19:11). Mical descuelga a su marido por la ventana y David huye para refugiarse donde Samuel en Ramá.

El episodio está lleno de rasgos cómicos porque Mical “tomó una estatua y la puso sobre la cama, le acomodó por cabecera una almohada de pelo de cabra y la cubrió con su ropa…” (1Sam 19:13). Cuando llegaron los mensajeros Mical les dijo que David estaba enfermo en cama y se regresaron. Pero Saúl los volvió a enviar diciéndoles: Tráiganmelo aunque esté enfermo. Y cuando entraron al cuarto vieron que era una estatua lo que estaba sobre la cama. (v. 15,16).

Desengañado Saúl ya no sólo atenta contra la vida de un inocente, que antes fuera un colaborador valioso, sino que ahora además se vuelve contra el hombre que veneraba como un padre y a quien le debía el reino, esto es, contra el profeta Samuel: “Entonces Saúl envió mensajeros para que trajeran a David, lo cuales vieron una compañía de profetas que profetizaban, y a Samuel que estaba allí y los presidía. (1S 19:20a). Pero Dios frustró los planes de Saúl porque cuando los hombres a quienes él había dado encargo de apresar a David y a Samuel, llegaron donde éstos estaban, el Espíritu de Dios cayó sobre ellos y empezaron a profetizar olvidándose de su encargo: Y vino el Espíritu de Dios sobre los mensajeros de Saúl, y ellos también profetizaron.” (1S 19:20b).

Volvió Saúl a enviar hombres con el encargo de matar a David una segunda y una tercera vez, pero cada vez con el mismo resultado. Por último fue el propio Saúl con igual resultado: “Y fue a Naoit en Ramá; y también vino sobre él el Espíritu de Dios, y siguió andando y profetizando hasta que llegó a Naiot en Ramá. Y él también se despojó de sus vestidos, y él también profetizó delante de Samuel, y estuvo desnudo todo aquel día y toda aquella noche. De aquí se dijo: ¿También Saúl entre los profetas?” (1S 19:23, 24). (3)

¡Qué caminos de ignominia ha recorrido el alma de Saúl desde el momento en que dejó que los celos penetraran en su ánimo! Así ocurre con muchos hombres y mujeres cuando dan un lugar, aunque sea pequeño, al diablo en su alma.

¡Cuántas veces nosotros no hemos visto ese fenómeno de la envidia, en nuestras familias, en nuestros centros de trabajo, e incluso, en las iglesias, envenenando las amistades y destruyendo las relaciones! En lugar de alegrarnos por los dones que Dios regala al prójimo, sufrimos a causa de ellos y nos sentimos menos porque a nosotros no se nos ha dado aptitudes iguales.

Pero ¿qué ganamos con los celos y la envidia? Sólo atormentarnos. ¿Hay alguien que sea feliz envidiando? Al contrario, el que envidia sufre al ver los triunfos ajenos. En cambio, el que admira los méritos del prójimo, se alegra y se goza viendo la obra de Dios en su hermano. Pero hay algo más: Al admirar aprende y absorbe las cualidades que admira.

Notas:
1. Muerto Josué Israel permaneció en la tierra como una confederación de tribus autónomas, cada una con sus propios jefes. De tanto en tanto, cuando estaban en peligro, Dios hacía que surgieran líderes tribales que, con el apoyo a veces de las tribus vecinas, se oponían a los enemigos que los acosaban y los vencían. La Biblia les da el nombre de jueces (Véase el libro del mismo nombre).
Los filisteos de la costa, sin embargo, representaban un peligro mayor, porque tenían armas superiores, debido al monopolio que tenían de la forja del hierro –mientras que los hebreos sólo tenían armas de bronce. Derrotados por los filisteos en la desastrosa batalla de Afec, en la que incluso el arca de la ley cayó en poder de sus enemigos (1S 4), los israelitas reaccionaran pidiendo que se les diera un rey guerrero a la manera de los pueblos vecinos, ya que Samuel era para ellos sólo un líder espiritual.

(2) La expresión “cabeza de playa” (“beachhead” en inglés) viene de la segunda guerra mundial, cuando los ejércitos aliados invadieron Francia, que estaba en poder de las tropas alemanas. En una operación audaz y arriesgada, tomaron un sector de las playas de Normandía, donde los alemanes menos lo esperaban, y a partir de ese pequeño punto, por donde empezaron a desembarcar sus tropas y tanques, iniciaron una ofensiva que los llevaría finalmente a derrotar a los ejércitos de Hitler. De manera semejante al enemigo sólo le basta poner el pie en un pequeño punto de nuestra alma para invadirla toda poco a poco, si no nos despertamos al peligro que nos amenaza.

(3) En esa época el espíritu de profecía caía sobre los profetas con frecuencia como una especie de posesión extática, en la que perdían el control de sí mismos.
(Escrito el 26.9.90 y revisado y ampliado para esta impresión)

jueves, 30 de septiembre de 2010

NEHEMÍAS, HOMBRE DE FE Y ACCIÓN

Por José Belaunde M.
El presente artículo fue publicado en enero de 2002 en una edición limitada. Dado el gran interés que presenta este personaje, se pone nuevamente a disposición de los lectores, revisado y ampliado.

El primer capítulo del libro de Nehemías contiene en cápsula toda una enseñanza acerca de cómo debe obrar el creyente frente a los retos del mundo en el que vive.
Nehemías era un hombre a quien Dios había colocado en una situación eminente en la corte del emperador persa. Lo había colocado allí con un propósito. No para que él se gloriara en su encumbramiento, sino para que le sirviese. Nehemías debe haber llegado en algún momento de su carrera a la conciencia de que él desempeñaba un papel en los planes de Dios para su pueblo.

Los hombres que llegan a tener una posición encumbrada en el mundo, o en la iglesia, no son concientes de que la situación privilegiada de que gozan es algo que Dios les ha dado, no para sí mismos, para usarlo en su propio beneficio, o para explotar al prójimo, sino para ponerlo a disposición de los propósitos de Dios (Nota 1).

Esas posiciones son como los talentos que el personaje de la parábola dio a sus siervos para que negociaran con ellos para beneficio de su señor (Mt 25:14-30). Pero por lo común las personas importantes negocian con los talentos para su propio beneficio, para enriquecerse, para la lujuria del poder, para su propia gloria. Algún día Dios les pedirá severa cuenta del uso que hicieron de esos talentos, porque "a quien mucho se da mucho se demanda" (Lc 12:48. Véase también toda la parábola, v. 41-49). El castigo de los que los usaron para sí será peor que el que recibió el mal siervo que enterró su talento (2).

Veamos qué hace Nehemías en este capítulo:

1. Él escucha: “Y me dijeron: El remanente, los que quedaron de la cautividad, están en gran mal y afrenta, y el muro de Jerusalén derribado, y sus puertas quemadas al fuego.” (Vers. 3). El hecho de ser un dignatario de uno de los más grandes imperios de la tierra no lo movió a renegar de su origen. Puesto que él había sido admitido a formar parte de la elite gobernante, quizá le hubiera convenido desvincularse y desentenderse de ese pueblo conquistado y humillado que era el judío. Quizá no le convenía recibir en su palacio a esos hombres que vendrían posiblemente andrajosos, o por lo menos pobremente vestidos, y cansados por el largo viaje. Su mal aspecto quizá lo avergonzaría. Podría haber permanecido indiferente y sordo al dolor y frustración de los viajeros, como suelen hacer las personas que gozan de todo en la vida. Pero él los recibe de buena gana porque se solidariza con ellos y desea ansiosamente tener noticias acerca de los que quedaron en su tierra y de cómo está la ciudad santa, Jerusalén (vers. 2)

El vers. 3 resume en pocas palabras el relato seguramente largo que le hicieron los viajeros, y que debe haber sido minucioso y lleno de detalles conmovedores sobre la desolación y humillación que había sobrevenido a Israel.

2. Él siente una carga: “Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Señor de los cielos.” (vers. 4). Al oír su narración él podría haberse encogido de hombros y haber contestado por cortesía: 'Sí pues, qué triste es lo que me cuentan. ¡Qué le vamos a hacer! No podemos hacer nada contra la fatalidad. Hay que resignarse', como suele ser la manera como a veces manifestamos en el fondo nuestra indiferencia frente al dolor ajeno, disfrazándola de compasión.

Después de todo a él no le afectaba en nada materialmente lo que ocurría en Jerusalén. Él gozaba del favor del soberano y tenía una posición sólida. Nada de lo que sucediera a cientos de kilómetros de distancia podría influír negativamente en lo más mínimo en su situación. Él era un súbdito del imperio persa; un descendiente de inmigrantes ya perfectamente adaptado a su nueva patria. Posiblemente tanto él como su padre habrían nacido en el exilio.

Pero él se conmueve hasta lo más profundo de sus entrañas, hace duelo y llora sentado en el suelo. Antes que persa él se sentía miembro del pueblo elegido, así como nosotros antes que ciudadanos de tal o cual país, somos ciudadanos del reino de los cielos.
(3)

3. No contento con llorar y hacer duelo él intercede por su pueblo: “Y dije: Jehová, Dios de los cielos, fuerte, grande y temible, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos; esté ahora atento tu oído y abiertos tus ojos para oír la oración de tu siervo, que ahora delante de ti día y noche, por los hijos de Israel, tus siervos;” (vers. 5, 6a). Al ponerse a orar él empieza a llevar a cabo (quizá todavía inconcientemente) el propósito por el cual Dios lo ha puesto en ese lugar encumbrado. Todo propósito de Dios que se realiza a través de sus siervos comienza por la intercesión. Cuando Nehemías empezó a orar él no era seguramente todavía conciente de los planes de Dios, pero a medida que oraba Dios se los fue revelando. Orando nos comunicamos con Él y abrimos nuestros oídos para escuchar su voz.

4. Él confiesa los pecados de su pueblo: “Y confieso los pecados de los hijos de Israel que hemos cometido contra ti; sí, yo y la casa de mi padre hemos pecado. En extremo nos hemos corrompido. contra ti, y no hemos guardado los estatutos, mandamientos y preceptos que diste a Moisés tu siervo.” ( vers. 6b,7). Él reconoce que las desgracias que sobrevinieron a Israel no eran consecuencias de un descuido de Dios, o manifestación de su crueldad, sino que eran consecuencia inevitable, anticipada por Dios, de los pecados cometidos por su pueblo y de su endurecimiento frente a las muchas advertencias que Dios les había hecho por boca de sus profetas, en especial de Jeremías. Él no trata de excusar a su pueblo ni a su propio linaje.

5. Él le recuerda a Dios las promesas que hizo a Moisés y a sus otros siervos, de que si bien Él no dejaría de castigarlos si le eran infieles (Lv 21:33), si se arrepentían y se volvían a Él, humillándose, Él los recogería de donde quiera que estuviesen y los restauraría en su tierra (Dt 30:1-5). “Acuérdate ahora de la palabra que diste a Moisés tu siervo, diciendo: Si vosotros pecareis, yo os dispersaré por los pueblos; pero si os volviereis a mí, y guardareis mis mandamientos, y los pusiereis por obra, aunque vuestra dispersión fuere hasta el extremo de los cielos, de allí os recogeré, y os traeré al ugar que escogí para hacer habitar allí mi nombre.” (v. 8,9).

En el vers. 10 Nehemías le recuerda también a Dios que este es el pueblo que Él sacó con mano poderosa de Egipto para realizar con ellos su plan de redención. Es como si le dijera a Dios: 'No porque te hayamos fallado tú vas a dejar tus proyectos de lado. Tú eres demasiado grande para eso'.

6. Él concibe un plan. Las palabras: "concede ahora buen éxito a tu pueblo..." del vers. 11 nos dan a entender que, a medida que Nehemías oraba, Dios le fue mostrando qué es lo que Él quería que hiciera: reconstruir los muros de Jerusalén. La última frase nos da la clave de la misión específica de Nehemías: "Porque yo servía de copero al rey". Es decir, como él era uno de los funcionarios más cercanos al soberano y gozaba de su confianza, estaba en posición de poder hablarle sin intermediarios y obtener de él el apoyo necesario para llevar a cabo los proyectos de Dios (4).

Dios nos bendice de muchas maneras a lo largo de nuestras vidas, pero no lo hace solamente porque nos ama y para nuestro solo bien. Lo hace porque Él desea que usemos sus beneficios para sus propósitos y para el bien de su pueblo.

7. Por último Nehemías ora por el éxito del plan que ha concebido escuchando la voz de Dios. (Vers. 11). Nehemías es un hombre de acción. Él se propone poner su plan por obra de inmediato y le pide a a Dios que lo ayude. No se atarda, no le pide a Dios una señal que se lo confirme. Dios ha hablado y él se apresta a obedecer de inmediato. Pero no emprende el proyecto confiando en sus propias fuerzas sino en la ayuda que Dios no dejará de darle.

Notemos que el texto no dice que Dios le hubiera hablado con palabras audibles, como hablaba a los profetas. Él sintió posiblemente un mover en su corazón, un deseo de hacer algo por Jerusalén, junto con la convicción de que ese deseo venía de Dios, tal como nos suele hablar a la mayoría. Y enseguida él mismo ideó un plan para llevar a cabo ese proyecto de acuerdo a los medios que el Señor había puesto en sus manos.

¡Cuántos planes de Dios se han frustrado porque nosotros hemos sido remolones en llevar a cabo sus proyectos o porque hemos dudado de que era Él quien los inspiraba! Si Nehemías se hubiera quedado rumiando los pros y los contras del plan que había concebido no habría en la Biblia un libro que llevara su nombre.
La ocasión habría pasado y Dios hubiera tenido que buscarse otro hombre para llevar a cabo su proyecto. ¡Cuántas veces habrá ocurrido eso en la historia! Quizá nosotros mismos alguna vez, por falta de fe o de decisión, no hemos hecho lo que Dios quería, le hemos fallado, y Él ha tenido que buscarse a otro más obediente que cumpla sus planes.

Notemos también que Nehemías era conciente de que él no era el único que oraba por Jerusalén. Él sabe que otros oran también y que él cuenta con su apoyo. Él no se cree el centro de la acción o el único. Sabe que Dios obra a través de unos y de otros, y nosotros las más de las veces no estamos ni enterados de todo lo que Dios pone en movimiento.

Veamos también algo de lo que hace Nehemías en el siguiente capítulo: Tan pronto como se presenta una ocasión favorable para que él pueda manifestar al rey sus preocupaciones (5), Nehemías, hace una rápida oración antes de hablar,para que Dios le inspire (2:4). Ese debería ser nuestro proceder cada vez que enfrentamos situaciones inesperadas, o comprometidas, de mucha responsabilidad, en que debamos decir algo: pedirle a Dios que ponga sus palabras en nuestra boca.

Entonces Nehemías le presenta al rey su petición en detalle (2:5-8). El plan que él propone estipula un tiempo estimado para su culminación. Cuando vamos a llevar a cabo algún plan u obra cualquiera es bueno que nos fijemos una fecha límite para cumplirlo.

A continuación Nehemías anota que el rey le concedió lo que le pedía "porque la mano bondadosa de Dios estaba sobre mí". En todo lo que nosotros hagamos cuidemos de que la mano de Dios esté sobre nuestros proyectos y nuestras obras. Si lo está, el éxito está asegurado. Pero ¿cómo asegurarnos de que su mano está con nosotros? Consagrándole nuestras vidas y buscando hacer en todo su voluntad.

Cuando Nehemías llegó a Jerusalén con la compañía de hombres que el rey había puesto a su disposición, dejó pasar tres días antes de emprender nada (seguramente informándose y evaluando la situación). Y añade que no informó a nadie de lo que Dios había puesto en su corazón hacer por Jerusalén (v. 12). Los propósitos de Dios no deben ser confiados a nadie a quien no sea indispensable hablar, hasta que llegue el momento de ponerlos por obra.

Salió de noche a inspeccionar la ciudad para que sus movimientos no fueran conocidos, y sólo cuando tuvo una idea cabal de lo que se debía hacer concretamente, le habló a la gente (v. 17). Las ideas, los proyectos, los planes que Dios bendice maduran en silencio; no se publican a los cuatro vientos. ¡Cuán cierto es que lo que se anuncia antes de tiempo como ya logrado casi nunca se lleva a cabo o no culmina! ¡Cuántas cosas se anuncian como profecía que no son sino pura presunción! (6)

Pablo escribió: "...las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron..." (Rm 15:4). En este libro se narran muchas cosas que ocurrieron en el pasado y que han quedado registradas para nuestra edificación; para que nosotros, estudiándolas, encontremos en ellas un estímulo y un ejemplo. Démosle gracias a Dios de que Él haya cuidado de que estas cosas lleguen hasta nosotros y nos sirvan de enseñanza. (5.01.02)

Notas:
(1) Lo dicho se aplica no sólo a los creyentes sino también a todos los seres humanos porque son criaturas suyas y dependen de Él, pero con mayor motivo a los cristianos.

(2) Recuérdese que en tiempos de Jesús el talento era una medida de peso usada para metales preciosas y, por tanto, representaba un gran valor monetario. Como consecuencia de la parábola la palabra adquirió el sentido que tiene hoy día de don intelectual, habilidad, destreza.

(3) Es interesante comparar la forma cómo Nehemías reacciona al triste relato que le hacen sus compatriotas del lamentable estado en que se encuentran las murallas de Jerusalén, con la forma como reacciona cuando las ve con sus propios ojos. En el primer caso llora desconsolado, en el segundo se enardece y decide actuar para repararlas (Nh 3:11-16).

(4) El copero desempeñaba una posición de alta responsabilidad en las cortes orientales de la antigüedad. Él era el encargado de velar porque el vino que bebía el rey no hubiera sido envenenado (como ocurría de vez en cuando en una época en que las conspiraciones palaciegas eran frecuentes). Como prueba de que su soberano podía beber el vino sin temor el copero lo bebía antes servirlo al rey. Como consecuencia su cercanía al rey el copero solía ejercer gran influencia en el gobierno.

(5) Nótese, sin embargo, que entre el mes de Quisleu (Nov/Dic) del comienzo y el mes en que ocurre esta escena, el de Nisán (Marz/Abr), han pasado cuatro meses. ¿Por qué demoró tanto tiempo Nehemías en hablarle a Artajerjes? Quizá no se le presentó antes una ocasión propicia, o estaba madurando su proyecto.

(6) Cuidemos de no convertir nuestras fantasías, o nuestras ambiciones, en profecías solemnes cuando Dios no nos ha hablado. Dios no pasará por alto nuestra presunción (Jr 23:31; Dt 18:20-22). ¿Cuántas de esas profecías vanas que hemos oído se cumplieron en los hechos? Si no se cumplieron es señal de que Dios no las respaldaba. Sin embargo, siempre estamos a la escucha expectante de palabras bonitas que nos halaguen (Jr 8:11,15).
Hay también profecías mundanas. Como cuando las autoridades anuncian que "desde ahora en adelante no volverá a ocurrir tal o cual situación enojosa", o "que tal problema ha sido definitivamente resuelto". Todo porque, con la mejor intención del mundo, han dictado una ley o tomado algunas medidas. Como si dictando leyes o adoptando medidas se solucionaran todos los problemas, aun los más complejos y enraizados; como si la realidad pudiera modificarse por decreto.

#400 (18.12.05) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.

jueves, 23 de septiembre de 2010

¡AH VOSOTROS, LOS SEDIENTOS!

Por José Belaunde M.
Un Comentario de Isaías 55:1-5
Yo prefiero usar como texto la versión que confeccioné yo mismo años atrás para memorizar este capítulo, la cual difiere ligeramente de la versión Reina Valera 60.
1. “¡Ah vosotros, los sedientos! Venid a las aguas, y los que no tenéis dinero, venid comprad y comed sin dinero y sin precios, vino y leche.” (Nota1)
“A vosotros los sedientos” ¿Quiénes son los sedientos? La sed, cuando se está privado de agua durante largo tiempo, según cuentan los que la han padecido, es una de las torturas mayores que pueda sufrir el ser humano. El organismo entero clama por el elemento que, según la biología, constituye la mayor parte del peso del organismo humano y sin el cual no puede funcionar. Antes se muere uno de sed que de hambre.
Siendo el Cercano Oriente una región en gran parte desértica, y donde el agua escasea, es natural que el profeta use la sed como metáfora para expresar una aspiración o necesidad espiritual. Porque aquí él no habla de una sed física, sino que ésta es usada como símbolo de una sed de otro orden, más profunda. (2)
Jesús dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5:6), es decir, lo que aspiran intensamente a una vida y conducta diferentes, a una vida de rectitud, que es lo que la palabra griega dikaosuné, quiere decir propiamente.
El llamado es dirigido a todas los hombres y mujeres sin distinción, sean judíos o gentiles, cuya sed no puede ser satisfecha por las comodidades y deleites del mundo porque han hallado que, a la postre, los mayores placeres “son vanidad de vanidades y aflicción de espíritu.” (Ecl 1:14)
Hay personas que tienen una necesidad profundamente sentida de reconocimiento, porque todos los ignoran; o de amor, porque nunca lo recibieron; o de conocimiento, porque su inteligencia lo reclama; o de libertad, porque viven encadenados a los vicios, etc., etc. ¡Tantas necesidades humanas reales insatisfechas! A todos ellos Dios se dirige por medio del profeta: “Venid a las aguas”; venid a la “fuente del agua de la vida” (Ap 21:6), en donde todos esos vacíos, todas esas carencias, todas esas necesidades insatisfechas pueden ser colmadas.
El agua representa aquí aquello que satisface toda necesidad real, sea la que fuere. ¿Por qué el agua? Porque el agua es precisamente esa sustancia, ese elemento que vivifica lo que se está muriendo, que devuelve su lozanía a lo que se marchita. Echad un poco de agua en una maceta, donde una flor o una planta languidece, y enseguida revive y se endereza; regad agua en una tierra árida, y pronto se cubre de verde. El agua en verdad da vida. Por eso es que Jesús la emplea como símbolo del Espíritu Santo, y de la vida que Él infunde: “De su interior correrán ríos de agua viva”, es decir, del interior de la persona que está llena de Él surgirá un agua no estancada sino fresca (Jn 7:38).
¿Dónde está esa fuente de agua viva que satisface todas las sedes? “Si alguno tiene sed, venga a mí y beba” dijo Jesús (Jn 7:37). A la samaritana, que había ido a buscar agua al pozo de Jacob para llenar su cántaro, le hizo ver la diferencia entre el agua que calma la sed momentáneamente, y un agua diferente que calma una sed de otro orden, de modo que quien la beba no vuelva a tener sed jamás (Jn 4:14). ¿Qué cosa puede ser esa agua que calma toda sed sino Él mismo?
El salmista expresó muy bien la sed de Dios que siente el alma humana: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo”. (Sal 42:1)
Más que de toda otra cosa el alma humana tiene sed de su Creador, de Aquel que es el origen y soporte de su existencia. Todas las otras cosas con las que el hombre satisface sus diversas hambres no lo llenan realmente. Por eso pregunta el profeta enseguida: “¿Por qué gastáis dinero en lo que no es pan y vuestro trabajo en lo que no sacia?” ¿Es decir, en aquellas cosas que no pueden calmar su hambre interna? Pero lo pregunta también porque el acceso a esas aguas que él ofrece es gratuito; no sólo no se tiene que pagar por ellas, sino que, aunque se quisiera, no se podrían comprar con dinero, ni con ningún bien material. Más bien, los bienes materiales y las riquezas son un obstáculo para acceder a ellas, porque distraen nuestra atención. “No podéis servir a Dios y al dinero”, dijo Jesús, porque amaréis a uno y aborreceréis al otro, y viceversa. (Mt 6:24).
Entre los bienes materiales y los espirituales hay una guerra permanente. De ahí también que Jesús le dijera al joven rico que quería seguirlo: “Vende todo lo que tienes” (Mr 10:21). Sólo podemos poseerlos sin que sean un obstáculo, como dice Pablo, teniéndolos como si no los poseyéramos, es decir, desasido nuestro corazón de ellos (1Cor 7:30c); en otras palabras, con desprendimiento.
Pero no sólo es agua lo que Dios gratuita y generosamente nos ofrece, sino también vino y leche. ¿Qué es el vino en un sentido espiritual? La sabiduría, según Proverbios, ofrece a todos los que lo quieran, el vino que ha mezclado (Pr 9:5). También dice Efesios: “No os embriaguéis con vino sino sed llenos del Espíritu Santo” (Ef 5:18.). El vino simboliza a la vez a la sabiduría que viene de Dios, y al Espíritu Santo con la abundancia de todos sus dones. ¿Y la leche? San Pedro nos anima a desear “como niños recién nacidos la leche espiritual no adulterada” de la palabra de Dios. (1P 2:2). La leche es el puro elixir materno del conocimiento divino con que se alimenta a los párvulos espirituales (1 Cor 3:2), y que se digiere y asimila sin dificultad, nutriendo todo su ser.
2. “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Escuchadme y comeréis cosa buena y se deleitará vuestra alma con manjares suculentos.”
Aquí se yuxtaponen el alimento material y el alimento espiritual. El alimento material que nutre el cuerpo debe ser comprado con dinero, esto es, con el fruto del trabajo; pero ése no es el pan del alma que sacia el hambre más verdadero y profundo de quien aspira a cosas superiores.
Jesús dijo, citando Dt 8:3:“No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mt 4:4). He ahí el pan verdadero: la palabra de Dios que alimenta el espíritu y sacia el alma. La palabra de Dios Padre, que está consignada en el Antiguo Testamento, y la palabra de Dios Hijo, que está registrada en los evangelios.
Esa palabra se come escuchándola, y se reparte gratuitamente a todos los entendidos que quieran oírla. No hay que gastar dinero para oírla; basta escucharla atentamente y azuzar el oído para alimentarse de ella.
Esa palabra ofrece manjares suculentos (3) para el espíritu que desea alimentarse con el trigo que sacia su más profundo anhelo, esto es, conocer íntimamente a Dios. Él se revela a sí mismo en su palabra, y su Espíritu está dispuesto a iluminar el entendimiento de todos los que se le acerquen con la intención recta y pura de saber más de Él y conocerlo.
Pero esta frase de Isaías amonesta también a los que, urgidos por su curiosidad espiritual, y “teniendo comezón de oír” (2Tm 4:3), van en busca de falsos maestros y de vanas enseñanzas, gastando su dinero neciamente y pagando lo que ellos les cobran, porque no las ofrecen gratis. Los que venden ese falso pan descarrían a mucha gente y les hacen sufrir mucho por ese motivo, mientras ellos se enriquecen con el dinero de los incautos. Pero Jesús dijo: “De gracia recibisteis, dad de gracia.” (Mateo 10:8).
Las palabras vacías con que se alimentan los necios no salen de la boca de Dios sino de la boca del maligno. Sus voceros adoptan maneras sutiles y ofrecen una sabiduría engañosamente oculta que halaga la vanidad de los que se dejan seducir por ellos, haciéndoles creer que sólo los iniciados la pueden entender. ¡Ah necios! ¡Cómo se lamentarán el día que caiga el velo de sus ojos! Comieron un pan engañoso que después se volvió cascajo en su boca. (Pr 22:17).
3. “Inclinad vuestro oído y venid a mí; escuchadme y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros un pacto eterno, el de las misericordias firmes hechas a David.”
La expresión “inclinar el oído” significa prestar atención a lo que se dice, escuchar atentamente, y se encuentra con frecuencia en el libro de Proverbios (4:20; 5:1). A través del profeta Dios invita a sus fieles a venir a escuchar lo que Él tiene que decirles. No es un llamado vano, ocioso, sino uno que está unido a una oferta preciosa: Mis palabras harán que vuestra alma viva, que cobre nuevo ánimo y se goce.
Esa oferta supone que los invitados a escucharla están privados de la verdad, y están abatidos y desanimados. Eso es lo que ocurre con frecuencia cuando no se proporciona una guía segura a los pueblos: “mi pueblo perece por falta de conocimiento” (Os 4:6). Pero Proverbios dice también: “La palabra a su tiempo ¡qué buena es!” (15:23).
Las palabras tienen el poder de desanimar o de revivir: “Hay palabras que son como golpes de espada, pero la lengua de los sabios es medicina”. (Pr 12:18).
Las palabras que el profeta ofrece transmitir tienen esta virtud medicinal de hacer revivir el ánimo de los que están desconcertados y abatidos. Esta promesa recuerda las palabras que profiere Isaías en otro capítulo, y que Jesús hace suyas: “El Espíritu del Señor está sobre mí; porque me envió Jehová a predicar buenas nuevas a los abatidos”. (Is 61:1). En uno u otro caso es el mismo Verbo divino que hace uso de la palabra para reanimar y dar vida.
Pero hay una promesa aún más trascendente. Dios ofrece como recompensa a los que le escuchen atentamente hacer con ellos un pacto eterno. Sabemos que las relaciones de Dios con el pueblo escogido estaban regidas por pactos, esto es, por acuerdos solemnes, inviolables. ¿Qué pacto es este que ahora promete? Es un pacto nuevo, no hecho antes, que reemplazaría al antiguo, -aunque ya había hecho Dios entretanto con David un pacto imperecedero: que no faltaría un descendiente suyo sobre el trono de Israel, el cual permanecería eternamente (2Sam 7:16). Ese pacto se cumplió con la venida del Mesías, que vino a reinar, aunque su reino no fuera de este mundo (Jn 18:36). Él es Rey de reyes y Señor de señores, y está ahora sentado a la diestra de su Padre, y ha de venir nuevamente en la nubes para hacer visible a los hombres su reinado (Mt 26:64).
Pero las misericordias firmes hechas a David apuntan al final de la vida del Ungido prometido, que aunque sería sacrificado en la cruz por los pecados de los hombres, no vería corrupción, porque resucitaría sin dar tiempo a que los gusanos se apoderaran de su cuerpo en la tumba.
Pablo recuerda esa promesa hecha por Isaías cuando predicaba en la sinagoga de Antioquía de Pisidia, recordando lo que profetiza un salmo acerca del Mesías: “No permitirás que tu santo vea corrupción”. (Hechos 13:33-35; Sal 16:10). Antes que él, Pedro mencionó esta misma profecía en Pentecostés, anunciando al pueblo que se había congregado frente a la casa donde estaban los apóstoles, que Jesús había resucitado (Hch 2:24-32) y no estaba muerto como ellos creían.
El pacto eterno que Isaías promete es pues el “nuevo pacto” anunciado por Jeremías 31, el pacto de la redención en Jesús, el descendiente de David que habría de reinar para siempre, el cual, aunque muriera en el cumplimiento de su misión expiatoria, resucitaría para no volver a morir. Ese pacto incluye también para nosotros la promesa de la resurrección final de los muertos.
4. “He aquí, yo lo di por testigo a los pueblos, por jefe y por maestro a las naciones.”
Lo primero que llama la atención en este versículo es la frase: “yo lo dí”. El que habla es Dios Padre, de quien en otro lugar se dice que “de tal manera amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito…” (Jn 3:16). El Padre dio a su Hijo unigénito a la humanidad como mediador de nuestra salvación.
Este versículo de Isaías habla en primer lugar del rey David, a quien Dios ungió para que fuera rey, no sólo de Israel sino también de los pueblos que él conquistó y sujetó a su trono. Él fue no solamente un soberano amado por su pueblo y temido por sus enemigos, sino que además, por la devoción que le tenía a Dios, y por los muchos salmos que compuso en alabanza suya, fue testigo del poder y de la misericordia del Creador.
Pero más allá del soberano político, este versículo habla de Aquel que había de venir después para dar testimonio de la verdad (Jn 18:37), y de las obras y palabras de su Padre (Jn 14:10; 18:37), y que había de ser, además, verdadero Jefe y Maestro a los pueblos. Lo primero, porque reinaría a la diestra de la majestad de Dios para siempre; y lo segundo, por las invalorables enseñanzas que nos dejaría, y que sus discípulos recogerían en los evangelios.
Jesús, hijo de David e hijo de Dios, es pues el personaje exaltado al que esta profecía apunta. Nótese que el original hebreo dice: “Yo le di por príncipe y comandante a los pueblos”, palabras que expresan bien la noción del líder soberano que el profeta tiene en mente.
5. “He aquí que llamarás a pueblos que no conoces y pueblos que no te conocen correrán a ti, por amor del Señor y del Santo de Israel que te ha honrado.”
Esta profecía habla del Hijo de David que habría de venir y que, una vez muerto en la cruz y exaltado a la diestra del Padre, vería cómo, en virtud de la predicación de su Evangelio, una multitud de pueblos que Él en vida no conoció, y que nunca antes habían oído hablar de Él, vendrían corriendo a Él para encontrar la salvación que anhelaban, como se dice en otro lugar: “Fui buscado por los que no preguntaban por mí; fui hallado por los que no me buscaban” (Is 65:1).
Eso se refiere a todas las multitudes de los pueblos de la tierra, a todos aquellos que, sedientos de verdad, de amor, de consuelo y de esperanza, que vendrían a buscar a Jesús, según profetiza un salmo: “Pídeme y yo te daré por herencia las naciones.” (Sal 2:8a). Jesús es el puerto al cual aspiran amarrar su barca todos aquellos cuya existencia está siendo azotada por los oleajes de la vida, y que están en peligro de ahogarse. Todos ellos encuentran en Jesús la ribera segura en donde pueden echar sus anclas para descansar y ser restaurados.
Notemos que el profeta no dice “vendrán a ti”, sino “correrán a ti”, porque ese verbo describe la celeridad con que los que oyeron predicar el evangelio en Pentecostés creyeron en Jesús y pidieron ser bautizados. (Hechos habla de tres mil, el primer día, y de cinco mil, después, Hch 2:42 y 4:4) Una vez proclamado el Evangelio la iglesia tuvo en los primeros siglos un crecimiento explosivo que asombra a los historiadores, y no ha dejado de tenerlo desde entonces dondequiera que el Evangelio es proclamado en toda su pureza, transformando la vida de pueblos y naciones.
Un abismo en verdad separa la mentalidad de los pueblos cristianos de aquellos en donde el Evangelio ha sido poco difundido. El conocimiento de Cristo, aunque sea imperfecto, cambia la mentalidad de la gente y la vuelve más humana, más compasiva.
No está demás recordar que el concepto de la dignidad humana y de los derechos inherentes de la persona, es una noción cristiana, aunque hoy, en tiempos de apostasía, se pretenda ignorarlo. Es en los países cristianos, y en virtud del Evangelio, en donde surgió la civilización occidental, con razón llamada cristiana, la más avanzada de todas las civilizaciones que han florecido sobre la tierra.
Franz Delitzsch dice que los versículos 4 y 5 están en relación de tipo y antitipo. Es decir, que lo que se prefigura en el v. 4, se realiza en el v. 5. David fue testigo a las naciones no sólo por su papel de conquistador de pueblos, gracias al poder con que Dios lo ungió, sino también por el poder de la poesía de los salmos brotados de su pluma que cantan a Dios. Lo que él proclamó en el himno de acción de gracias que elevó al Señor en una ocasión en que fue librado de sus enemigos, se ha cumplido realmente a través de los siglos en que sus salmos se han cantado y leído: “Yo te confesaré entre las naciones, oh Jehová, y cantaré a tu nombre”. (2Sm 22:50; Sal 18:49, véase también el Sal 57:9).
Pero David dijo también proféticamente en ese cántico de acción de gracias: “Pueblos que no conocía me sirvieron” (Sal 18:43b), lo cual se cumplió cuando él sojuzgó a las naciones vecinas de Israel. Pero esa profecía se ha cumplido en muchísima mayor medida con Jesús, pues hoy puede decirse que del conocimiento de Jesucristo ha sido llenada casi toda la tierra (Is 11:9), y está siendo llenada por completo en nuestros días, como le prometió el Padre a su Hijo: “(Pídeme y yo te daré) por posesión tuya todos los confines de la tierra.” (Sal 2:8b).
Notas: 1. “El agua –dice el comentarista medieval judío, David Kimchi- es una metáfora de la Torá (ley) y de la sabiduría; así como el mundo no puede subsistir sin agua, tampoco puede subsistir sin sabiduría. La Torá es también comparado con el vino y la leche: con el vino porque regocija el corazón, como está escrito: “Los estatutos del Señor son rectos, regocijan el corazón.” (Sal 19:8). Es comparada también con la leche, porque la leche es la subsistencia del niño; así también las palabras de la ley son alimento para el alma que camina en la enseñanza divina y crece bajo la misma.”
2. Según una interpretación frecuente también valiosa, lo que el profeta ofrece aquí es la salvación en Cristo –de la que ha venido hablando en los caps. 53 y 54- a los que están privados de ella. El profeta es un evangelista lleno de compasión por las almas, que es conciente de la situación desesperada en que se encuentran los que carecen de las bendiciones obtenidas por el Siervo de Jehová (Is 53:5). El llamado que hace Isaías es comparado con el que hace Jesús: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y cargados, que yo os aliviaré.” (Mt 11:28) Sin embargo, sin descartar la validez de esa interpretación, hay que reconocer que el mensaje del profeta es dirigido en primer lugar a sus contemporáneos deportados y a sus necesidades espirituales.
3. La grasa de los carneros era para los israelitas el más suculento de los manjares.
Consideraciones adicionales: En Babilonia, centro del comercio mundial entonces –dice un comentarista del pasado- el pueblo judío exiliado, antes pastoril y agrícola, adquirió hábitos mercantiles. Era natural que lo hicieran porque ahí no podían poseer grandes extensiones de terreno ni ganado, tal como les ocurrió más tarde en la Europa medieval, en la que, como les estaban proscritas muchas profesiones y oficios, se dedicaron a la banca. Siguiendo el consejo de Jeremías, los exiliados en Babilonia compraron casas y huertas; se casaron y engendraron hijos; encontraron esposas para sus hijos, y esposos para sus hijas (Jr 29:4-7), y llegaron a sentirse como ciudadanos en esa su segunda patria, de cuya prosperidad dependían. Pero las cosas buenas que encontraron en esa tierra extranjera no podían llenarlos plenamente, porque extrañaban su patria verdadera (Sal 137:1-6), tal como nosotros, aunque seamos prósperos en esta vida, no podemos olvidar que nuestra verdadera patria es el cielo (Flp 3:20), y que las cosas que se ven son pasajeras, pero las invisibles son eternas (2Cor 4:18).
#644 (12.09.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 9 de septiembre de 2010

HERODES EL GRANDE II

Por José Belaunde M.
Para no alargarnos demasiado en el relato de los crímenes de Herodes el Grande, diremos, resumiendo, que él fue un desalmado cuyo reinado estuvo jalonado por las peores crueldades y hechos de sangre, incluso contra su propia familia. La matanza de los inocentes de Belén es un incidente menor comparado con sus otras maldades. (Nota 1)
Como gobernante él fue un gran organizador, astuto y sin escrúpulos. Conocía a los hombres y sabía cómo usarlos. Era sin duda un líder nato. Se ganó la admiración de los romanos por sus habilidades políticas y por sus cuantiosos aportes económicos, robados mediante impuestos altísimos a su pueblo. En su propio reino él estaba contra todos, y todos estaban contra él, pero no obstante sus muchos enemigos, se mantuvo en el trono durante 34 años, lo que pone en evidencia su enorme capacidad de maniobra. Su enfermedad final le trajo grandes sufrimientos, al punto que intentó sin éxito suicidarse. Pero se volvió cada día más irritable e impaciente.
Estando a punto de morir, y siendo conciente de que el pueblo no lo amaba y no lloraría su muerte, se propuso obligar a la población a que hubiera mucho llanto. Para ello convocó a gran número de los hombres principales de su reino y los reunió en el hipódromo que él había construido, dando orden de que cuando él muriera, los arqueros se apostaran sobre las tribunas y mataran a flechazos a todos los que había convocado. De esa manera se aseguraría que en el país hubiera un gran lamento con ocasión de su muerte. Felizmente, cuando murió su hermana Salomé revocó la funesta orden.
Sin embargo, ¡oh ironía! este mismo Herodes fue quien reconstruyó el templo de Jerusalén, dándole una grandiosidad mayor de la que había tenido el templo de Salomón, y superando su antiguo esplendor. Con frecuencia los constructores de grandes templos han sido grandes impíos. Es que los edificaban para su propia gloria, no para la de Dios, que no habita en templos de construcción humana, y cuyo Hijo escogió como primera morada en la tierra una humilde covacha.
En Juan 2:20 se dice que había tomado 46 años edificar el templo (hasta ese momento), pero en realidad fueron más años, pues la construcción, que comenzó el año 19 AC, terminó sólo el año 63 DC, siete años antes de su destrucción por los romanos, es decir, 82 años en total.
Preguntémonos: ¿Se agradaría Dios de ese gran templo lujoso, con sus piedras recubiertas de oro, agrandado y embellecido por un impío? ¿No representaba más bien ese templo, con sus comerciantes y cambistas (Jn 2:13-17), sus sacerdotes calculadores, intrigantes y serviles frente al poder romano, la intromisión de Satanás en el culto al Dios verdadero? No es sorprendente que sus ministros complotaran contra Jesús, ni que Jesús predijera que de ese templo no quedaría algún día piedra sobre piedra (Lc 21:5,6).
Herodes sembró sus territorios de grandes construcciones, además del templo de Jerusalén. Para no enumerar sino sus obras principales, reconstruyó la fortaleza que estaba en la esquina noroeste del templo, a la que llamó “Torre Antonia”; edificó varias poderosas fortalezas en su territorio, entre ellas la famosa Masada, cerca del Mar Muerto, donde tuvieron su último refugio los zelotes rebeldes después de la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70. Para disgusto de los judíos reconstruyó el templo y la ciudad de Samaria, a la que llamó Sebaste, en honor de Augusto (su nombre en griego); dotó a la torre de Strato en la costa de una gran bahía artificial, convirtiéndola, con el nombre de Cesarea, en el puerto más grande de su reino (que es nombrado varias veces en el Nuevo Testamento y donde estuvieron Pedro y Pablo más de una vez. Los romanos escogieron a Cesarea como capital de la provincia). Pero también construyó Herodes edificios fuera de su reino, en varias ciudades griegas, incluyendo templos a dioses paganos, algo que los fariseos no le perdonaron.
Para esta enorme obra edilicia él contaba con grandes recursos personales, pero también con las fuertes cargas impositivas con que oprimió a su pueblo. Conciente del descontento que esta política provocaba, remitió parte de los impuestos en dos ocasiones, y tomó medidas enérgicas para aliviar la hambruna del año 25 AC, causada por las malas cosechas, incluso vendiendo la vajilla de oro de su palacio. Pero ninguna de esas medidas le ganó el favor popular.
En el desarrollo posterior de la historia vemos cómo el linaje de Herodes siguió haciendo la guerra al reino de los cielos. Muerto el fundador de la dinastía real, José, esposo de María, que había huido a Egipto con el niño y su madre para escapar de Herodes, decidió regresar a Israel, pero no quiso establecerse en Belén por temor a Arquelao (Mt 2:21-23). Este hijo de Herodes el Grande superaba, en efecto, en crueldad a su padre, si es posible. Tuvo un final triste muriendo en el destierro, porque fue destituido por los romanos y sustituido por un prefecto, debido a las quejas continuas de sus súbditos. Su presencia en el trono fue uno de los factores que, en la Providencia de Dios, decidieron que Jesús creciera en Galilea y empezara allí su ministerio.
Otro hijo, Herodes Antipas, (llamado así en recuerdo de su abuelo Antipáter) tetrarca de Galilea, hizo encarcelar y luego decapitar a Juan el Bautista, a instancias de su mujer Herodías y de su hija, Salomé. Se recordará que ésta agradó tanto a Antipas con su baile sensual que el rey le prometió que le daría lo que le pidiera, aunque fuera la mitad de su reino, a lo que la muchacha, aconsejada por su madre, le pidió que le trajeran la cabeza de Juan Bautista en un plato (Mr 6:14-29) (2). Antipas hubiera querido también matar a Jesús, según le dijeron unos fariseos (Lc 13:31), pero no se atrevió a hacerlo. Antipas pensaba que Jesús podía ser el Bautista que había resucitado (Mr 6:14,16). Los partidarios de este Herodes complotaron con los fariseos para perder a Jesús (Mt 22:15,16; Mr 3:6). Él es el mismo que recibió a Jesús, enviado por Pilatos, el día de la Pasión, y se lo devolvió después de maltratarlo y burlarse de él, haciéndose de esa manera cómplice en su pasión y muerte (Lc 23:6-11).
Su sobrino, Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, hizo matar a Santiago, el hermano de Jesús, y encarceló con el mismo propósito al apóstol Pedro, aunque no pudo lograr su cometido (Hch 12:1-19). Según narra el libro de los Hechos, él murió comido de gusanos por haber aceptado ser exaltado como si fuera Dios (12:20-23).
El linaje de Herodes volvió a rozar la historia del Evangelio, según una mención fugaz del libro de los Hechos, cuando empezaba a predicarse la nueva fe a los gentiles: Entre los profetas y maestros del entorno de Pablo en Antioquia había un tal Manaen, que era hermano de leche de Antipas. Al menos el hijo de una nodriza (es decir, de una doméstica) brilla con luz pura en el negro celaje de esa casa real (13:1). (3)
Por último, un bisnieto, Herodes Agripa II, que convivía con su media hermana, Berenice, visitando al gobernador romano en Cesarea, oyó la apasionada defensa que Pablo hizo de su inocencia, pero no tomó en serio la invitación que Pablo le hizo de que se convirtiera. (4)
Observemos también en el relato de los magos cómo los principales sacerdotes y los escribas, a quienes Herodes convocó para averiguar dónde había de nacer el Mesías, le contestaron inmediatamente y sin dudar: "En Belén", citando correctamente la profecía que lo anunciaba (Mt 2:4-6; Mq 5:2). Sabían dónde debía nacer el Mesías, pero, en realidad, no lo esperaban ni se alegraron con el anuncio de los magos, pues ninguno de ellos los acompañó a ir a buscar al niño para adorarlo. ¡Con qué frecuencia el conocimiento erudito de las Escrituras no está acompañado de fe! Tenían el conocimiento, pero ese conocimiento se había quedado en su mente y no había bajado al corazón.
Supongamos que se divulgara en nuestros días la noticia de que Jesús había descendido a la tierra y que estaba en tal lugar. Seguramente muchísima gente, incluso los incrédulos, azuzados por la curiosidad, correrían a verlo. Pero supongamos que los cristianos no se movieran para buscarlo, como si les fuera indiferente. ¿Qué clase de cristianos serían? Falsos cristianos, cristianos sólo de nombre. Los magos habían dicho que habían visto la estrella del futuro rey de los judíos que había nacido, el Mesías que todo el pueblo ansiosamente esperaba. Pero los escribas y los fariseos aparentemente no lo esperaban ni les importaba, porque no dieron un paso para ir a verlo. A menos que tuvieran miedo de que Herodes tomara a mal su interés por verlo.
Además de los magos hubo otro grupo que acudió a adorar al niño Jesús: los pastores de Belén, cuya historia se narra en el capitulo segundo del Evangelio de San Lucas. Es muy instructivo comparar lo que se dice, o está implícito, en los relatos de ambos: los pastores eran unos ignorantes, no sabían leer, no habían estudiado; los magos, en cambio, eran sabios astrónomos que estudiaban el movimiento de los astros en el cielo, y que habían observado, no sabemos cómo, una estrella que anunciaba el nacimiento del esperado rey de los judíos (5). Los pastores eran pobres, dormían en el descampado, al aire libre; los magos traían tesoros, oro, incienso y mirra. Los pastores estaban cerca; los magos vinieron de lejos. Fueron ángeles los que encaminaron a los pastores a Jesús; una estrella misteriosa guió a los magos (nótese que, en aquella época, mago era sinónimo de astrólogo). Los pastores vinieron rápido y de frente al pesebre; los magos demoraron y se desviaron en el camino (6).
¿Quiénes vinieron rápido? Los pobres, los ignorantes. ¿Quiénes se demoraron? Los sabios. ¿No nos dice nada eso? San Pablo escribió: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1Cor 1:26-29).
¿Quiénes eran los cristianos de Corinto a los que Pablo dirige esa carta? Lo vil y lo menospreciado de esa ciudad. Así que si tú eres vil y menospreciado, ignorante y pobre, di ¡aleluya! porque Dios puede usarte, ya que Él escogió para su obra a lo vil y menospreciado, a lo que el mundo mira de reojo y con desprecio. A ésos escogió Dios, no a los sabios y a los importantes. Es cierto que a veces escoge a algún sabio, como fue el caso de Pablo, que era un hombre docto. Pero si no posees mucha sabiduría del mundo, tú eres un candidato para que Dios te use. ¿Qué es lo que necesita Dios? Un corazón dispuesto. Y si tú no te consideras capaz, Él te capacita. Dios te dará la sabiduría necesaria, si se la pides, como dice Santiago 1:5. Y aun si tú fueras tartamudo, Él puede hacer de ti un predicador elocuente. Lo que Dios necesita es que estemos abiertos a la acción de su gracia.
La primera frase que se pronuncia en el relato de los pastores es: “Os ha nacido... un salvador.” (Lc 2:11) La primera frase que se pronuncia en el segundo relato es la pregunta de los magos: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?" (Mt2:2). Lo propio de los sabios es inquirir, investigar. El sabio es un buscador de la verdad, pero a los simples, la verdad les es revelada.
Dios necesita de unos y de otros. Pero por encima de la ignorancia y de la sabiduría, lo que a Dios le interesa es la humildad. Tengas muchos títulos académicos o ninguno; tengas muchas o pocas habilidades, Dios ve tu corazón. Si eres humilde, atraerás su favor. Pero si eres soberbio, como dice la Escritura, Él te mirará de lejos (Sal 138:6), y no querrá tener nada contigo, ni tú con Él, porque pensarás que no lo necesitas. Sólo cuando te hayas humillado delante de Él y reconocido tu indignidad, Él te levantará y llamará a ocupar uno de los primeros lugares en el banquete de su reino.

Notas: 1. Emil Schürer, en su “Historia del Pueblo Judío en Tiempos de Jesucristo”, dice de ese malvado lo siguiente: “Herodes había nacido para gobernar. Dotado por la naturaleza de un cuerpo fuerte, capaz de soportar la fatiga, se acostumbró desde temprano a toda clase de privaciones. Era un jinete hábil y un cazador osado. Era temible en las contiendas pugilísticas. Era un lancero infalible y sus flechas rara vez erraban el blanco. Experimentado en el arte de la guerra desde muy joven, a los veinticinco años ya había cosechado fama en la expedición contra los ladrones de Galilea. En una etapa posterior de su vida, traspasado el umbral de los sesenta años, condujo personalmente la campaña contra los árabes. Pocas veces el éxito le dio la espalda cuando él mismo condujo una expedición militar.”
“Su carácter era violento y apasionado, brusco e inflexible. Los sentimientos delicados y las emociones tiernas eran ajenas a su naturaleza. Cuando sus propios intereses parecían exigirlo, manejaba los asuntos con mano de hierro, y no tenía escrúpulos en derramar ríos de sangre para alcanzar sus objetivos. No perdonó ni a sus familiares más cercanos, ni a la mujer que amaba apasionadamente, cuando la necesidad o el deseo lo impulsaron.”
“Era, por lo demás, muy astuto y habilidoso, rico en estratagemas. Comprendía muy bien qué medidas era necesario tomar para adaptarse a las circunstancias cambiantes del momento. Pero así como era duro e inmisericorde con los que caían bajo su férula, era adulón y servil con los que estaban en los lugares altos. Su mirada era amplia y su juicio suficientemente agudo para percibir que en las circunstancias del mundo en que vivía nada se podía alcanzar sin la ayuda y el favor de los romanos. Fue por tanto un principio invariable de su política aferrarse a su alianza con el imperio bajo todas las circunstancias y cualquiera que fuera el costo, y sabía cómo lograrlo inteligente y exitosamente.”
“Todas estas características de su naturaleza estaban movidas por una ambición insaciable. Todas sus astucias y esfuerzos, todos sus planes y acciones, apuntaban a un fin: extender su poder, sus dominios y su gloria. Las dificultades y los obstáculos no eran para él sino un estímulo para emplearse más a fondo. Este esforzarse infatigable y sin respiro lo acompañó hasta su edad avanzada.”
2. Herodías, nieta de Herodes el Grande, estuvo casada primero con su tío, Herodes Filipo, hijo del primer Herodes, pero lo dejó para casarse con su cuñado Antipas. Ese matrimonio contrario a la ley de Moisés, fue objeto de las denuncias de Juan Bautista.
3. En esa época, y hasta tiempos recientes, era frecuente que las grandes damas que no querían tomarse la molestia de dar de lactar a sus hijos, encargaran esa tarea a una sirviente o esclava vigorosa, que hubiera dado a luz recientemente, para que lo amamantara junto con su propio hijo. A esas criaturas se les llamaba en el Perú “hermanos de leche”, porque habían bebido del mismo seno. ¿Qué podía hacer que una mujer se privara de la dicha de amamantar personalmente a su criatura? Salvo que hubiera motivos de salud, sólo consideraciones frívolas como el temor de que la lactancia afee sus pechos, o el deseo de conservar la libertad necesaria para seguir participando sin trabas en la vida social.
4. Si tomaba en serio las advertencias de Pablo, hubiera tenido que separarse de su esposa y medio hermana. La familia de Herodes mostró una curiosa tendencia a las relaciones incestuosas, que eran abominación para los judíos piadosos.
5. Dado que los judíos habían residido durante el exilio en Babilonia y en Persia, de donde provenían probablemente los magos, es posible que los habitantes de esos países les hubieran oído hablar de la esperanza que ellos tenían en un rey que sería ungido para salvarlos de sus enemigos.
6. Con frecuencia los que buscan a Dios con el intelecto se extravían en el camino.

Bibliografía: Aparte de la información que proporcionan los evangelios sinópticos y el libro de los Hechos de los Apóstoles, he consultado los siguientes libros: “New Testament History” de F.F. Bruce; “In The Fullness of Time” de Paul L. Maier, la historia de Schürer mencionada más arriba, así como algunos diccionarios y enciclopedias bíblicas. Sin embargo, buena parte de la cuantiosa información que consignan esos libros procede de dos obras del historiador judío Flavio Josefa, que son imprescindibles para el conocimiento de la época: “Las Antigüedades de los Judíos” y “Las Guerras de los Judíos”.

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