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miércoles, 13 de abril de 2022

EL SECRETO DEL DINERO IV

EL SECRETO DEL DINERO IV

Cuando le damos a Dios la décima parte de lo que ganamos, le estamos dando en realidad una parte de nuestra vida. O mejor dicho, le estamos devolviendo una parte de lo que Él nos ha dado. Porque tus fuerzas, tu tiempo, tu vida y todo lo que tienes te lo ha dado Él. Te lo ha dado para que goces de ello, pero también para que le sirvas.


miércoles, 23 de marzo de 2022

EL SECRETO DEL DINERO I

EL SECRETO DEL DINERO I

Eso que compras lo pagas con un pedazo de tu tiempo y de tus energías, que ahora se han convertido en billetes. Y como tu vida es limitada, porque algún día has de morir, y tus fuerzas también lo son, porque algún día flaquearán, lo estás pagando con algo de ti mismo que es irreemplazable, que nunca volverá y que entregas para siempre.


martes, 7 de mayo de 2013

EL SECRETO DEL DINERO


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.

EL SECRETO DEL DINERO

La gente no sabe lo que es el dinero. Los economistas tampoco saben realmente lo que es el dinero, aunque lo estudian. Porque lo que el dinero es, es un secreto. Un secreto en verdad muy sencillo.  Pero tan sencillo que permanece ignorado.
Si tú eres funcionario, o empleado u obrero, cuando llega el fin de semana, o de la quincena, o del mes, tu empleador te entrega unos billetes, o un cheque, o te abona determinada suma en tu cuenta. Es decir, te paga tu salario. Pero no lo hace por tu linda cara, o porque tú le caigas simpático.
Él no se dice: "¡Qué bien me cae este muchacho! ¡Qué simpático es! Le voy a regalar unos cuantos billetes para que esté contento y siga viniendo a mi compañía."
No. Él te paga tu sueldo porque tú has realizado un trabajo que él valora, que para él es necesario en su negocio o en su empresa. Es decir, porque has empleado tu tiempo y tus fuerzas haciendo algo que él considera útil para sus intereses, que lo beneficia y porque lo has hecho bien. De lo contrario, no te daría nada y te despediría.
En buenas cuentas, tú le has entregado una parte de tu vida, es decir, de tus fuerzas y de tu tiempo, que son tu vida, y él te compensa pagándote lo que él piensa que vale en billetes esa pequeña porción de tu vida que tú le has dado.
Los billetes que recibes son el contravalor del tiempo y de las fuerzas que has empleado en su servicio. El dinero de tu sobre de pago es eso: lo que tú recibes a cambio de tu vida. Y fíjate que en el mercado del trabajo la vida de unos vale mucho y la de otros vale poco. Y a veces ese valor guarda poca relación con el esfuerzo desplegado.
Así pues, cuando tú vas a una tienda o al mercado a comprar alimentos, o alguna cosa, no la estás pagando con billetes como crees. Eso es sólo un símbolo que facilita el intercambio de mercaderías. La estás pagando en verdad con tu vida. Eso que compras lo pagas con un pedazo de tu tiempo y de tus energías, que ahora se han convertido en billetes. Y como tu vida es limitada, porque algún día has de morir, y tus fuerzas también lo son, porque algún día flaquearán, lo estás pagando con algo de ti mismo que es irreemplazable, que nunca volverá y que entregas para siempre.
Sí, eso que tú adquieras lo recibes a cambio de algo de tí mismo que nunca vas a recuperar.
Ahora bien, eso que compras, examínalo bien, ¿vale un pedazo de tu vida? Tienes tantas ganas de poseerlo, o te han hecho creer que es tan necesario, que no vas a poder ser feliz si no lo tienes. Pero, si en lugar de dártelo a cambio de algunos billetes, te dijeran: “Te lo damos si vienes a trabajar aquí en la tienda algunos días”, ¿estarías dispuesto a dar tus horas y tus días, y tu cansancio para poseerlo? ¿O lo dejarías pasar? Piensa bien antes de comprar.
Toma en tus manos esa moneda que tienes en el bolsillo y que has ganado con tanto esfuerzo. Y dile a ti mismo: Esto es un pedazo de mi vida. No es bronce o latón, como parece. Es vida.
Cuando compras al crédito o pides un préstamo con algún fin, lo que estás empeñando es un pedazo de tu vida. Estás hipotecando tu tiempo futuro, tu sudor del mañana, de muchos mañanas.
Cuando firmas el contrato que te alcanzan y pones tu nombre en la línea punteada, estás poniendo tu firma debajo de una cláusula no escrita, que es implícita pero que es tan verdadera: "Por este documento yo entrego a la firma tal y tal una parte de mi sudor, de mis fuerzas y de mi vida." Y debajo pones tu nombre para que no queden dudas de que estás de acuerdo.
Los intereses que te cobran tú los pagas con tu vida y muchas veces terminas pagando en intereses mucho más del doble del precio que pagarías si compraras al contado. ¿Te das cuenta de que es tu vida la que entregas? Eso que compras ¿vale un pedazo de tu vida?
Los que venden artefactos o autos a plazos, o los que prestan con ese fin, no están pensando en el servicio que su propaganda engañosa dice que te prestan, o en las ventajas que mentidamente dicen que te ofrecen, sino en el pedazo de tu vida que tú les vas a entregar.
Por eso es que la Biblia, para ahorrarte ese desperdicio de tu vida, te dice: no tomes prestado. En Romanos San Pablo dice: "No debáis nada a nadie sino el amor mutuo." (Rm 13:8). Eso es todo lo que puedes deber a otros, sin experimentar una pérdida. Y el libro de Proverbios recalca: "El que toma prestado es siervo del que presta" (Pr 22:7).
Sí, siervo. Una vez que tomas prestado ya no eres dueño de tu dinero -es decir, de tu vida. Ya no puedes disponer de ella a tu antojo. Antes de pensar en cuánto vas a gastar en esto o en aquello, tienes que separar la parte que necesitas para pagar las cuotas de tu préstamo. Sólo el saldo que queda es tuyo. Una parte de tu sueldo ya lo entregaste de antemano.
Veamos las cosas desde otro punto de vista. Cuando el comerciante, o el productor, recargan el precio de un artículo mucho más allá de su costo, al recibir los billetes con que pagas para tenerlo, te están chupando un pedazo de tu vida.
Cuando el delincuente asalta un banco, no se está llevando billetes. Se está llevando el esfuerzo ajeno, la vida ajena, de la que quiere apoderarse sin dar nada a cambio.
Cuando el financista monta una estafa y se queda con el dinero de los ahorristas, o cuando el timador hace una operación dolosa que desvía de su destino una ingente suma, ambos se están apoderando de muchas vidas ajenas.
Por eso es que Jesús llama al dinero: "riquezas injustas" (Lc 16:9). Porque los que tienen riquezas muchas veces las acumularon al precio del sudor y lágrimas de otros.
La vida está llena de ironía. Los billetes que llevamos en la cartera han sido diseñados con arte y buen gusto. Llevan a ambos lados algunos dibujos bonitos y el retrato de algún personaje de nuestra historia.
Pero en realidad, el retrato que deberían llevar es el de cada uno de nosotros y las figuras que llevan deberían ser dibujos de gotas de sangre, de sudor y de lágrimas. La sangre, el sudor y las lágrimas que derramamos para ganar esos billetes.
¿Y los que viven del dinero que han heredado y que ellos nunca ganaron? Pues están viviendo de lo que otros con su vida acumularon para sus descendientes. Es también vida aunque no sea propia.
¿Es el mundo injusto? Sabemos que sí lo es porque también es injusto el príncipe de este mundo que lo controla.
Hay una gran disparidad entre lo que unos y otros reciben a cambio de su vida. El jornalero suda bajo el sol desde que amanece hasta que anochece y no tiene descanso. Pero recibe una pequeña suma a cambio. Otro, por el contrario, trabaja en una oficina alfombrada y con aire acondicionado. Él no suda ni hace ningún esfuerzo físico. Otros lo hacen por él. Él sólo da órdenes y piensa. Pero recibe cien veces más que el jornalero. ¿Vale su vida más que la del otro? ¿Por qué la diferencia?
Es que la recompensa que recibe el ejecutivo es no sólo por el tiempo y el esfuerzo que él mismo dedica a su trabajo, sino también por el tiempo que dedicó a formarse, a adquirir la educación y la capacidad profesional que le permiten desempeñar el cargo que ocupa. Pero también por el esfuerzo de aquellos que están debajo de él y cuya vida en cierta medida él controla. Él es dueño de parte de la vida de sus subordinados. Y cuanto más alto se encuentre en la jerarquía de una organización, mayor será el fruto de la vida de otros que reciba. Pero en muchas ocasiones  hay una gran desproporción entre el trabajo que rinde el ejecutivo y la recompensa que recibe.
¿Entiendes ahora lo que el dinero es y porqué la Biblia y Jesús hablan tanto de él? Porque el dinero no es lo que la gente piensa. Tiene mucho más valor. Vale lo que vale la vida.
Por eso es, para terminar, que cuando le damos a Dios la décima parte de lo que ganamos, le estamos dando en realidad una parte de nuestra vida. O mejor dicho, le estamos devolviendo una parte de lo que Él nos ha dado. Porque tus fuerzas, tu tiempo, tu vida y todo lo que tienes te lo ha dado Él. Te lo ha dado para que goces de ello, pero también para que le sirvas.
Todos debemos servir a Dios porque “siervos suyos somos y ovejas de su prado" (Sal 100:3c). Sin embargo, no todos podemos dedicar nuestro tiempo exclusivamente a servirle, ni tampoco quiere Él eso. Pero todos sí podemos servir a Dios con nuestro dinero. Al dar el diezmo estamos sirviéndole con un pedazo de nuestra vida, con la vida que empleamos para ganar el dinero de nuestro diezmo.  Ésa es una de las muestras de amor que Él espera de sus hijos.
NB: El impulso para escribir esta charla me lo proporcionó una enseñanza de John Avanzini escuchada en Lima hace algunos años. Fue impresa por primera vez el año 2001.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#774 (14.04.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

miércoles, 14 de abril de 2010

LA ADMINISTRACIÓN DE LAS COMPRAS Y DEL CRÉDITO

Hoy vamos a hablar de la administración de las compras y del crédito en el seno del hogar. Pero para poder abordar ese tema inteligentemente necesitamos tener una idea clara de lo que es el dinero, cuál es su naturaleza, porque la mayoría de la gente no sabe lo que es el dinero. Los economistas tampoco saben lo que realmente es el dinero, aunque lo estudian. Porque lo que el dinero es, es un secreto. Un secreto en verdad muy sencillo, tan sencillo que permanece ignorado.

Si tú eres funcionario, o empleado u obrero, cuando llega el fin de semana, o de la quincena, o del mes, tu empleador te entrega unos billetes, o un cheque, o te abona determinada suma en tu cuenta. Es decir, te paga tu salario. Pero no lo hace por tu linda cara, o porque tú le caigas simpático.

Él no se dice: "¡Qué bien me cae este muchacho! ¡Qué simpático es! Le voy a regalar unos cuantos billetes para que esté contento y siga viniendo a mi compañía."

No. Él te paga tu sueldo porque tú has realizado un trabajo que él valora, que para él es necesario en su negocio o en su empresa. Es decir, porque has empleado tu tiempo y tus fuerzas haciendo algo que él considera útil para sus intereses, que lo beneficia, y porque lo has hecho bien. De lo contrario, no te daría nada y te despediría.

En buenas cuentas, tú le has entregado durante la semana, o durante el mes, una parte de tu vida, es decir, de tus fuerzas y de tu tiempo, que son tu vida, y él te compensa pagándote lo que él piensa que vale en billetes esa pequeña porción de tu vida que tú le has dado.

Los billetes que recibes son el contravalor del tiempo y de las fuerzas que has empleado en su servicio. El dinero de tu sobre de pago es eso: lo que tú recibes a cambio de tu vida. Y fíjate que en el mercado del trabajo la vida de unos vale mucho y la de otros vale poco. Y a veces ese valor guarda poca relación con el esfuerzo desplegado.

Así pues, cuando tú vas a una tienda, o al mercado, a comprar alimentos o alguna cosa, no la estás pagando con billetes como crees. Esos son sólo un símbolo que facilita el intercambio de bienes. La estás pagando en verdad con tu vida. Eso que compras lo pagas con un pedazo de tu tiempo y de tus energías, que ahora se han convertido en billetes. Y como tu vida es limitada, porque algún día has de morir, y tus fuerzas también lo son, porque algún día flaquearán, lo estás pagando con algo de ti mismo que es irreemplazable, que nunca volverá y que entregas para siempre.

Sí, eso que tú adquieres lo recibes a cambio de algo de ti mismo que nunca vas a recuperar. ¿Te das cuenta?

Ahora bien, eso que compras, examínalo bien, ¿vale un pedazo de tu vida? Tienes tantas ganas de poseerlo, o te han hecho creer que es tan necesario para ti, que no vas a poder ser feliz si no lo tienes. Pero, si en lugar de dártelo a cambio de algunos billetes, te dijeran: “Te lo damos gratis si vienes a trabajar aquí en la tienda algunos días”, ¿estarías dispuesto a dar tus horas y tus días y tu cansancio para poseerlo? ¿O lo dejarías pasar? Piensa bien antes de comprar, si lo que deseas vale lo que das a cambio.

Ese celular sofisticado, ese equipo de sonido tan potente, ese vestido tan bonito, ¿valen realmente un pedazo de tu vida?

Toma en tus manos ese billete que tienes en el bolsillo y que has ganado con tanto esfuerzo. Y dile a ti mismo: “Esto es un pedazo de mi vida. No es papel como parece. Es vida.”

Más aun. Cuando compras al crédito, o pides un préstamo con algún fin, lo que estás empeñando es un pedazo de tu vida. Estás hipotecando tu tiempo futuro, tu sudor del mañana, de muchos mañanas.

Cuando firmas el contrato que te alcanzan, y que no has tenido tiempo de leer ni entiendes, y pones tu nombre en la línea punteada, estás poniendo tu firma debajo de una cláusula no escrita, que es implícita, pero que es tan verdadera: "Por este documento yo entrego a la firma tal y tal una parte de mi sudor, de mis fuerzas y de mi vida." Y debajo pones tu nombre para que no queden dudas de que estás de acuerdo.

Los intereses que te cobra la empresa, o el banco, tú los pagas con tu vida, y muchas veces terminas pagando en intereses mucho más del doble del precio que pagarías si compraras al contado. ¿Te das cuenta de que es tu vida la que entregas? Eso que compras, ¿vale un pedazo de tu vida?

Los que venden artefactos, o autos, a plazos, o los que prestan con ese fin, no están pensando en el servicio que su propaganda engañosa dice que te prestan, o en las ventajas que mentidamente dicen que te ofrecen, sino en el pedazo de tu vida que tú les vas a entregar.

Por eso es que la Biblia, para ahorrarte ese desperdicio de tu vida, te dice: No tomes prestado. En Romanos San Pablo nos advierte: "No debáis nada a nadie sino el amor mutuo." (Rm 13:8). Eso es todo lo que puedes deber a otros, sin experimentar una pérdida.

Y el libro de Proverbios recalca: "El que toma prestado es siervo del que presta" (22:7).
Sí, siervo. Una vez que tomas prestado ya no eres dueño de tu dinero -es decir, de tu vida. Ya no puedes disponer de ella a tu antojo. Antes de pensar en cuánto vas a gastar en esto o en aquello, tienes que separar la parte que necesitas para pagar las cuotas de tu préstamo. Sólo el saldo que queda es tuyo. Una parte de tu sueldo ya lo entregaste de antemano.

Veamos las cosas desde otro punto de vista. Cuando el comerciante, o el fabricante, recarga el precio de un artículo mucho más allá de su costo, al recibir los billetes con que pagas para tenerlo, te está chupando un pedazo de tu vida.

Cuando el delincuente asalta un banco, no se está llevando billetes. Se está llevando el esfuerzo ajeno, la vida ajena, de la que quiere apoderarse sin dar nada a cambio.

Cuando el financista monta una estafa y se queda con el dinero de los ahorristas, o cuando el timador hace una operación dolosa que desvía de su destino una ingente suma, ambos se están apoderando de muchas vidas ajenas.

Por eso es que Jesús llama al dinero: "riquezas injustas" (Lc 16:9). Porque los que tienen riquezas muchas veces las acumularon al precio del sudor y lágrimas de otros. Lamentablemente, tal como está estructurado, el sistema legal condona las trampas de los comerciantes y banqueros.

¿Cuándo dijo Jesús: “Bienaventurados los ricos porque de ellos es el reino de los cielos”? Al contrario. Él dijo: “Bienaventurados los pobres….(Mt 5:3) Él dijo también que era más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos (Mt 19:24).

La vida está llena de ironía. Los billetes que llevamos en la cartera han sido diseñados con arte y buen gusto. Llevan a ambos lados algunos dibujos bonitos y el retrato de algún personaje de nuestra historia.

Pero, en realidad, el retrato que deberían llevar es el de cada uno de nosotros, y las figuras que llevan deberían ser dibujos de gotas de sangre, de sudor y de lágrimas. La sangre, el sudor y las lágrimas que derramamos para ganar esos billetes.

¿Y los que viven del dinero que han heredado y que ellos nunca ganaron? Pues están viviendo de lo que otros con su vida acumularon para sus descendientes. Es también vida aunque no sea propia.

¿Es el mundo injusto? Sabemos que sí lo es, porque también es injusto el príncipe de este mundo que lo controla.

Hay una gran disparidad entre lo que unos y otros reciben a cambio de su vida. El jornalero suda bajo el sol desde que amanece hasta que anochece y no tiene descanso. Pero recibe una pequeña suma a cambio. Otro, por el contrario, trabaja en una oficina alfombrada y con aire acondicionado. Él no suda ni hace ningún esfuerzo físico. Otros lo hacen por él. Él sólo da órdenes y piensa. Pero recibe diez o veinte veces más que el jornalero. ¿Vale su vida acaso más que la del otro? Y si no, ¿por qué la diferencia?

Es que la recompensa que recibe el ejecutivo es no sólo por el tiempo y el esfuerzo que él dedica a su trabajo, sino también por el tiempo que dedicó a formarse, a adquirir la educación y la capacidad profesional que le permiten desempeñar el cargo que ocupa. Pero también por el esfuerzo de aquellos que están a sus órdenes y cuya vida, en cierta medida, él controla. Él es dueño de parte de la vida de sus subordinados. Y cuanto más alto se encuentra en la jerarquía de una organización, mayor será el fruto de la vida de otros que reciba.

¿Entiendes ahora lo que es el dinero y por qué la Biblia y Jesús hablan tanto de él? Porque el dinero no es lo que la gente piensa. Tiene mucho más valor. Vale lo que vale la vida.

Por eso es que cuando le damos a Dios la décima parte de lo que ganamos, le estamos dando en realidad una parte de nuestra vida. O mejor dicho, le estamos devolviendo una parte de lo que Él nos ha dado. Porque tus fuerzas, tu tiempo, tu vida y todo lo que tienes te lo ha dado Él. Te lo ha dado para que goces de ello, pero también para que le sirvas.

En vista de todo lo anterior podemos ahora preguntar: ¿Cuál debe ser la actitud del cristiano frente a la posibilidad, o a la tentación, de endeudarse, sobre todo frente a las ofertas seductoras de crédito fácil que publicitan las instituciones financieras para atraer a los incautos. ¿Quién no ha recibido ese tipo ofertas?

Quizá no esté de más recordar aquí el proverbio: “El avisado ve el mal y se esconde; mas los simples pasan y reciben el daño.” que por alguna buena razón figura dos veces en ese libro: 22:3 y 27:12.

El avisado es el que descubre la trampa detrás del seductor aviso y no muerde el anzuelo. El simple no se da cuenta y se deja pescar, y después gime bajo el peso de las cuotas que no puede pagar.

¡Cuántos incautos, atraídos por el señuelo de adquirir algo que está por encima de sus posibilidades, aceptan tarjetas de crédito de las casas comerciales, o se enganchan en créditos de los que después sólo pueden salir trabajosamente! Cuando terminan de pagar constatan que lo comprado les costó el doble, o el triple, de lo que les hubiera costado si lo pagaban al contado.

En esto consiste el engaño: Te ofrecen facilitarte la compra de lo que deseas, pero no te dicen cuánto te va a costar el capricho; no te dicen que te van a chupar la sangre.

Una vez más debemos recordar la frase de Pablo: “No debáis nada a nadie, salvo el amor mutuo.” (Rm 13:8ª), que debe regir nuestra conducta en este campo. La regla sana es: Si no lo puedes comprar al contado, no lo compres.

¿Quiere eso decir que no debemos endeudarnos en ningún caso? Dejando de lado las emergencias en las que puede ser inevitable endeudarse, hay algunos casos en que sí se puede justificar tomar un préstamo.

El más obvio es la vivienda. La compra de una casa, o de un departamento, al contado es algo que está por encima de las posibilidades de la gran mayoría de la gente. Para solucionar esa dificultad se han creado los créditos hipotecarios que ofrecen los bancos y otras instituciones financieras, a tasas que son por lo general razonables.

Una regla que siguen los bancos es que la cuota mensual no debe ser superior al 30%, es decir, a la tercera parte de los ingresos de la persona, o de la familia que adquiere la vivienda.

Es obvio que si se va a pagar un alquiler por la vivienda que uno ocupa, que es un dinero que nunca regresa, tiene mucho sentido dar esa misma cantidad, o una cantidad semejante, para adquirir un inmueble que luego será propio. El ideal es que todo hogar sea dueño de la casa que habita. Tener una casa propia da una gran seguridad a la persona, que se refleja en cómo se comporta.

Otro motivo por el cual puede justificarse contraer un préstamo sería para comprar un taller, o una oficina, o una herramienta de trabajo necesaria. Allí los factores que han de sopesarse son el rendimiento mensual esperado frente al monto de las cuotas del crédito. El rendimiento esperado de forma realista, y calculado sin vanas ilusiones, debe superar ampliamente la obligación mensual contraída. De lo contrario pueden surgir dificultades y hasta se puede sufrir la pérdida del bien comprado, así como del dinero pagado hasta ese momento.

Adquirir un automóvil es un deseo que todo el mundo tiene, y es explicable, porque el auto da gran libertad y facilidad de movimientos, aunque en los últimos tiempos, con el enorme aumento del tráfico que se ha vuelto pesado, y la dificultad para encontrar estacionamiento, esa libertad y rapidez de desplazamiento ha disminuido considerablemente. Hay lugares a los que a veces es mejor ir en taxi que en el carro propio.

Hoy día se puede comprar un auto usado a la cuarta o quinta parte del precio de uno nuevo. Por eso no tendría sentido endeudarse para comprar uno, salvo que se le vaya a usar como taxi.

Si no tienes a la mano el dinero para comprar el carro de tus sueños al contado, mejor es que esperes y ahorres. Hay que tener en cuenta que un carro genera gastos, que se van a sumar a las cuotas del crédito. Por lo pronto, la gasolina, el aceite, y las inevitables reparaciones, grandes y pequeñas. Luego vienen el seguro del auto y el SOAT. Pero si cedes a la tentación de comprar un auto nuevo al crédito –como mucha gente hace endeudándose al máximo- vas a terminar pagando por lo menos un 50% más de lo que te costaría pagarlo al contado. ¿Vale la pena hipotecar tus ingresos por dos o tres años para darte el gusto de pasearte en un carro nuevo?

Otra cosa es si lo compras para hacer taxi. En ese caso se justificaría quizá endeudarse, siempre y cuando los intereses no sean leoninos, y el auto esté en buen estado.

Esto me lleva a hacer una grave advertencia. Nunca recurras a un prestamista informal, de esos que llaman tiburones, porque, aparte de que los intereses que suelen cobrar son exorbitantes, si no les pagas puntualmente pueden recurrir a tácticas delincuenciales para cobrar lo que les debes. No te metas con esa clase de gente, porque no suelen tener escrúpulos.

Otra advertencia importante: Nunca te endeudes para gastos de consumo (comida, bebida y otros rubros domésticos como luz y agua), salvo en casos de emergencia. Puede tener sentido comprar una refrigeradora, o una cocina, a plazos, siempre y cuando las cuotas no representen un incremento en el precio de más del 30%, y que puedas pagarlas sin dificultad. Pero es mucho mejor que ahorres y lo compres al contado. Si la refrigeradora cuesta al contado mil soles, y a plazos, mil cuatrocientos, ¿por qué quieres regalar cuatrocientos soles?

Me queda hablar de las tarjetas de crédito. Últimamente los diarios han venido hablando del gran abuso que cometen las casas comerciales y algunos bancos con las tarjetas que emiten. Felizmente la Superintendencia de Banca y Seguros ha empezado a ajustarle las clavijas a unos y otros.

Si usas una tarjeta para tus compras ordinarias, paga lo gastado puntualmente a fin de mes, o el día que te toque. Nunca compres en cuotas. Resulta carísimo. Hay bancos que cobran hasta un 200% al año de intereses. Eso significa que pagas el triple del precio al contado. Si te cobran el 100%, pagas el doble, sin contar las comisiones, y los cargos por cualquier pretexto. ¿Vale la pena? ¿Así administras el dinero que Dios te ha confiado? (Nota 1).

No caigas en la trampa de Navidad: el primer mes no pagas. Te ofrecen eso no por hacerte un favor, sino para chuparte tu vida, tu sudor y tus lágrimas. Ni muerdas el señuelo de las “cómodas cuotas mensuales”, a menos que quieras regalar tu dinero.

Hace años cuando trabajaba en Banca Corporativa de un banco local, me asignaron la cuenta de Sears, empresa que entonces estaba en su apogeo. Eso me permitió examinar sus estados financieros. Para gran sorpresa mía descubrí que sólo la mitad de sus utilidades provenía del margen entre el costo y el precio de venta de los productos que vendían. La otra mitad de sus utilidades provenía de la tarjeta rotativa de crédito que ofrecían a los ingenuos como yo, es decir, de lo que nos cobraban en intereses y comisiones por el privilegio de tener su tarjeta. (2).

Cuando me enteré de eso, rompí mi tarjeta y nunca he vuelto a usar una tarjeta emitida por una tienda comercial.

Para terminar diremos: Acatar la norma paulina de no deber nada a nadie salvo el amor mutuo, es cosa de sabios. Ignorarla es cosa de necios.

Notas: 1. El mes pasado se realizó en el Congreso un Foro sobre la Defensa de los Derechos del Consumidor convocado por la presidenta de la Comisión que lleva ese nombre, la congresista Alda Lazo, y en el cual participaron los presidentes de INDECOPI y de ASPEC, así como una funcionaria de la Superintendencia de Banca y Seguros. En esa reunión muy ilustrativa se expusieron las muchas mañas y trampas, lindantes con el delito, que usan los bancos y casas comerciales para abultar los cobros que hacen a sus ingenuos clientes por el crédito que les otorgan. Es un hecho que las utilidades que tienen los bancos actualmente son el triple de lo que solían ser hace unos años. Sus políticas crediticias están regidas por una codicia y angurria de ganancias insaciable, porque el nivel ético que gobierna sus actividades ha descendido mucho.

2. También me enteré de que su tienda en Lima era su filial internacional más rentable. Eso era porque los peruanos aguantamos que nos cobren en intereses lo que en otros países no permiten.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

NB. Este texto fue escrito para la cuarta de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico en febrero pasado. En la redacción de su primera parte utilicé un articulo publicado en un periódico hace más de veinte años y luego en esta serie.

#620 (28.03.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 26 de marzo de 2010

PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO II

Después de haber mencionado los peligros que esconde el amor al dinero, terminé mi charla anterior preguntando ¿cuál debe ser la actitud del cristiano frente al dinero? Vamos a tratar de contestar a esa pregunta.

En su primera epístola a Timoteo San Pablo escribe que "el amor al dinero es la raíz de todos los males." (1Tm 6:10) No escribe que el dinero sea la raíz de todos los males, sino el amor al dinero. El dinero en sí es neutro. Es un instrumento indispensable para la vida, sin el cual la vida urbana, la vida de la sociedad, sobre todo en las ciudades, sería imposible.

Hemos visto, sin embargo, cómo el dinero, en virtud de su capacidad de permitirnos adquirir cosas, y del poder que otorga, se convierte para el hombre en un fin en sí mismo. Y hemos visto también cuáles son las variadas motivaciones por las cuales el hombre busca tener y acumular dinero, y hace del dinero un ídolo, al que puede llegar a sacrificar todo. El afán de poseerlo distorsiona las prioridades humanas y distorsiona nuestra escala de valores morales. Por amor al dinero el hombre se convierte en enemigo del hombre y es capaz de cometer los actos más atroces. San Pablo tenía pues razón al denunciar al amor al dinero como la raíz de todos los males.

Ahora bien, aun reconociendo que las cosas sean como hemos descrito, puesto que el dinero es indispensable para vivir, ¿existen motivaciones justas para desear tener dinero? ¿Existen razones justas para desear adqurirlo sin que se nos convierta en un ídolo?

Sí las hay. El hombre equilibrado, el cristiano, tiene sobradas razones buenas para desear ganar dinero, e incluso, para llegar a ser una persona adinerada. ¿Cuáles son?

En primer lugar, y esto es obvio, para no pasar necesidad. Es necesario tener el dinero requerido para comer, para vestirse y tener un techo.

En segundo lugar, y esto es muy importante, para dar a nuestra familia una vida decorosa, digna. El hombre que tiene esposa e hijos tiene el deber de proveer no sólo a su sustento, sino que debe proporcionar a sus hijos una buena educación que les permita enfrentar los retos de la vida más adelante; debe atender a su salud, proporcionarles oportunidades de sano entretenimiento, etc., es decir, todas aquellas cosas que constituyen una vida equilibrada. San Pablo dice que el creyente que no provee para los suyos es peor que un incrédulo (1Tm 5:8).

Una excelente motivación para tener más dinero en exceso de lo indispensable es para dar a los que no tienen. La palabra de Dios en el Antiguo y en el Nuevo Testamento recomienda en muchos pasajes acordarse de los menos favorecidos y proveer a las necesidades del prójimo que carece de las cosas más elementales.

Jesús llegó incluso a decir que lo que hagamos por el pobre, se lo hacemos a Él (Mt 25:40). Es como si Jesús se disfrazara de pobre y nos visitara para darnos oportunidad de manifestar nuestro amor por Él con hechos prácticos, mostrándoselo al pobre. Tengamos pues mucho cuidado en cómo tratamos al necesitado, incluso cuando nos sea odioso, pues podría ser Jesús mismo quien nos extiende la mano.

Pero es también una buena motivación la del empresario que, por amor a su país, desea hacer empresa para crear riqueza y dar trabajo a las masas desempleadas. Dios ha levantado a muchas personas del mundo, creyentes e incrédulos, que no son concientes de que Dios las utiliza con ese fin. Porque Dios ama a su creación, ama a todos los seres humanos que ha creado y se ocupa de su bienestar.

Por último, una motivación muy recomendable para tener dinero, es la de desear contribuir a la expansión del Evangelio en el mundo. La obra de Dios no puede realizarse sin dinero para subvencionar la impresión de biblias baratas, sin dinero para enviar misioneros, sin dinero para sostener iglesias, o para pagar el sueldo de los pastores y ministros del Evangelio; para pagar espacios en la radio y en la televisión; para publicar revistas, periódicos y libros que lleven el mensaje a los puntos más lejanos de la tierra, etc., etc. Tantas cosas que se hacen con dinero. ¡Benditas las manos que lo proveen!

Y no estoy hablando aquí del diezmo. Lo he tratado en otra oportunidad y no voy repetir lo dicho en su momento. Sin embargo, quisiera hacer anotar que nosotros no estamos bajo la ley del diezmo sino bajo la gracia de la promesa. No obstante, el principio del diezmo sigue siendo válido en nuestros días y Dios lo usa para el sostenimiento de las iglesias y de su obra, así como para bendecir a los que lo practican fielmente.

Pero aún queda otro terreno por explorar. El episodio del diálogo de Jesús con el joven rico es sumamente intrigante porque plantea la cuestión de las riquezas en una forma que es contraria a la concepción corriente. Ese joven tenía un deseo sincero de buscar a Dios y lo había demostrado desde niño cumpliendo fielmente los mandamientos. La Escritura dice que Jesús lo miró con amor y le dijo: "Una cosa te falta. Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres. Así tendrás un tesoro en el cielo; y ven y sígueme" (Mr 10:21).

Sobre la base de este pasaje se ha sostenido a veces que toda persona que posea dinero y que quiera seguir a Jesús, debe desprenderse de todo lo que tiene y dárselo a los pobres. Pero este joven es la única persona en los evangelios a la que Jesús le pide un sacrificio semejante. No es una exigencia que Jesús plantee a todos. ¿Por qué se la hace Jesús a ese joven?

Precisamente porque Jesús lo mira con amor, porque ve en él la capacidad de ir más lejos que el simple cumplimiento fiel de los mandamientos.

Jesús vio en él la capacidad de convertirse en un discípulo suyo, como lo eran los apóstoles; vio el potencial de una vida totalmente consagrada a Él. Pero para que pudiera comprometerse de esa manera, al joven le era necesario primero renunciar a sus riquezas. ¿Por qué motivo?

Los apóstoles, sabemos bien, habían abandonado todo: casa, familia, oficio y posesiones (Mr 20: 28,29). Pero fijémonos en que, aunque ellos no eran indigentes, tampoco eran ricos, salvo quizá Mateo, que había sido cobrador de impuestos (Mt 9:9). Con esa posible excepción no tuvieron ninguna riqueza que abandonar. Por eso les fue fácil en cierto sentido seguir a Jesús.

Pero ese joven sí la tenía y su dinero era para él un tropiezo. Era algo que lo retenía. Él hubiera querido hacer ambas cosas: seguir a Jesús y, al mismo tiempo, conservar sus posesiones. Pero eso no hubiera sido posible, porque hubiera tenido entonces dos tesoros, uno en el cielo y otro en la tierra; hubiera tenido dos señores, su Maestro y sus riquezas, y su corazón habría estado dividido.

Jesús le dijo al joven rico que vendiera todo lo que tenía porque su corazón estaba atado a sus riquezas. Si quería realmente seguirlo tenía que deshacerse de esa atadura y ser libre. Es un hecho innegable que los bienes materiales se interponen entre Jesús y nosotros. Desvían y atraen nuestro corazón. Anclan nuestro corazón en lo terreno. Nos impiden entregarnos totalmente a Dios.

Pero Jesús no le pidió a Pedro que vendiera sus posesiones, su lancha para pescar, y sus redes . Cuando Jesús murió, Pedro y sus compañeros volvieron a su oficio de pescadores, porque no habían vendido todo (Jn 21:1-14). Jesús no se los exigió, posiblemente porque vio que su corazón no estaba preso, y quizá también porque previó que en algún momento podrían necesitarlo (Nota 1).

Pero a algunas personas Jesús sí les pide que se desprendan de todo. Se lo pide porque desea verlos totalmente libres de ataduras y porque desea utilizarlos sin trabas. De hecho, nadie puede seguir a Jesús a tiempo completo y tener su mirada puesta en preocupaciones materiales. De ahí que Pablo diga que el que anuncia el Evangelio debe vivir del Evangelio (1Cor 9:14). (2)

Pero a las personas que tienen responsabilidades familiares o que ocupan determinadas posiciones en el mundo donde Dios quiere usarlas, Dios no les pide que se desprendan literalmente de todo, porque, si lo hicieran, no podrían atender a las necesidades de los suyos y tampoco podrían serles útiles ahí donde Dios quiere usarlos.

A esas personas lo que Dios les pide es que "si tienen esposa, sean como si no la tuvieran...si compran, sean como si no poseyesen; y si disfrutan de este mundo, como si no disfrutaran; porque la apariencia de este mundo pasa." (1Cor 7:29-31). En suma, que su corazón no esté apegado a las cosas materiales, sino que gocen sanamente de ellas sabiendo que son pasajeras y que algún día tendrán que dejarlas.

Esa es la actitud que debe tener el cristiano, el discípulo de Cristo, frente al dinero. Adquirirlo y poseerlo en la medida en que es necesario para sí y para los suyos; reconociendo que él no es el dueño de las riquezas, sino tan sólo su administrador; sabiendo que algún día dará cuenta del buen o mal uso que hizo de ellas; contentándose con lo que tenga, mucho o poco (Hb 13:5; Pr 30:8,9), si con ello satisface sus necesidades legítimas y cumple los propósitos de Dios para él. Es decir, tener dinero con desprendimiento, sin poner en él el corazón. De esa manera el dinero no le será piedra de tropiezo sino, al contrario, un medio para servir a Dios y bendecir al prójimo.

Quisiera terminar estas reflexiones saliéndome, si me lo permiten, un poco del tema, para mostrar cómo el episodio del joven rico encuentra aplicación en aspectos de nuestra vida que tienen poco que ver con el dinero en sí mismo. Hace unos días me despertó como de costumbre el despertador a las 6 a.m. Esa noche no había dormido bien y, además, hacía frío. De manera que tenía pocas ganas de levantarme para orar. Entonces le dije mentalmente al Señor: "Discúlpame, si me quedo a orar en cama". Pero algo dentro de mí no me dejaba tranquilo: Yo no era capaz de desafiar el frío de la mañana y el cansancio para ponerme de pie a orar, como suelo hacerlo, pero Jesús sí fue capaz de enfrentar todo el sufrimiento de la cruz, la sed y el agotamiento, y beber hasta la última gota el cáliz de su muerte para salvarme... Era Jesús quien me lo estaba recordando. En ese momento me acordé del episodio del joven rico a quien Jesús pidió que vendiera todas sus posesiones y lo siguiera. Y porque no pudo desprenderse de ellas no siguió a Jesús y volvió atrás. Yo sentí que Jesús me decía: "Toma tu cruz y sígueme; afronta el frío y el cansancio para estar conmigo un rato y que hablemos al pie de la cruz." Pero yo le contesté: "Señor, ahora no puedo, estoy tan bien aquí arropado, no puedo desprenderme del calor de mis frazadas. Discúlpame. Otro día te seguiré." ¿Qué recompensa me habré perdido?

Hay varias maneras de seguir a Jesús. Unas más costosas que otras. En unas la corona que nos espera es grande y gloriosa; en otras, pequeña y de poco brillo. A nosotros nos toca escoger. (22.7.01)

Notas: 1: Hay quienes interpretan el hecho de que los apóstoles hubieran vuelto a la pesca después de la crucifixión, como si hubieran vuelto al mundo. Pero yo creo que esa es una interpretación injustificada, que es manifestación de un espíritu de juicio que se ha infiltrado en la iglesia. Ellos volvieron a sus redes porque ya no estaba Jesús presente todo el tiempo con ellos y no tenían otro a quién seguir. Todavía no había descendido el Espíritu Santo para enviarlos a predicar el Evangelio. ¿Qué iban a hacer? Volver a sus ocupaciones y esperar, como Jesús les había dicho.

2. Hay, sin embargo, el peligro de que los que viven del Evangelio, habiendo renunciado a todo, lleguen a tener posesiones, y que su corazón se apegue a ellas y al lujo (1Tm 6:6-8).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:

“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

NB. Este artículo, que fue publicado por primera vez en julio de 2001, sirvió de base para la segunda de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico en febrero pasado.
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PODEROSO CABALLERO ES DON DINERO I

Poderoso caballero es don Dinero, reza el dicho (Nota 1). El tema del dinero es muy importante e interesa a todo el mundo, tanto al que le sobra como al que le falta. Nosotros dedicamos la mayor parte de nuestro tiempo, quizá la mayor parte del día, a hacer dinero trabajando. Lo ganamos a costa de mucho esfuerzo, sudor y lágrimas pero lo gastamos rápido. Este contraste entre la dificultad de ganarlo y la facilidad para gastarlo es una de las características más singulares del dinero, que más delicado hacen su uso y que más nos revelan el misterio de su naturaleza.

Cuando tenemos dinero nos sentimos bien. Cuando nos falta, estamos angustiados, tristes. El dinero es la píldora tranquilizante más efectiva, el elixir de la felicidad más buscado.

Hay quienes están dispuestos a matar por dinero (los asesinos a sueldo, o los mercenarios, por ejemplo). Otros arriesgan su vida por ganarlo (los acróbatas de circo, los corredores de autos, los toreros y tantos otros). Sin llegar a esos extremos, muchos arruinan su salud, su felicidad, y sacrifican a su familia por dinero.

¿Qué tiene el dinero que tanto nos atrae? Dicen que el dinero todo lo compra, menos la felicidad. Con dinero se compran medicamentos, mas no la salud. Se compran amigos, mas no la amistad. Se compran caricias, mas no el amor. Se compran libros, mas no la sabiduría. Se compran títulos nobiliarios, mas no la nobleza de espíritu. Se compran maquillajes, mas no la belleza.

Para el que no lo tiene el dinero es una llave que le abriría todas las puertas, las puertas del castillo encantado de las maravillas detrás de las cuales se encuentra, según cree, todo lo que desea, todo lo bueno que la vida ofrece. Y para el que lo tiene ya, el dinero es la póliza que le asegura que va a continuar gozando de los beneficios que posee y sin los cuales se sentiría perdido.

Poderoso caballero es don Dinero. La Biblia tiene mucho que decir acerca del dinero. Jesús habló bastante de él. Por ejemplo, al explicar a sus discípulos el sentido de la parábola del sembrador, les dice: "Lo que fue sembrado entre espinas, es el que oye la palabra, pero los afanes de este mundo y el engaño (o la seducción) de las riquezas, ahogan la palabra y queda sin fruto" (Mt 13:22).

¿En qué consiste el engaño de las riquezas? En sobrevalorarlas, en poner nuestra confianza en ellas. En creer que todo se obtiene con ellas. En creer que son permanentes.

El libro de Proverbios dice al respecto: "Las riquezas del rico son su ciudad fortificada, y como un muro alto en su imaginación." (18:11) ¡Qué bien dicho está! En su imaginación. El rico se imagina que su dinero es una muralla que lo protege de los vaivenes de la vida y le da seguridad. Pero ¡oh iluso! no sabe cuán fácilmente se derrumba esa muralla y lo deja desprotegido.

¡Cuánta gente ha perdido su fortuna súbitamente y se queda en la calle, por la quiebra de un banco, o por un krach en la bolsa! De millonario pasa a pordiosero. Ha habido casos famosos. Un cambio en la política económica, una devaluación súbita, un vuelco en la tendencia de las tasas de los intereses, una guerra, etc. He ahí tantos factores que empobrecen inesperadamente a la gente.

Pero también la gente pierde su dinero lentamente sin que pueda hacer nada para impedirlo. Eso pasó en nuestro país hace algunos años, en que la recesión llevó a la ruina a muchas empresas y obligó a cerrar muchos negocios. Sus dueños perdieron su principal fuente de ingresos y estuvieron en peligro de perder sus casas, hipotecadas a los bancos; tuvieron que sacar a sus hijos de los buenos colegios en que estaban; dejaron de pagar la cuota de los clubes a los que pertenecían y se vieron excluidos; e incluso, algunos se vieron obligados a vender poco a poco sus pertenencias para comer.

El proverbio anterior al que acabamos de citar dice: "Torre fuerte es el nombre del Señor; a él correrá el justo y será salvo." (18:10) Es interesante que ambos versículos estén colocados juntos. Como para indicarnos que hay una oposición entre poner nuestra confianza en el dinero y ponerla en Dios. Si la pones en uno, descuidas al otro.

Por eso Jesús dijo: "Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro; o se adherirá a uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y al dinero" (Mt 6:24). Aquí las palabras claves son: "servir" y "señores". El que vive sólo para hacer dinero es gobernado por el dinero. El dinero es el señor a quien sirve. Hace del dinero su dios y le adora. En consecuencia, se aleja del Dios verdadero.

Hay una diferencia crucial entre tener dinero y que el dinero lo tenga a uno. Muchos creen tener dinero sin darse cuenta de que, en realidad, en su caso, es al revés, el dinero los tiene a ellos. El dinero los tiene atrapados en una cárcel de oro. El dinero les es una piedra de tropiezo.

El dinero corrompe las conciencias. Con él se compra a los jueces; se silencia a los testigos; sobornando se ganan licitaciones; ofreciendo comisiones se consiguen contratos...

Pero el dinero no sólo corrompe las conciencias ajenas. Corrompe también la nuestra. Por ganar más dinero vendemos mercadería en mal estado; subimos en exceso los precios, pagamos bajos sueldos; privamos de sus derechos a los indefensos...

Ese es el motivo por el que muchos no quieren ni oír hablar de Dios, para que no les remuerda la conciencia y los deje tranquilos. Si le escucharan tendrían que cambiar sus tácticas comerciales. Aman más al dinero que a sus almas. Por eso fue también que Jesús dijo que era muy difícil que los ricos se salven (Mt 19:23).

Poderoso caballero...¡No, temible caballero es don Dinero!

Es temible porque empuja a la gente a hacer cosas terribles. Pensemos no más en los jóvenes que se prestan para hacer de correos de la droga. Los llaman "burriers". Por un puñado de dólares pasan meses, años en la cárcel.

O pensemos en los asaltos a los bancos, en los secuestros. ¿Qué empuja a los delincuentes a cometer esos delitos? ¿La fama? ¿El afán de aventuras? No. Simplemente tener dinero.

San Pablo escribió a Timoteo: "Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y engañosas, que hunden a los hombres en ruina y perdición. Porque raíz de todos los males es el amor al dinero, y por codiciarlo, algunos se extraviaron de la fe y fueron traspasados de muchos dolores." (1Tim 6:9,10)

El deseo de la riqueza puede convertirse en un lazo que de repente nos ajusta el cuello. ¡Cuántas codicias necias despierta en la gente tener dinero! ¡Cuántos placeres se pueden comprar, en los que nunca pensaríamos si no tuviéramos dinero! A veces lo que compra la gente se convierte en una trampa mortal.

Conocí a un padre que le compró a su único hijo una pistola para matarse. Bueno, no fue exactamente una pistola, sino un auto deportivo, último modelo, que hacía el furor de las chicas. Al mes de comprado el muchacho se mató en la carretera. El padre se enfermó y murió de pena. Más le hubiera valido no tener dinero para comprarle el carro. Los dos estarían vivos.

¡Cuántas locuras inspira el dinero! ¡Cuántos se extravían de la fe en su afán por volverse ricos y son luego traspasados de dolores! El dinero mata a millares. Mejor dicho, por el dinero se mata la gente. Si nos presentaran a una persona que ha cometido terribles crímenes ¿le estrecharíamos la mano? Sin embargo, al dinero que mata a montones, lo estrechamos entre las manos, lo acariciamos.

Pero fíjense en que San Pablo no dice que el dinero sea la raíz de todos los males, sino el amor al dinero. El dinero en sí es neutro. Sirve tanto para el bien como para el mal. Y es indispensable.

¿Porqué amamos tanto al dinero? Porque nos permite tener cosas que hacen agradable la vida y nos dan la ilusión de felicidad. Nos permite vivir mejor, comer mejor, vestirnos, pasearnos, viajar. Y eso nos gusta a todos.

Nos permite codearnos con la buena sociedad. Atraer amigos. El muchacho que tiene un carro nuevo y es generoso, atrae a multitud de admiradores y es el favorito de las chicas. En cambio, al pobre, dice la Escritura, ni sus hermanos quieren verlo (Pr 19:7).

El dinero da poder, da influencia (2). Todo el mundo respeta al rico; le cede el paso. La Escritura dice que cuando habla el rico, aunque diga tonterías, todos callan (3). Pero al sabio, si es pobre, nadie le hace caso (Ec 9:15,16).

El dinero da seguridad frente a los acontecimientos adversos, nos protege de las catástrofes. Si me enfermo, me permite pagar el mejor tratamiento. Y si muero, mis deudos me darán el más lujoso entierro.

En cuanto a las catástrofes, todos hemos visto las imágenes. Cuando hay una inundación o un terremoto, son los pobres los que más sufren. Los ricos están protegidos, o volaron a tiempo.

Es natural que la gente quiera tener dinero. Sólo un loco o un santo lo desprecia. Pero, ¿y el cristiano? ¿Qué actitud debe asumir el cristiano frente al dinero? ¿Hay un deseo justo, sano de tener dinero? Sobre eso hablaremos otro día. (15.7.01).

Nota 1: Esa frase es el título de una conocida letrilla satírica del poeta español del siglo XVII, Francisco de Quevedo. Reproduzco las dos primeras estrofas:

Madre, yo ante el oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado.
Pues de puro enamorado
De continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir a España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso aunque fiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

(El doblón era una moneda de doble peso. Se dice que el oro es enterrado en Génova porque era una ciudad de banqueros).

2. De hecho, las tres cosas van juntas. El que tiene cualquiera de ellas puede adquirir las otras dos.

3. En el libro apócrifo (o deuterocanónico) Sirácida: 13:25-29, se contrasta con ironía la diversa manera cómo el mundo trata al rico y al pobre.

NB. Este artículo fue publicado por primera vez en julio de 2001. Sirvió de base para la primera de una serie de charlas sobre la “Administración del Dinero” propaladas en el programa “Llenos de Vida” por Radio del Pacífico la semana pasada.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a hacer una sencilla oración como la que sigue, entregándole a Jesús tu vida:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo y quiero recibirlo. Yo me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, y entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


#617 (07.03.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).