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martes, 14 de octubre de 2014

LA FAMILIA ES LA CÉLULA BÁSICA DE LA SOCIEDAD

Pasaje tomado de mi libro
Matrimonios que Perduran en el Tiempo

LA FAMILIA ES LA CÉLULA BÁSICA DE LA SOCIEDAD
Cuando la familia está mal, la sociedad entera sufre. Eso es algo que vemos patentemente en el Perú, donde gran número de hogares tienen como cabeza a una mujer abandonada por su marido o conviviente, y que lucha por sobrevivir, mientras la delincuencia crece día a día alentada por la pobreza de esos hogares sin padre.
De ahí que podamos afirmar con toda seguridad que la infidelidad conyugal es un atentado, no sólo contra la santidad del matrimonio, sino también contra la felicidad que el hombre puede gozar en la tierra; contra la infancia, contra la sociedad en general y contra la nación.
La infidelidad trastorna y daña seriamente las vidas de los  hijos, aun cuando no lleve a la separación de sus padres. Pero mucho más si tiene como consecuencia el divorcio. La fidelidad, en cambio, asegura la estabilidad de la familia, que es el marco donde los hijos pueden crecer espiritual y moralmente sanos. Bien sabemos que las familias estables, aunque no sean perfectas, hacen sociedades estables; las familias estables hacen naciones fuertes.
(Vol II, por publicar Editores Verdad & Presencia. Av. Petit Thouars 1191, Santa Beatriz, Lima, tel. 4712178.)


viernes, 19 de octubre de 2012

LA FAMILIA II


Por José Belaunde M.
LA FAMILIA II
 Continúo en este artículo el estudio de los cuatro elementos principales de la familia, iniciado en el artículo anterior.
2. El principio de la AUTORIDAD está claramente establecido en Ef 5:22-24: Las casadas estén sujetas a sus propios maridos, como al Señor; porque el marido es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y Él es su Salvador. Así que, como la iglesia está sujeta a Cristo, así también las casadas lo estén a sus maridos en todo.”
Este pasaje pone sobre el hombre, en realidad, más obligaciones que sobre la mujer, porque para que ella se le someta, él debe tratarla como Cristo a la iglesia. ¿Y cómo trata Cristo a la  iglesia? Muriendo por ella. Así pues, el hombre, para cumplir a cabalidad con su papel de marido, debe estar dispuesto a morir por su mujer, lo cual supone no solamente el exponer su vida por salvar la de ella sino, en los hechos, estar dispuesto a morir a sí mismo diariamente para contentarla a ella.
El hombre, según 1P 3:7, debe tratar a su mujer “como a vaso más frágil”. ¿Cómo tratamos a una pieza delicada de porcelana? Con sumo cuidado.
El pasaje citado de Efesios dice claramente que la autoridad en la familia reposa en el marido, que es cabeza de la mujer, así como Cristo es cabeza del hombre.
La autoridad del esposo pone orden en la vida familiar. Cuando la esposa se rebela contra la autoridad del esposo, o la cuestiona, la vida de la familia es perturbada. Pero cuando el marido trata mal a su esposa la vida familiar es igualmente perturbada. Ambos deben vivir en armonía y someterse el uno al otro en el temor de Dios (Ef 5:21).
La autoridad del esposo sobre su mujer; y la del padre y la madre sobre los hijos, tiene como límite la ley de Dios. El marido no puede obligar a su esposa a hacer algo contrario a la ley de Dios, ni tampoco pueden ambos obligar a sus hijos a hacerlo. Al contrario, los padres deben enseñar a sus hijos la ley de Dios y a obedecerla, dándoles ejemplo.
En la práctica la autoridad del padre y la madre sobre sus hijos, esto es, la autoridad que no se impone a la fuerza, sino que es aceptada con naturalidad, tiene como fundamento la unión existente entre ambos. Cuando los esposos son unidos sus hijos se les someten de buena gana, pero están descontentos y se rebelan cuando hay peleas entre ambos. Cuando los esposos no son unidos no pueden ejercer bien su autoridad sobre sus hijos, porque ocurrirá con frecuencia que ellos se inclinarán hacia el uno o hacia el otro de sus padres, según consideren quién tiene la razón. Recuérdese que los hijos pequeños suelen tener en alto grado el sentido de la justicia.
La autoridad de la madre sobre sus hijos, en especial, cuando crecen, es en cierta medida una autoridad delegada. La madre la ejerce en nombre del padre. Pero cuando el padre está ausente la autoridad reposa en ella.
Frecuentemente en nuestra sociedad, como consecuencia de la deserción del padre, la autoridad en el hogar reposa en la madre, que suele cumplir en esos casos el doble papel de padre y madre con abnegación y, a veces, con heroísmo. Esas situaciones ocurren lamentablemente con mucha frecuencia en nuestro pueblo por irresponsabilidad del padre. Pero el padre que abandona a su mujer y a los hijos que tuvo con ella, rendirá severa cuenta a Dios por ello.
La falta de armonía entre sus padres hace sufrir mucho a sus hijos, afecta sus sentimientos, su bienestar psíquico y su seguridad en sí mismos. Muchas de las deficiencias de carácter y de las inseguridades de los hombres y de las mujeres adultos tienen su origen en el clima conflictivo que reinaba en el hogar en que crecieron. En cambio, la armonía entre sus padres contribuye a que los hijos crezcan psicológicamente sanos, equilibrados y seguros de sí mismos.
La autoridad de los padres sobre sus hijos ha sido ordenada por Dios en el Decálogo (“Honra a tu padre y a tu madre”, Ex 20:12). Pablo dice que este “es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien, y seas de larga vida sobre la tierra.” (Ef 6:2,3).
Los hijos que no obedecen a sus padres, no los honran. En el Antiguo Testamento estaban sometidos a castigo público delante de la congregación, incluso con la muerte (Dt 21:18-21).
Es obligación de los padres enseñar a sus hijos la ley de Dios (“Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos…”, Dt 6:6,7), así como todo lo concerniente a la historia sagrada y a la piedad (“Y cuando mañana te pregunte tu hijo, diciendo: ¿Qué es esto? Le dirás: Jehová nos sacó con mano fuerte de Egipto, de casa de servidumbre; y endureciéndose Faraón para no dejarnos ir, Jehová hizo morir…a todo primogénito…” Ex 13:14,15).
También están obligados los padres a disciplinar a sus hijos: “No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara no morirá…” (Pr 23:13). Pero el castigo físico nunca debe ser aplicado con cólera (aunque yo sé lo difícil que es eso). Este versículo no autoriza a los padres a descargar su cólera sobre sus hijos, como ocurre con frecuencia, porque hacerlo desvirtúa el propósito de la disciplina, que es corregir (Pr 19:18). El castigo debe ser aplicado con ánimo sereno y de tal manera que el niño sienta que sus padres lo aman, y que lo castigan a pesar suyo. Pero si los padres no lo castigan por sus malacrianzas, el niño crecerá creyendo que todo le está permitido, y será más tarde un adulto desconsiderado, engreído, prepotente y eternamente insatisfecho.
Los hijos adquieren en el hogar el sentido del respeto a la autoridad. Los hijos que respetaron la autoridad de sus padres, respetarán de una manera natural la autoridad del gobierno y las reglas de conducta de la sociedad. Si los hijos rechazaron la autoridad de sus padres, o la autoridad de uno de ellos, es muy probable que al crecer rechacen también la autoridad del gobierno, y vivan siendo unos rebeldes y descontentos.
Pero, repito, para que los hijos respeten la autoridad de sus padres es necesario que sea ejercida con cariño y consideración.
3. Eso nos lleva al tercer elemento: el AMOR.
En toda familia bien constituida reina el amor: el amor de Dios y el amor de los esposos entre sí, que se extiende y se derrama sobre sus hijos.
Si los padres no se aman mutuamente, si se han vuelto indiferentes uno con otro, o si discuten todo el tiempo y se pelean, su amor por sus hijos sufrirá; será imperfecto, no se expresará de una manera espontánea y no podrá satisfacer las necesidades emocionales de sus hijos, sobre todo las de sus hijos pequeños.
De ahí la obligación que tienen los padres de amarse mutuamente y de superar sus deficiencias de carácter y sus dificultades mutuas. Es conveniente recordar en este contexto el principio que he sentado en otro lugar: el hombre y la mujer se casan no solamente porque se aman, sino sobre todo para amarse. Amarse es su obligación.
Los padres no deben discutir delante de sus hijos. Eso los angustia y los hace sentirse inseguros. Es comprensible e inevitable que los esposos tengan ocasionalmente desavenencias y que discutan entre sí, aunque si se aman realmente, ocurrirá rara vez. Pero si lo hacen debe ser a puerta cerrada para que sus hijos no los oigan. Y por supuesto, nunca deben insultarse, porque eso degrada al matrimonio.
Si discuten delante de sus hijos adolescentes o mayores, éstos pueden perderles el respeto.
Los hijos pequeños necesitan ser amados por sus padres para desarrollarse bien. Si no son amados y acariciados sufrirán, y tendrán más tarde complejos. El amor de sus padres es un alimento para ellos, tan necesario como el alimento material.
Una familia formada por padres ya mayores y por hijos ya adultos, si está unida por un fuerte amor mutuo, es un espectáculo muy bello que da muy buen testimonio ante la sociedad.
Cuando en las familias reina el amor, sus miembros se preocupan unos por otros.
4. Eso nos lleva al cuarto elemento: el APOYO MUTUO.
El amor que se tienen los padres entre sí, el amor correspondido que tienen por sus hijos, hará que se apoyen y ayuden mutuamente, y que se preocupen unos por otros.
Eso es algo que suele ocurrir en todas las familias bien constituidas del  mundo entero: los padres se preocupan por sus hijos, y los hijos se preocupan por sus padres. Se ayudan unos a otros de manera espontánea.
¿A quién acude un niño pequeño cuando se siente amenazado? A su padre, o a su madre. Rara vez al abuelo, si está cerca.
Y si los padres no están en casa ¿a quién acude el niño? Normalmente al hermano mayor, o a la persona con quien vive y que hace las veces de padre o de madre, que puede ser efectivamente en algunos casos, el abuelo o la abuela.
Además del núcleo familiar, en torno del hogar existe la familia extendida, formada por los parientes cercanos, los tíos, los sobrinos y los primos. Esa familia extendida suele ser también una fuente muy útil y valiosa de apoyo mutuo. Es muy bueno cuando hay relaciones estrechas entre los parientes cercanos, hermanos, tíos y primos de ambos sexos. Juntos forman un clan que puede ser de gran ayuda en situaciones de emergencia de todo tipo, no sólo relacionadas con el hogar, pero en particular en éstas. Como, por ejemplo, si la mamá se enferma y no puede ocuparse de su casa, viene una pariente cercana que se hace cargo de la casa momentáneamente, cocina y se ocupa de los niños pequeños.
Un ejemplo bíblico patente lo vemos en el caso de María que, cuando se enteró de que su pariente Isabel estaba embarazada, fue a acompañarla durante un tiempo para ayudarla en ese trance.
Esas situaciones se daban sobre todo antes, cuando el ritmo de vida era menos intenso, las mujeres no solían trabajar como ahora, y las distancias eran menores. Hoy en día los vínculos de parentesco entre nosotros se han aflojado un poco, como ocurre en los EEUU y en Europa.
La unión de las familias extendidas suele estar basada en el recuerdo de padres, o abuelos, o antepasados justos, que sentaron un buen ejemplo y que dejaron una huella en sus descendientes, creando un sentido de unidad y solidaridad entre ellos.
Cuando son unidos los miembros de la familia nuclear se apoyan mutuamente de una manera espontánea. Los padres apoyan a sus hijos: los alimentan, los visten, los mandan al colegio, y si está dentro de sus posibilidades, les proporcionan una educación superior para que tengan una profesión y hagan una carrera y, además, si pueden, les dejan una herencia.
Los padres suelen estar pensando anticipadamente en qué les van a dejar a sus hijos, en términos de propiedades, negocios, etc., aunque la mejor herencia es una buena educación en el Señor.
A su vez, cuando son adultos, los hijos apoyan a sus padres ancianos, sea económicamente cuando es necesario, pero, sobre todo, con su compañía, con su cariño y su cuidado. Es muy triste cuando los hijos dejan de visitar a sus padres ancianos y se olvidan de ellos.
Un caso interesante, aunque se trataba de la nuera, es el de Rut que, cuando enviudó siendo todavía joven, renunció a quedarse en su tierra para casarse con un joven que la pretendiera, con el fin de acompañar a su suegra Noemí a su Belén natal, para que no regresara sola. Pero Dios premió su fidelidad, dándole en su nueva patria como marido a un hombre de fortuna, a Booz, que admiraba la forma cómo ella se había comportado con su suegra. ¿Y quién descendió del matrimonio que formaron? Nada menos que el rey David, y después, nuestro Salvador, Jesús, a través de José.
Las familias unidas, en las cuales han reinado, y siguen reinando, esos cuatro elementos, son inquebrantables. Son como fortalezas ante los ataques del enemigo, y un ejemplo para la sociedad que ve en ellas una manifestación de la intervención de Dios en la vida hogareña, porque eso no es obra humana sino divina.
La unión familiar es instintiva en el ser humano. Existe no sólo en el cristianismo y en el judaísmo. Se encuentra también en otros pueblos, en otras culturas, y en otras religiones, como en el Islam, en donde, aunque la poligamia está permitida, las familias suelen ser muy unidas. Se da también en el hinduismo, en los pueblos primitivos y paganos de África y de Oceanía, y en las tribus de la selva peruana.
Es Dios quien ha puesto en el hombre el instinto de la procreación y, como su complemento, el instinto de la unión familiar.
De ahí que podamos afirmar sin temor a equivocarnos, que la familia es uno de los aspectos más importantes del plan de Dios para el ser humano. Por ese motivo al comienzo del libro del Génesis dijo Dios: “No es bueno que el hombre esté solo; le haré una ayuda idónea.” (Gn 2:18). ¿Por qué no dijo también: No es bueno que la mujer esté sola? Porque cuando la creó ya existía el hombre. Pero también, creo yo, porque la mujer, a pesar de su aparente fragilidad, está más capacitada que el hombre para subsistir sola.
Para finalizar, preguntémonos. ¿Para qué creó Dios al hombre y a la mujer? Los creó el uno para el otro, y para que su amor fuera un reflejo del amor que une a las tres personas de la Trinidad. Es bueno que los esposos sean concientes de ese aspecto trascendental de su amor.
Démosle gracias a Dios por su sabiduría y por su bondad; porque creó al hombre y a la mujer para que fuesen felices juntos, haciéndose felices el uno al otro; y para que le den hijos que lo amen, formando familias sólidas y unidas que den testimonio de su presencia en el mundo.
NB. Este artículo y el anterior del mismo título están basados en una enseñanza dada en una reunión del Ministerio de la Edad de Oro, el 26.09.12.
ANUNCIO: YA ESTÁ A LA VENTA EN LAS LIBRERÍAS CRISTIANAS Y EN LAS IGLESIAS MI LIBRO “MATRIMONIOS QUE PERDURAN EN EL TIEMPO” (Vol 1) INFORMES: EDITORES VERDAD & PRESENCIA. AV. PETIT THOUARS 1191, SANTA BEATRIZ, LIMA. TEL. 4712178.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#748 (14.10.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 16 de octubre de 2012

LA FAMILIA I


Por José Belaunde M.
LA FAMILIA I
¿Qué cosa es una familia? Es difícil definir lo que sea una familia porque existen en el mundo y en las diversas culturas, concepciones diferentes acerca de ella. Pero basándonos en lo que tenemos cerca de nosotros podemos decir que una familia es un grupo de personas unidas entre sí por lazos sanguíneos o de parentesco.
Esta definición sencilla cubre muchísimos casos. Pero, más concretamente, en el mundo occidental cristiano, la familia es la entidad social que surge de la unión de un hombre y de una mujer que hacen vida común y que, como resultado de su convivencia, engendran hijos que viven con ellos.
En ese sentido la familia es la célula básica de la sociedad.
En el mundo moderno el papel tradicional de la familia está siendo cuestionado por tendencias que subvierten su contenido, oficializando, por ejemplo, un supuesto matrimonio de personas del mismo sexo, e incluso llegando a dar a tales parejas el derecho de adoptar niños. Eso es una abominación que Dios condena.
Esas tendencias son muy peligrosas porque es un hecho innegable que a la sociedad le va tal como le va a la familia. Por eso podemos formular, sin temor a equivocarnos, el siguiente axioma: familias sanas, sociedad sana; familias enfermas, sociedad enferma.
Ése es un hecho que bien podemos constatar en el Perú donde hay tanto ausentismo de parte del padre que abandona a la madre de los hijos que engendró, dejándola sumida en la pobreza, con todas las consecuencias negativas para la madre y los hijos que eso trae consigo. Gran parte de las deficiencias que se constatan a diario en nuestra sociedad son consecuencia del desorden de la vida familiar en nuestro país.
En la Biblia la familia surge como culminación del proceso de la creación. Dios creó el mundo en seis días, y en el sétimo día descansó. En el sexto día Dios creó al hombre a su imagen y semejanza: “Varón y hembra los creó.” (Gn 1:27b).
Y luego añade: “Y los bendijo Dios y les dijo: Fructificad y multiplicaos.” Es decir, tengan hijos. (v. 28a)
En el segundo capítulo del Génesis hay una narración más detallada de la creación del hombre, hecho del polvo de la tierra (v. 7), que es seguida de la creación de la mujer, formada de la costilla del hombre (v. 21,22).
El vers. 24 es la partida de nacimiento de la familia: “Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una sola carne.”
En ese momento Dios inventó el matrimonio y con él nace la familia.
En Gn 4:1 se narra el nacimiento del primer hijo de Adán y Eva, y con ese nacimiento (y con los nacimientos que vinieron después) se completa la familia formada por padre, madre e hijos.
Pero la presencia de hijos no es indispensable para que la pareja de esposos sea considerada una familia, aunque lo sea incompleta. Ocurre con cierta frecuencia que uno de los dos cónyuges no puede engendrar o concebir hijos. En la Biblia se dan varios casos (Sara, Raquel, Ana, Elisabet, etc.).
Padre, madre e hijos son una figura de la Trinidad formada por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
La familia que la Biblia nos presenta como ideal es la formada por José, María y Jesús, a la que solemos llamar la Sagrada Familia; sagrada porque en ella nació y creció el Hijo de Dios, y también por la santidad de sus miembros.
En el matrimonio bien constituido las capacidades físicas, psicológicas y espirituales de los esposos se complementan y aseguran su felicidad.
¿Qué quiere decir que se complementan? Por un lado, para mencionar un ejemplo obvio, el vigor del hombre compensa por la relativa fragilidad de la mujer. Por otro lado, el sentido práctico doméstico de la mujer suple a la falta usual de ese instinto en el hombre. La mujer se ocupa de los hijos pequeños con un cuidado del que el hombre carece. Ella tiene una disposición especial para ese propósito, aparte de que ha sido dotada por la naturaleza de senos para amamantar a las criaturas pequeñas que tienen en la leche materna el alimento más adecuado. Pero el hombre es el responsable de proveer al sostenimiento de su mujer e hijos.
¿Cuál es el propósito principal de la familia en el plan de Dios? ¿Para qué creó Dios a la familia? Aparte del hecho de que Dios creó a la mujer para que el hombre tuviera una ayuda idónea, y para que ambos se realizaran como seres humanos y fueran felices en el amor que los une, uno de los fines de la familia, si no el principal, es el de perpetuar la raza humana, y al mismo tiempo, proveer un ambiente adecuado para la procreación y la crianza de los hijos. Si Adán y Eva no hubieran tenido hijos ellos hubieran sido los primeros y los últimos habitantes del planeta tierra.
La familia, se ha dicho, es la célula básica de la sociedad, pero es anterior a ella y al estado. La familia es autónoma y no depende ni de la sociedad ni del estado. Tiene derechos que el estado no puede inflingir, sino más bien, que debe proteger. Sabemos, sin embargo, que en las dictaduras los derechos de la familia suelen ser restringidos a favor del estado, que en muchos caso se arroga el derecho de disponer de los hijos, quitándoles a los padres, entre otras cosas, la capacidad de decidir acerca de la educación que reciban ellos, con el fin de inculcarles desde pequeños la ideología del régimen.
En hebreo, que es el idioma en que fue escrito el Antiguo Testamento, la palabra bayt, que quiere decir “casa”, quiere decir también “familia”. (Nota 1)
El Antiguo Testamento juega con la ambivalencia del significado de esa palabra. Por ejemplo, el rey David, en el libro de Samuel, se propone edificar una casa para Dios (es decir, un templo), pero Dios le dice por medio del profeta Natán que es Él quien le va a edificar a David una casa, es decir, una familia, en el sentido de linaje, de descendencia, de la que, como bien sabemos, desciende Cristo (2Sm 7, en particular los vers 4,11,18,27,29). (2)
En Pr 14:1 leemos: “La mujer sabia edifica su casa (es decir, su familia, porque no puede tratarse ahí de una casa física), mas la necia la destruye.” Esto es, actúa de tal manera que perturba la vida de los suyos.
El bien conocido pasaje sobre la mujer fuerte de Pr 31:10-31, muestra cuán importante es la mujer, la esposa y madre, en el hogar, en la familia. En gran medida el clima espiritual que prevalece en el hogar está determinado por el carácter y actitudes de la mujer.
El Sal 127:1 dice: “Si Jehová no edifica la casa (e.d. la familia), en vano trabajan los que la construyen.” Si Dios no es tenido en cuenta por los esposos y los ayuda, su proyecto matrimonial está destinado al fracaso.
También dice este salmo que los hijos son herencia de Jehová (v. 3), esto es, que provienen de Él. Él es quien los da a los padres (es decir, se los confía), porque Él es quien gobierna la concepción (Sal 139:13).
Voy a concentrarme en esta exposición en cuatro elementos claves de la familia: Unión, autoridad, amor y apoyo mutuo. No son los únicos, pero son muy importantes. Estudiémoslos.
1. La familia surge de la UNIÓN de un hombre y una mujer, unión que es a la vez física, anímica y espiritual. Esa unidad se extiende a los hijos a medida que vengan.
Conocemos el dicho: “La unión hace la fuerza”. Cuando marido y mujer son unidos, la familia es fuerte. Si los esposos se pelean y discuten constantemente, ¿será la suya una familia fuerte? Fuerte quizá en golpes.
La unión de los esposos provee un ambiente adecuado, cálido y seguro para la procreación y la crianza de los hijos.
La familia unida resiste a los embates de las dificultades de la vida que pueden venir a acosarla, y que pueden ser muchos: pobreza, enfermedad, caos social, guerras, etc.
El diablo, consciente de la importancia de la familia en el plan de Dios para el hombre, trata de socavar la unidad de la familia, trayendo división entre los esposos. Para eso cuenta con todo un arsenal de armas que usa astutamente para alcanzar sus propósitos: interferencia de parientes cercanos, falta de casa propia, diferencias de sueldo entre los esposos (cuando la mujer gana más que el hombre), dificultades económicas, desempleo del marido, rivalidad entre los hijos que el diablo fomenta, alejamiento de uno de los esposos por motivos de trabajo, viajes al extranjero, etc.
Las rivalidades entre los hijos son uno de los factores que más conspiran contra la unidad de la familia. Con frecuencia son consecuencia de la preferencia del padre, o de la madre, por uno de ellos (como en el caso de la familia de Isaac, donde Esaú y Jacob pelearon por la primogenitura, Gn 27).
Pero la más peligrosa de las armas del diablo son las tentaciones contra la fidelidad conyugal. Esas tentaciones pueden presentarse en el lugar de trabajo, en la calle, en encuentros casuales, en reuniones sociales, y hasta en la iglesia. Se presentan como un señuelo que ofrece emoción y placer, pero suelen terminar en amargura y en drama.
La infidelidad de uno de los esposos destruye el amor y el respeto mutuo, y causa mucho sufrimiento. Crea heridas difíciles de sanar y, a veces, provoca terribles dramas familiares; lleva al divorcio y puede llevar en casos extremos, incluso al asesinato.
Pero la familia unida puede sobrevivir a todas esas tempestades cuando se coloca concientemente bajo la protección de Dios (Sal 91); cuando los esposos se sujetan a su palabra, y buscan su ayuda. (Continuará)
Notas: 1. Ocurre lo mismo en el griego del Nuevo Testamento, en el que la palabra oikos quiere decir a la vez “casa” y “familia”.
2.  Un ejemplo del doble significado de oikos se da en el cap. 16 del libro de los Hechos, en donde Lidia le dice a Pablo: “Si habéis juzgado que yo soy fiel al Señor, entrad en mi casa, y posad.”
(Hch 16:31). Poco después Pablo le dice al carcelero de Filipos: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo tú y tu casa.” (Hch 16:31).
NB. Este artículo y el siguiente del mismo título están basados en una enseñanza dada en una reunión del Ministerio de la Edad de Oro, el 26.09.12.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
 “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#747 (07.10.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).