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viernes, 10 de marzo de 2023

DILIGENCIA II

DILIGENCIA II

 No hay pues trabajo malo ni trabajo aburrido, solamente hay trabajo hecho con el corazón, con diligencia, o hecho de una manera descuidada. Y si es hecho de una manera descuidada, nos aburre, nos molesta. Nosotros pues tenemos que cambiar esa mentalidad de “así no más”, porque es motivo de mucha frustración para la gente.


lunes, 26 de diciembre de 2016

EL HIJO SABIO ALEGRA AL PADRE

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL HIJO SABIO ALEGRA AL PADRE
Un Comentario de Proverbios 10:1-5
Introducción. Las palabras “Los proverbios de Salomón” con que se inicia el primer versículo de este capítulo son en realidad el título de una sección del libro que abarca desde el vers. 10:1 hasta el vers. 22:16, y que comprende 375 proverbios que, curiosamente pero no casualmente, es el valor numérico de las letras que conforman el nombre de Salomón, esto es, slmn. (Recuérdese que el alfabeto hebreo sólo tiene consonantes).
Esta larga sección central, que está formada por proverbios de sólo dos líneas, contrasta con los capítulos 1 al 9, que están conformados mayormente por poemas sapienciales de cierta extensión (por ejemplo, 4:20-27; o 6:1-5; o todo el cap. 7).
La mayoría de los proverbios de los capítulos 10 al 15 son de paralelismo antitético (Véase mi artículo “Para Leer el Libro de Proverbios II, #850 del 12.10.14) donde predomina el contraste entre el justo (o sabio) y el impío (o necio).
El justo parece ser el tema principal de este capítulo. Son 13 los proverbios en que aparece la palabra “justo” (14 si contamos el vers. 29, en que aparece la palabra “perfecto”, que quiere decir lo mismo). Seis de esos proverbios hablan acerca de su relación con la lengua, o con el hablar sabiduría. Ellos son los vers. 11, 13, 20, 21, 31, 32.
Hay muchos otros que se refieren al justo en general, o a su vida en relación con los avatares de la vida: el v. 3 es una promesa de provisión; el v. 6 es una promesa de bendiciones; el v.7 promete que el justo será bien recordado. Otros proverbios en que aparece la palabra “justo” son los vers. 16, 24, 25, 28 y 30.
La perícopa formada por los vers. 1 al 5 es un ejemplo de inclusio, recurso literario en que la palabra, o idea, del inicio es repetida al fin de la unidad, como ocurre también, por ejemplo, en 3:13-18.


1. “Los proverbios de Salomón. El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre.”
Es notable el hecho de que después de una larga serie de proverbios que empiezan con las palabras “Hijo mío” en los nueve primeros capítulos, el primer proverbio de este capítulo 10, trate acerca del hijo.
Los padres se alegran por todo lo bueno que alcanza su hijo, sean logros materiales o intelectuales. Y por ninguna cualidad se alegran más que por la sabiduría que demuestre tener, porque la sabiduría allana el camino del éxito (23:15,16,24,25). Dice: hijo “sabio”, y no “inteligente”, porque la sabiduría es más útil que la inteligencia. Muchos inteligentes fracasan en la vida si no son a la vez sabios, y es un hecho que la inteligencia no está siempre acompañada de sabiduría. En cambio, la sabiduría sí suele estar acompañada de inteligencia, aunque pueda no estarlo de instrucción. Sin embargo, aun con esa limitación, la sabiduría se impone en la vida y es mucho más útil.
¿En qué consiste la sabiduría en términos prácticos? En discernir lo que conviene hacer y lo que conviene evitar, y en saber tomar buenas decisiones. En cambio ¡cuánta tristeza acarrea el hijo necio a sus padres y, en especial, a su madre! (15:20). La necedad anula las mejores disposiciones. Hay necios inteligentes que acumulan fracaso tras fracaso. El necio se equivoca siempre, o casi siempre, en lo principal. El sabio acierta. He ahí la gran diferencia.
Aquí la alegría y la tristeza pertenecen a ambos progenitores: hay un alegrarse en el hijo que es propio del padre (15:20a; 23:15,16,24; 27:11: 29:3a), y un entristecerse que es propio de uno u otro progenitor, o de la madre en particular. (17:21,25; 19:13a; Sir:16:1-5).
Los hijos son, o eran, considerados como el mayor don de Dios para los esposos, que se alegraban con la fecundidad de su matrimonio (Gn 5:28,29; 33:5; Sal 127:3). (Nota 1). Pero con mucha frecuencia los hijos son un motivo de preocupación o de tristeza. Derek Kinder comenta al respecto: “Sin los lazos (sobre todo los del amor) por los cuales las personas son miembros los unos de los otros, la vida sería menos dolorosa, pero inconmensurablemente más pobre.” (“Proverbios”, pag 94).
Si el hijo sale necio, ¿no será porque los padres, o uno de ellos, descuidaron disciplinarlo de pequeño? Los proverbios que hablan de la satisfacción, o disgusto que los hijos causan a los padres tienen como contrapartida la pena medicinal, esto es, la corrección que los padres deben aplicar a sus hijos. Con frecuencia es la negligencia de los padres, o del padre específicamente, en educar a su hijo en el respeto de las leyes de Dios y de la convivencia humana, la causa del desvío del vástago, y de la tristeza que puede causarles cuando crezca. Eso fue el caso concretamente de los hijos de Elí, que fueron un motivo de mucho dolor para él (1Sm 2:22-25), y de la reprensión divina que recibió (1Sm 2:27-36), porque omitió corregirlos cuando debió hacerlo (1Sm 3:12-14; cf Pr 22:6; 23:13,14; 29:15). Y también es el caso de dos hijos de David, Amnón y Absalón, que le causaron muchos dolores de cabeza, especialmente el segundo, a los que él no corrigió cuando debió hacerlo.
En el Antiguo Testamento tenemos el caso de un hijo cuya sabiduría fue causa de gran satisfacción para su padre, esto es, Salomón (1R 2:1-4; 1Cro 22:7-13; 2Cro 1:7-12); y de otro cuya necedad fue motivo de gran aflicción para su madre, esto es, Esaú (Gn 26:34,35).

Este proverbio nos dice también que es obligación de los hijos ser un motivo de satisfacción para sus padres por su conducta recta y sabia. La satisfacción que les produzcan les será algún día recompensada. Mientras que lo contrario es también cierto: el dolor que por su inconducta les causen, será algún día causa de desvelos y preocupaciones propias.
De otro lado, conviene notar que un hombre inteligente no es necesariamente bueno. Hay malvados que son sumamente inteligentes, pero no hay sabio que pueda ser malo.
2. “Los tesoros de maldad no serán de provecho; mas la justicia libra de muerte.” (Pr 21:6,7)
Este proverbio y el proverbio 11:4 dicen prácticamente lo mismo, siendo la segunda línea en ambos idéntica. En la segunda línea de 11:4 “riqueza” reemplaza a “tesoros de maldad”, pero agrega que las riquezas de maldad no serán de provecho “en el día de la ira”, esto es, en el día del juicio, o de la muerte, y menos aún si se trata de la segunda muerte (Lc 12:19,20).
Eso nos haría pensar que las riquezas son necesariamente tesoros de maldad, pero no siempre es ése el caso; no siempre han sido acumuladas oprimiendo y explotando al prójimo. De otro lado, la muerte no viene siempre a los hombres en el día de la ira.
Las Escrituras nos enseñan el poco valor que desde la perspectiva de la eternidad, tienen las riquezas (Pr 23:5; Mt 6:19), aunque en la vida práctica puedan traer muchos beneficios. Mucho menor valor y utilidad tienen las riquezas mal adquiridas, porque en el algún momento se vuelven contra el que las posee, como denuncia Jeremías: “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo!” (22:13) (2) ¿De qué le sirvieron a Judas las treinta monedas de plata que recibió por traicionar a su Señor? Sólo para ser empujado al suicidio carcomido por los remordimientos (Mt 27:3-5). ¿De qué le sirvió a Acab, rey de Israel, incitado por su mujer, la perversa Jezabel, haberse apoderado de la viña de Nabot, después de haberlo hecho matar? Recibir la maldición divina, proferida por el profeta Elías, de que su linaje desaparecería con él, y de que el cadáver de su mujer sería comido por perros (1R 21:4-24).
El dinero mal adquirido a la larga no beneficia a su dueño, pero llevar una vida recta puede librar de peligros mortales. En este proverbio de paralelismo antitético se contrastan la honestidad de vida con las prácticas fraudulentas. Además se yuxtaponen dos vicisitudes contrarias: no ser de gran utilidad, frente al escapar con vida del peligro.
En las Escrituras tenemos un texto que ilustra la inutilidad de las riquezas mal adquiridas: “Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas; en la mitad de sus días las dejará, y al final mostrará ser un insensato.” (Jr 17:11). Y tenemos el caso contrario en que la justicia (o rectitud de vida) libran de una muerte segura: el caso de Noé que no pereció en el diluvio. En el libro de Ester hay dos personajes cuyas vidas son un testimonio de cómo se cumple la verdad enunciada en este proverbio: el impío Amán, quien pese a su riqueza y poder terminó en el cadalso (Es 7:9,10); y el de Mardoqueo, que por su fidelidad a Dios fue enaltecido (10:1-3).
Para ilustrar este proverbio A.B. Faucett menciona los casos que ya hemos visto de Acab y de Judas, y observa además con razón que los dos talentos de plata que Giezi codiciosamente obtuvo de Naamán, sólo le sirvió para que la lepra de este último se le pegara (2R 5:20-27). De otro lado, dice él, la justicia, acompañada de misericordia y de generosidad, atrae la misericordia de Dios (Sal 41:1-3; 112:9; Dn 4:27; 2Cor 9:9). (3)
3. “Jehová no dejará padecer hambre al justo; mas la iniquidad lanzará a los impíos.”
Esta es una promesa rara vez incumplida que nos asegura la provisión permanente de Dios, tal como se expresa en el Sal 34:10 y en Pr 13:25a. Los casos en que Dios ha suplido la mesa de los suyos de una manera milagrosa son tan numerosos que no es necesario abundar sobre ellos. Pero es una permanente realidad. (4). El bello salmo 37, que es un compendio de proverbios, en su v. 25 formula una promesa semejante en distintos términos: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Véase Is 33:15,16). Sin embargo, conviene insistir en el hecho de que los proverbios no son leyes absolutas que se cumplen siempre indefectiblemente, sino son principios generales deducidos de la observación de la realidad y de la experiencia, cuyo cumplimiento conoce excepciones dependiendo del tiempo y las circunstancias. Esto debe decirse para beneficio de quienes hayan visto a justos y a sus familiares alguna vez padecer hambre, o necesidad. Habría que añadir, sin embargo, que para que veamos las promesas de Dios cumplidas en nuestra vida, es necesario que creamos en ellas sin dudar (St 1:6,7).
Pero si alguna vez Dios permite que el justo padezca necesidad, lo hace para su bien, para otorgarle un beneficio mayor, o para que tenga ocasión de ejercitar su fe, como ocurrió con Pablo, quien en más de una oportunidad padeció hambre y sed, frío y desnudez (1Cor 4:11; 2Cor 11:27; Dt 8:3). Pudiera ser que el morir literalmente de hambre libre al justo de experimentar la miseria mayor que puede sobrevenir sobre la comarca donde vive. Y si así no fuera, ¿qué cosa es el dolor de la muerte por inanición comparado con la dicha que el justo encuentra en el cielo?
En una ocasión Jesús alentó a sus discípulos a confiar en la provisión divina puesto que Él alimenta a las aves del cielo que no siembran ni cosechan, recordándoles que los hombres valen más que ellas (Mt 6:25,26,31,32). Jesús es nuestro buen pastor (Jn 10:11) que lleva a sus ovejas a comer donde hay buenos pastos (Ez 34:14)
Para el segundo estico yo prefiero la versión: “pero Él desecha el deseo (o la avidez) de los impíos”. Uno padece de hambre, el otro siente gula. Aunque se parecen son apetencias distintas. El primero tiene el estómago vacío. El segundo está saciado y desea más. Dios desecha al segundo porque su necesidad es artificial, y su manera de actuar y su carácter le son desagradables. Aunque durante un tiempo al impío todo le sonríe y su mesa está plena, le llegará el día de las vacas flacas y entonces constatará que no tiene amigos; que los que tuvo, lo eran de su dinero.
4. “La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece.”
Este proverbio parece que enunciara una verdad establecida derivada de la experiencia común, algo archisabido, que no requiere de ninguna iluminación de lo alto para reconocer. Sin embargo, aquí el Espíritu Santo confirma lo que el intelecto humano por sí solo puede conocer, para darnos a entender la importancia que tiene esa verdad, para que la tengamos muy bien en cuenta. El diligente cosecha los frutos de su trabajo, provisto que lo haga con inteligencia; el negligente, el que descuida sus obligaciones, el que pierde el tiempo, o trabaja mal, no progresa, sino empobrece.
Pero esta verdad se aplica a todos los campos: el que trabaja y estudia con ahínco desarrolla su intelecto; el artista que constantemente crea, dejará una obra; el investigador que quema sus pestañas, hará descubrimientos; el que es diligente en buscar a Dios, será premiado con una familiaridad íntima con Él, etc. Mientras que el que deja de hacer lo que debe y lo descuida, no obtiene ningún resultado. En toda actividad humana, la diligencia es condición para el éxito. Pablo lo pone así: el hombre cosecha lo que siembra (Gal 6:7).
Son varios los proverbios que en variados términos confirman este mensaje: 19:15; 20:4: 23:21. La pequeña perícopa 24:30-34 explica cómo la holgazanería se manifiesta en el descuido del campo y trae como consecuencia inevitable la pobreza (cf Ecl 10:18). Pr 13:4 opone el deseo frustrado del perezoso, a la prosperidad que alcanza el diligente, cuyos pensamientos persiguen esa meta (21:15a). La parábola de los talentos opone también a dos siervos diligentes que multiplican el dinero que se les confía, y son por eso premiados, a la pereza del siervo infiel que no obtiene para su señor ningún provecho, y es por eso condenado (Mt 25:14-30).
Pero esa no es la única ventaja de la diligencia. Por medio de ella el hombre prospera socialmente, adquiere propiedades (Pr 12:24) y se codea con los grandes (22:29). Trabajar la tierra fue la orden que se dio a Adán en el paraíso, no que sólo se alimentara cogiendo los frutos de los árboles del jardín (Gn 2:15,16). Como consecuencia del pecado el trabajo que demanda esfuerzo se convirtió en una ley de la vida (Gn 3:19).
Dios usa a los hombres que tienen las manos ocupadas, no a los ociosos: Moisés y David pastoreaban su ganado cuando fueron llamados (Ex 3:1,2; 1Sm 16:11,12). Gedeón estaba sacudiendo el trigo en el lagar (Jc 6:11). La fe y la pereza no suelen ir juntas; al contrario, la diligencia es compañera de la fe y de la confianza en Dios. Rut, la moabita, no le hizo ascos a recoger espigas con los segadores y terminó casándose con el dueño del campo (Rt 2:3; 4:13). Ella es contada entre las cuatro antepasadas de Jesús que menciona la genealogía con que se inicia el evangelio de Mateo (Mt 1:3,5,6).
Pero no solamente se debe trabajar por los bienes de la tierra; también debe hacerse por los del cielo con energía y perseverancia (Jn 6:27). Como dice Ch. Bridges, los negocios del mundo son inciertos, pero los espirituales son seguros. En el cielo no hay bancarrotas. El siervo diligente es honrado con un aumento de gracia y de confianza (Mt 25:21,29). La palabra hebrea jarutzim –que se traduce como diligente- designa a los que actúan con decisión y prontamente, a los que economizan su tiempo y los medios que emplean.
5. “El que recoge en el verano es hombre entendido; el que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza.”
El hombre que recoge en el verano de su vida (de los 30 a 45 años) es hombre entendido. Es el tiempo en el cual se forja el bienestar de la edad madura, del otoño y del invierno. El que no lo aprovecha tendrá más tarde mucho que lamentar.
En el proverbio anterior se comparó la negligencia con la diligencia; en éste se opone la previsión a la imprevisión (Véase Pr 6:6-8). El libro del Eclesiastés subraya la importancia del tiempo oportuno para cada cosa (cap. 3). Un ejemplo claro de lo que afirma este proverbio es el caso de José en Egipto, que almacenó el grano cosechado en los años de abundancia para usarlo en los años de escasez (Gn 41:46-56).
¡Cuán importante es acumular conocimientos cuando la mente está fresca, aprende y asimila rápido! Ese bagaje adquirido temprano será muy útil más adelante en la vida profesional. ¡Y qué lamentable es, en cambio, desperdiciar ese tiempo valioso en que pudo haberse instruido! El que obró de esa manera tendrá mucho de qué avergonzarse en la edad madura cuando no tenga logros que exhibir.
Ahora es el tiempo aceptable (2Cor 6:2). Mañana será quizá tarde para hacer el bien que no hicimos cuanto tuvimos oportunidad (Gal 6:10). Cuanto mejor aprovechamos el tiempo que Dios nos da, más tiempo tendremos a nuestra disposición para servirlo (Ef 5:16). El apóstol Pablo es un buen ejemplo de alguien que trabajó con diligencia en la viña del Señor sin omitir esfuerzos; Demas, en cambio, es uno que desaprovechó la oportunidad que se le presentaba y perdió su recompensa (2Tm 4:10).
 Notas: 1. Digo “eran” porque muchos esposos en nuestros días evitan tenerlos, o los consideran una carga, o una limitación, y no hay duda que, de hecho, en muchos casos lo son.
2. Esta es una denuncia que alcanza a todos los empresarios y hombres de negocios que en nuestros días construyen sus fortunas sobre la base de la explotación de sus trabajadores, o del público, cobrando por sus productos precios exagerados. Algún día ese dinero mal ganado les arderá más que una plancha caliente en los lomos.
3. Con el tiempo la palabra “justicia” adquirió el sentido de limosna (Tb 4:7-11), lo que explica que en algunas versiones, la segunda línea diga: “pero la limosna libra de la muerte.”
4. Puede recordarse la ocasión en que David y los que le seguían fueron alimentados por quienes eran en verdad sus enemigos (2Sm 17:27-29).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

#927 (22.05.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 7 de mayo de 2013

EL SECRETO DEL DINERO


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

EL SECRETO DEL DINERO

La gente no sabe lo que es el dinero. Los economistas tampoco saben realmente lo que es el dinero, aunque lo estudian. Porque lo que el dinero es, es un secreto. Un secreto en verdad muy sencillo.  Pero tan sencillo que permanece ignorado.
Si tú eres funcionario, o empleado u obrero, cuando llega el fin de semana, o de la quincena, o del mes, tu empleador te entrega unos billetes, o un cheque, o te abona determinada suma en tu cuenta. Es decir, te paga tu salario. Pero no lo hace por tu linda cara, o porque tú le caigas simpático.
Él no se dice: "¡Qué bien me cae este muchacho! ¡Qué simpático es! Le voy a regalar unos cuantos billetes para que esté contento y siga viniendo a mi compañía."
No. Él te paga tu sueldo porque tú has realizado un trabajo que él valora, que para él es necesario en su negocio o en su empresa. Es decir, porque has empleado tu tiempo y tus fuerzas haciendo algo que él considera útil para sus intereses, que lo beneficia y porque lo has hecho bien. De lo contrario, no te daría nada y te despediría.
En buenas cuentas, tú le has entregado una parte de tu vida, es decir, de tus fuerzas y de tu tiempo, que son tu vida, y él te compensa pagándote lo que él piensa que vale en billetes esa pequeña porción de tu vida que tú le has dado.
Los billetes que recibes son el contravalor del tiempo y de las fuerzas que has empleado en su servicio. El dinero de tu sobre de pago es eso: lo que tú recibes a cambio de tu vida. Y fíjate que en el mercado del trabajo la vida de unos vale mucho y la de otros vale poco. Y a veces ese valor guarda poca relación con el esfuerzo desplegado.
Así pues, cuando tú vas a una tienda o al mercado a comprar alimentos, o alguna cosa, no la estás pagando con billetes como crees. Eso es sólo un símbolo que facilita el intercambio de mercaderías. La estás pagando en verdad con tu vida. Eso que compras lo pagas con un pedazo de tu tiempo y de tus energías, que ahora se han convertido en billetes. Y como tu vida es limitada, porque algún día has de morir, y tus fuerzas también lo son, porque algún día flaquearán, lo estás pagando con algo de ti mismo que es irreemplazable, que nunca volverá y que entregas para siempre.
Sí, eso que tú adquieras lo recibes a cambio de algo de tí mismo que nunca vas a recuperar.
Ahora bien, eso que compras, examínalo bien, ¿vale un pedazo de tu vida? Tienes tantas ganas de poseerlo, o te han hecho creer que es tan necesario, que no vas a poder ser feliz si no lo tienes. Pero, si en lugar de dártelo a cambio de algunos billetes, te dijeran: “Te lo damos si vienes a trabajar aquí en la tienda algunos días”, ¿estarías dispuesto a dar tus horas y tus días, y tu cansancio para poseerlo? ¿O lo dejarías pasar? Piensa bien antes de comprar.
Toma en tus manos esa moneda que tienes en el bolsillo y que has ganado con tanto esfuerzo. Y dile a ti mismo: Esto es un pedazo de mi vida. No es bronce o latón, como parece. Es vida.
Cuando compras al crédito o pides un préstamo con algún fin, lo que estás empeñando es un pedazo de tu vida. Estás hipotecando tu tiempo futuro, tu sudor del mañana, de muchos mañanas.
Cuando firmas el contrato que te alcanzan y pones tu nombre en la línea punteada, estás poniendo tu firma debajo de una cláusula no escrita, que es implícita pero que es tan verdadera: "Por este documento yo entrego a la firma tal y tal una parte de mi sudor, de mis fuerzas y de mi vida." Y debajo pones tu nombre para que no queden dudas de que estás de acuerdo.
Los intereses que te cobran tú los pagas con tu vida y muchas veces terminas pagando en intereses mucho más del doble del precio que pagarías si compraras al contado. ¿Te das cuenta de que es tu vida la que entregas? Eso que compras ¿vale un pedazo de tu vida?
Los que venden artefactos o autos a plazos, o los que prestan con ese fin, no están pensando en el servicio que su propaganda engañosa dice que te prestan, o en las ventajas que mentidamente dicen que te ofrecen, sino en el pedazo de tu vida que tú les vas a entregar.
Por eso es que la Biblia, para ahorrarte ese desperdicio de tu vida, te dice: no tomes prestado. En Romanos San Pablo dice: "No debáis nada a nadie sino el amor mutuo." (Rm 13:8). Eso es todo lo que puedes deber a otros, sin experimentar una pérdida. Y el libro de Proverbios recalca: "El que toma prestado es siervo del que presta" (Pr 22:7).
Sí, siervo. Una vez que tomas prestado ya no eres dueño de tu dinero -es decir, de tu vida. Ya no puedes disponer de ella a tu antojo. Antes de pensar en cuánto vas a gastar en esto o en aquello, tienes que separar la parte que necesitas para pagar las cuotas de tu préstamo. Sólo el saldo que queda es tuyo. Una parte de tu sueldo ya lo entregaste de antemano.
Veamos las cosas desde otro punto de vista. Cuando el comerciante, o el productor, recargan el precio de un artículo mucho más allá de su costo, al recibir los billetes con que pagas para tenerlo, te están chupando un pedazo de tu vida.
Cuando el delincuente asalta un banco, no se está llevando billetes. Se está llevando el esfuerzo ajeno, la vida ajena, de la que quiere apoderarse sin dar nada a cambio.
Cuando el financista monta una estafa y se queda con el dinero de los ahorristas, o cuando el timador hace una operación dolosa que desvía de su destino una ingente suma, ambos se están apoderando de muchas vidas ajenas.
Por eso es que Jesús llama al dinero: "riquezas injustas" (Lc 16:9). Porque los que tienen riquezas muchas veces las acumularon al precio del sudor y lágrimas de otros.
La vida está llena de ironía. Los billetes que llevamos en la cartera han sido diseñados con arte y buen gusto. Llevan a ambos lados algunos dibujos bonitos y el retrato de algún personaje de nuestra historia.
Pero en realidad, el retrato que deberían llevar es el de cada uno de nosotros y las figuras que llevan deberían ser dibujos de gotas de sangre, de sudor y de lágrimas. La sangre, el sudor y las lágrimas que derramamos para ganar esos billetes.
¿Y los que viven del dinero que han heredado y que ellos nunca ganaron? Pues están viviendo de lo que otros con su vida acumularon para sus descendientes. Es también vida aunque no sea propia.
¿Es el mundo injusto? Sabemos que sí lo es porque también es injusto el príncipe de este mundo que lo controla.
Hay una gran disparidad entre lo que unos y otros reciben a cambio de su vida. El jornalero suda bajo el sol desde que amanece hasta que anochece y no tiene descanso. Pero recibe una pequeña suma a cambio. Otro, por el contrario, trabaja en una oficina alfombrada y con aire acondicionado. Él no suda ni hace ningún esfuerzo físico. Otros lo hacen por él. Él sólo da órdenes y piensa. Pero recibe cien veces más que el jornalero. ¿Vale su vida más que la del otro? ¿Por qué la diferencia?
Es que la recompensa que recibe el ejecutivo es no sólo por el tiempo y el esfuerzo que él mismo dedica a su trabajo, sino también por el tiempo que dedicó a formarse, a adquirir la educación y la capacidad profesional que le permiten desempeñar el cargo que ocupa. Pero también por el esfuerzo de aquellos que están debajo de él y cuya vida en cierta medida él controla. Él es dueño de parte de la vida de sus subordinados. Y cuanto más alto se encuentre en la jerarquía de una organización, mayor será el fruto de la vida de otros que reciba. Pero en muchas ocasiones  hay una gran desproporción entre el trabajo que rinde el ejecutivo y la recompensa que recibe.
¿Entiendes ahora lo que el dinero es y porqué la Biblia y Jesús hablan tanto de él? Porque el dinero no es lo que la gente piensa. Tiene mucho más valor. Vale lo que vale la vida.
Por eso es, para terminar, que cuando le damos a Dios la décima parte de lo que ganamos, le estamos dando en realidad una parte de nuestra vida. O mejor dicho, le estamos devolviendo una parte de lo que Él nos ha dado. Porque tus fuerzas, tu tiempo, tu vida y todo lo que tienes te lo ha dado Él. Te lo ha dado para que goces de ello, pero también para que le sirvas.
Todos debemos servir a Dios porque “siervos suyos somos y ovejas de su prado" (Sal 100:3c). Sin embargo, no todos podemos dedicar nuestro tiempo exclusivamente a servirle, ni tampoco quiere Él eso. Pero todos sí podemos servir a Dios con nuestro dinero. Al dar el diezmo estamos sirviéndole con un pedazo de nuestra vida, con la vida que empleamos para ganar el dinero de nuestro diezmo.  Ésa es una de las muestras de amor que Él espera de sus hijos.
NB: El impulso para escribir esta charla me lo proporcionó una enseñanza de John Avanzini escuchada en Lima hace algunos años. Fue impresa por primera vez el año 2001.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#774 (14.04.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

miércoles, 14 de abril de 2010

LA ADMINISTRACIÓN DE LAS COMPRAS Y DEL CRÉDITO

Hoy vamos a hablar de la administración de las compras y del crédito en el seno del hogar. Pero para poder abordar ese tema inteligentemente necesitamos tener una idea clara de lo que es el dinero, cuál es su naturaleza, porque la mayoría de la gente no sabe lo que es el dinero. Los economistas tampoco saben lo que realmente es el dinero, aunque lo estudian. Porque lo que el dinero es, es un secreto. Un secreto en verdad muy sencillo, tan sencillo que permanece ignorado.

Si tú eres funcionario, o empleado u obrero, cuando llega el fin de semana, o de la quincena, o del mes, tu empleador te entrega unos billetes, o un cheque, o te abona determinada suma en tu cuenta. Es decir, te paga tu salario. Pero no lo hace por tu linda cara, o porque tú le caigas simpático.

Él no se dice: "¡Qué bien me cae este muchacho! ¡Qué simpático es! Le voy a regalar unos cuantos billetes para que esté contento y siga viniendo a mi compañía."

No. Él te paga tu sueldo porque tú has realizado un trabajo que él valora, que para él es necesario en su negocio o en su empresa. Es decir, porque has empleado tu tiempo y tus fuerzas haciendo algo que él considera útil para sus intereses, que lo beneficia, y porque lo has hecho bien. De lo contrario, no te daría nada y te despediría.

En buenas cuentas, tú le has entregado durante la semana, o durante el mes, una parte de tu vida, es decir, de tus fuerzas y de tu tiempo, que son tu vida, y él te compensa pagándote lo que él piensa que vale en billetes esa pequeña porción de tu vida que tú le has dado.

Los billetes que recibes son el contravalor del tiempo y de las fuerzas que has empleado en su servicio. El dinero de tu sobre de pago es eso: lo que tú recibes a cambio de tu vida. Y fíjate que en el mercado del trabajo la vida de unos vale mucho y la de otros vale poco. Y a veces ese valor guarda poca relación con el esfuerzo desplegado.

Así pues, cuando tú vas a una tienda, o al mercado, a comprar alimentos o alguna cosa, no la estás pagando con billetes como crees. Esos son sólo un símbolo que facilita el intercambio de bienes. La estás pagando en verdad con tu vida. Eso que compras lo pagas con un pedazo de tu tiempo y de tus energías, que ahora se han convertido en billetes. Y como tu vida es limitada, porque algún día has de morir, y tus fuerzas también lo son, porque algún día flaquearán, lo estás pagando con algo de ti mismo que es irreemplazable, que nunca volverá y que entregas para siempre.

Sí, eso que tú adquieres lo recibes a cambio de algo de ti mismo que nunca vas a recuperar. ¿Te das cuenta?

Ahora bien, eso que compras, examínalo bien, ¿vale un pedazo de tu vida? Tienes tantas ganas de poseerlo, o te han hecho creer que es tan necesario para ti, que no vas a poder ser feliz si no lo tienes. Pero, si en lugar de dártelo a cambio de algunos billetes, te dijeran: “Te lo damos gratis si vienes a trabajar aquí en la tienda algunos días”, ¿estarías dispuesto a dar tus horas y tus días y tu cansancio para poseerlo? ¿O lo dejarías pasar? Piensa bien antes de comprar, si lo que deseas vale lo que das a cambio.

Ese celular sofisticado, ese equipo de sonido tan potente, ese vestido tan bonito, ¿valen realmente un pedazo de tu vida?

Toma en tus manos ese billete que tienes en el bolsillo y que has ganado con tanto esfuerzo. Y dile a ti mismo: “Esto es un pedazo de mi vida. No es papel como parece. Es vida.”

Más aun. Cuando compras al crédito, o pides un préstamo con algún fin, lo que estás empeñando es un pedazo de tu vida. Estás hipotecando tu tiempo futuro, tu sudor del mañana, de muchos mañanas.

Cuando firmas el contrato que te alcanzan, y que no has tenido tiempo de leer ni entiendes, y pones tu nombre en la línea punteada, estás poniendo tu firma debajo de una cláusula no escrita, que es implícita, pero que es tan verdadera: "Por este documento yo entrego a la firma tal y tal una parte de mi sudor, de mis fuerzas y de mi vida." Y debajo pones tu nombre para que no queden dudas de que estás de acuerdo.

Los intereses que te cobra la empresa, o el banco, tú los pagas con tu vida, y muchas veces terminas pagando en intereses mucho más del doble del precio que pagarías si compraras al contado. ¿Te das cuenta de que es tu vida la que entregas? Eso que compras, ¿vale un pedazo de tu vida?

Los que venden artefactos, o autos, a plazos, o los que prestan con ese fin, no están pensando en el servicio que su propaganda engañosa dice que te prestan, o en las ventajas que mentidamente dicen que te ofrecen, sino en el pedazo de tu vida que tú les vas a entregar.

Por eso es que la Biblia, para ahorrarte ese desperdicio de tu vida, te dice: No tomes prestado. En Romanos San Pablo nos advierte: "No debáis nada a nadie sino el amor mutuo." (Rm 13:8). Eso es todo lo que puedes deber a otros, sin experimentar una pérdida.

Y el libro de Proverbios recalca: "El que toma prestado es siervo del que presta" (22:7).
Sí, siervo. Una vez que tomas prestado ya no eres dueño de tu dinero -es decir, de tu vida. Ya no puedes disponer de ella a tu antojo. Antes de pensar en cuánto vas a gastar en esto o en aquello, tienes que separar la parte que necesitas para pagar las cuotas de tu préstamo. Sólo el saldo que queda es tuyo. Una parte de tu sueldo ya lo entregaste de antemano.

Veamos las cosas desde otro punto de vista. Cuando el comerciante, o el fabricante, recarga el precio de un artículo mucho más allá de su costo, al recibir los billetes con que pagas para tenerlo, te está chupando un pedazo de tu vida.

Cuando el delincuente asalta un banco, no se está llevando billetes. Se está llevando el esfuerzo ajeno, la vida ajena, de la que quiere apoderarse sin dar nada a cambio.

Cuando el financista monta una estafa y se queda con el dinero de los ahorristas, o cuando el timador hace una operación dolosa que desvía de su destino una ingente suma, ambos se están apoderando de muchas vidas ajenas.

Por eso es que Jesús llama al dinero: "riquezas injustas" (Lc 16:9). Porque los que tienen riquezas muchas veces las acumularon al precio del sudor y lágrimas de otros. Lamentablemente, tal como está estructurado, el sistema legal condona las trampas de los comerciantes y banqueros.

¿Cuándo dijo Jesús: “Bienaventurados los ricos porque de ellos es el reino de los cielos”? Al contrario. Él dijo: “Bienaventurados los pobres….(Mt 5:3) Él dijo también que era más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos (Mt 19:24).

La vida está llena de ironía. Los billetes que llevamos en la cartera han sido diseñados con arte y buen gusto. Llevan a ambos lados algunos dibujos bonitos y el retrato de algún personaje de nuestra historia.

Pero, en realidad, el retrato que deberían llevar es el de cada uno de nosotros, y las figuras que llevan deberían ser dibujos de gotas de sangre, de sudor y de lágrimas. La sangre, el sudor y las lágrimas que derramamos para ganar esos billetes.

¿Y los que viven del dinero que han heredado y que ellos nunca ganaron? Pues están viviendo de lo que otros con su vida acumularon para sus descendientes. Es también vida aunque no sea propia.

¿Es el mundo injusto? Sabemos que sí lo es, porque también es injusto el príncipe de este mundo que lo controla.

Hay una gran disparidad entre lo que unos y otros reciben a cambio de su vida. El jornalero suda bajo el sol desde que amanece hasta que anochece y no tiene descanso. Pero recibe una pequeña suma a cambio. Otro, por el contrario, trabaja en una oficina alfombrada y con aire acondicionado. Él no suda ni hace ningún esfuerzo físico. Otros lo hacen por él. Él sólo da órdenes y piensa. Pero recibe diez o veinte veces más que el jornalero. ¿Vale su vida acaso más que la del otro? Y si no, ¿por qué la diferencia?

Es que la recompensa que recibe el ejecutivo es no sólo por el tiempo y el esfuerzo que él dedica a su trabajo, sino también por el tiempo que dedicó a formarse, a adquirir la educación y la capacidad profesional que le permiten desempeñar el cargo que ocupa. Pero también por el esfuerzo de aquellos que están a sus órdenes y cuya vida, en cierta medida, él controla. Él es dueño de parte de la vida de sus subordinados. Y cuanto más alto se encuentra en la jerarquía de una organización, mayor será el fruto de la vida de otros que reciba.

¿Entiendes ahora lo que es el dinero y por qué la Biblia y Jesús hablan tanto de él? Porque el dinero no es lo que la gente piensa. Tiene mucho más valor. Vale lo que vale la vida.

Por eso es que cuando le damos a Dios la décima parte de lo que ganamos, le estamos dando en realidad una parte de nuestra vida. O mejor dicho, le estamos devolviendo una parte de lo que Él nos ha dado. Porque tus fuerzas, tu tiempo, tu vida y todo lo que tienes te lo ha dado Él. Te lo ha dado para que goces de ello, pero también para que le sirvas.

En vista de todo lo anterior podemos ahora preguntar: ¿Cuál debe ser la actitud del cristiano frente a la posibilidad, o a la tentación, de endeudarse, sobre todo frente a las ofertas seductoras de crédito fácil que publicitan las instituciones financieras para atraer a los incautos. ¿Quién no ha recibido ese tipo ofertas?

Quizá no esté de más recordar aquí el proverbio: “El avisado ve el mal y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño.” que por alguna buena razón figura dos veces en ese libro: 22:3 y 27:12.

El avisado es el que descubre la trampa detrás del seductor aviso y no muerde el anzuelo. El simple no se da cuenta y se deja pescar, y después gime bajo el peso de las cuotas que no puede pagar.

¡Cuántos incautos, atraídos por el señuelo de adquirir algo que está por encima de sus posibilidades, aceptan tarjetas de crédito de las casas comerciales, o se enganchan en créditos de los que después sólo pueden salir trabajosamente! Cuando terminan de pagar constatan que lo comprado les costó el doble, o el triple, de lo que les hubiera costado si lo pagaban al contado.

En esto consiste el engaño: Te ofrecen facilitarte la compra de lo que deseas, pero no te dicen cuánto te va a costar el capricho; no te dicen que te van a chupar la sangre.

Una vez más debemos recordar la frase de Pablo: “No debáis nada a nadie, salvo el amor mutuo.” (Rm 13:8ª), que debe regir nuestra conducta en este campo. La regla sana es: Si no lo puedes comprar al contado, no lo compres.

¿Quiere eso decir que no debemos endeudarnos en ningún caso? Dejando de lado las emergencias en las que puede ser inevitable endeudarse, hay algunos casos en que sí se puede justificar tomar un préstamo.

El más obvio es la vivienda. La compra de una casa, o de un departamento, al contado es algo que está por encima de las posibilidades de la gran mayoría de la gente. Para solucionar esa dificultad se han creado los créditos hipotecarios que ofrecen los bancos y otras instituciones financieras, a tasas que son por lo general razonables.

Una regla que siguen los bancos es que la cuota mensual no debe ser superior al 30%, es decir, a la tercera parte de los ingresos de la persona, o de la familia que adquiere la vivienda.

Es obvio que si se va a pagar un alquiler por la vivienda que uno ocupa, que es un dinero que nunca regresa, tiene mucho sentido dar esa misma cantidad, o una cantidad semejante, para adquirir un inmueble que luego será propio. El ideal es que todo hogar sea dueño de la casa que habita. Tener una casa propia da una gran seguridad a la persona, que se refleja en cómo se comporta.

Otro motivo por el cual puede justificarse contraer un préstamo sería para comprar un taller, o una oficina, o una herramienta de trabajo necesaria. Allí los factores que han de sopesarse son el rendimiento mensual esperado frente al monto de las cuotas del crédito. El rendimiento esperado de forma realista, y calculado sin vanas ilusiones, debe superar ampliamente la obligación mensual contraída. De lo contrario pueden surgir dificultades y hasta se puede sufrir la pérdida del bien comprado, así como del dinero pagado hasta ese momento.

Adquirir un automóvil es un deseo que todo el mundo tiene, y es explicable, porque el auto da gran libertad y facilidad de movimientos, aunque en los últimos tiempos, con el enorme aumento del tráfico que se ha vuelto pesado, y la dificultad para encontrar estacionamiento, esa libertad y rapidez de desplazamiento ha disminuido considerablemente. Hay lugares a los que a veces es mejor ir en taxi que en el carro propio.

Hoy día se puede comprar un auto usado a la cuarta o quinta parte del precio de uno nuevo. Por eso no tendría sentido endeudarse para comprar uno, salvo que se le vaya a usar como taxi.

Si no tienes a la mano el dinero para comprar el carro de tus sueños al contado, mejor es que esperes y ahorres. Hay que tener en cuenta que un carro genera gastos, que se van a sumar a las cuotas del crédito. Por lo pronto, la gasolina, el aceite, y las inevitables reparaciones, grandes y pequeñas. Luego vienen el seguro del auto y el SOAT. Pero si cedes a la tentación de comprar un auto nuevo al crédito –como mucha gente hace endeudándose al máximo- vas a terminar pagando por lo menos un 50% más de lo que te costaría pagarlo al contado. ¿Vale la pena hipotecar tus ingresos por dos o tres años para darte el gusto de pasearte en un carro nuevo?

Otra cosa es si lo compras para hacer taxi. En ese caso se justificaría quizá endeudarse, siempre y cuando los intereses no sean leoninos, y el auto esté en buen estado.

Esto me lleva a hacer una grave advertencia. Nunca recurras a un prestamista informal, de esos que llaman tiburones, porque, aparte de que los intereses que suelen cobrar son exorbitantes, si no les pagas puntualmente pueden recurrir a tácticas delincuenciales para cobrar lo que les debes. No te metas con esa clase de gente, porque no suelen tener escrúpulos.

Otra advertencia importante: Nunca te endeudes para gastos de consumo (comida, bebida y otros rubros domésticos como luz y agua), salvo en casos de emergencia. Puede tener sentido comprar una refrigeradora, o una cocina, a plazos, siempre y cuando las cuotas no representen un incremento en el precio de más del 30%, y que puedas pagarlas sin dificultad. Pero es mucho mejor que ahorres y lo compres al contado. Si la refrigeradora cuesta al contado mil soles, y a plazos, mil cuatrocientos, ¿por qué quieres regalar cuatrocientos soles?

Me queda hablar de las tarjetas de crédito. Últimamente los diarios han venido hablando del gran abuso que cometen las casas comerciales y algunos bancos con las tarjetas que emiten. Felizmente la Superintendencia de Banca y Seguros ha empezado a ajustarle las clavijas a unos y otros.

Si usas una tarjeta para tus compras ordinarias, paga lo gastado puntualmente a fin de mes, o el día que te toque. Nunca compres en cuotas. Resulta carísimo. Hay bancos que cobran hasta un 200% al año de intereses. Eso significa que pagas el triple del precio al contado. Si te cobran el 100%, pagas el doble, sin contar las comisiones, y los cargos por cualquier pretexto. ¿Vale la pena? ¿Así administras el dinero que Dios te ha confiado? (Nota 1).

No caigas en la trampa de Navidad: el primer mes no pagas. Te ofrecen eso no por hacerte un favor, sino para chuparte tu vida, tu sudor y tus lágrimas. Ni muerdas el señuelo de las “cómodas cuotas mensuales”, a menos que quieras regalar tu dinero.

Hace años cuando trabajaba en Banca Corporativa de un banco local, me asignaron la cuenta de Sears, empresa que entonces estaba en su apogeo. Eso me permitió examinar sus estados financieros. Para gran sorpresa mía descubrí que sólo la mitad de sus utilidades provenía del margen entre el costo y el precio de venta de los productos que vendían. La otra mitad de sus utilidades provenía de la tarjeta rotativa de crédito que ofrecían a los ingenuos como yo, es decir, de lo que nos cobraban en intereses y comisiones por el privilegio de tener su tarjeta. (2).

Cuando me enteré de eso, rompí mi tarjeta y nunca he vuelto a usar una tarjeta emitida por una tienda comercial.

Para terminar diremos: Acatar la norma paulina de no deber nada a nadie salvo el amor mutuo, es cosa de sabios. Ignorarla es cosa de necios.

Notas: 1. El mes pasado se realizó en el Congreso un Foro sobre la Defensa de los Derechos del Consumidor convocado por la presidenta de la Comisión que lleva ese nombre, la congresista Alda Lazo, y en el cual participaron los presidentes de INDECOPI y de ASPEC, así como una funcionaria de la Superintendencia de Banca y Seguros. En esa reunión muy ilustrativa se expusieron las muchas mañas y trampas, lindantes con el delito, que usan los bancos y casas comerciales para abultar los cobros que hacen a sus ingenuos clientes por el crédito que les otorgan. Es un hecho que las utilidades que tienen los bancos actualmente son el triple de lo que solían ser hace unos años. Sus políticas crediticias están regidas por una codicia y angurria de ganancias insaciable, porque el nivel ético que gobierna sus actividades ha descendido mucho.

2. También me enteré de que su tienda en Lima era su filial internacional más rentable. Eso era porque los peruanos aguantamos que nos cobren en intereses lo que en otros países no permiten.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

NB. Este texto fue escrito para la cuarta de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico en febrero pasado. En la redacción de su primera parte utilicé un articulo publicado en un periódico hace más de veinte años y luego en esta serie.

#620 (28.03.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).