viernes, 31 de julio de 2009
JEROBOAM, EL QUE HIZO PECAR A ISRAEL I
Al terminar el artículo anterior (“La Necedad de Roboam” #584) hemos visto cómo Roboam, al escuchar la palabra del profeta, desistió de su propósito de tratar de someter a Jeroboam y a las diez tribus rebeldes por las armas, porque entendió que la división del reino unido que había heredado de su padre era cosa que el Señor había hecho y no había nada que él pudiera hacer en contra.
Jeroboam, por su lado, posiblemente no entendió por qué motivo Roboam no había venido para hacerle la guerra, como era de esperarse. Pero libre de la presión de un ataque inminente, fortificó la ciudad de Siquem, que había escogido como residencia, e hizo lo mismo con Penuel, al otro lado del Jordán, para el caso de que más adelante tuviera que defenderse de ataques de sus enemigos.
Él podía ahora considerarse bien instalado como soberano del nuevo reino que había surgido como consecuencia de la división del reino que David y Salomón habían forjado. Sin embargo, tenía un motivo serio de preocupación:
26,27. “Y dijo Jeroboam en su corazón: Ahora se volverá el reino a la casa de David, si este pueblo subiere a ofrecer sacrificios en la casa de Jehová en Jerusalén; porque el corazón de este pueblo se volverá a su señor Roboam rey de Judá, y me matarán a mí, y se volverán a Roboam rey de Judá.
Él sabía que el pueblo, acostumbrado como estaba ya a ir al templo que Salomón había edificado espléndidamente en Jerusalén para ofrecer holocaustos a Jehová, tal como Moisés había ordenado, no dejaría de querer seguir haciéndolo. Entonces, no sin razón, pensó: si el pueblo sigue yendo a Jerusalén para rendir culto a Dios, inevitablemente sus afectos se inclinarán hacia el que reina en la ciudad santa, sobre todo si tienen alguna queja contra mí, como fácilmente puede ocurrir, siendo el corazón humano tan inestable y cambiante (Jr 17:9) y, en ese caso podrían rebelarse y matarme. Nótese cómo el que ha hecho algo contra su prójimo empieza a temer que otro pueda hacer lo mismo contra él.
28,29. Y habiendo tenido consejo, hizo el rey dos becerros de oro, y dijo al pueblo: Bastante habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, los cuales te hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso uno en Bet-el, y el otro en Dan.”
Así pues, después de haber buscado el consejo de las personas sabias que había reunido en su corte, decidió que lo oportuno era darle al pueblo dos lugares de culto, uno al Norte en Dan, y otro al Sur, en Betel, poniendo en cada una de esas ciudades un becerro de oro, esto es, un ídolo, para que lo adoraran. (Betel quiere decir “casa de Dios”)
Podríamos decir quizá que aquí cometió Jeroboam el pecado contra el Espíritu Santo, pues él hizo concientemente lo que él sabía había sido el pecado que Aarón y el pueblo habían cometido cuando peregrinaban en el desierto mientras Moisés hablaba con Dios en el monte Sinaí: hacer que el pueblo adorara a un becerro de oro diciéndole que ése era el dios que los había sacado de Egipto (Ex 32:1-6). No sólo pecó Jeroboam él mismo, sino que sedujo al pueblo, apartándolo del culto al Dios verdadero, y haciendo que cayera en el mismo pecado de idolatría, fomentando la inclinación natural ya demostrada que entonces tenía el pueblo por los ídolos. Esto, por lo demás, no es de extrañar si se tiene en cuenta que no era fácil, en un mundo idólatra y acostumbrado, a las imágenes adorar a un Dios invisible.
Por razones de egoísta conveniencia política él hizo, conciente y voluntariamente, que el pueblo pecara. ¡Cuántas veces ocurre que los políticos por conveniencia personal, llevan a sus pueblos por caminos equivocados, sabiendo lo que hacen, es decir, no por ignorancia! El amor al poder es una tentación muy poderosa. Antes que adorar al becerro de oro Jeroboam adoraba al dios del poder que ese becerro simbolizaba.
Así como muchos rinden culto al dinero y otros al sexo, hay quienes lo sacrifican todo –en cierta manera, vendiendo su alma al diablo- con tal de gozar de una pequeña cuota de poder. Se dejan seducir por Satanás que les pinta engañosamente los beneficios y las satisfacciones que puede traerles ejercer poder sobre otros. Pero no son concientes de todo el daño que pueda derivarse de sus actos para la nación, y de todo lo malo que el pueblo pueda hacer como consecuencias de sus acciones e iniciativas demagógicas. ¡Qué terrible responsabilidad asumen los que, como modernos Jeroboam, tienen la capacidad de influir de una manera u otra en la conducta del pueblo! Esa responsabilidad no se limita a los que ejercen el poder desde el Ejecutivo, o desde cualquiera de los órganos del estado, sino se extiende también a los que pueden hacerlo a través de los medios de comunicación. Es cierto que en uno u otro caso la influencia que ejercen también puede ser buena, a Dios gracias, y hay hombres y mujeres que desde la porción de poder, grande o pequeña, que Dios les ha asignado, pueden hacer, y hacen de hecho, mucho bien.
Pero en el caso concreto de los medios de comunicación, impresos, radiales o visuales, la tentación de influir en un mal sentido es muy grande, porque hay mucho dinero de por medio y el mal se vende mejor que el bien, es decir, el pecado mejor que la virtud. Por eso se dice, tristemente con razón, que las buenas noticias no son marqueteras, no ganan “rating”, salvo cuando se trata del deporte. De ahí viene que las pantallas de la TV y los titulares de los periódicos estén llenos de sucesos escandalosos, y que las páginas interiores de los diarios se ensucien con pornografía.
¡Escucha bien Jeroboam, tú y los que siguen tus pasos, las palabras que pronunció Jesús: “!Ay de aquel por quien vienen los escándalos!” (Mt 18:7) ¡Ay de los que hacen tropezar a otros! ¡Más les valiera no haber nacido.!
31-33. “Hizo también casas sobre los lugares altos, e hizo sacerdotes de entre el pueblo, que no eran de los hijos de Leví. Entonces instituyó Jeroboam fiesta solemne en el mes octavo, a los quince días del mes, conforme a la fiesta solemne que se celebraba en Judá; y sacrificó sobre un altar. Así hizo en Bet-el, ofreciendo sacrificios a los becerros que había hecho. Ordenó también en Bet-el sacerdotes para los lugares altos que él había fabricado. Sacrificó, pues, sobre el altar que él había hecho en Bet-el, a los quince días del mes octavo, el mes que él había inventado de su propio corazón; e hizo fiesta a los hijos de Israel, y subió al altar para quemar incienso.”
En su ciego deseo de encumbrarse y de asegurar la posición que había conquistado, Jeroboam entró a terrenos que no le estaban permitidos y por los que sólo Dios podía transitar. Dios había dispuesto que sólo fueran sacerdotes los descendientes del levita Aarón, hermano de Moisés, (Ex 28:1; Nm 3:3), y que sólo sirvieran en el templo en otros cargos los de la tribu de Leví (Nm 3:12). Necesitando sacerdotes para el culto que él había inventado, Jeroboam comenzó a nombrar sacerdotes a los que a él se le ocurriera, según su capricho, y posiblemente poniendo a personas indignas de ese cargo. Y a los que nombró sacerdotes los indujo a pecar doblemente, pues ellos sabían muy bien que sólo podían estar en el sacerdocio los descendientes de Aarón y que al ejercer esa función indebidamente ellos se convertían en usurpadores.
Hizo más Jeroboam. Durante las décadas en que no hubo reyes ni templo en Jerusalén, el pueblo iba a ofrecer sacrificios a Dios a los llamados “lugares altos”, donde con frecuencia el culto se mezclaba con graves desórdenes: orgías y prostitución sagrada, por lo cual acudir a esos lugares fue gravemente prohibido. Pero Jeroboam sabía que por el mismo motivo al pueblo le gustaba acudir a esos lugares atraídos por esas prácticas lujuriosas. Pues bien, en lugar de reforzar la prohibición él no tuvo escrúpulos de incentivar esa mala costumbre, construyendo facilidades para la gente que acudiera a esos lugares y nombrando sacerdotes con ese fin.
Hizo más aun Jeroboam. Para que no fuera el pueblo a Jerusalén a celebrar la alegre fiesta de los Tabernáculos, que era muy popular, instituyó una fiesta paralela, semejante a la que se celebraba en Jerusalén, pero en un mes y días distintos a lo señalado por Dios (que era durante una semana a partir del día 15 del sétimo mes, Lv 23:34). La Biblia dice que él se había inventado esa fiesta “de su propio corazón”. Pero sabemos bien que si él hacía eso era porque él había entregado su corazón a Satanás, que era quien le inspiraba todas esas acciones sacrílegas. Dios había levantado en Egipto, a un legislador y profeta, a Moisés, para que le diera leyes al pueblo y ordenanzas para el culto que Jehová deseaba que el pueblo le rindiera. Siglos después Satanás levantó en Israel a un falso legislador que diera leyes espúreas y estableciera nuevos lugares de culto que reemplazaran a lo que Dios había establecido.
A la vista de todas las medidas religiosas que él tomó se hace patente que Jeroboam se había apartado completamente de Dios, pero a sabiendas de lo que hacía. La religión que el hombre se inventa de acuerdo a su propio corazón es abominación ante los ojos de Dios. ¡Cuántas veces ha ocurrido en nuestro cristianismo que el hombre ha sustituido la palabra de Dios por lo que él mismo se inventa, en muchos casos para alcanzar metas humanas, metas propias, independientes o contrarias a los objetivos de Dios!
Dios no podía dejar que la conducta soberbia de Jeroboam quedara sin reprensión pública. Por eso levantó a un profeta para que en su nombre condenara esos hechos.
13:1,2. “He aquí un varón de Dios, por palabra de Jehová vino a Bet-el; y estando Jeroboam junto al altar para quemar incienso, aquél clamó contra el altar por palabra de Jehová, y dijo: Altar, altar, así ha dicho Jehová: He aquí que a la casa de David nacerá un hijo llamado Josías, el cual sacrificará sobre ti a los sacerdotes de los lugares altos que queman sobre ti incienso, y sobre ti quemarán huesos de hombres.” (Es decir, sobre el mismo altar sobre el cual los sacerdotes falsos queman incienso se quemarán los huesos de esos sacerdotes).
Es sorprendente que el profeta pronuncie el nombre del rey justo que, unos trescientos años después, Dios iba a dar a Judá para que restableciera el culto en su reino, que también se había desviado del recto camino (2R 23:4-14), y que además, en cumplimiento de esta profecía, tomaría Betel y sobre el altar que allí Jeroboam había levantado, quemaría los huesos de los sacerdotes falsos que habían oficiado en ese lugar (2R 23:15-18).
Para que no hubiera duda de que sus palabras venían de parte de Jehová, el mismo día el profeta “dio una señal diciendo: Esta es la señal que confirma que Jehová ha hablado: He aquí que el altar se quebrará, y la ceniza que sobre él está se derramará.” (1R 13:3).
¿Qué signo más patente de la intervención de Dios que un altar construido sólidamente de piedra, sin que medie golpe alguno, se quiebre por sí mismo derramando por el suelo la ceniza que sobre su superficie se había acumulado? ¡Eso fue lo que el profeta anunció! Pero en lugar de temblar ante el aviso que Dios le enviaba, “cuando el rey Jeroboam oyó la palabra del varón de Dios, que había clamado contra el altar de Bet-el, extendiendo su mano desde el altar, dijo: ¡Prendedle! Mas la mano que había extendido contra él, se le secó, y no la pudo enderezar.” (2R 13:4)
Nosotros solemos dar órdenes extendiendo el brazo en señal de autoridad. En esta ocasión el mismo brazo con el cual Jeroboam señaló al infractor que quería castigar, se quedó extendido sin que lo pudiera traer a sí. Es como si Dios le dijera: Toda tu autoridad y el poder de que te jactas está en mis manos y nada puedes contra mí.
Notemos cómo cuando el impío religioso ve que alguien denuncia su hipocresía con un signo inconfundible de que la denuncia viene de parte de Dios, en lugar de arrepentirse, su corazón se endurece y se vuelve contra el que le habló de parte de Dios y lo persigue. Esto ha ocurrido vez tras vez en el pasado y seguirá ocurriendo en el futuro.
13:5. “Y el altar se rompió, y se derramó la ceniza del altar, conforme a la señal que el varón de Dios había dado por palabra de Jehová.”
¡Cómo debe haber abierto Jeroboam sus ojos de estupor al ver que el altar delante del cual él oficiaba se rompía sin que nadie lo hubiera golpeado! Entonces sí, al ver el milagro, Jeroboam tembló y acudió al Dios que había negado, pidiendo que restableciera el movimiento normal de su brazo: “Entonces el rey respondiendo dijo al varón de Dios: Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios, y ores por mí, para que mi mano me sea restaurada.” (vers. 6ª) Así solemos comportarnos todos. Cuando nos va bien ignoramos a Dios y hasta nos atrevemos a desafiarlo. Pero cuando su mano aprieta y las cosas se ponen negras, nos humillamos y clamamos: ¡Señor, ayúdame! Toda nuestra rebeldía cae por los suelos, como la ceniza que se derramó del altar.
“Y el varón de Dios oró a Jehová, y la mano del rey se le restauró, y quedó como era antes.” (vers. 6b) (Nota) Es posible que el profeta accediera a orar por el rey para mostrarle que él no buscaba hacerle daño sino que se convierta.
Después de esto, ablandado su corazón, Jeroboam quiso invitar al profeta a comer con él para darle un regalo, pero el varón de Dios se negó a aceptar la invitación del rey, porque el Señor se lo había prohibido. Por ahora no deseo comentar el intrigante episodio que sigue y lo que acontece al profeta que había venido a reprender al rey. Lo haré más adelante. Quiero más bien seguirme ocupando de Jeroboam, porque si Dios ha puesto su historia con bastante detalle en las Escrituras es porque quiere que saquemos enseñanzas de su vida y de su mala conducta.
El hecho notorio es que pese al aviso que Dios le había dado, y al doble prodigio del que había sido testigo -la destrucción del altar y la rigidez de su brazo- Jeroboam no se arrepintió de su mal proceder, sino que se obstinó en seguir desafiando a Dios: “Con todo esto no se apartó Jeroboam de su mal camino, sino que volvió a hacer sacerdotes en los lugares altos de entre el pueblo, y a quien quería lo consagraba para que fuese de los sacerdotes de los lugares altos.” (vers. 33). Podemos imaginar cómo muchos en Israel tratarían de obtener para sí esa prebenda, pensando en los beneficios que podrían disfrutar, y usarían de todos los medios a su alcance para ganar el favor del rey, empleando quizá incluso el soborno con sus allegados.
Pero la impiedad de Jeroboam no podía quedar sin castigo, pues la Escritura dice que a causa de su pecado la casa de Jeroboam, es decir, su linaje, sería borrado de la tierra: “Y esto fue causa de pecado a la casa de Jeroboam, por lo cual fue cortada y raída sobre la faz de la tierra.” (vers. 34) En la continuación de esta enseñanza vamos a ver cuán terriblemente se cumplió esa profecía.
Nota. Este incidente me recuerda el episodio en que Pablo reprende al mago llamado Barjesús y ordena que quede ciego durante un tiempo (Hch 13:8-11)
#585 (26.07.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse buen número de artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima; Calle Schell 324, Miraflores; y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.
lunes, 27 de julio de 2009
LA NECEDAD DE ROBOAM
Una noche, después de haber sacrificado holocaustos en Gabaón (Nota 1), se le apareció el Señor en sueños, diciéndole: “Pide lo que quieras que yo te dé.” (1R 3:5). Salomón en respuesta, después de reconocer que él era un novato, le pide que le dé sabiduría para gobernar a este pueblo tan grande (v. 9). “Y agradó delante del Señor que Salomón le pidiese eso.” (v. 10).
“Y le dijo Dios: Porque has demandado esto y no pediste para ti muchos días, ni pediste para ti riquezas, ni pediste la vida de tus enemigos, sino que demandaste para ti inteligencia para oír juicio, he aquí lo he hecho conforme a tus palabras; he aquí que te he dado corazón sabio y entendido, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levantará otro como tú . Y aun te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos tus días”. (1 R 3:12-13).
Dios le dice a Salomón “te he dado” sabiduría y luego “te he dado riquezas y gloria”. Es una declaración definitiva; se las ha dado ya, aunque deban ser suyas en el curso del tiempo (especialmente las riquezas). Es una declaración incondicional, una promesa hecha en virtud de la oración que Salomón había hecho. No le quedaba a él otra cosa sino poseer las riquezas que ya eran suyas. Es algo semejante a lo que, siglos atrás, le dijo Dios a Josué: “Yo os he entregado todo lugar que pisare la planta de vuestros pies.” (Jos 1:3). La palabra de Dios era su título de propiedad. Lo único que tenía que hacer Israel era entrar a poseer la tierra que estaba ocupada por otros pueblos. Su victoria en la guerra de conquista estaba asegurada.
En el caso de la declaración hecha a Salomón vemos una aplicación anticipada de las palabras de Jesús: “Buscad primero el reino de los cielos y todas las demás cosas os serán añadidas.” (Mt 6:33) Salomón sólo había pedido sabiduría, pero Dios le dice: “Por haberme pedido eso, una de las virtudes del reino que vas a necesitar para gobernar, y no las añadiduras que muchos desean, esto es, riquezas y gloria, te daré lo uno y lo otro; lo que me pediste y lo que no me pediste.” Para nosotros la lección práctica consiste en que nos conviene pedir lo más importante, lo mayor, seguros de que también recibiremos de Dios lo menos importante. ¿Qué es lo más importante? Lo que beneficia a otros antes que a mí.
Es interesante que Dios reserve el otro punto, larga vida, para otra promesa (v.14) que se distingue de la primera en que es condicional: “Si anduvieres en mis caminos…yo alargaré tus días.” Vemos pues que Dios promete darnos sus bendiciones de dos maneras diferentes: En un caso, sin condiciones, y en otro, condicionado al cumplimiento de requerimientos específicos.
Cabe la posibilidad, sin embargo, de que una promesa tenga a la vez un aspecto incondicional, y otro condicional. En 2Sam 7:16 Dios le promete a David que su trono será estable para siempre. Sin embargo, en 1R 8:25, cuando Dios le reitera a Salomón la promesa hecha a su padre, esa promesa se ha vuelto condicional: “No te faltará varón delante de mí, que se siente en el trono de Israel, con tal de que tus hijos guarden mi camino y anden delante de mí como tú has andado delante de mí.” ¿Cómo explicar esta disparidad tratándose del mismo aspecto: la estabilidad del trono?
La primera promesa hecha a David representa el designio eterno de Dios, que no está sujeto a ninguna condición, y se refiere al trono del Mesías, hijo de David. La segunda es condicional porque se refiere al trono dinástico del linaje humano de David, y, por ese motivo, su cumplimiento está sujeto a la fidelidad de sus descendientes.
Al final de sus días, Salomón, que había llegado a ser inmensamente rico, como Dios le había prometido, llevado por la sensualidad que se había apoderado de él, amó a muchísimas mujeres paganas, y se desvió hacia los dioses de esas mujeres. En consecuencia su corazón ya no fue perfecto con el Señor Dios, como había sido su padre. “Y se enojó Jehová contra Salomón, por cuanto su corazón se había apartado de Jehová Dios de Israel, que se le había aparecido dos veces.” (1R 11:9). Y le dijo: “Por cuanto ha habido esto en ti, y no has guardado mi pacto y mis estatutos que yo te mandé, romperé de ti el reino, y lo entregaré a tu siervo. Sin embargo, no lo haré en tus días, por amor a David tu padre; lo romperé de la mano de tu hijo. Pero no romperé todo el reino, sino que daré una tribu a tu hijo, por amor a David mi siervo, y por amor a Jerusalén, la cual yo he elegido.” (1R 11:11-13). A causa de la infidelidad de Salomón el destino de Israel como nación fue frustrado.
Entre los hombres que Salomón había tomado a su servicio había uno que era esforzado y valiente, que se llamaba Jeroboam. A éste le salió un día al encuentro el profeta Ahías, silonita, que llevaba puesta una capa nueva: “Y tomando Ahías la capa nueva…la rompió en doce pedazos, y dijo a Jeroboam: Toma para ti los diez pedazos; porque así dijo Jehová Dios de Israel, He aquí que yo rompo el reino de la mano de Salomón, y a ti te daré diez tribus; y él tendrá una tribu por amor a David mi siervo…”
El profeta añade que Dios no hará eso en vida de Salomón –como ya le había sido anunciado a éste- sino que lo haría cuando su hijo le suceda, a quien quitará diez tribus para dárselas a Jeroboam, quedando al hijo de Salomón una tribu “para que mi siervo David tenga lámpara todos los días delante de mí en Jerusalén…” (v. 36).
Y agregó el profeta: “Si prestares oído a todas las cosas que te mandare, y anduvieres en mis caminos, (ahí parece que nos estuviera hablando a cada uno de nosotros) …guardando mis estatutos y mis mandamientos, como hizo David mi siervo, yo estaré contigo y te edificaré casa firme, como la edifiqué a David, y yo te entregaré a Israel.” (v. 38). Cuando Salomón se enteró de la profecía intentó matar a Jeroboam, por lo que éste tuvo que huir a Egipto (1R 11:40).
Vemos aquí cómo Dios se ve obligado a cambiar radicalmente sus planes respecto de Israel, debido a la desobediencia de Salomón, pues su propósito original había sido que el reino se mantuviera unido bajo el linaje de David. Pero ¿cambia realmente Dios sus planes? Esa es una manera de hablar en términos humanos, porque Dios sabía muy bien desde el principio que Salomón no le sería fiel y que, en castigo, Él tendría que dividir su reino.
La división del reino trajo mucho sufrimiento al pueblo de Israel. ¿Qué culpa tenía el pueblo de la infidelidad de Salomón? Los pueblos pagan muchas veces por los pecados de sus gobernantes. ¿Es pues injusto Dios? A eso habría que repreguntar: ¿Son todos los pueblos inocentes? (¿Somos nosotros, los peruanos, inocentes delante de Dios?) Los caminos de Dios son inescrutables, pero podemos estar seguros de que siempre son justos.
Cuando Salomón murió después de cuarenta años de reinado, su heredero “Roboam fue a Siquem, porque todo Israel había venido a Siquem para hacerle rey.” (1R 12:1) Entretanto gente de las tribus del Norte había enviado a llamar a Jeroboam para que retorne. Jeroboam había estado encargado de la casa de José (1R 11:28). Eso quiere decir probablemente que Salomón le había confiado la administración de los territorios de las tribus de Efraín y Manasés. Era quizá una especie de gobernador. Pero a los ojos de los miembros de esas tribus él era un líder. ¿Estaba la gente enterada de la profecía de Ahías? Es muy probable y eso había hecho que aumentara su prestigio.
Cuando vino todo Israel a encontrarse con Roboam es poco probable que Jeroboam fuera su vocero, sino que fueran los jefes de las principales familias los que le dijeron al rey: “Tu padre agravó nuestro yugo, mas ahora disminuye tú algo de la dura servidumbre de tu padre, y del yugo pesado que puso sobre nosotros, y te serviremos. Y él les dijo: Idos, y de aquí a tres días volved a mí. Y el pueblo se fue.” (1R 12:4,5). Roboam se da cuenta de que necesita un poco de tiempo para pensar bien lo que iba a contestarles. Sabiamente al inicio, él pide consejo a los ancianos que aconsejaban a su padre: “Y ellos le hablaron diciendo: Si tú fueres hoy siervo de este pueblo y lo sirvieres, y respondiéndoles buenas palabras les hablares, ellos te servirán para siempre.”
¡Qué sabio el consejo que le dieron los ancianos! Es válido para todos los tiempos. Jesús dijo algo semejante en términos comparables: “El que quiera ser mayor sea vuestro servidor.” (Mt 23:11). Pero a Roboam no le gustó el consejo prudente de los ancianos. No cuadraba seguramente con su naturaleza arrogante, “y pidió consejo a los jóvenes que se habían criado con él y que estaban delante de él.” Esto es, buscó el consejo de los jóvenes que eran sus compañeros de diversión, entre los cuales seguramente habría algunos parientes. A esos jóvenes (¡dechados de sabiduría!) fue a pedir que le aconsejaran sobre cómo responder a las demandas justas de sus súbditos (v. 8,9). Pero estos jóvenes, seguramente engreídos y arrogantes como él, acostumbrados a vivir en palacio y a dar órdenes, inconcientes de lo que estaba en juego, le dieron el peor de los consejos, justamente lo contrario de lo que los ancianos de su padre le habían recomendado responder, instándole a que les contestara así: “…mi padre os cargó de pesado yugo, mas yo añadiré a vuestro yugo; mi padre os castigó con azotes, mas yo os castigaré con escorpiones.” (v. 11). Y que aun les dijera: “el menor de mis dedos es más grueso que los lomos de mi padre.” (v. 10).
Cuando al tercer día, el pueblo, con Joroboam a la cabeza, vino a escuchar la respuesta del rey, éste les contestó exactamente como le habían aconsejado sus sabios amigos. ¿Cómo reaccionó el pueblo al escuchar la respuesta dura e insultante del rey? Con indignación y rechazo, como es natural: “¿Qué parte tenemos nosotros con David? No tenemos heredad en el hijo de Isaí. ¡Israel, a tus tiendas! ¡Provee ahora en tu casa, David! Entonces Israel se fue a sus tiendas.” (v. 16) (2)
Para entender esta respuesta hay que recordar que ya desde antiguo había cierta rivalidad entre Judá y los descendientes de José. Cuando muerto Saúl David fue coronado rey de Judá en Hebrón, hubo guerra entre David y la casa de Saúl (2S, 2:8ss). Tuvieron que pasar siete años de luchas fraticidas antes de que las tribus del Norte se animaran a reconocerlo también como rey. (2Sm 5:1-5).
Notemos de paso que el libro comenta lo siguiente sobre la forma arrogante y necia como Roboam respondió a los que habían venido dispuestos a ser súbditos: “Y no oyó el rey al pueblo; porque era designio de Jehová para confirmar la palabra que Jehová había hablado por medio de Ahías silonita a Jeroboam hijo de Nabat.”
Es muy interesante constatar cómo en el caso del dilema que enfrentó Roboam, lo que va a producir la escisión del reino y a casi provocar una guerra civil, es una cuestión de impuestos y cargas tributarias muy pesadas. ¡Cuántas rebeliones y revoluciones ha habido en la historia de los pueblos a causa de los impuestos!
Cuando Roboam se dio cuenta de lo que pasaba quiso reaccionar enviándoles a Adoram, administrador de los tributos (¡el más inadecuado de los embajadores en este caso!) “pero lo apedreó todo Israel, y murió. Entonces el rey Roboam se apresuró a subirse en un carro y huir a Jerusalén.” En eso terminó la arrogancia y valentía de Roboam, en una huída cobarde. ¡Ah, Roboam, qué neciamente te has comportado!
Entonces sucedió lo inevitable. Las tribus del Norte, que necesitaban contar con un líder que las condujera, escogieron a Jeroboam para que fuera su rey. (v. 20).
Pero Roboam no estaba dispuesto a darse vencido. Reunió un ejército de 180,000 guerreros escogidos para hacer la guerra a la casa de Israel y someterlos. Cuando estaba a punto a partir Dios suscitó a un profeta, Semaías, para que le hablara a Roboam, y a los príncipes de Judá y a todo el pueblo reunido, estas palabras: “Así ha dicho Jehová: No vayáis, ni peleéis contra vuestros hermanos los hijos de Israel; volveos cada uno a su casa, porque esto lo he hecho yo. Y ellos oyeron la palabra de Dios, y volvieron y se fueron, conforme a la palabra de Jehová.” (v. 24)
Dios utiliza nuestros errores y defectos para llevar a cabo sus propósitos cuando desea castigarnos o despertar nuestro espíritu a la realidad. Él abandona a Roboam a las veleidades de su mente frívola, por causa de la cual perdió en Siquem la oportunidad única de heredar todo el reino que su padre y abuelo habían poseído. Si Dios hubiera querido tener compasión de él en esta ocurrencia, lo hubiera hecho recapacitar para que llegara a un acuerdo con los descontentos. Pero Dios sabía a dónde lo llevaría su espíritu contumaz e irreflexivo y lo tenía todo previsto. En verdad Roboam cosechó lo que él mismo había sembrado.
Nota 1. Antes de que se construyera el templo de Jerusalén el pueblo de Israel ofrecía sacrificios en los lugares altos, como también hacían los paganos a sus dioses.
2. Los israelitas ya no vivían en tiendas de campaña sino en ciudades y pueblos. Pero la mención de las tiendas en las que habían habitado los patriarcas y sus antepasados hasta la conquista de la tierra prometida, era una referencia a su pasado heroico del que ellos estaban orgullosos, y les servía como grito de rebeldía (2Sm 20:1).
NB. El núcleo de este artículo fue escrito en noviembre de 1990, pero nunca fue publicado. Lo he revisado y ampliado para esta ocasión.
#584 (19.07.09) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). Si desea recibir estos artículos por correo electrónico recomendamos suscribirse al grupo “lavidaylapalabra” enviando un mensaje a lavidaylapalabra-subscribe@yahoogroups.com. Pueden también solicitarlos a jbelaun@terra.com.pe. En la página web: www.lavidaylapalabra.com pueden leerse gran número de artículos pasados. También pueden leerse buen número de artículos en www.desarrollocristiano.com. Pueden recogerse gratuitamente ejemplares impresos en Publicidad “Kyrios”: Av. Roosevelt 201, Lima – Jr. Azángaro 1045 Of. 134, Lima – Calle Schell 324, Miraflores y Av. La Marina 1604. Pueblo Libre. SUGIERO VISITAR MI VISITAR MI BLOG: JOSEBELAUNDEM.BLOGSPOT.COM.