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jueves, 14 de enero de 2016

QUIÉN ES EL MAYOR (B)

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
QUIEN ES EL MAYOR (B)
Un Comentario de Lucas 9:46-48
Aunque acabo de publicar un artículo con el mismo título ("Quién es el Mayor" No. 880, 10.05.15), basado en el pasaje paralelo de Mateo, publico el presente texto, basado en Lucas, -e impreso originalmente hace once años- para que pueda verse cómo pueden escribirse comentarios relativamente diferentes, y sacarse, hasta cierto punto, diferentes conclusiones, sobre un mismo episodio.
46. "Entonces entraron en discusión sobre quién de ellos sería el mayor".
Jesús acaba de hablarles de su muerte y ellos, como hemos visto, tapan inconscientemente con el velo de su incomprensión, el significado de sus palabras para no verlas. Sin embargo, esas palabras, aunque contrarias a sus ambiciones y expectativas, les evocan la esperanza de la próxima venida del reino de Dios. Y como reino supone cargos, posiciones, promociones y honores, el gusanillo de la rivalidad levanta su cabecilla y los inquieta (Nota 1)
Cuando hay cargos y honores, hay jerarquía. Inevitablemente a uno le tocará el primer lugar. ¿Quién de ellos será? "Me toca a mí por tal motivo". "No, a mí por tal otro". Empiezan a disputar por el reparto de las ganancias de la leche aún no vendida -según la conocida fábula-, sin adivinar que el cántaro lleno se quebrará antes de llegar a venderse. ¡Cuánta verdad hay en el dicho de Jeremías sobre lo perverso del corazón! (Jr 17:9)
Jesús los ha llamado a seguirlo en una misión superior, trascendente, que implica el sacrificio de su propia vida, y ellos están pensando en las ventajas personales que pueden obtener, en el poder del que pueden gozar. Es casi como si hicieran anticipadamente un festín sobre los despojos mortales de su Maestro.
¿Pero no somos nosotros muchas veces así? ¿No hacemos de la iglesia el ring de box de nuestras ambiciones? ¿No nos disputamos los cargos, la preeminencia, el púlpito, el pastorado? ¿No estamos dispuestos a vender a nuestro Maestro por las monedas inmundas de los homenajes y de los primeros lugares?
Este pequeño episodio no es tanto una historia como una pintura de nuestros  corazones, y un adelanto de lo que empezaría a suceder pronto en la iglesia que Jesús fundaría. Y está allí no para que critiquemos a los apóstoles, sino para que miremos dentro de nosotros mismos, para que descubramos las raíces de nuestras ambiciones personales, y nos corrijamos. Porque si no lo hacemos Jesús lo hará y nos avergonzará algún día públicamente.
47. "Y Jesús, percibiendo los pensamientos de sus corazones, tomó a un niño y lo puso delante de Él."
Él conocía lo que había en los corazones de sus discípulos más allá de lo que expresaban sus palabras. Jesús sabe siempre qué es lo que realmente perseguimos cuando expresamos nuestra opinión, o sostenemos una idea, o defendemos una causa. Sabe qué propósito verdadero se oculta detrás de nuestro lindo discurso, conoce nuestras intenciones (Hb 4:12) ( 2 ). Todos protegen sus intereses, defienden sus ambiciones sin reconocerlo. Pero Dios lo sabe todo.
Jesús tenía una manera sutil de arrancarles la máscara a sus discípulos sin que les duela. Como ejemplo de su enseñanza les pone delante un niño, un pequeño a quien  los adultos no suelen dar importancia. ( 3 )
48. "Y les dijo: Cualquiera que reciba a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y cualquiera que me recibe a mí, recibe al que me envió; porque el que es más pequeño entre todos vosotros, ése es el más grande."
Si un gobernante o un hombre importante desea enviar a otro de su mismo rango un mensajero, un embajador, ¿a quién escogerá? Al más distinguido de sus colaboradores, sin duda. Jesús nos envía para que lo recibamos en su nombre como embajador suyo, no al más distinguido, o al más importante de sus seguidores según el mundo, sino a un niño. El niño lo representa, porque dice: "Si alguno lo recibe en mi nombre, a mí me recibe." Los que son como niños son, en última instancia, en la jerarquía de valores de Jesús, más importantes que los que se precian de sus logros, o que los que el mundo más admira.
Pero no sólo al niño nos envía Jesús, también nos envía al enfermo, al pobre, al desvalido, al descastado. Si los recibimos en su nombre, a Él lo recibimos, porque es Él quien nos los envía. (Mt. 25:37-40) ¡Oh, no le cierres la puerta de tu casa al pobre, al humilde, al zarrapastroso! Interrógalo para saber qué es lo que quiere, trátalo bien aunque te cueste, y si piensas que su necesidad es verdadera, recíbelo, es decir acoge benévolamente su pedido, y dale algo de lo tuyo –una moneda, un pan, una fruta o, por lo menos, una sonrisa porque es Jesús quien te tiende la mano. No lo trates mal, no lo despidas con dureza, no vaya a ser que en el día del juicio Jesús te lo recuerde delante de todos y, sonrojado, te avergüences.
Jesús añade: el que me recibe a mí, recibe al que me envió, esto es, a mi Padre. ¿Despreciarías tú a Dios? Pues eso haces cuando desprecias a los que Él te envía. Él te envía a los pobres y humildes con un buen motivo: para probar tu corazón. Para probar si tienes sentimientos semejantes a los suyos, si eres capaz de mirar por encima de las apariencias, por encima de la miseria de las realidades humanas, a la gloria de su Redentor que se esconde tras ellas.
A veces despreciamos al que quiere darnos un buen consejo, porque nosotros somos los dueños de la verdad, y no necesitamos que venga nadie a enseñarnos. ¿No reaccionamos a veces así? "Nosotros ya sabemos eso; lo hemos estudiado, lo dominamos", pensamos. Pero Dios quiere que abramos los ojos a ciertas verdades que desconocemos, que seamos conscientes de nuestra ignorancia y, para ello, nos envía a un hermano humilde, a un niño, a uno que es ignorante como niño. ¿Qué sabe él? Sabe lo que el Espíritu le sugirió que te dijera. Y tú, gran sabihondo, lo desprecias.
Por último, Jesús corta por lo sano sus ambiciones, y junto con las de ellos, las nuestras: "Este niño que veis aquí, este inocente que nada pretende porque es humilde, es el mayor entre vosotros".
En el reino de los cielos los papeles están invertidos. El mayor es el menor, y el menor, el mayor; el primero es el último; y el último, el primero. Y el ambicioso queda por los suelos.
Él nos ha llamado a que nuestra meta sea servirlo, borrándonos nosotros; a que nuestra mayor ambición sea pasar desapercibidos, desempeñar el rol más humilde. Para el que voluntariamente se reserva ese papel, reserva Dios la corona más bella. ¿Quieres tú que un día adorne tu cabeza? No quieras ponerte ahora corona alguna. Más bien deséchalas todas y ponte al final de la cola, en el lugar que nadie pretende.
Si Él quisiera que pases adelante, a un lugar prominente, que sea Él quien te llame, no hagas tú nada por ocuparlo. No te disputes los primeros asientos en el banquete. Espera más bien que a los demás les sirvan antes de servirte tú. Y da gracias por el honor que se te confiere de ser el último. (4) (13.06.04)
Notas: 1. A veces pienso que la sola mención de su muerte que Jesús, por lo demás, ya había hecho antes- les evoca, como en una reacción inconsciente de rechazo, el pensamiento de la victoria sobre sus opresores romanos que ellos esperan que Jesús logre, y se aferran a esa idea para no admitir que los proyectos de Jesús puedan ser contrarios a sus deseos y esperanzas. Está en la naturaleza del corazón humano reaccionar de esa manera frente a lo que no deseamos.
2. Qué profundo y qué peligroso, en cierta manera, es el hecho de que Dios sepa siempre lo que hay en nuestros corazones, que no podamos engañarlo. Porque muchas veces, engañándonos a nosotros mismos, queremos engañarlo a Él, justificándonos. Pero, ¿quién podría hacerlo si de antemano estamos condenados, y sólo nos salvamos por su misericordia?
3. Marcos, de paso, nos da el precioso detalle de que al traer al niño Jesús lo tomó cariñosamente en sus brazos (Mr 9:36). Pero la escena muestra, de paso, que había entre sus discípulos, mujeres que lo seguían con sus niños, pues sin sus madres ellos no estarían allí.
4. El Evangelio de Marcos, que narra con más detalle este episodio (Mr 9:33-37), puntualiza que Jesús preguntó a sus discípulos sobre qué estaban discutiendo, y ellos no se atrevieron a decirle cuál era el motivo, obviamente porque tenían vergüenza de que Jesús lo supiera. Ellos sabían que hacían mal al disputarse los primeros puestos. Ya lo que habían escuchado enseñar a su Maestro, y su sola compañía les había hecho comprender que Él condenaba la ambición. Pese a ello, su carne, es decir, su orgullo y su deseo de destacar, era más fuerte que su docilidad a las enseñanzas de su Maestro. Pero Jesús, que se cuidaba tanto de no herir los sentimientos de nadie, no los corrige directamente, sino lo hace por medio de un ejemplo, tomando a un niño en sus brazos. ¡Qué vergüenza deben haber sentido de haber discutido sobre un tema que quisieron ocultar! ¡Pero también cuán profundamente debe haber calado en su espíritu la enseñanza que Jesús les dio suavemente ese día cuando, una vez muerto, la recordaron! Porque en ese mismo momento, por lo que viene en los versículos siguientes de Lucas -que veremos otro día-, no parece que la hubieran entendido: El que quiera ser el primero, hágase el siervo de todos.
Hay pocas enseñanzas de Jesús que hayan sido más descuidadas y contradichas en la práctica por nosotros, los cristianos, a lo largo de los siglos que ésta, porque todos quieren ocupar los primeros puestos.
Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para t i y servirte."

#885 (14.06.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 27 de febrero de 2014

HAY OTRA INFIDELIDAD DE LOS OJOS

Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo
Hay otra infidelidad de los ojos a la que las mujeres locamente son proclives y,
en particular, es cierto, las mujeres del mundo. Quizá las mujeres de la iglesia no, pero pudieran caer en esa tentación, y por eso creo conveniente advertirles que deben guardarse celosamente de esa infidelidad. Es la infidelidad de los ojos ajenos. ¿Qué cosa quiero decir con eso? La mujer casada que se viste de una manera vistosa, atrevida; que luce ciertas partes de su cuerpo, inevitablemente atrae las miradas y los pensamientos codiciosos de los hombres. En ese caso la mujer se hace culpable de los pensamientos y deseos que ella provoca. ¿Para quién se viste la mujer en esos casos? ¿Para su marido? No, para las miradas de otros, y, como he dicho, en esos casos ella es culpable de los pensamientos que provoca con su manera de vestirse. ¡Guarda tu belleza, tu atractivo, para los ojos de tu marido! ¡Escóndela de los lobos, para que su aliento fétido no te contamine! Sabemos muy bien lo que la palabra de Dios dice al respecto. Vamos a 1ª de Pedro 3:3-5, ¡y hay tanta sabiduría en este pasaje! “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro, o de vestidos lujosos (parece que esto lo hubieran escrito pensando en el siglo XX o XXI, de los desfiles de moda) sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estima delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sometidas a sus maridos”. Pablo dice algo semejante. ¿Por qué será que la
Palabra habla de esto con gran insistencia? Porque tiene una gran importancia.
(Págs. 187 y 188, Editores Verdad y Presencia, Telf. 4712178)


martes, 2 de noviembre de 2010

SIMPLICIDAD

Por José Belaunde M.

"Porque nuestra gloria es esta: el testimonio de nuestra conciencia, que con simplicidad (1) y sinceridad de Dios, no con sabiduría humana, sino con la gracia de Dios, nos hemos conducido en el mundo y mucho más con vosotros." (2Cor 1:12)

Una de las virtudes más celebradas de la espiritualidad antigua es la simplicidad. ¿En qué consiste la simplicidad cristiana? En no tener otro propósito en la vida sino agradar a Dios y que esa sea la finalidad de todos nuestros actos.

La historia de Marta y de María es ejemplar en este sentido. El propósito de Marta, tal como aparece en la narración de Lucas, era digno de encomio: Ella quería atender a Jesús como huésped de la manera más apropiada.

Pero Jesús la reconvino suavemente: "¡Marta, Marta! Estás preocupada de muchas cosas..." (Lc 10:41).

¿Cuáles serían? Que los cubiertos y el mantel estén bien limpios, que la mesa esté bien servida, que los diferentes platos de comida estén a punto y deliciosos..., como se preocupa cualquier buena ama de casa cuando tiene invitados.

Pero todas estas preocupaciones la desviaban de lo principal: escuchar a Jesús, poner sus ojos en Él.

"Una sola cosa es necesaria. María ha escogido la mejor parte y no le será quitada." (v. 42).

¿Qué había escogido María? Ella no trataba de quedar bien con Jesús. No trataba de agradar a los demás huéspedes. Ella sólo tenía un objetivo: Beber las palabras de Jesús; beber su rostro con la mirada.

Eso era lo más importante y no le sería quitado.

¿Cuántas de nuestras ocupaciones preferidas, o de las actividades con que nos ganamos la vida, nos serán algún día quitadas, sea porque nos cambian de puesto en el trabajo o porque nos despiden?

¿O si se trata de alguna obra cristiana o de un ministerio, porque en la iglesia hay un cambio de orientación, o de liderazgo, o de colaboradores?

¿O simplemente porque me mudo de casa y me voy a vivir a otro barrio, lejos de mis amistados y relaciones?
Pero a María Jesús le dice: Esto no te será quitado.

Cualquiera que sean los cambios radicales que pueda experimentar mi vida, una cosa puede permanecer siempre porque no depende de las circunstancias exteriores: Poner mis ojos en Jesús.

Es un asunto de la voluntad y de la atención.

La simplicidad es pues una forma de amor sobrenatural que hace que la meta de todos nuestros actos y de todos nuestros pensamientos sea agradar a Jesús.

El autor de Hebreos lo expresa bellamente: "Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe" (Hb 12:1,2).

Tú puedes estar involucrado en muchos trabajos, en muchas labores espirituales, en muchos ministerios, y puedes estar corriendo para alcanzar tus metas. Pero todo eso puede ser una pérdida de tiempo, una desviación del camino, si no lo haces para agradar a Dios.

Si tú te empeñas en quedar bien con tu líder -algo en sí bueno- o en cumplir concienzudamente tus metas ¿Por qué lo haces? ¿Para agradar a tu líder, para sentirte satisfecho contigo mismo, o para agradar a Dios? Si lo haces principalmente para agradar a tu líder o a tu pastor, aunque te feliciten y te promuevan, tu éxito y el buen resultado que obtengas valen poco.

"¿Busco yo agradar a los hombres?" pregunta Pablo (Gal 1:10).

Pero si tu Norte es sólo agradar a Dios, sin cuidarte de lo que los hombres piensen de ti, irás derecho y rápido a la meta, porque tendrás su ayuda en grado sumo. También tendrás pruebas. Pero eso es ya otro asunto.

¿Qué estás buscando en el ministerio cristiano? ¿Destacar y ser uno de los preferidos, de los más conocidos y admirados en tu iglesia o en tu ciudad?

Si ése es el caso estás persiguiendo una meta irrisoria y vana, estás sirviendo a un líder de poca importancia. Tu objetivo es demasiado pequeño para la eternidad. El fuego lo quemará un día y se revelará que fue sólo paja (1Cor 3:12-15).

Jesús dijo: "Una sola cosa es necesaria". No dijo una sola cosa es conveniente.

Todo lo demás puede ser conveniente: que te feliciten, que te aprecien, que estén contentos contigo, es conveniente pero no es necesario.

Cuando viajamos ¿llevamos lo conveniente o lo necesario en la maleta? Lo conveniente puede ser que nos estorbe. Esta vida es un viaje a la eternidad. Todo el equipaje que llevemos de más, sobra y estorba. Una sola cosa es necesaria, agradar a Dios. Eso da valor eterno a todo lo que hacemos, aun a lo que carece de importancia, aun a las cosas más nimias.

Podemos estar llevando una vida convencional, trivial, rutinaria, que no se distingue en nada especial, y estar ocupados en un oficio de lo más ordinario y banal. Pero si todas nuestras acciones en esa actividad las hacemos tratando de agradar a Dios y teniendo en mente ese propósito, el más pequeño de nuestros actos puede tener a los ojos de Dios un valor mucho mayor que una hazaña que acapare los titulares de los diarios. No ganaremos nunca un premio Nobel, pero recibiremos una corona gloriosa en los cielos, mucho mayor que la de muchos hombres que se cubrieron de gloria en la tierra y cuyos nombres estaban en boca de todos. La frase de Jesús: "Los últimos ser primeros" (Mt 19:30) tiene también aplicación en este caso.

Notemos que el texto que citamos al comenzar dice: "con simplicidad y sinceridad de Dios". Dios, siendo infinito, es simple porque es perfecto. No hay complicaciones en Él. Los seres humanos somos complicados y las mujeres lo son aún más (dicen los hombres).

Nuestra complejidad es resultado del pecado. Nuestra complejidad está tejida de egoísmo.

Jesús dijo: "Sed simples como palomas y cautos como serpientes" (Mt 10;16).

La paloma es un emblema de la simplicidad. También lo es del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es simple. Por eso se contrista fácilmente (Ef 4:30).

Cuando somos complicados en nuestro lenguaje no llegamos con facilidad a nuestros oyentes y a la gente.

¿Habrá habido un predicador más simple que Jesús? Tratemos de imitarlo.

Los niños son simples y su mirada es directa. No tienen segundas intenciones. Por eso su mirada se roba nuestros corazones.

Se roban también el corazón de Dios. Por algo Jesús dijo que de los niños y de los que son como niños es el reino de los cielos (Mr 10:14,15).

No dijo de los sabios, no de los laureados, no de los más inteligentes ni de los más virtuosos, sino de los que son como niños. ¿Qué habrá en eso de ser como niño que agrada tanto a Dios?

La simplicidad de corazón.

Pero también agrada a los hombres. La mirada directa, simple de un adulto, hombre o mujer, nos atrae instintivamente. Pero las miradas de los adultos por lo general son opacas, turbias, no transparentes, ocultan lo que está detrás de los ojos, en la mente. Como la gente que lleva puestos anteojos oscuros que no dejan ver su mirada. Se los ponen, creo yo, porque no quieren que adivinemos lo que piensan. Instintivamente desconfiamos de ellos.

La verdadera sabiduría es simple. Los filósofos paganos de la antigüedad escribieron elocuentemente acerca de las virtudes, pero no las practicaban. Las conocían porque sabían muy bien qué era lo que les faltaba. Posiblemente los que menos las practicaban eran los que más las elogiaban. Eso aplacaba sus conciencias.

Pero ni la humildad ni la simplicidad figuraban en el elenco de sus virtudes. Al contrario, para ellos la humildad era un defecto, una bajeza indigna del ciudadano. Era algo reservado para los esclavos.

Sólo Cristo reveló a la humildad como una virtud. Y aun peor -en el criterio pagano- la elogió aunada a la mansedumbre: "Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón" (Mt 11:29).

Los dioses paganos eran arrogantes. Se peleaban y competían entre sí. Pero Jesús se humilló a sí mismo tomando forma de siervo, porque, aunque era Dios, se hizo obediente hasta la muerte. A eso lo llama Pablo: la locura de la cruz, un escándalo para los judíos y una locura para los gentiles o paganos. (1Cor 1:23).

¿A quién obedeció Jesús en el Calvario? A sus jueces y a sus verdugos. Unos más impíos que otros.

"Como cordero fue llevado al matadero..." (Is 53:7). Este es el colmo de la mansedumbre.

Él obedeció a los que eran muchísimos menos que Él porque en la simplicidad de su corazón sólo buscaba agradar a Dios, su Padre, y hacer su voluntad (Jn 4:34;5:30;6:34).

En la simplicidad de nuestro corazón ése debe ser nuestro principal objetivo.

La simplicidad destierra toda preocupación sobre los medios para agradar a Dios, toda preocupación acerca de las estrategias para alcanzar nuestras metas.

No quiero yo decir que no haya métodos y estrategias que emplear para ganar almas y consolidarlas en el Reino. Eso tiene ciertamente su lugar. Pero es secundario respecto de lo principal.

Si no es el puro y simple amor a Dios lo que nos impulsa a ganar almas, todas nuestras palabras y todos nuestros esfuerzos tendrán poco éxito, porque los medios y motivos humanos en este campo son inútiles.

No hay técnica más eficaz para llegar al corazón de los perdidos que el amor "no fingido" (1P 1:22). El amor fingido, el amor que se esfuerza por parecer lo que no es, no penetra la coraza de la desconfianza humana. Pasado el primer efecto que puede producir la elocuencia, la emoción se desvanece. Sólo el amor puede traspasar la barrera que las desilusiones o los vicios han levantado alrededor del corazón de los perdidos.

Si somos simples de corazón iremos de frente al corazón del pecador, como ocurría con las palabras y la mirada de Jesús.

Si somos simples de corazón tampoco nos preocuparemos de lo que la gente piense acerca de nosotros, sea bien o sea mal. Al contrario, si somos despreciados estaremos contentos, porque Jesús lo fue antes que nosotros. Y si lo somos compartimos su suerte. Si somos perseguidos por su causa nos consolamos con el galardón celestial que se nos ha prometido (Mt 5:10-12).

¿Qué fue lo que escribió Pablo? Que si padecemos con Él, seremos glorificados con Él...a su tiempo. (Rm 8:17).

La simplicidad nos permite ser indiferentes a la alabanza y a la crítica. La primera la agradecemos con toda simplicidad, sin falsa modestia. La segunda aún más, porque nos enseña a ser humildes.

Pero ¿a cuántos las críticas les molestan, los impacientan, los ofenden? Los inquietan porque, en el fondo, detrás de la fachada de arrogancia, son inseguros.

Les molestan porque necesitan ser constantemente alabados. Su yo inseguro requiere del bálsamo de la adulación para sentirse bien.

Los ofenden porque tienen una muy tenue buena imagen de sí mismos y todo lo que perturba esa frágil imagen lo toman como agresión.

Pero si nos contentamos con agradar a Dios, no nos molestan nuestras deficiencias y nuestros defectos. Nos basta tener nuestra suficiencia en Dios que todo lo puede... a pesar de nuestros defectos, porque sabemos que a despecho de nuestras deficiencias, Él obra a través nuestro.

Si uno sabe que ha hecho lo que tenía que hacer, y que la finalidad de todos sus actos es servir a Dios, no le importa lo que la gente piense de él, porque la única opinión que realmente cuenta es la de Dios. Y aunque uno nunca puede satisfacer las demandas de Dios, sabemos que si actuamos con rectitud de conciencia Él suplirá lo que nos falta.

La virtud de la simplicidad evita ofender a las personas en la conversación, porque es conciente de que aún con nuestras palabras debemos amarlas.

Sin embargo, si alguna vez, por excesiva franqueza, uno se expresara de una manera que pudiera hacerlo quedar mal ante los demás, que pudiera desmerecerlo, no se inquieta por ello, sabiendo que todo está en manos de Dios, incluso la opinión que otros tienen de uno.

La simplicidad nos permite alabar a Dios y darle gracias en todas las circunstancias y por todo lo que nos suceda, aunque sea doloroso, o desagradable, o contrario a nuestros intereses, pensando que nada ocurre sin que Dios lo permita. Y si Él lo permite por alguna buena razón será... que ahora no vemos.
La simplicidad ve a todas las personas, malas o buenas, creyentes o incrédulas, amigas u hostiles, reposando en el regazo de Dios que las creó, y que las ama tal cual son, así como nos amaba a nosotros antes de que nos volviéramos a Él, a pesar de todos nuestros defectos y errores. Si vemos a la gente en sus brazos no nos ocuparemos en juzgarlos o en criticarlos. (Sin embargo ¡Cuántas veces lo hago yo!) Si Dios me amó y fue misericordioso conmigo a pesar de todo ¿como no lo seré yo también con mi prójimo? (23.04.03)

Nota (1) Reina-Valera 60 trae acá "sencillez"; otros ponen "santidad", "pureza", etc.. La palabra griega aplótes es traducida de diversas maneras, pero "simplicidad" expresa aquí mejor el sentido de unidad. Así la traduce también la King James Version. Es posible que RV evite usar "simplicidad" por su parentesco con el sentido que tiene "simple" (necio, ignorante) en el Antiguo Testamento.

NB. Al publicar estas líneas quiero reconocer mi deuda con un pequeño libro anónimo titulado "El Alma Santificada", que reúne pensamientos de autores antiguos sobre diversos temas y que me ha proporcionado las ideas matrices de esta charla.

lunes, 31 de agosto de 2009

CASTIDAD

Pido disculpas si el lenguaje directo que empleo puede parecer demasiado fuerte o chocante a algún lector o lectora, pero creo que la naturaleza del tema exige usarlo.

Dios ha dado normas para nuestra conducta. Esas normas están contenidas en el Decálogo y son válidas para todos los seres humanos, sean cristianos o no.

Dios ha dado esas normas para que el hombre sea feliz.

La felicidad del hombre en la tierra está estrechamente ligada al cumplimiento de esas normas.

Ellas son las guías que Dios ha puesto para que nuestra naturaleza pecaminosa no se desborde.

Pero si se incumplen esas normas, nuestra naturaleza se descarrila, y el resultado se manifiesta en actos irracionales o gravemente equivocados.

Dios ha dado en el Decálogo normas claras sobre el sexo y sobre la fidelidad conyugal.

Si se violan esas normas las consecuencias son: familias separadas, decepciones amorosas, abuso sexual de la infancia, violación de mujeres, adolescentes embarazadas, vidas truncadas, celos y crímenes por celos, enfermedades venéreas, sida, etc., etc.

Una mala consecuencia de la violación de esas normas que no figura en las estadísticas es la infelicidad humana.

El hombre busca el placer en el sexo, pero aunque lo encuentre, al final el sexo ilícito lo hará infeliz.
...............................
El acto sexual es el regalo de bodas de Dios para los esposos.
Para la noche de bodas…………………no antes.

Anticipar el regalo es como comer una fruta verde, que no está madura, y que puede causar indigestión.

Dios puede perdonar a los que no esperaron y, en su misericordia, bendecir su matrimonio, pero algún día saldrá el mal fruto de lo que hicieron.

Hoy vivimos en un mundo que exalta el sexo como si fuera el bien supremo,.....................estamos bombardeados de sexo por todas partes.
Y nuestro criterio está siendo pervertido por ese bombardeo constante. Sólo la Biblia puede restaurar el punto de vista sano.

Los hombres suelen pedir una prueba de amor a sus enamoradas o a sus novias.......................¡mentira!

No es una prueba de amor lo que solicitan, sino todo lo contrario.

Quieren lo que todo hombre desea cuando intima con una mujer: llevarla a la cama…… Eso es todo.

Si el hombre pide esa prueba y dice que la ama, está mintiendo
Lo que ama es su cuerpo, que es otra cosa.

Tú, muchacha, ¿Que quieres? ¿Que te amen a ti, o que amen tu cuerpo? En última instancia para el instinto sexual del hombre todos los cuerpos de mujer son prácticamente intercambiables.

Pero el hombre que ama a una mujer, la respeta y espera que llegue el matrimonio, precisamente porque la ama.
Si la ama, la quiere pura.

Si tienen relaciones antes de tiempo, sea porque ella cedió a sus instancias, o porque ella también se encendió de pasión, ya no es pura. Dejó de serlo. y él dejará de estimarla, o la estimará menos.

Cuando el hombre presiona a la mujer para que tenga relaciones con él, no es el amor lo que lo incita sino un simple impulso de su naturaleza: el deseo que es muy fuerte en el hombre, sobre todo en la juventud.
La historia de los medio hermanos Tamar y Amnón, hijos de David, es muy ilustrativa. Puede leerse en el capítulo 13 del segundo libro de Samuel. La resumo.

Amnón se había enamorado de Tamar hasta languidecer. Un astuto amigo suyo, sabiendo lo que lo afligía, le aconsejó que se fingiera enfermo y que pidiera que su hermana Tamar le preparara y le trajera algo de comer a su habitación. Hizo así Amnón y cuando Tamar entró a su cuarto con el plato y se acercó a la cama para dárselo, él la forzó sin hacer caso de sus gritos. Pero tan pronto como la hubo poseído, la detestó con un odio mayor que el amor que antes le había tenido.

Con frecuencia los hombres valoran a las mujeres que desean, pero una vez que las conquistan, las desprecian.

Una conclusión que podemos sacar de esta trágica historia, que terminó en la muerte del culpable, es que Amnón no amaba a su media hermana, sino la deseaba apasionadamente. Pero una vez que la obtuvo fue conciente del pecado de incesto que había cometido y transfirió a ella el horror que él tuvo de sí mismo.

Por lo general todo hombre joven tiene en si un fuerte impulso de tener sexo. Si tiene una enamorada –si no es cristiano, o aun siéndolo- tratará de acostarse con ella.

Si tú eres esa enamorada o novia y no cedes, buscará una mujer de la calle para satisfacer su deseo.

Si tú cedes le ahorraste el gasto, pero lo que tú perdiste es mucho más.

Pero si cediste de buena gana, no fue realmente por amor que lo hiciste sino por pasión.

En la Inglaterra del pasado se solía decir respecto de las costumbres sexuales en el campo, que los jóvenes por lo general quieren ordeñar la vaca sin comprarla.
Y se solía decir a los jóvenes: Si quieren ordeñar la vaca, cómprenla. Es decir, cásense.

En nuestros tiempos de libertad sexual las relaciones prematrimoniales habituales son con frecuencia una explotación de la mujer que no quiere quedarse sola.

El hombre goza de ella, pero no se compromete en nada.
No asume ninguna responsabilidad. Si se separan, ella se queda en la calle, porque todo lo que el ganó o compró es para él. Si no se casaron, ella no tiene ningún derecho a los bienes que él pudo adquirir, en parte quizá gracias a ella.

El amor es una cosa maravillosa.
Enamorarse es un sentimiento delicioso.
Es un don de Dios.

Pero el enamoramiento tiene reglas hoy olvidadas que hay que recordar a los jóvenes.

Por de pronto estar juntos sólo en compañía de otros, en grupo.

Cuando la relación se profundiza y hay necesidad de mayor privacidad, será bueno que se encuentren en locales públicos, como cafés, restoranes, etc.… con una mesa entre ambos.
No sentados el uno al lado del otro porque él tratará de abrazarla. y como a ella también le gusta que la abracen…surgirá el peligro.

Si van de paseo solos a un parque no busquen los lugares oscuros.

¿Qué pasa cuando hay contacto físico entre hombre y mujer?

La máquina se enciende y echa a andar sola.
La máquina de las hormonas. Es un mecanismo automático difícil de parar.

Así que la regla número uno es: No se toquen.

Si quiere besarte a la fuerza, rompe con él aunque sea guapo.

Sus intenciones no son rectas, quiere usarte para satisfacer sus impulsos.
No te hagas ilusiones. Las mujeres siempre se hacen ilusiones.

Tú no lo vas a santificar pecando con él.

¿Pecando? Si no hemos pecado, no hemos hecho nada malo.

Toda excitación sexual consentida, sólo o en compañía de una persona del sexo opuesto fuera del matrimonio, es pecado.

Porque la excitación es el preludio normal del acto sexual.

Es su preparación y forma parte de él.

Cuando el hombre y la mujer se besan y abrazan apasionadamente, los sentimientos están comprometidos y entran en juego.

La pasión compartida compromete los sentimientos.

Si rompen, si se separan, saldrán heridos emocionalmente.

Si no se tocaron ni se excitaron mutuamente, se harán menos daño al separarse y sufrirán menos.

Cuando ya su compromiso se formaliza y están próximos a casarse puede haber un cierto contacto, discreto, casto.

Muchachas: Háganse respetar por sus enamorados y novios.

Si te dejas besar apasionadamente y correspondes a él, y él quiere llevarte al hostal, tú te la buscaste.

No abras esa puerta.

Él quiere que le des una prueba de tu amor. Exígesela más bien tú a él.

¿Cuál es esa prueba suprema? Que te respete.

Mujeres: hagan valorar su pureza. Ellos las apreciarán tanto más.

Hombres: aprendan a valorar la pureza de la mujer.

Si la respetas estás protegiendo tu futuro.

Una mujer casta y pura es una fuente inmensa de felicidad para el hombre.

La virginidad es un valor precioso que la mujer debe reservar para el hombre que será su marido.

El Antiguo Testamento destaca en muchos pasajes el valor de la virginidad, no por fetichismo, sino porque es el orden querido por Dios. El Nuevo Testamento lo confirma: “Honroso sea en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla.” (Hb 13:4).

Salirse del orden de Dios trae malas consecuencias.

Para el hombre la virginidad también es importante, aunque es más difícil y menos esencial.

La biología nos dice el motivo:
Los órganos sexuales de la mujer son internos.
Los órganos sexuales del hombre son externos.

En otras palabras, en el sexo el hombre compromete su ser menos que la mujer.

La mujer se entrega. El hombre posee.

Puede poseer a muchas mujeres al mismo tiempo.

Pero ¿qué mujer honesta quiere entregarse a muchos hombres a la vez? Y ¿qué hombre serio querría tener varias mujeres al mismo tiempo?

Los celos en el hombre casado son un sentimiento natural, si no los exagera. Protegen su matrimonio. Pero los celos desbordados pueden volverse una tortura para ambos.

La mujer debe proteger su pureza. ¿Cómo? Mediante una virtud hoy poco practicada: la modestia en el vestir.

La moda femenina moderna que está hecha para excitar al hombre es perversa. ¡Jovencitas, no la sigan!

No te conviertas en un maniquí andante de blusas escotadas y jeans apretados. Guarda tu ombligo para los ojos de tu marido. (Sobre todo, ¡no lo exhibas en la iglesia!) (Nota)

Cuando tú, mujer, novia o casada, te arreglas, ¿para quién lo haces? ¿Acaso para atraer la mirada de los hombres?

¿Por qué? ¿No te basta con el tuyo?

La esposa casta no trata de atraer la mirada admirativa de ningún hombre.

La mirada codiciosa del hombre ensucia a la mujer casada.

Si te vistes para excitar, estás de entrada pecando, porque eres responsable de los malos pensamientos que suscites.

Si después te metes en problemas, no te quejes.

Pero si eres soltera ¿con qué cualidad quieres atraer a un hombre? ¿Con tu atractivo físico?

Los hombres que valen la pena buscan otra cosa en la mujer: carácter y virtudes, que son los dones con que la mujer se convierte en ayuda idónea.

Los hombres superficiales, que luego no saben hacer feliz a la mujer, buscan atractivo físico.

Cuando se aburren de la propia mujer, se buscan otra. Es casi inevitable.

La pureza es una grave exigencia de Dios, que es santo sobre todas las cosas, y quiere que nosotros también lo seamos.

Los hombres y las mujeres deben proteger su pureza, su castidad en este mundo corrompido. Si no la guardan, tendrán mucho sufrimiento.

¿Cómo guardarla? La pureza comienza en el pensamiento.

“Sobre toda casa guardada guarda tu corazón porque de él mana la vida.” (Pr 4:23)

Nota : Naturalmente, si va una chica por primera vez a la iglesia vestida de forma inconveniente, no le vamos a impedir entrar, porque Jesús la habría recibido, ya que Él no vino por los sanos sino por los enfermos, y pudiera ser que, aun mal vestida, encuentre ese día su salvación.


NB. Este artículo y el publicado la semana anterior (“Amor”) me sirvieron de esquema para una charla ofrecida en el marco de un Seminario sobre Valores, realizado en la ACYM de Tacna el año 2003.

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