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lunes, 26 de diciembre de 2016

EL HIJO SABIO ALEGRA AL PADRE

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL HIJO SABIO ALEGRA AL PADRE
Un Comentario de Proverbios 10:1-5
Introducción. Las palabras “Los proverbios de Salomón” con que se inicia el primer versículo de este capítulo son en realidad el título de una sección del libro que abarca desde el vers. 10:1 hasta el vers. 22:16, y que comprende 375 proverbios que, curiosamente pero no casualmente, es el valor numérico de las letras que conforman el nombre de Salomón, esto es, slmn. (Recuérdese que el alfabeto hebreo sólo tiene consonantes).
Esta larga sección central, que está formada por proverbios de sólo dos líneas, contrasta con los capítulos 1 al 9, que están conformados mayormente por poemas sapienciales de cierta extensión (por ejemplo, 4:20-27; o 6:1-5; o todo el cap. 7).
La mayoría de los proverbios de los capítulos 10 al 15 son de paralelismo antitético (Véase mi artículo “Para Leer el Libro de Proverbios II, #850 del 12.10.14) donde predomina el contraste entre el justo (o sabio) y el impío (o necio).
El justo parece ser el tema principal de este capítulo. Son 13 los proverbios en que aparece la palabra “justo” (14 si contamos el vers. 29, en que aparece la palabra “perfecto”, que quiere decir lo mismo). Seis de esos proverbios hablan acerca de su relación con la lengua, o con el hablar sabiduría. Ellos son los vers. 11, 13, 20, 21, 31, 32.
Hay muchos otros que se refieren al justo en general, o a su vida en relación con los avatares de la vida: el v. 3 es una promesa de provisión; el v. 6 es una promesa de bendiciones; el v.7 promete que el justo será bien recordado. Otros proverbios en que aparece la palabra “justo” son los vers. 16, 24, 25, 28 y 30.
La perícopa formada por los vers. 1 al 5 es un ejemplo de inclusio, recurso literario en que la palabra, o idea, del inicio es repetida al fin de la unidad, como ocurre también, por ejemplo, en 3:13-18.


1. “Los proverbios de Salomón. El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre.”
Es notable el hecho de que después de una larga serie de proverbios que empiezan con las palabras “Hijo mío” en los nueve primeros capítulos, el primer proverbio de este capítulo 10, trate acerca del hijo.
Los padres se alegran por todo lo bueno que alcanza su hijo, sean logros materiales o intelectuales. Y por ninguna cualidad se alegran más que por la sabiduría que demuestre tener, porque la sabiduría allana el camino del éxito (23:15,16,24,25). Dice: hijo “sabio”, y no “inteligente”, porque la sabiduría es más útil que la inteligencia. Muchos inteligentes fracasan en la vida si no son a la vez sabios, y es un hecho que la inteligencia no está siempre acompañada de sabiduría. En cambio, la sabiduría sí suele estar acompañada de inteligencia, aunque pueda no estarlo de instrucción. Sin embargo, aun con esa limitación, la sabiduría se impone en la vida y es mucho más útil.
¿En qué consiste la sabiduría en términos prácticos? En discernir lo que conviene hacer y lo que conviene evitar, y en saber tomar buenas decisiones. En cambio ¡cuánta tristeza acarrea el hijo necio a sus padres y, en especial, a su madre! (15:20). La necedad anula las mejores disposiciones. Hay necios inteligentes que acumulan fracaso tras fracaso. El necio se equivoca siempre, o casi siempre, en lo principal. El sabio acierta. He ahí la gran diferencia.
Aquí la alegría y la tristeza pertenecen a ambos progenitores: hay un alegrarse en el hijo que es propio del padre (15:20a; 23:15,16,24; 27:11: 29:3a), y un entristecerse que es propio de uno u otro progenitor, o de la madre en particular. (17:21,25; 19:13a; Sir:16:1-5).
Los hijos son, o eran, considerados como el mayor don de Dios para los esposos, que se alegraban con la fecundidad de su matrimonio (Gn 5:28,29; 33:5; Sal 127:3). (Nota 1). Pero con mucha frecuencia los hijos son un motivo de preocupación o de tristeza. Derek Kinder comenta al respecto: “Sin los lazos (sobre todo los del amor) por los cuales las personas son miembros los unos de los otros, la vida sería menos dolorosa, pero inconmensurablemente más pobre.” (“Proverbios”, pag 94).
Si el hijo sale necio, ¿no será porque los padres, o uno de ellos, descuidaron disciplinarlo de pequeño? Los proverbios que hablan de la satisfacción, o disgusto que los hijos causan a los padres tienen como contrapartida la pena medicinal, esto es, la corrección que los padres deben aplicar a sus hijos. Con frecuencia es la negligencia de los padres, o del padre específicamente, en educar a su hijo en el respeto de las leyes de Dios y de la convivencia humana, la causa del desvío del vástago, y de la tristeza que puede causarles cuando crezca. Eso fue el caso concretamente de los hijos de Elí, que fueron un motivo de mucho dolor para él (1Sm 2:22-25), y de la reprensión divina que recibió (1Sm 2:27-36), porque omitió corregirlos cuando debió hacerlo (1Sm 3:12-14; cf Pr 22:6; 23:13,14; 29:15). Y también es el caso de dos hijos de David, Amnón y Absalón, que le causaron muchos dolores de cabeza, especialmente el segundo, a los que él no corrigió cuando debió hacerlo.
En el Antiguo Testamento tenemos el caso de un hijo cuya sabiduría fue causa de gran satisfacción para su padre, esto es, Salomón (1R 2:1-4; 1Cro 22:7-13; 2Cro 1:7-12); y de otro cuya necedad fue motivo de gran aflicción para su madre, esto es, Esaú (Gn 26:34,35).

Este proverbio nos dice también que es obligación de los hijos ser un motivo de satisfacción para sus padres por su conducta recta y sabia. La satisfacción que les produzcan les será algún día recompensada. Mientras que lo contrario es también cierto: el dolor que por su inconducta les causen, será algún día causa de desvelos y preocupaciones propias.
De otro lado, conviene notar que un hombre inteligente no es necesariamente bueno. Hay malvados que son sumamente inteligentes, pero no hay sabio que pueda ser malo.
2. “Los tesoros de maldad no serán de provecho; mas la justicia libra de muerte.” (Pr 21:6,7)
Este proverbio y el proverbio 11:4 dicen prácticamente lo mismo, siendo la segunda línea en ambos idéntica. En la segunda línea de 11:4 “riqueza” reemplaza a “tesoros de maldad”, pero agrega que las riquezas de maldad no serán de provecho “en el día de la ira”, esto es, en el día del juicio, o de la muerte, y menos aún si se trata de la segunda muerte (Lc 12:19,20).
Eso nos haría pensar que las riquezas son necesariamente tesoros de maldad, pero no siempre es ése el caso; no siempre han sido acumuladas oprimiendo y explotando al prójimo. De otro lado, la muerte no viene siempre a los hombres en el día de la ira.
Las Escrituras nos enseñan el poco valor que desde la perspectiva de la eternidad, tienen las riquezas (Pr 23:5; Mt 6:19), aunque en la vida práctica puedan traer muchos beneficios. Mucho menor valor y utilidad tienen las riquezas mal adquiridas, porque en el algún momento se vuelven contra el que las posee, como denuncia Jeremías: “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo!” (22:13) (2) ¿De qué le sirvieron a Judas las treinta monedas de plata que recibió por traicionar a su Señor? Sólo para ser empujado al suicidio carcomido por los remordimientos (Mt 27:3-5). ¿De qué le sirvió a Acab, rey de Israel, incitado por su mujer, la perversa Jezabel, haberse apoderado de la viña de Nabot, después de haberlo hecho matar? Recibir la maldición divina, proferida por el profeta Elías, de que su linaje desaparecería con él, y de que el cadáver de su mujer sería comido por perros (1R 21:4-24).
El dinero mal adquirido a la larga no beneficia a su dueño, pero llevar una vida recta puede librar de peligros mortales. En este proverbio de paralelismo antitético se contrastan la honestidad de vida con las prácticas fraudulentas. Además se yuxtaponen dos vicisitudes contrarias: no ser de gran utilidad, frente al escapar con vida del peligro.
En las Escrituras tenemos un texto que ilustra la inutilidad de las riquezas mal adquiridas: “Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas; en la mitad de sus días las dejará, y al final mostrará ser un insensato.” (Jr 17:11). Y tenemos el caso contrario en que la justicia (o rectitud de vida) libran de una muerte segura: el caso de Noé que no pereció en el diluvio. En el libro de Ester hay dos personajes cuyas vidas son un testimonio de cómo se cumple la verdad enunciada en este proverbio: el impío Amán, quien pese a su riqueza y poder terminó en el cadalso (Es 7:9,10); y el de Mardoqueo, que por su fidelidad a Dios fue enaltecido (10:1-3).
Para ilustrar este proverbio A.B. Faucett menciona los casos que ya hemos visto de Acab y de Judas, y observa además con razón que los dos talentos de plata que Giezi codiciosamente obtuvo de Naamán, sólo le sirvió para que la lepra de este último se le pegara (2R 5:20-27). De otro lado, dice él, la justicia, acompañada de misericordia y de generosidad, atrae la misericordia de Dios (Sal 41:1-3; 112:9; Dn 4:27; 2Cor 9:9). (3)
3. “Jehová no dejará padecer hambre al justo; mas la iniquidad lanzará a los impíos.”
Esta es una promesa rara vez incumplida que nos asegura la provisión permanente de Dios, tal como se expresa en el Sal 34:10 y en Pr 13:25a. Los casos en que Dios ha suplido la mesa de los suyos de una manera milagrosa son tan numerosos que no es necesario abundar sobre ellos. Pero es una permanente realidad. (4). El bello salmo 37, que es un compendio de proverbios, en su v. 25 formula una promesa semejante en distintos términos: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Véase Is 33:15,16). Sin embargo, conviene insistir en el hecho de que los proverbios no son leyes absolutas que se cumplen siempre indefectiblemente, sino son principios generales deducidos de la observación de la realidad y de la experiencia, cuyo cumplimiento conoce excepciones dependiendo del tiempo y las circunstancias. Esto debe decirse para beneficio de quienes hayan visto a justos y a sus familiares alguna vez padecer hambre, o necesidad. Habría que añadir, sin embargo, que para que veamos las promesas de Dios cumplidas en nuestra vida, es necesario que creamos en ellas sin dudar (St 1:6,7).
Pero si alguna vez Dios permite que el justo padezca necesidad, lo hace para su bien, para otorgarle un beneficio mayor, o para que tenga ocasión de ejercitar su fe, como ocurrió con Pablo, quien en más de una oportunidad padeció hambre y sed, frío y desnudez (1Cor 4:11; 2Cor 11:27; Dt 8:3). Pudiera ser que el morir literalmente de hambre libre al justo de experimentar la miseria mayor que puede sobrevenir sobre la comarca donde vive. Y si así no fuera, ¿qué cosa es el dolor de la muerte por inanición comparado con la dicha que el justo encuentra en el cielo?
En una ocasión Jesús alentó a sus discípulos a confiar en la provisión divina puesto que Él alimenta a las aves del cielo que no siembran ni cosechan, recordándoles que los hombres valen más que ellas (Mt 6:25,26,31,32). Jesús es nuestro buen pastor (Jn 10:11) que lleva a sus ovejas a comer donde hay buenos pastos (Ez 34:14)
Para el segundo estico yo prefiero la versión: “pero Él desecha el deseo (o la avidez) de los impíos”. Uno padece de hambre, el otro siente gula. Aunque se parecen son apetencias distintas. El primero tiene el estómago vacío. El segundo está saciado y desea más. Dios desecha al segundo porque su necesidad es artificial, y su manera de actuar y su carácter le son desagradables. Aunque durante un tiempo al impío todo le sonríe y su mesa está plena, le llegará el día de las vacas flacas y entonces constatará que no tiene amigos; que los que tuvo, lo eran de su dinero.
4. “La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece.”
Este proverbio parece que enunciara una verdad establecida derivada de la experiencia común, algo archisabido, que no requiere de ninguna iluminación de lo alto para reconocer. Sin embargo, aquí el Espíritu Santo confirma lo que el intelecto humano por sí solo puede conocer, para darnos a entender la importancia que tiene esa verdad, para que la tengamos muy bien en cuenta. El diligente cosecha los frutos de su trabajo, provisto que lo haga con inteligencia; el negligente, el que descuida sus obligaciones, el que pierde el tiempo, o trabaja mal, no progresa, sino empobrece.
Pero esta verdad se aplica a todos los campos: el que trabaja y estudia con ahínco desarrolla su intelecto; el artista que constantemente crea, dejará una obra; el investigador que quema sus pestañas, hará descubrimientos; el que es diligente en buscar a Dios, será premiado con una familiaridad íntima con Él, etc. Mientras que el que deja de hacer lo que debe y lo descuida, no obtiene ningún resultado. En toda actividad humana, la diligencia es condición para el éxito. Pablo lo pone así: el hombre cosecha lo que siembra (Gal 6:7).
Son varios los proverbios que en variados términos confirman este mensaje: 19:15; 20:4: 23:21. La pequeña perícopa 24:30-34 explica cómo la holgazanería se manifiesta en el descuido del campo y trae como consecuencia inevitable la pobreza (cf Ecl 10:18). Pr 13:4 opone el deseo frustrado del perezoso, a la prosperidad que alcanza el diligente, cuyos pensamientos persiguen esa meta (21:15a). La parábola de los talentos opone también a dos siervos diligentes que multiplican el dinero que se les confía, y son por eso premiados, a la pereza del siervo infiel que no obtiene para su señor ningún provecho, y es por eso condenado (Mt 25:14-30).
Pero esa no es la única ventaja de la diligencia. Por medio de ella el hombre prospera socialmente, adquiere propiedades (Pr 12:24) y se codea con los grandes (22:29). Trabajar la tierra fue la orden que se dio a Adán en el paraíso, no que sólo se alimentara cogiendo los frutos de los árboles del jardín (Gn 2:15,16). Como consecuencia del pecado el trabajo que demanda esfuerzo se convirtió en una ley de la vida (Gn 3:19).
Dios usa a los hombres que tienen las manos ocupadas, no a los ociosos: Moisés y David pastoreaban su ganado cuando fueron llamados (Ex 3:1,2; 1Sm 16:11,12). Gedeón estaba sacudiendo el trigo en el lagar (Jc 6:11). La fe y la pereza no suelen ir juntas; al contrario, la diligencia es compañera de la fe y de la confianza en Dios. Rut, la moabita, no le hizo ascos a recoger espigas con los segadores y terminó casándose con el dueño del campo (Rt 2:3; 4:13). Ella es contada entre las cuatro antepasadas de Jesús que menciona la genealogía con que se inicia el evangelio de Mateo (Mt 1:3,5,6).
Pero no solamente se debe trabajar por los bienes de la tierra; también debe hacerse por los del cielo con energía y perseverancia (Jn 6:27). Como dice Ch. Bridges, los negocios del mundo son inciertos, pero los espirituales son seguros. En el cielo no hay bancarrotas. El siervo diligente es honrado con un aumento de gracia y de confianza (Mt 25:21,29). La palabra hebrea jarutzim –que se traduce como diligente- designa a los que actúan con decisión y prontamente, a los que economizan su tiempo y los medios que emplean.
5. “El que recoge en el verano es hombre entendido; el que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza.”
El hombre que recoge en el verano de su vida (de los 30 a 45 años) es hombre entendido. Es el tiempo en el cual se forja el bienestar de la edad madura, del otoño y del invierno. El que no lo aprovecha tendrá más tarde mucho que lamentar.
En el proverbio anterior se comparó la negligencia con la diligencia; en éste se opone la previsión a la imprevisión (Véase Pr 6:6-8). El libro del Eclesiastés subraya la importancia del tiempo oportuno para cada cosa (cap. 3). Un ejemplo claro de lo que afirma este proverbio es el caso de José en Egipto, que almacenó el grano cosechado en los años de abundancia para usarlo en los años de escasez (Gn 41:46-56).
¡Cuán importante es acumular conocimientos cuando la mente está fresca, aprende y asimila rápido! Ese bagaje adquirido temprano será muy útil más adelante en la vida profesional. ¡Y qué lamentable es, en cambio, desperdiciar ese tiempo valioso en que pudo haberse instruido! El que obró de esa manera tendrá mucho de qué avergonzarse en la edad madura cuando no tenga logros que exhibir.
Ahora es el tiempo aceptable (2Cor 6:2). Mañana será quizá tarde para hacer el bien que no hicimos cuanto tuvimos oportunidad (Gal 6:10). Cuanto mejor aprovechamos el tiempo que Dios nos da, más tiempo tendremos a nuestra disposición para servirlo (Ef 5:16). El apóstol Pablo es un buen ejemplo de alguien que trabajó con diligencia en la viña del Señor sin omitir esfuerzos; Demas, en cambio, es uno que desaprovechó la oportunidad que se le presentaba y perdió su recompensa (2Tm 4:10).
 Notas: 1. Digo “eran” porque muchos esposos en nuestros días evitan tenerlos, o los consideran una carga, o una limitación, y no hay duda que, de hecho, en muchos casos lo son.
2. Esta es una denuncia que alcanza a todos los empresarios y hombres de negocios que en nuestros días construyen sus fortunas sobre la base de la explotación de sus trabajadores, o del público, cobrando por sus productos precios exagerados. Algún día ese dinero mal ganado les arderá más que una plancha caliente en los lomos.
3. Con el tiempo la palabra “justicia” adquirió el sentido de limosna (Tb 4:7-11), lo que explica que en algunas versiones, la segunda línea diga: “pero la limosna libra de la muerte.”
4. Puede recordarse la ocasión en que David y los que le seguían fueron alimentados por quienes eran en verdad sus enemigos (2Sm 17:27-29).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

#927 (22.05.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

miércoles, 26 de agosto de 2015

FIANZAS, PEREZA, MALEVOLENCIA II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
FIANZAS, PEREZA, MALEVOLENCIA II
Un Comentario de Proverbios 6:6-19
6. “Ve a la hormiga, oh perezoso,
Mira sus caminos y sé sabio;”
7. “La cual no teniendo capitán,
Ni gobernador ni señor,” (Nota 1)
8. “Prepara en el verano su comida,
Y recoge en el tiempo de la siega su mantenimiento.”(2)
9. “Perezoso, ¿hasta cuándo has de dormir?
¿Cuándo te levantarás de tu sueño?”
10. “Un poco de sueño, un poco de dormitar,
Y cruzar por un poco las manos para reposo;”
11. “Así vendrá tu necesidad como caminante,
Y tu pobreza como hombre armado.” (3)
6-11. Este pasaje es el primero de tres poemas que el libro de Proverbios dedica al perezoso. Los otros dos están en 24:30-34 y 26:13-16. (4) Se divide en dos perícopas sucesivas: 6-8 y 9-11. La primera propone como ejemplo a la hormiga, pequeño insecto del reino animal. Un animalito tan pequeño obra con una prudencia que pocos hombres tienen, pues sin que nadie se lo advierta (cf 30:27) hace lo que es necesario para tener con qué sustentarse durante el invierno. Aquí estamos frente a uno de los misterios del reino animal, en el que las diversas especies por instinto, o por una recóndita inteligencia, toman las providencias más favorables para su sustento y preservación. Y lo hacen siempre sin fallar (30:25). Los naturalistas han observado que las hormigas se ayudan unas a otras, se juntan para llevar cargas pesadas (¿cómo se comunican?), protegen sus reservas de la lluvia y las sacan al sol para que se sequen, cuando se mojan. ¿Quién se lo ha enseñado?
¡Qué vergüenza es para el hombre que se le aconseje que aprenda la diligencia y la previsión de un animalito minúsculo cuya presencia nos es desagradable y que aplastamos con el pie!
¿Cuál es el tiempo del verano de que aquí se habla? La juventud, en que el hombre puede sembrar con esperanza de cosechar en el futuro (10:5).
La segunda perícopa (9-11) como conclusión del ejemplo propuesto, increpa directamente al que pasa su tiempo en dormir (26:14), en no ocuparse en nada útil, en dejar transcurrir las horas en ocupaciones frívolas que no conducen a ningún fin útil. La pobreza y la necesidad que vendrán como resultado son descritas como un caminante, o vagabundo, que se divisa a lo lejos en el camino, y que inexorablemente se va acercando a donde uno se encuentra; o como un guerrero amenazante, o un salteador de caminos, contra el cual el hombre desarmado está inerme. De manera semejante el perezoso verá la indigencia venir sobre él sin que pueda hacer nada para evitarla.
           
La pereza y la imprevisión pueden acarrear consecuencias graves. Jesús dijo que no debíamos angustiarnos por el día de mañana (Mt 6:34), pero eso no quiere decir que no debamos ser previsores, sobre todo cuando se asumen responsabilidades familiares (2Cor 12:14; cf Gn 30:30).
            Si la ansiedad por las cosas materiales es criticable (Lc 10:41), el uso diligente de los medios provistos por Dios, lo honra (Pr 10:15a; 24:27).
            Hay un refrán que expresa una gran verdad: “La pereza es madre de la pobreza”. El libro de Proverbios pinta con acierto en otro lugar las consecuencias de la pereza en la viña descuidada al señalar que está toda cubierta de espinos, y su cerca de piedra destruida (24:30,31). Así ocurre con todas las actividades afectadas por la holgazanería: el desorden y la suciedad reinan por todas partes y están a merced de los intrusos y depredadores, porque no se toman las medidas de seguridad que la prudencia aconseja.
             Una de las características del haragán es que no termina las cosas que emprende, y por eso no cosecha en el verano, porque no aró su campo en el invierno (20:4), y deja enfriar su comida, porque le cansa llevar el bocado a la boca (26:15; 19:24). Peor aún, no aprovecha las oportunidades de progresar que se le presentan, y por eso dejarán de venirle al encuentro en el futuro. No obstante, el perezoso tiene muy buena opinión de sí mismo, pues piensa que “es más sabio que siete que sepan aconsejar.” (26:16).
            Pero hay también una pereza espiritual muy común: la del que se niega a ser despertado por el mensaje del Evangelio en el tiempo de la gracia, y desperdicia las oportunidades que la misericordia de Dios constantemente le brinda. Una miseria interminable lo afligirá algún día si no se arrepiente a tiempo (Ironside), y permanece en el camino espacioso que lleva a la perdición, en lugar de tratar de entrar por la puerta estrecha que lleva a la salvación (Mt 7:13,14).
12. “El hombre malo, el hombre depravado, (5)
Es el que anda en perversidad de boca”,
13. “Que guiña con los ojos, que habla con los pies,
Que hace señas con los dedos.”
14. “Perversidades hay en su corazón; anda pensando el mal en todo tiempo;
Siembra las discordias.”
15. “Por tanto, su calamidad vendrá de repente;
Súbitamente será quebrantado, y no habrá remedio.”
Hay hombres, en efecto, que andan siempre cavilando qué mal pueden hacer, a veces sin que les traiga ningún provecho (Pr 16:30). Sus palabras reflejan la negrura de su corazón, pues son siempre ofensivas, groseras, vulgares e irrespetuosas. No hay nada que les merezca respeto; se burlan hasta de lo más santo, y no creen que haya nadie honesto, porque ellos no lo son. En su avidez por hacer daño andan siempre complotando, poniéndose de acuerdo con otros tan malvados como ellos; intercambiando señales con la mirada, con los dedos, y hasta con los pies (10:10; Sal 35:19). Su ingenio para el mal es inagotable, y el mal llena su mente y su cerebro de continuo (cf Pr 2:14,15). Donde quiera que estén difunden su maldad casi sin querer, y originan con sus iniciativas perversas desacuerdos entre los amigos, o en las familias, que con frecuencia terminan en hechos de sangre (16:28; Sal 140:2,3). El apóstol Pablo nos manda que nos apartemos de esa clase de gente (2Ts 3:11-14).
Pero los tales no saben que están cavando su propia tumba, y que las consecuencias de sus actos vendrán un día impensadamente a aplastarlos, al punto de que no dejarán huella alguna de su paso por la tierra (Pr 15:26a). Su muerte repentina será una manifestación del justo juicio de Dios.
            El versículo 13 muestra que ya en esa época se conocían y se usaban signos secretos que permitían a los cómplices comunicarse por señas sin que los demás presentes se dieran cuenta. Esto es lo que hacen los que traman algo, y de ahí se ve que los que tejen intrigas no tienen nada bueno en el corazón, pues ocultan sus propósitos para que sus víctimas no se aperciban.
Lo que sigue es un poema numérico, como hay varios en el capítulo 30 de Proverbios: 15,16; 18,19; 21-23; 24-28; 29-31; en Jb 5:19, así como en el Sirácida (o Eclesiástico): 25:1,2; 7-11, e incluso en la literatura profética: Am 1:3,6,9,11,13; 2:1,4,6.
16. “Seis cosas aborrece Jehová,
Y aun siete abomina su alma:”
17. “Los ojos altivos, la lengua mentirosa,
Las manos derramadoras de sangre inocente,”
18. “El corazón que maquina pensamientos inicuos,
Los pies presurosos para correr al mal,”
19. “El testigo falso que habla mentiras,
Y el que siembra discordia entre hermanos.”
Aquí se menciona algunas cosas que el Señor detesta y que, por lo tanto, nosotros también debemos rechazar y considerar como abominables, porque lo son realmente.
1) El orgullo, la soberbia arrogante y despreciadora que se manifiesta en la mirada altiva. ¿No son nuestros gestos, y en especial, nuestra mirada, expresión de nuestros sentimientos? Nuestros gestos y nuestras miradas nos delatan. El que se fija en ellos puede descubrir muchas cosas acerca de las personas con que trata, o con las que se encuentra de paso, que pueden preservarlo de peligros, o que pueden ayudarlo a guiar prudentemente su comportamiento con ellos. Recordemos que fue el orgullo, el deseo impío de ser igual a Dios, lo que motivó la caída de Lucifer (Is 14:12-14). No por nada dice la Escritura que Dios “atiende al humilde, pero al altivo lo mira de lejos” (Sal 138:6;  4:6) y que el “altivo de corazón es abominación para Jehová” (Pr 16:5). Otro proverbio dice: “La soberbia del hombre lo abate.” (29:23a). El salmo 73 ilustra cómo es su caída (v. 3,6,18,19; cf Sal 18:27b).
2) La facilidad para mentir sin sonrojarse y sin escrúpulos. ¿Con qué órgano mentimos? Con el habla personificada en la lengua. Podemos mentir con la mirada o con los gestos, es cierto, aunque no es fácil y ninguno iguala a la boca. El espíritu de mentira es digno de temer porque puede ocasionar estragos y extravía a la gente. Por eso dice un salmo: “Libra mi alma, oh Jehová, del labio mentiroso, y de la lengua fraudulenta.” (120:2). En ocasiones la mentira puede volverse contra los que la profieren, como en el caso de Ananías y Safira, que murieron por haberle mentido al Espíritu Santo (Hch 5:1-10), pues “los labios mentirosos son abominación a Jehová.” (Pr 12:22). Si Jesús es la verdad (Jn 14:6), y vino a dar testimonio de la verdad (Jn 18:37), el diablo es mentiroso y padre de la mentira (Jn 8:44). Por ese motivo “todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre,” (Ap 21:8).
3) El espíritu sanguinario que no tiene respeto de la vida ajena. Joab, general de los ejércitos de David, es un ejemplo clásico (2Sm 3:22ss). ¡Cuánto daño hacen los asesinos porque no saben que la vida proviene de Dios, y que el que siega una vida contra Dios atenta! “El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada; porque a imagen de Dios fue hecho el hombre” dice el libro del Génesis 9:6. Ésta es la más terrible de las cosas abominables que enumera esta perícopa, porque viola el mandamiento que prohíbe el homicidio (Ex 20:13). Por eso, dice Isaías 1:15, que Dios rechaza la oración de los que tienen las manos llenas de sangre; y destruirá “al hombre sanguinario,” según el Sal 6:5.
4) Pero la más peligrosa es la mente que maquina, planea y urde maldades. Así como del corazón salen las cosas que contaminan al hombre, como dijo Jesús (Mt 15:18-20), del corazón salen también las acciones que dañan, los asaltos, los fraudes, los abusos, las violaciones, etc. Todos los delitos comienzan, o se gestan, en el pensamiento. Por eso Jesús dijo: “Cualquiera que mire a una mujer para codiciarla, ya adulteró con ella en su corazón” (Mt 5:28). Los actos delictivos y los beneficiosos no surgen de la nada, obedecen a un proyecto concebido en la mente, en la imaginación.
Dios se propuso destruir a la humanidad mediante el diluvio porque vio “que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era…solamente para el mal.” (Gn 6:5). Bien denuncia el profeta Miqueas: “¡Ay de los que en sus camas piensan iniquidad y maquinan el mal, y cuando llega la mañana lo ejecutan, porque tienen en sus manos el poder! (Mq 2:1). Sólo Dios puede cambiar el corazón del pecador arrepentido, y darle un “corazón limpio” y “un espíritu recto” que modifique para bien su conducta, haciendo de él un hombre nuevo y apartado del mal. (Sal 51:10).
5) La disposición para hacer el mal, retratada aquí como los pies que se apresuran a cometerlo, es una característica del corazón torcido (cf Is 59:7). Hacer el bien le cuesta, le es aburrido; pero hacer el mal le agrada, lo divierte. Es su deporte favorito. En otro lugar el libro de Proverbios denuncia a los “que se alegran haciendo el mal y se huelgan en las perversidades del vicio.” (2:14). Personas de ese tipo se encuentran en toda una gama variada de grados de maldad, desde el que se presta para hacer una broma cruel, al asesino a sueldo. Pero ellos no saben que “a su propia sangre ponen asechanzas, y a sus almas tienden lazo.” (1:18).
6) Este punto no es repetición del segundo, porque aquí se trata de un tipo especialmente insidioso de mentiras, la del que presta un falso testimonio contra el inocente, o a favor del culpable. Dios ha llamado a su pueblo a dar testimonio de la verdad (Hch 1:8). Pero el testigo falso, que viola el noveno mandamiento (Ex 20:16), pervierte la justicia y puede ocasionar tragedias imprevistas y de incalculables consecuencias. Merece ser maldito y, por supuesto, ser condenado no sólo por Dios, que aborrece el juramente falso (Zc 8:17), sino también por la justicia humana (Dt 19:16-19; Pr 19:5).
7) Por último, está la persona que se complace en enfrentar a los hermanos y a la gente, creando divisiones donde había unión, conflictos donde había paz, y odio donde había amor. Estas personas hacen mucho daño, pero no lo sufren ellos mismos hasta que llega el día del ajuste de cuentas, en que experimentan en carne propia el daño que hicieron a otros.
Notas: 1. Algunos ven en estas autoridades a los tres poderes del estado, el judicial, el legislativo y el ejecutivo.
2. La Septuaginta (LXX) añade: “O ve a la abeja y aprende cómo trabaja,  y produce rica labor, que reyes y vasallos buscan para sí, y todos apetecen, y siendo como es pequeña y flaca, es por su naturaleza tenida en mucha estima.”
3. Pr 24:33,34 es una reproducción casi exacta de los vers. 10 y 11. La Septuaginta añade: “Si, por el contrario, eres activo, tu cosecha será abundante como una fuente, y la miseria estará lejos de ti.”
4. Además de los pasajes nombrados, la pereza es el tema de los siguientes proverbios: 10:4,5b; 13:4; 15:19a; 19:15,24; 20:4; 21:25.
5. Donde nuestra versión dice “hombre malo” el original hebreo, la Vulgata latina y la Versión autorizada inglesa (KJV), dicen “hombre de Belial”, que se suele traducir como malvado, perverso, inicuo. Esta palabra es una combinación de las palabras hebreas beli (sin) y ya’al (provecho), y figura en varios lugares como, por ejemplo, en Dt 13:13 (donde se trata de hombres impíos que incitan a la idolatría); en Jc 19:22 (donde se trata de perversos que quieren violar a un hombre); en 1Sm 2:12 (donde se aplica a los hijos impíos del sacerdote Elì); en 1Sm 25:25 (donde se dice de Nabal, el esposo necio de Abigaíl); en 2Sm 16:7 (cuando David sale derrotado de Jerusalén, huyendo de las tropas de Absalón, y Simeí lo insulta llamándolo “hombre de Belial”); en 1R 21:10,13, (cuando la reina impía Jezabel, usa esa expresión para acusar falsamente a Nabot de blasfemia, y apropiarse la viña que su esposo, el rey Acab, deseaba comprar). En Pr 19:28, pero sólo en original hebreo, (en que se aplica al testigo falso). Con el tiempo ese término se convirtió en el nombre propio del demonio: “¿Y qué concordia (tiene) Cristo con Belial?” (2Cor 6:15).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
“Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#877 (19.04.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).