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jueves, 21 de junio de 2018

ARRESTO DE PABLO EN EL TEMPLO I


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ARRESTO DE PABLO EN EL TEMPLO I
Un Comentario de Hechos 21:17-25

Lucas continúa en el capítulo 21 el relato del tercer y último viaje de Pablo a Jerusalén, que culmina con su llegada a esa ciudad en el siguiente versículo:
17. “Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo.”
El viaje de Pablo culminó con la llegada de la comitiva que lo acompañaba a la ciudad santa, situada sobre lo que para nosotros son cerros rodeados de hondonadas en un territorio que, hoy día al menos, es más bien árido.
Los miembros de la iglesia de Jerusalén acogieron a Pablo y sus acompañantes con alegría. ¡Cómo no iban a hacerlo, aparte del amor cristiano que los unía, si sabían que traían consigo una ofrenda generosa para su sostenimiento!
Podemos suponer que pasaron el resto del día instalándose en casa de Mnasón y conversando con los que los recibieron. ¡Tenían tantas cosas que compartir! (Nota 1)
18. “Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos”
Santiago y los ancianos, que deben haber sido avisados inmediatamente de la llegada de Pablo, se reunieron para recibir como iglesia al apóstol errante. Santiago, el hermano de Jesús y autor de la epístola que lleva su nombre, era la cabeza de la iglesia de Jerusalén, y gozaba de gran prestigio y autoridad por su piedad y su celoso cumplimiento de la ley de Moisés, al punto que la población de la ciudad le había puesto el sobrenombre de “justo”. Quiénes eran y cuántos eran los ancianos que gobernaban la iglesia de Jerusalén junto con Santiago, no sabemos. Pero como eran miles los que habían creído, podemos suponer que su número llegaría quizá a setenta, constituyendo una especie de sanedrín de “nazarenos”.
¿Y Pedro y los demás apóstoles? Todos estaban ausentes, sea porque ya habían muerto, o porque estaban haciendo en otras tierras una labor semejante a la que Pablo realizaba en territorios griegos. Dónde, no lo sabemos, pues no se han escrito, o no han llegado a nosotros, libros que narren sus andanzas. ¡Cómo nos gustaría, sin embargo, tenerlos! Porque ellos deben haber pasado por pruebas y aventuras semejantes a las que experimentó Pablo, llevando el Evangelio a muchas regiones cercanas algunas, otras remotas, pues la fe se extendió por gran parte del mundo entero conocido entonces, aparte de las evangelizadas por Pablo: Italia, la costa norafricana, las regiones orientales, hasta el Éufrates, de dónde provenía Abraham, y más allá hasta Persia y la India, a donde, según la tradición, llegó Tomás fundando iglesias que todavía existen (2). No es imposible que llegara también a la cercanía de China.
19. “a los cuales, después de haberles saludado, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio.”
¿Cómo sería la recepción que les prodigaron Santiago y los ancianos? Seguramente muy efusiva, llena de abrazos y besos, como cuando se recibe a personas amadas en Cristo entre las cuales había algunas que no se ha visto durante buen tiempo. Lucas es parco en su narración. Dice: “después de haberles saludado”. Hay que tener en cuenta que a varios de los que llegaron con Pablo, y que venían desde Grecia (no sabemos cuántos se le sumaron en Cesarea), les veían la cara por primera vez.
Estando pues reunidos (¿los imaginamos sentados en sillas de madera como las que conocemos nosotros? Más bien la mayoría, si no todos, estaban sentados en el suelo), Pablo les contó pormenorizadamente –y él era de palabra fácil- cómo el Evangelio se había extendido entre los gentiles al norte y al oeste de Judea, y cuántos signos y señales, amén de muchas peripecias, habían acompañado su labor misionera y la de su equipo de colaboradores. (3)
20. “Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley.”

De las cosas narradas por Pablo algunas ya habían llegado a sus oídos, otras les eran nuevas. Pero por las unas y por las otras, los ancianos junto con Santiago dieron gracias a Dios. La acogida del Evangelio por los gentiles era el cumplimiento de las palabras que Jesús había dicho a los apóstoles antes de subir al cielo, que su mensaje sería llevado “hasta los confines de la tierra.” (Hch 1:8).
Pero en respuesta a la narración de Pablo ellos le hicieron saber que muchos miles de judíos de Jerusalén y ciudades cercanas se habían convertido a Cristo. El libro de Hechos narra que el día de Pentecostés, en que Pedro predicó a la multitud por primera vez, fueron bautizadas tres mil personas (Hch 2:41). Y luego dice que, como resultado de la prédica de Pedro y Juan, se convirtieron como cinco mil varones (Hch 4:4). Ahí solo tendríamos ocho mil creyentes. Pero las palabras de Santiago implican que muchos miles de judíos más se les habían agregado. La secta de los nazarenos (como se les llamaba entonces) había crecido en gran número. Y todos ellos eran “celosos de la ley”, esto es, eran estrictos y exigentes en el cumplimiento de sus normas, como Pablo lo había sido antes de que el Señor se le apareciera camino a Damasco (Hch 9:3-6).
En estas palabras se expresa la gran preocupación que existía en Jerusalén acerca de la actividad misionera de Pablo. No objetaban que él predicara el evangelio a los gentiles. Eso era aceptado y daban gloria a Dios por ello. Objetaban que él pudiera poner en duda la necesaria fidelidad de los judíos a la ley de Moisés: Te acusan de alentar a los creyentes judíos que viven entre gentiles a apostatar de Moisés, esto es, a abandonar las prácticas de la ley. Esta era una acusación muy grave que explica por qué los judíos de la diáspora odiaban y perseguían a Pablo: Él atenta contra lo más sagrado que tenemos, es decir, contra nuestra religión.
La fidelidad de los judíos a las normas de la ley de Moisés era el núcleo de su identidad como pueblo. Sin la ley de Moisés no hay pueblo judío. Acosados y acusados por los pueblos que los rodeaban, los judíos se aferraban a su identidad judía como medio para subsistir como pueblo. Apostatar era por eso para ellos el mayor delito, y peor aún lo era el enseñar a otros judíos a hacerlo. Era un acto de traición a su nación.
¿Cuán cierta podía ser esta acusación? Pablo había escrito en Gálatas 3:28 que en Cristo no hay griego ni judío, ni esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, sino que todos son uno en Cristo Jesús. Judíos y gentiles, al creer en Jesús, forman un solo pueblo.
Pero cuando afirma que en Cristo Jesús no hay varón ni mujer no está diciendo que las distinciones entre los sexos desaparecen, y que ambos constituyen una especie de uni-sex, sino que ambos sexos tienen los mismos privilegios y obligaciones.
De igual modo puede decirse que la fe en Jesús no borra las diferencias entre judío y no judío, sino que ambos tienen el mismo “standing”, el mismo “status” delante de Dios.
Pablo enseñaba a los gentiles que abrazaban la fe en Jesús a no circuncidarse. Los judíos que se convertían a Cristo no podían descircuncidarse (aunque había una operación para hacerlo) pero obviamente no tenían por qué circuncidar a sus hijos si los cristianos gentiles no lo hacían, aunque estaban en libertad de hacerlo si lo querían.
Pablo mismo guardaba las prácticas de la ley, o las dejaba de lado, según la compañía con la cual se encontraba, fueran judíos o gentiles. Si estaba con los primeros las guardaba por razones de cortesía, y para no herir sus sentimientos. Si estaba con los segundos, no tenía por qué hacerlo (1Cor 9:19-21).
En Romanos 14:1-6 Pablo admite que unos guarden determinadas prácticas y que otros no, con tal de que el guardar, o el no guardar, sea hecho “para el Señor”. Puedes guardar esas prácticas si quieres, pero hacerlo no es lo esencial, pues la salvación no depende de ellas. Cristo nos ha libertado de la esclavitud de la ley que ordenaba guardarlas (Gal 5:1). Lo importante es que no uses esa libertad para satisfacer los deseos de la carne (Gal 5:13). Dice además que no debemos juzgar al hermano por este motivo (Rm 14:10-12).
La acusación referida contra Pablo era pues falsa. Los ancianos eran conscientes de ello, pero consideraban que era necesario que Pablo desvirtuara esa acusación. ¡Cuán necesario es que los cristianos cierren los oídos a los rumores y acusaciones contra otros cristianos, sobre todo si los acusados han dado testimonio de su fidelidad a Dios! El enemigo usa los chismes y los rumores para hacer daño a la iglesia, causando divisiones y manchando la honra de personas que merecen nuestro respeto. No seamos colaboradores del diablo repitiendo chismes.
22. “¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto, porque oirán que has venido.”
¿Cómo podía Pablo desvirtuar esa acusación maliciosa? Cuando los discípulos oigan que tú has llegado a Jerusalén se reunirán para saber acerca de ti, y tendremos que darles una explicación de tu conducta que los satisfaga.
23,24. “Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley.”
La propuesta que hacen Santiago y los ancianos es sencilla y expeditiva. Hay cuatro discípulos que han hecho voto de nazareato y que, cumplida la semana durante la cual no se pueden cortar el cabello, deben rasurárselo y, según lo prescrito por la ley, deben presentar una ofrenda en el templo (Lv 6:1-21). (4)
Tómalos a tu cargo, cumple el rito de purificación con ellos, y paga los animales de la ofrenda que deben presentar al sacerdote. Haz esto a la vista de todos en el templo de modo que todos comprendan que tú sigues siendo un judío que cumple fielmente las costumbres ancestrales ordenadas por Moisés.
Que Pablo pudiera tomar parte del ceremonial de un voto de nazareo no debe sorprendernos pues él mismo había hecho uno estando en el puerto de Cencrea, antes de embarcarse para Siria (Hch 18:18).
25.”Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación.”
Para evitar toda polémica acerca de lo que se debe exigir a los gentiles que abracen la fe, los ancianos le recuerdan a Pablo que la iglesia de Jerusalén, a la que ellos representan, mandó cartas a las iglesias gentiles, que el mismo Pablo se encargó de llevar, diciéndoles que ellos debían abstenerse de tan solo cuatro cosas bien sabidas: esto es, de carne sacrificada a los ídolos (algo con lo que Pablo estaba sólo condicionalmente de acuerdo; véase 1Cor 8:4-13; 10:25-33), de comer sangre, de comer carne de animal que no hubiera sido completamente desangrado (que es lo que “ahogado” quiere decir, y que era un complemento del mandato de no comer sangre), y de fornicación, -un pecado muy común en los ambientes paganos, como lo es hoy día en el nuestro. Eso es algo que lo cristianos judíos celosos de la ley conocen. (5)

Notas: 1. J. Munck hace notar que la preocupación de Lucas por dar información exacta se manifiesta en que él casi siempre indica la dirección donde Pablo se aloja. Así, por ejemplo, nos informa que en Damasco Pablo se alojó en casa de Judas, que estaba en la llamada calle derecha (Hch 9:11); en Filipos, se quedó en casa de Lidia (16:14,15); en Tesalónica, en casa de Jasón (17:5-7); en Corinto, donde Aquila y Priscila (18:2,3); en Cesarea, con Felipe (21:8); más adelante, en Malta, con Publio (28:7).
2. La iglesia Siro-malabar de la India, situada en el estado de Kerala, en la costa oriental del subcontinente índico, sostiene que sus orígenes se remontan a la predicación del apóstol Tomás, que evangelizó ese territorio. Tiene actualmente 3.7 millones de miembros. Previamente estuvo unida a la iglesia nestoriana de Persia. A fines del siglo XVI se unió a Roma, manteniendo sus ritos y jerarquía propia.
3. Es sorprendente que Lucas en este punto del relato no mencione la entrega del dinero recolectado con tanta dedicación por Pablo, pero debemos suponer que fue muy bien recibido.
4. El nazareato es una institución que se remonta al libro de Números 6:1-21, en que se establecieron las condiciones que debe cumplir todo el que se consagre a Dios permanente, o por un tiempo limitado. El nazareo (nazir) debía abstenerse de tomar todo lo que fuera fruto de la vid, de afeitarse (lo que incluía cortarse el cabello), y de contaminarse tocando un cadáver. Nazareos fueron Sansón, Samuel y Juan Bautista. Santiago, el hermano del Señor, también lo era, según el historiador Hegesipo. Era usual que las personas hicieran voto de consagración por períodos limitados de tiempo, a fin de obtener una gracia especial del Señor.
5. Véase al respecto Hch 15:19,20; 23-29, y mis artículos “El Concilio de Jerusalén I y II”.

 Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#959 (22.01.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 31 de mayo de 2018

VIAJE DE PABLO A JERUSALÉN I


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
VIAJE DE PABLO A JERUSALÉN I
Un Comentario de Hechos 21:1-9
1. “Después de separarnos de ellos, zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara.”

El texto podría decir: “Cuando nos arrancamos de ellos…”, tanto les costó hacerlo.
Lucas, autor del libro de los Hechos, acompañando a Pablo, narra con bastante detalle las incidencias del viaje que emprende el apóstol. Lo último que ha narrado en el capítulo anterior es cómo los ancianos de Éfeso, que habían descendido a Mileto a pedido del propio Pablo para despedirse emocionado de ellos (Hch 20:17), lo acompañaron al barco en que se había de embarcar.
Podemos imaginar cómo ellos, parados en el muelle, verían con lágrimas que el barco desamarraba y se hacía a la mar. Cuando decimos barco debemos imaginar una embarcación que, en nuestros tiempos, no sería más grande que una bolichera de treinta o cuarenta metros de largo. ¡Cuánto sentían ahora su partida, y cuánto lo extrañarían en los meses siguientes! No sólo por una cuestión de afecto, sino sobre todo, pienso yo, porque por la palabra ungida de Pablo ellos habían sido alimentados constantemente.
Cos y Rodas eran islas situadas frente a la costa de Asia Menor por las que la nave pasó de largo, o quizá se detuvo por poco tiempo, para luego detenerse enseguida en el puerto de Pátara, donde Pablo y sus acompañantes desembarcaron con el propósito de proseguir su viaje, porque el barco seguía con un rumbo que no convenía a Pablo. (Nota 1)
2,3. “Y hallando un barco que pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y zarpamos. Al avistar Chipre, dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y arribamos a Tiro, porque el barco había de descargar allí.”
La frase: “hallando un barco”, nos hace suponer que Pablo y los suyos deben haber estado preguntando en el puerto por una nave que siguiera la ruta deseada. Podemos imaginar que los muelles de esos puertos eran un poco como los paraderos de buses interprovinciales que había y hay todavía en nuestra ciudad, de donde a toda hora, y hasta en la noche parten vehículos en diversas direcciones.
Una vez embarcados pasaron a lo largo de la isla de Chipre, donde Pablo había estado en su primer viaje misionero con Bernabé, y de donde éste, dicho sea de paso, era originario. De ahí enrumbaron hacia Siria –entiéndase la provincia romana de tal nombre, que comprendía a Fenicia y Judea. Por último llegaron al gran puerto de Tiro donde la nave debía descargar la mercadería que llevaba.
4. “Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén.”
En Tiro hallaron a los discípulos, lo cual quiere decir que sabían que en esa ciudad los había y que preguntaron por ellos. Deben haber sido muchos y acogedores, puesto que Pablo se quedó con ellos una semana, sin duda no sólo para gozar de su hospitalidad, sino también para instruirlos, cosa que él nunca dejaba de hacer adonde quiera que fuera. Pero los discípulos, movidos por el don de profecía que habían recibido con el Espíritu Santo, le pedían a Pablo que no fuese a Jerusalén. Seguramente porque el Espíritu les avisaba las contrariedades que el amado apóstol iba a enfrentar allí. Pablo lo sabía también pero, “ligado en el espíritu” (Hch 20:22,23), proseguía impertérrito con su intención de llegar a la capital de Judea. Él era consciente de que cualquiera que fuera lo que le ocurriese, no estaría fuera de la voluntad de Dios, y que ésta era lo mejor para él.
Los tres versículos siguientes narran la siguiente etapa del viaje de Pablo.
5. “Cumplidos aquellos días, salimos, acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos.”
En rápidos trazos Lucas describe la despedida de Pablo y sus acompañantes de los discípulos. Entristecidos de la partida ellos vinieron todos hasta el puerto, fuera de la ciudad, acompañados por sus mujeres y por sus hijos. Se arrodillaron en la playa, que nosotros, habituados a las de nuestra costa, podemos suponer que eran de arena, aunque no era necesariamente así. Estando de rodillas oraron, no se dice con qué intención, pero debe haber sido, antes que nada, porque el Señor llevase con bien a Pablo a su destino final, y lo guardara de las asechanzas de los enemigos que lo perseguían encarnizadamente. Notemos que aunque Pablo no había fundado la iglesia de Tiro, ni los había visitado antes, ellos le mostraron su aprecio y su cariño yendo todos, con sus mujeres e hijos, a despedirlo hasta la orilla del mar y a orar por él. Eso es algo que no había ocurrido antes en ninguna otra ciudad.
6. “Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas.”
Terminada la oración se abrazaron mutuamente emocionados. Ellos eran conscientes de que los acontecimientos que se venían iban a tener profundas consecuencias en la vida de Pablo y, por consiguiente, en la iglesia en general. Quizá intuían, como él mismo les había dicho a los ancianos en Mileto al despedirse, que nunca más volverían a ver su rostro (20:25).
7. “Y nosotros completamos la navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un día.”
De Tiro a Tolemaida hay una distancia corta que el barco debe haber cubierto en unas pocas horas. Desembarcando allí, permanecieron un día con los hermanos antes de proseguir su viaje.
Quizá convenga decir algo de estas dos ciudades visitadas por Pablo. A  Tiro la conocemos muy bien de nombre por el episodio que consignan Mateo y Marcos de la mujer cananea que se acercó a Jesús pidiéndole que sanara a su hija cuando el Maestro se acercó al territorio de esa ciudad pagana (Mt 15:21-28; Mr 7:24-31). Eran muchos los habitantes de esa ciudad y de Sidón que seguían a Jesús en Galilea para escuchar sus enseñanzas y ser sanados de sus enfermedades, como atestiguan Mr 3:8 y Lc 6:17.
Pero Tiro, gran centro comercial, construido sobre una roca (que es lo que la palabra Tiro quiere decir), figura varias veces en el Antiguo Testamento, pues era famosa por su riqueza. (De hecho la palabra “tirio” llegó a ser sinónimo de comerciante). Hiram, rey de Tiro, fue amigo de David y de Salomón, y suministró a ambos materiales para la construcción del palacio del primero (2 Sm 5:11), y para la edificación del templo que levantó el segundo (1R 9:10-14; 2 Cr 3:3-16).
De Tiro era la impía Jezabel, mujer de Acab, rey de Israel. A causa de sus prácticas idolátricas la ciudad fue objeto de las severas invectivas de los profetas Amós y Joel pero, sobre todo, de Jeremías (Jr 27:1-11) y Ezequiel. Éste pronunció una notable y larga oración anunciando la destrucción de la ciudad a manos de Nabucodonosor (Ez 26:1-28:19), como en efecto ocurrió el año 572 AC. (2)
Tolemaida era una ciudad muy antigua, situada a 13 Km al norte del Monte Carmelo, y conocida antiguamente con el nombre de Acco. Ya existía cuando los hebreos invadieron la tierra prometida, pero no la conquistaron, aunque había sido asignada a la tribu de Aser (Jc 1:31), y permaneció, por tanto, en manos de los fenicios. Ocupó un lugar muy importante durante las guerras de los macabeos. En el período intertestamentario se le dio el nombre con que figura en el Nuevo Testamento, Tolemaida, posiblemente en honor al faraón Tolomeo Filadelfo (285-246 AC). Cuando la conquistaron los árabes en el siglo VIII, le devolvieron su nombre antiguo de Acco, que los cruzados convirtieron en Acre en 1191 DC, cuando el rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León, la tomó por asalto en una batalla famosa. Fue entregada después a la orden de los caballeros hospitalarios de San Juan, y pasó a llamarse San Juan de Acre. Luego cayó en manos de los turcos otomanos, pero les fue arrebatada por los ingleses en 1917. Hoy forma parte, bajo el nombre de Akkó, del estado de Israel.
8,9. “Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, posamos con él. Éste tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban.”
Al día siguiente, y debe haber sido muy temprano por el largo trayecto que tenía por delante, Pablo y sus acompañantes partieron hacia Cesarea. Aunque no se señala específicamente, deben haberlo hecho, como era normal entonces, a pie, o a lomo de mula, y haberlo hecho a paso rápido, pues cubrieron la distancia, que en el mapa es más de 40 km, en un solo día.
Ya hemos hablado en otra ocasión de Cesarea, donde por primera vez se predicó el evangelio a los gentiles (“Consideraciones acerca del libro de los Hechos II”), la ciudad puerto fastuosa construida por Herodes el Grande en honor del César, de modo que no necesito ahora hablar de ella.
Llegados a la ciudad se hospedaron donde Felipe, que era uno de los siete diáconos elegidos en Hechos 6. Él figura varias veces en el libro de Hechos, pues fue uno de los pioneros que evangelizaron Samaria durante la persecución desatada en Jerusalén después del apedreamiento de Esteban (Hch 8:4-13). Luego, alertado por un ángel, le cupo predicar y bautizar al etíope, alto funcionario de la reina Candace, que retornaba a su tierra después de adorar en Jerusalén (Hch 8:26-39). Hecho lo cual, y arrebatado por el Espíritu, anunciaba las buenas nuevas por todas las ciudades hasta que llegó a Cesarea (v. 40). Es posible que él y Pablo no se hubieran encontrado antes, pero sí habían oído hablar el uno del otro.
Él tenía cuatro hijas, todavía sin casar, que eran profetizas. Sabemos que en las primeras décadas de la iglesia el don de profecía era muy común entre los creyentes como consecuencia del derramamiento del Espíritu Santo ocurrido en Pentecostés (Hch 2:1-4). Joel, como también sabemos, había profetizado que en los postreros días “vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Jl 2:28; Hch 2:16, 17) y tendrán visiones, lo cual se cumplió ampliamente en esos tiempos.
Estas hijas de Felipe, según se sabe por otras fuentes, vivieron hasta edad avanzada y fueron muy estimadas en la iglesia como fuente de información acerca de los sucesos de los primeros tiempos de la iglesia. Podemos suponer que Lucas debe haber aprovechado sus recuerdos al componer las dos obras escritas por él, especialmente durante los dos años que Pablo permaneció en custodia en esa ciudad antes de ser enviado a Roma (Hch caps 24 al 26).
Según informa F.F. Bruce, algunos años después de los acontecimientos narrados acá, su padre Felipe emigró a la capital de la provincia de Asia, Éfeso, junto con otros discípulos, llevándose a sus hijas consigo. (3)
Notas: 1. Cos es una isla montañosa, que forma parte del archipiélago de las Espóradas, situada frente a  la costa sudoccidental de Asia Menor. Se hizo famosa por sus aguas termales sulfurosas, y por su escuela de medicina fundada por Hipócrates en el siglo V AC, y que gozó, precisamente gracias a ese hecho, de mucho favor bajo Herodes el Grande y los romanos.
Rodas, situada al este de la anterior, y bastante más grande, llegó a ser un importante centro comercial y político en la  antigüedad, tanto como Alejandría y Cartago. Allí se encontraba la famosa estatua del Coloso de Rodas, una de las siete maravillas de la antigüedad, entre cuyas piernas pasaban barcos. Tenía 32 m de altura, y fue erigida usando planchas de bronce, sostenidas por una estructura de hierro, a inicios del siglo III AC. Servía de faro para los navegantes nocturnos, antes de ser abatida por un terremoto el año 226 AC.
Pátara era un puerto importante de la costa de Licia, donde había un famoso santuario dedicado a Apolo, cuyo oráculo rivalizaba con el de Delfos. No se tiene noticias de que allí hubiera entonces una iglesia.
2. Las palabras de la última parte de la profecía de Ezequiel (28:11-19) suelen interpretarse como referidas simbólicamente a Lucifer.
3. El don de profecía, del que habla Pablo en Rm 12:6-8 y 1Cor 12:8-11, es dado por igual tanto a hombres como a mujeres. Profetizas fueron Miriam, la hermana de Moisés (Ex 15:20,21), Débora (Jc 4:4), Hulda (2R 22:14), la mujer de Isaías (8:3,4), la virgen María (Lc 1:46-48), y la anciana Ana (Lc 2:36-38).
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#957 (08.01.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 16 de enero de 2015

FELICIDAD

FELICIDAD

Salvo en un sentido espiritual, nadie es feliz solo. La felicidad humana es una felicidad compartida. Son nuestras relaciones afectivas las que nos hacen felices o infelices. Se es feliz de a dos o en grupo. Y son las relaciones afectivas que hemos cultivado a lo largo de la vida las que nos hacen felices, sobre todo al final de la existencia. Si no las hemos cultivado, a la larga no seremos felices.
El que vive sólo para sí al final de su vida se encontrará aislado, solo, cuando más necesite de compañía. Vivirá en un desierto en medio de la ciudad. Pero aun la compañía de una persona enferma, que exige cuidado y sacrificio, nos puede hacer feliz.

En suma la mejor manera de ser feliz, la más segura, es hacer felices a otros. Es una felicidad que rebota, aun en la soledad, aun en la enfermedad, aun en la pobreza.


José Belaunde M.

miércoles, 15 de octubre de 2014

LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA BENDICIÓN DEL AMOR FRATERNAL II
Un Comentario en dos partes del  Salmo 133
2. “Es como el buen aceite perfumado sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras.”
El salmista compara la unidad entre hermanos al aceite perfumado, o ungüento (Nota 1), con el cual se ungía a los sumos sacerdotes en Israel, en especial, al aceite con que se consagró a Aarón como primer sumo sacerdote (Ex 28:1,41; 29:7). Ese aceite, que era objeto de un procedimiento especial de elaboración, difundía en torno un olor agradable. Era precioso porque con él se ungió a Aarón para un servicio que había sido establecido por Dios  mismo y era muy estimado por Él, y, ya que, mediante los sacrificios de animales, Aarón hacía expiación por los pecados del pueblo y lo reconciliaba con Dios. Esos sacrificios eran figura del futuro sacrificio de Cristo en la cruz.
La cabeza, es decir, la mente, notemos, es la que rige no sólo el cuerpo, sino también las decisiones que toma el hombre, aunque ciertamente el corazón, es decir, los sentimientos, también influyen en ellas.
Cuando la mente está ungida por el aceite del Espíritu Santo, todo el ser del hombre, hasta el borde inferior de sus vestidos, con todas sus potencias vitales, está energizado por el poder que viene de Dios.
Detrás de la barba del sumo sacerdote colgaba el pectoral que contenía las piedras en que estaba grabado el nombre de las doce tribus de Israel (Ex 28:15-21; 39:8-14), de manera que cuando el sumo sacerdote era ungido, el aceite bañaba también esas piedras haciendo que todo el pueblo fuera santificado en su sacerdote.
Dios había dado a Moisés instrucciones específicas para preparar el aceite sagrado, utilizando cuatro especies aromáticas: mirra, canela, cálamo y casia (Ex 30:23-25). Ese aceite era una cosa santa que era usada no sólo para la unción sacerdotal, sino también para la unción de todos los objetos del culto.
El aceite de oliva en la antigüedad era un bien muy valioso, porque era usado no sólo en la alimentación (2), sino también como cosmético (3), como medicina, sea puro (Is 1:6; Mr 6:13; St 5:14), o mezclado con vino (como podemos ver en el episodio del Buen Samaritano, Lc 10:34), y para la iluminación tanto doméstica (2R 4:10), como del templo, donde una lámpara brillaba constantemente (Ex 27:20; Lv 24:1-4). Incluso era usado como medio del pago de impuestos (Os 12:1), y de otros bienes (Es 3:7). (4)
Pero también el aceite tiene en las Escrituras un sentido figurado muy rico y variado, para significar sea la prosperidad (Dt 32:13; 33:24; Ez 16:13), o la alegría (Sal 45.7), o la sabiduría (Pr 21.20); así como también era un símbolo del Espíritu Santo (Is 61:4). Cuando el profeta Samuel fue donde Isaí para ungir como rey de Israel a uno de sus hijos, él derramó aceite sobre la cabeza del menor, David, y el Espíritu de Jehová vino sobre el muchacho (1Sm 16:13).
Es necesario tener eso en cuenta para entender el significado de la mención del aceite en este salmo: “Es como el buen óleo sobre la cabeza.” Según la tradición sólo el sumo sacerdote era ungido derramando aceite sobre su cabeza, la cual, como sabemos, significa autoridad (Ex 29:7; Lv 8:12).
Pero una vez derramado sobre la cabeza, el aceite fluía sobre su rostro y por su barba, y hasta el borde, u orla, de su vestimenta sagrada. De una manera semejante el amor de los hermanos ejerce su influencia benéfica sobre todas las circunstancias de su vida. Los beneficios de ese amor son compartidos y experimentados por todos los miembros del hogar, incluso por los empleados domésticos, que viven en un clima de armonía y son bien tratados por sus patrones.
¡Qué distinto es cuando no hay amor en la casa! Todos se sienten a disgusto en ella y huyen si les es posible de ella. Los hijos se van porque no quieren ser testigos de las peleas de sus padres. ¡Y qué importante es que los empleados domésticos y otros empleados, si los hay, sean bien tratados por sus patrones! Si no lo hacen, algún día tendrán que dar cuenta a Dios.
La unción con aceite era también una manifestación de hospitalidad (Sal 23:6), junto con el beso de acogida y el lavar con agua los pies del huésped. Jesús le reprocha al fariseo Simón, que lo había invitado a su casa, el que no hubiera ungido su cabeza con óleo (Lc 7:46).
Todos conocen el episodio en que estando Jesús sentado a la mesa en casa de Simón el leproso, en Betania, poco antes de su pasión, vino una mujer y derramó sobre su cabeza un perfume muy costoso que estaba en un vaso de alabastro. Aunque no se diga ahí explícitamente, ese perfume era un aceite perfumado, preparado seguramente con especies aromáticas muy costosas (Mt 26:6-13; Jn 12:1-8). Cuando los circunstantes empezaron a criticar a la mujer diciendo que ese perfume tan valioso hubiera podido ser vendido para dar dinero a los pobres, Jesús salió en su defensa diciendo que dondequiera que se predicara el Evangelio se hablaría de ella, porque lo que ella había hecho era preparar su cuerpo para la sepultura. Eso lo dijo porque en su tiempo los cadáveres eran ungidos con aceite para embalsamarlos antes de enterrarlos (Gn 50:2,3,26; Mr 16:1).
Ese aceite perfumado que se derrama sobre la cabeza en la unción es también un símbolo de la gracia de Dios que se difunde por todo el cuerpo y confiere santidad a toda la persona. Podemos decir que el aceite de la gracia de Dios se difunde por todo el cuerpo de Cristo, que es la iglesia, como dice Pablo (Ef 1:22,23; 4:15,16), hasta sus miembros más humildes y olvidados, aquellos en los que menos pensamos, pero en los que Dios sí piensa. Porque nada ni nadie puede poner límites a la acción de la gracia. El amor de Cristo no conoce los límites que solemos poner los hombres en la práctica, que tenemos la tendencia de hacer separaciones, sea de parroquia, o de denominación, de congregación o de iglesia.
El amor de Cristo fluye desde la cabeza, es decir, de la autoridad hasta los pies, hasta los miembros más despreciados, que están en el borde inferior de las vestiduras. Pero algún día veremos cómo se cumple en ellos las palabras de Jesús, de que los últimos serán los primeros (Mt 20:16). Así que cuando veas a una persona humilde, inclínate delante de ella, porque quién sabe si algún día no estará delante de ti en el cielo.
Es muy significativo que diga que el aceite desciende sobre la barba, y que repita esa palabra, como para recalcar la idea, ya que la barba entre los judíos y entre los pueblos orientales era un símbolo de hombría, así como también de consagración a Dios. Se recordará que los sacerdotes no podían recortar su barba (Lv 21:5), ni podían los nazareos hacerlo durante el tiempo de su consagración a Dios (Nm 6:5).
Los romanos, aunque eran poderosos, eran llamados gentiles por el pueblo elegido y, por tanto, se consideraba que estaban alejados de la gracia de Dios. Ellos no usaban barba, sino se la afeitaban, y llamaban “bárbaros” a los pueblos incultos, venidos en hordas desde las estepas, que asediaban sus fronteras, y que no se afeitaban la barba (De ahí viene en efecto la palabra “bárbaro”, esto es, barbudo). Para el judío, que se le obligara a afeitarse la barba, era una ofensa humillante, así como también lo era jalarle la barba a un hombre. Eso fue lo que le hicieron a Jesús sus torturadores romanos, según anunció proféticamente Isaías 50:6.
La ley de Moisés prohibía recortar los extremos de la barba (Lv 19:27), porque ésa era una práctica idolátrica de los pueblos paganos. Pero eso fue justamente lo que el amonita Hanún hizo con los siervos de David que había tomado prisioneros, para humillarlos: les rapó la mitad de la barba y les cortó la mitad de su vestido hasta las nalgas (2Sm 10: 4), afrenta que dio lugar a que David se vengara cruelmente de ellos.
Hay un pasaje terrible en que Dios ordena al profeta Ezequiel raparse el cabello y la barba, y quemar una parte, esparciendo otra parte al viento como señal de la destrucción futura que vendría sobre Israel en castigo de su idolatría (Ez 5:1ss), vaticinio que se cumplió cuando Nabucodonosor conquistó Jerusalén (2R 24:10-16).
Entre los semitas era costumbre raparse el cabello y afeitarse la barba en señal de duelo y de angustia (Is 15:2). Después del asesinato del gobernador Gedalías, que era un hombre justo, un grupo de afligidos samaritanos vinieron a Israel con su barba afeitada y sus vestidos rasgados (Jr 41:3-5).
3. “Como el rocío del Hermón que desciende sobre los montes de Sión; porque ahí ha ordenado Jehová bendición y vida eterna.”
La humedad de la montaña más alta, cubierta de nieve, es derramada sobre la montaña más baja. La montaña mayor ministra a la montaña menor. De manera semejante el amor desciende de lo alto a lo bajo, de lo encumbrado a lo humilde.
¿Qué nos está diciendo este versículo? La unidad santa de los hermanos es como el rocío mañanero que refresca el ambiente y humedece el pasto estimulando su crecimiento.
Cabría preguntarse ¿cómo es posible que el rocío del Hermón pueda caer sobre el monte de Sión pese a la gran distancia de más de cien kilómetros que los separa? Franz Delitzsch cita a un viajero de mediados del siglo XIX, que estuvo al pie del Hermón, y que entendió cómo de las laderas cubiertas de bosques, y de los despeñaderos cubiertos de nieve surgen gotas de agua que, después de haber humedecido la atmósfera, descienden al anochecer como rocío sobre las montañas más bajas que lo rodean. Y él pensó que las fuertes corrientes de aire de la región podían llevar esa humedad hasta Sión. El hecho es que en ninguna parte del territorio de esa zona puede observarse un rocío tan abundante como en la cercanía del Hermón.
Ese es el rocío refrescante que el poeta asemeja al amor fraterno. Cuando los hermanos de las tribus del norte se juntan con los de las tribus del sur, olvidando sus antiguas rivalidades, en la ciudad que es la madre de todos (Jerusalén) para celebrar las grandes fiestas, es como si el rocío del monte Hermón, de casi tres mil metros de altura, y que parece que toca las nubes, descendiera sobre los montes áridos que rodean a la ciudad de David, que lo desean ardientemente para apagar la sed de sus campos secos y áridos.
Porque ahí, dice el Salmo, el Señor ha decretado bendición y vida eterna. Ahí en la montaña de Sión, que antes se llamaba Moriah donde Isaac estuvo a punto de ser sacrificado (Gn 22:1-19), y donde se produjo la crucifixión de Cristo que trajo bendición y vida eterna a todos los que creen en Él. Sión es la montaña en donde se levanta la ciudad de Jerusalén, en la que, según Apocalipsis, residirán en unidad los hermanos por toda la eternidad (Ap 21:1-4). Si hemos de estar unidos entonces, es conveniente que empecemos a estarlo desde ahora,
Recordemos que el sacerdocio de Aarón era un ministerio preparatorio para el sacerdocio definitivo y permanente de Cristo, el cual vive para siempre intercediendo por nosotros como único mediador entre Dios y los hombres (Hb 7:24,25).
Notemos asimismo que tanto el aceite perfumado como el rocío descienden continuamente, en un caso, desde la cabeza de Aarón, en el otro, desde la cumbre del Hermón, para humedecer con la gracia de Dios todo lo que está debajo de ella. De esa manera la gracia fluye en muchos contextos desde la cabeza (que representa a la autoridad) a los fieles. Es un descender constante del cielo a la tierra que nos habla de la misericordia y de la fidelidad de Dios.
“Donde reina el amor, reina Dios”, dice Spurgeon, y continúa diciendo: “Donde el amor desea una bendición, Dios ordena una bendición”. Basta que Dios ordene para que sea hecho: “Porque Él dijo y fue hecho; mandó y existió.” (Sal 33:9).
Este salmo expresa el gozo de Dios al ver que sus hijos viven juntos en la unidad y armonía del amor mutuo. Viviendo de esa manera nosotros, sus hijos, empezamos a gozar en la tierra de la felicidad que algún día será nuestra en el cielo. Y esa felicidad, como le dijo Jesús a Marta acerca de su hermana María, que había escogido la mejor parte, no nos será quitada (Lc 10:42).
Hay un amor que viene y pasa, y un amor que permanece: el amor que inspira el Espíritu Santo, el amor que viene de Dios. De manera semejante el amor que se tienen los padres desciende sobre sus hijos y los hace felices.
Dios ordena su bendición ahí donde se cultiva la paz y reina la armonía entre los hombres, como dice Pablo: “Por lo demás hermanos…sed de un mismo sentir, y vivid en paz; y el Dios de paz y de amor estará con vosotros.” (2Cor 13:11).
Notas: 1. La Septuaginta lo llama bálsamo.
2. El aceite solía ser mezclado con harina para preparar una especie de pan cocido (1R 17:12). Las ofrendas que los fieles presentaban en el templo consistían de flor de harina amasada con aceite y cocida en un horno o cazuela (Lv 2:4-7).
3. Se untaba aceite sobre la piel para evitar que se resecara bajo el sol candente. El cuerpo era untado también con aceite después del baño (Rt 3:3; 2Sm 12:20; Sal 104:15), y se ponía sobre el cabello (Ecl 9:8). Pero ¿a quién le gustaría hoy día que le echen aceite sobre la cabeza? Eso era costumbre entonces.
4. El aceite de oliva tenía en la antigüedad un alto valor comercial, junto con el trigo y el vino, y era atesorado por los reyes y hombres importantes (2Cro 32:28; Nh 5:11; Os 2:8).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te invito a pedirle perdón a Dios por todos tus pecados haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#848 (21.09.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).