Amar, no
sólo de palabra sino de obra incluye necesariamente ser responsable. Una
persona irresponsable, no podrá verdaderamente llevar su amor a la práctica
beneficiando a los que ama, sino que, más bien, sin quererlo, perjudicará
inevitablemente con sus actos los intereses, o los sentimientos de las personas
que lo rodean, de sus conocidos, amigos y parientes (sin hablar de los que le
son desconocidos), porque obrará de cualquier manera y sin tener en cuenta las
consecuencias de sus acciones.
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miércoles, 7 de septiembre de 2022
EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD II a
EL SENTIDO
DE RESPONSABILIDAD II a
jueves, 28 de abril de 2022
EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD I a
EL SENTIDO DE RESPONSABILIDAD I a
El sentido de responsabilidad es aquella cualidad que asegura el buen desempeño de las labores asignadas, o asumidas, por cada miembro de la sociedad en el lugar que ocupa. Al mismo tiempo es la cualidad indispensable que nos permite ser conscientes de las consecuencias de nuestros actos, y que nos frena cuando tememos que puedan ser negativas o perniciosas para nosotros mismos, o para terceros
martes, 7 de mayo de 2013
EL SECRETO DEL DINERO
Por José Belaunde M.
EL SECRETO DEL DINERO
La gente no sabe lo que es el dinero. Los economistas
tampoco saben realmente lo que es el dinero, aunque lo estudian. Porque lo que
el dinero es, es un secreto. Un secreto en verdad muy sencillo. Pero tan sencillo que permanece ignorado.
Si tú eres funcionario, o empleado u obrero, cuando llega
el fin de semana, o de la quincena, o del mes, tu empleador te entrega unos
billetes, o un cheque, o te abona determinada suma en tu cuenta. Es decir, te
paga tu salario. Pero no lo hace por tu linda cara, o porque tú le caigas
simpático.
Él no se dice: "¡Qué bien me cae este muchacho! ¡Qué
simpático es! Le voy a regalar unos cuantos billetes para que esté contento y
siga viniendo a mi compañía."
No. Él te paga tu sueldo porque tú has realizado un trabajo
que él valora, que para él es necesario en su negocio o en su empresa. Es
decir, porque has empleado tu tiempo y tus fuerzas haciendo algo que él
considera útil para sus intereses, que lo beneficia y porque lo has hecho bien.
De lo contrario, no te daría nada y te despediría.
En buenas cuentas, tú le has entregado una parte de tu
vida, es decir, de tus fuerzas y de tu tiempo, que son tu vida, y él te
compensa pagándote lo que él piensa que vale en billetes esa pequeña porción de
tu vida que tú le has dado.
Los billetes que recibes son el contravalor del tiempo y de
las fuerzas que has empleado en su servicio. El dinero de tu sobre de pago es
eso: lo que tú recibes a cambio de tu vida. Y fíjate que en el mercado del
trabajo la vida de unos vale mucho y la de otros vale poco. Y a veces ese valor
guarda poca relación con el esfuerzo desplegado.
Así pues, cuando tú vas a una tienda o al mercado a comprar
alimentos, o alguna cosa, no la estás pagando con billetes como crees. Eso es
sólo un símbolo que facilita el intercambio de mercaderías. La estás pagando en
verdad con tu vida. Eso que compras lo pagas con un pedazo de tu tiempo y de
tus energías, que ahora se han convertido en billetes. Y como tu vida es
limitada, porque algún día has de morir, y tus fuerzas también lo son, porque
algún día flaquearán, lo estás pagando con algo de ti mismo que es
irreemplazable, que nunca volverá y que entregas para siempre.
Sí, eso que tú adquieras lo recibes a cambio de algo de tí
mismo que nunca vas a recuperar.
Ahora bien, eso que compras, examínalo bien, ¿vale un
pedazo de tu vida? Tienes tantas ganas de poseerlo, o te han hecho creer que es
tan necesario, que no vas a poder ser feliz si no lo tienes. Pero, si en lugar
de dártelo a cambio de algunos billetes, te dijeran: “Te lo damos si vienes a
trabajar aquí en la tienda algunos días”, ¿estarías dispuesto a dar tus horas y
tus días, y tu cansancio para poseerlo? ¿O lo dejarías pasar? Piensa bien antes
de comprar.
Toma en tus manos esa moneda que tienes en el bolsillo y
que has ganado con tanto esfuerzo. Y dile a ti mismo: Esto es un pedazo de mi
vida. No es bronce o latón, como parece. Es vida.
Cuando compras al crédito o pides un préstamo con algún
fin, lo que estás empeñando es un pedazo de tu vida. Estás hipotecando tu
tiempo futuro, tu sudor del mañana, de muchos mañanas.
Cuando firmas el contrato que te alcanzan y pones tu nombre
en la línea punteada, estás poniendo tu firma debajo de una cláusula no escrita,
que es implícita pero que es tan verdadera: "Por este documento yo entrego
a la firma tal y tal una parte de mi sudor, de mis fuerzas y de mi vida."
Y debajo pones tu nombre para que no queden dudas de que estás de acuerdo.
Los intereses que te cobran tú los pagas con tu vida y
muchas veces terminas pagando en intereses mucho más del doble del precio que
pagarías si compraras al contado. ¿Te das cuenta de que es tu vida la que
entregas? Eso que compras ¿vale un pedazo de tu vida?
Los que venden artefactos o autos a plazos, o los que
prestan con ese fin, no están pensando en el servicio que su propaganda
engañosa dice que te prestan, o en las ventajas que mentidamente dicen que te
ofrecen, sino en el pedazo de tu vida que tú les vas a entregar.
Por eso es que la
Biblia , para ahorrarte ese desperdicio de tu vida, te dice:
no tomes prestado. En Romanos San Pablo dice: "No debáis nada a nadie sino el amor mutuo." (Rm 13:8).
Eso es todo lo que puedes deber a otros, sin experimentar una pérdida. Y el
libro de Proverbios recalca: "El que
toma prestado es siervo del que presta" (Pr 22:7).
Sí, siervo. Una vez que tomas prestado ya no eres dueño de
tu dinero -es decir, de tu vida. Ya no puedes disponer de ella a tu antojo.
Antes de pensar en cuánto vas a gastar en esto o en aquello, tienes que separar
la parte que necesitas para pagar las cuotas de tu préstamo. Sólo el saldo que
queda es tuyo. Una parte de tu sueldo ya lo entregaste de antemano.
Veamos las cosas desde otro punto de vista. Cuando el
comerciante, o el productor, recargan el precio de un artículo mucho más allá
de su costo, al recibir los billetes con que pagas para tenerlo, te están
chupando un pedazo de tu vida.
Cuando el delincuente asalta un banco, no se está llevando
billetes. Se está llevando el esfuerzo ajeno, la vida ajena, de la que quiere
apoderarse sin dar nada a cambio.
Cuando el financista monta una estafa y se queda con el
dinero de los ahorristas, o cuando el timador hace una operación dolosa que
desvía de su destino una ingente suma, ambos se están apoderando de muchas
vidas ajenas.
Por eso es que Jesús llama al dinero: "riquezas injustas"
(Lc 16:9). Porque los que tienen riquezas muchas veces las acumularon al
precio del sudor y lágrimas de otros.
La vida está llena de ironía. Los billetes que llevamos en
la cartera han sido diseñados con arte y buen gusto. Llevan a ambos lados
algunos dibujos bonitos y el retrato de algún personaje de nuestra historia.
Pero en realidad, el retrato que deberían llevar es el de
cada uno de nosotros y las figuras que llevan deberían ser dibujos de gotas de
sangre, de sudor y de lágrimas. La sangre, el sudor y las lágrimas que
derramamos para ganar esos billetes.
¿Y los que viven del dinero que han heredado y que ellos
nunca ganaron? Pues están viviendo de lo que otros con su vida acumularon para
sus descendientes. Es también vida aunque no sea propia.
¿Es el mundo injusto? Sabemos que sí lo es porque también
es injusto el príncipe de este mundo que lo controla.
Hay una gran disparidad entre lo que unos y otros reciben a
cambio de su vida. El jornalero suda bajo el sol desde que amanece hasta que
anochece y no tiene descanso. Pero recibe una pequeña suma a cambio. Otro, por
el contrario, trabaja en una oficina alfombrada y con aire acondicionado. Él no
suda ni hace ningún esfuerzo físico. Otros lo hacen por él. Él sólo da órdenes
y piensa. Pero recibe cien veces más que el jornalero. ¿Vale su vida más que la
del otro? ¿Por qué la diferencia?
Es que la recompensa que recibe el ejecutivo es no sólo por
el tiempo y el esfuerzo que él mismo dedica a su trabajo, sino también por el
tiempo que dedicó a formarse, a adquirir la educación y la capacidad
profesional que le permiten desempeñar el cargo que ocupa. Pero también por el
esfuerzo de aquellos que están debajo de él y cuya vida en cierta medida él
controla. Él es dueño de parte de la vida de sus subordinados. Y cuanto más
alto se encuentre en la jerarquía de una organización, mayor será el fruto de
la vida de otros que reciba. Pero en muchas ocasiones hay una gran desproporción entre el trabajo
que rinde el ejecutivo y la recompensa que recibe.
¿Entiendes ahora lo que el dinero es y porqué la Biblia y Jesús hablan tanto
de él? Porque el dinero no es lo que la gente piensa. Tiene mucho más valor. Vale
lo que vale la vida.
Por eso es, para terminar, que cuando le damos a Dios la
décima parte de lo que ganamos, le estamos dando en realidad una parte de
nuestra vida. O mejor dicho, le estamos devolviendo una parte de lo que Él nos
ha dado. Porque tus fuerzas, tu tiempo, tu vida y todo lo que tienes te lo ha
dado Él. Te lo ha dado para que goces de ello, pero también para que le sirvas.
Todos debemos servir a Dios porque “siervos suyos somos y ovejas de su prado" (Sal 100:3c). Sin embargo, no todos
podemos dedicar nuestro tiempo exclusivamente a servirle, ni tampoco quiere Él
eso. Pero todos sí podemos servir a Dios con nuestro dinero. Al dar el diezmo
estamos sirviéndole con un pedazo de nuestra vida, con la vida que empleamos
para ganar el dinero de nuestro diezmo. Ésa
es una de las muestras de amor que Él espera de sus hijos.
NB: El
impulso para escribir esta charla me lo proporcionó una enseñanza de John
Avanzini escuchada en Lima hace algunos años. Fue impresa por primera vez el
año 2001.
Amado
lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras
esa seguridad. Con ese fin yo te invito
a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al
mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres,
incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido
conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente
y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis
pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo
ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida.
En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#774 (14.04.13).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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martes, 9 de agosto de 2011
LA OFRENDA DE LA VIUDA
Por José Belaunde M.
Un Comentario de Lucas 21:1-4
1-4 “Levantando los ojos, (Jesús) vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta de su pobreza echó todo el sustento que tenía.” (Nota 1)
¿Porqué echó ella más que todos? Jesús lo dice: porque dio todo lo que tenía, lo cual le demandó un gran sacrificio, un sacrificio que sólo quien ama sin reservas puede hacer. (2)
Lo que determina el valor de lo que uno hace es el amor con que lo hace. El amor da valor a nuestros actos. El acto más pequeño, más insignificante y más rutinario, hecho por amor a Dios o al prójimo, tiene un valor inmenso. La acción más heroica hecha por amor egoísta de la gloria pero sin verdadero amor, vale muy poco en comparación. El que tiene todo y da de lo que le sobra, suele dar con indiferencia porque no le cuesta dar. Aquel a quien le cuesta dar porque le falta aun lo indispensable, sólo puede dar u obligado o por amor. Hay pues aquí una regla: el amor da valor a nuestras acciones; la indiferencia quita valor aún a nuestras mejores acciones. (3).
Esta es la misma doctrina que enuncia Pablo en 1Cor 13: “Si entregase mi cuerpo para ser quemado y no tengo amor, de nada me sirve.” (vers.3). En otro lugar volverá Pablo sobre el tema cuando dice que “Dios ama al dador alegre” (2Cor 9:7); esto es, ama a quien, aunque le cueste separarse de la última moneda que le queda, le alegra devolver a Dios una parte de lo mucho que ha recibido de Él. ¡Cómo pudiéramos nosotros dar siempre de lo nuestro con el desprendimiento y amor que mostró esta viuda! (4).
Es una gran verdad que las posesiones nos impiden amar a Dios porque atan nuestro corazón a ellas. En cambio el que no tiene nada puede amar a Dios con todo su corazón, porque su corazón está libre y no está atado a lo que posee. Ese es el motivo por el cual Francisco de Asís valoraba tanto a la “hermana pobreza” y la exigía de sus seguidores. No por la pobreza misma, sino porque ella libera el corazón del hombre. (5)
¡Cuán cierta es la frase de Jesús: “Donde está tu tesoro está tu corazón”! (Lc 12:34). No hemos comprendido toda su profundidad. El que posee un gran tesoro tiene su corazón acaparado totalmente por él, al punto que no puede amar otra cosa que no sea su dinero. El dinero se vuelve como un agujero negro que absorbe todas sus energías y las atrae a su núcleo en un remolino voraz.
En cambio el que tiene poco, tiene poco de qué preocuparse: “Dulce es el sueño del trabajador, -dice el Eclesiastés- coma mucho, coma poco; pero al rico no le deja dormir la abundancia”. (5:12). El que va ligero de equipaje –y ésa es una buena imagen de la ausencia de posesiones-- viaja más libremente y puede moverse con más libertad. El que lleva mucho equipaje tiene mucho en qué pensar y mucho que cuidar, y por eso camina preocupado y dificultosamente.
Sin embargo, se dice, que la pobreza es una carga pesada y que quita libertad al que la sufre. Y es cierto. ¡Qué limitado está el pobre en sus deseos y en la satisfacción de sus necesidades! En cambio el rico todo lo puede. Se da lujos sin pensar que con lo que malgasta salvaría a muchos de la miseria y daría de comer a muchos hambrientos. Decide, manda e impone sus caprichos porque con su dinero compra las voluntades y las conciencias. Pero todo depende del color del cristal con que se mire, según reza el dicho. El dinero da libertad en lo material, pero la quita en lo espiritual. La pobreza es al revés, da libertad en lo espiritual, pero la quita en lo material. Escojamos el dominio en que queremos ser libres.
La mayoría de los hombres escogerá un sano término medio: “…no me des pobreza ni riqueza; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga ¿Quién es el Señor? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios.” (Pr.30:8,9). O como dice el apóstol: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (1ª Tm.6:8). Pero hay quienes niegan esta doctrina, que es la más bíblica de todas las referentes al dinero, y predican lo contrario (6).
¡Ella encierra tanta verdad en lo que se refiere a la eficacia de la predicación! Jesús la tuvo en cuenta cuando mandó a los doce a predicar de dos en dos: “No toméis nada para el camino, ni bordón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevéis dos túnicas.” (Lc.9:3. Véase también Mt.10:9,10). Juan Bautista, Jesús, Pablo ¿llevaban puestos vestidos costosos y se desplazaban en carruajes? Si así fuera, ¿quién los hubiera escuchado? ¿Se puede predicar a Cristo llevando un anillo de oro engastado con brillantes en el dedo? Se ha criticado la época en que los prelados eclesiásticos llevaban al pecho cruces con piedras preciosas, y vivían en palacios ostentosos; tiempos en que la iglesia ya no podía decir como Pedro: “Oro y plata no tengo”, porque de ambas cosas estaban repletas sus arcas. Pero tampoco podía decir: “Levántate y anda”, porque carecía del poder para sanar enfermos (Hch.3:6). Aunque no se daba cuenta, era pobre de solemnidad en lo espiritual: “Porque tú dices yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Ap.3:17). Ahora los que criticaban con buen motivo a esa iglesia del pasado quieren imitarla. Anhelan poseer sus defectos como si fueran virtudes.
Este pasaje nos muestra también cómo Dios observa todos los acontecimientos humanos; penetra en el corazón del pobre y del rico “y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Hb 4:12). Nuestros actos más triviales pueden tener para Él gran importancia, y los que consideramos relevantes, ninguna. Lo que el pobre hace desde su miseria, y que nadie nota, puede ser para Dios de mucha mayor trascendencia que el acontecimiento que destacan los titulares de los diarios. La posición que ocupa el hombre en la sociedad y en el mundo es incierto indicio de la que ocupará en la otra vida. O, más bien, nos permite adivinar cuál será en contraste con la presente, porque “los últimos serán los primeros y los primeros, últimos” (Lc 13:30).
También cabe preguntarse: ¿Por qué se fijó Jesús en la viuda? No sólo por su desprendimiento, creo yo, sino también porque padecía necesidad. Todo el que sufre, o pasa hambre, atrae la mirada de Dios mucho más que el que está satisfecho. Pero entonces se preguntará: ¿Por qué Dios no acude a solucionar sus angustias y permite que continúe su miseria? Nosotros no podemos comprender cómo Dios actúa. Su tiempo y su perspectiva es muy distinta y mucho más vasta que la nuestra (Is 55:8,9). Pero en su momento todo dará su fruto. Los hechos ocultos aparecerán en todo su esplendor ignoto, y los que parecían ser proezas gloriosas serán dispersadas por el viento como hojarasca. Tanto el pobre como el rico cosecharán lo que sembraron: “Los que sembraron con lágrimas, con alegría segarán.” (Sal 126:5). Mirarán atrás y verán cómo su vida fue un suspiro que pasó raudo como el viento. Y que lo que sufrieron o gozaron es poco comparado con lo que ahora les espera, porque la verdadera vida recién empieza (7).
Nota (1) En el atrio de las mujeres había trece arcas en las que los judíos depositaban el dinero destinado a los diversos tipos de sacrificios y de ofrendas, que recibían colectivamente el nombre de corbán (Véase Mr 7:11). Sus orificios tenían forma de trompetas. Las monedas que la viuda depositó eran llamadas leptón. Dos juntas hacían un cuadrante, que se obtenía partiendo en cruz un asarión. El valor de lo depositado por la viuda, que era su sustento del día, equivalía apenas a 1/64 de un denario, que era el jornal diario de un obrero. De ahí. podemos calcular cuán grande era su pobreza.
(2) En el pasaje paralelo, Mr 12:41-44, se dice que antes de hablarles de la viuda, Jesús llamó a sí a sus discípulos, que posiblemente se habían dispersado por el atrio donde se desarrolla el episodio. Si los llama es porque tiene algo importante que enseñarles.
(3) A todos nos agrada más el servicio que nos brindan con cariño que el servicio hecho con frialdad. Por eso es que algunas tiendas y establecimientos comerciales entrenan a sus empleados a atender con solicitud a sus clientes y a sonreírles, sabiendo que con ese buen trato los invitan a regresar. Pero si a uno lo tratan de una manera displicente o descortés, no querrá volver.
(4) A muchos extranjeros que viajan por los pueblos de nuestra sierra les choca la pobreza en que vive la gente, pero les llama también mucho la atención lo generosos que son al mismo tiempo. Se desviven por atender con lo poco que tienen a sus huéspedes, que lo tienen todo. Su grandeza de alma (porque la generosidad es grandeza) brota de su pobreza. En cambio hay muchos ricos que cuanto más tienen más tacaños son. Su dinero ha invadido su corazón y lo ha petrificado. Su riqueza los empequeñece y empobrece espiritualmente.
(5) Hace unos días regresaba de la Feria del Libro llevando unos preciosos libros que había comprado a buen precio, y me había propuesto ponerme a orar al llegar a casa. Al trasponer la puerta sentí como si el Señor me dijera: Ahora no me puedes amar porque tienes el corazón ocupado por tus libros. Y es verdad: El apego que tenemos por las cosas materiales nos impide allegarnos a Dios. Por eso Dios a veces nos quita las cosas; es decir, permite que nos las roben o que se pierdan, para que no nos apeguemos a ellas y pensemos más en Él.
(6) Soy conciente, sin embargo, que en nuestro país hay una cultura de la pobreza que limita las iniciativas y oprime a la gente, y que es bueno enseñar a la gente que, con la ayuda de Dios, es posible superar la escasez y alcanzar una sana prosperidad, así como prospera su alma (3Jn 2).
(7) ¡Qué contraste entre esta viuda y la viuda que presenta sus demandas al juez! (Lc 18:1-8). Mientras que la primera va humilde a depositar su ofrenda, la otra insiste obstinadamente en sus derechos hasta obtener lo que desea. No que estuviera mal lo que ella hizo. Al contrario, Jesús la pone como ejemplo de perseverancia en la oración. Pero la viuda pobre nos atrae más porque era humilde. Notemos también que, al desprenderse de todo lo que tenía para su sustento, ella hace un gran acto de fe en Dios confiando en que Él puede proveer lo necesario. ¿Podemos imaginar el gozo y la paz que sintió ella cuando retornaba a su hogar? No hay nadie de quien Dios se agrade que no experimente un reflejo del gozo que proporciona a su Señor.
NB.Este artículo fue publicado hace nueve años en una edición limitada y transmitido como charla por una radio local. Lo vuelvo a publicar ligeramente revisado.
#687 (07.08.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
1-4 “Levantando los ojos, (Jesús) vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta de su pobreza echó todo el sustento que tenía.” (Nota 1)
¿Porqué echó ella más que todos? Jesús lo dice: porque dio todo lo que tenía, lo cual le demandó un gran sacrificio, un sacrificio que sólo quien ama sin reservas puede hacer. (2)
Lo que determina el valor de lo que uno hace es el amor con que lo hace. El amor da valor a nuestros actos. El acto más pequeño, más insignificante y más rutinario, hecho por amor a Dios o al prójimo, tiene un valor inmenso. La acción más heroica hecha por amor egoísta de la gloria pero sin verdadero amor, vale muy poco en comparación. El que tiene todo y da de lo que le sobra, suele dar con indiferencia porque no le cuesta dar. Aquel a quien le cuesta dar porque le falta aun lo indispensable, sólo puede dar u obligado o por amor. Hay pues aquí una regla: el amor da valor a nuestras acciones; la indiferencia quita valor aún a nuestras mejores acciones. (3).
Esta es la misma doctrina que enuncia Pablo en 1Cor 13: “Si entregase mi cuerpo para ser quemado y no tengo amor, de nada me sirve.” (vers.3). En otro lugar volverá Pablo sobre el tema cuando dice que “Dios ama al dador alegre” (2Cor 9:7); esto es, ama a quien, aunque le cueste separarse de la última moneda que le queda, le alegra devolver a Dios una parte de lo mucho que ha recibido de Él. ¡Cómo pudiéramos nosotros dar siempre de lo nuestro con el desprendimiento y amor que mostró esta viuda! (4).
Es una gran verdad que las posesiones nos impiden amar a Dios porque atan nuestro corazón a ellas. En cambio el que no tiene nada puede amar a Dios con todo su corazón, porque su corazón está libre y no está atado a lo que posee. Ese es el motivo por el cual Francisco de Asís valoraba tanto a la “hermana pobreza” y la exigía de sus seguidores. No por la pobreza misma, sino porque ella libera el corazón del hombre. (5)
¡Cuán cierta es la frase de Jesús: “Donde está tu tesoro está tu corazón”! (Lc 12:34). No hemos comprendido toda su profundidad. El que posee un gran tesoro tiene su corazón acaparado totalmente por él, al punto que no puede amar otra cosa que no sea su dinero. El dinero se vuelve como un agujero negro que absorbe todas sus energías y las atrae a su núcleo en un remolino voraz.
En cambio el que tiene poco, tiene poco de qué preocuparse: “Dulce es el sueño del trabajador, -dice el Eclesiastés- coma mucho, coma poco; pero al rico no le deja dormir la abundancia”. (5:12). El que va ligero de equipaje –y ésa es una buena imagen de la ausencia de posesiones-- viaja más libremente y puede moverse con más libertad. El que lleva mucho equipaje tiene mucho en qué pensar y mucho que cuidar, y por eso camina preocupado y dificultosamente.
Sin embargo, se dice, que la pobreza es una carga pesada y que quita libertad al que la sufre. Y es cierto. ¡Qué limitado está el pobre en sus deseos y en la satisfacción de sus necesidades! En cambio el rico todo lo puede. Se da lujos sin pensar que con lo que malgasta salvaría a muchos de la miseria y daría de comer a muchos hambrientos. Decide, manda e impone sus caprichos porque con su dinero compra las voluntades y las conciencias. Pero todo depende del color del cristal con que se mire, según reza el dicho. El dinero da libertad en lo material, pero la quita en lo espiritual. La pobreza es al revés, da libertad en lo espiritual, pero la quita en lo material. Escojamos el dominio en que queremos ser libres.
La mayoría de los hombres escogerá un sano término medio: “…no me des pobreza ni riqueza; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga ¿Quién es el Señor? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios.” (Pr.30:8,9). O como dice el apóstol: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (1ª Tm.6:8). Pero hay quienes niegan esta doctrina, que es la más bíblica de todas las referentes al dinero, y predican lo contrario (6).
¡Ella encierra tanta verdad en lo que se refiere a la eficacia de la predicación! Jesús la tuvo en cuenta cuando mandó a los doce a predicar de dos en dos: “No toméis nada para el camino, ni bordón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevéis dos túnicas.” (Lc.9:3. Véase también Mt.10:9,10). Juan Bautista, Jesús, Pablo ¿llevaban puestos vestidos costosos y se desplazaban en carruajes? Si así fuera, ¿quién los hubiera escuchado? ¿Se puede predicar a Cristo llevando un anillo de oro engastado con brillantes en el dedo? Se ha criticado la época en que los prelados eclesiásticos llevaban al pecho cruces con piedras preciosas, y vivían en palacios ostentosos; tiempos en que la iglesia ya no podía decir como Pedro: “Oro y plata no tengo”, porque de ambas cosas estaban repletas sus arcas. Pero tampoco podía decir: “Levántate y anda”, porque carecía del poder para sanar enfermos (Hch.3:6). Aunque no se daba cuenta, era pobre de solemnidad en lo espiritual: “Porque tú dices yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Ap.3:17). Ahora los que criticaban con buen motivo a esa iglesia del pasado quieren imitarla. Anhelan poseer sus defectos como si fueran virtudes.
Este pasaje nos muestra también cómo Dios observa todos los acontecimientos humanos; penetra en el corazón del pobre y del rico “y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Hb 4:12). Nuestros actos más triviales pueden tener para Él gran importancia, y los que consideramos relevantes, ninguna. Lo que el pobre hace desde su miseria, y que nadie nota, puede ser para Dios de mucha mayor trascendencia que el acontecimiento que destacan los titulares de los diarios. La posición que ocupa el hombre en la sociedad y en el mundo es incierto indicio de la que ocupará en la otra vida. O, más bien, nos permite adivinar cuál será en contraste con la presente, porque “los últimos serán los primeros y los primeros, últimos” (Lc 13:30).
También cabe preguntarse: ¿Por qué se fijó Jesús en la viuda? No sólo por su desprendimiento, creo yo, sino también porque padecía necesidad. Todo el que sufre, o pasa hambre, atrae la mirada de Dios mucho más que el que está satisfecho. Pero entonces se preguntará: ¿Por qué Dios no acude a solucionar sus angustias y permite que continúe su miseria? Nosotros no podemos comprender cómo Dios actúa. Su tiempo y su perspectiva es muy distinta y mucho más vasta que la nuestra (Is 55:8,9). Pero en su momento todo dará su fruto. Los hechos ocultos aparecerán en todo su esplendor ignoto, y los que parecían ser proezas gloriosas serán dispersadas por el viento como hojarasca. Tanto el pobre como el rico cosecharán lo que sembraron: “Los que sembraron con lágrimas, con alegría segarán.” (Sal 126:5). Mirarán atrás y verán cómo su vida fue un suspiro que pasó raudo como el viento. Y que lo que sufrieron o gozaron es poco comparado con lo que ahora les espera, porque la verdadera vida recién empieza (7).
Nota (1) En el atrio de las mujeres había trece arcas en las que los judíos depositaban el dinero destinado a los diversos tipos de sacrificios y de ofrendas, que recibían colectivamente el nombre de corbán (Véase Mr 7:11). Sus orificios tenían forma de trompetas. Las monedas que la viuda depositó eran llamadas leptón. Dos juntas hacían un cuadrante, que se obtenía partiendo en cruz un asarión. El valor de lo depositado por la viuda, que era su sustento del día, equivalía apenas a 1/64 de un denario, que era el jornal diario de un obrero. De ahí. podemos calcular cuán grande era su pobreza.
(2) En el pasaje paralelo, Mr 12:41-44, se dice que antes de hablarles de la viuda, Jesús llamó a sí a sus discípulos, que posiblemente se habían dispersado por el atrio donde se desarrolla el episodio. Si los llama es porque tiene algo importante que enseñarles.
(3) A todos nos agrada más el servicio que nos brindan con cariño que el servicio hecho con frialdad. Por eso es que algunas tiendas y establecimientos comerciales entrenan a sus empleados a atender con solicitud a sus clientes y a sonreírles, sabiendo que con ese buen trato los invitan a regresar. Pero si a uno lo tratan de una manera displicente o descortés, no querrá volver.
(4) A muchos extranjeros que viajan por los pueblos de nuestra sierra les choca la pobreza en que vive la gente, pero les llama también mucho la atención lo generosos que son al mismo tiempo. Se desviven por atender con lo poco que tienen a sus huéspedes, que lo tienen todo. Su grandeza de alma (porque la generosidad es grandeza) brota de su pobreza. En cambio hay muchos ricos que cuanto más tienen más tacaños son. Su dinero ha invadido su corazón y lo ha petrificado. Su riqueza los empequeñece y empobrece espiritualmente.
(5) Hace unos días regresaba de la Feria del Libro llevando unos preciosos libros que había comprado a buen precio, y me había propuesto ponerme a orar al llegar a casa. Al trasponer la puerta sentí como si el Señor me dijera: Ahora no me puedes amar porque tienes el corazón ocupado por tus libros. Y es verdad: El apego que tenemos por las cosas materiales nos impide allegarnos a Dios. Por eso Dios a veces nos quita las cosas; es decir, permite que nos las roben o que se pierdan, para que no nos apeguemos a ellas y pensemos más en Él.
(6) Soy conciente, sin embargo, que en nuestro país hay una cultura de la pobreza que limita las iniciativas y oprime a la gente, y que es bueno enseñar a la gente que, con la ayuda de Dios, es posible superar la escasez y alcanzar una sana prosperidad, así como prospera su alma (3Jn 2).
(7) ¡Qué contraste entre esta viuda y la viuda que presenta sus demandas al juez! (Lc 18:1-8). Mientras que la primera va humilde a depositar su ofrenda, la otra insiste obstinadamente en sus derechos hasta obtener lo que desea. No que estuviera mal lo que ella hizo. Al contrario, Jesús la pone como ejemplo de perseverancia en la oración. Pero la viuda pobre nos atrae más porque era humilde. Notemos también que, al desprenderse de todo lo que tenía para su sustento, ella hace un gran acto de fe en Dios confiando en que Él puede proveer lo necesario. ¿Podemos imaginar el gozo y la paz que sintió ella cuando retornaba a su hogar? No hay nadie de quien Dios se agrade que no experimente un reflejo del gozo que proporciona a su Señor.
NB.Este artículo fue publicado hace nueve años en una edición limitada y transmitido como charla por una radio local. Lo vuelvo a publicar ligeramente revisado.
#687 (07.08.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
viernes, 26 de marzo de 2010
PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO I
Poderoso caballero es don Dinero, reza el dicho (Nota 1). El tema del dinero es muy importante e interesa a todo el mundo, tanto al que le sobra como al que le falta. Nosotros dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo, quizá la mayor parte del día, a hacer dinero trabajando. Lo ganamos a costa de mucho esfuerzo, sudor y lágrimas pero lo gastamos rápido. Este contraste entre la dificultad de ganarlo y la facilidad para gastarlo es una de las características más singulares del dinero, que más delicado hacen su uso y que más nos revelan el misterio de su naturaleza.
Cuando tenemos dinero nos sentimos bien. Cuando nos falta, estamos angustiados, tristes. El dinero es la píldora tranquilizante más efectiva, el elixir de la felicidad más buscado.
Hay quienes están dispuestos a matar por dinero (los asesinos a sueldo, o los mercenarios, por ejemplo). Otros arriesgan su vida por ganarlo (los acróbatas de circo, los corredores de autos, los toreros y tantos otros). Sin llegar a esos extremos, muchos arruinan su salud, su felicidad, y sacrifican a su familia por dinero.
¿Qué tiene el dinero que tanto nos atrae? Dicen que el dinero todo lo compra, menos la felicidad. Con dinero se compran medicamentos, mas no la salud. Se compran amigos, mas no la amistad. Se compran caricias, mas no el amor. Se compran libros, mas no la sabiduría. Se compran títulos nobiliarios, mas no la nobleza de espíritu. Se compran maquillajes, mas no la belleza.
Para el que no lo tiene el dinero es una llave que le abriría todas las puertas, las puertas del castillo encantado de las maravillas detrás de las cuales se encuentra, según cree, todo lo que desea, todo lo bueno que la vida ofrece. Y para el que lo tiene ya, el dinero es la póliza que le asegura que va a continuar gozando de los beneficios que posee y sin los cuales se sentiría perdido.
Poderoso caballero es don Dinero. La Biblia tiene mucho que decir acerca del dinero. Jesús habló bastante de él. Por ejemplo, al explicar a sus discípulos el sentido de la parábola del sembrador, les dice: "Lo que fue sembrado entre espinas, es el que oye la palabra, pero los afanes de este mundo y el engaño (o la seducción) de las riquezas, ahogan la palabra y queda sin fruto" (Mt 13:22).
¿En qué consiste el engaño de las riquezas? En sobrevalorarlas, en poner nuestra confianza en ellas. En creer que todo se obtiene con ellas. En creer que son permanentes.
El libro de Proverbios dice al respecto: "Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación." (18:11) ¡Qué bien dicho está! En su imaginación. El rico se imagina que su dinero es una muralla que lo protege de los vaivenes de la vida y le da seguridad. Pero ¡oh iluso! no sabe cuán fácilmente se derrumba esa muralla y lo deja desprotegido.
¡Cuánta gente ha perdido su fortuna súbitamente y se queda en la calle, por la quiebra de un banco, o por un krach en la bolsa! De millonario pasa a pordiosero. Ha habido casos famosos. Un cambio en la política económica, una devaluación súbita, un vuelco en la tendencia de las tasas de los intereses, una guerra, etc. He ahí tantos factores que empobrecen inesperadamente a la gente.
Pero también la gente pierde su dinero lentamente sin que pueda hacer nada para impedirlo. Eso pasó en nuestro país hace algunos años, en que la recesión llevó a la ruina a muchas empresas y obligó a cerrar muchos negocios. Sus dueños perdieron su principal fuente de ingresos y estuvieron en peligro de perder sus casas, hipotecadas a los bancos; tuvieron que sacar a sus hijos de los buenos colegios en que estaban; dejaron de pagar la cuota de los clubes a los que pertenecían y se vieron excluidos; e incluso, algunos se vieron obligados a vender poco a poco sus pertenencias para comer.
El proverbio anterior al que acabamos de citar dice: "Torre fuerte es el nombre del Señor; a él correrá el justo y será salvo." (18:10) Es interesante que ambos versículos estén colocados juntos. Como para indicarnos que hay una oposición entre poner nuestra confianza en el dinero y ponerla en Dios. Si la pones en uno, descuidas al otro.
Por eso Jesús dijo: "Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o se adherirá a uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6:24). Aquí las palabras claves son: "servir" y "señores". El que vive sólo para hacer dinero es gobernado por el dinero. El dinero es el señor a quien sirve. Hace del dinero su dios y le adora. En consecuencia, se aleja del Dios verdadero.
Hay una diferencia crucial entre tener dinero y que el dinero lo tenga a uno. Muchos creen tener dinero sin darse cuenta de que, en realidad, en su caso, es al revés, el dinero los tiene a ellos. El dinero los tiene atrapados en una cárcel de oro. El dinero les es una piedra de tropiezo.
El dinero corrompe las conciencias. Con él se compra a los jueces; se silencia a los testigos; sobornando se ganan licitaciones; ofreciendo comisiones se consiguen contratos...
Pero el dinero no sólo corrompe las conciencias ajenas. Corrompe también la nuestra. Por ganar más dinero vendemos mercadería en mal estado; subimos en exceso los precios, pagamos bajos sueldos; privamos de sus derechos a los indefensos...
Ese es el motivo por el que muchos no quieren ni oír hablar de Dios, para que no les remuerda la conciencia y los deje tranquilos. Si le escucharan tendrían que cambiar sus tácticas comerciales. Aman más al dinero que a sus almas. Por eso fue también que Jesús dijo que era muy difícil que los ricos se salven (Mt 19:23).
Poderoso caballero...¡No, temible caballero es don Dinero!
Es temible porque empuja a la gente a hacer cosas terribles. Pensemos no más en los jóvenes que se prestan para hacer de correos de la droga. Los llaman "burriers". Por un puñado de dólares pasan meses, años en la cárcel.
O pensemos en los asaltos a los bancos, en los secuestros. ¿Qué empuja a los delincuentes a cometer esos delitos? ¿La fama? ¿El afán de aventuras? No. Simplemente tener dinero.
San Pablo escribió a Timoteo: "Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y engañosas, que hunden a los hombres en ruina y perdición. Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, y por codiciarlo, algunos se extraviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores." (1Tim 6:9,10)
El deseo de la riqueza puede convertirse en un lazo que de repente nos ajusta el cuello. ¡Cuántas codicias necias despierta en la gente tener dinero! ¡Cuántos placeres se pueden comprar, en los que nunca pensaríamos si no tuviéramos dinero! A veces lo que compra la gente se convierte en una trampa mortal.
Conocí a un padre que le compró a su único hijo una pistola para matarse. Bueno, no fue exactamente una pistola, sino un auto deportivo, último modelo, que hacía el furor de las chicas. Al mes de comprado el muchacho se mató en la carretera. El padre se enfermó y murió de pena. Más le hubiera valido no tener dinero para comprarle el carro. Los dos estarían vivos.
¡Cuántas locuras inspira el dinero! ¡Cuántos se extravían de la fe en su afán por volverse ricos y son luego traspasados de dolores! El dinero mata a millares. Mejor dicho, por el dinero se mata la gente. Si nos presentaran a una persona que ha cometido terribles crímenes ¿le estrecharíamos la mano? Sin embargo, al dinero que mata a montones, lo estrechamos entre las manos, lo acariciamos.
Pero fíjense en que San Pablo no dice que el dinero sea la raíz de todos los males, sino el amor al dinero. El dinero en sí es neutro. Sirve tanto para el bien como para el mal. Y es indispensable.
¿Porqué amamos tanto al dinero? Porque nos permite tener cosas que hacen agradable la vida y nos dan la ilusión de felicidad. Nos permite vivir mejor, comer mejor, vestirnos, pasearnos, viajar. Y eso nos gusta a todos.
Nos permite codearnos con la buena sociedad. Atraer amigos. El muchacho que tiene un carro nuevo y es generoso, atrae a multitud de admiradores y es el favorito de las chicas. En cambio, al pobre, dice la Escritura, ni sus hermanos quieren verlo (Pr 19:7).
El dinero da poder, da influencia (2). Todo el mundo respeta al rico; le cede el paso. La Escritura dice que cuando habla el rico, aunque diga tonterías, todos callan (3). Pero al sabio, si es pobre, nadie le hace caso (Ec 9:15,16).
El dinero da seguridad frente a los acontecimientos adversos, nos protege de las catástrofes. Si me enfermo, me permite pagar el mejor tratamiento. Y si muero, mis deudos me darán el más lujoso entierro.
En cuanto a las catástrofes, todos hemos visto las imágenes. Cuando hay una inundación o un terremoto, son los pobres los que más sufren. Los ricos están protegidos, o volaron a tiempo.
Es natural que la gente quiera tener dinero. Sólo un loco o un santo lo desprecia. Pero, ¿y el cristiano? ¿Qué actitud debe asumir el cristiano frente al dinero? ¿Hay un deseo justo, sano de tener dinero? Sobre eso hablaremos otro día. (15.7.01).
Nota 1: Esa frase es el título de una conocida letrilla satírica del poeta español del siglo XVII, Francisco de Quevedo. Reproduzco las dos primeras estrofas:
Madre, yo ante el oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado.
Pues de puro enamorado
De continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir a España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso aunque fiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.
(El doblón era una moneda de doble peso. Se dice que el oro es enterrado en Génova porque era una ciudad de banqueros).
2. De hecho, las tres cosas van juntas. El que tiene cualquiera de ellas puede adquirir las otras dos.
3. En el libro apócrifo (o deuterocanónico) Sirácida: 13:25-29, se contrasta con ironía la diversa manera cómo el mundo trata al rico y al pobre.
NB. Este artículo fue publicado por primera vez en julio de 2001. Sirvió de base para la primera de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico la semana pasada.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#617 (07.03.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
Cuando tenemos dinero nos sentimos bien. Cuando nos falta, estamos angustiados, tristes. El dinero es la píldora tranquilizante más efectiva, el elixir de la felicidad más buscado.
Hay quienes están dispuestos a matar por dinero (los asesinos a sueldo, o los mercenarios, por ejemplo). Otros arriesgan su vida por ganarlo (los acróbatas de circo, los corredores de autos, los toreros y tantos otros). Sin llegar a esos extremos, muchos arruinan su salud, su felicidad, y sacrifican a su familia por dinero.
¿Qué tiene el dinero que tanto nos atrae? Dicen que el dinero todo lo compra, menos la felicidad. Con dinero se compran medicamentos, mas no la salud. Se compran amigos, mas no la amistad. Se compran caricias, mas no el amor. Se compran libros, mas no la sabiduría. Se compran títulos nobiliarios, mas no la nobleza de espíritu. Se compran maquillajes, mas no la belleza.
Para el que no lo tiene el dinero es una llave que le abriría todas las puertas, las puertas del castillo encantado de las maravillas detrás de las cuales se encuentra, según cree, todo lo que desea, todo lo bueno que la vida ofrece. Y para el que lo tiene ya, el dinero es la póliza que le asegura que va a continuar gozando de los beneficios que posee y sin los cuales se sentiría perdido.
Poderoso caballero es don Dinero. La Biblia tiene mucho que decir acerca del dinero. Jesús habló bastante de él. Por ejemplo, al explicar a sus discípulos el sentido de la parábola del sembrador, les dice: "Lo que fue sembrado entre espinas, es el que oye la palabra, pero los afanes de este mundo y el engaño (o la seducción) de las riquezas, ahogan la palabra y queda sin fruto" (Mt 13:22).
¿En qué consiste el engaño de las riquezas? En sobrevalorarlas, en poner nuestra confianza en ellas. En creer que todo se obtiene con ellas. En creer que son permanentes.
El libro de Proverbios dice al respecto: "Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación." (18:11) ¡Qué bien dicho está! En su imaginación. El rico se imagina que su dinero es una muralla que lo protege de los vaivenes de la vida y le da seguridad. Pero ¡oh iluso! no sabe cuán fácilmente se derrumba esa muralla y lo deja desprotegido.
¡Cuánta gente ha perdido su fortuna súbitamente y se queda en la calle, por la quiebra de un banco, o por un krach en la bolsa! De millonario pasa a pordiosero. Ha habido casos famosos. Un cambio en la política económica, una devaluación súbita, un vuelco en la tendencia de las tasas de los intereses, una guerra, etc. He ahí tantos factores que empobrecen inesperadamente a la gente.
Pero también la gente pierde su dinero lentamente sin que pueda hacer nada para impedirlo. Eso pasó en nuestro país hace algunos años, en que la recesión llevó a la ruina a muchas empresas y obligó a cerrar muchos negocios. Sus dueños perdieron su principal fuente de ingresos y estuvieron en peligro de perder sus casas, hipotecadas a los bancos; tuvieron que sacar a sus hijos de los buenos colegios en que estaban; dejaron de pagar la cuota de los clubes a los que pertenecían y se vieron excluidos; e incluso, algunos se vieron obligados a vender poco a poco sus pertenencias para comer.
El proverbio anterior al que acabamos de citar dice: "Torre fuerte es el nombre del Señor; a él correrá el justo y será salvo." (18:10) Es interesante que ambos versículos estén colocados juntos. Como para indicarnos que hay una oposición entre poner nuestra confianza en el dinero y ponerla en Dios. Si la pones en uno, descuidas al otro.
Por eso Jesús dijo: "Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o se adherirá a uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6:24). Aquí las palabras claves son: "servir" y "señores". El que vive sólo para hacer dinero es gobernado por el dinero. El dinero es el señor a quien sirve. Hace del dinero su dios y le adora. En consecuencia, se aleja del Dios verdadero.
Hay una diferencia crucial entre tener dinero y que el dinero lo tenga a uno. Muchos creen tener dinero sin darse cuenta de que, en realidad, en su caso, es al revés, el dinero los tiene a ellos. El dinero los tiene atrapados en una cárcel de oro. El dinero les es una piedra de tropiezo.
El dinero corrompe las conciencias. Con él se compra a los jueces; se silencia a los testigos; sobornando se ganan licitaciones; ofreciendo comisiones se consiguen contratos...
Pero el dinero no sólo corrompe las conciencias ajenas. Corrompe también la nuestra. Por ganar más dinero vendemos mercadería en mal estado; subimos en exceso los precios, pagamos bajos sueldos; privamos de sus derechos a los indefensos...
Ese es el motivo por el que muchos no quieren ni oír hablar de Dios, para que no les remuerda la conciencia y los deje tranquilos. Si le escucharan tendrían que cambiar sus tácticas comerciales. Aman más al dinero que a sus almas. Por eso fue también que Jesús dijo que era muy difícil que los ricos se salven (Mt 19:23).
Poderoso caballero...¡No, temible caballero es don Dinero!
Es temible porque empuja a la gente a hacer cosas terribles. Pensemos no más en los jóvenes que se prestan para hacer de correos de la droga. Los llaman "burriers". Por un puñado de dólares pasan meses, años en la cárcel.
O pensemos en los asaltos a los bancos, en los secuestros. ¿Qué empuja a los delincuentes a cometer esos delitos? ¿La fama? ¿El afán de aventuras? No. Simplemente tener dinero.
San Pablo escribió a Timoteo: "Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y engañosas, que hunden a los hombres en ruina y perdición. Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, y por codiciarlo, algunos se extraviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores." (1Tim 6:9,10)
El deseo de la riqueza puede convertirse en un lazo que de repente nos ajusta el cuello. ¡Cuántas codicias necias despierta en la gente tener dinero! ¡Cuántos placeres se pueden comprar, en los que nunca pensaríamos si no tuviéramos dinero! A veces lo que compra la gente se convierte en una trampa mortal.
Conocí a un padre que le compró a su único hijo una pistola para matarse. Bueno, no fue exactamente una pistola, sino un auto deportivo, último modelo, que hacía el furor de las chicas. Al mes de comprado el muchacho se mató en la carretera. El padre se enfermó y murió de pena. Más le hubiera valido no tener dinero para comprarle el carro. Los dos estarían vivos.
¡Cuántas locuras inspira el dinero! ¡Cuántos se extravían de la fe en su afán por volverse ricos y son luego traspasados de dolores! El dinero mata a millares. Mejor dicho, por el dinero se mata la gente. Si nos presentaran a una persona que ha cometido terribles crímenes ¿le estrecharíamos la mano? Sin embargo, al dinero que mata a montones, lo estrechamos entre las manos, lo acariciamos.
Pero fíjense en que San Pablo no dice que el dinero sea la raíz de todos los males, sino el amor al dinero. El dinero en sí es neutro. Sirve tanto para el bien como para el mal. Y es indispensable.
¿Porqué amamos tanto al dinero? Porque nos permite tener cosas que hacen agradable la vida y nos dan la ilusión de felicidad. Nos permite vivir mejor, comer mejor, vestirnos, pasearnos, viajar. Y eso nos gusta a todos.
Nos permite codearnos con la buena sociedad. Atraer amigos. El muchacho que tiene un carro nuevo y es generoso, atrae a multitud de admiradores y es el favorito de las chicas. En cambio, al pobre, dice la Escritura, ni sus hermanos quieren verlo (Pr 19:7).
El dinero da poder, da influencia (2). Todo el mundo respeta al rico; le cede el paso. La Escritura dice que cuando habla el rico, aunque diga tonterías, todos callan (3). Pero al sabio, si es pobre, nadie le hace caso (Ec 9:15,16).
El dinero da seguridad frente a los acontecimientos adversos, nos protege de las catástrofes. Si me enfermo, me permite pagar el mejor tratamiento. Y si muero, mis deudos me darán el más lujoso entierro.
En cuanto a las catástrofes, todos hemos visto las imágenes. Cuando hay una inundación o un terremoto, son los pobres los que más sufren. Los ricos están protegidos, o volaron a tiempo.
Es natural que la gente quiera tener dinero. Sólo un loco o un santo lo desprecia. Pero, ¿y el cristiano? ¿Qué actitud debe asumir el cristiano frente al dinero? ¿Hay un deseo justo, sano de tener dinero? Sobre eso hablaremos otro día. (15.7.01).
Nota 1: Esa frase es el título de una conocida letrilla satírica del poeta español del siglo XVII, Francisco de Quevedo. Reproduzco las dos primeras estrofas:
Madre, yo ante el oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado.
Pues de puro enamorado
De continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.
Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir a España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso aunque fiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.
(El doblón era una moneda de doble peso. Se dice que el oro es enterrado en Génova porque era una ciudad de banqueros).
2. De hecho, las tres cosas van juntas. El que tiene cualquiera de ellas puede adquirir las otras dos.
3. En el libro apócrifo (o deuterocanónico) Sirácida: 13:25-29, se contrasta con ironía la diversa manera cómo el mundo trata al rico y al pobre.
NB. Este artículo fue publicado por primera vez en julio de 2001. Sirvió de base para la primera de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico la semana pasada.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#617 (07.03.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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