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miércoles, 18 de enero de 2012

DESCENDIÓ A LOS INFIERNOS

Por José Belaunde M.

En el Credo de los apóstoles, o Símbolo Apostólico, (Nota 1) aparece, después de las palabras “fue muerto y sepultado”, la frase “descendió a los infiernos”, que ha sido objeto de mucha controversia.

La palabra “Hades” (“Seol” en hebreo) designa el lugar, situado en las profundidades de la tierra, a donde, según la concepción hebrea prevaleciente en tiempos de Jesús, iban los hombres al morir. Comprendía dos secciones:

-El seno de Abraham, a donde iban los justos en espera de la resurrección de Cristo. (Lc 16:22ss). Allí los justos no gozaban de la presencia de Dios, pero eran felices, tal como se describe en Lucas. (Sería interesante saber si el Talmud dice algo al respecto).

-Un lugar de tormentos a donde iban los condenados. Es de notar que entre ambos lugares había una sima que hacía imposible pasar de uno a otro (Lc 16:26). Según el Apocalipsis, el día del juicio final, esta región del Hades será echada en el lago de fuego, que es el infierno definitivo (Ap 20:13,14). El texto añade que esta es la segunda muerte. El Hades, como tal, desaparecerá porque su existencia está ligada a la tierra física.

Antes de la muerte y resurrección de Jesús (es decir, antes de la redención del género humano) el camino al cielo, esto es, a la presencia de Dios, estaba cerrado, porque el género humano y Dios aún no habían sido reconciliados (Rm 5:10,11).

La frase del Credo “descendió a los infiernos” tiene amplio apoyo en las Escrituras, y quiere decir, en primer lugar, que Jesús murió realmente, tal como se dice en Hb 2:9: “… para que por la gracia de Dios experimentase la muerte en provecho de todos.”

Su alma y espíritu se separaron de su cuerpo y bajaron a la región donde van todos los muertos. Experimentó la muerte como cualquier ser humano. Las Escrituras están llenas de referencias que apuntan a este hecho.

En primer lugar, la profecía de David citada por Pedro en su primer sermón el día de Pentecostés (“Porque no dejarás mi alma en el Seol (Hades), ni permitirás que tu santo vea corrupción.” Hch 2:27; cf Sal 16:10) para mostrar cómo David había anunciado que Jesús resucitaría antes de que su cuerpo se corrompiera, proceso natural que se habría iniciado el cuarto día después de la muerte, si Él no hubiera resucitado al tercer día.

Poco antes Pedro había dicho que Dios había resucitado a Jesús “librándolo de los dolores de la muerte” (Hch 2:24), y lo reitera en el v.31, recalcando nuevamente “que su alma no fue dejada en el Hades ni su carne vio corrupción.” ¿En qué sentido debe entenderse la frase “dolores de la muerte”? Si se tratara de los dolores de la agonía que Jesús ciertamente experimentó terriblemente, ellos terminaron al morir. ¿O es la muerte en sí, para los que no han ido directamente a la presencia de Dios, un estado doloroso aunque no sean atormentados?

En Efesios 4:8,9 leemos: “Por lo cual dice: Subiendo a lo alto llevó cautivos a la cautividad, y dio dones a los hombres (cita libre del Salmo 68:18). Y eso de que subió, ¿qué es sino que primero había descendido a las partes más bajas de la tierra”, (es decir al Hades)?

Algunos interpretan el descenso a “las partes más bajas de la tierra” como una alusión a la encarnación, pero dado que el pasaje continúa hablando del ascenso y exaltación del resucitado que “subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo” (v. 10), por coherencia lógica la primera parte debe referirse a su muerte y descenso al hades.

Jesús mismo habló de ese descenso suyo cuando dijo: “Porque como estuvo Jonás en el vientre del gran pez tres días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches.” (Mt 12:40). Ese “corazón de la tierra” es una alusión típica al hades, según la concepción de la época, y no puede referirse al sepulcro en que estuvo su cuerpo, pues su tumba estaba cavada en la roca de la superficie de la tierra. (2)

En Romanos Pablo hace una referencia elíptica al descenso de Jesús a las profundidades de la tierra cuando escribe: “O ¿quién descenderá al abismo (esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos)?” (Rm 10:7). (3)

¿PARA QUÉ DESCENDIÓ JESÚS A LOS INFIERNOS?

(Nótese que el Credo dice: “a los infiernos” y no “al infierno”, confirmando que el hades tiene divisiones).

1. Para triunfar completamente sobre el diablo en su propio terreno. A este hecho se refiere Pablo cuando dice: “…para que en el nombre de Jesús toda rodilla se doble, de los que están en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra.” (es decir, en el hades, Flp 2:10). (4) Entre los que están debajo de la tierra se incluye naturalmente a todos los muertos, salvos y condenados, además de los demonios.

Y también en Col 2:15 “…y despojando a los principados y potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” Pablo usa aquí una imagen gráfica evocando los cortejos triunfales con que los generales vencedores entraban en la ciudad, llevando tras sí a los enemigos capturados, cargados de cadenas, y a los prisioneros de su propio bando que habían liberado. (5) Exhibió públicamente a los principados y potestades demoníacas ante los ojos de los que estaban en el hades y de los ángeles en el cielo.

Jesús arrebató a Satanás las llaves del infierno y de la muerte, y en adelante las tiene en sus manos. (Ap 1:18). Hb 2:14 dice al respecto: “… Él (Jesús) participó igualmente de lo mismo (la condición humana) para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.”

2. Para venir en ayuda de todos los justos que esperaban en el seno de Abraham su liberación y llevarlos consigo al cielo. Este hecho forma parte del despojo aludido en Col 2:15, y es también aludido en Ef. 4:8. (6)

En la versión latina (Vulgata) del Eclesiástico o Sirácida, se lee este verso que tiene un carácter profético: “Yo penetraré a las partes más profundas de la tierra y visitaré a los que duermen, e iluminaré a los que esperan en el Señor.” (24:45). Aunque es posible que esta frase (o glosa) haya sido añadida por un copista cristiano, como era común hacer entonces.

El tiempo verbal empleado sugiere que el siguiente pasaje de Hebreos alude a la liberación en cuestión: “…y librar a los que por el temor de la muerte, habían estado durante toda la vida sujetos a servidumbre.” (2:15).

La liberación de estos cautivos había sido anunciada por los profetas:

“Los redimiré de la mano del Seol; los libraré de la muerte. ¡Oh muerte, yo seré tu muerte! ¡Oh Seol, yo seré tu destrucción!” Este es un pasaje de Os 13:14 que Pablo cita (en 1Cor 15:55) al hablar de la resurrección de los muertos al final de los tiempos. Con frecuencia este versículo se interpreta en el sentido de que Dios nos libra del peligro de morir en que estábamos. Pero puede aplicarse también a los muertos, sea con referencia a la resurrección final, o antes a los justos del Antiguo Testamento que esperaban ser llevados por Jesús al cielo.

“Y tú también, por la sangre de tu pacto serás salva; yo he sacado tus presos de la cisterna donde no hay agua.”. (Zac 9:11). La cisterna donde no hay agua es una referencia a la sed que padecen los condenados, o al hecho de que no hay nada que apague las llamas del infierno. La sangre del pacto es la que derramó Jesús en la cruz, prefigurada por la sangre de los novillos que eran sacrificados en el templo, y por la sangre del cordero con que los israelitas en Egipto untaron los postes y dinteles de sus puertas.

3. Mucho se ha especulado acerca de las misteriosas frases que contiene 1P 3:19,20: “…en el cual (espíritu) también fue y predicó a los espíritus encarcelados, que en otro tiempo desobedecieron, cuando una vez esperaba la paciencia de Dios en los días de Noé, mientras se preparaba el arca, en la cual pocas personas, es decir, ocho, fueron salvadas por agua.”

La explicación más razonable que conozco (aun reconociendo que es puramente especulativa) es aquella que sostiene que los espíritus encarcelados eran aquellos hombres que se burlaron de Noé cuando construía el arca pero que, al ver el diluvio descender sobre ellos, se arrepintieron de su incredulidad. Ellos no lograron salvar sus vidas, pero tampoco fueron condenados merced a su arrepentimiento. Esperaban en algún lugar del hades que Jesús viniera y les anunciara el Evangelio. De ahí que Pedro diga más adelante; “Por esto también ha sido predicado el evangelio a los muertos….” (1P 4:6).

De acuerdo a esta interpretación los espíritus encarcelados a los que Jesús predicó no fueron los justos que esperaban en el seno de Abraham, porque ellos no lo necesitaban puesto que ya eran salvos y habían sido regenerados por la misma fe por la que Abraham fue justificado. Sólo esperaban que las puertas del cielo les fueran abiertas por Jesús.

¿QUÉ NOS ENSEÑA EL DESCENSO DE JESÚS A LOS INFIERNOS?

1. A esperar en Dios sin desmayar. Los justos del Antiguo Testamento contemplaron en fe, “como saludándola de lejos”, (Hb 11:13), la salvación que había de venir, y esperaron pacientemente su liberación.

Nuestra fe tiene en el sacrificio de Jesús el más sólido sustento. Si Él fue capaz de pagar un precio tan grande por nuestra salvación ¿cómo podría Él negarnos aquellas cosas que nosotros le pidamos y sean conformes a su voluntad?

2. Nadie se salva contra su propia voluntad. Pero habiendo hecho Jesús todo lo que era necesario para nuestra salvación, sólo se condenan los que escogen ese camino.

3. A ir en ayuda de los cautivos (en sentido espiritual y material) aun a costa de grandes sacrificios y de la propia vida. Jesús nos ha dado un ejemplo a seguir y nos pedirá cuentas si no lo imitamos en este punto: “Libra a los que son llevados a la muerte; salva a los que están en peligro de muerte. Porque si dijeres: Ciertamente no lo supimos, ¿acaso no lo entenderá el que pesa los corazones? El que mira por tu alma, Él lo conocerá, y dará al hombre según sus obras.” (Pr 24:11,12).

Notas: 1. De acuerdo a la leyenda el Credo de los Apóstoles fue compuesto después de Pentecostés por los doce apóstoles, antes de separarse, contribuyendo cada uno de ellos con una de sus doce cláusulas. Pero según la historia su texto se origina en las confesiones, sencillas al comienzo, que eran usadas en las iglesias y que los catecúmenos debían recitar al ser bautizados, a las cuales en el curso del tiempo fueron añadidas otras cláusulas. Un texto embrionario figura ya en Ireneo (c. 130-c. 200 DC) así como en Tertuliano (c. 160-c. 225 DC).

Su texto figura por primera vez en un escrito de Rufino (390 DC), pero no contiene la cláusula “descendió a los infiernos”, que fue añadida después tomándola del Credo de Aquilea.

Su texto completo desde el siglo VIII es el siguiente:

1. Creo en Dios Padre todopoderoso, creador de cielos y tierra;
2. Y en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor;
3. Que fue concebido por obra del Espíritu Santo; nació de Santa María virgen;
4. Padeció bajo Poncio Pilatos; fue crucificado, muerto y sepultado; descendió a los infiernos;
5. Al tercer día resucitó de entre los muertos;
6. Subió a los cielos, y está sentado a la diestra de Dios Padre todopoderoso;
7. Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y los muertos.
8. Creo en el Espíritu Santo;
9. En la Santa Iglesia Católica; en la comunión de los santos;
10. El perdón de los pecados;
11. La resurrección de la carne;
12. Y la vida perdurable. Amén.


Su estructura es claramente trinitaria. La primera cláusula se refiere al Padre; las cláusulas 2 al 7, al Hijo, y la 8va al Espíritu Santo. Las cuatro últimas contienen verdades generales. Su carácter polémico es también evidente al afirmar la realidad de la humanidad de Jesús contra Moción, de un lado, y docetas; de otro, al mismo tiempo que afirma su deidad contra los que la negaban.
El historiador reformado del siglo XIX Ph. Schaff, dice que si el Padre Nuestro es la oración de las oraciones, el Decálogo, la ley de las leyes, el Credo de los Apóstoles es el Credo de los credos. Dice asimismo que no es palabra de Dios a los hombres, sino palabra de los hombres a Dios en respuesta a la revelación. Es el mejor sumario popular de la fe cristiana que exista en un espacio tan breve. Supera a todas las confesiones escritas después para fines catequéticos y litúrgicos. No es una declaración lógica de doctrinas abstractas sino una profesión de hechos vivos y de verdades salvadoras. Es un poema litúrgico y un acto de adoración. Es inteligible y edificante para el niño, y fresco y rico para el erudito más profundo…Tiene la fragancia de la antigüedad y el inestimable peso del consenso universal…Es el vínculo de unidad de todas edades y de todos los sectores del cristianismo.” Por ese motivo fue adoptado por los reformadores Lutero y Calvino (quien lo utilizó como base de su gran obra teológica “Instituciones Cristianas”), y por todas las iglesias protestantes, y es recitado en los oficios diarios no sólo de la Iglesia Católica sino también de muchas iglesias evangélicas, como la Luterana, la Anglicana, y la Iglesia del pastor Yongui Cho de Seúl, Corea del Sur.
Algunos podrían objetar que diga: “Creo en la Iglesia Católica”, pero debe recordarse que esa palabra, sobre todo cuando fue añadida al texto, quiere decir “universal” o “general”. La palabra “católica” en relación con la iglesia fue usada por primera vez por Ignacio, obispo de Antioquia (c. 35-c.107 DC) en una de sus cartas, para subrayar el hecho de que la iglesia era una sola, aunque estaba diseminada por todas partes.
2. El lapso de tres días y tres noches lo usa Jesús por analogía con la experiencia de Jonás, pero Él permaneció en el sepulcro menos de tres días.
3. El “abismo” es un término que designa un lugar extremadamente profundo de la tierra (Lc 8:31 y numerosas referencias en Apocalipsis).
4. Calvino sostiene (y yo lo creí un tiempo) que al decir Pedro: “sueltos los dolores de la muerte” (Hch 2:24) estaba aludiendo a los sufrimientos del infierno de los condenados que Jesús habría sufrido por un tiempo. Esto es, él sostiene que Jesús no sólo bajó al seno de Abraham sino también al lugar donde estaban confinados los réprobos, para padecer como uno de ellos. Esto es poco probable. En realidad no podemos afirmar o negar con toda certidumbre si Él estuvo en el infierno propiamente dicho, porque la Escritura no lo especifica, pero si estuvo ahí no fue para sufrir sino para afirmar su autoridad sobre los demonios y vencer a Satanás.
El sufrimiento principal de los condenados consiste en estar separados de Dios para siempre. Siendo Jesús Dios es imposible que Él pudiera estar separado de sí mismo. La frase que Él clamó en la cruz: “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has desamparado?” (Mt 27:46) expresa la sensación de abandono que experimentó en un momento de su pasión, no que estuviera separado de Dios.
5. Orígenes comenta: “Cristo, vencidos los demonios adversarios, llevó como botín de su victoria a quienes estaban retenidos bajo su dominio, presentando así el triunfo de la salvación, como está escrito: “Subiendo a lo alto, llevó cautiva a la cautividad.” (Ef 4:8).
6. Ireneo comenta: “El Señor descendió a los lugares inferiores de la tierra para anunciar el perdón de los pecados a cuantos creen en Él. Ahora bien, creyeron en Él cuantos ya esperaban en Él, es decir, quienes habían preanunciado su venida y cooperado a sus designios salvíficos: los justos, los profetas, los patriarcas.”

NB. Este artículo fue escrito el 24.09.96. Se publica por primera vez, revisado y ampliado con notas.

#709 (15.01.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 2 de diciembre de 2011

¿EXISTE EL INFIERNO? I

Por José Belaunde M.

Hubo una época en que en las iglesias y en reuniones al aire libre se predicaba mucho acerca del infierno y sobre el peligro de la condenación eterna que amenaza a los pecadores. Ese mensaje ha salvado a mucha gente. (Nota 1).
Cuando empezó a cambiar la mentalidad de la gente y la sociedad se volvió escéptica la prédica del infierno empezó a ser abandonada pues se consideró que más efectivo para atraer a los pecadores era predicar acerca del amor infinito de Dios para con ellos. Lo cual es naturalmente cierto en muchos casos.
Hoy día casi nunca se escucha predicar sobre el infierno. Sin embargo, es un tema que muchas almas extraviadas, y aún muchos cristianos tibios, necesitan oír para enderezar sus vidas. Teniendo en cuenta la creciente corrupción de costumbres que prevalece en la sociedad moderna, antes cristiana, el recuerdo de la condenación eterna puede ser una prédica salutífera, medicinal y oportuna.
Nadie duda de la conveniencia de hablar acerca del temor de Dios. Pero ¿qué cosa es el temor de Dios en parte sino temor de “Aquel que puede destruir alma y cuerpo en el infierno” como dijo Jesús? (Mt 10:28).
El Antiguo y el Nuevo Testamento tienen mucho que decir acerca del infierno, y Jesús habló mucho acerca de él, sin duda porque sin su sacrificio en la cruz la humanidad entera estaba condenada a ser echada por toda la eternidad en el lago de fuego y azufre del que habla el Apocalipsis. Eso nos hace comprender el inmenso valor y el gran beneficio que significó la salvación obrada por Él.
La palabra “infierno” viene del latín “infernus”, que significa “lugar oscuro debajo de la tierra”. Según la doctrina cristiana esa palabra designa en primer lugar el estado de tormento que sufren los ángeles que se rebelaron contra Dios siguiendo a Lucifer -es decir, los demonios- y los seres humanos que mueren sin arrepentirse de sus pecados. En segundo lugar designa el lugar al cual son confinados los demonios y los condenados. Todas las menciones que se encuentran en las Escrituras acerca del infierno son hechas en términos locales: horno de fuego (Mt 13:42); lago de fuego y azufre (Ap 20:14,15); abismo (Lc 8:31); tártaro (2P 2:4), término que RV60 traduce como infierno, pero que en la mitología griega designa el lago subterráneo en el que los malvados son castigados.
En tercer lugar el término “infierno” traduce en muchos casos la palabra hebrea Seol, que, como veremos enseguida, designaba en el Antiguo Testamento el lugar, situado en lo profundo de la tierra, a donde iban a parar los seres humanos al morir (Gn 37:35; Jb 14:13; Nm 16:32,33; Sal 55:15; Pr 9:18, etc.). (2).

LO QUE DICE EL ANTIGUO TESTAMENTO
La revelación de las verdades acerca del más allá fue progresiva. En el Antiguo Testamento el Seol designa a veces la tumba (Jb 17:13,14; Sal 16:10; Is 38:10); a veces el lugar donde residen las almas de los muertos como sombras en un estado de semi conciencia, (“tierra de tinieblas y sombras de muerte…de oscuridad, lóbrega… cuya luz es como densas tinieblas.” Jb 10:21,22). Ecl 9:10 dice que “en el Seol… no hay obra ni trabajo, ni ciencia ni sabiduría.” Tampoco hay memoria de Dios ni se le alaba (Sal 6:5; cf Sal 88:10-12; Is 38:18). (3).
Sin embargo, a partir de los profetas escritores (Isaías, Jeremías y los que los siguieron) el AT empieza a mostrar una perspectiva más clara de la vida futura. Por de pronto Ecl 11:9 habla de un juicio al final de la vida terrena, a lo que también alude Is 66:16 (cf Ez 33:20).
En el mismo capítulo Isaías habla de los hombres que se rebelaron contra Dios cuyo “gusano nunca muere ni su fuego se apagará” (Is 66:24), pasaje que Jesús cita en Mr 9:43-48, para referirse al castigo eterno. Ya el Sal 140:10 habla de los que “serán echados en el fuego, en abismos profundos de donde no salgan.”
Pero es el profeta Daniel quien anuncia claramente por primera vez en el AT la resurrección de los muertos, en que “unos serán despertados para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.” (Dn 12:2), noción que ya algunos pasajes de los salmos y profetas anteriores permitían vislumbrar (Sal 16:10; 49:15), como cuando Isaías 25:8 anuncia que Dios “destruirá a la muerte para siempre”; y Oseas 13:14 dice que Dios redimirá al hombre del Seol, pasaje que Pablo cita (1Cor 15:55).
Durante la época intertestamentaria empezó a delinearse la noción de que el Seol estaba dividido en dos secciones: una en el que los impíos eran atormentados (Sal 140:10) y otra en la que los justos eran consolados, lugar al que el evangelio de Lucas llama “el seno de Abraham” (Lc 16:22-26).
Esa noción está plasmada en los libros apócrifos (o deuterocanónicos), escritos entre el siglo II AC y el primer siglo de nuestra era, (Sabiduría de Salomón, Sirácida, Macabeos 1 y 2), y en los escritos llamados seudoepigráficos como el 1er libro de Enoc, Jubileos, Esdras 4, y el 2do Apocalipsis de Baruc, algunos de los cuales es probable que Jesús y los apóstoles conocieran (Ver Jd 14).
La Septuaginta traduce la palabra hebrea Seol por la palabra Hades, con que en la cosmología griega se designaba al mundo inferior donde moran todos los muertos, y en ese sentido la usa el libro de los Hechos (2:27-31). Pero hemos visto que Lucas la emplea como sinónimo del infierno, y en el mismo sentido la usa el Apocalipsis (1:18; 20:14).
Si bien es cierto que en el Antiguo Testamento la muerte y el Seol, o Hades, están bajo el dominio del diablo –imperio que Jesús destruyó al morir (Hb 2:14; 2Tm 1:10)- en su texto está claro que el Seol está al servicio de Dios. Es Él quien hace descender ahí (2Sm 2:6; Sal 55:23) y es Él quien hace subir de ahí figuradamente al hombre cuando lo libra del peligro de morir (Sal 86:13). Aun en el Seol está presente y reina Dios. (Sal 139:8).


LA REVELACIÓN PLENA DEL NUEVO TESTAMENTO
Nadie ha hablado con más frecuencia y elocuencia acerca de la realidad del castigo eterno que Jesús. ¿Estaría Él equivocado? ¿Exageraba, o tenía buenos motivos para hacerlo? Después de todo Él vino para librarnos de ese peligro al que estamos expuestos todos. Si Él se hizo hombre, sufrió y murió para salvarnos de la condenación eterna, es porque la amenaza del infierno es una cosa inminente y terrible, algo de lo que todo hombre sensato debe procurar escapar.
Veamos lo que dice Jesús acerca del infierno. Como preámbulo recordemos que el Precursor, Juan Bautista, al anunciar que detrás suyo vendría uno más poderoso que él, dice: “Su aventador está en su mano, y limpiará su era, y recogerá el trigo en su granero, y quemará la paja en fuego que nunca se apagará.” (Lc 3:17). Esa frase afirma que en el día del juicio Jesús separará la paja del trigo, es decir, guardará para sí a los que representan al buen grano, y entregará a los réprobos al fuego en que arderán eternamente.
Al hablar del pecado contra el Espíritu Santo, Jesús dice: “Cualquiera que blasfeme contra el Espíritu no tiene jamás perdón, sino que es reo de juicio eterno,” es decir, de condenación eterna (Mr 3:29). Asimismo Él dice dos veces: “Mejor es que se pierda uno de tus miembros, y no que todo tu cuerpo sea echado al infierno.” (Mt 5:28,29). Más adelante reitera dos veces ese principio afirmando: “Mejor te es entrar en la vida cojo o manco que, teniendo dos manos o dos pies, ser echado en el fuego eterno.” (Mt 18:8,9). Notemos dos características que vuelven una y otra vez en el discurso de Jesús acerca del infierno: en él arde un fuego, un fuego que nunca se apaga.
La palabra que en el texto original del Nuevo Testamento Jesús emplea de manera preferente en estos pasajes –y que suele traducirse como “infierno”- es el término “gehenna” que deriva de las palabras hebreas “ge” (tierra o valle) y “hinnom” (4). La palabra gehenna designaba a la quebrada o valle angosto situado al Sur de Jerusalén, en el que los idólatras, especialmente en tiempos de los reyes impíos Acaz y Manasés, sacrificaban a sus hijos al abominable dios Moloc, haciéndolos pasar por el fuego (2R 16:3; 21:1-6; 23:10; 2Cro 28:3; 33:6; Jr 19:5;32:35). ¡A qué extraños extravíos puede llevar el diablo a los que se entregan en sus manos! En tiempos posteriores el lugar vino a ser conocido como el “Valle de Tofet” (escupitajo). El rey Josías profanó el valle echándole huesos quemados se seres humanos y lo convirtió en el botadero de la ciudad donde la basura era quemada y ardía constantemente (Jr 7:31-34; 19:1). Por ese motivo la gehenna se convirtió para los judíos en un símbolo del castigo eterno que algunos identifican sin motivo con el “valle de Josafat” del que habla el profeta Joel (3:12), y donde tendría lugar el juicio futuro (Is 30:32,33).
En cinco ocasiones en el evangelio de Mateo, y en una en el de Lucas, Jesús habla del “horno de fuego en que será el llanto y el crujir de dientes.” (Mt 13:42,50; 22:13; 24:51; 25:30; Lc 13:28). Si lo repite tantas veces es para subrayar la importancia que tiene para el hombre tener esa verdad siempre presente y no olvidarla. ¿La descuidaríamos nosotros echándola al olvido, haciendo caso omiso de sus advertencias? ¿No se la recordaremos a aquellos que están en peligro de sufrir ese terrible destino?
Ya hemos mencionado ese pasaje en que Jesús dice que no debemos temer “a los que matan el cuerpo mas el alma no pueden matar; temed más bien a Aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt 10:28), donde, como dice Jesús en otra parte, citando a Isaías, “el gusano no muere y el fuego nunca se apaga.” (Mr 9:44), refiriéndose a dos aspectos del sufrimiento que se padece en el infierno: el gusano del remordimiento, y un fuego ardiente cuya naturaleza no podemos comprender.
Se ha cuestionado el carácter perpetuo de la condenación del infierno, pero al final de la escena del juicio de las naciones, que Jesús predice que ocurrirá cuando Él vuelva a la tierra, Él declara: “E irán éstos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.” (Mt 25:46). El paralelismo de ambas frases nos muestra que en ambas el adjetivo “eterno/a” (aionios en griego) es usado en sentido literal. Si la recompensa es perpetua, el castigo también lo es.


¿QUIÉNES VAN AL INFIERNO?
Al comienzo de su evangelio Juan comenta: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” (Jn 3:36), es decir, se condena, a menos que crea y se arrepienta antes de morir, porque el destino eterno de la persona se decide en ese momento.
En su confrontación con sus opositores Jesús les dice: “Yo me voy y me buscaréis; pero en vuestro pecado moriréis.” –entiéndase: “porque no creéis en mí.”- (Jn 8:21). El que muere en pecado, e.d. sin arrepentirse, se condena irremediablemente. Y enseguida añade: “a donde yo voy, vosotros no podéis venir.” A donde Él va, esto es, al cielo, que está cerrado para los que lo rechazan. Como sólo hay dos destinos finales posibles para el hombre, el que no entra al cielo, se va al infierno.
Más adelante Jesús dirá: “El que no permanece en mí, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen y los echan en el fuego y arden.” (Jn 15:6). El que no permanece en Él es el que habiendo escuchado la palabra y creído en ella, no persevera sino que vuelve atrás, esto es, al mundo. Ése tal se condena.
Por su lado, el apóstol Pablo en repetidos pasajes habla de la condenación eterna. Él advierte que los que hacen las obras de la carne “no heredarán el reino de Dios.” (Gal 5:19-21), esto es, por implicancia, se condenan. El mismo mensaje se repite en 1Cor 6:9,10 y Ef 5:5. Él subraya claramente la oposición que existe entre salvarse y condenarse (2Cor 2:15,16), y afirma que los que no “obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo (e.d. los que no creen)… sufrirán pena de eterna perdición.” (2Ts 1:8,9).
A su vez el apóstol Pedro anuncia la condenación eterna de los falsos profetas que seducen a la gente con sus doctrinas equivocadas (2P 2:1-3,12). ¡Y cuántos de esos hay en nuestros días! No saben lo que les espera.
Acerca del mundo tal como lo conocemos y del futuro que le espera, él escribe: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas.” (2P 3:10).
En el día del juicio los cielos y la tierra serán renovados, pero no para bien de los que se condenan, los cuales afrontarán el destino que ellos mismos eligieron para sí: “Pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos.” (2P 3:7). ¡Cómo no hemos de sentir pena por ellos y advertirles adónde les lleva el camino que siguen ciegamente! El profeta Ezequiel nos advierte de parte de Dios que es nuestro deber amonestar a los pecadores para que se arrepientan, y que si no lo hacemos, y ellos se pierden porque callamos, Él demandará su sangre de nuestro mano (Ez 3:18).
Sin embargo, hemos de tener muy claro que si bien Dios creó el infierno para castigo de Lucifer y de sus huestes, y de todos aquellos extraviados que siguen sus caminos, el mismo apóstol Pedro escribió que Dios no quiere que “ninguno se pierda, sino que todos vengan al arrepentimiento.” (2P 3:9). (5).
Notemos también que, pese a su corta extensión, la epístola de Judas advierte dos veces acerca del peligro de la condenación eterna (Jd 7,13).
Pero las palabras más contundentes acerca del castigo eterno se encuentran en el libro del Apocalipsis, que “contrasta la victoria de Cristo en la Jerusalén celestial con la condenación de los que son arrojados al lago de fuego y azufre”, (R. Garrigou-Lagrange) evento al que el libro llama “la muerte segunda”. Es decir, hay una muerte física del cuerpo, que es la primera muerte, a la que todos estamos destinados, y una segunda muerte, mucho más terrible que la primera, porque es irrevocable e irreversible, pero que no es para todos, sino sólo para los que se niegan a aceptar la gracia de la salvación.
“Y el tercer ángel los siguió diciendo: Si alguno adora a la bestia y a su imagen (e.d. a Satanás)… él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre…y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos.” (Ap 14:9-11). El destino terrible de los que se condenan es contrastado con el de los que se salvan: “Bienaventurados…los muertos que mueren en el Señor. Sí, dice el Espíritu, descansarán de sus trabajos, porque sus obras les siguen.” (vers. 13).
Más adelante el libro dice: “Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos según lo que estaba escrito en los libros, según sus obras. Y el mar entregó a los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron a los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida, fue lanzado al lago de fuego.” (Ap 20:12-15).
Creo que estas citas son suficientes para hacernos comprender la tremenda realidad del infierno, y la necesidad de que todos los seres humanos escuchen el mensaje del Evangelio para que, por el poder de la sangre de Cristo, puedan ser librados del peligro de caer ahí y de ser desterrados para siempre de la presencia de Dios, lo cual es el más terrible de todos los castigos y la mayor de todas las torturas que puede sufrir el hombre.

Notas: 1. Un ejemplo clásico es el famoso sermón de Jonathan Edwards “Los pecadores en manos de un Dios airado”, pronunciado durante el primer avivamiento de Nueva Inglaterra, a mediados del siglo XVIII.
2. Vale la pena notar que la noción de un lugar donde residen los muertos y son castigados, es común a muchos pueblos y religiones de la antigüedad y formaba parte de la cosmología de los egipcios y de los griegos.
3. En Ef 4:9 hay una alusión a esta concepción antigua del Seol cuando se dice que Cristo descendió “a las partes más bajas de la tierra”, esto es, a la morada de los muertos, y que el llamado “Credo de los Apóstoles” recoge: “…descendió a los infiernos…”.
4. Más propiamente ge ben-hinnom (valle del hijo de Hinnom: Jos 15:8; 18:16; 2Cro 33:6; Jr 19:2; Jr 32:35), llamado a veces ge bené-Hinnom (valle de los hijos de Hinnom: 2Cro 28:3), que Jeremías profetizó que sería llamado “Valle de la Matanza” (Jr 19:6).
5. El descenso de Jesús al infierno, (que menciona el Credo de los Apóstoles), tomado en el sentido de la sección superior del Hades, esto es, el seno de Abraham, donde los justos son consolados, es una prueba de que Él asumió plenamente nuestra condición humana (Is 53:8,9; 1Cor 15:3,4; 2Cor 5:14). Él descendió al Hades como lo hacen todos los seres humanos, salvo que, en su caso particular, Él lo hizo además para predicar a los muertos que estaban ahí temporalmente confinados en espera de la redención (1P 3:18-20).

NB. El tema de la condenación eterna es un asunto delicado y complejo, pero ineludible. Voy a dedicar a sus diferentes aspectos unos tres o cuatro artículos adicionales, que serán publicados paulatinamente.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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