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martes, 9 de agosto de 2011

LA OFRENDA DE LA VIUDA

Por José Belaunde M.

Un Comentario de Lucas 21:1-4

1-4 “Levantando los ojos, (Jesús) vio a los ricos que echaban sus ofrendas en el arca de las ofrendas. Vio también a una viuda muy pobre, que echaba allí dos blancas. Y dijo: En verdad os digo que esta viuda pobre echó más que todos. Porque todos aquellos echaron para las ofrendas de Dios de lo que les sobra; mas ésta de su pobreza echó todo el sustento que tenía.” (Nota 1)
¿Porqué echó ella más que todos? Jesús lo dice: porque dio todo lo que tenía, lo cual le demandó un gran sacrificio, un sacrificio que sólo quien ama sin reservas puede hacer. (2)
Lo que determina el valor de lo que uno hace es el amor con que lo hace. El amor da valor a nuestros actos. El acto más pequeño, más insignificante y más rutinario, hecho por amor a Dios o al prójimo, tiene un valor inmenso. La acción más heroica hecha por amor egoísta de la gloria pero sin verdadero amor, vale muy poco en comparación. El que tiene todo y da de lo que le sobra, suele dar con indiferencia porque no le cuesta dar. Aquel a quien le cuesta dar porque le falta aun lo indispensable, sólo puede dar u obligado o por amor. Hay pues aquí una regla: el amor da valor a nuestras acciones; la indiferencia quita valor aún a nuestras mejores acciones. (3).
Esta es la misma doctrina que enuncia Pablo en 1Cor 13: “Si entregase mi cuerpo para ser quemado y no tengo amor, de nada me sirve.” (vers.3). En otro lugar volverá Pablo sobre el tema cuando dice que “Dios ama al dador alegre” (2Cor 9:7); esto es, ama a quien, aunque le cueste separarse de la última moneda que le queda, le alegra devolver a Dios una parte de lo mucho que ha recibido de Él. ¡Cómo pudiéramos nosotros dar siempre de lo nuestro con el desprendimiento y amor que mostró esta viuda! (4).
Es una gran verdad que las posesiones nos impiden amar a Dios porque atan nuestro corazón a ellas. En cambio el que no tiene nada puede amar a Dios con todo su corazón, porque su corazón está libre y no está atado a lo que posee. Ese es el motivo por el cual Francisco de Asís valoraba tanto a la “hermana pobreza” y la exigía de sus seguidores. No por la pobreza misma, sino porque ella libera el corazón del hombre. (5)
¡Cuán cierta es la frase de Jesús: “Donde está tu tesoro está tu corazón”! (Lc 12:34). No hemos comprendido toda su profundidad. El que posee un gran tesoro tiene su corazón acaparado totalmente por él, al punto que no puede amar otra cosa que no sea su dinero. El dinero se vuelve como un agujero negro que absorbe todas sus energías y las atrae a su núcleo en un remolino voraz.
En cambio el que tiene poco, tiene poco de qué preocuparse: “Dulce es el sueño del trabajador, -dice el Eclesiastés- coma mucho, coma poco; pero al rico no le deja dormir la abundancia”. (5:12). El que va ligero de equipaje –y ésa es una buena imagen de la ausencia de posesiones-- viaja más libremente y puede moverse con más libertad. El que lleva mucho equipaje tiene mucho en qué pensar y mucho que cuidar, y por eso camina preocupado y dificultosamente.
Sin embargo, se dice, que la pobreza es una carga pesada y que quita libertad al que la sufre. Y es cierto. ¡Qué limitado está el pobre en sus deseos y en la satisfacción de sus necesidades! En cambio el rico todo lo puede. Se da lujos sin pensar que con lo que malgasta salvaría a muchos de la miseria y daría de comer a muchos hambrientos. Decide, manda e impone sus caprichos porque con su dinero compra las voluntades y las conciencias. Pero todo depende del color del cristal con que se mire, según reza el dicho. El dinero da libertad en lo material, pero la quita en lo espiritual. La pobreza es al revés, da libertad en lo espiritual, pero la quita en lo material. Escojamos el dominio en que queremos ser libres.
La mayoría de los hombres escogerá un sano término medio: “…no me des pobreza ni riqueza; mantenme del pan necesario; no sea que me sacie, y te niegue, y diga ¿Quién es el Señor? O que siendo pobre, hurte, y blasfeme el nombre de mi Dios.” (Pr.30:8,9). O como dice el apóstol: “Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto.” (1ª Tm.6:8). Pero hay quienes niegan esta doctrina, que es la más bíblica de todas las referentes al dinero, y predican lo contrario (6).
¡Ella encierra tanta verdad en lo que se refiere a la eficacia de la predicación! Jesús la tuvo en cuenta cuando mandó a los doce a predicar de dos en dos: “No toméis nada para el camino, ni bordón, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni llevéis dos túnicas.” (Lc.9:3. Véase también Mt.10:9,10). Juan Bautista, Jesús, Pablo ¿llevaban puestos vestidos costosos y se desplazaban en carruajes? Si así fuera, ¿quién los hubiera escuchado? ¿Se puede predicar a Cristo llevando un anillo de oro engastado con brillantes en el dedo? Se ha criticado la época en que los prelados eclesiásticos llevaban al pecho cruces con piedras preciosas, y vivían en palacios ostentosos; tiempos en que la iglesia ya no podía decir como Pedro: “Oro y plata no tengo”, porque de ambas cosas estaban repletas sus arcas. Pero tampoco podía decir: “Levántate y anda”, porque carecía del poder para sanar enfermos (Hch.3:6). Aunque no se daba cuenta, era pobre de solemnidad en lo espiritual: “Porque tú dices yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” (Ap.3:17). Ahora los que criticaban con buen motivo a esa iglesia del pasado quieren imitarla. Anhelan poseer sus defectos como si fueran virtudes.
Este pasaje nos muestra también cómo Dios observa todos los acontecimientos humanos; penetra en el corazón del pobre y del rico “y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón.” (Hb 4:12). Nuestros actos más triviales pueden tener para Él gran importancia, y los que consideramos relevantes, ninguna. Lo que el pobre hace desde su miseria, y que nadie nota, puede ser para Dios de mucha mayor trascendencia que el acontecimiento que destacan los titulares de los diarios. La posición que ocupa el hombre en la sociedad y en el mundo es incierto indicio de la que ocupará en la otra vida. O, más bien, nos permite adivinar cuál será en contraste con la presente, porque “los últimos serán los primeros y los primeros, últimos” (Lc 13:30).
También cabe preguntarse: ¿Por qué se fijó Jesús en la viuda? No sólo por su desprendimiento, creo yo, sino también porque padecía necesidad. Todo el que sufre, o pasa hambre, atrae la mirada de Dios mucho más que el que está satisfecho. Pero entonces se preguntará: ¿Por qué Dios no acude a solucionar sus angustias y permite que continúe su miseria? Nosotros no podemos comprender cómo Dios actúa. Su tiempo y su perspectiva es muy distinta y mucho más vasta que la nuestra (Is 55:8,9). Pero en su momento todo dará su fruto. Los hechos ocultos aparecerán en todo su esplendor ignoto, y los que parecían ser proezas gloriosas serán dispersadas por el viento como hojarasca. Tanto el pobre como el rico cosecharán lo que sembraron: “Los que sembraron con lágrimas, con alegría segarán.” (Sal 126:5). Mirarán atrás y verán cómo su vida fue un suspiro que pasó raudo como el viento. Y que lo que sufrieron o gozaron es poco comparado con lo que ahora les espera, porque la verdadera vida recién empieza (7).
Nota (1) En el atrio de las mujeres había trece arcas en las que los judíos depositaban el dinero destinado a los diversos tipos de sacrificios y de ofrendas, que recibían colectivamente el nombre de corbán (Véase Mr 7:11). Sus orificios tenían forma de trompetas. Las monedas que la viuda depositó eran llamadas leptón. Dos juntas hacían un cuadrante, que se obtenía partiendo en cruz un asarión. El valor de lo depositado por la viuda, que era su sustento del día, equivalía apenas a 1/64 de un denario, que era el jornal diario de un obrero. De ahí. podemos calcular cuán grande era su pobreza.
(2) En el pasaje paralelo, Mr 12:41-44, se dice que antes de hablarles de la viuda, Jesús llamó a sí a sus discípulos, que posiblemente se habían dispersado por el atrio donde se desarrolla el episodio. Si los llama es porque tiene algo importante que enseñarles.
(3) A todos nos agrada más el servicio que nos brindan con cariño que el servicio hecho con frialdad. Por eso es que algunas tiendas y establecimientos comerciales entrenan a sus empleados a atender con solicitud a sus clientes y a sonreírles, sabiendo que con ese buen trato los invitan a regresar. Pero si a uno lo tratan de una manera displicente o descortés, no querrá volver.
(4) A muchos extranjeros que viajan por los pueblos de nuestra sierra les choca la pobreza en que vive la gente, pero les llama también mucho la atención lo generosos que son al mismo tiempo. Se desviven por atender con lo poco que tienen a sus huéspedes, que lo tienen todo. Su grandeza de alma (porque la generosidad es grandeza) brota de su pobreza. En cambio hay muchos ricos que cuanto más tienen más tacaños son. Su dinero ha invadido su corazón y lo ha petrificado. Su riqueza los empequeñece y empobrece espiritualmente.
(5) Hace unos días regresaba de la Feria del Libro llevando unos preciosos libros que había comprado a buen precio, y me había propuesto ponerme a orar al llegar a casa. Al trasponer la puerta sentí como si el Señor me dijera: Ahora no me puedes amar porque tienes el corazón ocupado por tus libros. Y es verdad: El apego que tenemos por las cosas materiales nos impide allegarnos a Dios. Por eso Dios a veces nos quita las cosas; es decir, permite que nos las roben o que se pierdan, para que no nos apeguemos a ellas y pensemos más en Él.
(6) Soy conciente, sin embargo, que en nuestro país hay una cultura de la pobreza que limita las iniciativas y oprime a la gente, y que es bueno enseñar a la gente que, con la ayuda de Dios, es posible superar la escasez y alcanzar una sana prosperidad, así como prospera su alma (3Jn 2).
(7) ¡Qué contraste entre esta viuda y la viuda que presenta sus demandas al juez! (Lc 18:1-8). Mientras que la primera va humilde a depositar su ofrenda, la otra insiste obstinadamente en sus derechos hasta obtener lo que desea. No que estuviera mal lo que ella hizo. Al contrario, Jesús la pone como ejemplo de perseverancia en la oración. Pero la viuda pobre nos atrae más porque era humilde. Notemos también que, al desprenderse de todo lo que tenía para su sustento, ella hace un gran acto de fe en Dios confiando en que Él puede proveer lo necesario. ¿Podemos imaginar el gozo y la paz que sintió ella cuando retornaba a su hogar? No hay nadie de quien Dios se agrade que no experimente un reflejo del gozo que proporciona a su Señor.

NB.Este artículo fue publicado hace nueve años en una edición limitada y transmitido como charla por una radio local. Lo vuelvo a publicar ligeramente revisado.

#687 (07.08.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 8 de julio de 2011

EL CÁNTICO DE ANA I

Por José Belaunde M.

Introducción
Los dos libros de Samuel que figuran en nuestras biblias formaban originalmente en los manuscritos hebreos un solo libro. La división en dos libros se hizo en la traducción al griego del Antiguo Testamento, llamada “Septuaginta”, unos 200 años antes de Cristo, y fue adoptada por la Vulgata latina. (Nota 1)
El título de “Libro de Samuel” es muy apropiado, no sólo porque contiene la historia del propio profeta desde su nacimiento hasta su muerte sino porque indica que el espíritu del Señor que habitaba en Samuel formó el alma del reino de Israel cuya fundación se hizo bajo su conducción.
Tal como están divididos ahora, el primer libro contiene la historia del pueblo israelita desde el final de la época de los jueces -que concluye con el último de ellos, Samuel- hasta el final del reinado de David, que fue ungido por Samuel, tal como lo había sido antes Saúl. Abarca unos 125 años, desde el año 1050 AC hasta el año 931 AC, aproximadamente.
En la época de los jueces (de 1220 AC a 1050 AC) el pueblo de Israel vivía en una forma desorganizada. El santuario de Silo (2), donde Josué había levantado el tabernáculo de reunión, y depositado el arca de la alianza (Jos 18:1), había sido profanado por la conducta indigna de los dos hijos del anciano sacerdote Elí, y por la idolatría reinante. Ahí, en ese lugar corrompido, puso Dios al niño Samuel para renovar su reino en la tierra cuyo testigo era el pueblo de Israel.
En Silo se celebraba una fiesta anual, a la cual acudía todo el pueblo. El arca permaneció en Silo hasta que fue capturada por los filisteos (1Sm 4), pero cuando fue recuperada ya no fue devuelta a Silo, ciudad que fue destruida durante esa guerra, sino fue depositada en Quiriat-Jeraim (1Sm 6:21, 7:1).
Es de notar que en el libro de Samuel aparece por primera vez el nombre divino de “YWHW Sabaot”, -abreviación de “YWHW (Elohé) Sabaot”- es decir, “Jehová (Dios) de los ejércitos”, que no figura en el Pentateuco ni en los libros de Josué y de Jueces.
Como dice F. Delitzsch –en quien me apoyo para escribir esta introducción- “cuando Israel recibió un representante visible del Dios y Rey invisible en la persona del monarca humano, el Dios de Israel se convierte en el Dios de los ejércitos celestiales. (1ª Sm 1:3,11, etc.).
Con el establecimiento de la monarquía el pueblo de Israel llegó a ser por un breve tiempo una potencia mundial, que alcanzó su máximo poderío durante el reinado de Salomón, al cual estuvieron sujetos varios pueblos y reinos vecinos. El libro de Samuel –profeta y juez- narra el comienzo de una nueva época en la relación de Dios con su pueblo, y la elevación del reino visible de Dios a un poder delante del cual sus enemigos debían inclinarse.
El libro debe haber sido escrito después de la división del reino de Israel bajo el hijo de Salomón, pero no mucho después. Tal como ha llegado a nosotros es obra de varios autores sucesivos, entre los cuales, según 1Cro 29:29, se contarían los profetas Natán y Gad. Debe suponerse también la intervención de un editor, guiado por el Espíritu Santo, que escogió los episodios que figuran en él y descartó otros.

Comentario al Primer Libro de Samuel, Cap. 1, vers del 1 al 19

La historia del nacimiento de Samuel y el Cántico de Ana, que figuran al comienzo del primer libro de Samuel, son episodios tan sencillos como conmovedores, y están llenos de enseñanzas.

1. “Hubo un varón de Ramataim de Zofim, del monte Efraín, que se llamaba Elcana, nijo de Jeroham, hijo de Eliúl, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo.”
El primer versículo introduce a un personaje que es central en el comienzo del relato. Nos lo presenta informándonos primero de dónde era, de qué localidad de Israel, y luego nos dice cuál era su nombre, Elcana, y nos presenta su genealogía hasta la cuarta generación. En esa época, como en todas las sociedades patriarcales, en que la memoria de las tradiciones jugaba un papel muy importante, mencionar a los antepasados de una persona era una forma de identificarlo.

Lo hace también para asegurarnos que él era un israelita de vieja y distinguida estirpe levita, que vivía en los montes de Efraín (Samaria), pero que el más antiguo de sus antepasados nombrados era de Belén (Efrata). La mención de esta localidad establece la conexión de esta conmovedora historia con el nacimiento de Jesús.

2. “Y tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía.” (3)
Según las costumbres reinantes entonces, que toleraban la poligamia, él tenía dos mujeres, circunstancia que, como veremos enseguida, era causa de fricciones en su hogar (4). Una de sus mujeres era estéril; la otra, en cambio, le había dado varios hijos.

3. “Y todos los años aquel varón subía de su ciudad para adorar y para ofrecer sacrificios a Jehová de los ejércitos en Silo, donde estaban dos hijos de Elí, Ofni y Finees, sacerdotes de Jehová.”
Según la costumbre ya secular Elcana iba todos los años a Silo, donde estaba entonces el templo en que se guardaba el arca de la alianza, o pacto, para adorar al Señor y ofrecer sacrificios (Dt 12:5,6,7,11,12).

Ahí vivía Elí, el viejo sacerdote, con sus dos hijos que oficiaban en el santuario, y de quienes el texto, más adelante, no tiene nada bueno que contar.

4. “Y cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba a Penina su mujer, a todos sus hijos y a todas sus hijas, a cada uno su parte.”
Notemos que la práctica de ofrecer animales en sacrificio significaba que una vez ofrecido éste, se celebraba un banquete en que se comía la carne sacrificada, se bebía y todos se alegraban. Adorar al Señor incluía pues, regocijarse en su presencia comiendo y bebiendo, algo que a nosotros hoy nos parecería extraño.

5-8. “Pero a Ana daba una parte escogida; porque amaba a Ana, aunque Jehová no le había concedido tener hijos. Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos. Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, la irritaba así; por lo cual Ana lloraba, y no comía. Y Elcana su marido, le dijo: Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos? ”
El texto nos revela la preferencia que tenía Elcana por Ana, la mujer que no le había dado hijos, en contraste con la otra. Pero esa preferencia del marido por una de sus mujeres daba lugar a que la “aborrecida”, es decir, la menos amada, se vengara de su rival echándole en cara su esterilidad. Notemos que mientras Penina irritaba deliberadamente a Ana, ésta no le respondía en el mismo tono, y sólo lloraba, mostrando una disposición de carácter más benigno. Quizá por ese motivo la prefería su esposo (5).

En esta situación hay un eco de la vida familiar de Jacob, casado con Lía, que le había dado hijos e hijas (Gn 30:1-24), pero que amaba a Raquel, que fue estéril hasta que concibió a José.

Hoy en día muchas mujeres evitan tener hijos como la peste, y muchas mueren sin haberlos tenido, pero en la antigüedad la gloria de la mujer eran sus hijos. La fertilidad era una bendición de Dios, mientras que la esterilidad era considerada como una maldición y una vergüenza.

La subida anual a Silo, que debía ser para Ana una ocasión de regocijo, era para ella un motivo de aflicción porque iba sin estar acompañada de hijos, como las demás mujeres del clan, razón por la que ella no participaba de la alegría común, y más bien lloraba.

En esta ocasión Elcana, enamorado, le recriminó que no se alegrara y no comiera, haciéndole un reproche de marido herido: “¿No te soy yo mejor que diez hijos?” (6).
Aunque para Ana el amor de su marido no suplía la carencia de un hijo, pues a pesar de saberse amada lloraba y sufría, ella comprendió de inmediato que no participar de los festejos, era no valorar el gran amor que su marido tenía por ella, y que lo heriría si no se sentaba a la mesa con los demás. La masculinidad, el orgullo viril, de Elcana estaban en juego: ¿No valgo yo para ti más que todos los hijos que Dios te diera?

Este reproche velado de Elcana pone el dedo en la llaga de una dicotomía en el amor de los esposos. ¿Qué vale más para la mujer, su marido o sus hijos? En la respuesta (y en los múltiples matices en que pueda darse) con frecuencia reside la clave de su felicidad, o del enfriamiento de sus relaciones. ¿Pero debe haber acaso conflicto entre ambos sentimientos? Al contrario, el cariño por los hijos que tuvieron juntos debería reforzar el amor que siente la esposa por su marido, y el amor de él por ella.

9-11. “Y se levantó Ana después que hubo comido y bebido en Silo; y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a un pilar del templo de Jehová, ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente. E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza.”
Después de haber participado lo mejor que pudo con los demás en la alegría del banquete, Ana se levantó sola de la mesa y se fue al templo del Señor a orar. Podemos concebir el contraste entre el jolgorio del banquete, en el que ella tuvo que participar, y la desolación que en su interior sentía. En el templo derramó ella con muchas lágrimas toda la amargura que tenía en su alma por la desdicha de no poder concebir un hijo, y de llevar el estigma de ser una mujer estéril. Dice el texto que “lloró abundantemente”.

Con las lágrimas se descarga el corazón y se alivia la pena. ¡Ay de los que no saben llorar, y de los que reprimen sus lágrimas! Guardan en el pecho toda su amargura, todo su dolor, y esos sentimientos ahí encerrados les corroen el corazón y les roban su vitalidad.

Mientras oraba Ana expresó su petición en la forma de un voto a Dios: “Si te inclinas a mirar mi aflicción y tienes compasión de mi desdicha dándome un hijo varón (¿por qué valía para ella más un hijo varón que una mujercita?) yo te lo consagraré toda su vida de modo que la navaja nunca corte su cabello”.

Ella le dedica a Dios su hijo perpetuamente antes de que nazca. ¿Cómo podía ella hacer eso sin el consentimiento de la criatura? Al hacerlo, si Dios le concedía que concibiera, Él pondría en el corazón de ese hijo el sentimiento y la voluntad de la consagración hecha en su nombre. Lo que las madres desean para sus hijos mientras lo llevan en el seno, o aun antes de concebirlos, influye enormemente en sus sentimientos y su destino. Ellas tienen ese poder.

Mujer que esperas un hijo, ¿qué desearías tú que fuera él algún día? Convierte tu deseo en una oración constante y ferviente, y verás cómo tu deseo se convierte en realidad.

En Números 6 están consignadas las reglas del nazareato que debían cumplir los varones que voluntariamente se consagraban a Dios durante un período determinado de su vida. La consagración solía ser voluntaria, y podía ser temporal o de por vida. El “nazir” (o “nazareo”) se comprometía, entre otras cosas, a no beber vino ni sidra, ni vinagre derivado de ambos, así como a no comer uvas, frescas o secas. Pero, sobre todo, se comprometía a no cortarse el cabello durante el tiempo de su consagración, el cual culminaba precisamente con el corte del cabello en una ceremonia en la que los cabellos eran quemados junto con el carnero que se ofrecía en sacrificio. En el caso de Sansón, nazareo de por vida por orden de Dios dada a su madre antes de que fuera concebido (Jc 13:3-5), su fuerza excepcional radicaba precisamente en sus cabellos nunca cortados. Es posible que Juan Bautista fuera también “nazir”. (7).

12-14. “Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí estaba observando la boca de ella. Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria. Entonces le dijo Elí: ¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino.”
Ella estaba enteramente entregada a su oración, desconectada de su entorno. Oraba con palabras en su corazón, moviendo sus labios pero sin emitir sonido alguno, como cuando las personas están completamente absortas en sus sentimientos. Mientras tanto, sin que ella se diera cuenta, el sacerdote Elí, que presidía sobre el culto en el santuario, la estaba observando.

Y como la vio tan absorta en sí misma y ausente de lo que la rodeaba, y que sólo movía sus labios pero que no pronunciaba palabra, la tomó por borracha, y bruscamente y con dureza, le reprochó: “¿Hasta cuándo estarás ebria?” Elí (con poca percepción psicológica) asume sin más que ella debe haberse levantado de la mesa, aíta de vino y carne, y que había entrado al templo para reposar y esperar que le pase el efecto del licor.

¿Cuántas veces sucede que somos incapaces de percibir el estado de ánimo por el que atraviesan personas cuyos gestos y palabras inhábiles atribuimos a torpeza, sin percatarnos de que son producto de la angustia de su espíritu? Tratamos al adolorido sin consideración alguna porque no se expresa con fluidez, sin comprender que la aflicción traba su lengua. ¿De qué depende el que podamos sentir empatía por el afligido, o que seamos indiferentes o incomprensivos? De cuán cercanos o lejanos estemos de Dios, de cuán llenos o vacíos estemos de su amor. El amor de Dios aguza nuestra sensibilidad y nos hace considerados; su ausencia en nuestra alma nos vuelve fríos, indiferentes y hasta crueles. Algún día daremos cuenta ante el trono de Dios todos los seres humanos -pero sobre todo los cristianos, porque hemos recibido más- de cómo nos hemos comportado con nuestros semejantes.

¡Oh, Dios no pasará revista a nuestras calificaciones y a nuestros méritos, según el mundo; no tendrá en cuenta nuestros diplomas y títulos académicos; o cuántos elogios recibimos, ni cuántos éxitos mundanos cosechamos. Jesús lo dijo. Dios nos juzgará por la forma cómo tratamos a nuestros semejantes (Mt 25:31-46). De ahí que él dijera: “Hay muchos primeros que serán últimos, y muchos últimos que serán primeros.” (Mt 19:30). El mundo ignora nuestros verdaderos éxitos, y quizá los ignoramos nosotros mismos, así como ignora también cuáles son nuestros verdaderos fracasos, y muchas veces nosotros mismos no somos conscientes de ellos.

15,16. “Y Ana le respondió diciendo: No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová. No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora.”
La respuesta de Ana es a la vez sencilla y elocuente: No soy lo que tú piensas, una mujer que viene a este recinto a pasar su borrachera después de una francachela. Soy una mujer afligida que ha venido a derramar toda su congoja delante de Dios, que yo sé que me escucha. No es una bebida alcohólica lo que me hace mover los labios, y hablar para mis adentros, sino una gran pena.

¡Qué bella es la expresión “derramar el alma” para describir la acción de expresar con lágrimas y suspiros todo lo que uno tiene dentro! Con Dios uno no necesita guardar reserva alguna.

17,18. “Elí respondió y dijo: Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho. Y ella dijo: Halle tu sierva gracia delante de tus ojos. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste.”
Eli, felizmente, reacciona positivamente a su confesión y pronuncia una bendición sobre ella: “Que el Señor te conceda lo que le has pedido”. Aunque él tenga un corazón endurecido por el incumplimiento de sus deberes como sacerdote y como padre, no puede dejar de ser tocado por una efusión tan sincera como la de Ana. Las palabras de Elí, siendo sumo sacerdote, tienen el carácter de una profecía: “El Señor te concederá lo que le has pedido.” Y así lo entendió Ana, pues cambió su pena en alegría, y al volver donde los suyos, comió y bebió. Ya no estaba acongojada pues tenía la seguridad de que Dios había escuchado su oración.

Ella toma las palabras del sumo sacerdote como una confirmación de que Dios le concedería lo que le había pedido. Cualquiera que fuera el descuido con que Elí desempeñara sus funciones, Dios habla por medio de aquellos sobre quienes reposa su unción sacerdotal.

19. “Y levantándose de mañana, adoraron delante de Jehová, y volvieron y fueron a su casa en Ramá. Y Elcana se llegó a Ana su mujer, y Jehová se acordó de ella.”
El relato prosigue su curso rápidamente y, sin entrar en detalles, cuenta con pocas palabras lo esencial. Culminada la celebración, la comitiva familiar se levantó muy temprano y regresó a casa después de postrarse una vez más delante del Señor. Es interesante notar cómo la adoración era entonces un asunto familiar presidido por el “pater familias”, en la que todos tomaban parte -cuán sinceramente sólo Dios lo sabía.

Elcana “se llegó a su mujer” es una expresión convencional con la que el autor bíblico expresa la relación conyugal. Esta vez no fue inútilmente para la esperanza de Ana, porque Dios “se acordó de ella”, de lo que ella le había pedido, y de lo que Elí le había prometido en nombre suyo, es decir, concibió un hijo.

¿Tendrá Dios necesidad de acordarse de nosotros para concedernos lo que le pedimos? Esa es una manera de describir en términos coloquiales la forma incomprensible para nosotros cómo Dios actúa. Lo que esas palabras quieren decir en este caso es que Dios intervino en el momento oportuno para colmar el deseo de la mujer y premiar su fe.

¡Oh, que Dios se acuerde de nuestras peticiones como hizo con Ana! Si nosotros caminamos en fe, confiando plenamente en Él, no dejará de cumplir una sola de ellas. Jesús dijo: “Conforme a vuestra fe os será hecho” (Mt 9:29). Si poco o mucho, tú determinas cuánto Dios te concede. Esa es una verdad que con frecuencia olvidamos, porque nos cuesta tomar la palabra del Señor en serio, como si su palabra no fuera firme como la roca. ¿Acaso es Él “hombre para que mienta” o “hijo de hombre para que se arrepienta” de lo prometido? “Él dijo ¿y no hará?” (Nm 23:19; cf 1Sm 15:29).

Notas: 1. En estas dos versiones a los dos libros de Samuel se les llama Reyes I y Reyes II; y a los que en nuestra versión española son Reyes I y Reyes II, se les llama Reyes III y Reyes IV.
2. Ciudad situada al Norte de Betel y al Este del camino que lleva a Siquem, según Jc 21:19.
3. Ana quiere decir “gracia”; y Penina, “coral”.
4. La poligamia no oficial, pero de hecho, tan frecuente en nuestra sociedad, es también causa frecuente de fricciones y sufrimiento en los hogares.
5. Podría intentar hacer una interpretación alegórica como era usual en los primeros siglos de la iglesia. Penina representa a los cristianos que se empeñan en trabajar para el Señor en sus propias fuerzas y obtienen pronto resultados visibles. Ana representa a quienes esperan pacientemente hasta que el Señor obre en ellos. Mientras que el fruto del esfuerzo de los primeros desaparece al poco tiempo y es olvidado, el fruto de los segundos permanece y deja una profunda huella.
6. Elcana no amaba menos a Ana porque era estéril sino, al contrario, la engreía, así como Cristo no ama menos a su iglesia por sus defectos sino, al contrario, más la cuida a causa de ellos. De igual modo los maridos no deben amar menos a sus esposas por las debilidades que tengan y de las que ellas no sean culpables, sino al contrario, deben animarlas y sostenerlas.
7. En el libro de los Hechos 21:23-26 figura un episodio en que Pablo, por sugerencia de Santiago, se hace cargo de los gastos de la ceremonia con que terminaba el nazareato de cuatro creyentes, lo cual es ocasión de que Pablo sea capturado por sus enemigos.


#682 (26.06.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

lunes, 16 de agosto de 2010

¡CUÁN AMABLES SON TUS MORADAS! II

Por José Belaunde M.
Un comentario al Salmo 84
Después de haber publicado mi comentario sobre el bello salmo 84, como primer artículo de esta serie, he pensado que podría ser enriquecedor publicar también lo que otros autores del pasado, algunos de ellos famosos, han escrito sobre este salmo. Con ese fin he traducido y adaptado del inglés algunos textos especialmente bellos de algunos autores escogidos. (Nota 1)

El encabezamiento de este salmo dice “para los hijos de Coré”. Creo que es pertinente reproducir la introducción que Franz Delitzsch escribe sobre el salmo 42, que tiene las mismas palabras en su encabezamiento. (2) El hecho de que la anotación diga “para los hijos de Coré” y no “de”, ha hecho pensar a muchos que el autor del salmo 84 podría ser David mismo. Pero es un hecho que en ambos casos puede traducirse como “de” o como “para” por lo que ese detalle no sería significativo. No obstante, muchos comentaristas adjudican el salmo a David por razones de estilo y del tono devocional que lo impregna. Sin embargo, como el autor del salmo se encontraba fuera de Jerusalén al momento de escribirlo, para que David fuera el autor, él tendría que haber estado impedido por algún motivo de estar en esa ocasión en la ciudad santa, esto es, tendría que haberlo escrito antes de ser ungido rey, lo que hace improbable que lo hubiera compuesto específicamente para uso de los “hijos de Coré”.

Franz Delitzsch (3)
Es probable que los doce cánticos coraíticos del Salterio originalmente formaran un libro que tenía como título la frase “de los hijos de Coré” y que después ese título pasara a cada salmo individual cuando se incorporaron en dos grupos de salmos en el Salterio. O podemos suponer que se había vuelto una costumbre familiar en el círculo de los cantores coraítas dejar que el individuo se oculte detrás de la responsabilidad conjunta de la familia unida, que pugnaba por limpiar el nombre de su infortunado antepasado por medio de las mejores producciones litúrgicas.

Porque Coré, el bisnieto de Leví, y nieto de Coat, es aquel que pereció bajo el juicio divino, tragado por la tierra a causa de su rebelión contra Moisés y Aarón (Nm 16). Sus hijos, sin embargo, no fueron involucrados en el juicio (Nm 16:11), -contrariamente, diría yo, a lo ocurrido con los hijos de Dotán y Abiram y de los otros de su séquito, que sí perecieron junto con sus padres (Nm 16:27,31-33)-
En tiempos de David los coraítas eran una de las más prestigiosas familias de los coatitas.

El reino de la promesa encontró pronto en esta familia valiosos adherentes y defensores porque ellos acudieron a Siclag para defender con la espada a David y su derecho al trono (1Cro 12:6).

Después del exilio los coraítas eran guardianes de las puertas del templo en Jerusalén (1Cro 9:19; Nh 11:19), y el cronista nos informa que ya en tiempos de David eran guardianes del umbral donde estaba el arca en Sión; y que más temprano, bajo Moisés, tenían a su cargo custodiar la entrada del campamento de Yavé. Retuvieron su antiguo llamado, al que alude el Salmo 84:11, en relación con las nuevas disposiciones tomadas por David. El puesto de portero fue asignado a las dos ramas de la familia coraíta junto con una meradita (1Cro 23:1-6).

San Agustín (4)
La palabra “Gitit” del encabezamiento puede significar tres cosas: un instrumento parecido al arpa; el nombre de una canción que se tocaba con el acompañamiento de ese instrumento –que es lo más probable; o una prensa del vino. Este último significado es el que San Agustín escoge y sobre el cual desarrolla buena parte del sermón en que comenta este salmo (y que figura en su libro “Enarrationes in Psalmis”).

Como habrán observado, amados míos, nada se dice en el texto mismo de este salmo acerca de una prensa, o de una cesta, o de una botella, o de cualquier cosa relacionada con el vino, por lo que no es una cosa fácil averiguar cuál es el significado de las palabras “para la prensa del vino” inscritas en el título. Porque ciertamente si después del título mencionara algo relacionado con esas cosas, las personas carnales podrían pensar que es una canción que trata de las prensas del vino visibles. Pero como no dice nada acerca de esas prensas que conocemos muy bien, yo no dudo de que el Espíritu Santo quiere hablarnos de otra clase de prensas del vino. Por tanto, recordemos lo que ocurre en esas prensas visibles y veamos cómo eso mismo tiene lugar espiritualmente en la iglesia.

Las uvas cuelgan de la vid, y las aceitunas, del olivo. Es para esta clase de frutos que suelen hacerse prensas, y mientras cuelgan de las ramas parecen gozar del aire en libertad, y no hay vino ni óleo mientras no sean puestas bajo presión. Así ocurre con el hombre a quien Dios ha predestinado a ser conforme a la imagen de su Hijo Unigénito, que fue el primero a ser estrujado en su pasión como el gran racimo.

Hombres de esta clase, por tanto, antes de que se acerquen al servicio de Dios, gozan en el mundo de una libertad deliciosa, como uvas u olivas colgantes. Pero como ha sido dicho: “Hijo mío, cuando te acerques al servicio de Dios, tiembla y prepara tu alma para la prueba”. Porque todo el que se acerca al servicio de Dios, halla que ha venido a la prensa del vino para experimentar tribulaciones; y será aplastado, será estrujado, no para que perezca en este mundo, sino para que pueda fluir hacia las bodegas de Dios. Se le arranca la cubierta de los deseos carnales, como el hollejo a la uva, porque esto ocurre con los deseos carnales, de los que el apóstol escribe: “despojaos del viejo hombre y vestíos del nuevo.” (Ef 4:22). Esto es algo que no se hace sino mediante la presión. Por eso las iglesias de Dios son llamadas “prensas del vino”.

Bellarmino (5)
Él basa su comentario en el texto de la Vulgata latina, e interpreta la palabra “tabernáculos” en el sentido de las moradas celestiales a las cuales aspira llegar el cristiano al término de su carrera. Tabernáculo, a su vez, corresponde a mishkán, que otras versiones, como RV 60, traducen como “moradas”.

1,2.
“!Cuán amables son tus tabernáculos, oh Señor de los Ejércitos! Mi alma suspira y desmaya por los atrios del Señor. Mi corazón y mi carne se alegran en el Dios vivo.”

Tales son las efusiones del alma piadosa que se encamina a su patria, y que expresan el deseo de llegar al final de su viaje. Tales deseos proceden de la felicidad que se encontrará en el hogar, así como de las dificultades con que se tropieza en el peregrinaje. El alma piadosa, cualquiera que pueda ser la felicidad que tenga aquí abajo, siempre se ve a sí misma como miserable y sufriendo persecución. Porque la prosperidad de este mundo es una gran tentación y una persecución. Ella exclama admirada: ¡Cuán amables son tus tabernáculos!” ¡Oh, qué gran amor tienen los piadosos por tus tabernáculos, por aquellas mansiones tuyas, oh Señor de los Ejércitos!

“¡Señor de los Ejércitos!” ¿Qué puede hacer que tus tabernáculos sean más bellos y más deleitosos que las huestes innumerables de ángeles dotados de toda sabiduría, perfección, poder y belleza, de los cuales una sola mirada bastaría para alegrar todo el peregrinaje aquí abajo? Mientras que el brillo combinado y el esplendor del mundo entero no es más que oscuridad comparada con el fulgor de Aquel a quien esperamos ver allá cara a cara.

En la Jerusalén judía había sólo un tabernáculo, por lo que al hablar aquí de muchos no puede de ninguna manera pensarse que se refiera al de madera y hecho por mano de hombre, sino a aquellos “tabernáculos no hechos por manos humanas” (Hb 9:11) de los que el Señor habló cuando dijo: “En la casa de mi Padre muchas moradas hay.” (Jn 14:2).

“Mi alma suspira y desmaya por los atrios del Señor.” Habiendo dicho que los tabernáculos del Señor son objeto de gran afecto para los piadosos en su exilio, ahora se coloca entre ellos diciendo: “Mi alma suspira y desmaya” al pensar en los atrios del Señor y considerar su belleza. Suspiro tanto que languidezco y desmayo.

“Mi corazón y mi carne se alegran en el Dios vivo.” Para darnos una idea de lo grande de su anhelo y de su amor, él nos dice los efectos que producen, porque cuando uno es herido por un amor o un deseo vehemente, no solamente ellos dan vuelta en su mente sino que expresan su admiración por el objeto de su amor.

“Mi corazón y mi carne”, es decir, mi mente y mi lengua se han unido para alabar al Dios viviente, de belleza increada e infinita, por el cual suspiro. Esta segunda parte del versículo no contradice a la primera, porque aunque allá hable de su alma como desmayando, y acá como regocijándose, porque son diversos los sentimientos de los que aman, un momento deploran la ausencia del amado, pero pronto se regocijan cuando recuperan al amado y prorrumpen en su alabanza.

Lo llama “el Dios vivo” no sólo para distinguirlo de los ídolos “que tienen ojos, pero no ven; oídos, pero no oyen” (Sal 115:4-7; 135:15-17) porque son objetos inanimados, sino también porque solamente de Dios puede decirse, estrictamente hablando, que vive. Porque vivir es tener el poder de moverse por sí mismo y no por otro. Pero de las cosas creadas se dice que viven porque tienen en sí cierto principio de movimiento, pero sin Dios no tuvieran ninguno; porque “en Él vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser.” (Hch 17:28). La vida de Dios es tal que no requiere del impulso de ningún otro ser, esto es, que tiene sólo por sí mismo el poder del entendimiento y de la voluntad, siendo Él mismo la fuente de toda vida; no derivándola de ninguno, sino dándola a todos.

John Gill (6)
1. “!Cuán amables son tus tabernáculos, oh Señor de los Ejércitos!”
Lo que hacía que el tabernáculo de Moisés fuera agradable no era su exterior, que era más bien humilde, como lo es la Iglesia de Dios exteriormente por la persecución, la aflicción, la pobreza, sino lo que contenía dentro, teniendo muchos vasos de oro y esos objetos que son típicos de cosas más preciosas
(es decir, que las simbolizan). Ahí se veía a los sacerdotes en sus vestiduras sagradas cumpliendo su servicio; y en ciertos momentos, al sumo sacerdote con su rica vestimenta. Ahí se veían los sacrificios inmolados y ofrecidos por los cuales se enseñaba al pueblo la naturaleza del pecado, la severidad de la justicia y (simbólicamente)
la necesidad y eficacia del sacrificio de Cristo. Ahí se veía a los levitas entonando sus canciones y tocando sus trompetas. Pero mucho más amable es la Iglesia de Dios y sus ordenanzas en tiempos del Evangelio, en donde Cristo, el gran Sumo Sacerdote, es visto en la gloria de su persona y en la plenitud de su gracia; donde los sacerdotes de Sión, o los ministros del Evangelio, están de pie vestidos, plenamente adornados con la salvación y sus noticias; donde Cristo es presentado como crucificado y muerto, mediante el ministerio de la palabra y la administración de las ordenanzas. Aquí son tocadas las trompetas y se oye su eco gozoso; aquí los cánticos de amor y gracia son entonados por todos los creyentes. Pero lo que hace a estos tabernáculos aun más preciosos es la presencia misma de Dios, de manera que no sean otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo.

Spurgeon (7)
3. “Aun el gorrión halla casa…”
El salmista envidia a los gorriones que vivían alrededor de la casa de Dios y que recogían las migajas en sus atrios. Sólo deseaba que él pudiera también frecuentar las solemnes asambleas y llevarse un poco del alimento celestial.
“Y las golondrinas un nido para sí donde poner sus polluelos…”
Envidiaba también a las golondrinas cuyos nidos estaban bajo los aleros de las casas de los sacerdotes, donde encontraban un lugar para sus pequeñuelos así como para sí mismas. Nos regocijamos no sólo en nuestras oportunidades religiosas personales, sino también en la gran bendición de poder llevar a nuestros niños con nosotros al santuario. La iglesia de Dios es una casa para nosotros y un nido para nuestros pequeños.
“Cerca de tus altares, oh Señor de los Ejércitos…”
Estos pequeños pájaros se acercan a los mismos altares. Nadie podía impedírselo, ni hubiera querido hacerlo. David hubiera querido ir y venir tan libremente como ellos.
“Mi Dios y mi rey.”
Él expresa su lealtad desde lejos. Si no podía pisar los atrios, al menos amaba a su Rey. Podía ser un desterrado, pero no un rebelde. Cuando no podamos ocupar un lugar en la casa de Dios, Él tendrá un asiento en nuestra memoria y un trono en nuestro corazón. El doble “mi” es muy precioso; él se aferra con ambas manos a su Dios, y está resuelto a no soltarlo hasta que le conceda el favor que le ha venido solicitando desde hace tiempo.

Cosas Nuevas y Antiguas (8)
3. ”Aún el gorrión halla una casa…”
Aquí se alude al tierno cuidado que Dios tiene por la menor de sus criaturas. El salmista, estando en exilio, envidia sus privilegios. Desearía poder hacer su nido, si fuera posible, en la morada de Dios. El creyente encuentra casa perfecta y descanso en los altares de Dios; o más bien, en las grandes verdades que ellos representan. Pero su confianza en Dios es endulzada y fortalecida por el conocimiento de su cuidado minucioso, universal y providencial. Es un motivo de admiración gozosa para él. “Dios no falla” –ha expresado alguien brillantemente- “en encontrar una casa para el menos valioso de los pájaros, y un nido para el más inquieto de ellos.” ¡Qué confianza debería este pensamiento darnos! ¡Qué descanso! ¡Qué reposo encuentra el alma que se echa en el cuidado tierno y vigilante de Aquel que provee tan plenamente a las necesidades de sus criaturas!
Pero hay algo que me llama poderosamente la atención en estos pájaros: Ellos no conocen a Aquel de quien todas estas bondades fluyen. Gozan de la rica provisión de su cuidado cariñoso, porque Él piensa en todo lo que necesitan, pero no hay ninguna comunión entre ellos y el Gran Proveedor. De aquí, alma mía, puedes sacar una útil lección: Nunca te des por satisfecho por frecuentar tales lugares, o por gozar ahí de ciertos privilegios, sino levántate en espíritu, y busca, encuentra y goza de una comunión directa con el Dios vivo a través de Jesucristo, nuestro Salvador. El corazón de David se vuelve hacia Dios mismo:
“Mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo.”

4. “Bienaventurados los que habitan en tu casa.”
Bienaventurados, en verdad, podemos nosotros exclamar, y lo serán por siempre. Ellos son moradores, no visitantes en la casa de Dios. “Habitaré en la casa del Señor para siempre.” (Sal 61:4) Esto es cierto de todos los que confían en Jesús ahora. Pero aunque todos los hijos de Dios son sacerdotes por nacimiento, como eran los hijos de Aarón, no todos son, lamentablemente, sacerdotes por consagración (Ex 29). Comparativamente pocos conocen su lugar sacerdotal en el altar de oro. Muchos dudan si sus pecados –raíz y ramas- fueron consumidos fuera del campamento (9) y, consecuentemente, temen entrar en el atrio, y aun cuando se les asegure que han sido plenamente justificados y santificados en el Resucitado, dudan seriamente y temen que esa bendición pueda no ser suya.

Spurgeon
4. “Bienaventurados los que habitan en tu casa.”
El salmista estima que son más favorecidos aquellos que están constantemente ocupados en el servicio divino: los canónigos residentes, los que abren los púlpitos, los sirvientes que limpian y barren el polvo. Ir y venir es refrescante, pero permanecer en la casa de oración debe ser el cielo aquí abajo. Ser los huéspedes de Dios, gozar de la hospitalidad del cielo, ser apartado para el trabajo santo, protegido del ruido mundano, y estar familiarizado con las cosas sagradas, esta es ciertamente la mejor heredad que un hijo del hombre puede poseer.
“Perpetuamente te alabarán.”
Estando tan cerca de Dios su vida misma debe ser adoración. Seguramente sus corazones y sus lenguas nunca cesan de magnificar al Señor. Tememos que David hizo aquí una pintura de lo que debía ser y no de lo que es en realidad. Porque aquellos que se ocupan de las cosas necesarias para la adoración pública no son siempre los más devotos. Sin embargo, en un sentido espiritual es muy cierto lo que David dice, porque los hijos de Dios, que en el espíritu permanecen siempre en su casa, están siempre llenos de alabanzas a Dios. La comunión es la madre de la adoración. Cesan de alabar a Dios los que se alejan de Él, pero los que moran en Él le están magnificando siempre.

Notas: 1. Aparte del libro “Enarrationes in Psalmis” de San Agustín y de los comentarios a los Salmos de Bellarmino y de Franz Delitschz, los textos seleccionados están tomados de la espléndida obra de Charles Spurgeon, “El Tesoro de David”, la cual, además de los comentarios del propio predicador, contiene pasajes selectos de otros autores.
2. El encabezamiento que tienen la mayoría de los salmos es probablemente muy antiguo, pero no forma parte del texto mismo. En la mayoría de los casos debe haber sido añadido por los escribas antes de Cristo, en el proceso editorial por el cual cada salmo fue incorporado al Salterio.
3. Franz Delitzsch (1811-1890) fue un erudito judío, convertido al cristianismo, quien junto con J.C.F.Keil escribió un importante y masivo comentario del Antiguo Testamento. Se dedicó también a combatir el creciente antisemitismo de la época.
4. El gran teólogo y escritor, obispo de Hipona (354-430), dejó una vasta obra doctrinal y homiléctica en la que figuran los sermones que pronunció sobre cada uno de los salmos. Su pensamiento ejerció gran influencia en los reformadores Lutero y Calvino.
5. El cardenal Bellarmino (1542-1621) fue un polemista y predicador, cuya gran elocuencia y erudición atraía incluso a los teólogos protestantes con los cuales discutía. Entre otras cosas se distinguió por haber defendido a Galileo en el juicio que le entabló la Inquisición.
6. John Gill (1697-1771) gran pastor y predicador bautista británico. Dejó un vasto comentario de ambos testamentos.
7. Ch. Spurgeon (1834-1892), predicador bautista que alcanzó desde joven tan gran notoriedad que hubo de construirse para él un templo con una capacidad para seis mil asistentes.
8. Debe tratarse de una publicación evangélica colectiva de la época.
9. Es decir, en la cruz de Cristo, que fue levantada fuera de las murallas de Jerusalén.

#639 (08.08.10) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).