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jueves, 21 de junio de 2018

ARRESTO DE PABLO EN EL TEMPLO I


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ARRESTO DE PABLO EN EL TEMPLO I
Un Comentario de Hechos 21:17-25

Lucas continúa en el capítulo 21 el relato del tercer y último viaje de Pablo a Jerusalén, que culmina con su llegada a esa ciudad en el siguiente versículo:
17. “Cuando llegamos a Jerusalén, los hermanos nos recibieron con gozo.”
El viaje de Pablo culminó con la llegada de la comitiva que lo acompañaba a la ciudad santa, situada sobre lo que para nosotros son cerros rodeados de hondonadas en un territorio que, hoy día al menos, es más bien árido.
Los miembros de la iglesia de Jerusalén acogieron a Pablo y sus acompañantes con alegría. ¡Cómo no iban a hacerlo, aparte del amor cristiano que los unía, si sabían que traían consigo una ofrenda generosa para su sostenimiento!
Podemos suponer que pasaron el resto del día instalándose en casa de Mnasón y conversando con los que los recibieron. ¡Tenían tantas cosas que compartir! (Nota 1)
18. “Y al día siguiente Pablo entró con nosotros a ver a Jacobo, y se hallaban reunidos todos los ancianos”
Santiago y los ancianos, que deben haber sido avisados inmediatamente de la llegada de Pablo, se reunieron para recibir como iglesia al apóstol errante. Santiago, el hermano de Jesús y autor de la epístola que lleva su nombre, era la cabeza de la iglesia de Jerusalén, y gozaba de gran prestigio y autoridad por su piedad y su celoso cumplimiento de la ley de Moisés, al punto que la población de la ciudad le había puesto el sobrenombre de “justo”. Quiénes eran y cuántos eran los ancianos que gobernaban la iglesia de Jerusalén junto con Santiago, no sabemos. Pero como eran miles los que habían creído, podemos suponer que su número llegaría quizá a setenta, constituyendo una especie de sanedrín de “nazarenos”.
¿Y Pedro y los demás apóstoles? Todos estaban ausentes, sea porque ya habían muerto, o porque estaban haciendo en otras tierras una labor semejante a la que Pablo realizaba en territorios griegos. Dónde, no lo sabemos, pues no se han escrito, o no han llegado a nosotros, libros que narren sus andanzas. ¡Cómo nos gustaría, sin embargo, tenerlos! Porque ellos deben haber pasado por pruebas y aventuras semejantes a las que experimentó Pablo, llevando el Evangelio a muchas regiones cercanas algunas, otras remotas, pues la fe se extendió por gran parte del mundo entero conocido entonces, aparte de las evangelizadas por Pablo: Italia, la costa norafricana, las regiones orientales, hasta el Éufrates, de dónde provenía Abraham, y más allá hasta Persia y la India, a donde, según la tradición, llegó Tomás fundando iglesias que todavía existen (2). No es imposible que llegara también a la cercanía de China.
19. “a los cuales, después de haberles saludado, les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por su ministerio.”
¿Cómo sería la recepción que les prodigaron Santiago y los ancianos? Seguramente muy efusiva, llena de abrazos y besos, como cuando se recibe a personas amadas en Cristo entre las cuales había algunas que no se ha visto durante buen tiempo. Lucas es parco en su narración. Dice: “después de haberles saludado”. Hay que tener en cuenta que a varios de los que llegaron con Pablo, y que venían desde Grecia (no sabemos cuántos se le sumaron en Cesarea), les veían la cara por primera vez.
Estando pues reunidos (¿los imaginamos sentados en sillas de madera como las que conocemos nosotros? Más bien la mayoría, si no todos, estaban sentados en el suelo), Pablo les contó pormenorizadamente –y él era de palabra fácil- cómo el Evangelio se había extendido entre los gentiles al norte y al oeste de Judea, y cuántos signos y señales, amén de muchas peripecias, habían acompañado su labor misionera y la de su equipo de colaboradores. (3)
20. “Cuando ellos lo oyeron, glorificaron a Dios, y le dijeron: Ya ves, hermano, cuántos millares de judíos hay que han creído; y todos son celosos por la ley.”

De las cosas narradas por Pablo algunas ya habían llegado a sus oídos, otras les eran nuevas. Pero por las unas y por las otras, los ancianos junto con Santiago dieron gracias a Dios. La acogida del Evangelio por los gentiles era el cumplimiento de las palabras que Jesús había dicho a los apóstoles antes de subir al cielo, que su mensaje sería llevado “hasta los confines de la tierra.” (Hch 1:8).
Pero en respuesta a la narración de Pablo ellos le hicieron saber que muchos miles de judíos de Jerusalén y ciudades cercanas se habían convertido a Cristo. El libro de Hechos narra que el día de Pentecostés, en que Pedro predicó a la multitud por primera vez, fueron bautizadas tres mil personas (Hch 2:41). Y luego dice que, como resultado de la prédica de Pedro y Juan, se convirtieron como cinco mil varones (Hch 4:4). Ahí solo tendríamos ocho mil creyentes. Pero las palabras de Santiago implican que muchos miles de judíos más se les habían agregado. La secta de los nazarenos (como se les llamaba entonces) había crecido en gran número. Y todos ellos eran “celosos de la ley”, esto es, eran estrictos y exigentes en el cumplimiento de sus normas, como Pablo lo había sido antes de que el Señor se le apareciera camino a Damasco (Hch 9:3-6).
En estas palabras se expresa la gran preocupación que existía en Jerusalén acerca de la actividad misionera de Pablo. No objetaban que él predicara el evangelio a los gentiles. Eso era aceptado y daban gloria a Dios por ello. Objetaban que él pudiera poner en duda la necesaria fidelidad de los judíos a la ley de Moisés: Te acusan de alentar a los creyentes judíos que viven entre gentiles a apostatar de Moisés, esto es, a abandonar las prácticas de la ley. Esta era una acusación muy grave que explica por qué los judíos de la diáspora odiaban y perseguían a Pablo: Él atenta contra lo más sagrado que tenemos, es decir, contra nuestra religión.
La fidelidad de los judíos a las normas de la ley de Moisés era el núcleo de su identidad como pueblo. Sin la ley de Moisés no hay pueblo judío. Acosados y acusados por los pueblos que los rodeaban, los judíos se aferraban a su identidad judía como medio para subsistir como pueblo. Apostatar era por eso para ellos el mayor delito, y peor aún lo era el enseñar a otros judíos a hacerlo. Era un acto de traición a su nación.
¿Cuán cierta podía ser esta acusación? Pablo había escrito en Gálatas 3:28 que en Cristo no hay griego ni judío, ni esclavo ni libre, no hay varón ni mujer, sino que todos son uno en Cristo Jesús. Judíos y gentiles, al creer en Jesús, forman un solo pueblo.
Pero cuando afirma que en Cristo Jesús no hay varón ni mujer no está diciendo que las distinciones entre los sexos desaparecen, y que ambos constituyen una especie de uni-sex, sino que ambos sexos tienen los mismos privilegios y obligaciones.
De igual modo puede decirse que la fe en Jesús no borra las diferencias entre judío y no judío, sino que ambos tienen el mismo “standing”, el mismo “status” delante de Dios.
Pablo enseñaba a los gentiles que abrazaban la fe en Jesús a no circuncidarse. Los judíos que se convertían a Cristo no podían descircuncidarse (aunque había una operación para hacerlo) pero obviamente no tenían por qué circuncidar a sus hijos si los cristianos gentiles no lo hacían, aunque estaban en libertad de hacerlo si lo querían.
Pablo mismo guardaba las prácticas de la ley, o las dejaba de lado, según la compañía con la cual se encontraba, fueran judíos o gentiles. Si estaba con los primeros las guardaba por razones de cortesía, y para no herir sus sentimientos. Si estaba con los segundos, no tenía por qué hacerlo (1Cor 9:19-21).
En Romanos 14:1-6 Pablo admite que unos guarden determinadas prácticas y que otros no, con tal de que el guardar, o el no guardar, sea hecho “para el Señor”. Puedes guardar esas prácticas si quieres, pero hacerlo no es lo esencial, pues la salvación no depende de ellas. Cristo nos ha libertado de la esclavitud de la ley que ordenaba guardarlas (Gal 5:1). Lo importante es que no uses esa libertad para satisfacer los deseos de la carne (Gal 5:13). Dice además que no debemos juzgar al hermano por este motivo (Rm 14:10-12).
La acusación referida contra Pablo era pues falsa. Los ancianos eran conscientes de ello, pero consideraban que era necesario que Pablo desvirtuara esa acusación. ¡Cuán necesario es que los cristianos cierren los oídos a los rumores y acusaciones contra otros cristianos, sobre todo si los acusados han dado testimonio de su fidelidad a Dios! El enemigo usa los chismes y los rumores para hacer daño a la iglesia, causando divisiones y manchando la honra de personas que merecen nuestro respeto. No seamos colaboradores del diablo repitiendo chismes.
22. “¿Qué hay, pues? La multitud se reunirá de cierto, porque oirán que has venido.”
¿Cómo podía Pablo desvirtuar esa acusación maliciosa? Cuando los discípulos oigan que tú has llegado a Jerusalén se reunirán para saber acerca de ti, y tendremos que darles una explicación de tu conducta que los satisfaga.
23,24. “Haz, pues, esto que te decimos: Hay entre nosotros cuatro hombres que tienen obligación de cumplir voto. Tómalos contigo, purifícate con ellos, y paga sus gastos para que se rasuren la cabeza; y todos comprenderán que no hay nada de lo que se les informó acerca de ti, sino que tú también andas ordenadamente, guardando la ley.”
La propuesta que hacen Santiago y los ancianos es sencilla y expeditiva. Hay cuatro discípulos que han hecho voto de nazareato y que, cumplida la semana durante la cual no se pueden cortar el cabello, deben rasurárselo y, según lo prescrito por la ley, deben presentar una ofrenda en el templo (Lv 6:1-21). (4)
Tómalos a tu cargo, cumple el rito de purificación con ellos, y paga los animales de la ofrenda que deben presentar al sacerdote. Haz esto a la vista de todos en el templo de modo que todos comprendan que tú sigues siendo un judío que cumple fielmente las costumbres ancestrales ordenadas por Moisés.
Que Pablo pudiera tomar parte del ceremonial de un voto de nazareo no debe sorprendernos pues él mismo había hecho uno estando en el puerto de Cencrea, antes de embarcarse para Siria (Hch 18:18).
25.”Pero en cuanto a los gentiles que han creído, nosotros les hemos escrito determinando que no guarden nada de esto; solamente que se abstengan de lo sacrificado a los ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación.”
Para evitar toda polémica acerca de lo que se debe exigir a los gentiles que abracen la fe, los ancianos le recuerdan a Pablo que la iglesia de Jerusalén, a la que ellos representan, mandó cartas a las iglesias gentiles, que el mismo Pablo se encargó de llevar, diciéndoles que ellos debían abstenerse de tan solo cuatro cosas bien sabidas: esto es, de carne sacrificada a los ídolos (algo con lo que Pablo estaba sólo condicionalmente de acuerdo; véase 1Cor 8:4-13; 10:25-33), de comer sangre, de comer carne de animal que no hubiera sido completamente desangrado (que es lo que “ahogado” quiere decir, y que era un complemento del mandato de no comer sangre), y de fornicación, -un pecado muy común en los ambientes paganos, como lo es hoy día en el nuestro. Eso es algo que lo cristianos judíos celosos de la ley conocen. (5)

Notas: 1. J. Munck hace notar que la preocupación de Lucas por dar información exacta se manifiesta en que él casi siempre indica la dirección donde Pablo se aloja. Así, por ejemplo, nos informa que en Damasco Pablo se alojó en casa de Judas, que estaba en la llamada calle derecha (Hch 9:11); en Filipos, se quedó en casa de Lidia (16:14,15); en Tesalónica, en casa de Jasón (17:5-7); en Corinto, donde Aquila y Priscila (18:2,3); en Cesarea, con Felipe (21:8); más adelante, en Malta, con Publio (28:7).
2. La iglesia Siro-malabar de la India, situada en el estado de Kerala, en la costa oriental del subcontinente índico, sostiene que sus orígenes se remontan a la predicación del apóstol Tomás, que evangelizó ese territorio. Tiene actualmente 3.7 millones de miembros. Previamente estuvo unida a la iglesia nestoriana de Persia. A fines del siglo XVI se unió a Roma, manteniendo sus ritos y jerarquía propia.
3. Es sorprendente que Lucas en este punto del relato no mencione la entrega del dinero recolectado con tanta dedicación por Pablo, pero debemos suponer que fue muy bien recibido.
4. El nazareato es una institución que se remonta al libro de Números 6:1-21, en que se establecieron las condiciones que debe cumplir todo el que se consagre a Dios permanente, o por un tiempo limitado. El nazareo (nazir) debía abstenerse de tomar todo lo que fuera fruto de la vid, de afeitarse (lo que incluía cortarse el cabello), y de contaminarse tocando un cadáver. Nazareos fueron Sansón, Samuel y Juan Bautista. Santiago, el hermano del Señor, también lo era, según el historiador Hegesipo. Era usual que las personas hicieran voto de consagración por períodos limitados de tiempo, a fin de obtener una gracia especial del Señor.
5. Véase al respecto Hch 15:19,20; 23-29, y mis artículos “El Concilio de Jerusalén I y II”.

 Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#959 (22.01.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 14 de junio de 2018

VIAJE DE PABLO A JERUSALÉN II


 LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
VIAJE DE PABLO A JERUSALÉN II
Un Comentario de Hechos 21:10-16


10,11. “Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.”
Pablo debe haberse sentido muy bien en la casa de Felipe, porque pese a la prisa que tenía para llegar a Jerusalén antes de Pentecostés, se quedó allí varios días, gozando sin duda, de la cálida acogida que le brindaron no sólo a Pablo, sino a los siete o más que lo acompañaban. ¡Qué agradable es, dicho sea de paso, estar alojado donde a uno lo reciben con cariño! ¡Y qué desagradable es, en cambio, cuando uno siente que lo reciben de mala gana, por compromiso! Hospedar a los hermanos es una de las obras que a Dios más agrada (Hb 13:2).
Mientras estaban Pablo y los suyos alojados en casa de Felipe, vino de Judea (“descendió” dice el texto, porque ésa era región montañosa) un profeta a quien ya conocemos, llamado Agabo.
Estando Pablo años atrás en Antioquía cuando la iglesia empezaba a ganar adherentes entre los griegos, vino Agabo junto con otros profetas de Jerusalén, y anunció que vendría una gran hambruna sobre la tierra, lo cual efectivamente sucedió, dice Lucas, en tiempos del emperador Claudio, en los años 46 y 47 (Hch 11:28).
En esta ocasión, Agabo que, sin duda, era enviado por el Espíritu, hizo uso del método profético gestual que emplearon también en varias ocasiones Eliseo, Isaías, Jeremías y Ezequiel. (Nota 1)
Tomó el cinto de Pablo y se ató con él las manos y los pies, declarando por el Espíritu que los judíos atarían de esa manera al dueño del cinto, para entregarlo en manos de los gentiles, en este caso, de los romanos, tal como años antes habían hecho con su Maestro (Mt 20:18,19).
¿Qué propósito cumplía en esta ocasión la profecía de Agabo? ¿Era acaso una advertencia del Espíritu Santo para que no fuera a Jerusalén, y que él debía obedecer? Pero Pablo estaba convencido de que era Dios el que lo impelía a subir a la ciudad santa (Hch 20:22,23). Yo pienso que la profecía de Agabo tenía la finalidad de probar y de profundizar su determinación de cumplir la voluntad de Dios cualquiera que fuere el costo para él.
12. “Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén.”
Como es natural todos los que estaban presentes, incluyendo al propio Lucas, le suplicaron a Pablo, en los más tiernos términos posibles, que no continuara su viaje a Jerusalén. Ellos sabían qué es lo que le podía ocurrir y querían a toda costa evitárselo.
Notemos que a veces el cariño hace que nos opongamos a lo que es la voluntad de Dios manifiesta. Es un cariño egoísta, porque si fuese desinteresado, pese al dolor que sentían por lo anunciado, le dirían: Anda confiado a Jerusalén porque, sea lo que fuere lo que te suceda, Dios estará contigo. ¿Amarían sus discípulos a Pablo más de lo que Dios le amaba?
13. “Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.”

Las súplicas emocionadas de sus amigos no podían dejar de tocar el corazón de Pablo, que les reprochó que le hicieran más difícil proseguir con su propósito. Ver el dolor de ellos, sin embargo, no debilitó su decisión, pues agregó las palabras citadas arriba que muestran su estado de ánimo y su decisión de cumplir aquello a lo cual él estaba convencido el Espíritu lo llamaba: sufrir prisiones y morir, si fuera necesario, por proclamar el nombre de su Señor. A Él le pertenecía totalmente su vida y estaba listo a entregarla sin reserva a sus verdugos. (2)
Esa disposición de ánimo ya la había expresado claramente en la epístola a los Gálatas cuando escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (2:20).
Él estaba plenamente poseído por la idea de que si Jesús, el Hijo de Dios, se había entregado a la muerte para salvarlo, ya su propia vida no le pertenecía, porque había muerto a sí mismo; su vida estaba crucificada en la cruz con Cristo en el Calvario y no era suya.
Pablo cumplía de una manera perfecta el dicho de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo (que es lo que él estaba haciendo en ese momento), y tome su cruz (la cruz de padecimientos que Jesús le estaba ofreciendo), y sígame (hasta la muerte).” (Mt 16:24)
¿Somos nosotros, que nos preciamos de ser discípulos de Cristo, y de amarlo con todo nuestro corazón, capaces de un sacrificio semejante? Es cierto que no a todos les pide Dios una inmolación semejante, pero notemos que es esa clase de entrega absoluta, lo que permitió que el Evangelio se difundiera rápidamente por el mundo entero entonces conocido. Y es esa clase entrega la que hace posible que el Evangelio sea proclamado hoy día en países donde está prohibido hacerlo.
 De hecho, el ejemplo de Pablo, de Pedro y de los otros apóstoles que dieron su vida por Cristo, fue seguido por miles de hombres y mujeres cristianos que ofrendaron sus vidas como testigos de la fe que vivía en ellos. Bien pudo decirse un siglo y medio después de los hechos narrados aquí que la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia (Notemos que “mártir” –del griego martur- quiere decir “testigo”).
Nosotros somos llamados a ser testigos ante el mundo (esto es, ante la gente que nos rodea) de la fe que vive en nosotros. Podemos, y serlo, con nuestras palabras pero, sobre todo, con las vidas que llevamos, es decir, con nuestra conducta. Si lo hacemos, seremos en verdad “mártires” en un doble sentido: de testigos y de víctimas del odio de Satanás que actúa a través de los enemigos de Cristo.
14. “Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor.”
En vista pues de que no había manera de hacerle cambiar su propósito de enfrentar su destino, dejaron de tratar de hacerlo. Notemos aquí que Lucas se incluye entre los que trataron de persuadirlo, pues escribe “no le pudimos” y “desistimos”. Lucas tan cercano a Pablo, no comprendía plenamente el espíritu que lo animaba. En cierta manera, podemos decir que su amor por Pablo pesaba más en su alma que los designios de Dios para su siervo. Nosotros solemos ser egoístas: nuestro cariño, nuestro afecto por algunas personas que amamos es mayor que la obra que Dios quiere hacer a través de ellos si esa obra significa dolor y sacrificio. Quisiéramos evitárselos. Sin darnos cuenta, pretendemos ser más sabios y compasivos que Dios.
No obstante, ellos reconocieron que más importantes que sus deseos eran los planes y proyectos de Dios, diciendo: “Hágase la voluntad del Señor”. Reconocieron, aunque no podían comprenderlo del todo, que todas nuestras vidas, incluyendo la de Pablo, están bajo el control de la buena voluntad de Dios, que sabemos es “agradable (aunque pueda ser ocasionalmente amarga a nuestro gusto) y perfecta.” (Rm 12:2)
Someterse a la voluntad de Dios, aunque nos sea desagradable y contrario a nuestro egocentrismo, es la clave del éxito en la vida, no quizá a los ojos del mundo, de los hombres, sino a los ojos de Dios que está por encima nuestro, y que ve lo que nosotros no podemos ver. Pablo expresó una vez una idea semejante cuando escribió: “¿Quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?”. (Rm 11:34) Y agrego yo: ¿Hay alguien que haya podido enseñarle algo a Dios? No obstante, hay necios que lo pretenden.
Notemos que existe un sugestivo paralelismo entre la actitud de Jesús, de quien Lucas dice que “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc 9:51), sabiendo que ahí le esperaba la muerte más horrible, y la actitud de Pablo, decidido a ir a Jerusalén a pesar de que era consciente de los peligros que ahí le acechaban. Y así como Pedro trató sin éxito de disuadir a Jesús de que se entregara en manos de sus enemigos (Mt 16:21,22), de igual manera los amigos de Pablo trataron, asimismo sin éxito, de disuadirlo de que hiciera ese viaje tan riesgoso para él.
15,16. “Después de esos días, hechos ya los preparativos, subimos a Jerusalén. Y vinieron también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos.”
“Después de esos días” son los días que Pablo y su comitiva pasaron en casa de Felipe gozando de su hospitalidad y de la “koinonía” que los unía estrechamente.
La palabra griega “aposkéhuaso”, que nuestro texto traduce como “hechos los preparativos”, quiere decir: “habiendo empacado”. También puede significar “habiendo preparado las cabalgaduras”. Si este último fuera el sentido en que Lucas emplea esa palabra habría que concluir que los discípulos contaban con cómodos medios económicos, porque el caballo era un medio de transporte caro. Pero eso es improbable.
Al grupo que había venido con Pablo se unieron varios discípulos de Cesarea, incluyendo a uno llamado Mnasón, chipriota, que los alojaría a todos en Jerusalén. Este Mnasón era uno de los primeros discípulos que se unieron a los apóstoles en Jerusalén al comienzo de la vida de la iglesia, y se supone que fue una de las principales fuentes de información sobre esos tiempos con que contó Lucas para escribir su evangelio y el libro de los Hechos.
¿A cuántos hospedaría Mnasón en Jerusalén? Además de los siete que acompañaban a Pablo, a los que habría que agregar a Lucas y quizá a Tito (3), vendrían otros tantos de Cesarea. Es decir fácilmente unas quince personas.
Podemos suponer que Mnasón era un hombre de medios, y que contaba en Jerusalén con una casa espaciosa en cuyo tercer piso habría un “aposento alto”, es decir, una habitación grande, destinada, entre otros fines, a alojar a los transeúntes. Sus huéspedes se acostarían simplemente en el suelo en un petate, o pequeña alfombra adecuada, que traerían consigo, y que se abrigarían con su propio manto. No imaginemos que les ofrecería camas con sábanas y frazadas. Las costumbres de la gente común entonces eran sencillas, y no se andaban con lujos o comodidades que sólo los muy ricos se podían permitir.

Notas: 1. Por mandato de Dios Jeremías compró una vasija de barro y la llevó al valle de Hinnom. Allí delante de todos denunció los pecados que el pueblo estaba cometiendo y, a la vista de todos, rompió la vasija diciendo: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Así quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro que no se puede restaurar más.” (19:11). Ezequiel se rapó un día la cabeza y la barba, y conforme a las instrucciones recibidas de Dios, quemó una parte de los cabellos en medio de la ciudad, cortó otra parte con espada alrededor de la ciudad, y esparció al viento una tercera parte, como símbolo de lo que iba a suceder al pueblo de Israel: una parte sería quemada, la otra cortada, y otra esparcida en países que no conocían. (Ez 5:1-12. Véase Leon Wood “Los Profetas de Israel” pag 72) Puede verse otros ejemplos de profecía gestual en Is 20:2-4, Jr 13;1-10 y 2R 13:15-19.
2. En esta escena, dice Mathew Henry, hay un choque de afectos, ambos justificados y sinceros. Ellos aman tiernamente a Pablo, y por eso se oponen a su decisión de ir a Jerusalén; él los ama  tiernamente, y por eso les reprocha que se opongan a su decisión: Yo sé que estoy destinado a sufrir, y ustedes deberían animarme y fortalecerme en ese propósito. En cambio, ustedes con sus lágrimas debilitan mi decisión.
3. Tito fue, junto con Timoteo, uno de los discípulos más cercanos y más amados por Pablo, a quien él llama “hijo en la fe común” (Tt 1:4). Él era de origen pagano y formó parte de la delegación antioqueña que acompañó a Pablo y Bernabé en su viaje a Jerusalén para resolver la polémica en torno a la circuncisión de los gentiles, que por ese tiempo agitaba a la iglesia (Hch 15: 1,2). En esa ocasión los judaizantes exigieron que Tito fuera circuncidado, pero Pablo se opuso a ello, según su tesis de que, venido Cristo, la circuncisión nada era (Gal 2:1-5). La reunión llevada a cabo allí –el llamado “Concilio de Jerusalén”- le dio la razón a Pablo, pues la circuncisión no figura entre los cuatro requisitos impuestos a los gentiles que se convirtieran (Hch 15:28,29).
Más adelante Tito fue enviado por Pablo a Corinto para reprimir los abusos que se estaban dando en la iglesia allí (2Cor 2:13). Ésa era una tarea delicada, por lo que Pablo esperaba anhelantemente su retorno, que se produciría recién cuando Pablo estaba en Macedonia. Él recibió también el encargo de organizar la iglesia en Creta (Tt 1:5).



Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#958 (15.01.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 31 de mayo de 2018

VIAJE DE PABLO A JERUSALÉN I


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
VIAJE DE PABLO A JERUSALÉN I
Un Comentario de Hechos 21:1-9
1. “Después de separarnos de ellos, zarpamos y fuimos con rumbo directo a Cos, y al día siguiente a Rodas, y de allí a Pátara.”

El texto podría decir: “Cuando nos arrancamos de ellos…”, tanto les costó hacerlo.
Lucas, autor del libro de los Hechos, acompañando a Pablo, narra con bastante detalle las incidencias del viaje que emprende el apóstol. Lo último que ha narrado en el capítulo anterior es cómo los ancianos de Éfeso, que habían descendido a Mileto a pedido del propio Pablo para despedirse emocionado de ellos (Hch 20:17), lo acompañaron al barco en que se había de embarcar.
Podemos imaginar cómo ellos, parados en el muelle, verían con lágrimas que el barco desamarraba y se hacía a la mar. Cuando decimos barco debemos imaginar una embarcación que, en nuestros tiempos, no sería más grande que una bolichera de treinta o cuarenta metros de largo. ¡Cuánto sentían ahora su partida, y cuánto lo extrañarían en los meses siguientes! No sólo por una cuestión de afecto, sino sobre todo, pienso yo, porque por la palabra ungida de Pablo ellos habían sido alimentados constantemente.
Cos y Rodas eran islas situadas frente a la costa de Asia Menor por las que la nave pasó de largo, o quizá se detuvo por poco tiempo, para luego detenerse enseguida en el puerto de Pátara, donde Pablo y sus acompañantes desembarcaron con el propósito de proseguir su viaje, porque el barco seguía con un rumbo que no convenía a Pablo. (Nota 1)
2,3. “Y hallando un barco que pasaba a Fenicia, nos embarcamos, y zarpamos. Al avistar Chipre, dejándola a mano izquierda, navegamos a Siria, y arribamos a Tiro, porque el barco había de descargar allí.”
La frase: “hallando un barco”, nos hace suponer que Pablo y los suyos deben haber estado preguntando en el puerto por una nave que siguiera la ruta deseada. Podemos imaginar que los muelles de esos puertos eran un poco como los paraderos de buses interprovinciales que había y hay todavía en nuestra ciudad, de donde a toda hora, y hasta en la noche parten vehículos en diversas direcciones.
Una vez embarcados pasaron a lo largo de la isla de Chipre, donde Pablo había estado en su primer viaje misionero con Bernabé, y de donde éste, dicho sea de paso, era originario. De ahí enrumbaron hacia Siria –entiéndase la provincia romana de tal nombre, que comprendía a Fenicia y Judea. Por último llegaron al gran puerto de Tiro donde la nave debía descargar la mercadería que llevaba.
4. “Y hallados los discípulos, nos quedamos allí siete días; y ellos decían a Pablo por el Espíritu, que no subiese a Jerusalén.”
En Tiro hallaron a los discípulos, lo cual quiere decir que sabían que en esa ciudad los había y que preguntaron por ellos. Deben haber sido muchos y acogedores, puesto que Pablo se quedó con ellos una semana, sin duda no sólo para gozar de su hospitalidad, sino también para instruirlos, cosa que él nunca dejaba de hacer adonde quiera que fuera. Pero los discípulos, movidos por el don de profecía que habían recibido con el Espíritu Santo, le pedían a Pablo que no fuese a Jerusalén. Seguramente porque el Espíritu les avisaba las contrariedades que el amado apóstol iba a enfrentar allí. Pablo lo sabía también pero, “ligado en el espíritu” (Hch 20:22,23), proseguía impertérrito con su intención de llegar a la capital de Judea. Él era consciente de que cualquiera que fuera lo que le ocurriese, no estaría fuera de la voluntad de Dios, y que ésta era lo mejor para él.
Los tres versículos siguientes narran la siguiente etapa del viaje de Pablo.
5. “Cumplidos aquellos días, salimos, acompañándonos todos, con sus mujeres e hijos, hasta fuera de la ciudad; y puestos de rodillas en la playa, oramos.”
En rápidos trazos Lucas describe la despedida de Pablo y sus acompañantes de los discípulos. Entristecidos de la partida ellos vinieron todos hasta el puerto, fuera de la ciudad, acompañados por sus mujeres y por sus hijos. Se arrodillaron en la playa, que nosotros, habituados a las de nuestra costa, podemos suponer que eran de arena, aunque no era necesariamente así. Estando de rodillas oraron, no se dice con qué intención, pero debe haber sido, antes que nada, porque el Señor llevase con bien a Pablo a su destino final, y lo guardara de las asechanzas de los enemigos que lo perseguían encarnizadamente. Notemos que aunque Pablo no había fundado la iglesia de Tiro, ni los había visitado antes, ellos le mostraron su aprecio y su cariño yendo todos, con sus mujeres e hijos, a despedirlo hasta la orilla del mar y a orar por él. Eso es algo que no había ocurrido antes en ninguna otra ciudad.
6. “Y abrazándonos los unos a los otros, subimos al barco y ellos se volvieron a sus casas.”
Terminada la oración se abrazaron mutuamente emocionados. Ellos eran conscientes de que los acontecimientos que se venían iban a tener profundas consecuencias en la vida de Pablo y, por consiguiente, en la iglesia en general. Quizá intuían, como él mismo les había dicho a los ancianos en Mileto al despedirse, que nunca más volverían a ver su rostro (20:25).
7. “Y nosotros completamos la navegación, saliendo de Tiro y arribando a Tolemaida; y habiendo saludado a los hermanos, nos quedamos con ellos un día.”
De Tiro a Tolemaida hay una distancia corta que el barco debe haber cubierto en unas pocas horas. Desembarcando allí, permanecieron un día con los hermanos antes de proseguir su viaje.
Quizá convenga decir algo de estas dos ciudades visitadas por Pablo. A  Tiro la conocemos muy bien de nombre por el episodio que consignan Mateo y Marcos de la mujer cananea que se acercó a Jesús pidiéndole que sanara a su hija cuando el Maestro se acercó al territorio de esa ciudad pagana (Mt 15:21-28; Mr 7:24-31). Eran muchos los habitantes de esa ciudad y de Sidón que seguían a Jesús en Galilea para escuchar sus enseñanzas y ser sanados de sus enfermedades, como atestiguan Mr 3:8 y Lc 6:17.
Pero Tiro, gran centro comercial, construido sobre una roca (que es lo que la palabra Tiro quiere decir), figura varias veces en el Antiguo Testamento, pues era famosa por su riqueza. (De hecho la palabra “tirio” llegó a ser sinónimo de comerciante). Hiram, rey de Tiro, fue amigo de David y de Salomón, y suministró a ambos materiales para la construcción del palacio del primero (2 Sm 5:11), y para la edificación del templo que levantó el segundo (1R 9:10-14; 2 Cr 3:3-16).
De Tiro era la impía Jezabel, mujer de Acab, rey de Israel. A causa de sus prácticas idolátricas la ciudad fue objeto de las severas invectivas de los profetas Amós y Joel pero, sobre todo, de Jeremías (Jr 27:1-11) y Ezequiel. Éste pronunció una notable y larga oración anunciando la destrucción de la ciudad a manos de Nabucodonosor (Ez 26:1-28:19), como en efecto ocurrió el año 572 AC. (2)
Tolemaida era una ciudad muy antigua, situada a 13 Km al norte del Monte Carmelo, y conocida antiguamente con el nombre de Acco. Ya existía cuando los hebreos invadieron la tierra prometida, pero no la conquistaron, aunque había sido asignada a la tribu de Aser (Jc 1:31), y permaneció, por tanto, en manos de los fenicios. Ocupó un lugar muy importante durante las guerras de los macabeos. En el período intertestamentario se le dio el nombre con que figura en el Nuevo Testamento, Tolemaida, posiblemente en honor al faraón Tolomeo Filadelfo (285-246 AC). Cuando la conquistaron los árabes en el siglo VIII, le devolvieron su nombre antiguo de Acco, que los cruzados convirtieron en Acre en 1191 DC, cuando el rey de Inglaterra, Ricardo Corazón de León, la tomó por asalto en una batalla famosa. Fue entregada después a la orden de los caballeros hospitalarios de San Juan, y pasó a llamarse San Juan de Acre. Luego cayó en manos de los turcos otomanos, pero les fue arrebatada por los ingleses en 1917. Hoy forma parte, bajo el nombre de Akkó, del estado de Israel.
8,9. “Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; y entrando en casa de Felipe el evangelista, que era uno de los siete, posamos con él. Éste tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban.”
Al día siguiente, y debe haber sido muy temprano por el largo trayecto que tenía por delante, Pablo y sus acompañantes partieron hacia Cesarea. Aunque no se señala específicamente, deben haberlo hecho, como era normal entonces, a pie, o a lomo de mula, y haberlo hecho a paso rápido, pues cubrieron la distancia, que en el mapa es más de 40 km, en un solo día.
Ya hemos hablado en otra ocasión de Cesarea, donde por primera vez se predicó el evangelio a los gentiles (“Consideraciones acerca del libro de los Hechos II”), la ciudad puerto fastuosa construida por Herodes el Grande en honor del César, de modo que no necesito ahora hablar de ella.
Llegados a la ciudad se hospedaron donde Felipe, que era uno de los siete diáconos elegidos en Hechos 6. Él figura varias veces en el libro de Hechos, pues fue uno de los pioneros que evangelizaron Samaria durante la persecución desatada en Jerusalén después del apedreamiento de Esteban (Hch 8:4-13). Luego, alertado por un ángel, le cupo predicar y bautizar al etíope, alto funcionario de la reina Candace, que retornaba a su tierra después de adorar en Jerusalén (Hch 8:26-39). Hecho lo cual, y arrebatado por el Espíritu, anunciaba las buenas nuevas por todas las ciudades hasta que llegó a Cesarea (v. 40). Es posible que él y Pablo no se hubieran encontrado antes, pero sí habían oído hablar el uno del otro.
Él tenía cuatro hijas, todavía sin casar, que eran profetizas. Sabemos que en las primeras décadas de la iglesia el don de profecía era muy común entre los creyentes como consecuencia del derramamiento del Espíritu Santo ocurrido en Pentecostés (Hch 2:1-4). Joel, como también sabemos, había profetizado que en los postreros días “vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán” (Jl 2:28; Hch 2:16, 17) y tendrán visiones, lo cual se cumplió ampliamente en esos tiempos.
Estas hijas de Felipe, según se sabe por otras fuentes, vivieron hasta edad avanzada y fueron muy estimadas en la iglesia como fuente de información acerca de los sucesos de los primeros tiempos de la iglesia. Podemos suponer que Lucas debe haber aprovechado sus recuerdos al componer las dos obras escritas por él, especialmente durante los dos años que Pablo permaneció en custodia en esa ciudad antes de ser enviado a Roma (Hch caps 24 al 26).
Según informa F.F. Bruce, algunos años después de los acontecimientos narrados acá, su padre Felipe emigró a la capital de la provincia de Asia, Éfeso, junto con otros discípulos, llevándose a sus hijas consigo. (3)
Notas: 1. Cos es una isla montañosa, que forma parte del archipiélago de las Espóradas, situada frente a  la costa sudoccidental de Asia Menor. Se hizo famosa por sus aguas termales sulfurosas, y por su escuela de medicina fundada por Hipócrates en el siglo V AC, y que gozó, precisamente gracias a ese hecho, de mucho favor bajo Herodes el Grande y los romanos.
Rodas, situada al este de la anterior, y bastante más grande, llegó a ser un importante centro comercial y político en la  antigüedad, tanto como Alejandría y Cartago. Allí se encontraba la famosa estatua del Coloso de Rodas, una de las siete maravillas de la antigüedad, entre cuyas piernas pasaban barcos. Tenía 32 m de altura, y fue erigida usando planchas de bronce, sostenidas por una estructura de hierro, a inicios del siglo III AC. Servía de faro para los navegantes nocturnos, antes de ser abatida por un terremoto el año 226 AC.
Pátara era un puerto importante de la costa de Licia, donde había un famoso santuario dedicado a Apolo, cuyo oráculo rivalizaba con el de Delfos. No se tiene noticias de que allí hubiera entonces una iglesia.
2. Las palabras de la última parte de la profecía de Ezequiel (28:11-19) suelen interpretarse como referidas simbólicamente a Lucifer.
3. El don de profecía, del que habla Pablo en Rm 12:6-8 y 1Cor 12:8-11, es dado por igual tanto a hombres como a mujeres. Profetizas fueron Miriam, la hermana de Moisés (Ex 15:20,21), Débora (Jc 4:4), Hulda (2R 22:14), la mujer de Isaías (8:3,4), la virgen María (Lc 1:46-48), y la anciana Ana (Lc 2:36-38).
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
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