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lunes, 26 de diciembre de 2016

EL HIJO SABIO ALEGRA AL PADRE

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL HIJO SABIO ALEGRA AL PADRE
Un Comentario de Proverbios 10:1-5
Introducción. Las palabras “Los proverbios de Salomón” con que se inicia el primer versículo de este capítulo son en realidad el título de una sección del libro que abarca desde el vers. 10:1 hasta el vers. 22:16, y que comprende 375 proverbios que, curiosamente pero no casualmente, es el valor numérico de las letras que conforman el nombre de Salomón, esto es, slmn. (Recuérdese que el alfabeto hebreo sólo tiene consonantes).
Esta larga sección central, que está formada por proverbios de sólo dos líneas, contrasta con los capítulos 1 al 9, que están conformados mayormente por poemas sapienciales de cierta extensión (por ejemplo, 4:20-27; o 6:1-5; o todo el cap. 7).
La mayoría de los proverbios de los capítulos 10 al 15 son de paralelismo antitético (Véase mi artículo “Para Leer el Libro de Proverbios II, #850 del 12.10.14) donde predomina el contraste entre el justo (o sabio) y el impío (o necio).
El justo parece ser el tema principal de este capítulo. Son 13 los proverbios en que aparece la palabra “justo” (14 si contamos el vers. 29, en que aparece la palabra “perfecto”, que quiere decir lo mismo). Seis de esos proverbios hablan acerca de su relación con la lengua, o con el hablar sabiduría. Ellos son los vers. 11, 13, 20, 21, 31, 32.
Hay muchos otros que se refieren al justo en general, o a su vida en relación con los avatares de la vida: el v. 3 es una promesa de provisión; el v. 6 es una promesa de bendiciones; el v.7 promete que el justo será bien recordado. Otros proverbios en que aparece la palabra “justo” son los vers. 16, 24, 25, 28 y 30.
La perícopa formada por los vers. 1 al 5 es un ejemplo de inclusio, recurso literario en que la palabra, o idea, del inicio es repetida al fin de la unidad, como ocurre también, por ejemplo, en 3:13-18.


1. “Los proverbios de Salomón. El hijo sabio alegra al padre, pero el hijo necio es tristeza de su madre.”
Es notable el hecho de que después de una larga serie de proverbios que empiezan con las palabras “Hijo mío” en los nueve primeros capítulos, el primer proverbio de este capítulo 10, trate acerca del hijo.
Los padres se alegran por todo lo bueno que alcanza su hijo, sean logros materiales o intelectuales. Y por ninguna cualidad se alegran más que por la sabiduría que demuestre tener, porque la sabiduría allana el camino del éxito (23:15,16,24,25). Dice: hijo “sabio”, y no “inteligente”, porque la sabiduría es más útil que la inteligencia. Muchos inteligentes fracasan en la vida si no son a la vez sabios, y es un hecho que la inteligencia no está siempre acompañada de sabiduría. En cambio, la sabiduría sí suele estar acompañada de inteligencia, aunque pueda no estarlo de instrucción. Sin embargo, aun con esa limitación, la sabiduría se impone en la vida y es mucho más útil.
¿En qué consiste la sabiduría en términos prácticos? En discernir lo que conviene hacer y lo que conviene evitar, y en saber tomar buenas decisiones. En cambio ¡cuánta tristeza acarrea el hijo necio a sus padres y, en especial, a su madre! (15:20). La necedad anula las mejores disposiciones. Hay necios inteligentes que acumulan fracaso tras fracaso. El necio se equivoca siempre, o casi siempre, en lo principal. El sabio acierta. He ahí la gran diferencia.
Aquí la alegría y la tristeza pertenecen a ambos progenitores: hay un alegrarse en el hijo que es propio del padre (15:20a; 23:15,16,24; 27:11: 29:3a), y un entristecerse que es propio de uno u otro progenitor, o de la madre en particular. (17:21,25; 19:13a; Sir:16:1-5).
Los hijos son, o eran, considerados como el mayor don de Dios para los esposos, que se alegraban con la fecundidad de su matrimonio (Gn 5:28,29; 33:5; Sal 127:3). (Nota 1). Pero con mucha frecuencia los hijos son un motivo de preocupación o de tristeza. Derek Kinder comenta al respecto: “Sin los lazos (sobre todo los del amor) por los cuales las personas son miembros los unos de los otros, la vida sería menos dolorosa, pero inconmensurablemente más pobre.” (“Proverbios”, pag 94).
Si el hijo sale necio, ¿no será porque los padres, o uno de ellos, descuidaron disciplinarlo de pequeño? Los proverbios que hablan de la satisfacción, o disgusto que los hijos causan a los padres tienen como contrapartida la pena medicinal, esto es, la corrección que los padres deben aplicar a sus hijos. Con frecuencia es la negligencia de los padres, o del padre específicamente, en educar a su hijo en el respeto de las leyes de Dios y de la convivencia humana, la causa del desvío del vástago, y de la tristeza que puede causarles cuando crezca. Eso fue el caso concretamente de los hijos de Elí, que fueron un motivo de mucho dolor para él (1Sm 2:22-25), y de la reprensión divina que recibió (1Sm 2:27-36), porque omitió corregirlos cuando debió hacerlo (1Sm 3:12-14; cf Pr 22:6; 23:13,14; 29:15). Y también es el caso de dos hijos de David, Amnón y Absalón, que le causaron muchos dolores de cabeza, especialmente el segundo, a los que él no corrigió cuando debió hacerlo.
En el Antiguo Testamento tenemos el caso de un hijo cuya sabiduría fue causa de gran satisfacción para su padre, esto es, Salomón (1R 2:1-4; 1Cro 22:7-13; 2Cro 1:7-12); y de otro cuya necedad fue motivo de gran aflicción para su madre, esto es, Esaú (Gn 26:34,35).

Este proverbio nos dice también que es obligación de los hijos ser un motivo de satisfacción para sus padres por su conducta recta y sabia. La satisfacción que les produzcan les será algún día recompensada. Mientras que lo contrario es también cierto: el dolor que por su inconducta les causen, será algún día causa de desvelos y preocupaciones propias.
De otro lado, conviene notar que un hombre inteligente no es necesariamente bueno. Hay malvados que son sumamente inteligentes, pero no hay sabio que pueda ser malo.
2. “Los tesoros de maldad no serán de provecho; mas la justicia libra de muerte.” (Pr 21:6,7)
Este proverbio y el proverbio 11:4 dicen prácticamente lo mismo, siendo la segunda línea en ambos idéntica. En la segunda línea de 11:4 “riqueza” reemplaza a “tesoros de maldad”, pero agrega que las riquezas de maldad no serán de provecho “en el día de la ira”, esto es, en el día del juicio, o de la muerte, y menos aún si se trata de la segunda muerte (Lc 12:19,20).
Eso nos haría pensar que las riquezas son necesariamente tesoros de maldad, pero no siempre es ése el caso; no siempre han sido acumuladas oprimiendo y explotando al prójimo. De otro lado, la muerte no viene siempre a los hombres en el día de la ira.
Las Escrituras nos enseñan el poco valor que desde la perspectiva de la eternidad, tienen las riquezas (Pr 23:5; Mt 6:19), aunque en la vida práctica puedan traer muchos beneficios. Mucho menor valor y utilidad tienen las riquezas mal adquiridas, porque en el algún momento se vuelven contra el que las posee, como denuncia Jeremías: “¡Ay del que edifica su casa sin justicia, y sus salas sin equidad, sirviéndose de su prójimo de balde, y no dándole el salario de su trabajo!” (22:13) (2) ¿De qué le sirvieron a Judas las treinta monedas de plata que recibió por traicionar a su Señor? Sólo para ser empujado al suicidio carcomido por los remordimientos (Mt 27:3-5). ¿De qué le sirvió a Acab, rey de Israel, incitado por su mujer, la perversa Jezabel, haberse apoderado de la viña de Nabot, después de haberlo hecho matar? Recibir la maldición divina, proferida por el profeta Elías, de que su linaje desaparecería con él, y de que el cadáver de su mujer sería comido por perros (1R 21:4-24).
El dinero mal adquirido a la larga no beneficia a su dueño, pero llevar una vida recta puede librar de peligros mortales. En este proverbio de paralelismo antitético se contrastan la honestidad de vida con las prácticas fraudulentas. Además se yuxtaponen dos vicisitudes contrarias: no ser de gran utilidad, frente al escapar con vida del peligro.
En las Escrituras tenemos un texto que ilustra la inutilidad de las riquezas mal adquiridas: “Como la perdiz que cubre lo que no puso, es el que injustamente amontona riquezas; en la mitad de sus días las dejará, y al final mostrará ser un insensato.” (Jr 17:11). Y tenemos el caso contrario en que la justicia (o rectitud de vida) libran de una muerte segura: el caso de Noé que no pereció en el diluvio. En el libro de Ester hay dos personajes cuyas vidas son un testimonio de cómo se cumple la verdad enunciada en este proverbio: el impío Amán, quien pese a su riqueza y poder terminó en el cadalso (Es 7:9,10); y el de Mardoqueo, que por su fidelidad a Dios fue enaltecido (10:1-3).
Para ilustrar este proverbio A.B. Faucett menciona los casos que ya hemos visto de Acab y de Judas, y observa además con razón que los dos talentos de plata que Giezi codiciosamente obtuvo de Naamán, sólo le sirvió para que la lepra de este último se le pegara (2R 5:20-27). De otro lado, dice él, la justicia, acompañada de misericordia y de generosidad, atrae la misericordia de Dios (Sal 41:1-3; 112:9; Dn 4:27; 2Cor 9:9). (3)
3. “Jehová no dejará padecer hambre al justo; mas la iniquidad lanzará a los impíos.”
Esta es una promesa rara vez incumplida que nos asegura la provisión permanente de Dios, tal como se expresa en el Sal 34:10 y en Pr 13:25a. Los casos en que Dios ha suplido la mesa de los suyos de una manera milagrosa son tan numerosos que no es necesario abundar sobre ellos. Pero es una permanente realidad. (4). El bello salmo 37, que es un compendio de proverbios, en su v. 25 formula una promesa semejante en distintos términos: “Joven fui, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni su descendencia que mendigue pan” (Véase Is 33:15,16). Sin embargo, conviene insistir en el hecho de que los proverbios no son leyes absolutas que se cumplen siempre indefectiblemente, sino son principios generales deducidos de la observación de la realidad y de la experiencia, cuyo cumplimiento conoce excepciones dependiendo del tiempo y las circunstancias. Esto debe decirse para beneficio de quienes hayan visto a justos y a sus familiares alguna vez padecer hambre, o necesidad. Habría que añadir, sin embargo, que para que veamos las promesas de Dios cumplidas en nuestra vida, es necesario que creamos en ellas sin dudar (St 1:6,7).
Pero si alguna vez Dios permite que el justo padezca necesidad, lo hace para su bien, para otorgarle un beneficio mayor, o para que tenga ocasión de ejercitar su fe, como ocurrió con Pablo, quien en más de una oportunidad padeció hambre y sed, frío y desnudez (1Cor 4:11; 2Cor 11:27; Dt 8:3). Pudiera ser que el morir literalmente de hambre libre al justo de experimentar la miseria mayor que puede sobrevenir sobre la comarca donde vive. Y si así no fuera, ¿qué cosa es el dolor de la muerte por inanición comparado con la dicha que el justo encuentra en el cielo?
En una ocasión Jesús alentó a sus discípulos a confiar en la provisión divina puesto que Él alimenta a las aves del cielo que no siembran ni cosechan, recordándoles que los hombres valen más que ellas (Mt 6:25,26,31,32). Jesús es nuestro buen pastor (Jn 10:11) que lleva a sus ovejas a comer donde hay buenos pastos (Ez 34:14)
Para el segundo estico yo prefiero la versión: “pero Él desecha el deseo (o la avidez) de los impíos”. Uno padece de hambre, el otro siente gula. Aunque se parecen son apetencias distintas. El primero tiene el estómago vacío. El segundo está saciado y desea más. Dios desecha al segundo porque su necesidad es artificial, y su manera de actuar y su carácter le son desagradables. Aunque durante un tiempo al impío todo le sonríe y su mesa está plena, le llegará el día de las vacas flacas y entonces constatará que no tiene amigos; que los que tuvo, lo eran de su dinero.
4. “La mano negligente empobrece; mas la mano de los diligentes enriquece.”
Este proverbio parece que enunciara una verdad establecida derivada de la experiencia común, algo archisabido, que no requiere de ninguna iluminación de lo alto para reconocer. Sin embargo, aquí el Espíritu Santo confirma lo que el intelecto humano por sí solo puede conocer, para darnos a entender la importancia que tiene esa verdad, para que la tengamos muy bien en cuenta. El diligente cosecha los frutos de su trabajo, provisto que lo haga con inteligencia; el negligente, el que descuida sus obligaciones, el que pierde el tiempo, o trabaja mal, no progresa, sino empobrece.
Pero esta verdad se aplica a todos los campos: el que trabaja y estudia con ahínco desarrolla su intelecto; el artista que constantemente crea, dejará una obra; el investigador que quema sus pestañas, hará descubrimientos; el que es diligente en buscar a Dios, será premiado con una familiaridad íntima con Él, etc. Mientras que el que deja de hacer lo que debe y lo descuida, no obtiene ningún resultado. En toda actividad humana, la diligencia es condición para el éxito. Pablo lo pone así: el hombre cosecha lo que siembra (Gal 6:7).
Son varios los proverbios que en variados términos confirman este mensaje: 19:15; 20:4: 23:21. La pequeña perícopa 24:30-34 explica cómo la holgazanería se manifiesta en el descuido del campo y trae como consecuencia inevitable la pobreza (cf Ecl 10:18). Pr 13:4 opone el deseo frustrado del perezoso, a la prosperidad que alcanza el diligente, cuyos pensamientos persiguen esa meta (21:15a). La parábola de los talentos opone también a dos siervos diligentes que multiplican el dinero que se les confía, y son por eso premiados, a la pereza del siervo infiel que no obtiene para su señor ningún provecho, y es por eso condenado (Mt 25:14-30).
Pero esa no es la única ventaja de la diligencia. Por medio de ella el hombre prospera socialmente, adquiere propiedades (Pr 12:24) y se codea con los grandes (22:29). Trabajar la tierra fue la orden que se dio a Adán en el paraíso, no que sólo se alimentara cogiendo los frutos de los árboles del jardín (Gn 2:15,16). Como consecuencia del pecado el trabajo que demanda esfuerzo se convirtió en una ley de la vida (Gn 3:19).
Dios usa a los hombres que tienen las manos ocupadas, no a los ociosos: Moisés y David pastoreaban su ganado cuando fueron llamados (Ex 3:1,2; 1Sm 16:11,12). Gedeón estaba sacudiendo el trigo en el lagar (Jc 6:11). La fe y la pereza no suelen ir juntas; al contrario, la diligencia es compañera de la fe y de la confianza en Dios. Rut, la moabita, no le hizo ascos a recoger espigas con los segadores y terminó casándose con el dueño del campo (Rt 2:3; 4:13). Ella es contada entre las cuatro antepasadas de Jesús que menciona la genealogía con que se inicia el evangelio de Mateo (Mt 1:3,5,6).
Pero no solamente se debe trabajar por los bienes de la tierra; también debe hacerse por los del cielo con energía y perseverancia (Jn 6:27). Como dice Ch. Bridges, los negocios del mundo son inciertos, pero los espirituales son seguros. En el cielo no hay bancarrotas. El siervo diligente es honrado con un aumento de gracia y de confianza (Mt 25:21,29). La palabra hebrea jarutzim –que se traduce como diligente- designa a los que actúan con decisión y prontamente, a los que economizan su tiempo y los medios que emplean.
5. “El que recoge en el verano es hombre entendido; el que duerme en el tiempo de la siega es hijo que avergüenza.”
El hombre que recoge en el verano de su vida (de los 30 a 45 años) es hombre entendido. Es el tiempo en el cual se forja el bienestar de la edad madura, del otoño y del invierno. El que no lo aprovecha tendrá más tarde mucho que lamentar.
En el proverbio anterior se comparó la negligencia con la diligencia; en éste se opone la previsión a la imprevisión (Véase Pr 6:6-8). El libro del Eclesiastés subraya la importancia del tiempo oportuno para cada cosa (cap. 3). Un ejemplo claro de lo que afirma este proverbio es el caso de José en Egipto, que almacenó el grano cosechado en los años de abundancia para usarlo en los años de escasez (Gn 41:46-56).
¡Cuán importante es acumular conocimientos cuando la mente está fresca, aprende y asimila rápido! Ese bagaje adquirido temprano será muy útil más adelante en la vida profesional. ¡Y qué lamentable es, en cambio, desperdiciar ese tiempo valioso en que pudo haberse instruido! El que obró de esa manera tendrá mucho de qué avergonzarse en la edad madura cuando no tenga logros que exhibir.
Ahora es el tiempo aceptable (2Cor 6:2). Mañana será quizá tarde para hacer el bien que no hicimos cuanto tuvimos oportunidad (Gal 6:10). Cuanto mejor aprovechamos el tiempo que Dios nos da, más tiempo tendremos a nuestra disposición para servirlo (Ef 5:16). El apóstol Pablo es un buen ejemplo de alguien que trabajó con diligencia en la viña del Señor sin omitir esfuerzos; Demas, en cambio, es uno que desaprovechó la oportunidad que se le presentaba y perdió su recompensa (2Tm 4:10).
 Notas: 1. Digo “eran” porque muchos esposos en nuestros días evitan tenerlos, o los consideran una carga, o una limitación, y no hay duda que, de hecho, en muchos casos lo son.
2. Esta es una denuncia que alcanza a todos los empresarios y hombres de negocios que en nuestros días construyen sus fortunas sobre la base de la explotación de sus trabajadores, o del público, cobrando por sus productos precios exagerados. Algún día ese dinero mal ganado les arderá más que una plancha caliente en los lomos.
3. Con el tiempo la palabra “justicia” adquirió el sentido de limosna (Tb 4:7-11), lo que explica que en algunas versiones, la segunda línea diga: “pero la limosna libra de la muerte.”
4. Puede recordarse la ocasión en que David y los que le seguían fueron alimentados por quienes eran en verdad sus enemigos (2Sm 17:27-29).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle perdón a Dios por ellos diciendo: Jesús, yo te ruego que laves mis pecados con tu sangre. Entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.

#927 (22.05.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 26 de abril de 2013

SANSÓN IV


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
SANSÓN IV
Sansón es vencido por Dalila
Jueces 16: 4,5. “Después de esto aconteció que se enamoró de una mujer en el valle de Sorec, la cual se llamaba Dalila. Y vinieron a ella los príncipes de los filisteos, y le dijeron: Engáñale e infórmate en qué consiste su gran fuerza, y cómo lo podríamos vencer, para que lo atemos y lo dominemos; y cada uno de nosotros te dará mil cien siclos de plata.”
Informados probablemente de que la mujer de Sansón en Timnat había logrado sonsacarle la solución del enigma (14:16,17), los príncipes de los filisteos (uno por cada una de sus cinco ciudades) pensaron, no sin razón, que Dalila, su nuevo amor, podría con astucia arrancarle el secreto de su fuerza y, con ese fin, le ofrecieron una considerable suma de dinero. Quizá ellos pensaban que su secreto consistía en algún amuleto que llevaba consigo, o en algún conjuro mágico que podía ser contrarrestado.
Dalila asiente, y vende al hombre que decía amar por la suma ofrecida, así como el discípulo traidor vendió a Jesús por treinta monedas de plata (Mt 26:14,15). Con Dalila se repite la historia de Baal Peor cuando el pueblo de Israel cedió a su sensualidad y empezó a fornicar con las hijas de Moab, y sufrieron una gran destrucción (Nm 25:1-3).
¿Quién era Dalila? Con toda seguridad ella era filistea, aunque el texto no lo diga, pero no era una ramera, sino una mujer de conducta libre. Su nombre quiere decir “debilidad”. Quizá pensando en esta historia Salomón escribió el proverbio 6:26: “A causa de la mujer ramera el hombre es reducido a un bocado de pan.” (Cf. Pr 7:26,27)
6-9. “Y Dalila dijo a Sansón: Yo te ruego que me declares en qué consiste tu gran fuerza, y cómo podrás ser atado para ser dominado. Y le respondió Sansón: Si me ataren con siete mimbres verdes que aún no estén enjutos (secos), entonces me debilitaré y seré como cualquiera de los hombres. Y los príncipes de los filisteos le trajeron siete mimbres verdes que aún no estaban enjutos, y ella le ató con ellos. Y ella tenía hombres en acecho en el aposento. Entonces ella le dijo: ¡Sansón, los filisteos contra ti! Y él rompió los mimbres, como se rompe una cuerda de estopa cuando toca el fuego; y no se supo el secreto de su fuerza.”
Dalila aprovecha el poder que tiene sobre Sansón para tratar de que él le revele el secreto de su fuerza, pero él, sabiendo que eso era algo que no le convenía revelar, le dice algo falso que ella ilusamente, como jugando, pone en práctica. Cuando los filisteos que ella ha escondido en la habitación contigua, vienen sobre Sansón, él rompe las cuerdas con facilidad y ahuyenta a sus atacantes.
Pasado algún tiempo, y aprovechando alguna ocasión propicia, dos veces más se repite el pedido astuto de Dalila y el engaño de Sansón, y dos veces más los filisteos le caen encima, pero él se deshace fácilmente de ellos.
¿Qué hubiera hecho un hombre sensato en una situación semejante? Irse corriendo de la mujer que lo estaba engañando y que estaba tratando de descubrir su secreto para anularlo, y entregarlo en manos de sus enemigos. Pero Sansón, prisionero de los encantos de Dalila, se queda para darle a ella una oportunidad más de arrancarle el secreto de su fuerza (v. 10-14). Cabe preguntarse en este caso: ¿Qué era más reprochable aquí? ¿La debilidad de Sansón, o la perversidad de ella?
15. “Y ella le dice (posiblemente cuando él la estaba acariciando): ¿Cómo dices yo te amo, cuando tu corazón no está conmigo? Ya me has engañado tres veces, y no me has descubierto aún el secreto de tu gran fuerza.”
El arma que ella usa es la más efectiva, porque nada detesta más el amante apasionado sino que se ponga en duda la sinceridad de su cariño, quizá porque en su interior él sabe que no es verdadero amor, sino pasión lo que lo mueve. Pero podría voltearse la pregunta y decirle a ella: ¿Cómo puedes tú decir que amas a Sansón si tu corazón no está con él, puesto que buscas por interés económico su pérdida?
16. “Y aconteció que, presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, su alma fue reducida a mortal angustia.”
Su corazón atormentado se hallaba en un gran dilema, oscilando entre la pasión que sentía por ella, y el temor de perder su fuerza, y con ella, su seguridad, si le revelaba su secreto. ¡Cuántos hombres y mujeres que se entregan al pecado, no se encuentran a veces en dilemas que los atormentan e, incapaces de tomar la decisión correcta, se deciden para su propio mal por lo que menos les conviene!
17,18. “Le descubrió, pues, todo su corazón, y le dijo: Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi fuerza se apartará de mí, y me debilitaré y seré como todos los hombres. Viendo Dalila que él le había descubierto todo su corazón (Nota 1), envió a llamar a los principales de los filisteos, diciendo: Venid esta vez, porque él me ha descubierto todo su corazón. Y los principales de los filisteos vinieron a ella, trayendo en su mano el dinero.”
Lo primero en que ella piensa cuando se da cuenta de que él ha sido esta vez sincero, es que le paguen lo ofrecido. Eso era lo que a ella le interesaba. ¿Cuántas maldades no está dispuesto a hacer el ser humano por codicia? La codicia es el factor escondido que está detrás de gran parte de los acontecimientos del devenir humano.
Yo me pregunto ¿Dónde estaba Sansón cuando ella llamó a los príncipes de los filisteos para que le paguen? Él estaba viviendo con ella. ¿Se habría ido de paseo? Ella lo tenía como adormecido, inconciente de todo peligro. Pero nótese la confianza que los filisteos le demuestran a Dalila. Le pagan lo acordado antes de que se haya probado que ella efectivamente le había arrancado su secreto.
19a. “Y ella hizo (se supone esa misma noche) que él se durmiese sobre sus rodillas,
¿Qué hacía él después de revelarle su secreto durmiendo en las rodillas de la mujer que tres veces le había mostrado cuáles eran sus verdaderas intenciones? (2) ¡Pobre Sansón! Estaba ciego antes de que le arrancaran los ojos. No se daba cuenta de que ella buscaba su ruina. Bien dice Proverbios: “Abismo profundo es la mujer ramera.” (Pr 23:27) Ella se mostraba cariñosa con Sansón al mismo tiempo que conspiraba contra él. De manera semejante Satanás adormece a los que él quiere atrapar en sus redes.
19b. “Y llamó a un hombre, quien le rapó las siete guedejas de su cabeza; y ella comenzó a afligirlo, pues su fuerza se apartó de él.”
El sueño profundo en que cayó después de satisfacer su pasión, lo entregó en manos de sus enemigos.
20,21. “Y le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y luego que despertó él de su sueño, se dijo: Esta vez saldré como las otras y me escaparé. Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él. (3) Mas los filisteos le echaron mano, y le sacaron los ojos, y le llevaron a Gaza; y le ataron con cadenas para que moliese en la cárcel.”
La fuerza sobrehumana de Sansón, de la que él se jactaba, no residía en realidad en su cabello no cortado, sino en que Dios estaba con él. Pero Dios estaba con él sólo mientras él siguiera siendo nazareo, consagrado a Dios, algo de lo que su cabellera era un signo. Al abandonarse a su sensualidad, él se había apartado de Dios y, en consecuencia, Dios se apartó de él. Ésa era la lección que Dios quería que, a través de una experiencia amarga, él aprendiera ¡Cuántas veces nos ha ocurrido a nosotros algo semejante! ¿Hemos aprendido la lección que Dios quería darnos? “Antes que fuera yo humillado descarriado andaba, mas ahora guardo tu palabra.” (Sal 119:67).
Sus ojos habían sido la ocasión de su pecado. Dios permitió que se los arrancaran para que se volviera arrepentido a Él.
Ambrosio escribe: “Cuando era fuerte Sansón estranguló a un león, pero no pudo estrangular al león de su amor propio. Rompió las cuerdas de sus enemigos, pero no las cuerdas de su sensualidad. Quemó las cosechas de los filisteos, pero perdió la cosecha de su virtud cuando ardía en las llamas de su pasión inflamada por una mujer.”
Se lo llevaron a la fuerza a la ciudad filistea donde él había estado por voluntad propia una vez persiguiendo sus pasiones (Jc 16:1-3), y lo pusieron a hacer la labor de un esclavo moliendo trigo..
La historia de Sansón se parece a la historia de Israel, que fue fuerte mientras le fue fiel a Dios, pero que fue conquistado por sus enemigos, arrancado de su tierra y llevado cautivo a Babilonia cuando le volvió la espalda.
Pero la historia de Sansón no termina todavía.
22. “Y el cabello de su cabeza comenzó a crecer, después que fue rapado.”
Todavía había una obra que Dios quería hacer a través de Sansón, que entretanto se había arrepentido, y le había pedido perdón por su ligereza al haber usado para beneficio propio el don de la fuerza extraordinaria que Él le había dado para liberar a su pueblo. “Junto con su arrepentimiento creció su cabello, y junto con su cabello, su fuerza,” dice un autor antiguo.
23,24. “Entonces los principales de los filisteos se juntaron para ofrecer sacrificio a Dagón su dios y para alegrarse; y dijeron: Nuestro dios entregó en nuestras manos a Sansón nuestro enemigo. Y viéndolo el pueblo, alabaron a su dios, diciendo: Nuestro dios entregó en nuestras manos a nuestro enemigo, y al destruidor de nuestra tierra, el cual había dado muerte a muchos de nosotros.”
Algún tiempo después los príncipes de los filisteos convocaron a una gran fiesta en honor de su dios Dagón -que era un ídolo en forma de pescado con cabeza y manos humanas- y a quien ellos atribuían su gran triunfo sobre Sansón. (4)
            “Y viéndolo el pueblo…” Esto es, cuando el pueblo vio la fiesta, “alabaron a su dios…”
25. “Y aconteció que cuando sintieron alegría en su corazón, dijeron: Llamad a Sansón, para que nos divierta. Y llamaron a Sansón de la cárcel, y sirvió de juguete delante de ellos; y lo pusieron entre las columnas.”
Para divertirse hicieron traer a Sansón. ¡A qué colmo de humillación había llegado Sansón, que después de ser el terror de los filisteos, se convirtió en su payaso! Ellos se divertían viéndolo tambalearse a ciegas, arrastrando sus cadenas, y se burlaban de él, quizá dándole alguno una bofetada o escupiéndolo, tal como Jesús algún día, coronado de espinas, sería objeto de burla de la soldadesca que lo torturaba (Lc 22:63-65; Jn 19:1-3).
26. “Entonces Sansón dijo al joven que le guiaba de la mano: Acércame, y hazme palpar las columnas sobre las que descansa la casa, para que me apoye sobre ellas.”
Pretendiendo querer descansar, Sansón le pide al muchacho que lo acompaña, que lo acerque a los pilares que sostienen la estructura del edificio. Tenemos que suponer que él había visitado alguna vez el templo y conocía su diseño.
27. “Y la casa estaba llena de hombres y mujeres, y todos los principales de los filisteos estaban allí; y en el piso alto había como tres mil hombres y mujeres, que estaban mirando el escarnio de Sansón.”
No sabemos cómo era la distribución del templo, pero podemos colegir que en su interior había un gran número de personas principales, y que sobre el techo, que se abría hacia el primer piso, se apiñaba mucha gente del pueblo, queriendo gozar también del espectáculo.
El templo era posiblemente un gran recinto de paredes de madera, construido sobre bases de piedra. A cada extremo había dos columnas sobre las que se apoyaban dos grandes vigas de madera que sostenían el techo.
28. “Entonces clamó Sansón a Jehová, y dijo: Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos.”
Sansón clama a Dios que le devuelva la fuerza que antes había tenido para que pueda hacer una gran matanza de filisteos. Cuando Sansón se vuelve hacia Dios, Dios se vuelve hacia Sansón y lo fortalece. Pero notemos este contraste entre Sansón y Jesús: Sansón murió pidiendo a Dios venganza; Jesús murió pidiendo a su Padre que perdone a sus enemigos (Lc 23:34).
29,30. “Asió luego Sansón las dos columnas de en medio, sobre las que descansaba la casa, y echó todo su peso sobre ellas, su mano derecha sobre una y su mano izquierda sobre la otra. Y dijo Sansón: Muera yo con los filisteos. Entonces se inclinó con toda su fuerza, y cayó la casa sobre los principales, y sobre todo el pueblo que estaba en ella. Y los que mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida.”
La matanza de enemigos que hizo Sansón al final, ciego y cargado de cadenas, fue más grande que todas las que había hecho hasta entonces. Entre los que murieron aplastados se contaban los hombres que habían sobornado a Dalila, y quizá ella misma. ¿Cuándo fueron destruidos? Cuando se gloriaban de su victoria y más seguros se sentían al haber capturado a su más peligroso adversario.
            Sansón se sacrificó de buena gana. A él no le importaba morir si su muerte significaba la muerte de gran número de sus enemigos. No le importaba morir porque él estaba privado de la vista y de su libertad. Morir era para él una forma de escapar a su doble prisión, la del calabozo y la de la ceguera. Aquí también Sansón es un tipo de Jesús, que se sacrificó a sí mismo para destruir a los enemigos de su pueblo, a Satanás y sus principados y potestades.
La historia de Sansón se divide en dos partes. En la primera él actúa bajo la influencia del Espíritu. En la segunda, cede al impulso de sus pasiones, cae en pecado y su lujuria le hace ser infiel a su llamado. Él estaba consagrado a Dios como nazareo, y en ello residía su fuerza; su debilidad, en cambio, residía en su carne.
Su vida es un espejo de la historia de Israel, el pueblo elegido y consagrado a Dios. En su consagración residía el poderío de la nación, que alcanzó su apogeo en los reinados de David y Salomón. Pero cuando, orgulloso de su gloria, Israel se apartó de Dios y cayó en idolatría, fue presa fácil de pueblos rivales que lo deportaron y dispersaron a diez de sus tribus (2R 18:9-12), y después mandaron al exilio a las dos restantes (2R 25:11).
Ésa es también la historia de muchos hombres y mujeres que Dios levanta para que le consagren todas sus fuerzas y le sirvan, pero que caen cuando atribuyen sus éxitos y victorias a sí mismos y dejan de darle a Dios la gloria debida.
No seamos nosotros como ellos y Dios hará de nosotros, si lo quiere, nuevos sansones en el espíritu.
Notas: 1. ¿Cómo se dio cuenta ella de eso? Porque él mencionó el nombre de Dios, y pensó, con razón, que no lo haría mintiendo.
2. Mathew Henry anota: “El que duerme en el regazo de su lujuria, ciertamente despertará en manos de los filisteos.” Yo añadiría: Si nos apartamos de la protección que Dios nos ofrece, seremos presa fácil de nuestros enemigos.
3. Véase Nm 14:42,43; Js 7:12; 1Sm 16:14; 18:12; 28:15,16; 2Cro 15:2. Cuando Dios se aparta de uno, no hay nada que pueda el hombre hacer.
4. Se recordará que algunas décadas después, los filisteos capturaron el arca del pacto, y la pusieron en el templo de Dagón, en Asdod, y que por dos mañanas consecutivas encontraron la estatua de su dios, caída delante del arca y, atemorizados, se apresuraron a devolverla a los israelitas (1Sm 5:1-4).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#773 (07.04.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 13 de julio de 2012

DIOS COMO MODELO DE PADRE


Por José Belaunde M.
DIOS COMO MODELO DE PADRE
Aunque ya hayan pasado dos semanas desde que celebramos el Día del Padre, creo que todavía es oportuno volver a publicar este artículo que trata de la importancia de la paternidad y de su influencia en nuestras vidas.

¿Qué se nos viene a la mente cuando escuchamos la palabra “Padre”? Ciertamente pensamos en aquel que fue nuestro padre, aunque algunos quizá no lo tuvieron, o no tuvieron motivos para amarlo. Porque sabemos que hay muchas heridas en relación con la paternidad.
Pero es posible también que a muchos les traiga el recuerdo de esa oración que empieza por las palabras: “Padre Nuestro...” (Mt 6:9).
Dios es en efecto nuestro Padre. Es el padre de todos los hijos y el padre de los todos los padres y madres de la tierra, porque Él los ha creado a todos.
Pero lo es sobre todo de aquellos a quienes Él ha redimido y que han recibido el Espíritu de su Hijo que clama: “¡Abba, Padre!” (Rm 8:15).
Él es nuestro Padre y el Padre de nuestros hijos.
Eso tenemos nosotros en común con ellos. Tenemos el mismo Padre que está en los cielos. Lo cual nos lleva a una paradoja: Si algunos de los que leen estas líneas tienen hijos, delante de Dios ellos son hermanos de sus hijos. ¿Habían pensado alguna vez en eso? Y, dicho sea de paso, también son hermanos de su padre.
Pero así como Dios es nuestro Padre, en cierta medida cada padre es Dios para sus hijos. Es decir, es un dios para sus hijos pequeños, porque a ellos su padre les parece como un dios, porque todo lo reciben de él.
En su padre reside todo el poder en su casa y, desde su perspectiva pequeña, su padre todo lo puede.
Por ello todo padre representa a Dios ante sus hijos.
En verdad Dios los ha nombrado representantes suyos ante sus hijos, porque Él, que es quien los ha creado, ha encargado el cuidado de esos hijos suyos a los padres para que cuiden de ellos en su nombre, así como encargó a José, el esposo de María, que cuidara de su Hijo Unigénito.
Tal como José fue el padre putativo de Jesús, todos los que hemos sido, o somos padres, y todos los que lo serán más adelante, somos en rigor los padres putativos de nuestros hijos, aunque esos hijos lleven nuestra sangre y nuestros genes.
Somos padres de ellos y ante ellos en lugar de Dios.
Esto es tan cierto que la relación que muchas personas adultas tienen con Dios, es reflejo de la relación que tuvieron con su padre.
Si la relación con su padre fue buena es muy probable que su relación con Dios también lo sea.
Si rechazaron a su padre terreno, si tuvieron una mala relación con él, es probable que rechacen también a su Padre celestial, salvo que la relación con la madre compense esa deficiencia.
Y si las hijas fueron maltratadas o abandonadas por su padre y, como consecuencia, les fueron rebeldes o les guardan rencor, tendrán una relación difícil con sus maridos, y les serán también rebeldes, o estarán a la defensiva.
De hecho, es sabido que muchos ateos famosos tuvieron una mala relación con su padre; lo rechazaron porque fueron tratados mal por él, o porque fueron abandonados por él y por eso rechazaron a Dios de adultos.
Es muy raro que los que fueron bien tratados por sus padres nieguen después a Dios. Como también está demostrado que las relaciones que muchos tienen con la autoridad, sea del gobierno o de cualquier otro tipo, está marcada por la relación que tuvieron con su padre.
Si se rebelaron contra su padre es muy probable que se rebelen también contra la autoridad, contra el gobierno.
En nuestro país existe una herida profunda que se extiende a lo largo de las generaciones dejando una marca indeleble en el carácter de la gente.
Esa herida es el abandono del padre que muchos hijos e hijas han sufrido. o el maltrato que sufrieron de sus manos.
Eso explica quizá la falta generalizada de respeto que existe en nuestro país por la autoridad. Por lo general puede decirse que si los hijos amaron y respetaron a sus padres, respetarán más tarde a la autoridad; si no los amaron porque fueron maltratados y se rebelaron contra ellos y no los pudieron respetar, se rebelarán también contra la autoridad.
No sé si los padres que leen estas líneas –y me dirijo a los padres, no a las madres- hayan pensado alguna vez en la importancia que ellos asumen para sus hijos, y cómo, incluso sin quererlo ni pensarlo, ellos determinan la actitud que más tarde sus hijos tendrán ante la vida y el mundo exterior.
¡Cuán grande es la responsabilidad que asumen los padres al engendrar hijos! Lo malo es que cuando los tienen no son concientes de ese hecho y sólo más tarde caen en la cuenta de los errores que pudieron haber cometido, cuando ya son difíciles de reparar. Es cierto, sin embargo, que con Dios no hay nada imposible.
Pero volvamos a lo que decíamos al comienzo: Dios es padre de los padres en un sentido muy especial. Lo es porque es modelo de paternidad y de maternidad.
¿De maternidad también? Sí también, porque Dios es padre y madre simultáneamente, como se dice en Isaías: “Como aquel a quien consuela su madre, así os consolaré yo a vosotros” (66:13).
La maternidad proviene de Dios. Si no ¿de quién vendría?
Ciertamente Él nos ha puesto como modelo de madre humana a la madre de Jesús: en su modestia, en su sumisión a su marido, en su dedicación a su Hijo y en su sometimiento a la voluntad de Dios. Nunca ha habido una madre como ella porque ninguna madre ha tenido un Hijo como el que tuvo ella.
Pero en verdad todo modelo humano, por noble y edificante que sea, empalidece al lado de Dios. Padre y madre deben mirar a Dios como su modelo principal y tratar de ser como Él.
Para entender cabalmente cómo deben comportarse ambos deben mirar a Dios y preguntarse como es Él.
¿Cuál es la característica más importante de Dios? Podemos decir que es su omnipotencia, su omnisciencia, su eternidad. Es verdad, pero eso está demasiado alejado de nosotros, meros seres humanos, para pretender imitarlo. ¿Qué cosa hay más cercana de nosotros que caracteriza a Dios?
San Juan dice que “Dios es amor” (1Jn 4:8). No dice que Dios sea amoroso, aunque lo es, sino dice que la esencia de su naturaleza es amor.
Ahí está el fundamento de lo que Dios es para nosotros, por qué nos creó y por qué nos redimió. Por amor.
Eso explica, o debería explicar también, todo lo que la relación de los padres con sus hijos debe ser. Pero preguntémonos con sinceridad si es el amor lo que gobierna nuestra relación con nuestros hijos. ¿Engendramos a nuestros hijos por amor o por pasión? ¿O los engendramos sin querer, de casualidad, a pesar nuestro? Ese hecho influye en nuestra relación con nuestros hijos y en la de ellos con nosotros. Aunque son muchos los factores que influyen en los sentimientos de los padres respecto de sus hijos puede decirse en términos generales que los hijos engendrados por amor son más amados que los hijos engendrados por pasión, y lo son más aun que los hijos engendrados de casualidad, o por accidente, si bien es cierto que a veces hay circunstancias que modifican los sentimientos iniciales.
Pero Dios no nos engendró de casualidad, aunque nuestros padres se hayan unido de casualidad cuando fuimos concebidos. En Dios cada creación es un acto conciente y voluntario (Jb 10:8a). Por eso la relación de Dios con nosotros es una relación de amor que se inició desde la eternidad.
Nuestra relación con nuestros hijos debe ser también una relación de amor, si es posible -y sí es posible- desde antes de su concepción, así como Dios nos amó antes de que nuestros padres se conocieran. “Antes que te formase en el vientre te conocí” le dice Dios al profeta Jeremías (1:5). Y debe continuar siéndolo toda la vida, incluso cuando ya sean adultos.
En las madres la relación de amor es una cosa instintiva. Dios ha hecho a la mujer de tal manera que apenas siente que ha concebido empieza una relación de amor con el ser que lleva en el seno.
Y así como crecen y se inflan sus pechos preparándose para amamantarlo un día, de igual manera va creciendo en ella el amor con que lo espera y con que lo va a criar cuando nazca (si es que no hay factores que interfieran con ese lazo).
La maternidad es un ejercicio de amor, que obedece a un instinto muy profundo en ellas, cuya biología ha sido creada con ese fin (Nota 1). Pero a los padres, es decir, a los hombres, no les sucede lo mismo. Ellos no tienen el mismo vínculo físico con sus hijos.
Para ellos el hijo es algo externo. Algo independiente a ellos. Ellos no lo cargan en el seno, no lo nutren con su sangre, no respiran por él, no lo sienten moverse en su vientre antes de que nazca, como lo sintió su madre.
A la mujer le cuesta ser madre de una forma peculiar, como no le cuesta al hombre ser padre, y por eso, porque hay un sacrificio de por medio,  las incomodidades y los sufrimientos del embarazo, ella permanece ligada a sus hijos a lo largo de la vida con un vínculo especial. ¿Por qué? Porque salieron de sus entrañas.
¡Cuán importante es ese hecho! Según el griego del Nuevo Testamento la misericordia, que es amor, es un movimiento que surge de las entrañas. De allí que llamemos en español “amor entrañable” al amor profundo, intenso.
A lo antedicho hay que agregar que lamentablemente en el curso de la vida muchos factores externos frustran la relación del padre con sus hijos: las presiones culturales (el machismo), las presiones sociales (los amigos) y las presiones económicas (el trabajo o, a veces, la necesidad de ganarse el pan alejado de la familia), e impiden que puedan manifestar con naturalidad y espontaneidad su amor por sus hijos.
En la cultura peruana manifestar amor por los hijos de una manera abierta no es cosa de hombres, sino de mujeres.
Pero a los padres corresponde manifestar su amor y rodear de amor a sus hijos. El suyo es un amor diferente, distinto; un amor viril, pero tan necesario para ellos (los hombrecitos y las mujercitas) como el amor materno.
¿Puede un niño crecer sin alimento? ¿Sin la leche, sin la papilla que le da su madre? ¿Qué pasa si se le niega ese alimento? Se muere.
¿Puede un niño crecer sin amor? ¿Qué le pasa si se lo negamos? No se muere, pero sufre. Crece raquítico, física y espiritualmente.
Se han hechos experimentos en orfanatorios dividiendo una sala de recién nacidos en dos grupos. A ambos grupos se les alimentaba y se les cuidaba igual. Pero a un grupo las enfermeras los levantaban para darles su biberón, los cargaban y acariñaban. A los bebés del otro grupo se les daba la mamadera sin levantarlos de la cuna y no se les acariñaba.
Al cabo de poco tiempo se manifestaba una notoria diferencia entre ambos grupos: los que eran tratados con cariño aumentaban bien de peso y estaban sanos, los otros estaban menos gorditos y se enfermaban con más frecuencia.
¿Qué es lo que hacía la diferencia entre los dos grupos? El amor era la diferencia. El amor es indispensable para que el niño crezca sano, porque es condición necesaria, en primer lugar, para que sea feliz. Un niño infeliz se enferma con facilidad.
Es fácil detectar si un niño recibe amor o no en su casa. Si es amado su expresión es abierta, risueña. Si no es amado, si es maltratado, su mirada es triste, su expresión severa, encoge el pecho.
Los padres peruanos (es decir, los varones) con frecuencia son tímidos para expresar su amor a sus hijos, posiblemente porque sus padres fueron también reservados con ellos en ese campo. Se portan con sus hijos tal como sus padres se portaron con ellos. Para romper ese círculo repetitivo de patrón errado de conducta se requiere de un esfuerzo consciente de parte de cada padre.
Yo exhorto a los padres de familia que leen estas líneas, si lo que digo se aplica a ellos, que hagan un esfuerzo consciente por ser más cariñosos con sus hijos, aun con los mayores. Abrácenlos mañana y tarde y cuando se despiden. Quizá al comienzo sus hijos e hijas se sorprenderán un poco, pero se sentirán mejor, más relajados, menos tensos y ustedes también. No hay nada como las expresiones sinceras de cariño para hacer que la gente se sienta a gusto consigo misma, menos tensa.
Los hijos necesitan a la vez del amor maternal y del amor paternal, viril. Si les faltan ambos amores crecen tristes, con una sensación interna de desamparo, a menos que haya alguien, un pariente, que tome el lugar de los padres, aunque nunca será igual.
El amor del padre da a los hijos seguridad, aplomo, ante el mundo, confianza en sí mismos. Su carencia los hace inseguros, desconfiados, inciertos.
Gran parte de la inseguridad que demuestran los peruanos, gran parte de sus complejos de inferioridad y baja autoestima tienen ese origen: la falta de amor paterno en la infancia. Porque aunque tuvieran el amor de su madre, ella les transmitió, junto con su cariño, su sensación interna de inseguridad, sus temores de mujer sola, abandonada, salvo que su familia cercana le haya brindado todo el apoyo que necesitaban.
Es cierto también que el cariño de la madre es para el niño pequeño como el agua cargada de nutrientes con que se riega una planta, como un tónico vigorizante cuyo efecto dura toda la vida.
El amor alimenta el alma. Todos, aun los adultos, necesitamos ese alimento tanto como necesitamos el del cuerpo para estar sanos. Los niños lo necesitan aun más para crecer sanos y fuertes, física y espiritualmente.
Por ello la primera obligación de los padres es dar amor a sus hijos, a imitación de Dios que es amor y que derrama sin límites su amor sobre nosotros.
La forma cómo Dios se comporta con nosotros debe ser nuestro modelo.
Los padres que aman a sus hijos los alimentan, los visten, los cuidan, y procuran educarlos bien porque el amor obra instintivamente bien y hace lo correcto. El padre tiene además un instinto protector respecto de sus hijos, los defiende si están amenazados como si él lo estuviera.
Los padres que no aman a sus hijos, que no los alimentan, que no los visten, que no los cuidan y educan bien, o peor, que los abandonan, obran así porque carecen de ese instinto, o porque el instinto ha sido deformado, pervertido por el maltrato o la crueldad de la vida, o por una dureza anormal de corazón que los ha deshumanizado.
Aunque todos fallamos algunas veces como padres, los padres que aman a sus hijos de una manera desinteresada, fallan con menos frecuencia
Digo desinteresada, porque hay muchos padres que aman a sus hijos de una manera interesada, egoísta. No los aman por ellos mismos sino por lo que sus hijos les aportan, o porque les sirven, o porque los exhiben como trofeos (2).
Pero Dios no nos ama de esa manera, sino todo lo contrario. Nos ama al punto de dar la vida por nosotros. Los padres tienen en ese amor su modelo: deben amar a sus hijos hasta el punto de dar la vida por ellos si fuera necesario.
A su vez los hijos deben amar y respetar a sus padres -como aman y respetan a Dios- devolviéndoles el cariño y los cuidados que recibieron de ellos. De ahí que Dios haya colocado en el Decálogo, después de los mandatos referidos a su propio honor y gloria, el relativo al honor debido a los padres: “Honra a tu padre y a tu madre...” (Ex 20:12), que es el primer mandamiento con promesa, según dice Pablo (Ef 6:2), la promesa de una larga vida y de que a uno le irá bien (Dt 5:16).

Notas: 1: Las feministas de género, que niegan que la maternidad sea algo específicamente femenino, pretenden reprimir en ellas ese instinto natural que se opone, según dicen, a su realización como mujer.
2. Lo que no quiere decir que no puedan estar orgullosos de ellos: “Como saetas en manos del valiente así son los hijos habidos en la juventud. Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos.” (Sal 127:4,5a)
NB. Este artículo, publicado por primera vez hace diez años, está basado en la grabación de una charla radial del autor.




Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#733 (01.07.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).