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viernes, 19 de mayo de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCION DE JERUSALÉN III
Un Comentario de Lucas 21:22-24
22. “Porque estos son días de retribución, para que se cumplan todas las cosas que están escritas.”

Día de retribución o de venganza, del ajuste de cuentas, por no haber reconocido el día de su visitación, por haber rechazado y crucificado al Mesías que venía a salvarlos. Este versículo debe leerse recordando lo que Jesús ya había dicho sobre la destrucción futura de Jerusalén: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos. Porque vendrán días sobre ti, cuando tus enemigos te rodearán con vallado, y te sitiarán, y por todas partes te estrecharán, y te derribarán a tierra, y a tus hijos dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación.” (Lc 19:41-44).
La retribución es el pago, la venganza por todo el mal cometido anteriormente en contra de Dios y del pobre, tantas veces denunciado por los profetas de Israel, pero sobre todo, por el crimen cometido al crucificar a Jesús. Los profetas del pasado habían hablado con frecuencia del “día del Señor”, el “día de la ira” y “de la venganza”. Por ejemplo Isaías: “He aquí el día de Jehová viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad y raer de ella a sus pecadores.” (13:9) (1). También otros profetas como Oseas (9:7), Joel (2:1,2), Amós (5:16-20) y Sofonías (1:14-18) usan un lenguaje semejante (2).
Nótese que así como hay un día de ajuste de cuentas para las naciones (piénsese en la destrucción devastadora que sufrió Alemania al final de la segunda guerra mundial, en la que ciudades enteras fueron casi borradas del mapa) lo hay también para los individuos, en el que se cosecha todo lo que se ha sembrado. Esa cosecha se produce no sólo en la otra vida, sino muchas veces también en ésta y, a veces, sin mucha dilación, en términos de deterioro de la salud, de soledad, de pobreza y ruina, de abandono y muerte prematura. Pero para muchos esos días de sufrimiento son también días de gracia, porque gracias a esos dolores y días de tribulación buscan a Dios y se convierten.
23. “Mas ¡ay de las que estén encinta, y de las que críen en aquellos días! Porque habrá gran calamidad en la tierra, e ira sobre este pueblo.”
Aquí Jesús habla de la terrible suerte que correrán las mujeres que estén impedidas de huir libremente, sea porque están encinta, sea porque tienen hijos pequeños de los que deben ocuparse y que las retienen. Vale la pena recordar a este respecto las palabras que Jesús pronunciara poco después camino al Calvario, dirigiéndose a las mujeres que lo seguían, porque son una intensificación de la profecía: “Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí sino llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. Porque he aquí que vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles y los vientres que no concibieron, y los pechos que no criaron.” (Lc 23:28,29) (3)
Pero lo que ocurrirá a los habitantes de la ciudad no tendrá precedentes, será una terrible calamidad nunca vista, en que se derramará toda la ira divina. El relato del horrendo sufrimiento que padecieron los que permanecieron en la ciudad sitiada que hace el historiador Josefo, es sobrecogedor: los parientes se disputaban furiosamente en las casas el menor rastro de alimento; en su desesperación se comían hasta las suelas de los zapatos y el cuero de sus correas; las mujeres asaban a sus propios hijos pequeños para comerlos; la gente que se moría de hambre estaba tan exánime que era incapaz de enterrar a los cadáveres, por lo que un terrible hedor de cadáveres en descomposición flotaba sobre toda la ciudad… El sufrimiento de los habitantes se vio agravado por el hecho de que antes de que se acercaran las tropas romanas los fanáticos zelotes tomaron el control de la ciudad, y obligaron a todos sus pobladores a resistir, incluso a aquellos que consideraban que era inútil toda resistencia, y asesinaron a mansalva a sus opositores, cometiendo toda clase de torpes excesos. A todo ello se añadió el ingreso de unos 20,000 idumeos ávidos de sangre, hecho que suscitó una querella entre los zelotes mismos que se dividieron en dos facciones. Esta disputa y las matanzas perpetradas, debilitaron la resistencia. Se cumplieron entonces con terrible exactitud las palabras de Jesús que consigna Mateo 24:21 “Porque habrá entonces gran tribulación, cual no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá.”
24. “Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.”
Tito sitió la ciudad usando grandes torres de asalto que acercó a los muros, e hizo  construir un cerco adicional para que nadie pudiera entrar ni salir de ella, y así poder reducirla por el hambre. Pese a la terrible condición en que se encontraban, los sitiados ofrecieron una obstinada resistencia que descorazonó a los romanos. Derribada la torre Antonia, la ciudad fue tomada barrio por barrio en una lucha encarnizada cuerpo a cuerpo, y fue incendiada y reducida a escombros.
El 6 de agosto el templo fue incendiado por las tropas romanas. Josefo exime de responsabilidad a Tito (que era de hecho su patrón, pues él se había puesto al servicio de los romanos) atribuyendo el incendio al descontrol de las tropas. Pero, según el historiador Tácito, fue Tito mismo quien ordenó su destrucción pensando que, destruido el templo, la religión judía desaparecería junto con la cristiana.
Producida la derrota los romanos demolieron todas las casas y edificios que habían quedado en pie –exceptuando las tres torres del palacio de Herodes y una parte de las murallas- y revolvieron la tierra, de tal modo que todo el que visitara el lugar difícilmente creería que había sido habitado.
Y caerán a filo de espada…” (4). Según Josefo 1,100,000 personas perecieron, sea por el hambre, o por las enfermedades, pero sobre todo por los enfrentamientos y la matanza generalizada que siguió a la toma de la ciudad. Esa cifra puede ser algo exagerada, pero aun reduciéndola a la mitad nos da una idea de la devastación ocurrida.
“Y serán llevados cautivos a todas las naciones…” (cf Dt 28:64) Según el mismo Josefo 97,000 judíos fueron llevados como esclavos y dispersados por el imperio. La profecía proferida por Jesús tuvo en este punto también un cumplimiento asombrosamente exacto.
“Jerusalén será hollada por los gentiles…” En efecto, desde entonces la ciudad ha estado en manos de no judíos. Después de debelada con ferocidad la segunda sublevación, la de Bar-Kojba, en los años 132-135, (5) los romanos construyeron sobre el Monte Sión y alrededores una ciudad que llamaron “Aelia Capitolina”. El año 324 el emperador Constantino unificó el imperio que gobernó desde la capital fundada por él, Constantinopla, en el emplazamiento de la antigua ciudad de Bizancio. La dominación bizantina de Jerusalén duró hasta el año 614 en que fue tomada por los persas. Pero su dominio duró poco, pues en 638 fue conquistada por los árabes musulmanes, quienes en el año 691, completaron la construcción del edificio llamado “Domo sobre la Roca” en el sitio que se cree ocupaba el antiguo templo. El año 1099 la ciudad cayó en manos de los cruzados, que fueron a su vez derrotados por Saladino en 1187. En 1250 la ocuparon los mamelucos de Egipto, y en 1517 el turco Solimán el Magnífico la conquistó para el Imperio Otomano, en cuyo poder permaneció hasta el año 1917, (Es curioso ¡400 años, tantos como duró la permanencia del pueblo hebreo en Egipto!) año en que la administración de la tierra fue entregada a la Gran Bretaña.
“Hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan.” Esta frase guarda relación con lo que escribe Pablo en Romanos: “Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no seáis arrogantes en cuanto a vosotros mismos: que ha acontecido a Israel endurecimiento en parte, hasta que haya entrado la plenitud de los gentiles;” (11:25). La frase de Lucas puede tener uno de los siguientes significados: 1) Hasta que se cumpla el tiempo acordado para que los gentiles elegidos por Dios, al ser predicado el evangelio en toda la tierra, se conviertan (véase el texto de Pablo citado); o 2) Hasta que se cumpla el tiempo previsto para que los gentiles ocupen en la iglesia el lugar acordado inicialmente a Israel, esto es, hasta que la mayoría de los judíos se conviertan a Cristo y sean reinjertados en su propio olivo (Rm 11:23,24), de modo que, junto con los cristianos gentiles, constituyan una sola iglesia; o 3) simplemente, y más probable, hasta que llegue el tiempo en que la ciudad santa vuelva a manos de los judíos. Esto último es lo que estamos viendo cumplirse en nuestros días.
En 1947 las Naciones Unidas dispusieron que la ciudad de Jerusalén fuera internacionalizada. Al año siguiente las NNUU dispusieron la creación del Estado de Israel. En el curso de la corta guerra con los árabes que siguió a la proclamación de la independencia de Israel, el ejército israelí conquistó la parte moderna de la ciudad. Durante la guerra de los seis días, exactamente el 8 de junio de 1967, los israelíes liberaron la ciudad antigua, salvo el Monte del Templo donde se encuentra el “Domo sobre la Roca”. Según algunos Jerusalén dejó de ser hollada por los gentiles en ese momento. Según otros, dejó de serlo el año 1980 cuando el Estado de Israel, haciendo caso omiso de las resoluciones de las NNUU, proclamó que Jerusalén era una ciudad unificada bajo la soberanía israelí. Según otros –y yo me inclino por esa opinión- Jerusalén seguirá siendo hollada por los gentiles mientras la explanada donde se encuentran el Domo sobre la Roca y la mezquita Al-Aqsa, (el emplazamiento del antiguo templo) permanezca bajo el control religioso árabe.
Nótese que a continuación del versículo citado de Romanos, Pablo escribe: “y luego todo Israel será salvo.” (11:26), algo que todavía parece lejano, pese al número creciente de judíos que se están convirtiendo a Cristo. Pero ¿cómo no dejar de admirar la forma extraordinaria como una profecía pronunciada por Jesús hace casi dos mil años está siendo cumplida en nuestro tiempo? Recuérdese que siglos antes el profeta Daniel había anunciado la muerte del Mesías y la destrucción del templo y de la ciudad: “Y después de las sesenta y dos semanas se quitará la vida al Mesías, mas no por sí; y el pueblo de un príncipe que ha de venir destruirá la ciudad y el santuario.” (Dn 9:26) Lo primero se cumplió cuando Jesús fue crucificado; y lo segundo, en los acontecimientos ocurridos el año 70 que hemos mencionado en estos tres artículos.
Sin embargo, algunos estudiosos racionalistas de la Biblia sostienen que los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) fueron escritos después del año 70, es decir, después de ocurridos los acontecimientos -según ellos, supuestamente predichos- para desvirtuar el hecho de que 40 años antes de que sucediera, Jesús pudiera haber profetizado la destrucción del templo de Jerusalén y de la ciudad con una precisión tan grande.
La destrucción de Jerusalén el año 70 no sólo significó la abolición del culto del templo, ya caduco e innecesario (Hb 10:1-9), y la desaparición del partido de los sacerdotes, el de los saduceos, sino también la desaparición de la comunidad apostólica de Jerusalén que había liderado Santiago y, muerto éste –según documentos posteriores- su primo Simeón. Esa comunidad madre sobrevivió durante algún tiempo sólo en grupos aislados en Perea y regiones aledañas. Con ellos desapareció la oposición judaizante al mensaje de Pablo que éste tuvo que enfrentar (Véase Gálatas y Colosenses). Pero ya Pablo había sido también sacrificado.
Notas: 1. Esas palabras de Isaías, que Jesús ciertamente conocía muy bien, se refieren a la destrucción de Babilonia, que Él relaciona con la de Jerusalén. Nótese cómo el vers. 10 de ese pasaje (“Por lo cual las estrellas de los cielos y sus luceros no darán luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor.”) se parece a las palabras que Jesús pronuncia en Mt 24:29a: “E inmediatamente después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, y la luna no dará su resplandor…”.
2. Según muchos intérpretes Jesús usa la destrucción de Jerusalén y la devastación de Galilea y Judea como imagen que prefigura lo que ocurrirá al final de los tiempos. Por eso en el pasaje que sigue a continuación, a partir del vers. 25, (y en los pasajes paralelos de Mateo y Marcos) habría una transición brusca del anuncio de cosas que están próximas a suceder, a acontecimientos que son todavía muy lejanos.
3. Esta frase de Jesús es tanto más osada cuanto que para una mujer en aquel tiempo no tener ni criar hijos era una condición humillante. Véase al respecto las palabras que Isabel pronunció cuando resultó embarazada, en Lc 1:25.
4. Esta es una expresión tomada de Sir 28:18, y que Jesús seguramente conocía, y que se encuentra también en la Septuaginta (Jc 1:8,25).
5. Unos setecientos años antes de Cristo, Miqueas profetizó: “A causa de vosotros Sión será arada como campo, y Jerusalén vendrá a ser como montones de ruinas…” (Mq 3:12). Un siglo después Jeremías citó textualmente esta profecía, como para subrayar su importancia histórica. La profecía se cumplió literalmente ¡ocho siglos más tarde!, algunos años después de la derrota de Bar-Kojba, cuando el gobernador romano hizo arar todo el territorio del monte del templo y sus alrededores, para que no quedara huella de lo que allí había existido. Los judíos fueron expulsados de su tierra, y se les prohibió bajo pena de muerte regresar a ella. Desde entonces el pueblo judío fue un pueblo errante y sin tierra, perseguido y expulsado de una nación tras otra, hasta que surgió el movimiento sionista a fines del siglo XIX, que inició el movimiento de retorno a Israel. No ha existido pueblo alguno en la historia que se haya mantenido unido durante siglos sin tener una patria propia. ¿Qué mayor prueba de la veracidad de las profecías que aquella de Pablo que aseguraba que el pueblo elegido subsistiría hasta el final de los tiempos en que reconocería a Jesús como el Mesías esperado? (Rm 11:26)
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos, diciendo:
Jesús, Yo sé que tú moriste por mí en expiación de mis pecados y que me ofreces gratuitamente tu perdón. Aunque no lo merezco, yo lo acepto. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

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viernes, 20 de julio de 2012

JOSUÉ, SIERVO DE MOISÉS I


Por José Belaunde M.
JOSUÉ, SIERVO DE MOISÉS I

Josué es uno de los personajes más interesantes y populares de la Biblia. Un libro del Antiguo Testamento está enteramente dedicado a él. Pero en los libros anteriores del Pentateuco, en Éxodo, Números y Deuteronomio, se habla bastante de él, antes de que él se convirtiera en el líder de su pueblo y sólo era el siervo y ayudante de Moisés.

Esa fue una etapa muy importante del que sería después líder y general de su pueblo, del que iba a comandar las huestes de Israel para conquistar la tierra prometida, porque para saber mandar es necesario primero saber obedecer. Y eso fue lo que hizo Josué durante los largos años de su servicio a las órdenes de Moisés.

Vamos a examinar cinco episodios de esa etapa de la vida de Josué para ver qué enseñanzas ellas nos ofrecen.

Sabemos que apenas los israelitas cruzaron el Mar Rojo, y después de que bebieran el agua de Mara, ante la queja del pueblo de que se iban a morir de hambre en el desierto, Dios le dijo a Moisés que iba a hacer llover diariamente pan del cielo (Ex 16:4). Y le dio instrucciones para que cuando cayera en la mañana, el pueblo sólo recogiera lo que iban a comer en el día, y que no guardaran para el día siguiente, salvo la víspera del día de reposo, el sábado, en que deberían recoger el doble, porque ese día no caería. (Nota 1)

Estas instrucciones tienen una valiosa enseñanza para nosotros porque nos muestran cómo Dios cuida de su pueblo, y cómo nosotros debemos confiar en que la provisión diaria de Dios nunca nos va a faltar.

En la mañana siguiente descendió rocío sobre el campamento y cuando cesó había una cosa redonda, menuda, como escarcha en el suelo (Ex 16:14). El pueblo al verlo se preguntaban unos a otros: “¿Maná?, que en hebreo quiere decir: ¿Qué es esto? Porque no sabían lo que era. Y Moisés les contestó: Este es el pan que Dios os envía para comer.” (v. 15). Su aspecto era como semillas de culantro “y su sabor como de hojuelas de miel.” (v. 31).

Durante cuarenta años el pueblo comió el maná “hasta que llegaron a los límites de la tierra de Canaán.” (v. 35) ¡Cuántas veces Dios, en respuesta a nuestro clamor, nos sorprende con cosas y sucesos inesperados que en nuestra inteligencia humana no podíamos imaginar ni prever, y que son mucho mejor de lo que deseábamos!

A) El pueblo de Israel siempre fue muy quejoso. En este episodio de su peregrinar se nos dice que el pueblo, junto con la multitud de egipcios que lo acompañaba (Ex 12:38), empezó a quejarse porque no comían carne ni pescado y extrañaban la carne que comían en Egipto. (Nm 11:4-6; cf Sal 78:17-19).También extrañaban “los pepinos, los melones, los poros, las cebollas y los ajos.” (v. 5)

Están hartos del maná (v. 6) y hasta se ponen a llorar (v. 10). El maná era comida preparada en la cocina del cielo, traída por delivery celestial. Antes lo admiraban, ahora lo desprecian. El maná los libraba de la maldición de comer el pan con el sudor de su frente (Gn 3:19), y ¡todavía se quejan! Así somos nosotros los hombres. Cuando tenemos cosas buenas que nos da Dios, nos aburrimos y deseamos otras cosas. Somos caprichosos y majaderos. Preferimos las cosas de la tierra a las cosas del cielo. ¿Extrañaremos en el cielo las cosas de la tierra?

Enseguida es Moisés quien se queja de la carga que Dios le ha impuesto. ¿Acaso he concebido yo a este pueblo y los he llevado en el vientre para que tenga que ocuparme de ellos? “¿De dónde conseguiré yo carne para dar a este pueblo?” Ya no puedo soportarlos. Prefiero, Señor. que me quites la vida “si he hallado gracia en tus ojos.” (Nm 11:11-15)

¿No nos ha pasado eso a nosotros alguna vez? ¿Que ya no soportamos las responsabilidades que Dios nos ha encargado? Es concebible que a causa de nuestra debilidad humana, eso nos suceda como si dudásemos de la eficacia de la gracia de Dios.

Entonces Dios le dice a Moisés que escoja setenta varones que compartan con él la carga. (2) Tú no puedes llevarla solo.

Dios le dijo a Moisés que una vez que hubiera escogido a los setenta varones, tomaría del espíritu que había en él y lo pondría en ellos, “para que lleven contigo la carga del pueblo y no la lleves tu solo.” Notemos: Cuando Dios pone una responsabilidad sobre algunos, los capacita para que puedan desempeñarla bien. (v. 16,17). Pero no hemos de pensar que por el hecho de que Dios tomara del espíritu que había en Moisés para ponerlo en otros, los dones y las cualidades de su liderazgo fueran de alguna manera disminuidas. (3)

Ante la queja del pueblo, Dios, justamente ofendido, le dice a Moisés que le va a dar de comer carne al pueblo no sólo un día, o dos días, ni sólo cinco, o diez, o veinte días, sino durante un mes entero, hasta que se harten de ella y se les salga por las narices y la aborrezcan. (v. 18-20).
Moisés se asombra. El pueblo suma seiscientos mil hombres, sin contar mujeres y niños. En total quizá unos dos millones de personas. ¿De dónde vas a sacar carne para alimentar a esta multitud durante treinta días? Moisés duda del poder de Dios. Él estaba seguramente pensando en ganado para que comiera tanta gente, pero no contaba con la astucia de Dios que estaba pensando en otra cosa (v. 21,22). (4)

Dios le contesta a Moisés: “¿Acaso se ha acortado la mano del Señor? Ahora verás si se cumple mi palabra, o no.” (v. 23). ¿Yo no seré capaz de hacer lo que me he propuesto?  ¿Qué clase de fe es la tuya? ¿No has visto todos los prodigios que he hecho durante este tiempo? ¿No crees que puedo hacer cosas mayores todavía?

Siguiendo la orden de Dios, Moisés hizo reunir a los setenta varones alrededor del tabernáculo. “Entonces el Señor descendió en una nube, y le habló; y tomó del espíritu que estaba en él y lo puso en los setenta varones ancianos; y cuando posó sobre ellos el espíritu, profetizaron y no cesaron.” (v. 24,25). ¡Oh, como quisiéramos que Dios pusiera sobre nosotros algo del espíritu que había en Moisés, y que nosotros empezáramos a profetizar también!

Notemos: Moisés desempeñó el papel de profeta y conductor del pueblo no por él mismo, sino gracias al espíritu que Dios había puesto en él.

Cuando todos ya habían dejado de profetizar, dos de los varones escogidos por Moisés, Eldad y Modad, que por algún motivo que ignoramos se habían quedado en el campamento y no habían ido al tabernáculo, seguían profetizando. Cuando Josué se entera se inquieta y le dice a Moisés que lo impida.

Moisés contesta: “¿Tienes celos por mí? Ojalá todo el pueblo profetizara.” (v. 26-29).
Josué amaba mucho a Moisés y por eso era celoso de su posición única ante el pueblo. Pero Moisés no era celoso de su posición. No le importaba que otros profetizaran si Dios lo quería.
Nosotros, como seres humanos, nos fijamos mucho en la posición que ocupamos en el mundo; queremos ser, si es posible, siempre el primero, pero Moisés no le daba importancia a eso. Él pensaba sobre todo en lo que convenía al pueblo.

Entonces, dice la Biblia, sopló un viento fuerte que trajo una nube de codornices sobre el campamento, tantas que se extendían a gran distancia alrededor y se apiñaban hasta un metro de altura, y el pueblo recogió todo lo que quiso, el que menos hasta diez montones. (v. 31,32). Ahí tenían suficiente carne para comer durante mucho tiempo.

Pero sigue diciendo la Biblia: “Aún estaba la carne entre los dientes de ellos…cuando la ira del Señor se encendió en el pueblo, y lo hirió con una plaga muy grande,” en la que murieron muchos de ellos (v. 33).

Nunca nos quejemos de Dios, porque Él siempre nos manda lo que nos conviene. Nunca murmuremos contra Él sino, al contrario, démosle siempre las gracias por todo lo que ocurre, que siempre es lo mejor para nosotros, aunque no lo entendamos.

B) El segundo episodio, que narra Ex 17:8-16, ocurrió después de que el pueblo fuera alimentado con maná y codornices. Los amalecitas –una tribu de beduinos feroces, descendientes de Esaú- atacaron sin motivo alguno a los israelitas por la retaguardia (5) en Refidim, y Josué , siguiendo las órdenes de Moisés, se puso al frente del pueblo para pelear contra ellos, mientras Moisés, acompañado por Aarón y Hur, subía a la cumbre de un cerro cercano a orar para que Dios les concediera la victoria. (6)

Y he aquí que los hebreos vencían cuando Moisés levantaba las manos en oración, pero eran derrotados cuando Moisés, cansado, las bajaba dejando de orar.

Entonces Aarón y Hur, al darse cuenta de lo que sucedía, hicieron que Moisés se sentara en una piedra cercana mientras ellos le sostenían las manos para que siguiera orando hasta que Josué derrotó a Amalec “a filo de espada.” (v. 13)

Enseñanza: Las victorias se obtienen como fruto de la perseverancia en la oración. Tenemos que orar sin desmayar hasta que Dios nos otorgue la victoria. Si dejamos de orar le damos ventaja al enemigo.

Obtenida la victoria Dios le ordena a Moisés que ponga por escrito lo ocurrido “para memoria”. Es decir, para que el pueblo recuerde lo que ocurrió en esa ocasión. Le dice además que le diga a Josué que Él borrará a los amalecitas.(v. 14). (7).

Notemos: En esa ocasión Josué se convierte en el confidente de las cosas que Dios se propone hacer, cosas que hasta entonces sólo Moisés conocía. De esa manera Dios lo va preparando para el papel que asumiría después.

 “Y Moisés edificó un altar y llamó su nombre: Jehová-nisi.” Esto es, “Jehová es mi estandarte”, (v. 15) como diciendo, es Dios quien nos llevó a la victoria.

Aunque figura en otro lugar (Nm 13:16), fue posiblemente en esta ocasión, pues parece ser la más apropiada, cuando Moisés le cambió a su ayudante el nombre de Oseas –que quiere decir “salvación”- que tenía antes por el de Josué, que quiere decir “Dios Salva”, del cual deriva el nombre de Jesús.

Notas: 1. Se recordará que en el Evangelio de Juan, Jesús dice: “Este es el pan que descendió del cielo (hablando de su carne y de su sangre); no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que coma de este pan vivirá eternamente.” (Jn 6:58). El maná que alimentó al pueblo hebreo en el desierto es figura del cuerpo y de la sangre de Cristo que es alimento de vida para todo el que cree.
2. Setenta varones fueron los israelitas que entraron en Egipto con Jacob (Gn 46:27). Setenta fueron los discípulos que conformaban el segundo grupo de seguidores que Jesús había escogido.
3. Algunos escritores judíos ven en este grupo de setenta varones el origen remoto del Sanedrín.
4. Debe tenerse en cuenta que los israelitas al salir de Egipto llevaron consigo una gran cantidad de ganado (Ex 12:38) que era usado para los sacrificios del tabernáculo. Pero si se hubiera matado ese ganado para dar de comer al pueblo, se hubiera acabado muy rápidamente.
5. Es lo que se deduce de Dt 25:17,18.
6. Hur era un hombre piadoso prominente, ligado a Moisés, porque, según el historiador Josefo, era esposo de su hermana Miriam. En Ex 24:14, cuando Moisés está por subir al Sinaí junto con Josué para encontrarse con Dios, él deja a Aarón y a Hur encargados de los asuntos judiciales que pudieran presentarse durante su ausencia.
7. Véase Nm 24:20 cuando el profeta Balaam maldice a los amalecitas, y donde se dice que Amalec es “cabeza de naciones”. El sentido parece ser que ellos fueron la primera nación que atacó a Israel. Los amalecitas figuran en varios lugares de la historia como enemigos implacables de Israel. Su decadencia empezó cuando Dios le ordenó a Saúl, por boca de Samuel, que los aniquilara (1Sm 15:2,3). David combatió contra ellos (1Sm 30:1-20). En tiempos del rey Ezequías ya quedaban muy pocos (1Cro 4:43).

NB. El presente artículo y el siguiente están basados en una charla dada recientemente en el ministerio de “La Edad de Oro”.

INVOCACIÓN: Quisiera hacer un llamado a todas las iglesias y a todos los creyentes para que reaviven su intercesión por nuestra nación, a fin de que impere la paz en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Sabemos que “no tenemos lucha contra sangre ni carne…sino contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” (Ef 6:12). Es contra ellas –no contra individuos- que debemos levantarnos pidiendo al mismo tiempo que Dios otorgue sabiduría de lo alto a nuestros gobernantes para enfrentar los grandes retos de la hora presente.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#735 (15.07.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

jueves, 9 de septiembre de 2010

HERODES EL GRANDE II

Por José Belaunde M.
Para no alargarnos demasiado en el relato de los crímenes de Herodes el Grande, diremos, resumiendo, que él fue un desalmado cuyo reinado estuvo jalonado por las peores crueldades y hechos de sangre, incluso contra su propia familia. La matanza de los inocentes de Belén es un incidente menor comparado con sus otras maldades. (Nota 1)
Como gobernante él fue un gran organizador, astuto y sin escrúpulos. Conocía a los hombres y sabía cómo usarlos. Era sin duda un líder nato. Se ganó la admiración de los romanos por sus habilidades políticas y por sus cuantiosos aportes económicos, robados mediante impuestos altísimos a su pueblo. En su propio reino él estaba contra todos, y todos estaban contra él, pero no obstante sus muchos enemigos, se mantuvo en el trono durante 34 años, lo que pone en evidencia su enorme capacidad de maniobra. Su enfermedad final le trajo grandes sufrimientos, al punto que intentó sin éxito suicidarse. Pero se volvió cada día más irritable e impaciente.
Estando a punto de morir, y siendo conciente de que el pueblo no lo amaba y no lloraría su muerte, se propuso obligar a la población a que hubiera mucho llanto. Para ello convocó a gran número de los hombres principales de su reino y los reunió en el hipódromo que él había construido, dando orden de que cuando él muriera, los arqueros se apostaran sobre las tribunas y mataran a flechazos a todos los que había convocado. De esa manera se aseguraría que en el país hubiera un gran lamento con ocasión de su muerte. Felizmente, cuando murió su hermana Salomé revocó la funesta orden.
Sin embargo, ¡oh ironía! este mismo Herodes fue quien reconstruyó el templo de Jerusalén, dándole una grandiosidad mayor de la que había tenido el templo de Salomón, y superando su antiguo esplendor. Con frecuencia los constructores de grandes templos han sido grandes impíos. Es que los edificaban para su propia gloria, no para la de Dios, que no habita en templos de construcción humana, y cuyo Hijo escogió como primera morada en la tierra una humilde covacha.
En Juan 2:20 se dice que había tomado 46 años edificar el templo (hasta ese momento), pero en realidad fueron más años, pues la construcción, que comenzó el año 19 AC, terminó sólo el año 63 DC, siete años antes de su destrucción por los romanos, es decir, 82 años en total.
Preguntémonos: ¿Se agradaría Dios de ese gran templo lujoso, con sus piedras recubiertas de oro, agrandado y embellecido por un impío? ¿No representaba más bien ese templo, con sus comerciantes y cambistas (Jn 2:13-17), sus sacerdotes calculadores, intrigantes y serviles frente al poder romano, la intromisión de Satanás en el culto al Dios verdadero? No es sorprendente que sus ministros complotaran contra Jesús, ni que Jesús predijera que de ese templo no quedaría algún día piedra sobre piedra (Lc 21:5,6).
Herodes sembró sus territorios de grandes construcciones, además del templo de Jerusalén. Para no enumerar sino sus obras principales, reconstruyó la fortaleza que estaba en la esquina noroeste del templo, a la que llamó “Torre Antonia”; edificó varias poderosas fortalezas en su territorio, entre ellas la famosa Masada, cerca del Mar Muerto, donde tuvieron su último refugio los zelotes rebeldes después de la destrucción de Jerusalén por los romanos el año 70. Para disgusto de los judíos reconstruyó el templo y la ciudad de Samaria, a la que llamó Sebaste, en honor de Augusto (su nombre en griego); dotó a la torre de Strato en la costa de una gran bahía artificial, convirtiéndola, con el nombre de Cesarea, en el puerto más grande de su reino (que es nombrado varias veces en el Nuevo Testamento y donde estuvieron Pedro y Pablo más de una vez. Los romanos escogieron a Cesarea como capital de la provincia). Pero también construyó Herodes edificios fuera de su reino, en varias ciudades griegas, incluyendo templos a dioses paganos, algo que los fariseos no le perdonaron.
Para esta enorme obra edilicia él contaba con grandes recursos personales, pero también con las fuertes cargas impositivas con que oprimió a su pueblo. Conciente del descontento que esta política provocaba, remitió parte de los impuestos en dos ocasiones, y tomó medidas enérgicas para aliviar la hambruna del año 25 AC, causada por las malas cosechas, incluso vendiendo la vajilla de oro de su palacio. Pero ninguna de esas medidas le ganó el favor popular.
En el desarrollo posterior de la historia vemos cómo el linaje de Herodes siguió haciendo la guerra al reino de los cielos. Muerto el fundador de la dinastía real, José, esposo de María, que había huido a Egipto con el niño y su madre para escapar de Herodes, decidió regresar a Israel, pero no quiso establecerse en Belén por temor a Arquelao (Mt 2:21-23). Este hijo de Herodes el Grande superaba, en efecto, en crueldad a su padre, si es posible. Tuvo un final triste muriendo en el destierro, porque fue destituido por los romanos y sustituido por un prefecto, debido a las quejas continuas de sus súbditos. Su presencia en el trono fue uno de los factores que, en la Providencia de Dios, decidieron que Jesús creciera en Galilea y empezara allí su ministerio.
Otro hijo, Herodes Antipas, (llamado así en recuerdo de su abuelo Antipáter) tetrarca de Galilea, hizo encarcelar y luego decapitar a Juan el Bautista, a instancias de su mujer Herodías y de su hija, Salomé. Se recordará que ésta agradó tanto a Antipas con su baile sensual que el rey le prometió que le daría lo que le pidiera, aunque fuera la mitad de su reino, a lo que la muchacha, aconsejada por su madre, le pidió que le trajeran la cabeza de Juan Bautista en un plato (Mr 6:14-29) (2). Antipas hubiera querido también matar a Jesús, según le dijeron unos fariseos (Lc 13:31), pero no se atrevió a hacerlo. Antipas pensaba que Jesús podía ser el Bautista que había resucitado (Mr 6:14,16). Los partidarios de este Herodes complotaron con los fariseos para perder a Jesús (Mt 22:15,16; Mr 3:6). Él es el mismo que recibió a Jesús, enviado por Pilatos, el día de la Pasión, y se lo devolvió después de maltratarlo y burlarse de él, haciéndose de esa manera cómplice en su pasión y muerte (Lc 23:6-11).
Su sobrino, Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, hizo matar a Santiago, el hermano de Jesús, y encarceló con el mismo propósito al apóstol Pedro, aunque no pudo lograr su cometido (Hch 12:1-19). Según narra el libro de los Hechos, él murió comido de gusanos por haber aceptado ser exaltado como si fuera Dios (12:20-23).
El linaje de Herodes volvió a rozar la historia del Evangelio, según una mención fugaz del libro de los Hechos, cuando empezaba a predicarse la nueva fe a los gentiles: Entre los profetas y maestros del entorno de Pablo en Antioquia había un tal Manaen, que era hermano de leche de Antipas. Al menos el hijo de una nodriza (es decir, de una doméstica) brilla con luz pura en el negro celaje de esa casa real (13:1). (3)
Por último, un bisnieto, Herodes Agripa II, que convivía con su media hermana, Berenice, visitando al gobernador romano en Cesarea, oyó la apasionada defensa que Pablo hizo de su inocencia, pero no tomó en serio la invitación que Pablo le hizo de que se convirtiera. (4)
Observemos también en el relato de los magos cómo los principales sacerdotes y los escribas, a quienes Herodes convocó para averiguar dónde había de nacer el Mesías, le contestaron inmediatamente y sin dudar: "En Belén", citando correctamente la profecía que lo anunciaba (Mt 2:4-6; Mq 5:2). Sabían dónde debía nacer el Mesías, pero, en realidad, no lo esperaban ni se alegraron con el anuncio de los magos, pues ninguno de ellos los acompañó a ir a buscar al niño para adorarlo. ¡Con qué frecuencia el conocimiento erudito de las Escrituras no está acompañado de fe! Tenían el conocimiento, pero ese conocimiento se había quedado en su mente y no había bajado al corazón.
Supongamos que se divulgara en nuestros días la noticia de que Jesús había descendido a la tierra y que estaba en tal lugar. Seguramente muchísima gente, incluso los incrédulos, azuzados por la curiosidad, correrían a verlo. Pero supongamos que los cristianos no se movieran para buscarlo, como si les fuera indiferente. ¿Qué clase de cristianos serían? Falsos cristianos, cristianos sólo de nombre. Los magos habían dicho que habían visto la estrella del futuro rey de los judíos que había nacido, el Mesías que todo el pueblo ansiosamente esperaba. Pero los escribas y los fariseos aparentemente no lo esperaban ni les importaba, porque no dieron un paso para ir a verlo. A menos que tuvieran miedo de que Herodes tomara a mal su interés por verlo.
Además de los magos hubo otro grupo que acudió a adorar al niño Jesús: los pastores de Belén, cuya historia se narra en el capitulo segundo del Evangelio de San Lucas. Es muy instructivo comparar lo que se dice, o está implícito, en los relatos de ambos: los pastores eran unos ignorantes, no sabían leer, no habían estudiado; los magos, en cambio, eran sabios astrónomos que estudiaban el movimiento de los astros en el cielo, y que habían observado, no sabemos cómo, una estrella que anunciaba el nacimiento del esperado rey de los judíos (5). Los pastores eran pobres, dormían en el descampado, al aire libre; los magos traían tesoros, oro, incienso y mirra. Los pastores estaban cerca; los magos vinieron de lejos. Fueron ángeles los que encaminaron a los pastores a Jesús; una estrella misteriosa guió a los magos (nótese que, en aquella época, mago era sinónimo de astrólogo). Los pastores vinieron rápido y de frente al pesebre; los magos demoraron y se desviaron en el camino (6).
¿Quiénes vinieron rápido? Los pobres, los ignorantes. ¿Quiénes se demoraron? Los sabios. ¿No nos dice nada eso? San Pablo escribió: “Pues mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se jacte en su presencia.” (1Cor 1:26-29).
¿Quiénes eran los cristianos de Corinto a los que Pablo dirige esa carta? Lo vil y lo menospreciado de esa ciudad. Así que si tú eres vil y menospreciado, ignorante y pobre, di ¡aleluya! porque Dios puede usarte, ya que Él escogió para su obra a lo vil y menospreciado, a lo que el mundo mira de reojo y con desprecio. A ésos escogió Dios, no a los sabios y a los importantes. Es cierto que a veces escoge a algún sabio, como fue el caso de Pablo, que era un hombre docto. Pero si no posees mucha sabiduría del mundo, tú eres un candidato para que Dios te use. ¿Qué es lo que necesita Dios? Un corazón dispuesto. Y si tú no te consideras capaz, Él te capacita. Dios te dará la sabiduría necesaria, si se la pides, como dice Santiago 1:5. Y aun si tú fueras tartamudo, Él puede hacer de ti un predicador elocuente. Lo que Dios necesita es que estemos abiertos a la acción de su gracia.
La primera frase que se pronuncia en el relato de los pastores es: “Os ha nacido... un salvador.” (Lc 2:11) La primera frase que se pronuncia en el segundo relato es la pregunta de los magos: "¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?" (Mt2:2). Lo propio de los sabios es inquirir, investigar. El sabio es un buscador de la verdad, pero a los simples, la verdad les es revelada.
Dios necesita de unos y de otros. Pero por encima de la ignorancia y de la sabiduría, lo que a Dios le interesa es la humildad. Tengas muchos títulos académicos o ninguno; tengas muchas o pocas habilidades, Dios ve tu corazón. Si eres humilde, atraerás su favor. Pero si eres soberbio, como dice la Escritura, Él te mirará de lejos (Sal 138:6), y no querrá tener nada contigo, ni tú con Él, porque pensarás que no lo necesitas. Sólo cuando te hayas humillado delante de Él y reconocido tu indignidad, Él te levantará y llamará a ocupar uno de los primeros lugares en el banquete de su reino.

Notas: 1. Emil Schürer, en su “Historia del Pueblo Judío en Tiempos de Jesucristo”, dice de ese malvado lo siguiente: “Herodes había nacido para gobernar. Dotado por la naturaleza de un cuerpo fuerte, capaz de soportar la fatiga, se acostumbró desde temprano a toda clase de privaciones. Era un jinete hábil y un cazador osado. Era temible en las contiendas pugilísticas. Era un lancero infalible y sus flechas rara vez erraban el blanco. Experimentado en el arte de la guerra desde muy joven, a los veinticinco años ya había cosechado fama en la expedición contra los ladrones de Galilea. En una etapa posterior de su vida, traspasado el umbral de los sesenta años, condujo personalmente la campaña contra los árabes. Pocas veces el éxito le dio la espalda cuando él mismo condujo una expedición militar.”
“Su carácter era violento y apasionado, brusco e inflexible. Los sentimientos delicados y las emociones tiernas eran ajenas a su naturaleza. Cuando sus propios intereses parecían exigirlo, manejaba los asuntos con mano de hierro, y no tenía escrúpulos en derramar ríos de sangre para alcanzar sus objetivos. No perdonó ni a sus familiares más cercanos, ni a la mujer que amaba apasionadamente, cuando la necesidad o el deseo lo impulsaron.”
“Era, por lo demás, muy astuto y habilidoso, rico en estratagemas. Comprendía muy bien qué medidas era necesario tomar para adaptarse a las circunstancias cambiantes del momento. Pero así como era duro e inmisericorde con los que caían bajo su férula, era adulón y servil con los que estaban en los lugares altos. Su mirada era amplia y su juicio suficientemente agudo para percibir que en las circunstancias del mundo en que vivía nada se podía alcanzar sin la ayuda y el favor de los romanos. Fue por tanto un principio invariable de su política aferrarse a su alianza con el imperio bajo todas las circunstancias y cualquiera que fuera el costo, y sabía cómo lograrlo inteligente y exitosamente.”
“Todas estas características de su naturaleza estaban movidas por una ambición insaciable. Todas sus astucias y esfuerzos, todos sus planes y acciones, apuntaban a un fin: extender su poder, sus dominios y su gloria. Las dificultades y los obstáculos no eran para él sino un estímulo para emplearse más a fondo. Este esforzarse infatigable y sin respiro lo acompañó hasta su edad avanzada.”
2. Herodías, nieta de Herodes el Grande, estuvo casada primero con su tío, Herodes Filipo, hijo del primer Herodes, pero lo dejó para casarse con su cuñado Antipas. Ese matrimonio contrario a la ley de Moisés, fue objeto de las denuncias de Juan Bautista.
3. En esa época, y hasta tiempos recientes, era frecuente que las grandes damas que no querían tomarse la molestia de dar de lactar a sus hijos, encargaran esa tarea a una sirviente o esclava vigorosa, que hubiera dado a luz recientemente, para que lo amamantara junto con su propio hijo. A esas criaturas se les llamaba en el Perú “hermanos de leche”, porque habían bebido del mismo seno. ¿Qué podía hacer que una mujer se privara de la dicha de amamantar personalmente a su criatura? Salvo que hubiera motivos de salud, sólo consideraciones frívolas como el temor de que la lactancia afee sus pechos, o el deseo de conservar la libertad necesaria para seguir participando sin trabas en la vida social.
4. Si tomaba en serio las advertencias de Pablo, hubiera tenido que separarse de su esposa y medio hermana. La familia de Herodes mostró una curiosa tendencia a las relaciones incestuosas, que eran abominación para los judíos piadosos.
5. Dado que los judíos habían residido durante el exilio en Babilonia y en Persia, de donde provenían probablemente los magos, es posible que los habitantes de esos países les hubieran oído hablar de la esperanza que ellos tenían en un rey que sería ungido para salvarlos de sus enemigos.
6. Con frecuencia los que buscan a Dios con el intelecto se extravían en el camino.

Bibliografía: Aparte de la información que proporcionan los evangelios sinópticos y el libro de los Hechos de los Apóstoles, he consultado los siguientes libros: “New Testament History” de F.F. Bruce; “In The Fullness of Time” de Paul L. Maier, la historia de Schürer mencionada más arriba, así como algunos diccionarios y enciclopedias bíblicas. Sin embargo, buena parte de la cuantiosa información que consignan esos libros procede de dos obras del historiador judío Flavio Josefa, que son imprescindibles para el conocimiento de la época: “Las Antigüedades de los Judíos” y “Las Guerras de los Judíos”.

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