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miércoles, 1 de septiembre de 2021

"VIVE JEHOVÁ EN CUYA PRESENCIA ESTOY" (EL PROFETA ELISEO IV)




"VIVE JEHOVÁ EN CUYA PRESENCIA ESTOY" 
(EL PROFETA ELISEO IV)
“Vive Jehová de los ejércitos en cuya presencia estoy”. El secreto de su poder era su intimidad con Dios. Qué bueno fuera que todos nosotros viviéramos conscientes de que donde quiera que estemos, vivimos en la presencia de Dios.


domingo, 22 de noviembre de 2020

LA PRESENCIA DE DIOS EN NOSOTROS I

LA PRESENCIA DE DIOS EN NOSOTROS I

"En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí y yo en vosotros" (14:20). En otras palabras, la vida que Él ofrece consiste en que Él viva en nosotros y nosotros en Él, así como Él vive en su Padre y su Padre en Él. 

Esta realidad de la vida de Dios en el creyente es una de las revelaciones más importantes y más profundas del Evangelio, una verdad tan profunda y extraordinaria que yo me temo no nos damos cuenta cabal de su significado. Si llegáramos a entenderla y apreciarla en toda su magnitud no cabríamos en nosotros mismos de alegría y de felicidad.


miércoles, 20 de febrero de 2013

JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS III


Por José Belaunde M.
JESÚS ORA POR SUS DISCÍPULOS III
Un Comentario de Juan 17:18-26
18. “Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo.”
¿Cómo envió el Padre a Jesús al mundo? Como una víctima inocente y sin mancha, para cumplir un santo y recto propósito, una santa misión como mediador: la de reconciliar al mundo con Dios. Ahora que yo me voy, le dice Jesús a su Padre, yo los envío a ellos al mundo con el fin de continuar la obra que tú me confiaste, llevando tu mensaje hasta los confines de la tierra para que todos los que crean en él sean reconciliados contigo.
Los envío como tú me enviaste a mí, como corderos inocentes, incapaces de quebrar cañas cascadas y dispuestos a ser perseguidos por mi causa (Mt 5:11,12).
Ellos no son perfectos porque son humanos, y son falibles pero, auxiliados por tu Espíritu, se mantendrán fieles a la misión que les encomiendo, conscientes de los riesgos, de los peligros y de los sacrificios que su misión conlleva.
No los abandones ¡oh Padre! a los peligros que los asechan, sino guárdalos como yo hasta ahora los he guardado, y como tú a mí me has guardado hasta la hora del sacrificio supremo. (Nota 1)
Como yo he afrontado oposición, así también ellos la afrontarán. Como yo he confiado en ti, ellos también confiarán en tu protección, ¡oh Dios! que nunca defraudas al que en ti confía (Sal 22:5b).
Como tú me enviaste para que sea fiel a tu propósito y lo cumpla hasta el fin, así también yo los envío a ellos para que sean fieles a tu propósito y lo cumplan hasta el fin que tú reservas para cada uno de ellos.
Así como yo te he glorificado en todos mis actos y palabras, que ellos también te den gloria en todos sus actos y palabras.
19.  “Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.”
Jesús acaba de pedirle a su Padre (v.17) que santifique a sus discípulos en la verdad, porque “tu palabra es verdad”. Ahora reitera ese pensamiento diciendo que Él se santifica a sí mismo para que ellos también lo sean en la verdad.
Pero ¿qué necesidad tiene Jesús de santificarse, esto es, de apartarse para Dios, si eso es lo que ha hecho su vida entera, y si Él es la verdad que santifica? Así como Él voluntariamente se sometió al bautismo de arrepentimiento de Juan sin necesitarlo, pero lo hizo para darnos ejemplo, de manera semejante Él, sin necesitarlo tampoco, pues no había huella de pecado en Él, se santifica a sí mismo en la verdad para ser ejemplo para sus discípulos que, siendo falibles, iban a necesitarlo después de su partida.
El proceso de santificación es un proceso continuo que sólo termina en el cielo. Siguiendo el ejemplo de Jesús y de sus discípulos, santifiquémonos pues nosotros, consagrémonos a Dios cada día para que Él pueda usarnos.
Pero hay otro sentido de santificar que debemos considerar. El verbo griego hagiazó significa también “apartar” con un fin determinado. Así pues, en este
sentido, Él se aparta a sí mismo como víctima sacrificial para expiar los pecados del mundo (Hb 9:11-14).
20,21. “Mas no ruego solamente por éstos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.”
Jesús extiende su oración más allá de sus discípulos presentes a aquellos que han de creer en Él después de su muerte y resurrección por la palabra que stos que están con Él les prediquen. ¿Cómo se difunde la fe en Cristo que salva? Por medio de la predicación. “La fe es por el oír y el oír por la palabra de Dios.” (Rm 10:17). No hay otro medio, aunque el testimonio de vida silencioso también puede tocar los corazones de la gente.
Jesús ora aquí por todos los que en los siglos venideros van a conformar su iglesia en todo lugar y nación (y eso nos incluye a ti y a mí); ora para que se mantengan unidos, porque sabe que la desunión cunde fácilmente entre los creyentes, como lo ha demostrado la historia, no sólo por opiniones discrepantes en temas de doctrina que pueden convertirse en diferencias irreconciliables, sino también a causa de rivalidades personales o de grupo.
Él pide que sus discípulos de todos los tiempos se mantengan unidos como Él y su Padre son uno, con el mismo grado de unidad indisoluble que hay entre ambos, que es fruto del amor; una unidad que sea más fuerte que todas las posibles discrepancias doctrinales que puedan surgir entre ellos, y que todas las diferencias de temperamento y de carácter.
La razón por la cual Jesús pide que haya unidad entre sus discípulos es porque la unidad es una condición necesaria para que el mundo crea en Él. (2) Porque ¿cómo ha de creer la gente en Él si sus discípulos están divididos y se pelean entre sí? Las divisiones en la iglesia son un escándalo ante el mundo y el más grande obstáculo para que la gente crea.
¿Y de dónde vienen esas divisiones? En la mayoría de los casos de la vanidad y del orgullo de los hombres que el diablo estimula sabiendo a qué conduce.
Por eso la primera obligación de los creyentes es mantener la paz y la unidad de pensamiento, como escribió Pablo: “Os suplico hermanos …que habléis todos una misma cosa, y que no haya entre vosotros divisiones, sino que estéis perfectamente unidos en una misma mente y un mismo parecer.” (1Cor 1:10). “La unión hace la fuerza” es una verdad demasiado conocida para ser ignorada. En cambio, como dijo Jesús en otro lugar: “Una ciudad o casa dividida contra sí misma, no permanecerá.” (Mt 12:25).
Si toda la gente creyera que Jesús ha sido enviado por el Padre a la tierra, ¿no creerían todos en su mensaje y se salvarían? El secreto del éxito de la evangelización es que se crea que Jesús fue enviado por Dios.
Jesús dice que Él ora por los que han de creer. ¿No ora Él también por los que no creen? También ora por ellos para que se conviertan y crean. Los únicos por los que no ora son los condenados, porque es inútil hacerlo ya que su destino es inmutable.
22. “La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno.”
En este capítulo 17 Jesús menciona varias cosas que el Padre le ha dado. Ellas son las siguientes: En el v. 2 dice que le ha dado “potestad sobre toda carne”. En el v. 4, una obra por hacer. En el v. 6, discípulos, y lo repite en los v. 9, 11, 12 y 24. En el v. 8, palabras. En el v. 22, gloria, y lo repite en el v. 24. Son cinco cosas que tienen significados diferentes. ¿Qué cosa es la gloria que el Padre le ha dado a Jesús, y que Él ha dado a sus discípulos?
En el v. 4 Jesús le dice a su Padre que Él lo ha glorificado en la tierra haciendo su voluntad, cumpliendo la obra que le había encomendado. Pero enseguida (v. 5) Jesús le pide que lo glorifique al lado suyo con la gloria que tuvo desde el inicio.
En este vers. 22 “gloria” es el resultado, o el premio debido por cumplir la obra encomendada y, a la vez, el poder para llevarla a cabo haciendo sanidades, milagros y prodigios (Hch 4:30; 5:12,15,16; 8:13). En este versículo el tiempo pasado (“me diste”) tiene un significado, o proyección futura: Es la gloria que Jesús va a recibir al resucitar y ascender al cielo. Pero al mismo tiempo se refiere al poder que Jesús les dará, mediante el Espíritu Santo, para llevar a cabo la Gran Comisión (Mt 28:19,20), la tarea de llevar las Buenas Nuevas a todas partes y de hacer discípulos, en una unidad perfecta entre ellos, semejante a la que existe entre el Padre y el Hijo –una unidad cuyo vínculo es el amor. “Gloria” es también, por último, el premio prometido que algún día han de recibir por su fidelidad en la tarea.
Cuando después de Pentecostés los apóstoles empiecen a predicar el nombre de Jesús, un poder especial, un nimbo singular, los va a acompañar donde quiera que vayan, que derribará obstáculos y que atraerá a la gente hacia ellos. Eso que atraerá a la gente no es solamente el poder de la palabra que ellos tendrán en su boca, sino también el amor visible que existe entre ellos, un amor mutuo que el mundo no está acostumbrado a ver y que llamará mucho la atención de la gente, y que constituirá un argumento poderoso para convencerlos de la verdad de su mensaje.
23. “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.”
Este versículo puede dividirse en tres partes:
1. “Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad”. Jesús está en sus
discípulos (de hecho, en todos los creyentes) así como el Padre está en Jesús (“mi Padre y yo somos uno”, Jn 10:30) de modo que el Padre está también en ellos. La presencia de Dios en ellos hace que formen un solo cuerpo perfecto en unidad, semejante, guardando las distancias, a la que existe entre Jesús y el Padre (Gal 3:28).
2. “para que el mundo conozca que tú me enviaste”. La unidad que existe entre sus discípulos será un argumento poderoso de que Jesús no vino de sí mismo, no apareció y se puso a predicar, movido por iniciativa personal, sino que fue el Padre mismo quien lo envió al mundo. Una vez más la unidad entre los cristianos comunica a su mensaje la fuerza de la verdad, así como la desunión lo socava, lo debilita y hace que sea cuestionado. La unidad entre los cristianos de todas las latitudes es pues una obligación suprema, un mandato aún no cumplido que el enemigo se esfuerza en frustrar con todos los medios que tiene a su alcance, alimentando las ambiciones, las rencillas y las pasiones humanas que separan.
Notemos cuál es el resultado de la unidad entre los cristianos: Que el mundo reconozca que el mensaje de Cristo que ellos proclaman no es humano sino que procede de Dios. Y si reconocen su procedencia divina, ¿cómo no van a creer en él? Que el mundo crea o rechace el mensaje del Evangelio depende de nosotros, de que guardemos nuestra unidad. ¡Qué tremenda responsabilidad!
3. “y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.” Puesto que el Padre ama al Verbo con un amor infinito, cuando el Padre vea a su Hijo en sus discípulos, Él los amará con el mismo amor infinito con que ama a su Hijo unigénito.
24. “Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo, para que vean mi gloria que me has dado; porque me has amado desde antes de la fundación del mundo.”
Este es un versículo complejo en el que se presentan varios pensamientos encadenados que debemos examinar. Veamos:
En esta ocasión Jesús no le pide ni ruega a su Padre, sino expresa con la confianza del Hijo, cuál es su voluntad respecto de aquellos que Él le ha dado. Estos son, en primer lugar, sus discípulos inmediatos, los once quitando a Judas. Pero también incluye, -puesto que los ha mencionado en el v. 20– a todos los que han de creer en Él más adelante.
Por ellos pide que donde Él esté, -entiéndase en sentido de futuro: donde yo estaré, en tu compañía en el cielo- ellos también estén. En suma, que todos los que hayan creído en mí estén algún día para siempre conmigo. (3)
¿Con qué fin? Podría pensarse que el propósito es que gocen con Él de la compañía de Dios Padre. Pero aunque esto se da por supuesto, la finalidad concreta en este caso es otra: que vean la gloria que el Padre le ha dado desde toda la eternidad, que es lo que la frase “desde antes de la fundación del mundo” –que como sabemos, no es eterno- quiere decir. Esto es, desde antes que empezara el tiempo, que comenzó con la creación. Jesús quiere que éstos que han creído en Él vean la gloria de que Él gozaba con el Padre antes de tomar carne humana; que vean no sólo la gloria de su humanidad exaltada al lado del trono de su Padre (Mt 26:64), sino que comprendan quién es realmente Aquel en quien han creído, la segunda persona de la Trinidad, el Verbo por medio del fueron hechas todas las cosas (Jn 1:3).
En este versículo se subraya que la unidad que existe entre el Padre y el Hijo desde siempre, es una unidad en el amor. El amor ha sido, y es, el lazo que los unía, y une, a ambos en uno solo, porque la vida de Dios, en efecto, no es otra cosa sino amor. De ahí que el apóstol Juan pueda decir en una frase cuyo sentido es más profundo de lo que, en primera instancia, podríamos pensar: “Dios es amor” (1Jn 4:8,16).
25. “Padre justo, el mundo no te ha conocido, pero yo te he conocido, y éstos han conocido que tú me enviaste.”
Jesús reitera una vez más el hecho de que el mundo (en este caso, el mundo oficial judío, el de los sacerdotes, escribas y fariseos) no ha conocido al Padre sino que, al contrario, lo ha rechazado. ¿”Conocido” en qué sentido? En el sentido que se explicó al comentar el vers. 3. No es un conocimiento intelectual de Dios –porque aquellos que constituían el mundo, los judíos que rechazaron a Jesús- tenían ese conocimiento y conocían bien las Escrituras, sino se trata de un conocimiento íntimo que sólo puede dar la fe; un conocimiento que proporciona una relación de intimidad y certidumbre, y que, en la práctica, es casi un sinónimo de “creer”.
Si ellos lo hubieran “conocido” no habrían rechazado su mensaje, sino al contrario, lo habrían acogido y se habrían adherido a Él.
Jesús reitera que Él tiene ese conocimiento del Padre y que los discípulos que lo rodean –aquellos que el Padre le ha dado- han creído que ha sido el Padre mismo quien lo ha enviado a Él al mundo con una misión.
A lo largo de esta oración Jesús se ha dirigido a Dios diciéndole Padre. Una vez ha agregado el adjetivo “santo” (ver. 11). En este versículo lo llama “Padre justo”. ¿Tiene algún significado este calificativo? Creo que significa que el conocer o no conocer a Dios, el creer o rechazar a Dios, en el caso de cada individuo, pues es Dios quien lo da, procede de la justicia eterna y perfecta de Dios. Todo lo que Dios hace es resultado de esa justicia sin mancha. Nadie podrá alegar que la sentencia o recompensa que algún día reciba es injusta o inmerecida.
26. “Y les he dado a conocer tu nombre, y lo daré a conocer aún, para que el amor con que me has amado, esté en ellos, y yo en ellos.”
Jesús termina su oración diciendo que Él les ha hecho conocer a Dios a sus discípulos, lo que Él es en su intimidad, y que seguirá haciéndoles conocer más aun en las horas de vida que le quedan –y más allá de su resurrección mediante el Espíritu Santo- a fin de que el amor que lo une al Padre, y el amor eterno con que el Padre lo ha amado a Él, lo reciban también ellos, a fin de que su unión con ellos sea perfecta, y que, en consecuencia, Él viva en ellos. Ése es un deseo que Jesús hace extensivo -pues lo dijo en el vers. 20- a todos los que algún día creerán en Él por el testimonio de la iglesia.
Notas: 1. Así como es propio que los gobernantes protejan a sus embajadores, lo es también que Dios proteja y guarde a sus apóstoles.
2. “Mundo” quiere decir aquí, en primer lugar, el mundo judío en medio del cual vivió y predicó Jesús, y en medio del cual vivirán y predicarán inicialmente los apóstoles. Es un hecho notorio, sin embargo, que esta oración de Jesús fue contestada gloriosamente en los primeros tiempos de la iglesia, pues en Hch 4:32 se dice que “la multitud de los que habían creído eran de un corazón y de un alma”.
3. Ya Él había expresado anteriormente este pensamiento en Jn 14:3.
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#762 (20.01.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 7 de diciembre de 2012

LA VID VERDADERA II


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA VID VERDADERA II
Un Comentario de Juan 15:7-11
Proseguimos con el comentario que comenzamos en el artículo anterior. En el versículo siguiente Jesús pone dos condiciones para que nuestras oraciones puedan ser contestadas.
7. “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que quisiérais, y os será hecho.” (Nota 1)
Ya hemos visto en qué consiste permanecer en Él (“La Vid Verdadera I” al explicar el vers. 5). ¿En qué consiste que sus palabras permanezcan en nosotros? Téngase en cuenta que Él se estaba dirigiendo en primer lugar a sus apóstoles (aunque también lo hace a nosotros), y que ellos habían escuchado sus palabras “en vivo y en directo”, como suele decirse, usando la terminología de la TV; y que sus palabras, como les acaba de decir, los habían limpiado de todo pecado.
Nosotros no hemos escuchado su palabra de la misma forma, pero la hemos leído, escuchándola en el espíritu, y la hemos oído desde el  púlpito; y a nosotros también su palabra nos ha limpiado de todo pecado, y nos ha transformado interiormente. Que sus palabras permanezcan en nosotros quiere decir no solamente que las mantengamos en nuestra memoria –aunque se dé por sentado- sino además tres cosas: 1) Que el efecto que han tenido sus palabras en nosotros permanezca y no se diluya; 2) Que las saboreemos deleitándonos en ellas, estimándolas más que el mismo alimento, según el dicho: “¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.” (Sal 119:103); y 3) que sus palabras gobiernen nuestra vida, es decir, que procuremos llevarlas a la práctica, obedeciendo lo que ellas mandan, y haciendo lo que ellas recomiendan. Sólo entonces podremos realmente decir que su palabra permanece viva en nosotros, y que es el norte de nuestra existencia.
Si las dos condiciones que ha puesto Jesús en este versículo se dan, Él afirma que el Padre nos concederá todo lo que le pidamos. Ésa es una promesa extraordinaria, casi como si se nos diera un cheque en blanco: Podemos obtener de Él todo lo que deseamos.
Ésa no es, sin embargo, una promesa absurda, o ilusoria, que abra la puerta a peticiones caprichosas, exageradas, o inconsistentes, porque si permanecemos en Él, y sus palabras permanecen en nosotros, no le pediremos nada que no esté de acuerdo con su voluntad, para comenzar; no le pediremos nada que Él no esté dispuesto de antemano a concedernos.
Recuérdese lo que Él ha dicho en otro lugar, y volverá a decir: Que todo lo que pidamos en su Nombre nos será concedido (14:13; 15:16; 16:23). En el fondo se trata de la misma promesa formulada en términos diferentes, porque ambas tienen el mismo alcance, ya que no podemos pedir nada en su Nombre si no permanecemos unidos a Él. (2)
Pero ¡qué abanico de posibilidades abre! Podemos pedirle, en primer lugar, todo aquello que contribuya a la extensión de su reino; todo aquello que contribuya a nuestro bienestar y a nuestro progreso espiritual, y al de otros; todo aquello que satisfaga nuestras necesidades materiales reales; pero nada que sea superfluo, frívolo o lujoso. Podemos –debemos- pedirle por la salud de otras personas, así como por la nuestra, etc., etc., etc. Pero no podemos ni soñando pedirle algo que Él que no esté dispuesto a avalar.
Sobre todas las cosas debemos pedirle la gracia de conocerlo cada día más y mejor, y de amarlo cada día más; la gracia de servirlo con más eficacia, y de que todos puedan llegar a conocerlo. (3) Esto es, debemos incansablemente pedirle por la extensión de su reino, porque ésa es su voluntad suprema: Que su mensaje y su salvación lleguen hasta los lugares más apartados de la tierra (Hch 1:8).
Pero de nada sirve que las palabras de Jesús permanezcan en nuestra memoria si no las ponemos por obra. Al contrario, ellas nos juzgarán y serán testigos en contra nuestra porque, conociéndolas, no las cumplimos. Nosotros mismos nos habremos arrancado de la vid y nos secaremos.
Jesús nos dejó un modelo de oración en el Padre Nuestro. Si todas nuestras peticiones son hechas en el sentido y en el espíritu de esa oración (en la que pedimos: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.”), tenemos la seguridad de que Él nos escucha y de que obtendremos lo que le pidamos.
8. “En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis discípulos.”
Su Padre, el Viñador, es glorificado cuando las ramas están cargadas de racimos de uvas, no cuando permanecen desnudas e infructíferas.
Pareciera, desde un punto de vista lógico, que este versículo debiera haber sido formulado así: “En esto es glorificado mi Padre, en que seáis mis discípulos y llevéis mucho fruto”, porque para poder llevar frutos espirituales se requiere primero ser discípulo suyo, es decir, estar unido a Él. Ser discípulo es una condición de lo segundo, no al revés. Pero Juan, al transcribir las palabras de Jesús, no se ciñe a la lógica humana, sino declara más bien que la condición previa para ser discípulo de Jesús, es llevar fruto. Una vez que el hombre produce frutos espirituales en su vida, ya puede ser discípulo de Jesús. Primero llevar fruto; después, ser discípulo, lo cual hace suponer que al escoger a los doce, Jesús había tenido en cuenta cualidades que prefiguraban cómo se comportarían más adelante.
Ahora bien, ¿a qué frutos se refiere Jesús? ¿O qué cosas son esos frutos que produce el pámpano que está unido al tronco de la vid? Lo primero en que podemos pensar es en el fruto del Espíritu del que habla Pablo en Gal 5:22,23: amor, gozo, paz, etc. Esto es, aquellos rasgos de carácter que son propios de la naturaleza de Cristo. Pero ¿se trata solamente de eso? Ese fruto no está conformado por cualidades o virtudes estáticas. Son la manera de ser de una persona. Pero no sólo se trata de eso, sino también de las acciones, de los actos concretos, que esas cualidades internas impulsarán al individuo a realizar; de cómo se manifiestan esas cualidades en la vida y conducta de la persona.
Por ejemplo, el amor llevará a un discípulo de Cristo a interesarse por su prójimo, a tratar de ayudarlo, a suplir a sus carencias espirituales o materiales. Esto es algo de lo que vemos numerosísimos ejemplos en la vida cristiana: personas, o instituciones, fundadas por cristianos, sean hombres o mujeres, que se dedican a socorrer al prójimo.
La paciencia llevará al discípulo de Cristo a soportar la compañía de personas cuyo trato no le sea agradable, mostrándoles una cara sonriente; la fidelidad (fe) lo impulsará a ser siempre leal en sus tratos con los demás, etc.
Jesús dijo una vez: “Bienaventurados los pacificadores porque ellos serán llamados hijos de Dios.” (Mt 5:9). El que está lleno del amor de Cristo y de su paz, se esforzará en propiciar que las personas que están en conflicto lleguen a un acuerdo que ponga fin a sus contiendas.
Pero el mayor y más importante de los frutos que Jesús espera de sus discípulos es el de difundir su mensaje de salvación y hacer que los hombres vengan a sus pies, se arrepientan y se salven, tal como Él les encargó antes de subir al cielo (Mt 28:19,20).
Resumiendo: el fruto del que habla Jesús está constituido no sólo por las cualidades, o virtudes, que adornan a la persona, sino también por las acciones concretas mediante las cuales esas cualidades y virtudes se manifiestan exteriormente. En ambas cosas es glorificado el Padre, porque en ellas su carácter se ve reflejado.
9. “Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en mi amor.”
Tal como el Padre me ha amado, es decir, de la misma manera, con el mismo amor con que el Padre me ha amado, y me sigue amando, así también yo os he amado a vosotros, mis discípulos, que habéis estado conmigo desde el principio, y os sigo amando.
Ahora bien ¿cómo puede ser el amor del Padre por su Hijo? ¿Cuán intenso y profundo puede ser? No podríamos describirlo si quisiéramos porque, siendo su amor infinito, está más allá de nuestra comprensión, como seres finitos que somos, aunque sí podríamos mencionar algunas de las cualidades que como seres humanos, por analogía, podemos atribuirle. Así diríamos que es un amor eterno, infinito, inmutable, constante, perfecto, sabio y justo.
Pues con la misma intensidad y profundidad, con el mismo amor de un Dios infinito, amó Jesús a sus discípulos y nos ama a nosotros ahora, porque sus palabras también están dirigidas a nosotros y a todos los que han sido sus discípulos a través del tiempo. (4)
Por eso Él pudo dirigirse a los doce, y se dirige a nosotros, diciéndonos: “Permaneced en mi amor.” Es decir, no os apartéis de él, permaneced unidos a él, no os alejéis de lo que es la fuente de vuestra vida, porque ya os lo he dicho: Sin mí nada podéis hacer, sin mí estáis perdidos y condenados a las llamas eternas.
Permaneced en ese estado de comunión perfecta con que los amantes se aman gozándose el uno en el otro. ¿No es el amor de Dios que se ha derramado en vuestros corazones una fuente de gozo intenso? Pues permaneced en él, no haciendo vosotros nada que pueda enfriarlo. La misma vida de la vid puede pulsar en nosotros que somos sus ramas, y que formamos un solo cuerpo con Él. Eso es lo que Él desea para nosotros, ni más ni menos. Pero, ¿de qué manera podríamos nosotros apartarnos de Él, perdiendo nuestra comunión con Él?
En el versículo siguiente contesta Jesús a esa pregunta:
10. “Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor.”
Si es guardando sus mandamientos como permanecemos en su amor, se deduce que dejando de guardarlos dejamos de permanecer en Él.
Nuestro amor a Dios se manifiesta en nuestra obediencia a su voluntad, a sus menores deseos, como ya Jesús les había dicho: “Si me amáis guardad mis mandamientos” (Jn 14:15). Cuanto más intensamente amamos a Jesús, más fielmente guardaremos sus mandamientos, y más unidos permaneceremos a Él. (5)
Jesús vino al mundo no a hacer su propia voluntad, sino a cumplir la voluntad de su Padre. Es cierto que ambos estaban, y están, estrecha y sustancialmente unidos, y por eso Jesús en la tierra no podía querer hacer otra cosa sino la voluntad de su Padre y permanecer enteramente en su amor.
Pues bien, guardando las distancias, un grado similar de obediencia a sus mandamientos es aquella a la que Jesús nos anima. Y no sólo a sus mandamientos, sino también a sus más pequeños deseos, cuando Él nos habla en el interior de nuestra alma.
Sabemos que somos débiles y frágiles y sujetos a todas las limitaciones humanas. Pero si Él nos exhorta a obedecerlo con la misma fidelidad con que Él obedeció a su Padre es porque Él está dispuesto a ayudarnos en esa tarea, de manera que no tenemos excusa si nos negamos a hacerlo. En la medida en que le obedezcamos iremos descubriendo las maravillas de su amor y los secretos de su voluntad.
11. “Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido.”
¿Cómo podía Jesús estar gozoso en ese momento cuando Él era consciente de que se acercaba la prueba terrible de su pasión? La respuesta se halla en Hb 12:2 donde se dice que Jesús “por el gozo puesto delante de Él sufrió la cruz”. El sufrimiento que Él iba a afrontar era para Él un motivo de gozo en consideración a lo que Él iba a lograr: la salvación del género humano. Ésa era la tarea que él había venido a cumplir, y cumplirla lo llenaba de alegría pese al terrible sacrificio que implicaba.
Lo que Jesús se propone al confiarles a sus discípulos estas cosas es que ellos participen del mismo gozo que Él experimentó al cumplirse el propósito por el cual Él se hizo hombre.
No hay fuente de gozo mayor para  el hombre que cumplir lo que se ha propuesto, sobre todo si se trata de una gran obra, y más aún si es algo que procede de la voluntad de Dios. ¿Y qué obra más grande puede haber que la redención del género humano? Nadie ha realizado jamás una tarea más trascendente y maravillosa que ésa, que restituyó nuestra amistad con Dios, y nos abrió las puertas del cielo.
Hay otra interpretación posible del gozo de Jesús. Es como si Él les dijera a sus discípulos: Mi gozo viene de que mi Padre me ha amado porque yo he guardado sus mandamientos. Guarden ustedes también siempre mis mandamientos para que mi Padre pueda complacerse en vosotros, como lo hizo conmigo, de tal modo que experimentando su amor, vuestro gozo sea pleno.
Ese gozo es también el de la unión de los amantes, del esposo y de la esposa; el gozo del cual Él es el autor, el gozo de la llenura del Espíritu Santo, que nos permite contemplarlo cada día con mayor claridad, y que será perfeccionado el día que anuncia Pablo, en que lo veremos cara a cara, tal como Él es (1Cor 13:12).
Notas: 1. O según otras copias: “os será dado.”
2. Mathew Henry anota: “Los que permanecen en Cristo como deleite de su corazón, tendrán en Cristo lo que su corazón desea. Las promesas que permanecen en nosotros están listas para convertirse en oraciones que, teniendo ese fundamento, no tardarán en cumplirse.”
3. Estando unidos a Jesús deseamos ciertas cosas; pero cuando estábamos en el mundo deseábamos otras que nos eran perjudiciales. Si hemos dejado el mundo para unirnos a Jesús, no tengamos nostalgia de las cosas que antes deseábamos, porque enfriarán nuestra comunión con Él, sino deseemos más y más lo que nos une a Él. Si eso es lo que le pedimos, no dudemos de que lo obtendremos.
4. Ya en la escena del lavamiento de los pies Jesús les había dado a sus discípulos una demostración práctica de su amor, que era –según Jn 13:1- un amor eis telos, expresión griega que combina los sentidos de “hasta el fin” y “hasta el extremo”, o “hasta lo sumo”, es decir, un amor absoluto.
5. San Agustín pregunta: “¿Es el amor el que hace guardar los mandamientos, o es guardarlos lo que hace al amor? ¿Pero quién duda de que el amor viene primero? El que no ama no tiene motivos para guardar sus mandamientos.”
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#753 (18.11.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 15 de noviembre de 2012

LA CONFIANZA


Por José Belaunde M.

LA CONFIANZA

Uno de los errores más frecuentes que cometen los seres humanos, e incluso los que se dicen cristianos, es poner su confianza en otros seres humanos en vez de ponerla en primer lugar en Dios.
Podemos decir, en general, que todos tenemos confianza en determinadas personas. Si no fuera así, la vida sería imposible, empezando por la vida familiar. Es imposible que exista convivencia humana, sin que exista cierto grado de confianza entre las personas. Aunque nuestra confianza pueda ser cautelosa, o esté limitada a ciertos aspectos, todos, de una manera u otra, confiamos en nuestros familiares, confiamos en nuestros amigos, confiamos en nuestros compañeros de trabajo, confiamos en nuestros jefes, en nuestros empleados, etc.
Pero ¡cuántas veces hemos sido defraudados! ¡Cuántas veces la persona en quien más confiábamos comete, involuntariamente o por negligencia, un grave error que nos perjudica, o nos vuelve las espaldas cuando más la necesitamos! ¡O peor aun, nos traiciona!
No hay quien no haya pasado por este tipo de experiencias, que suelen ser muy dolorosas y hasta traumáticas, cuando la persona que nos falla es precisamente la que más amamos.
Pero no deberíamos sorprendernos ni quejarnos de que eso ocurra, porque es inevitable que las personas nos fallen. Es inevitable porque el ser humano es por naturaleza falible, limitado, sujeto a error, egoísta, desconsiderado. Tiene que ocurrir un día.
Sólo hay un ser que es enteramente confiable; un ser que no es limitado ni falible, que no puede cometer errores y que no es egoísta, sino, al contrario, absolutamente desinteresado; y que, además, nos ama infinitamente. Ese ser es Dios.
El salmo 62 dice: "Alma mía, sólo en Dios reposa, porque Él es mi esperanza. Sólo Él es mi roca y mi salvación, mi refugio..."  (v. 5 y 6). Y en otro lugar dice: "Sólo en Dios se aquieta mi alma, porque de Él viene mi esperanza." (v. 1).
Si hay alguien en quien yo puedo descansar, que me puede hacer dormir tranquilo, ése es Dios.
Pero nosotros tendemos a poner nuestra confianza en seres humanos porque son ellos los que tenemos a nuestro lado, son ellos a quienes vemos, son ellos con quienes tratamos, son ellos a quienes amamos y, precisamente porque los amamos, confiamos en ellos. A Dios no lo vemos, no sabemos donde está; ni siquiera sabemos si nos oye; o no estamos seguros de que, si nos oye, quiera hacernos caso.
Eso es así, porque no conocemos a Dios, no lo tratamos y por eso no le tenemos la fe que debiéramos tener. ¿Dónde estará Dios? ¿En qué confín del cielo?
Hay tantas personas que se dicen cristianas -y quizá lo sean- que tienen una concepción de un Dios distante, quizá Creador todopoderoso y amante, pero que no interviene en los asuntos humanos, que no se mezcla en nuestros problemas. Ésa es quizá la concepción que tiene la mayoría de la gente. Los que la tienen son deístas en la práctica sin saberlo (Nota 1). ¡Cuán equivocados están! ¡No conocen a Dios y por eso piensan así!
Generalmente nuestra confianza en las personas depende de cuánto las conozcamos. Nadie confía en un desconocido. Sería una grave imprudencia. Es cierto que a veces la cometemos de puro ilusos que somos. Pero a medida que tratamos a la gente, inconcientemente la juzgamos, y evaluamos, con mayor o menor acierto, hasta qué punto podemos confiar en ellos. Adquirimos también cierta experiencia. Si hemos ido encargando a un empleado diversas tareas y responsabilidades, y siempre las hace bien, terminará por convertirse en nuestro empleado de confianza. La confianza nace y crece con el uso. La confianza engendra también una cierta forma de cariño, aun entre superior y subordinado. Al final todos terminamos amando a las personas en quienes podemos confiar, aunque sean nuestros empleados (2). Tanto más entre personas cuya relación las sitúa en el mismo nivel, sean amigos, familiares o enamorados. Solemos amar a las personas en quienes confiamos, precisamente porque confiamos en ellas. Tener alguien en quien podemos confiar realmente es algo que a todos nos proporciona seguridad ¡y qué triste es no tener a esa persona!
Si conociéramos a Dios, si realmente le conociéramos y tratáramos con Él con frecuencia, entonces sabríamos por experiencia cuánto podemos confiar en Él; sabríamos que es alguien en quien realmente sí podemos confiar a ciegas.
Mucha gente piensa que Dios no se ocupa de nuestros asuntos particulares, que está demasiado lejos, o es demasiado grande, o está demasiado ocupado en el gobierno del universo inmenso para intervenir en nuestras minucias. Pero Jesús dijo que hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados (Lc 12:7). De todo lo que nos sucede Él está enterado, y está mejor informado que nosotros mismos, porque nos conoce al revés y al derecho y por dentro.
No sólo de nosotros está enterado, sino de toda su creación. Jesús dijo que no cae a tierra un sólo pajarillo a tierra sin nuestro Padre (Mt 10:29).
Quizá alguno objete: ¿Cómo puede Dios estar al corriente de todo lo que ocurre en el mundo? ¿Es decir, de trillones y trillones de ocurrencias diarias? Sí puede. No juzguemos lo que Él puede hacer por lo que nosotros podemos, por los parámetros de nuestra mente limitada. Nosotros sólo podemos estar al tanto de unas cuantas cosas. Si pretendemos abarcar más, las cosas se nos escapan, y no podemos poner la atención en más de una cosa a la vez.
El refrán "Quien mucho abarca, poco aprieta" no se aplica a Dios, porque Él tiene una mente infinita. Él no se cansa, ni se adormece, dice su palabra (Sal 121:3). Él no duerme ni se aburre. Él puede poner su atención simultáneamente en un número infinito de detalles, porque Él tiene una atención infinita.
Él es como una computadora que tuviera una memoria infinita, una velocidad de procesamiento instantánea, y que estuviera conectada en línea con un número infinito de terminales o estaciones de trabajo, y a todas atendiera en tiempo real a la vez.
Él nos trata y nos considera a cada uno de nosotros como si fuéramos la única persona viva sobre la tierra, la única que existiera. Porque para Él somos en verdad únicos e irremplazables. Por eso dice su palabra en Isaías: "Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de sus entrañas? Aunque ella olvide, yo nunca me olvidaré de ti" (Is 49:15). Eso dice Dios de nosotros por boca del profeta.
Imaginemos una madre que sólo tuviera un hijo. ¡Qué no haría esa madre por ese hijo! Así es como Dios mira a cada criatura que pisa la tierra: como si fuera el único.
Eso es para nosotros inimaginable, inconcebible. El rey David hablando de cómo Dios conoce nuestras palabras aun antes de que se formen en nuestra boca, escribía: "Pues aun no está la palabra en mi boca, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda… Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí. Alto es, no lo puedo comprender" (Sal 139:4,6).
Lo que ocurre es que como no estamos acostumbrados a tratar con Dios, no lo conocemos. Y nadie confía en quien no conoce, a menos que esté loco. ¡Ah, si le conociéramos! Dios nos dice a cada uno de nosotros lo que Jesús le dijo a la Samaritana: "¡Si conocieras el don de Dios y quién es el que te habla!" (Jn 4:10). Si conociéramos realmente cómo nos ama, nos caeríamos de espaldas.
El salmo 146 dice: "No confiéis en príncipes (esto es, en hombres importantes), ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación. Apenas exhala su espíritu, vuelve a la tierra y ese mismo día perecen sus pensamientos." (v. 3,4)
Hemos puesto nuestra confianza en una persona, en su apoyo, en su conocimiento, en su consejo, en su influencia, en su dinero; en una persona cuya vida, en verdad, como la de todos, pende de un hilo. De repente un día muere y ya no está ahí. Todo su conocimiento, toda su influencia, todo su poder, todas sus intenciones de ayudarnos, se las tragó la tierra, desaparecieron. Ya no puede hacer nada por nosotros.
Y si la persona amada, cuyo abrazo nos confortaba, ya no está ahí ¡Qué vacío deja en nuestras vidas!
Pero Dios nunca desaparece, nunca nos falta, siempre está ahí.
Yo no quiero decir que no confiemos ni que nos apoyemos en nadie. La vida sería imposible si no pudiéramos contar con las personas, como ya he dicho. Y claro que sabemos cuánta ayuda en un momento difícil nos prestan. Pero ¿en quién confiamos primero? ¿En quién confiamos más?
Si sobreviene de improviso un problema serio, que nos angustia, nos decimos: ¿A quién llamo? ¿A mi abogado? ¿Al serenazgo? ¿A mi amigo, el general de policía? ¿A mi tío, que tiene influencia?
Si se mete un ladrón a tu casa, antes de coger el teléfono para pedir auxilio, o de correr a la ventana para gritar, pídele auxilio a Dios. Él está ahí, Él está ahí, y puede hacer mucho por ti. Cuánto más grave el peligro, tanto más cerca está Él. Y cuánto más confías en Él, más podrá hacer por ti. Es como si nuestra confianza aumentara sus posibilidades, como si agrandara su campo de acción.
Por de pronto, confiar en Él te dará serenidad y eso es ya un buen comienzo. Pero puede hacer mucho más. Puede hacer que el ladrón se asuste y se vaya. Puede hacer que el asaltante se confunda y tropiece. ¡Jesús! es un grito que ha salvado a muchos del peligro. Ten su nombre bendito a la mano; es decir, en la punta de tu lengua, como lo tenían los antiguos. ¿Y cómo lo tendrás a la mano si no lo tienes en el corazón?
Vivir concientes de la presencia de Dios, de su constante compañía, trae consigo grandes ventajas, Por de pronto, la de apartar todo temor. Nos convierte en verdaderos “Juan sin Miedo”.
Confiar en Dios nos consuela; trae descanso y esperanza a nuestra alma. Y si confiamos en Él, seguiremos los consejos de su palabra, lo que nos hace caminar seguros: “Entonces andarás por tu camino confiadamente, y tu pie no tropezará.” (Pr 3:23).
Decía antes que si lo conociéramos... Si conociéramos a Dios, sabríamos cuánto podemos confiar en Él en toda circunstancia. Pero ¿cómo le conoceremos si no le hablamos y no dejamos que Él, a su vez, nos hable? ¿Cómo le conoceremos si no tratamos con Él?
Cuando te hayas acostumbrado a hablar con Él como a un amigo, como al amigo más íntimo, más querido, empezarás poco a poco a conocerlo, empezarás a aprender a escucharlo, y a deleitarte en su voz. Porque Él nos habla siempre, sólo que no reconocemos su voz entre las muchas voces que nos hablan.
No habla necesariamente con palabras audibles. Pero sentimos en nuestro corazón sus respuestas y aprendemos a distinguir su voz.
Jesús dijo que sus ovejas conocen su voz y le siguen (Jn 10:4). Si tú eres una de sus ovejas ¿has aprendido ya a reconocer su voz? ¿O no eres tú una de sus ovejas? ¿Perteneces acaso a otro redil? Dios no quiera.
Nosotros no vivimos constantemente en la presencia de Dios, aunque lo deseamos con toda el alma. Andamos en verdad distraídos con todos los estímulos del mundo, e inmersos en nuestras ocupaciones. O no creemos que vivimos realmente todo el tiempo en su presencia, porque no lo vemos. Es decir, no somos concientes de su presencia. Pero Dios vive siempre en nuestra presencia. Es decir, Él siempre nos tiene presentes, siempre nos está mirando; nunca desaparecemos de su vista ni de su mente.
Devolvámosle de vez en cuando la cortesía. Levantemos de vez en cuando nuestra mirada hacia Él. Quizá nuestra mirada se cruce con la suya y nuestros ojos se hablen.
Notas: 1. El deísmo es una corriente filosófica racionalista que apareció en Inglaterra a mediados del siglo XVII (Lord Herbert), y que se extendió luego a Alemania (Leibniz, Kant) y a toda Europa a través de la filósofos de la Ilustración (Voltaire en particular). El deísmo concibe a Dios según la comparación clásica del relojero, que echó a andar la máquina del reloj que había creado, pero ya no se ocupa de su funcionamiento. El deísmo acepta la existencia de un Ser Supremo, al que hay que rendir culto, y la necesidad de llevar una vida ética, pero niega la Trinidad, la Encarnación, la autoridad de la Biblia, así como la mayoría de las creencias cristianas.
2. Hay varios casos en la Biblia que ilustran ese hecho: Eliezer, el siervo fiel de Abraham (Gn 24); el siervo a quien su amo, el centurión, amaba, y a quien Jesús sanó (Lc 7:2-10).
NB. Este mensaje fue transmitido por Radio Miraflores el 11.9.98. Fue impreso el 31.01.03. Ha sido revisado y ampliado para esta segunda impresión.

ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#751 (04.11.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

martes, 14 de agosto de 2012

ANOTACIONES AL MARGEN XXXIII


Por José Belaunde M.
ANOTACIONES AL MARGEN XXXIII
v  Jesús tiene más prisa en llevarnos a su reino eterno que nosotros en ir a él. Nosotros nos aferramos a esta vida, a pesar de que es un valle de lágrimas (Ecl 2:22,23) y de que con Dios estaremos muchísimo mejor (Flp 1:23) ¿Qué es lo que nos ata a esta existencia?
v Si yo no amo a los pobres a quienes ayudo y más bien los trato con cierta dureza es porque mi amor a Dios se ha enfriado y ya no veo en ellos a Jesús. Por eso a veces me son una carga (1Jn 4:11).
v  Si yo viera a Jesús en las personas cargosas y desagradables con las que a veces me encuentro, su trato me sería menos pesado y sería con ellas más amable. Asumiendo esa apariencia ingrata Él nos prueba y no nos damos cuenta (1Jn 2:9,10).
v  La vida que llevamos, nuestra conducta y fidelidad a Dios da poder a nuestras oraciones (St 5:17,18). Es como un sello que las respalda. En cambio, nuestra indiferencia con el prójimo, nuestro egoísmo, nuestra falta de consideración, les resta fuerza y las vuelve inefectivas. En ese caso no podemos quejarnos de que Dios no nos oiga (Is 59:1-3).
v  Al ser desconsiderados con el prójimo imitamos al diablo, ¡y después queremos que Dios nos escuche! Al escuchar nuestra oración cuando nos comportamos de esa manera con el prójimo quizá Dios nos diga: Dirige tu oración al diablo, puesto que le sirves. Quizá te atienda.
v  El que sufre puede maldecir a Dios (Jb 2:9;3:1), o adorarlo en sus sufrimientos (Jb 1:20-22), y llenarse de Él. En lugar de renegar puede –como un nuevo Job- reconocer que el sufrimiento lo limpia, lo purifica y lo fortalece (1P 1:7), y puede aceptarlo como un medio de acercarse a Cristo, varón de dolores, que nos dio ejemplo de resignación (Is 53:3; Rm 8:17; Flp 3:10).
v  Dios está donde están los que le adoran en silencio.
v  Dios, que es amor, vive de amor, como la planta vive del aire que respira. Por eso nos necesita, para que aceptemos su amor y a nuestra vez, le amemos (1Jn 4:19).
¿Acaso Dios que es todo, necesita de nosotros? En rigor, no, pero al acercarse a nosotros Él se humilla como si nos necesitara (Flp 2:7,8).
v  Dios tiene razones para demorar su misericordia (2P 3:9), o su ira (Sal 103:8; Ez 34:6).
v La gracia de Dios no interviene para salvar a muchos pecadores porque no hay quien interceda por ellos (Ez 22:30). ¡Qué misterio es que Dios necesite a veces de nuestras oraciones para actuar!
v      No sólo la fe limpia nuestros pecados. También lo hace el amor (1Jn 4:7b).
v Dios habla todo el tiempo a justos y pecadores. Pero si los primeros no le hacen caso, ¿cómo lo harán los segundos? (1Sm 15:22)
v El mundano se siente libre de todas las ataduras morales que podrían limitar su búsqueda del placer, pero termina siendo aun más limitado haciéndose esclavo de sus pecados y pasiones (Jn 8:34; Rm 6:16,17).
v El hombre espiritual es intensamente fiel en lo grande y lo pequeño. Es fiel porque Dios es fiel (1Cor 1:9; 1Ts 5:24) y él está lleno de Dios. Por eso la infidelidad le repugna.
v Todo lo que nosotros le damos a Dios, no sólo en términos de dinero, sino en términos de amor, de tiempo, de esfuerzo, de paciencia, de sacrificios, de adoración, Él nos lo devuelve centuplicado (Mt 19:29). ¿Podemos creerlo? ¿Hay verdad más maravillosa que ésa? ¿O será Dios deudor de nadie?
            Al mismo tiempo, todo lo que Dios nos retribuye es inmerecido, porque Él nos recompensa de pura generosidad suya, ya que si hicimos algo, fue Él quien lo hizo en nosotros (1Cor 15:10).
v ¿Cuántas de las cosas más profundas puede la ciencia penetrar? ¿De las cosas que no se expresan en números, fórmulas, o símbolos, y que no tienen dimensión material? Sus instrumentos perfeccionadísimos han develado los secretos de la naturaleza, pero no les permiten observar las realidades espirituales y por eso niegan que existan (2Cor 4:18; Hb 11:3).
v ¡Qué terrible es que no podamos ocultarle nada a Dios! ¡Y cómo quisiéramos esconder de su mirada algunos pensamientos que nos avergüenzan! (Hb 4:12) Él lo sabe todo, pero con frecuencia no somos concientes de ello, o no lo recordamos.
¡Cómo fuera si tuviéramos que pasar revista todas las mañanas delante de Él, como lo hacen los soldados en el cuartel, donde el jefe revisa cómo están vestidos hasta los más mínimos detalles, y cuán bien tendida está su cama y están en orden todas sus cosas! ¡Si Dios revisara todos los días cuán limpios y en orden están nuestra mente y nuestra alma! Pero ¿no lo hace acaso constantemente?
v “Nuestras vidas son un río que va hacia la mar” escribió el poeta Manrique. Ríos que fluyen rápidamente hacia su meta. Pero mientras no le llegue la hora o no se enferme, el  hombre se cree inmortal o, al menos, obra como si lo fuera. Pero cuando las luces del puerto asoman inesperadamente en el horizonte el pecador aterrado se desespera y acude a Dios para que lo salve del peligro de morir. En sus años felices no tuvo tiempo de pensar en ese trance al que se acerca ahora a toda velocidad. “Señor, sálvame” clama angustiado, si es que recibió alguna educación religiosa de niño (Rm 10:13) . Si no, sólo la misericordia de Dios lo puede salvar del infierno. En ese momento se le da a escoger entre dos posibilidades: Arrojarse al mar de la misericordia divina, o arrojarse al lago de fuego y azufre (Ap 20:10). En realidad sólo se condenan los que escogen este último destino, ¡pero cuántos son los que lo hacen! ¡Si los hombres supieran lo que ahí les espera!
v Las gracias más profundas de Dios son interiores y sin palabras, y nuestras oraciones más intensas también, como las “Canciones sin Palabras” de Mendelssohn.
v Dios está en todas partes, pero no se hace presente en todas. Lo primero viene de que Dios lo llena todo; lo segundo es una gracia (Gn 28:16,17).
v Dios nunca abandona al que en Él confía (Sal 37:5; 55:22ª; 125:1) Sólo abandona a su suerte al que obstinadamente lo rechaza (Pr 1:24-31; 29:1; Is 65:13,14; Hb 10:26,27).
v Muchos odian a Dios porque les pone vallas a la satisfacción de sus deseos y de sus instintos. Dios les incomoda y por eso terminan por negar su existencia. Esa es la clase de ateos que le dicen a Dios: No te metas en mi vida.
v ¿Cómo estar alegres en medio del sufrimiento? Uniendo nuestros sufrimientos a los de Jesús en la cruz. (Col 1:24)
v El amor de Dios es como el sol que irradia su luz y su calor aun sobre el estiércol sin contaminarse.
v La presencia del amor de Dios en una persona se manifiesta en su amabilidad y su gentileza, en su paciencia y generosidad. “Por sus frutos los conoceréis.” (Mt 7:15-20)
v      Con la razón se avanza paso a paso; con el amor se avanza a saltos.
v Todo lo que Dios hace despierta la oposición del diablo y del mundo. Es inevitable. Y aquellos a quienes Dios usa sufren las consecuencias. Sin embargo, hay veces en que las obras de Dios caminan como sobre rieles, porque Él las rodea con un muro inexpugnable hasta que se consoliden. Una vez logrado eso, el diablo puede empezar a atacarlas.
v Si surgen obstáculos es señal de que la obra es de Dios.
v      El ideal en la acción es combinar la lógica razonadora con el espíritu fervoroso.
v      No hay nada más grande en el mundo que el amor de Dios. Es el dinamo que lo mueve todo.
v Cada acto de caridad hecho a un pobre es en realidad hecho a Jesús y, por tanto, es un bien que nos hacemos a nosotros mismos (Mt 25:45).
v      Haz a otros el bien que tú quisieras que otros te hagan a ti. (Mt 7:12).
v El corazón de los que rechazan a Jesús es como un témpano de hielo. El amor verdadero no tiene cabida en ellos, porque sólo se aman a sí mismos. (2Tm 3:2,3) ¡Pero lo hacen con todo el alma!
v El sol de nuestra alma es Jesús, pero está cubierto por la nube espesa de nuestros pecados y defectos que lo oculta a nuestros ojos. Por eso aún en los salvos no brilla tan poderosamente como pudiera, y naturalmente, menos brilla en los que viven en pecado consuetudinario, es decir, sin arrepentirse.
v ¡Qué terrible es la muerte de los que pusieron toda su esperanza en los bienes y deleites de esta vida (1Tm 6:17), y sienten que se les termina antes de haber podido gozar todo lo que querían! ¡Y más aun si negaron que hubiera un más allá y un Dios que los juzgaría! (Sal 14:1) El que ha vivido obstinadamente sin Dios, morirá también sin Él. Sin embargo, Dios ofrece su perdón a todos los que quieran recibirlo. Por eso bien puede decirse que sólo se condenan los que quieren.
v Son muchos los que se condenan porque no quieren acogerse al salvavidas que Dios les ofrece: Creer en Él (Rm 10:9). Han escogido concientemente el camino de Satanás y su señorío.
Lo van a tener para siempre. ¡Si supieran qué horrendo es! Si pudiéramos contemplar por una fracción de segundo el infierno nunca volveríamos a pecar ni con el pensamiento. (Mt 8:12; 13:42; 24:51)
v Todos los bienes y deleites terrenos que perseguimos los perderemos algún día. Hay quienes dicen: Nadie me quita lo bailado. Pero la muerte sí lo quita y, lo que es peor, lo bailado puede ser un lastre que empuje al abismo (Mt 7:13; Lc 12:19,20).
v Cuanto más amamos a una persona, más estamos dispuestos a escucharla y a seguir sus consejos (Ex 18:19,24). En cambio, la indiferencia y el odio nos cierran los oídos (1R 12:6-8).
v “Los últimos serán los primeros.” (Lc 13:30) Si los que ambicionan posiciones de poder en el mundo recordaran esta frase de Jesús, no se empeñarían tanto en ocupar los primeros puestos.
v Cuando nació Jesús ¿en qué pensaría? ¿Era un bebé como cualquier otro, o ya era conciente de su misión y de quién era? (Lc 2:7) ¿Cómo se conjugarían en ese momento lo humano y lo divino?
v La sangre que salva a algunos, condena a otros (Ef 1:7).
v Nosotros tenemos que compartir con otros las luces que hemos recibido de Dios para que produzcan frutos también en otros.
v El fruto que produzca nuestra acción depende de lo que tenemos dentro, de lo que la alimenta. Si no es el amor, será un fruto raquítico. (1Cor 13:1-3)
v Jesús está en el hombre y en la mujer pobres que tocan a mi puerta. Viene disfrazado de mendigo. ¡Cuántas veces lo habré tratado mal sin darme cuenta! (Mt 25:42-45)
v Los hombres creen que las cosas que tienen les pertenecen, cuando les han sido confiadas por un tiempo para que las administren (Mt 25:14-30). Si supieran que son de Dios y, por tanto, en principio, de todos, estarían más dispuestos a compartirlas.
v ¿Cómo puede nadie ser santo si cree ser algo en el Reino? ¿Si estima que tiene un ministerio importante, o si cree (se imagina) que Dios lo ha llamado a grandes cosas? Claro que Dios llama a muchos a grandes cosas, pero no a quienes creen que es por sus grandes méritos (2Sm 7:18), y que en sus propias fuerzas lo pueden lograr.
v Cuanto menos nos creamos –sinceramente- más recibiremos de Dios. Él abomina la presunción (1P 5:5b).
v ¡De cuántas maneras podemos traducir el amor que hemos recibido de Dios en obras, palabras y gestos que bendigan a nuestros semejantes! Ya una sonrisa es bastante, pero no basta, si se me permite la paradoja.
v ¡De cuántas cosas inútiles estamos llenos! Pero no sólo de lo inútil, también de lo innecesario debemos despojarnos. ¡Y cuántas de nuestras palabras son vanas! De todas ellas daremos algún día cuenta (Mt 12:36,37). “En las muchas palabras no falta pecado” dice Proverbios 10:19.
v      Si la santidad es contagiosa, la impiedad también lo es. (1Cor 5:6: Gal 5:9).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#738 (05.08.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).