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martes, 8 de agosto de 2017

CUANDO MUERE EL IMPÍO, PERECE SU ESPERANZA

LA VIDA Y LA PALABRA
                                                                                                       Por José Belaunde M.
CUANDO MUERE EL IMPÍO, PERECE SU ESPERANZA
Un Comentario de Proverbios 11:7 al 11
7. “Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza; y la expectativa de los malos perecerá.” (Nota).

Por implicancia la esperanza del justo no perece al morir. La esperanza del impío está limitada a este mundo, lo que contrasta con el justo, que sabe que su esperanza trasciende esta vida y no perece, porque será recompensada con creces en el más allá.
            Aquí faltaría la frase de paralelismo antitético que contraste con el primer estico: “Pero la muerte no anula la esperanza de los justos, sino al contrario, la colma”.
¿Por qué perece la esperanza del impío cuando muere? Porque sólo en esta vida puede él esperar alcanzar lo que desea, mientras que detrás de la muerte le espera un destino triste.
¿En qué consiste la esperanza del impío? En larga vida, en más riquezas y en mayor prosperidad; en más honores, y en gozar de más placeres, de más afectos, de más amistades, de más satisfacciones, y en general, de cosas que sólo se obtienen en esta vida. Pero cuando muere el impío no sólo su propia esperanza y expectativa perecen, perece también la de aquellos que dependían y confiaban en él.
Un ejemplo claro de cómo perece la esperanza del impío cuando muere lo expone Jesús en la parábola del rico insensato que, habiendo tenido varias cosechas abundantes, se dice a sí mismo: “Tienes muchos bienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe y regocíjate. Pero Dios le dijo: Esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lc 12:19,20) Por eso dice acertadamente otro proverbio: “No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué dará de sí el día.” (Pr 27:1).
Los hombres hacemos grandes planes para nuestro futuro estimulados por el éxito de que hemos gozado hasta el momento, pero si la muerte nos sorprende cuando menos lo esperamos ¿a dónde van a parar todos nuestros proyectos? A la tumba junto con nuestros restos mortales. ¿Es duro recordarlo? No. Es necesario, porque ¡qué terrible será la sorpresa del impío cuando al morir se encuentre en medio de las llamas del infierno cuya existencia negaba! Mejor es que esté advertido (cf Sir 41:8,9).
La continuación lógica no expresada de este versículo sería: Mas cuando muere el justo su esperanza permanece, o se realiza. (cf Pr 10:28). En términos semejantes completa la Septuaginta este pensamiento. La Biblia de Jerusalén traduce el segundo estico así: “la confianza en las riquezas se desvanece”. Jb 8:13b dice algo semejante.
            Con la muerte del impío muere su esperanza, porque él no espera nada más de allá de la muerte, pues piensa que no hay nada (Pr 10:29).
            Este proverbio claramente apunta hacia la vida eterna. Si dice que la esperanza de los impíos perece cuando mueren es porque hay otros cuya esperanza no perece cuando mueren, como ya hemos sugerido, esto es, cuya esperanza no es defraudada al morir, sino que se revela justificada, porque hay una recompensa eterna. En cambio, todo lo que el impío ateo espera de bueno se cumple en esta vida. Por eso la muerte es el fin de su esperanza, aunque no se resigne a ella. Pero si aun siendo impío cree que hay vida más allá de la muerte, y cifra su esperanza en ella, será defraudado, porque no recibirá el premio que en su engaño creía que recibiría, sino lo contrario, el castigo que merecen sus obras, como dice claramente Job: “Porque ¿cuál es la esperanza del impío, por mucho que hubiere robado, cuando Dios le quitare la vida?”. (27:8).
            Jesús dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.” (Mt 6:19,20). Es mejor invertir nuestros esfuerzos en el más allá, porque los bienes materiales que alcancemos en la vida presente se esfumarán en la muerte, y nada podremos llevarnos, ni los necesitaremos.
            Con mucha razón David escribió: “No temas cuando se enriquece alguno, cuando aumenta la gloria de su casa; porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá tras él su gloria.” (Sal 49:16,17). ¿Habrá alguien que pueda decir al llegar al otro mundo: Yo he sido tal y tal cosa en la tierra. Exijo que se me trate con la consideración debida a mi rango?
8. “El justo es librado de la tribulación; mas el impío entra en lugar suyo.”
Cuando la tribulación amenaza el justo es librado de ella por la mano de Dios, quien “en su lugar pone al malvado”. (Versión “Dios Habla Hoy”, c.f.21:8). Eso fue lo que ocurrió con Amán, que fue colgado en la horca que él había preparado para Mardoqueo (Est 7:10); y con los acusadores de Daniel, que fueron echados al pozo donde antes habían echado a Daniel, que no sufrió ningún daño porque un ángel lo libró de las fauces de los leones (Dn 6:23,24). Y también con el apóstol Pedro, que estaba en la cárcel esperando ser ajusticiado después de la Pascua, cuando un ángel lo libró milagrosamente de sus cadenas. Enfurecido el rey Herodes Agripa mandó matar a los soldados que lo custodiaban como si ellos tuvieran la culpa (Hch 12:4,6-19).
            La rectitud permite escapar de la trampa, pero la impiedad hace caer en ella. Por eso es bueno recordar lo que dice el salmo 34:19: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará Jehová.” Y asentir con Isaías: “Daré pues hombres por ti, y naciones por tu vida” (43:4b).
9. “El hipócrita con la boca daña a su prójimo; mas los justos son librados con la sabiduría.”
La boca es el arma preferida de los malévolos e intrigantes. Sin embargo, Dios le dio al hombre la boca para que con su lengua hiciera el bien, trayendo paz donde hubiere conflictos, consuelo donde hubiere pena, confortando al atribulado y aconsejando al que lo necesite. No para hacer daño. La boca es pues un arma de doble filo, según quién y para qué la emplee.
¿Cómo empleas tú tu boca? ¿Para hacer el bien, o para hacer daño? ¿Son tus palabras agradables de oír para los que las escuchan, o les quitan la paz y los atormentan? ¿Fomentan la concordia, o la división? ¡Cuántas palabras ociosas, o dañinas, habremos pronunciado en nuestra vida, de las que algún día deberemos dar cuenta! (Mt 12:36).
            En lugar de “hipócrita” algunos autores prefieren aquí “impío”, el cual con su boca necia, carente de sabiduría, daña a su prójimo. ¿Cómo lo hace? Intrigando, mintiendo, calumniando, insultando. Al respecto escribe Santiago: “La lengua es un fuego, un mundo de maldad… Está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” (3:6) La lengua contamina todo el cuerpo, porque quien la usa mal mintiendo se llena del mal que profiere, y puede llegar hasta enfermarse por el veneno que pronuncia. Él dice “inflama la rueda de la creación…”, por las perturbaciones que la lengua con sus mentiras e intrigas causa. De ello tenemos varios ejemplos en la Biblia: Amán, que con su maledicencia casi logra que se destruya en un solo día al pueblo judío que vivía en Persia (Est 3:8-12).
            Siba, el perverso criado de Mefiboset, que obtuvo que David le otorgara todos los bienes de su amo, al que había calumniado (2Sm 16:1-4), aunque el despojo fue después parcialmente rectificado por el rey (2Sm 19:24-30).
            Jesús nos advirtió contra los falsos profetas, que vendrán como lobos rapaces vestidos de ovejas para devorar al rebaño si el pastor se descuida (Mt 7:15). El apóstol Pedro también nos previno contra los falsos profetas y maestros que con sus palabras fingidas y halagüeñas tratarán de introducir herejías en la iglesia, pervirtiendo las buenas costumbres (2P 2:1-3). ¿Cómo pueden los fieles ser librados de estos agentes de Satanás? Mediante el Espíritu Santo y el conocimiento de Dios y de su palabra, que los arma como una coraza contra las artimañas del maligno. Por algo nos exhorta Pedro: “Añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento.” (2P 1:5).
            Pero el justo que fue dañado se libra de ese perjuicio mediante la sabiduría que le da su justicia, la cual se expresa a través de la boca. Aquí pues se contraponen boca y boca, necedad y sabiduría. (cf Pr 18:21)
            Una de las maneras cómo el hipócrita puede causar daño al justo es mediante la lisonja, no sólo con el chisme o la calumnia, que es más insidiosa (cf 29:5). Pero el justo es librado de todo ello con la sabiduría que le da el temor de Dios (Sir 19:18), la cual le otorga el don de una mirada que penetra en el corazón de los impíos descubriendo sus dobleces. De ahí que Isaías diga a los impíos: “Tomad consejo, y será anulado; proferid palabra, y no será firme, porque Dios está con nosotros.” (8:10). Si está con nosotros no está con ellos.
            Los dos proverbios siguientes están íntimamente relacionados y suelen comentarse juntos. De hecho, la Septuaginta suprime la segunda línea del versículo 10 y la primera del vers. 11, construyendo un nuevo proverbio cuyo sentido, según Delitzsch, es: “Por las bendiciones y oraciones piadosas del recto la ciudad se alza siempre a una mayor eminencia y prosperidad; mientras que, al contrario, las habladurías engañosas, arrogantes y blasfemas del impío la arruinan.”
10. “En el bien de los justos la ciudad se alegra; mas cuando los impíos perecen hay fiesta.”
Este proverbio antitético expresa una verdad doble que es más que obvia. Comencemos por la primera. Los pueblos reconocen y aprecian la rectitud de los hombres, porque en ellos ven un ejemplo y un modelo a seguir. Cuando el justo alcanza una posición de autoridad, saben que va a actuar de una manera precisamente justa, y que no abusará del poder que se le otorgue. En cambio ¡cuánto tienen que sufrir por las arbitrariedades y abusos del impío! El malvado deja a su paso un reguero de lamentos, injurias e insultos. Aunque a veces sepa disimular, su accionar tiene siempre consecuencias negativas. Por eso cuando desparecen los impíos la gente da un suspiro de alivio. Ya no están más en condiciones de hacer daño.
            Pero es notable que aun los impíos admiren al justo, como ocurría con el rey Herodes, el Tetrarca, que protegía a Juan Bautista de los malos designios de Herodías, a pesar de que Juan lo acusaba de adulterio por haber tomado a la mujer de su hermano. La Escritura dice que se quedaba perplejo oyéndolo, “pero lo escuchaba de buena gana.” (Mr 6:20). No obstante, lo hizo decapitar, satisfaciendo el capricho de Salomé, impulsada por Herodías (Mt 14:6-11).
            Cuando los justos ocupan cargos de autoridad la población se alegra, como dice Pr 29:2a, porque saben que los asuntos públicos serán administrados de manera sabia y honesta. Eso sucedió cuando Mardoqueo fue investido de autoridad, sucediendo al impío Amán (Est 8:15).
            ¡Cuánto bien le hizo el rey Ezequías a su pueblo gobernando con justicia, y restableciendo el culto del templo que había sido descuidado! (2Cro 29). ¡O el sacerdote Joaiada que, mientras vivió, ejerció una buena influencia en el rey Joas que él había hecho colocar de niño en el trono! (2Cro 23:3-24:2) ¡Y cuánta falta le hizo después cuando murió, y los príncipes retornaron al culto de los ídolos!
            Y mucho antes que ellos ¡cuánto bien le hizo a su pueblo el rey Salomón gobernando con la sabiduría que le había pedido a Dios, antes de que su corazón se corrompiera! (1R 11:4-8).
            La ciudad se alegra en el bienestar del justo y en la muerte del impío, porque los impíos, cuando gobiernan, hacen daño a la población y cometen grandes injusticias. Por ello el pueblo gime (cf Pr 29:2b) y “tienen que esconderse los hombres” porque son perseguidos (28:12b, 28a). ¡Qué bueno es que nosotros vivamos siendo deseados por todos, y que muramos siendo lamentados!
            En el Haiti del dictador Duvalier, y del presidente Aristide, hace dos décadas, la partida del primero alegró al pueblo, pero el regreso del segundo aún más. El primero presidió un régimen de terror y de opresión, mientras que el segundo representaba la esperanza de la consolidación de la democracia y del cese de los abusos. (Véase Sir 10:1-3).
11. “Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida; mas por la boca de los impíos será trastornada.”
¿Por la bendición que pronuncian los rectos, o por la bendición que les viene? Para estar de acuerdo con la segunda línea, sería lo primero. De hecho la boca del recto bendice a la ciudad y promueve su progreso, mientras que el impío la trastorna.
            La presencia de personas rectas es una bendición para la ciudad, no sólo porque la hacen prosperar y hacen que la población se alegre, sino porque atraen la bendición de Dios sobre ella. (cf Pr 29:2a). En cambio los agitadores  y los demagogos desatan el caos: “Los hombres escarnecedores ponen la ciudad en llamas” (29:8a).
La historia nos muestra que cuando gobiernan los justos reina la justicia y las ciudades prosperan, mientras que cuando los impíos gobiernan se cometen toda clase de abusos, la gente emigra y la economía decae. Esto lo estamos viendo en un país de nuestro continente que antes gozaba de gran bonanza, pero donde hoy la gente padece por todo tipo de carencias, y sufre incontables atropellos.
            Este proverbio opone la boca del recto a la boca del impío. El primero bendice a su ciudad y atrae beneficios sobre ella (cf 14:34; 28:12a). La boca del segundo, en cambio, no sólo profiere maldiciones, sino que también habla mentiras y palabras de odio que enardecen los ánimos; y encima de ello, pronuncia sentencias injustas que provocan la reacción indignada de los afectados. Todo ello nos recuerda otro proverbio que dice: “La muerte y la vida están en el poder de la lengua.” (18:21a) El progreso y el bienestar de la sociedad es promovido por las palabras que pronuncian los rectos, que influyen favorablemente en el ánimo y actitudes de la población, promoviendo la paz y la concordia con sus buenos consejos y sus oraciones (Jr 29:7). En cambio, los chismosos, los revoltosos y los demagogos con sus palabras mentirosas trastornan la vida de la población, provocando desórdenes que con frecuencia causan víctimas mortales.
Nota: La Septuaginta traduce la primera línea así: “Cuando muere el hombre recto su esperanza no se desvanece,” en claro contraste con la segunda.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#945 (02.10.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


miércoles, 27 de febrero de 2013

ANOTACIONES AL MARGEN XXXIV


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
ANOTACIONES AL MARGEN XXXIV

* Para amar de verdad hay que ser humilde porque amar significa inclinarse hacia el otro. El que ama se entrega e inevitablemente se vuelve vulnerable. Y cuanto más ame, más lo será.
* ¿Es nuestra vida digna del amor que Dios nos ha mostrado? Nosotros pasamos todo el tiempo pensando en nuestros intereses, placeres y conveniencias, y rara vez pensamos en Dios durante el día. Pero Pablo escribió: “Orad sin cesar” (1Ts 5:17), que quiere decir pensar en Él y hablar con Él todo el tiempo. ¿Lo hacemos?
¿En qué piensa todo el tiempo el enamorado, la enamorada? En el ser amado, lo que prueba que sí es posible pensar constantemente en una persona. Pero cuando se trata de Dios, no podemos o nos cuesta mucho, porque no estamos enamorados de Él. Pero nadie nos ama tanto como Dios.
¿Tu enamorado, o enamorada, daría la vida por ti? ¿Se dejaría crucificar por ti? Seguro que no, porque no te ama tanto como para llegar a ese extremo. Sin embargo lo amas más que a Dios. ¡Que inconsecuente y qué ingrato eres!
* Cada día Jesús es ofendido por los pecados de los hombres. ¿Cómo puedo yo sumarme a esos ataques, como si yo fuera un impío y no lo conociera?
* Si me hago pequeño y humilde como un niño, Jesús se agradará de mí. Eso no impedirá que Él me levante delante de otros, siempre y cuando yo no me jacte de ello.
Dios no ama al jactancioso, al que se enorgullece de lo que Dios ha hecho en él (1P5:5b) porque Él es celoso de su gloria.
* Si Jesús se humilló a sí mismo haciéndose pequeño al hacerse hombre, y tomando forma de siervo ¿por qué no podré yo hacerme pequeño y humillarme a los ojos de otros, siguiendo su ejemplo?
* Uno de los mayores pecados del incrédulo es rechazar el amor con que Dios lo ama. ¡Cuántos hay que en su soberbia dicen: Yo no necesito de Dios! Si no se arrepienten, algún día esas palabras arderán en sus entrañas como una espada de fuego lacerante que nunca se apaga.
* La palabra de Dios dice que este mundo está reservado para ser destruido por el fuego (2P 3:7), así como el mundo antiguo lo fue por las aguas. ¿Tan mal están las cosas para que Dios tenga que intervenir de esa manera? Si vemos el avance del matrimonio gay en el mundo, no nos extrañe.
* Todos tenemos un oficio o una profesión, pero lo primero que se enseñaba a los niños es que hemos sido creados para amar a Dios sobre todas las cosas. Ése es nuestro primer oficio, nuestra ocupación prioritaria. Cuando lo es en la práctica, todo lo demás encaja en su lugar.
* ¿Habrá antesala en el cielo? ¿Tendremos que pedir cita para que Dios nos reciba y podamos hablarle? ¿Acaso la necesitamos ahora? Más bien parece lo contrario: Que Dios tiene que pedirnos cita para que le escuchemos, porque de ordinario no le hacemos caso.
* ¡Parece increíble! Que Jesús quiera venir a alojarse en un alma llena de pecado y de maldad. Pero Él está donde quiere y no hay pecado que lo espante.
* ¿A quiénes detesta Jesús? A los hipócritas y a los oportunistas, esto es, a los falsarios.
* Los que fingen una devoción que no tienen, pecan contra el Espíritu Santo.
* ¿Cómo podría agradar a Dios el que ora con una voz fingida y engolada? Él detesta a los hipócritas. Dios nos libre de caer en ese pecado.
* ¡Que sea nuestra oración diaria: “Venga a nosotros tu reino!” (Mt 6:10) El reino de Dios es “justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”, escribió Pablo (Rm 14:17). ¿Pero no es también amor, por encima de todo?
Dondequiera que se haga presente el Espíritu Santo está el amor.
* Todo el que se niega a creer rechaza al mismo tiempo el amor infinito con que Dios lo ama. Es extraño, porque ¿quién no ama ser amado?
* Cuando obramos precipitadamente y con impaciencia, despreciamos la paz que Dios ha infundido en nuestros corazones y escogemos el estilo del diablo.
* Yo doy de lo que me sobra, o no me es indispensable. Pero ¿pasaría yo hambre un día para saciar el hambre de un muerto de hambre? ¿Me privaría yo de lo necesario para ayudar a otro? Hacer eso es propio de santos. ¡Pero qué lejos estoy de eso! Sin embargo, ¿qué espera Jesús de nosotros: actos de caridad mediocres o actos heroicos? Si yo fuera conciente de que lo que yo doy a otros en realidad se lo doy a Jesús (Mt 25:37-40), ¿sería yo tan mezquino? ¿Puedo escatimarle algo a quien dio su vida por mí? ¿Cuándo amaré a Jesús como Él merece ser amado? Cuando ame a mi prójimo tanto como me amo a mí mismo, amaré a Jesús que está en él.
* ¡Con cuánta frecuencia el dinero sólo sirve para mandar a la gente al infierno! El dinero ofrece a la gente ocasiones de pecar que no tendrían si carecieran de él. No sólo ocasiones de pecar por lujuria, sino también por orgullo. Por eso Jesús dijo que era más fácil que pase un camello por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de los cielos (Mr 10:25).
Pero el dinero ofrece también satisfacciones de otro orden que, sin ser pecaminosas, alejan a la gente de Dios.
* En cierta medida el mal es necesario en la tierra porque el dolor es necesario. El dolor es nuestra escuela. Hay quienes lo causan y hay quienes lo sufren. Mejor es pertenecer a los segundos que a los primeros, aunque los primeros sean también necesarios.
Pero el que no ha pasado por la escuela del dolor es todavía inmaduro.
* ¿Cuánto cuesta sonreír? Nuestras sonrisas amables, sin malicia, están apuntadas en el cielo, porque hacen más bien de lo que pensamos.
* Si yo amara realmente a Dios estaría todo el tiempo pensando en cómo aliviar el dolor ajeno.
* Debemos darle a Dios plena libertad para hacer en nosotros la obra que Él desea. ¿Pero acaso necesita Él de nuestro permiso? No estrictamente, porque Él siempre hace lo que desea. Pero si nosotros nos rendimos a Él de la manera dicha, cooperando con Él, Él podrá hacer en nosotros una obra más completa. Por eso nuestra oración diaria debe ser: Señor, yo te pertenezco; haz en mí lo que deseas (cf Lc 1:38).
* Si Jesús es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn 1:29), ¿cómo puedo yo dudar de que me haya perdonado todos los pecados que he confesado y de los que me he arrepentido sinceramente?
* Jesús se hizo igual a nosotros en todo menos en el pecado. Aunque es Dios, Él es nuestro compañero, nuestro amigo, nuestro camarada.
* Yo tengo puesta toda mi esperanza en Dios, en que Él nunca me abandonará, porque lo busco con toda mi alma.
* Debemos estar alertas no sólo frente a las tentaciones de la carne, sino también frente a los intentos del diablo de perturbar nuestra paz interior. Pero si nuestra conciencia nos acusa no podemos tener paz.
* Así como Dios puso a Adán en el huerto del Edén para que lo labrara, de igual manera Dios nos ha confiado el huerto de nuestra alma para que lo labremos. Algún día vendrá a pedirnos cuenta de cuán bien lo cultivamos y qué buenos frutos producimos para Él, así como de cuánta maleza y mala hierba lo limpiamos.
* Cuán cierto es que la castidad ennoblece nuestra naturaleza y nos hace semejantes a los ángeles que no conocen la sensualidad. ¿El matrimonio es entonces algo malo o inferior? Aunque el matrimonio fue creado por Dios y la sensualidad es un componente de ese estado, yo no dudo de que el celibato sea un estado superior. Pablo dijo que él quisiera que todos fueran como él, que era célibe, pero que no todos tienen ese don (1Cor 7:7-9), y es peligroso intentar algo a lo que Dios no nos ha llamado. Por eso también nos advirtió que era mejor casarse que estarse quemando. Pero Jesús nos dio ejemplo, siendo célibe. Se me hace imposible imaginarlo casado. Y Él es nuestro modelo.
* Así como hoy es el día de nuestra salvación, como dice una canción, hoy es también el día para servir al Señor y dar fruto, cualquiera que sea nuestra edad.
* Como la Magdalena frente al sepulcro, a veces nosotros no nos damos cuenta de que Jesús está a nuestro lado, obrando. Él hace que las cosas nos salgan bien, no el jardinero (Jn 20:14-16).
* Si nosotros nos llenamos de la palabra de Dios, como sugiere Pablo en Colosenses 3:16, caminaremos con paso seguro a la meta de nuestra salvación y agradaremos a Dios.
* ¿Por qué se deleitaría Dios en un pobre pecador? Porque ama a sus criaturas pese a todas sus miserias, aunque lo ofenden. Por eso trata por todos los medios posibles de ganarlos para su reino.
* Si confiamos en Dios no nos preocupamos del mañana, pero si no confiamos en Él, mejor es que nos preocupemos, porque el mañana es incierto y está plagado de peligros.
* ¡Cómo pudiera decirse de mí: Está en el mundo pero no es del mundo, como dijo Jesús de sus apóstoles! (Jn 17:11,14,16).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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viernes, 2 de diciembre de 2011

¿EXISTE EL INFIERNO? I

Por José Belaunde M.

Hubo una época en que en las iglesias y en reuniones al aire libre se predicaba mucho acerca del infierno y sobre el peligro de la condenación eterna que amenaza a los pecadores. Ese mensaje ha salvado a mucha gente. (Nota 1).
Cuando empezó a cambiar la mentalidad de la gente y la sociedad se volvió escéptica la prédica del infierno empezó a ser abandonada pues se consideró que más efectivo para atraer a los pecadores era predicar acerca del amor infinito de Dios para con ellos. Lo cual es naturalmente cierto en muchos casos.
Hoy día casi nunca se escucha predicar sobre el infierno. Sin embargo, es un tema que muchas almas extraviadas, y aún muchos cristianos tibios, necesitan oír para enderezar sus vidas. Teniendo en cuenta la creciente corrupción de costumbres que prevalece en la sociedad moderna, antes cristiana, el recuerdo de la condenación eterna puede ser una prédica salutífera, medicinal y oportuna.
Nadie duda de la conveniencia de hablar acerca del temor de Dios. Pero ¿qué cosa es el temor de Dios en parte sino temor de “Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno” como dijo Jesús? (Mt 10:28).
El Antiguo y el Nuevo Testamento tienen mucho que decir acerca del infierno, y Jesús habló mucho acerca de él, sin duda porque sin su sacrificio en la cruz la humanidad entera estaba condenada a ser echada por toda la eternidad en el lago de fuego y azufre del que habla el Apocalipsis. Eso nos hace comprender el inmenso valor y el gran beneficio que significó la salvación obrada por Él.
La palabra “infierno” viene del latín “infernus”, que significa “lugar oscuro debajo de la tierra”. Según la doctrina cristiana esa palabra designa en primer lugar el estado de tormento que sufren los ángeles que se rebelaron contra Dios siguiendo a Lucifer -es decir, los demonios- y los seres humanos que mueren sin arrepentirse de sus pecados. En segundo lugar designa el lugar al cual son confinados los demonios y los condenados. Todas las menciones que se encuentran en las Escrituras acerca del infierno son hechas en términos locales: horno de fuego (Mt 13:42); lago de fuego y azufre (Ap 20:14,15); abismo (Lc 8:31); tártaro (2P 2:4), término que RV60 traduce como infierno, pero que en la mitología griega designa el lago subterráneo en el que los malvados son castigados.
En tercer lugar el término “infierno” traduce en muchos casos la palabra hebrea Seol, que, como veremos enseguida, designaba en el Antiguo Testamento el lugar, situado en lo profundo de la tierra, a donde iban a parar los seres humanos al morir (Gn 37:35; Jb 14:13; Nm 16:32,33; Sal 55:15; Pr 9:18, etc.). (2).

LO QUE DICE EL ANTIGUO TESTAMENTO
La revelación de las verdades acerca del más allá fue progresiva. En el Antiguo Testamento el Seol designa a veces la tumba (Jb 17:13,14; Sal 16:10; Is 38:10); a veces el lugar donde residen las almas de los muertos como sombras en un estado de semi conciencia, (“tierra de tinieblas y sombras de muerte…de oscuridad, lóbrega… cuya luz es como densas tinieblas.” Jb 10:21,22). Ecl 9:10 dice que “en el Seol… no hay obra ni trabajo, ni ciencia ni sabiduría.” Tampoco hay memoria de Dios ni se le alaba (Sal 6:5; cf Sal 88:10-12; Is 38:18). (3).
Sin embargo, a partir de los profetas escritores (Isaías, Jeremías y los que los siguieron) el AT empieza a mostrar una perspectiva más clara de la vida futura. Por de pronto Ecl 11:9 habla de un juicio al final de la vida terrena, a lo que también alude Is 66:16 (cf Ez 33:20).
En el mismo capítulo Isaías habla de los hombres que se rebelaron contra Dios cuyo “gusano nunca muere ni su fuego se apagará” (Is 66:24), pasaje que Jesús cita en Mr 9:43-48, para referirse al castigo eterno. Ya el Sal 140:10 habla de los que “serán echados en el fuego, en abismos profundos de donde no salgan.”
Pero es el profeta Daniel quien anuncia claramente por primera vez en el AT la resurrección de los muertos, en que “unos serán despertados para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” (Dn 12:2), noción que ya algunos pasajes de los salmos y profetas anteriores permitían vislumbrar (Sal 16:10; 49:15), como cuando Isaías 25:8 anuncia que Dios “destruirá a la muerte para siempre”; y Oseas 13:14 dice que Dios redimirá al hombre del Seol, pasaje que Pablo cita (1Cor 15:55).
Durante la época intertestamentaria empezó a delinearse la noción de que el Seol estaba dividido en dos secciones: una en el que los impíos eran atormentados (Sal 140:10) y otra en la que los justos eran consolados, lugar al que el evangelio de Lucas llama “el seno de Abraham” (Lc 16:22-26).
Esa noción está plasmada en los libros apócrifos (o deuterocanónicos), escritos entre el siglo II AC y el primer siglo de nuestra era, (Sabiduría de Salomón, Sirácida, Macabeos 1 y 2), y en los escritos llamados seudoepigráficos como el 1er libro de Enoc, Jubileos, Esdras 4, y el 2do Apocalipsis de Baruc, algunos de los cuales es probable que Jesús y los apóstoles conocieran (Ver Jd 14).
La Septuaginta traduce la palabra hebrea Seol por la palabra Hades, con que en la cosmología griega se designaba al mundo inferior donde moran todos los muertos, y en ese sentido la usa el libro de los Hechos (2:27-31). Pero hemos visto que Lucas la emplea como sinónimo del infierno, y en el mismo sentido la usa el Apocalipsis (1:18; 20:14).
Si bien es cierto que en el Antiguo Testamento la muerte y el Seol, o Hades, están bajo el dominio del diablo –imperio que Jesús destruyó al morir (Hb 2:14; 2Tm 1:10)- en su texto está claro que el Seol está al servicio de Dios. Es Él quien hace descender ahí (2Sm 2:6; Sal 55:23) y es Él quien hace subir de ahí figuradamente al hombre cuando lo libra del peligro de morir (Sal 86:13). Aun en el Seol está presente y reina Dios. (Sal 139:8).


LA REVELACIÓN PLENA DEL NUEVO TESTAMENTO
Nadie ha hablado con más frecuencia y elocuencia acerca de la realidad del castigo eterno que Jesús. ¿Estaría Él equivocado? ¿Exageraba, o tenía buenos motivos para hacerlo? Después de todo Él vino para librarnos de ese peligro al que estamos expuestos todos. Si Él se hizo hombre, sufrió y murió para salvarnos de la condenación eterna, es porque la amenaza del infierno es una cosa inminente y terrible, algo de lo que todo hombre sensato debe procurar escapar.
Veamos lo que dice Jesús acerca del infierno. Como preámbulo recordemos que el Precursor, Juan Bautista, al anunciar que detrás suyo vendría uno más poderoso que él, dice: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.” (Lc 3:17). Esa frase afirma que en el día del juicio Jesús separará la paja del trigo, es decir, guardará para sí a los que representan al buen grano, y entregará a los réprobos al fuego en que arderán eternamente.
Al hablar del pecado contra el Espíritu Santo, Jesús dice: “Cualquiera que blasfeme contra el Espíritu no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno,” es decir, de condenación eterna (Mr 3:29). Asimismo Él dice dos veces: “Mejor es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.” (Mt 5:28,29). Más adelante reitera dos veces ese principio afirmando: “Mejor te es entrar en la vida cojo o manco que, teniendo dos manos o dos pies, ser echado en el fuego eterno.” (Mt 18:8,9). Notemos dos características que vuelven una y otra vez en el discurso de Jesús acerca del infierno: en él arde un fuego, un fuego que nunca se apaga.
La palabra que en el texto original del Nuevo Testamento Jesús emplea de manera preferente en estos pasajes –y que suele traducirse como “infierno”- es el término “gehenna” que deriva de las palabras hebreas “ge” (tierra o valle) y “hinnom” (4). La palabra gehenna designaba a la quebrada o valle angosto situado al Sur de Jerusalén, en el que los idólatras, especialmente en tiempos de los reyes impíos Acaz y Manasés, sacrificaban a sus hijos al abominable dios Moloc, haciéndolos pasar por el fuego (2R 16:3; 21:1-6; 23:10; 2Cro 28:3; 33:6; Jr 19:5;32:35). ¡A qué extraños extravíos puede llevar el diablo a los que se entregan en sus manos! En tiempos posteriores el lugar vino a ser conocido como el “Valle de Tofet” (escupitajo). El rey Josías profanó el valle echándole huesos quemados se seres humanos y lo convirtió en el botadero de la ciudad donde la basura era quemada y ardía constantemente (Jr 7:31-34; 19:1). Por ese motivo la gehenna se convirtió para los judíos en un símbolo del castigo eterno que algunos identifican sin motivo con el “valle de Josafat” del que habla el profeta Joel (3:12), y donde tendría lugar el juicio futuro (Is 30:32,33).
En cinco ocasiones en el evangelio de Mateo, y en una en el de Lucas, Jesús habla del “horno de fuego en que será el llanto y el crujir de dientes.” (Mt 13:42,50; 22:13; 24:51; 25:30; Lc 13:28). Si lo repite tantas veces es para subrayar la importancia que tiene para el hombre tener esa verdad siempre presente y no olvidarla. ¿La descuidaríamos nosotros echándola al olvido, haciendo caso omiso de sus advertencias? ¿No se la recordaremos a aquellos que están en peligro de sufrir ese terrible destino?
Ya hemos mencionado ese pasaje en que Jesús dice que no debemos temer “a los que matan el cuerpo mas el alma no pueden matar; temed más bien a Aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt 10:28), donde, como dice Jesús en otra parte, citando a Isaías, “el gusano no muere y el fuego nunca se apaga.” (Mr 9:44), refiriéndose a dos aspectos del sufrimiento que se padece en el infierno: el gusano del remordimiento, y un fuego ardiente cuya naturaleza no podemos comprender.
Se ha cuestionado el carácter perpetuo de la condenación del infierno, pero al final de la escena del juicio de las naciones, que Jesús predice que ocurrirá cuando Él vuelva a la tierra, Él declara: “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” (Mt 25:46). El paralelismo de ambas frases nos muestra que en ambas el adjetivo “eterno/a” (aionios en griego) es usado en sentido literal. Si la recompensa es perpetua, el castigo también lo es.


¿QUIÉNES VAN AL INFIERNO?
Al comienzo de su evangelio Juan comenta: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” (Jn 3:36), es decir, se condena, a menos que crea y se arrepienta antes de morir, porque el destino eterno de la persona se decide en ese momento.
En su confrontación con sus opositores Jesús les dice: “Yo me voy y me buscaréis; pero en vuestro pecado moriréis.” –entiéndase: “porque no creéis en mí.”- (Jn 8:21). El que muere en pecado, e.d. sin arrepentirse, se condena irremediablemente. Y enseguida añade: “a donde yo voy, vosotros no podéis venir.” A donde Él va, esto es, al cielo, que está cerrado para los que lo rechazan. Como sólo hay dos destinos finales posibles para el hombre, el que no entra al cielo, se va al infierno.
Más adelante Jesús dirá: “El que no permanece en mí, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen y los echan en el fuego y arden.” (Jn 15:6). El que no permanece en Él es el que habiendo escuchado la palabra y creído en ella, no persevera sino que vuelve atrás, esto es, al mundo. Ése tal se condena.
Por su lado, el apóstol Pablo en repetidos pasajes habla de la condenación eterna. Él advierte que los que hacen las obras de la carne “no heredarán el reino de Dios.” (Gal 5:19-21), esto es, por implicancia, se condenan. El mismo mensaje se repite en 1Cor 6:9,10 y Ef 5:5. Él subraya claramente la oposición que existe entre salvarse y condenarse (2Cor 2:15,16), y afirma que los que no “obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo (e.d. los que no creen)… sufrirán pena de eterna perdición.” (2Ts 1:8,9).
A su vez el apóstol Pedro anuncia la condenación eterna de los falsos profetas que seducen a la gente con sus doctrinas equivocadas (2P 2:1-3,12). ¡Y cuántos de esos hay en nuestros días! No saben lo que les espera.
Acerca del mundo tal como lo conocemos y del futuro que le espera, él escribe: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.” (2P 3:10).
En el día del juicio los cielos y la tierra serán renovados, pero no para bien de los que se condenan, los cuales afrontarán el destino que ellos mismos eligieron para sí: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.” (2P 3:7). ¡Cómo no hemos de sentir pena por ellos y advertirles adónde les lleva el camino que siguen ciegamente! El profeta Ezequiel nos advierte de parte de Dios que es nuestro deber amonestar a los pecadores para que se arrepientan, y que si no lo hacemos, y ellos se pierden porque callamos, Él demandará su sangre de nuestro mano (Ez 3:18).
Sin embargo, hemos de tener muy claro que si bien Dios creó el infierno para castigo de Lucifer y de sus huestes, y de todos aquellos extraviados que siguen sus caminos, el mismo apóstol Pedro escribió que Dios no quiere que “ninguno se pierda, sino que todos vengan al arrepentimiento.” (2P 3:9). (5).
Notemos también que, pese a su corta extensión, la epístola de Judas advierte dos veces acerca del peligro de la condenación eterna (Jd 7,13).
Pero las palabras más contundentes acerca del castigo eterno se encuentran en el libro del Apocalipsis, que “contrasta la victoria de Cristo en la Jerusalén celestial con la condenación de los que son arrojados al lago de fuego y azufre”, (R. Garrigou-Lagrange) evento al que el libro llama “la muerte segunda”. Es decir, hay una muerte física del cuerpo, que es la primera muerte, a la que todos estamos destinados, y una segunda muerte, mucho más terrible que la primera, porque es irrevocable e irreversible, pero que no es para todos, sino sólo para los que se niegan a aceptar la gracia de la salvación.
“Y el tercer ángel los siguió diciendo: Si alguno adora a la bestia y a su imagen (e.d. a Satanás)… él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre…y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.” (Ap 14:9-11). El destino terrible de los que se condenan es contrastado con el de los que se salvan: “Bienaventurados…los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras les siguen.” (vers. 13).
Más adelante el libro dice: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos según lo que estaba escrito en los libros, según sus obras. Y el mar entregó a los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron a los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego.” (Ap 20:12-15).
Creo que estas citas son suficientes para hacernos comprender la tremenda realidad del infierno, y la necesidad de que todos los seres humanos escuchen el mensaje del Evangelio para que, por el poder de la sangre de Cristo, puedan ser librados del peligro de caer ahí y de ser desterrados para siempre de la presencia de Dios, lo cual es el más terrible de todos los castigos y la mayor de todas las torturas que puede sufrir el hombre.

Notas: 1. Un ejemplo clásico es el famoso sermón de Jonathan Edwards “Los pecadores en manos de un Dios airado”, pronunciado durante el primer avivamiento de Nueva Inglaterra, a mediados del siglo XVIII.
2. Vale la pena notar que la noción de un lugar donde residen los muertos y son castigados, es común a muchos pueblos y religiones de la antigüedad y formaba parte de la cosmología de los egipcios y de los griegos.
3. En Ef 4:9 hay una alusión a esta concepción antigua del Seol cuando se dice que Cristo descendió “a las partes más bajas de la tierra”, esto es, a la morada de los muertos, y que el llamado “Credo de los Apóstoles” recoge: “…descendió a los infiernos…”.
4. Más propiamente ge ben-hinnom (valle del hijo de Hinnom: Jos 15:8; 18:16; 2Cro 33:6; Jr 19:2; Jr 32:35), llamado a veces ge bené-Hinnom (valle de los hijos de Hinnom: 2Cro 28:3), que Jeremías profetizó que sería llamado “Valle de la Matanza” (Jr 19:6).
5. El descenso de Jesús al infierno, (que menciona el Credo de los Apóstoles), tomado en el sentido de la sección superior del Hades, esto es, el seno de Abraham, donde los justos son consolados, es una prueba de que Él asumió plenamente nuestra condición humana (Is 53:8,9; 1Cor 15:3,4; 2Cor 5:14). Él descendió al Hades como lo hacen todos los seres humanos, salvo que, en su caso particular, Él lo hizo además para predicar a los muertos que estaban ahí temporalmente confinados en espera de la redención (1P 3:18-20).

NB. El tema de la condenación eterna es un asunto delicado y complejo, pero ineludible. Voy a dedicar a sus diferentes aspectos unos tres o cuatro artículos adicionales, que serán publicados paulatinamente.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#703 (27.11.11) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

martes, 18 de octubre de 2011

LA BREVEDAD DE LA EXISTENCIA I


Por José Belaunde M.

UN COMENTARIO DE JOB 14:1-12
1,2. “El hombre nacido de mujer, corto de días (Nota 1)
y hastiado de sinsabores, sale como una flor y es cortado, y huye como la sombra y no permanece.”
Estos dos versículos iniciales son una descripción de la vida humana, bajo la perspectiva amarga de alguien a quien los sinsabores que ha experimentado lo han desilusionado de la existencia y que la mira sin esperanza.
El hombre, en efecto, nace de la mujer que lo lleva en su seno durante nueve meses –que para algún pesimista serían la mejor etapa de su existencia- así como la mujer, en el orden de la creación, nace del hombre (Gn 2:21-23), de modo que, como dice Pablo, “ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón” (1 Cor 11:11. Léase todo el pasaje 11:8-12), porque ambos son mutuamente necesarios. (Nota 2)
La vida del hombre es corta a sus ojos, -aunque en época de los patriarcas superaba los 100 años- pues el tiempo vuela y no podemos detenerlo. Apenas ha empezado el hombre a vivir y ya debe prepararse a abandonar la existencia, cuando aún quisiera seguir gozando de ella, si es que los infortunios y las tribulaciones no se la han vuelto amarga, como ocurrió con Job. Pero aún en la desgracia el hombre se aferra a la vida, porque vivir es un bien en sí mismo.
“Sale como flor y es cortado.” La imagen de la flor de fugaz belleza como símbolo de la vida es recurrente en las Escrituras: “Toda carne es hierba y toda su gloria como flor del campo… Sécase la hierba, marchítase la flor, mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.” (Is 40:6b,8, citado por 1 Pedro 1:24,25). También aparece en el Salmo 103:15,16: “El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella, y pereció, y su lugar no la conocerá más.”
Durante unas horas, o unos días, la flor nos encanta con su perfume y su lozanía alegra la vista. Pero su belleza es pasajera, porque muy pronto se marchita y es echada a la basura, así como la vida del hombre, aun la más gloriosa, termina en el sepulcro.
El libro de Job compara también la vida humana a la sombra fugaz, como la de un pájaro que vuela por los aires y que proyecta su sombra en el suelo un instante antes de desaparecer en el cielo. No hay nada más insustancial que una sombra que depende del sol, o de una luz que la proyecta. Si se va la luz, o se nubla el sol, la sombra desaparece. No tiene existencia propia.

3,4. “¿Sobre éste abres tus ojos, y me traes a juicio contigo? ¿Quién hará limpio a lo inmundo? Nadie.”
Job se queja con Dios: “¿Con un ser de existencia tan efímera como el hombre te ensañas y lo convocas ante tu tribunal para acusarlo? ¿Qué puede un ser tan miserable como yo hacer para defenderse de tus juicios? ¿Cómo podría yo justificarme ante ti? ¿No soy yo acaso conciente de mis pecados y de mi miseria moral?” En el capítulo anterior Job le ha pedido a Dios: “Retira de mí tu mano y tu terror no me espante.” (13:21).
Enseguida Job hace una pregunta muy válida desde la perspectiva del creyente antes de la venida del Mesías: ¿Quién puede hacer que lo inmundo sea limpio? ¿O quién puede hacer que de lo impuro salga algo puro? (Nota 3). No hay sacrificio de animales que pueda limpiar el pecado del hombre. A lo más esos sacrificios podían cubrirlo temporalmente para que Dios en su misericordia voluntariamente no los viera. Al hacer esa pregunta Job no sabía que algún día lejano vendría un Salvador, el propio Hijo Unigénito de Dios, a limpiar el pecado de todos los hombres.
Él no lo podía prever ni lo podía imaginar, pero el profeta Isaías, iluminado por el Espíritu, lo anunció: “Ciertamente llevó Él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores; y nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido. Mas Él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre Él, y por su llaga fuimos nosotros curados.” (Is 53:4,5).
Pero eso estaba muy lejos de la mente de Job, que no tenía una revelación plena de la misericordia divina. El sacrificio de Cristo en la cruz era algo inimaginable para él. Y si alguien se lo hubiera anunciado lo habría tildado de locura. ¡Que Dios mismo pudiera hacerse hombre para expiar los pecados de la humanidad! ¡Qué absurdo! Hay demasiada distancia entre Dios y el hombre para que algo semejante pueda suceder; Dios es demasiado santo para contaminarse con la miseria humana. Él la conoce y la tolera por un tiempo porque la mira de lejos, desde la altura de su trono. Pero no lo toca ni querría acercarse a ella, piensa él.

5. “Ciertamente sus días están determinados, y el número de sus meses está cerca de ti; le pusiste límites, de los cuales no pasará.”
Los días de la vida del hombre están contados de antemano y nadie puede aumentarlos o acortarlos. Dios ha puesto un límite a la vida de cada individuo de acuerdo a su eterno consejo que nadie puede penetrar, y ese límite es el mejor para cada uno.
Alguno quizá objetará: Si eso fuera cierto, ¿por qué le concedió Dios al rey Ezequias quince años más de vida cuando estaba a punto de morir? ¿Acaso sus lágrimas eran para ti, oh Dios, más conmovedoras que las del común de los mortales? ¡Cuántos hombres y mujeres al acercarse al último trance han clamado a ti para que les concedas, no años, al menos unos meses más de vida, y no los has escuchado!
Tú eres un Dios “que no hace acepción de personas” dice tu palabra (Dt 10:17). ¿Por qué las lágrimas de un rey tuvieron para ti la virtud de que le alarguen sus años y no la tendrían las mías? (Nota 4)
A quien le haga esa pregunta Dios le contestaría: “Yo no le alargué la vida a Ezequias. Esos quince años adicionales estaban previstos desde la eternidad. Yo sólo quise probarlo para ver si en medio de su aflicción seguía confiando en mí. Y como sí lo hizo –y yo sabía que lo haría- quise premiarlo como ya había planeado hacer, dándole los años que me pidió y que yo ya había previsto para él”.
No hay nada que pueda sorprender a Dios, ningún acontecimiento humano que Él no haya conocido desde la eternidad. No hay incluso pensamiento ni deseo fugaz de la mente humana que Dios no haya percibido, ni lo habrá jamás.

6ª. “Si tú lo abandonares, él dejará de ser;”
Seguro de la vitalidad de que goza, el adulto no sabe que su vida pende de un hilo que puede romperse en cualquier momento, (o no quiere pensar en ello). Ese hilo es el sostén que Dios proporciona a cada ser humano, sostén que Él le retira cuando quiere, según su propio sabio consejo que el hombre no puede penetrar.
Ese es el pensamiento que expresa el Salmo 104:27-30, no sólo respecto del hombre sino de todos los seres que pueblan la tierra y, en particular, las palabras: “les quitas el hálito (aliento), dejan de ser y vuelven al polvo.” (v. 29b) ¿Qué hálito? El hálito de vida que Dios sopló en las narices de Adán cuando lo creó (Gn 2:7).
Si la vida de que el hombre goza es tan frágil –algo que por experiencia sabemos muy bien- ¿cómo debe vivir él? Siempre listo, preparado, para abandonar este mundo y presentarse a juicio ante su Creador. Eso es lo que Jesús nos exhorta hacer en ese pasaje en que habla de la venida del Hijo del Hombre en Mateo 24, en particular en los versículos 42 al 44, y especialmente este último, que dice: “Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis.”. Allí Jesús habla de su venida al final de los tiempos, pero esas palabras pueden aplicarse también a la vida de cada ser humano, pues nadie sabe cuándo el hilo de su vida se cortará, en qué día, fecha y hora, que puede ser en cualquier momento y cuando menos lo espera, y también súbitamente por un accidente inesperado, o un infarto, etc. Hay veces en que la muerte anuncia su venida con semanas, o días, u horas de anticipación, como en el caso de algunas enfermedades graves, o en el caso de una catástrofe de cuyas consecuencias mortales no se pueda escapar. Pero hay otras en que nada hacía pensar que la muerte pudiera presentarse tan de pronto. Así pues, todos debemos estar siempre listos, con las maletas preparadas para regresar a casa. (Ecl 12:6,7).

6b. “Entre tanto deseará, como el jornalero, su día.”
Mientras llega ese día, a la vez deseado (por los que tienen puesta en Dios su esperanza) y temido (por aquellos para quienes no hay esperanza en el más allá), vivirá contando las horas que faltan para que pueda hallar descanso de sus labores, como el jornalero que se afana bajo el sol esperando que llegue el final de su jornada, porque la vida es dura y muchas las miserias que afligen al hombre.
El pago que el obrero espera al final del día es como la recompensa esperada por el hombre al final de sus días en que recoge el fruto de sus obras. Recuérdese que “jornal” es el pago diario que recibe el obrero al cumplir su “jornada” de trabajo, que en la antigüedad iba de sol a sol.
Nosotros también esperamos cosechar al término de nuestra existencia el fruto de nuestras obras, no el castigo merecido, sino la retribución que la salvación ganada por Cristo en la cruz hizo posible, ganada por Aquel que dijo: “Yo he venido para que tengan vida y vida en abundancia.” (Jn 10:10). Entonces podremos realmente descansar, como dice Hebreos, de nuestras obras, y entrar en el reposo eterno en que gozaremos de la presencia de Dios (Hb 4:3-11).

7-9. “Porque si el árbol fuere cortado, aún queda de él esperanza; retoñará aun, y sus renuevos no faltarán. Si se envejeciere en la tierra su raíz, y su tronco fuere muerto en el polvo, al percibir el agua reverdecerá, y hará copa como planta nueva.”
Con frecuencia la Escritura compara al hombre con los árboles, a los que llama por ejemplo “árboles de justicia y plantío de Jehová” (Is 61:3). En efecto, el ser humano se parece en muchos aspectos al árbol: su cuerpo se parece al tronco; su cabeza, a la copa frondosa; sus brazos, a las ramas; sus pies, a las raíces que se hunden en la tierra.
Pero aparte de la inmovilidad del árbol, hay un aspecto en el cual el ser humano no se le parece en absoluto, porque cuando el árbol es cortado “aún queda en él esperanza”. El árbol cortado puede volver a reverdecer. Por viejo que sea el árbol, no importa cuán cubierto de polvo esté su tronco, no importa cuántos se hayan sentado sobre su tronco mochado por el hacha, apenas llegue a sus raíces profundas un poco de agua, empezarán a brotar renuevos de los costados del tronco, y de nuevo el árbol alzará orgulloso sus ramas, y hasta algún día, su copa frondosa renovada.
No importa cuán viejo pueda ser el árbol, aún puede tener hijos cuando revive, por las semillas que portan sus frutos. Pero eso no ocurre con el hombre, dirá Job más abajo, porque cuando el hombre es cortado, muere para siempre y no vuelve a vivir. ¿En qué estriba la diferencia? En que el tronco del árbol tiene raíces que se hunden en la tierra que pueden absorber la humedad del suelo, y de ahí chupar nueva vida. Pero el cuerpo del hombre carece de esas raíces profundas. Sus pies se posan sobre el suelo pero no penetran en él, no están fijos, y gracias a ellos puede caminar. El hombre ha trocado la fortaleza del árbol por la movilidad de su cuerpo; en suma, por la libertad.
Pero ¿puede decirse realmente que el hombre no tenga raíces? No las tiene en un sentido físico, pero sí las tiene en un sentido espiritual. Job puede decir que cuando muere el hombre no vuelve a levantarse porque no sabía nada acerca de la resurrección. Él creía que cuando el hombre es enterrado y su espíritu va al Seol, ya el cuerpo no vuelve a vivir. El hombre, dice él más abajo, no se levanta de su sueño; su espíritu, creía él, sobrevivirá misteriosamente en las sombras de la muerte, donde, como dice David, no hay memoria de Dios ni se le alaba (Sal 6:5).
¡Qué diferente es la perspectiva del Antiguo Testamento de la del Nuevo! En el Antiguo no hay esperanza para el hombre cuando muere. Por eso el Eclesiastés le anima a gozar de lo bueno que le ofrece la vida, y le exhorta a aprovechar el tiempo que aún le queda antes de que envejezca y pierda el sabor del vivir. (Ecl 5:18; 12:1).
Por el mismo motivo el hombre sin esperanza del más allá quiere gozar mientras lata su corazón de todo lo que le ofrece esta vida, y pone su esperanza en la fama, en el poder y en el dinero que le permiten alcanzar lo que su corazón desea.
¡Qué triste es vivir así! Porque cuando ve que se acerca el fin de su vida el hombre se desespera y se resiste a morir, ya que pierde lo único que tiene. Nosotros sabemos, en cambio, que no es así; sino que la vida presente es el preludio de una existencia distinta en otra esfera, en la que, si no se condena, gozará de una felicidad inimaginable en la tierra.

10-12. “Mas el hombre morirá, y será cortado; perecerá el hombre, ¿y dónde estará él? Como las aguas se van del mar, y el río se agota y se seca, así el hombre yace y no vuelve a levantarse; hasta que no haya cielo (es decir, nunca) ni se levantarán de su sueño.”
En el versículo 11 Job usa una imagen muy gráfica, que viene fácilmente a mano en las regiones del Oriente donde el agua es escasa: “Como las aguas se van del mar, y el río se agota y se seca”. Él debe haber contemplado en su larga vida más de una vez lagos grandes (que él llama mares) que por la evaporación que produce el calor y la falta de lluvias se secaron, así como también ríos cuyo caudal por la misma causa fue mermando.
Él dice en el v. 12 que de igual manera “el hombre yace y no vuelve a levantarse” como el gran lago que dejó de ser.
Mientras dure el cielo, es decir, el firmamento con todos los millones de estrellas que lo pueblan -esto es, por toda la eternidad, porque la creación es eterna- el hombre no se despertará. Era una noción común del judaísmo –que perdura en las epístolas de Pablo- comparar a la muerte con el sueño (1Cor 11:30; 15:20,51; 1Ts 4:13,14). Por eso hablamos también nosotros del “sueño de los justos”.
La diferencia entre la concepción de Job y la nuestra es que nosotros sabemos que el hombre sí se levantará de ese sueño, el día del juicio, para ir definitivamente al lugar que Dios le asigne por toda la eternidad: unos a la gloria, otros al tormento.

Notas: 1. Según Fray Luis de León el original hebreo dice “abreviado de días” porque al inicio de la creación los hombres vivían cientos de años, pero les fueron acortados por el pecado.
2. Según M. Poole el texto dice: “nacido de mujer” porque aunque todos los hombres nacen de varón y mujer, quién sea el padre es a veces desconocido, o está en duda, pero quién sea la madre es siempre evidente, porque es la que le dio a luz. Además, diría yo, el padre con frecuencia abandona al hijo; la madre rara vez. Sólo ha habido un hombre que naciera sin padre humano, Jesucristo, que tuvo, sin embargo, un padre adoptivo que ocupó su lugar, pero nunca ha habido un ser humano que naciera sin madre, salvo Adán.
3. De padres impuros no puede venir nada limpio, dice M. Henry, así como de una fuente impura no puede brotar agua pura, ni de las espinas brotar uvas.
4. Pero yo puedo pedirle a Dios que me conceda años adicionales de vida, o que, al menos, me conceda conservar la salud y mi vitalidad hasta el final de mis días.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”


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