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martes, 14 de mayo de 2013

UN MODELO DE AMOR CONYUGAL


Pasaje seleccionado de mi libro
“MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO”

UN MODELO DEL AMOR CONYUGAL.
En las Sagradas Escrituras encontramos más de una referencia que nos
muestra que el amor de Dios por su pueblo, el amor de Dios por el alma humana, es el modelo del amor conyugal, del amor del esposo por su esposa que Dios nos propone.
La más saltante está en Efesios, y dice así: "Maridos, amad a vuestras mujeres así como Cristo amó a su iglesia, y se entregó a sí mismo por ella" (5:25). ¿Cómo amó Cristo a su iglesia? Dando su vida por ella. Este amor debe ser el modelo del amor que el marido tenga por su mujer. Debe amarla hasta dar la vida por ella. Esto quiere decir que le entrega todo su ser, sin reserva y que está dispuesto a morir por ella si fuera necesario.
¿Y cómo debe amar la mujer a su marido? Con la fidelidad y la misma entrega sin reservas que Cristo espera de nosotros, los miembros de su cuerpo. Ni más ni menos. Toda forma de amor, todo grado de amor que no alcance a este ideal mostrado en las Escrituras, está por debajo de lo que Dios espera del matrimonio de cada uno de ustedes, queridos lectores si están casados o están por casarse.
(Estos párrafos están tomados de la pag  25 de mi libro MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO, impreso por Editores Verdad y Presencia. Tel 4712178)

viernes, 4 de febrero de 2011

LA ESTIMA EN EL MATRIMONIO I

Por José Belaunde M.

A finales de 2002 fui invitado a dar una serie de conferencias sobre el matrimonio durante ocho días en la iglesia de ACYM de Tacna. He publicado como artículos en “La Vida y la Palabra”, la transcripción de la mayoría de esas conferencias, pero la dedicada al tema del epígrafe nunca fue publicada, por lo que, después de revisarla, la imprimo ahora en dos partes.

Gracias Padre, te damos en esta ocasión porque tú puedas mostrar tu amor sobre todos los que están aquí congregados en tu Nombre y, en particular, Señor, sobre las parejas de esposos, oh Dios, en quienes yo te pido, que derrames tu amor en abundancia, y que sueldes, las hendiduras que hubieran podido haber en su unión. Y, que tú, Señor, derrames tu espíritu de perdón para que todos aquellos que lo necesitaran, puedan reconciliarse unos con otros. Te pido, oh Dios, que me ayudes a mostrar los tesoros que tu palabra esconde sobre este gran misterio que es el matrimonio. Gracias, Señor, te damos en el Nombre de Jesús, Amén.
Hoy quiero hablarles de la estima en el matrimonio. La estima es un aspecto o elemento muy importante del amor en la relación matrimonial. Es un concepto, si se quiere, más amplio que el amor, más objetivo, que se extiende a terrenos quizá más extensos que el amor que es un sentimiento sobretodo subjetivo.
La estima en el matrimonio está basada en la premisa siguiente: Mi cónyuge es la persona que Dios me ha dado como ayuda idónea, en el caso del hombre; o como compañero en el caso de la mujer. Repito, mi cónyuge es la persona que Dios me ha puesto como compañero de mi vida, o como ayuda idónea.
¿Quién era Eva para Adán? Adán no escogió a Eva, ni Eva escogió a Adán. Dios hizo especialmente a Eva para Adán, y ciertamente cuando creó a Adán lo hizo pensando en Eva. La pareja perfecta hecha por Dios. Dios creó a Eva para Adán y se la dio; y había creado antes a Adán para dárselo a Eva. No les pidió su opinión. No les preguntó: ¿Quieren ustedes casarse? Sino les dijo: Sean una sola carne, fructifíquense y multiplíquense (Gn 1:28).
Muy probablemente si tú eres casado, tú escogiste a tu mujer; y tú, mujer, aceptaste a tu marido, quizá entre otros hombres que te pretendían; o quizá, como quien dice, como tu peor es nada. Y tú, marido, quizá fue ella la única que te aceptó, la única que te dio bola; o quizá tú la escogiste entre varias candidatas que estaban esperando ansiosas que tú les hablaras; o quizá tus padres la escogieron para ti. ¿Cómo sería? Esto último ocurría antes con frecuencia, y era un reflejo del orden establecido por Dios, que los padres escogieran a la esposa y al esposo. Era tan importante que no lo dejaban a la elección de sus hijos. Lo hacían ellos. Eso es lo que se ve en la Biblia.
Aunque hoy día nos parezca completamente desacostumbrado, sabemos muy bien que Abraham hizo traer a Rebeca para su hijo Isaac, y él la amó, dice la Escritura, desde el momento en que la introdujo en su morada. Isaac, como Adán antes que él, no escogió a su mujer. La escogió Eliezer, el fiel siervo de Abraham, para él (Gn 24). Esto hoy día nos parece raro. Pero no hace más de cien años que eso ocurría todavía. Yo he oído muchas veces contar la historia de mis abuelos. Mi abuela materna, que era huérfana de padre y madre, fue criada por unos tíos y tías. Un día, cuando ella tenía catorce años, su tía la llamó y le dijo: “Ven, arréglate para que conozcas a tu novio”. Sí, para que conozcas a tu novio. Cuatro años después ellos se casaron y fueron muy felices, felicísimos. Tuvieron doce hijos, y cuando murió mi abuela, después de más de cincuenta años de matrimonio, mi abuelo, aunque estaba bien de salud a sus ochenta y pico años, al poco tiempo se murió, porque ya no quería seguir viviendo. Esas cosas pasaban antes y eran matrimonios muy sólidos, porque estaban basados, no en el capricho del corazón… Ustedes saben que el corazón es caprichoso, ¿no? Peor que caprichoso, engañoso (Jr 17:9). ¿Y cómo fiarse del corazón para escoger a la otra persona, si el corazón engaña? Pero a los padres, a los buenos padres, y en el caso que he narrado, a los buenos padres adoptivos, el amor los guiaba, el Espíritu los guiaba para saber escoger a la persona adecuada.
Pero sea que tú hayas escogido a tu mujer, o tus padres la hayan escogido para ti, una vez que estás casado, ella es la mujer que Dios te ha dado. Es tuya porque Dios te la dio. Esto es, ella no sólo es la mujer que tú puedes haber escogido; o él puede ser no solamente el hombre que tú aceptaste, sino que ella es la mujer, y él es el hombre, que dentro del orden de Dios, uno y otro tienen para siempre. Jesús dijo: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.” (Mt 19:6) Ahora bien, quizá tu elección fue equivocada, puede ser. Quizá la escogiste por motivos erróneos, porque era bonita, graciosa, porque tenía un papá con plata, y dijiste: eso me conviene, me va a nombrar gerente de su empresa. Pero Dios usó tus errores, usó tus malos criterios para darte la mujer, o el marido, que él quería que tuvieras, porque nada ocurre fuera de la voluntad de Dios.
Tú quizá te digas, ¿cómo es posible que Dios use mis errores? Dios preferiría usar ciertamente tus aciertos, pero si no tienes más que errores, ¿qué va hacer? No es culpa suya. Él usa las cosas que tú pones a su disposición. Pero ahora él es el cónyuge, y ella es la cónyuge que Dios les dio. Ya están casados y tienen que aceptarse mutuamente, porque repito, nada ocurre fuera de la voluntad de Dios. Por tanto, tu relación con tu esposa, o con tu esposo, no es una cosa que dependa solamente de tus sentimientos, o de tu voluntad, depende de la voluntad de Dios. Tú no eres libre. La voluntad de Dios está sobre ti y, como he dicho en otra ocasión, Dios está a favor de los esposos, Dios está a favor de su felicidad. Él está dispuesto a proveer a todas sus necesidades, a llenar todos los huecos que pueda haber en su relación, para que sean felices. Pero es necesario primero que ellos pongan su relación en las manos de Dios, que son las mejores manos. Sin embargo, ocurre con frecuencia, aún entre cristianos, que los esposos ponen su relación en manos de sus caprichos, de sus deseos, de sus ilusiones, de su voluntad, de su buen o mal carácter, de lo que ellos quieran, cuando mejor es ponerla en las manos de Dios. Él es el médico que sana todas las heridas. Entonces, si tu relación no es algo que depende de tus sentimientos pasajeros, tú debes estimar a tu esposa; y tú mujer, debes estimar a tu marido. Ambos deben estimarse el uno al otro como un don de Dios.
“El que halla esposa halla el bien, y alcanza el favor de Dios.” (Pr 18:22) La esposa es un bien que viene de Dios, y el esposo también. Entonces, siendo así, tú tienes algunas obligaciones que no dependen de tus gustos. ¿Cuáles son esas obligaciones?
La primera es que tú debes tratarla a ella con respeto y consideración; y tú mujer a él, igual. Eso es algo recíproco. Ambos deben tratarse con respeto. El trato mutuo nunca debe ser ofensivo; no sólo debe ser amoroso, sino debe ser también respetuoso y considerado. Si los esposos se trataran siempre así, nunca habría peleas entre ellos, aunque hubiera desacuerdos. Claro, desacuerdos pueden haber; es inevitable. Pueden tener opiniones diferentes sobre diversos puntos, pero no habría peleas si se trataran siempre con respeto y consideración, porque tendrían consideración y respeto por la opinión del otro, y no tratarían de imponer a la fuerza o a punta de légrimas su propia opinión. Y aunque el marido tenga la última palabra, tampoco trataría de imponerle por la fuerza su opinión a ella, y ella aceptaría la opinión de él, y se sometería, aunque no estuviera de acuerdo. Y no gritaría, no levantaría la voz, porque yo estoy seguro -y quizá los hombres que están aquí estén de acuerdo conmigo- que nada fastidia más a un hombre, que una mujer le grite. Sin duda a la mujer tampoco le gusta que el marido le grite. Pero la peor manera como una mujer le puede hablar a un hombre es gritando, alzando la voz. Pero si le habla suavemente, cuando está tranquila, es difícil que el hombre se resista a sus argumentos. La mujer tiene muchas maneras de convencer al hombre –yo diría, hasta para metérselo al bolsillo- que no tienen nada que hacer con los gritos. De esa manera, si se guardaran respeto y consideración mutuos, el amor que se tuvieron al comienzo no se enfriaría tan rápidamente, sino mantendría su fuego, porque el respeto y la consideración ayudan a mantenerlo vivo.
La segunda consideración es muy, pero muy importante, y ésa es la fidelidad. La fidelidad tiene varios aspectos. El primero, la fidelidad en lo físico. Eso sabemos muy bien lo que quiere decir. La violación de la fidelidad física es adulterio; es un pecado muy grave que Dios y la Escritura condenan; un pecado que produce heridas y daños en ambos cónyuges y también en los hijos. Es un pecado que viola la santidad del matrimonio y que tiene graves consecuencias que se arrastran a menudo a través de los años, y que causan sufrimiento a muchos. Por lo pronto a las personas involucradas, a la víctima y al culpable.
Pero fíjense, la fidelidad no es sólo física, también debe serlo de pensamiento. Es decir, ni el hombre ni la mujer casados deben admitir pensamientos acerca de una persona del otro sexo que les atraiga, o que les sonría, o por la cual tengan cierta simpatía. ¿Qué dice la Escritura? “Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón, porque de él mana la vida.” (Pr 4:23) Guarda tu corazón en lo que se refiere a tu condición de casado o casada. Guarda tus pensamientos. Que tus pensamientos no se posen en otra persona que no sea tu esposo o tu esposa. La infidelidad de pensamiento suele presentarse cuando hay insatisfacciones en la vida conyugal. Por lo mismo, en situaciones semejantes los esposos cristianos que quieran hacer la voluntad de Dios, y que quieran guardarse de peligros que puedan amenazar la estabilidad de su unión y su felicidad, deben guardarse. Aún en los casos en que haya insatisfacción sexual o psicológica, aún, y sobre todo en esos casos, los afectos deben ser guardados, deben serse fieles uno al otro.
Por ese motivo cuando el hombre o la mujer casados sientan una simpatía especial por una persona del otro sexo, y más aún, si sienten que esa simpatía es correspondida, deben huir de esa persona como del diablo mismo, huir de toda ocasión de encontrarse con ella, porque es el diablo el que está usando a esa persona. Esa persona quizá sea inconciente, o quizá no lo sea (Dios lo sabe), pero el diablo pone ocasiones precisamente para hacer caer a uno o al otro. Si los casados tomaran esa precaución de alejarse de toda persona que les muestra una simpatía especial -y sabemos cuáles son los síntomas de esa simpatía- o por la cual uno de ellos siente simpatía, se evitarían muchas tragedias familiares; porque todo empieza en pequeño, por cosas que parecen triviales, sin importancia, pero que pueden crecer y dar un fruto mortal.
Aún más importante que la fidelidad de pensamiento es la fidelidad del deseo. Jesús dijo que el que codicia a una mujer casada ya cometió adulterio en su corazón con ella; y la mujer que codicia a un hombre casado, sea ella casada o no, igual (Mt 5:27,28). De manera que ni el hombre ni la mujer casados deben desear a otra persona, porque eso contamina gravemente su alma, contamina su relación. ¿Cómo puede una mujer abrazar a su marido si está deseando a otro? ¿O cómo puede la mujer entregarse a su marido si tiene el pensamiento puesto en otro hombre? ¿Cómo puede un hombre unirse a su mujer si desea a otra? La está engañando; se están engañando mutuamente en esos casos.
Quizás la mujer diga: Es que él no me trata bien, y ese hombre me mira con cariño, con una mirada dulce. La manzana que la serpiente le mostró a Eva debe haber sido muy dulce. Ella dijo que era agradable de ver y buena para comer (Gn 3:6). Así que en esas situaciones el hombre o la mujer están en un grave peligro, y mejor será que huyan, como huyó José de la mujer de Potifar (Gn 39:10-12).
La Escritura dice algo al respecto que vale la pena que leamos. Vamos a Proverbios, y esto, aunque hable del hombre, vale para ambos: “¿Tomará el hombre fuego en su seno sin que sus vestidos ardan? ¿Caminará el hombre sobre brasas sin que sus pies se quemen? Así es el que se llega a la mujer de su prójimo, no quedará impune ninguno que la toque.” (Pr 6:27-29) Yo creo que esa palabra es suficiente para que los esposos cristianos sepan guardarse de ese peligro.
Pero hay también la fidelidad de los ojos. Los hombres saben de qué estoy hablando, porque ellos tienden con mucha facilidad a mirar a una mujer bonita que pasa cerca, que pasa a su lado. Eso lo hacen casi automáticamente. Pero ¿qué pensará de tu esposa esa mujer a la cual estás mirando? Que no la quiere, que no la respeta. Si tú miras a otra mujer con atención, estás ofendiendo a tu mujer. Y también si la mujer mira a un hombre con atención, está ofendiendo a su marido. Es un hecho sabido que a muchas mujeres solteras les halaga que los hombres casados las admiren, las cortejen, y muchas hay que buscan tener una aventura con un hombre casado, sólo por vanidad. Es verdad. Pero ese tipo de asuntos con frecuencia llegan a cosas mayores que pueden causar gran dolor. El solo coqueteo, el solo flirteo, ofende a uno u otro. Si la mujer mira a un hombre, ¿qué va a pensar él? Que su marido no sirve para nada, que no la satisface; o dirá peor, que no le basta uno sólo, y quiere tener dos hombres; aquí tengo una oportunidad para un lance. Esas son cosas que no pueden permitirse en un hogar cristiano. Yo ruego a Dios que no sucedan. Pero es bueno que sepan todos que las verdades de Dios acerca del matrimonio son válidas tanto para los cristianos como para los que no lo son, para todos los hombres, para todo el género humano.
Nosotros tenemos la suerte de tener la palabra de Dios. Debemos conocerla y llenarnos de ella, para que nos libre de los peligros a los cuales estamos inevitablemente expuestos, no solamente a causa de nuestra naturaleza pecadora, que no ha muerto del todo, sino también a causa de Satanás “que anda alrededor como león rugiente buscando a quién devorar”. (1P 5:8) ¿Cuántos demonios andarán alrededor de las parejas de esposos cristianos tratando de hacerlos caer? ¿Con qué fin? Para causar un escándalo, y se diga que los cristianos son igual que los demás, o peores todavía, porque son unos hipócritas. Entonces nosotros no solamente a causa de nuestra rectitud, de nuestra santidad, a causa de Dios mismo, sino también a causa del escándalo, del mal testimonio, deberíamos guardarnos de toda cosa que dé mal que hablar de nosotros. En ambos casos, ¡qué mancha para el matrimonio! Aunque nadie se entere de tus pensamientos ocultos, tu matrimonio está siendo deshonrado por tus propios pensamientos y deseos. Y algún día Dios te pedirá cuentas.
Pero hay otra infidelidad de los ojos a la que las mujeres locamente son proclives y, en particular, es cierto, las mujeres del mundo. Quizá las mujeres de la iglesia no, pero pudieran caer en esa tentación, y por eso creo conveniente advertirles que deben guardarse celosamente de esa infidelidad. Es la infidelidad de los ojos ajenos. ¿Qué cosa quiero decir con eso? La mujer casada que se viste de una manera vistosa, atrevida; que luce ciertas partes de su cuerpo, inevitablemente atrae las miradas y los pensamientos codiciosos de los hombres. En ese caso la mujer se hace culpable de los pensamientos y deseos que ella provoca. ¿Para quién se viste la mujer en esos casos? ¿Para su marido? No, para las miradas de otros, y, como he dicho, en esos casos ella es culpable de los pensamientos que provoca con su manera de vestirse. ¡Guarda tu belleza, tu atractivo, para los ojos de tu marido! ¡Escóndela de los lobos, para que su aliento fétido no te contamine! Sabemos muy bien lo que la palabra de Dios dice al respecto. Vamos a 1ªPedro 3:3-5, ¡y hay tanta sabiduría en este pasaje! “Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro, o de vestidos lujosos (parece que esto lo hubieran escrito pensando en el siglo XX o XXI, de los desfiles de moda) sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de gran estimar delante de Dios. Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dio,s estando sometidas a sus maridos”. Pablo dice algo semejante. ¿Por qué será que la Palabra habla de esto con gran insistencia? Porque tiene una gran importancia: “Así mismo que las mujeres se atavíen con ropa decorosa, con pudor y modestia, no con peinados ostentosos, ni oro, ni perla, ni vestidos costosos, sino con buenas obras como corresponde a mujeres que profesan piedad.” (1Tm 2: 9,10) En el Perú es costumbre que las mujeres se arreglen desde temprano. Es muy raro entre nosotros que una mujer salga a la calle si no está bien emperifollada. Con eso maltrata su cutis, dicho sea de paso. Es la vanidad de nuestro tiempo; antiguamente no era así, todo era mucho más sano. (Estoy hablando de la mujer porque es lo más común, pero hoy también hay hombres casados narcisistas que se creen modelos y que andan luciendo sus bíceps para que las mujeres los admiren).
¿Cómo se vestían las mujeres en tiempos del Antiguo Testamento y también del Nuevo? Con vestidos que las cubrían enteramente de la cabeza a los pies, y que, además, les cubrían el cabello. No digo que hoy día haya que imitar ese tipo de vestidos, pero el espíritu detrás de esa vestimenta sí debe imitarse, que es la modestia, el pudor, el recato. El pudor y la modestia guardan a la mujer. Por eso es que el demonio, muy astuto, hace todo lo posible para estimular lo contrario, y ha achicado enormemente la ropa que se usa para ir a la playa –y no sólo a la playa-, que es todo lo opuesto del pudor y de la modestia. Sabe muy bien el demonio qué es lo que consigue con eso: corromper las costumbres. Eso forma parte de su antigua táctica.
Ahora pues, no colaboremos con las tácticas del diablo. Por eso a mí me agrada ver en esta congregación la forma cómo las mujeres se visten en general, con modestia. Y estoy seguro que su Pastor las ha enseñado muy bien. Pero el marido, por su lado, no debe permitir que su mujer se vista de una manera que atraiga la atención de los hombres. Hay hombres a los que les gusta que su mujer sea admirada, que otros hombres los envidien por la mujer que tienen, y que llevan a su mujer del brazo como un trofeo. Yo conozco eso muy bien, porque -me da vergüenza decirlo- en una época yo pensaba un poco así. Quisiera volver atrás en el tiempo y darme de patadas por estúpido.
¿Ustedes recuerdan el episodio de la reina Vasti y el rey Asuero en el primer capítulo del libro de Ester? El rey Asuero ordena que Vasti venga para que la concurrencia del banquete admire la belleza de su mujer, pero Vasti se niega. Sólo falta un pequeño versículo en ese texto, en ese pasaje, y es uno que diga que Vasti tenía razón. El hecho de que los sabios del reino le aconsejaran a Asuero que desechara a Vasti y se consiguiera otra reina, no quiere decir que ése fuera un buen consejo, aunque Dios lo usara para sus fines. En el fondo fue una reacción sana y natural de la mujer. ¿Porqué tiene que exhibirme? Mi belleza es sólo para él, no para los ojos de otros hombres. Vasti le dio un buen consejo a los hombres y mujeres de todos los tiempos. El marido a quien le guste que otros hombres pongan sus ojos en su mujer es un tonto.
En nuestro medio la infidelidad masculina goza de cierta aceptación, se la tolera; incluso hasta da prestigio al hombre. Se habla de las proezas de los seductores como si fueran hazañas, pero se castiga la infidelidad femenina. Eso es una gran hipocresía, porque ambas son iguales, ambas son igualmente condenables. Es la cultura machista perniciosa que dice, bueno, son cosas de hombres. No son cosas de hombres, son cosas del diablo. El diablo es el autor de la infidelidad. El sentimiento natural debería ser el de cultivar una sola relación, porque es imposible, absolutamente imposible, que una relación entre dos personas, una relación íntima, pueda mantenerse incólume si uno de los dos es infiel. La gente dice: “Ojos que no ven, corazón que no siente.” No saben lo que es el corazón. El corazón tiene intuiciones muy profundas. De repente la mujer no vio, nunca se enteró. Pero su corazón sí lo supo, lo sintió. De repente el hombre vuelve a casa, y la mujer está fría, hosca. ¿Qué pasó? En su interior algo le ha dicho que su unión con su marido ha sido profanada por una carne ajena. Y peor si la infidelidad es de la mujer, aunque el corazón del hombre sea menos intuitivo. Esas cosas pueden hacer muchísimo daño, aunque nadie se entere, porque violan la santidad del matrimonio. Esas cosas nunca se hacen impunemente, porque la infidelidad no solamente contamina al infiel; contamina también al fiel y contamina a los hijos, aunque no se enteren, porque ellos son el fruto del amor de sus padres.
¿Habrá algún hijo o hija que se enorgullezca de las infidelidades de su padre? ¿O habrá un hijo que se enorgullezca de las infidelidades de su madre? No lo creo. Es un hecho, lo sabemos muy bien, que lo que más avergüenza al hombre son las cosas que se puedan decir de su madre. En cambio los hijos se enorgullecen de la fidelidad que se guardaron sus padres, y les sirve de ejemplo.

#661 (16.01.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

lunes, 31 de agosto de 2009

CASTIDAD

Pido disculpas si el lenguaje directo que empleo puede parecer demasiado fuerte o chocante a algún lector o lectora, pero creo que la naturaleza del tema exige usarlo.

Dios ha dado normas para nuestra conducta. Esas normas están contenidas en el Decálogo y son válidas para todos los seres humanos, sean cristianos o no.

Dios ha dado esas normas para que el hombre sea feliz.

La felicidad del hombre en la tierra está estrechamente ligada al cumplimiento de esas normas.

Ellas son las guías que Dios ha puesto para que nuestra naturaleza pecaminosa no se desborde.

Pero si se incumplen esas normas, nuestra naturaleza se descarrila, y el resultado se manifiesta en actos irracionales o gravemente equivocados.

Dios ha dado en el Decálogo normas claras sobre el sexo y sobre la fidelidad conyugal.

Si se violan esas normas las consecuencias son: familias separadas, decepciones amorosas, abuso sexual de la infancia, violación de mujeres, adolescentes embarazadas, vidas truncadas, celos y crímenes por celos, enfermedades venéreas, sida, etc., etc.

Una mala consecuencia de la violación de esas normas que no figura en las estadísticas es la infelicidad humana.

El hombre busca el placer en el sexo, pero aunque lo encuentre, al final el sexo ilícito lo hará infeliz.
...............................
El acto sexual es el regalo de bodas de Dios para los esposos.
Para la noche de bodas…………………no antes.

Anticipar el regalo es como comer una fruta verde, que no está madura, y que puede causar indigestión.

Dios puede perdonar a los que no esperaron y, en su misericordia, bendecir su matrimonio, pero algún día saldrá el mal fruto de lo que hicieron.

Hoy vivimos en un mundo que exalta el sexo como si fuera el bien supremo,.....................estamos bombardeados de sexo por todas partes.
Y nuestro criterio está siendo pervertido por ese bombardeo constante. Sólo la Biblia puede restaurar el punto de vista sano.

Los hombres suelen pedir una prueba de amor a sus enamoradas o a sus novias.......................¡mentira!

No es una prueba de amor lo que solicitan, sino todo lo contrario.

Quieren lo que todo hombre desea cuando intima con una mujer: llevarla a la cama…… Eso es todo.

Si el hombre pide esa prueba y dice que la ama, está mintiendo
Lo que ama es su cuerpo, que es otra cosa.

Tú, muchacha, ¿Que quieres? ¿Que te amen a ti, o que amen tu cuerpo? En última instancia para el instinto sexual del hombre todos los cuerpos de mujer son prácticamente intercambiables.

Pero el hombre que ama a una mujer, la respeta y espera que llegue el matrimonio, precisamente porque la ama.
Si la ama, la quiere pura.

Si tienen relaciones antes de tiempo, sea porque ella cedió a sus instancias, o porque ella también se encendió de pasión, ya no es pura. Dejó de serlo. y él dejará de estimarla, o la estimará menos.

Cuando el hombre presiona a la mujer para que tenga relaciones con él, no es el amor lo que lo incita sino un simple impulso de su naturaleza: el deseo que es muy fuerte en el hombre, sobre todo en la juventud.
La historia de los medio hermanos Tamar y Amnón, hijos de David, es muy ilustrativa. Puede leerse en el capítulo 13 del segundo libro de Samuel. La resumo.

Amnón se había enamorado de Tamar hasta languidecer. Un astuto amigo suyo, sabiendo lo que lo afligía, le aconsejó que se fingiera enfermo y que pidiera que su hermana Tamar le preparara y le trajera algo de comer a su habitación. Hizo así Amnón y cuando Tamar entró a su cuarto con el plato y se acercó a la cama para dárselo, él la forzó sin hacer caso de sus gritos. Pero tan pronto como la hubo poseído, la detestó con un odio mayor que el amor que antes le había tenido.

Con frecuencia los hombres valoran a las mujeres que desean, pero una vez que las conquistan, las desprecian.

Una conclusión que podemos sacar de esta trágica historia, que terminó en la muerte del culpable, es que Amnón no amaba a su media hermana, sino la deseaba apasionadamente. Pero una vez que la obtuvo fue conciente del pecado de incesto que había cometido y transfirió a ella el horror que él tuvo de sí mismo.

Por lo general todo hombre joven tiene en si un fuerte impulso de tener sexo. Si tiene una enamorada –si no es cristiano, o aun siéndolo- tratará de acostarse con ella.

Si tú eres esa enamorada o novia y no cedes, buscará una mujer de la calle para satisfacer su deseo.

Si tú cedes le ahorraste el gasto, pero lo que tú perdiste es mucho más.

Pero si cediste de buena gana, no fue realmente por amor que lo hiciste sino por pasión.

En la Inglaterra del pasado se solía decir respecto de las costumbres sexuales en el campo, que los jóvenes por lo general quieren ordeñar la vaca sin comprarla.
Y se solía decir a los jóvenes: Si quieren ordeñar la vaca, cómprenla. Es decir, cásense.

En nuestros tiempos de libertad sexual las relaciones prematrimoniales habituales son con frecuencia una explotación de la mujer que no quiere quedarse sola.

El hombre goza de ella, pero no se compromete en nada.
No asume ninguna responsabilidad. Si se separan, ella se queda en la calle, porque todo lo que el ganó o compró es para él. Si no se casaron, ella no tiene ningún derecho a los bienes que él pudo adquirir, en parte quizá gracias a ella.

El amor es una cosa maravillosa.
Enamorarse es un sentimiento delicioso.
Es un don de Dios.

Pero el enamoramiento tiene reglas hoy olvidadas que hay que recordar a los jóvenes.

Por de pronto estar juntos sólo en compañía de otros, en grupo.

Cuando la relación se profundiza y hay necesidad de mayor privacidad, será bueno que se encuentren en locales públicos, como cafés, restoranes, etc.… con una mesa entre ambos.
No sentados el uno al lado del otro porque él tratará de abrazarla. y como a ella también le gusta que la abracen…surgirá el peligro.

Si van de paseo solos a un parque no busquen los lugares oscuros.

¿Qué pasa cuando hay contacto físico entre hombre y mujer?

La máquina se enciende y echa a andar sola.
La máquina de las hormonas. Es un mecanismo automático difícil de parar.

Así que la regla número uno es: No se toquen.

Si quiere besarte a la fuerza, rompe con él aunque sea guapo.

Sus intenciones no son rectas, quiere usarte para satisfacer sus impulsos.
No te hagas ilusiones. Las mujeres siempre se hacen ilusiones.

Tú no lo vas a santificar pecando con él.

¿Pecando? Si no hemos pecado, no hemos hecho nada malo.

Toda excitación sexual consentida, sólo o en compañía de una persona del sexo opuesto fuera del matrimonio, es pecado.

Porque la excitación es el preludio normal del acto sexual.

Es su preparación y forma parte de él.

Cuando el hombre y la mujer se besan y abrazan apasionadamente, los sentimientos están comprometidos y entran en juego.

La pasión compartida compromete los sentimientos.

Si rompen, si se separan, saldrán heridos emocionalmente.

Si no se tocaron ni se excitaron mutuamente, se harán menos daño al separarse y sufrirán menos.

Cuando ya su compromiso se formaliza y están próximos a casarse puede haber un cierto contacto, discreto, casto.

Muchachas: Háganse respetar por sus enamorados y novios.

Si te dejas besar apasionadamente y correspondes a él, y él quiere llevarte al hostal, tú te la buscaste.

No abras esa puerta.

Él quiere que le des una prueba de tu amor. Exígesela más bien tú a él.

¿Cuál es esa prueba suprema? Que te respete.

Mujeres: hagan valorar su pureza. Ellos las apreciarán tanto más.

Hombres: aprendan a valorar la pureza de la mujer.

Si la respetas estás protegiendo tu futuro.

Una mujer casta y pura es una fuente inmensa de felicidad para el hombre.

La virginidad es un valor precioso que la mujer debe reservar para el hombre que será su marido.

El Antiguo Testamento destaca en muchos pasajes el valor de la virginidad, no por fetichismo, sino porque es el orden querido por Dios. El Nuevo Testamento lo confirma: “Honroso sea en todos el matrimonio y el lecho sin mancilla.” (Hb 13:4).

Salirse del orden de Dios trae malas consecuencias.

Para el hombre la virginidad también es importante, aunque es más difícil y menos esencial.

La biología nos dice el motivo:
Los órganos sexuales de la mujer son internos.
Los órganos sexuales del hombre son externos.

En otras palabras, en el sexo el hombre compromete su ser menos que la mujer.

La mujer se entrega. El hombre posee.

Puede poseer a muchas mujeres al mismo tiempo.

Pero ¿qué mujer honesta quiere entregarse a muchos hombres a la vez? Y ¿qué hombre serio querría tener varias mujeres al mismo tiempo?

Los celos en el hombre casado son un sentimiento natural, si no los exagera. Protegen su matrimonio. Pero los celos desbordados pueden volverse una tortura para ambos.

La mujer debe proteger su pureza. ¿Cómo? Mediante una virtud hoy poco practicada: la modestia en el vestir.

La moda femenina moderna que está hecha para excitar al hombre es perversa. ¡Jovencitas, no la sigan!

No te conviertas en un maniquí andante de blusas escotadas y jeans apretados. Guarda tu ombligo para los ojos de tu marido. (Sobre todo, ¡no lo exhibas en la iglesia!) (Nota)

Cuando tú, mujer, novia o casada, te arreglas, ¿para quién lo haces? ¿Acaso para atraer la mirada de los hombres?

¿Por qué? ¿No te basta con el tuyo?

La esposa casta no trata de atraer la mirada admirativa de ningún hombre.

La mirada codiciosa del hombre ensucia a la mujer casada.

Si te vistes para excitar, estás de entrada pecando, porque eres responsable de los malos pensamientos que suscites.

Si después te metes en problemas, no te quejes.

Pero si eres soltera ¿con qué cualidad quieres atraer a un hombre? ¿Con tu atractivo físico?

Los hombres que valen la pena buscan otra cosa en la mujer: carácter y virtudes, que son los dones con que la mujer se convierte en ayuda idónea.

Los hombres superficiales, que luego no saben hacer feliz a la mujer, buscan atractivo físico.

Cuando se aburren de la propia mujer, se buscan otra. Es casi inevitable.

La pureza es una grave exigencia de Dios, que es santo sobre todas las cosas, y quiere que nosotros también lo seamos.

Los hombres y las mujeres deben proteger su pureza, su castidad en este mundo corrompido. Si no la guardan, tendrán mucho sufrimiento.

¿Cómo guardarla? La pureza comienza en el pensamiento.

“Sobre toda casa guardada guarda tu corazón porque de él mana la vida.” (Pr 4:23)

Nota : Naturalmente, si va una chica por primera vez a la iglesia vestida de forma inconveniente, no le vamos a impedir entrar, porque Jesús la habría recibido, ya que Él no vino por los sanos sino por los enfermos, y pudiera ser que, aun mal vestida, encuentre ese día su salvación.


NB. Este artículo y el publicado la semana anterior (“Amor”) me sirvieron de esquema para una charla ofrecida en el marco de un Seminario sobre Valores, realizado en la ACYM de Tacna el año 2003.

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viernes, 12 de junio de 2009

DAVID Y ABIGAIL II

Este artículo y el anterior están basados en la grabación de una enseñanza dada recientemente en el Ministerio de la Edad de Oro, de la C.C. “Agua Viva”

En el artículo anterior hemos dejado a Abigail bajando por un camino secreto, yendo al encuentro de David y orando al mismo tiempo. Como consecuencia de haber estado orando durante el trayecto, como creemos, apenas hubo dejado el atajo que había tomado se encontró con David. Dios la había guiado en el camino y la guiará también en las palabras que ella le dirija.

Leamos el texto: “Cuando Abigail vio a David, se bajó prontamente del asno y postrándose sobre su rostro delante de David, se inclinó a tierra y se echó a sus pies, y dijo: Señor mío, sobre mí sea el pecado (es decir, la ofensa de Nabal), mas te ruego que permitas que tu sierva hable a tus oídos, y escucha las palabras de tu sierva.” (1Sm 25:23,24). Miren la sabiduría con que ella le habla: “Sobre mí sea el pecado”. En otras palabras ella le dice (parafraseando): “Échame la culpa a mí, no a los otros inocentes que no tienen nada que ver en el asunto”, porque ella está segura de que David no se vengará en una mujer que se humilla y se arroja a sus pies, y además es bonita. Y sigue diciendo: “No haga caso ahora mi señor de ese hombre perverso, (Nota 1) de Nabal, porque conforme a su nombre así es. Él se llama Nabal y la insensatez está con él; (perdónalo, pues es propio del hombre sabio perdonar al necio) mas yo tu sierva no ví a los hombres que tú enviaste.” (vers. 25) Ella no trata de justificar a Nabal, sino se somete a la misericordia de David y apela a su generosidad.

Yo me digo, y espero no tocar el corazón de nadie cuando pregunto: ¿Cuántas mujeres hay aquí que se casaron con un hombre necio? ¿Con un hombre que no las entendía? ¿Con un hombre que era menos inteligente que ella? ¿Cuántas habrá no sólo acá? Pero también podríamos hacer la pregunta contraria: ¿Cuántos hombres hay acá que se casaron con una mujer necia, porque se dejaron llevar por lo que veían y no miraron el corazón de la mujer? Porque ¿con quién se casa el hombre, o se casa la mujer? ¿Se casa el hombre con la belleza de la mujer? ¿La belleza del rostro y del cuerpo de una mujer hacen feliz al hombre? Bueno, sí, durante un tiempo, mientras dure la pasión, pero ¿pasada la pasión? Y la mujer, ¿es feliz con la apostura, con el rostro buen mozo de su marido? Bueno, sí, por un tiempo, pero si él no es inteligente, si no es gentil con ella, si es un bruto y la trata mal, al poco tiempo se decepciona. Entonces ¿qué es lo que hace felices al hombre y a la mujer en el matrimonio? ¿Será la pasión o el amor? Ciertamente, durante un tiempo, pero también el amor y la pasión se esfuman con el tiempo (aunque no debieran). Lo que hace feliz al hombre y a la mujer, escúchenme, es el carácter del cónyuge. El hombre se casa con una cara bonita, y la mujer se casa con un buen mozo, pero no viven con la cara que les atrajo sino viven con el carácter de su cónyuge. Es el carácter de la persona con la que vivimos lo que nos hace felices o infelices. ¡Y cuántos son infelices en el matrimonio porque no pensaron en eso! Vieron la cara, vieron el rostro, vieron la pinta, (o quizá la billetera) pero no miraron el corazón, y después viene la desilusión, y muchas veces también, por desgracia, el divorcio.

Pero Abigail le dice en buenas cuentas a David: “Dios me manda para impedir que tú te vengues y cometas un crimen derramando la sangre de inocentes que no tienen la culpa de la necedad de Nabal.” Leamos lo que dice el texto: “Ahora pues Señor mío, vive Jehová y vive tu alma, que Jehová te ha impedido venir a derramar sangre y vengarte por tu propia mano. Sean pues, como Nabal tus enemigos y todos los que procuran mal contra mi señor.” (es decir, despreciables. Quizá aquí exprese Abigail cierto resentimiento que guarda a su marido). Caiga más bien sobre tus enemigos la venganza que tú pensabas ejecutar en Nabal. “Y ahora este presente que tu sierva ha traído a mi señor, sea dado a los hombres que siguen a mi señor.” (v. 26). Como diciendo: “yo he traído esta provisión para tu gente”, evitando herir la susceptibilidad de David, que, en su orgullo masculino, podría tomar mal el recibir un regalo de una mujer.

“Yo te ruego que perdones a tu sierva esta ofensa”, -la ofensa de su marido que ella tomó sobre sí. Enseguida ella expresa su fe en la elección divina manifestada en la unción que el profeta Samuel derramó sobre su cabeza (1Sm 16:12,13), “pues Jehová de cierto hará casa estable a mi señor, (esto es, te dará el reino) por cuanto mi señor pelea las batallas de Jehová (contra los enemigos del pueblo de Dios), y mal no se ha hallado en ti, en tus días.” (aunque muchos te hayan acusado falsamente, tu inocencia es patente a la vista de todos) (v. 28). A continuación ella profetiza sobre David: “Aunque alguien se haya levantado para perseguirte y atentar contra tu vida (es decir, el rey Saúl), con todo, la vida de mi señor será ligada en el haz de los que viven delante de Jehová tu Dios (2) y Él arrojará la vida de tus enemigos como de en medio de la palma de una honda”, como diciendo: “Dios arrojará a tus enemigos como una piedra que dispara la honda”, aludiendo sutilmente a la forma cómo David había matado a Goliat, un recuerdo que no dejaría de halagar a David. (v. 29) “Y acontecerá que cuando Jehová haga con mi señor conforme a todo el bien que Jehová ha hablado de ti y te establezca por príncipe sobre Israel, entonces, señor mío, no tendrás motivo de pena ni remordimiento por haber derramado sangre sin causa, o por haberte vengado por ti mismo. Guárdese pues, mi señor; y cuando Jehová haga bien a mi señor, acuérdate de tu sierva”. (v. 30,31). Las palabras persuasivas de Abigail apaciguan la cólera de David y lo convencen de que no debe tomar venganza por sí mismo.

David se queda impresionado por la sabiduría de esa mujer, y seguramente también, por su belleza. ¿Y cómo le contesta él entonces? “Bendito sea Jehová Dios de Israel, que te envió para que hoy me encontrases. Y bendito sea tu razonamiento, y bendita tú, que me has estorbado hoy de ir a derramar sangre y a vengarme con mi propia mano. Porque vive Jehová Dios de Israel, que me ha defendido de hacerte mal, que si no te hubieras dado prisa en venir a mi encuentro, de aquí a mañana no le hubiera quedado con vida a Nabal ni un sólo varón”. (3) (vers. 32-34). Ése había sido el propósito que David hubiera llevado a cabo de no haber sido por la intervención providencial de Abigail.

David recibe agradecido los presentes que Abigail le trae. La bendice y le hace notar que la ha respetado (otro quizá hubiera abusado de ella), y le dice que vuelva en paz a su casa: “Y recibió David de su mano lo que había traído, y le dijo: Sube en paz a tu casa, y mira, he oído tu voz y te he tenido respeto”. (v. 35)

Cuando una persona actúa siguiendo el sentir que Dios pone en su corazón, la voz de Dios, en suma; una vez que ha cumplido lo que Dios le ha dicho que haga, puede regresar a su casa en paz, porque ha arreglado las cosas a la manera de Dios, y no a la manera propia. Fíjense, Abigail le habló a la conciencia de David, diciéndole: Si tú hubieras hecho lo que te habías propuesto, el día que subieras al trono de Israel estarías atormentado por los remordimientos de haber derramado sangre inocente. Y quien sabe si esa acción imprudente no hubiera estorbado tu ascenso, porque cada vez que se derrama sangre se provocan deseos de venganza de parte de aquellos que tienen parientes entre los muertos, y el odio resultante podría haber traído inestabilidad a tu reinado. Y aunque así no fuera, esa mancha hubiera mancillado tu gloria.

Cuando ella regresa de su encuentro con David, halla que su marido, Nabal, está en pleno banquete con sus amigos y completamente borracho. Ella le ha salvado la vida, ha salvado sus propiedades y su gente, que debía haber sido mucha porque él era un hombre muy rico; pero cuando regresa ¿qué es lo que encuentra? Un hombre borracho que es ajeno a lo que ella ha hecho por él. Entonces ¿qué es lo que hace ella? ¿Acaso le grita: “¡Oye tú, bandido! ¿Sabes tú lo que yo he hecho? ¡Te he salvado la vida, vengo aquí y te encuentro divirtiéndote con tus compinches!”? ¿Hace eso ella? ¿Qué es lo que ella hace? Se calla la boca, no le dice nada y espera que se le pase la borrachera a su marido.

¿Cuántas mujeres actuarían así, con esa prudencia? ¿Cuántas mujeres cuando llegan a su casa y ven que su marido vuelve borracho del trabajo, se callan la boca y esperan para hablarle que le haya pasado? ¿Cuántas más bien arman una pelea haciéndole reproches? Como el marido está ebrio arriesgan provocar una reacción violenta en el hombre que después les pega. Pero ella actúa con prudencia, guarda silencio. Al día siguiente, cuando él está lúcido, tranquilo, le dice lo que ha hecho y cómo David pensaba vengarse de la ofensa que él le había inflingido. Al enterarse de lo que ella había hecho, de la impresión a Nabal le da un patatuz, como decimos, posiblemente un ataque de apoplejía. Porque dice la palabra: “Por la mañana, cuando ya a Nabal se le habían pasado los efectos del vino, y le refirió su mujer estas cosas, desmayó su corazón en él y se quedó como una piedra.” Rígido como una estatua. “Y diez días después Jehová hirió a Nabal y murió.” (vers. 37,38).

¿Qué es lo que puede haber afectado tanto a Nabal? Como él era avaro, quizá la cólera de haber perdido los bienes que fueron dados a David; o su alarma ante el peligro que había corrido, que sólo entonces comprendió; o el fastidio de que su mujer lo hubiera humillado llevándole a David las provisiones que él le había negado. O una combinación de esas cosas.

David no tuvo necesidad de vengarse, porque fue Dios el que hizo justicia entre él y Nabal. Dios lo preservó de hacer el mal e hizo que la maldad de Nabal caiga sobre su cabeza. ¿Sabremos nosotros esperar cuando alguien nos ofende? ¿Querremos tomar venganza por mano propia? Hay un pasaje en Romanos en que Pablo dice que nosotros no debemos vengarnos sino, al contrario, hacerle bien al que nos ha ofendido (“…Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor…”) porque de esa manera acumularemos carbones encendidos sobre su cabeza. (Rm 12:19,20).

Cuando David se entera de la muerte de Nabal, ¿qué es lo que hace David? Manda llamar a Abigail. Le envía unos hombres de su parte para que le propongan matrimonio; la toma y hace de ella su esposa. Es interesante que no vaya él mismo a hacerle la propuesta. Enviarle mensajeros era una manera de honrarla, pero, a la vez, de precaverse contra un posible rechazo. Pero ella, que tuvo que darse cuenta del impacto que hizo en David, aceptó encantada enseguida y con mucha humildad el requerimiento de David.

Pero fíjense cuál fue el resultado de la sabiduría, de la paciencia y de la prudencia de Abigail. Ella pasó de ser esposa de un hombre necio, de un hombre insensato y perverso que la hacía infeliz, a ser la esposa del que algún día iba a ser el rey de Israel. Claro está que su decisión no carecía de riesgos. Después de todo David era un perseguido por alguien que tenía un ejército más grande que la pequeña banda que lo seguía. La vida que él llevaba era una vida trashumante, llena de peligros (Véase el cap. 30:1-19) en la que él contaba sobre todo con su audacia. Pero ella tenía fe en la promesa que Dios le había hecho a David a través de Samuel, y no dudaba de que algún día sería rey.

David tenía, es cierto, otra mujer, Ahinoham, que fue la madre de Amnón, el que violó a su media hermana, Tamar (2Sm 13). Abigail fue pues la segunda esposa de David, sin contar a Mical, que el rey Saúl había dado a otro hombre (vers. 43,44). Pero la poligamia era práctica común entonces, y supongo que entre ellas se arreglarían. Pero de lo que sí podemos estar seguros es de que cuando se encontró David la primera vez con Abigail hubo un flechazo a primera vista. Por eso la mandó a buscar tan pronto como supo que ella había quedado libre.
Abigail conquistó a David, claro está con su belleza, pero sobre todo con su inteligencia y “buen entendimiento”, con la sabiduría de sus palabras; lo conquistó con su sentido de oportunidad, que le permitió hacer sin tardar lo necesario en una situación de peligro; lo conquistó con su humildad, pero también con la profecía que pronunció acerca de su futuro. Así que yo creo que Abigail es ciertamente un modelo para todas las mujeres, que deberían estudiar este epsodio, porque contiene profundas enseñanzas. Nosotros sabemos que todo lo que está escrito en la Biblia para nuestra enseñanza fue escrito (Rm 15:4). Les sugiero, por eso leer todo este capítulo. Seguramente el Señor les va a inspirar a ustedes, mujeres, enseñanzas, lecciones y conclusiones que yo como hombre no podría sacar. Pero sería también bueno que los hombres lo lean para que se avergüencen si alguna vez abrigaron sentimientos de venganza semejantes a los que muestra David en este capítulo; o si alguna vez se comportaron con su mujer con la torpeza de un Nabal.


Démosle gracias a Dios por su palabra.

Nota 1. Aquí repite Abigail en el hebreo la expresión “hombre de Belial”, que la Escritura reserva para los hombres malvados y sin ley (Dt 13:13). Belial no era al principio un nombre propio, pero se convirtió en el nombre del demonio o del Anticristo. En ese sentido lo usa Pablo en 2Cor 6:15.
2. Esta figura de lenguaje, tomada de la vida diaria, alude a la alforja en la que las personas guardan sus pertenencias más valiosas y que llevan siempre consigo. Es como si le dijera: Dios te guardará en el secreto de su presencia. Véase el Sal 31:20.
3. El texto hebreo usa aquí en vez de “varón” una expresión de un naturalismo tan crudo que ninguna versión moderna se atreve a traducirla literalmente.

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miércoles, 3 de junio de 2009

DAVID Y ABIGAIL I

Este artículo está basado en la grabación de una enseñanza dada recientemente en el Ministerio de la Edad de Oro, de la C.C. “Agua Viva”

Padre, queremos darte gracias porque tú eres un Dios bueno y misericordioso. Yo quiero pedirte, mi Dios, que tú alimentes a este pueblo tuyo que está aquí reunido en este momento, y que lo alimentes a través de mi boca. Te pido, Padre, que tomes control de mi lengua y de mis palabras, y que sea tu Espíritu quien dé el mensaje que tú deseas que sea escuchado esta mañana. Abre los oídos de los que te escuchan para que te oigan a ti y no a mí, Señor. Gracias Padre, en el nombre de Jesús, Amén.

El personaje central de esta historia, que ocupa todo el capítulo 25 del primer libro de Samuel, no es David sino Abigail. La palabra Abigail quiere decir: “padre de gozo”, en el sentido de causa o fuente de alegría…. Es decir, de acuerdo a su nombre, ella era una mujer hecha para dar gozo a su marido. Pero sabemos que, desgraciadamente, ella había sido casada –pues en esa época los padres escogían al marido- con un hombre muy rico pero que no apreciaba sus cualidades, con un hombre que se llamaba Nabal, cuyo carácter estaba marcado por el significado de su nombre, que quiere decir: necio, insensato. Pero, como veremos más adelante, él era además un hombre soberbio, testarudo, avaro y perverso. El original hebreo lo llama dos veces de hecho “hijo de Belial” (v. 17 y 25), adjetivo que reserva para hombres especialmente malvados. Él con su torpeza pudo haber causado la desgracia de su familia. (Las riquezas suelen producir arrogancia en los que no temen a Dios).

Pues bien, Abigail era una mujer hermosa y de buen entendimiento. Es interesante que el versículo 3 de este capítulo diga que ella “era una mujer de buen entendimiento y de hermosa apariencia”. Menciona primero el entendimiento y después la apariencia, para darnos a entender que es mucho más importante que la mujer tenga buen entendimiento y no buena apariencia, porque lo primero dura y siempre produce buen fruto, mientras que lo segundo pasa con el tiempo. Pero nosotros los varones sabemos muy bien que lo primero en que nos fijamos es en la apariencia de una mujer. ¿No es así? Porque ¿detrás de qué se van nuestros ojos? Detrás de las mujeres bonitas, para desgracia de ellas, porque para muchas su belleza es una trampa, pero no nos fijamos en su inteligencia, aunque la Escritura nos advierta que lo que más cuenta, lo que más valor da a una mujer, es el buen entendimiento. También al hombre, dicho sea de paso.

Pues bien, este episodio ocurre en la etapa que llamaríamos heroica, desde un punto de vista; y vergonzosa, desde otro punto de vista, de la vida de David, quien sería después rey de Israel; porque él era en ese momento un hombre perseguido. ¿Conocen ustedes la historia? El rey Saúl había concebido una gran envidia por el pequeño pastor de ovejas que, armado de solo una honda, había matado al gigante Goliat, pues las mujeres hebreas cantaban: “Saúl mató a mil, pero David mató a diez mil” (1Sm 18:7). Por ese motivo David se vio obligado a huir del rey Saúl que lo quería matar y se rodeó, dice la palabra, de un gran número de forajidos, de endeudados, de delincuentes, de gente sin esperanza, que se unieron a él formando un pequeño ejército (1Sm 22:2).

Después de que muriera el profeta Samuel, que lo había ungido como rey, aunque no lo era todavía, David se fue al desierto de Parán que está al Sur de Israel.

La Escritura dice que Nabal era un hombre muy rico que vivía en Maón, en la zona de Carmel; no el monte Carmel del Norte, sino al Sur, cerca de Hebrón. Cuando suceden estas cosas, Nabal estaba esquilando sus ovejas. La esquila era en Israel, como sabemos, una ocasión de festejos. Él tenía tres mil ovejas, dice la palabra (25:2). ¿Cuánta lana le producirían esas ovejas? Es interesante saber que en esa época había bandas errantes de hombres, como el grupo que seguía a David, que ofrecían protección a la gente que vivía en las zonas limítrofes y, por tanto, inseguras, y lo hacían a cambio de dádivas. Todavía hoy día en esa región hay beduinos del desierto que continúan esa práctica, como hemos podido ver los que hemos estado recientemente en Israel y Jordania. Eso era un poco lo que hacía David con su gente. Porque ¿de qué podría él vivir en sus correrías si no tenia tierras, ni tenía negocio? Vivía de lo que la gente le daba a cambio de protección.

Dice la palabra que David había respetado a los pastores de Nabal y los había protegido de merodeadores, sin pedirles nada a cambio y los había tratado bien. Así que, habiéndose comportado de esa manera con Nabal, y necesitando alimentar a su gente, mandó a diez jóvenes donde Nabal, saludándolo cordialmente y pidiéndole que le dé a él, a través de sus mensajeros, lo que tenga a la mano. Y les manda decirle: “Pregunta a tus criados y ellos te dirán que yo he tratado bien a tus pastores y que nunca les faltó nada en el tiempo que yo he estado en Carmel. Hallen por tanto estos jóvenes gracia en tus ojos, porque hemos venido en buen día, te ruego que des lo que tuvieres a mano a tus siervos y a tu hijo David.” (v.5-8)

David le dice con mucho sentido de oportunidad: “hemos venido en buen día”, porque yo sé que como tienes esquiladores en el campo, has preparado para ellos alimento y agua, y puedes darnos un poco de lo que has preparado. Pero Nabal le contesta torpemente ofendiéndolo: “¿Quién es David? ¿Y quién es el hijo de Isaí? Muchos siervos hay que huyen de sus señores. ¿He de tomar yo ahora mi pan, mi agua (escasa en Israel) y la carne que he preparado para mis esquiladores y darla a hombres que no sé de dónde son?” (v. 10,11)

¿Quién es David? ¿Y quién es el hijo de Isaí? Él sabe bien quién es David porque menciona a su padre. Además, siendo David tan popular, no podía ignorar quién era. Lo que él le está diciendo es: “A mí qué me importa quién seas tú; yo no tengo por qué darte de lo mío. Tú no eres nadie para mí”.Y añade, insultándolo: “Hay siervos que huyen de sus señores”, como diciendo: “Tú estás huyendo, sabe Dios por qué motivo, del rey Saúl.” Ante esa respuesta David se siente, como es natural, profundamente ofendido. Siente que Nabal lo ha despreciado y que en vano él ha tratado bien a sus pastores. Entonces David jura vengarse, diciendo que no va a dejar un varón con vida de la casa de Nabal. Toma a 400 de sus hombres y deja a 200 con el equipaje, cuidando las cosas, y se va donde estaba Nabal.

¿Por qué se había ofendido tanto David? Cuando alguien nos insulta, o nos dice palabras de desprecio, ¿qué es lo que hace que nos sintamos ofendidos? Nuestro sentido del honor, que es básicamente orgullo. Era el orgullo lo que motivaba a David en ese momento. Y a causa de ese orgullo, de su dignidad ofendida, él estaba dispuesto a derramar sangre inocente. Porque él se proponía matar no sólo a Nabal, sino a todos los que estaban con él y le servían, que serían sin duda muchos, pero que no tenían culpa de lo que su señor había hecho.

Él estaba dispuesto a matar a personas inocentes para vengar su honor ofendido. ¿Saben ustedes que hasta hace poco tiempo se hacía eso? Hasta no hace mucho era práctica común en nuestro país, y en muchos otros países, que hubiera duelos en que se batía la gente, pistola o sable en mano, para vengar su honor ofendido. El ofendido enviaba un guante al ofensor, o de tenerlo delante, se lo tiraba al suelo, pidiéndole satisfacciones, o que nombre a sus padrinos. De ahí viene la expresión “levantar el guante”, esto es, aceptar el reto. ¿Qué es lo que impulsaba a los hombres a matar unos a otros, arriesgando su vida batiéndose en duelo? El orgullo. Pero Jesús quebró esa concepción errada cuando dijo: “Al que te hiera en la mejilla derecha, ofrécele la otra.” (Mt 6:39b).

Felizmente un criado de Nabal dio aviso a Abigail y le dijo: “Nabal ha ofendido a David y David ha jurado vengarse de él.” Abigail se da cuenta inmediatamente del peligro. Pero miren la sabiduría de Abigail: ella no va directamente donde su marido a decirle: “¡Oye, pedazo de alcornoque. Mira lo que has hecho. Has ofendido a David, que es un hombre de guerra, y él va a venir a matarnos a todos!”

No le hace un lío, sino, ¿qué es lo que hace? Decide actuar por su cuenta. No es el momento para lamentarse y llorar. Ella sabe que sería inútil que le hable a su marido por lo terco que es. Rápidamente prepara alimento abundante para David y su gente. Dice así la palabra: “Entonces Abigail tomó luego 200 panes, dos cueros de vinos, cinco ovejas guisadas, cinco medidas de grano tostado, 100 racimos de uvas pasas y 200 panes de higos secos.” (v. 18a) ¡Qué buena cantidad de provisiones! “Y lo cargó todo en asnos y dijo a sus criados: Id delante de mí y yo os seguiré luego, y nada declaró a su marido Nabal”. (v. 18b, 19). Porque ella se da cuenta de que el avaro Nabal seguramente le habría impedido enviar las provisiones. Por eso ella prudentemente lo hace en silencio. Manda a sus criados con los asnos cargados por delante, y les dice: “Yo voy a ir por un camino secreto, por el monte.”

¿Por qué se va ella por un camino secreto? ¿Por qué no va ella con la pequeña caravana de asnos llevando las provisiones a David? No se dice acá, pero yo creo que lo hace porque ella siente la necesidad de orar, porque ella quería estar a solas con Dios. El camino secreto nos hace pensar en el lugar secreto, al cual nosotros nos retiramos para hablar con Dios. Ella seguramente quería pedirle a Dios su protección, porque comprende que la situación es crítica y va a necesitar toda la ayuda de Dios para encontrar favor con David. Ella sabe que David es un hombre de guerra y que su cólera no va a ser aplacada fácilmente. Ella es conciente de que de la recepción que él le acorde depende la vida de su familia entera, incluyendo la de sus hijos, si los tenía, y que sólo Dios puede mutar el corazón vengativo de David en uno que perdone y olvide.

Por la forma cómo ella actúa ante esta emergencia, Abigail es un modelo para todas las esposas, porque ante la situación de peligro creada por su esposo, no hace un escándalo ni se queja, sino asume la responsabilidad de la familia y, discretamente, hace lo necesario para afrontar la situación. No se acobarda ni se achica, sino piensa en la solución más oportuna y la ejecuta sin dudar. ¡Benditas sean las mujeres que son como ella!

Podemos imaginar que mientras ella cabalgaba orando montada en su asno, su corazón temblaba preguntándose ¿cómo me recibirá David? ¿Lo encontraré bien dispuesto? ¿Lograré aplacar su cólera? (Continuará)

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