LA VIDA Y LA PALABRA
Por
José Belaunde M.
CUANDO MUERE EL IMPÍO,
PERECE SU ESPERANZA
Un Comentario de
Proverbios 11:7 al 11
7. “Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza; y la expectativa
de los malos perecerá.” (Nota).
Por implicancia la esperanza
del justo no perece al morir. La esperanza del impío está
limitada a este mundo, lo que contrasta con el justo, que sabe que su esperanza
trasciende esta vida y no perece, porque
será recompensada con creces en el más allá.
Aquí faltaría la frase de
paralelismo antitético que contraste con el primer estico: “Pero la muerte no
anula la esperanza de los justos, sino al contrario, la colma”.
¿Por qué perece la esperanza del impío cuando muere? Porque
sólo en esta vida puede él esperar alcanzar lo que desea, mientras que detrás
de la muerte le espera un destino triste.
¿En qué consiste la esperanza del impío? En larga vida, en más
riquezas y en mayor prosperidad; en más honores, y en gozar de más placeres, de
más afectos, de más amistades, de más satisfacciones, y en general, de cosas
que sólo se obtienen en esta vida. Pero cuando muere el impío no sólo su propia
esperanza y expectativa perecen, perece también la de aquellos que dependían y
confiaban en él.
Un ejemplo claro de cómo perece la esperanza del impío
cuando muere lo expone Jesús en la parábola del rico insensato que, habiendo
tenido varias cosechas abundantes, se dice a sí mismo: “Tienes muchos bienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe
y regocíjate. Pero Dios le dijo: Esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que
has provisto, ¿de quién será?” (Lc 12:19,20) Por eso dice acertadamente otro proverbio: “No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué dará de sí el
día.” (Pr 27:1).
Los hombres hacemos grandes planes para nuestro futuro
estimulados por el éxito de que hemos gozado hasta el momento, pero si la
muerte nos sorprende cuando menos lo esperamos ¿a dónde van a parar todos
nuestros proyectos? A la tumba junto con nuestros restos mortales. ¿Es duro
recordarlo? No. Es necesario, porque ¡qué terrible será la sorpresa del impío
cuando al morir se encuentre en medio de las llamas del infierno cuya
existencia negaba! Mejor es que esté advertido (cf Sir 41:8,9).
La continuación lógica no
expresada de este versículo sería: Mas cuando muere el justo su esperanza
permanece, o se realiza. (cf Pr 10:28). En términos semejantes completa la
Septuaginta este pensamiento. La Biblia de Jerusalén traduce el segundo estico
así: “la confianza en las riquezas se
desvanece”. Jb 8:13b dice algo semejante.
Con la muerte del impío muere su
esperanza, porque él no espera nada más de allá de la muerte, pues piensa que
no hay nada (Pr 10:29).
Este proverbio claramente apunta
hacia la vida eterna. Si dice que la esperanza de los impíos perece cuando
mueren es porque hay otros cuya esperanza no perece cuando mueren, como ya
hemos sugerido, esto es, cuya esperanza no es defraudada al morir, sino que se
revela justificada, porque hay una recompensa eterna. En cambio, todo lo que el
impío ateo espera de bueno se cumple en esta vida. Por eso la muerte es el fin
de su esperanza, aunque no se resigne a ella. Pero si aun siendo impío cree que
hay vida más allá de la muerte, y cifra su esperanza en ella, será defraudado,
porque no recibirá el premio que en su engaño creía que recibiría, sino lo
contrario, el castigo que merecen sus obras, como dice claramente Job: “Porque ¿cuál es la esperanza del impío, por
mucho que hubiere robado, cuando Dios le quitare la vida?”. (27:8).
Jesús dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.”
(Mt 6:19,20). Es mejor invertir nuestros esfuerzos en el más allá, porque
los bienes materiales que alcancemos en la vida presente se esfumarán en la
muerte, y nada podremos llevarnos, ni los necesitaremos.
Con mucha razón David escribió: “No temas cuando se enriquece alguno, cuando
aumenta la gloria de su casa; porque cuando muera no llevará nada, ni
descenderá tras él su gloria.” (Sal 49:16,17). ¿Habrá alguien que pueda
decir al llegar al otro mundo: Yo he sido tal y tal cosa en la tierra. Exijo
que se me trate con la consideración debida a mi rango?
8.
“El justo es librado de la tribulación;
mas el impío entra en lugar suyo.”
Cuando
la tribulación amenaza el justo es librado de ella por la mano de Dios, quien “en su lugar pone al malvado”. (Versión “Dios Habla Hoy”, c.f.21:8). Eso fue lo que
ocurrió con Amán, que fue colgado en la horca que él había preparado para
Mardoqueo (Est 7:10); y con los acusadores de Daniel, que fueron echados al
pozo donde antes habían echado a Daniel, que no sufrió ningún daño porque un
ángel lo libró de las fauces de los leones (Dn 6:23,24). Y también con el
apóstol Pedro, que estaba en la cárcel esperando ser ajusticiado después de la
Pascua, cuando un ángel lo libró milagrosamente de sus cadenas. Enfurecido el
rey Herodes Agripa mandó matar a los soldados que lo custodiaban como si ellos
tuvieran la culpa (Hch 12:4,6-19).
La rectitud permite
escapar de la trampa, pero la impiedad hace caer en ella. Por eso es bueno
recordar lo que dice el salmo 34:19: “Muchas
son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará Jehová.” Y
asentir con Isaías: “Daré pues hombres
por ti, y naciones por tu vida” (43:4b).
9. “El hipócrita con la boca daña a su prójimo; mas los justos son
librados con la sabiduría.”
La boca es el arma
preferida de los malévolos e intrigantes. Sin embargo, Dios le dio al hombre la
boca para que con su lengua hiciera el bien, trayendo paz donde hubiere
conflictos, consuelo donde hubiere pena, confortando al atribulado y
aconsejando al que lo necesite. No para hacer daño. La boca es pues un arma de
doble filo, según quién y para qué la emplee.
¿Cómo empleas tú tu boca? ¿Para hacer el bien, o para hacer
daño? ¿Son tus palabras agradables de oír para los que las escuchan, o les
quitan la paz y los atormentan? ¿Fomentan la concordia, o la división? ¡Cuántas
palabras ociosas, o dañinas, habremos pronunciado en nuestra vida, de las que
algún día deberemos dar cuenta! (Mt 12:36).
En lugar de “hipócrita” algunos
autores prefieren aquí “impío”, el cual con su boca necia, carente de
sabiduría, daña a su prójimo. ¿Cómo lo hace? Intrigando, mintiendo,
calumniando, insultando. Al respecto escribe Santiago: “La lengua es un fuego, un mundo de maldad… Está puesta entre nuestros
miembros y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella
misma es inflamada por el infierno.” (3:6) La lengua contamina todo el cuerpo, porque quien la usa mal
mintiendo se llena del mal que profiere, y puede llegar hasta enfermarse por el
veneno que pronuncia. Él dice “inflama la
rueda de la creación…”, por las perturbaciones que la lengua con sus
mentiras e intrigas causa. De ello tenemos varios ejemplos en la Biblia: Amán,
que con su maledicencia casi logra que se destruya en un solo día al pueblo
judío que vivía en Persia (Est 3:8-12).
Siba, el perverso criado de
Mefiboset, que obtuvo que David le otorgara todos los bienes de su amo, al que
había calumniado (2Sm 16:1-4), aunque el despojo fue después parcialmente
rectificado por el rey (2Sm 19:24-30).
Jesús nos advirtió contra los falsos
profetas, que vendrán como lobos rapaces vestidos de ovejas para devorar al
rebaño si el pastor se descuida (Mt 7:15). El apóstol Pedro también nos previno
contra los falsos profetas y maestros que con sus palabras fingidas y
halagüeñas tratarán de introducir herejías en la iglesia, pervirtiendo las
buenas costumbres (2P 2:1-3). ¿Cómo pueden los fieles ser librados de estos
agentes de Satanás? Mediante el Espíritu Santo y el conocimiento de Dios y de
su palabra, que los arma como una coraza contra las artimañas del maligno. Por
algo nos exhorta Pedro: “Añadid a vuestra
fe virtud; a la virtud, conocimiento.” (2P 1:5).
Pero el justo que fue dañado se
libra de ese perjuicio mediante la sabiduría que le da su justicia, la cual se
expresa a través de la boca. Aquí pues se contraponen boca y boca, necedad y
sabiduría. (cf Pr 18:21)
Una de las maneras cómo el hipócrita
puede causar daño al justo es mediante la lisonja, no sólo con el chisme o la
calumnia, que es más insidiosa (cf 29:5). Pero el justo es librado de todo ello
con la sabiduría que le da el temor de Dios (Sir 19:18), la cual le otorga el
don de una mirada que penetra en el corazón de los impíos descubriendo sus dobleces.
De ahí que Isaías diga a los impíos: “Tomad
consejo, y será anulado; proferid palabra, y no será firme, porque Dios está
con nosotros.” (8:10). Si está con nosotros no está con ellos.
Los dos proverbios siguientes están
íntimamente relacionados y suelen comentarse juntos. De hecho, la Septuaginta
suprime la segunda línea del versículo 10 y la primera del vers. 11,
construyendo un nuevo proverbio cuyo sentido, según Delitzsch, es: “Por las
bendiciones y oraciones piadosas del recto la ciudad se alza siempre a una
mayor eminencia y prosperidad; mientras que, al contrario, las habladurías
engañosas, arrogantes y blasfemas del impío la arruinan.”
10. “En el bien de los justos la ciudad se
alegra; mas cuando los impíos perecen hay fiesta.”
Este proverbio antitético
expresa una verdad doble que es más que obvia. Comencemos por la primera. Los
pueblos reconocen y aprecian la rectitud de los hombres, porque en ellos ven un
ejemplo y un modelo a seguir. Cuando el justo alcanza una posición de
autoridad, saben que va a actuar de una manera precisamente justa, y que no
abusará del poder que se le otorgue. En cambio ¡cuánto tienen que sufrir por
las arbitrariedades y abusos del impío! El malvado deja a su paso un reguero de
lamentos, injurias e insultos. Aunque a veces sepa disimular, su accionar tiene
siempre consecuencias negativas. Por eso cuando desparecen los impíos la gente
da un suspiro de alivio. Ya no están más en condiciones de hacer daño.
Pero es notable que aun los impíos
admiren al justo, como ocurría con el rey Herodes, el Tetrarca, que protegía a
Juan Bautista de los malos designios de Herodías, a pesar de que Juan lo
acusaba de adulterio por haber tomado a la mujer de su hermano. La Escritura
dice que se quedaba perplejo oyéndolo, “pero
lo escuchaba de buena gana.” (Mr 6:20). No obstante, lo hizo decapitar,
satisfaciendo el capricho de Salomé, impulsada por Herodías (Mt 14:6-11).
Cuando los justos ocupan cargos de
autoridad la población se alegra, como dice Pr 29:2a, porque saben que los
asuntos públicos serán administrados de manera sabia y honesta. Eso sucedió cuando Mardoqueo fue
investido de autoridad, sucediendo al impío Amán (Est 8:15).
¡Cuánto bien le hizo el rey Ezequías
a su pueblo gobernando con justicia, y restableciendo el culto del templo que
había sido descuidado! (2Cro 29). ¡O el sacerdote Joaiada que, mientras vivió,
ejerció una buena influencia en el rey Joas que él había hecho colocar de niño
en el trono! (2Cro 23:3-24:2) ¡Y cuánta falta le hizo después cuando murió, y
los príncipes retornaron al culto de los ídolos!
Y mucho antes que ellos ¡cuánto bien
le hizo a su pueblo el rey Salomón gobernando con la sabiduría que le había
pedido a Dios, antes de que su corazón se corrompiera! (1R 11:4-8).
La ciudad se alegra en el bienestar
del justo y en la muerte del impío, porque los impíos, cuando gobiernan, hacen
daño a la población y cometen grandes injusticias. Por ello el pueblo gime (cf
Pr 29:2b) y “tienen que esconderse los
hombres” porque son perseguidos (28:12b, 28a). ¡Qué bueno es que nosotros
vivamos siendo deseados por todos, y que muramos siendo lamentados!
En el Haiti del dictador Duvalier, y
del presidente Aristide, hace dos décadas, la partida del primero alegró al
pueblo, pero el regreso del segundo aún más. El primero presidió un régimen de
terror y de opresión, mientras que el segundo representaba la esperanza de la
consolidación de la democracia y del cese de los abusos. (Véase Sir 10:1-3).
11. “Por la bendición de los rectos la ciudad
será engrandecida; mas por la boca de los impíos será trastornada.”
¿Por la bendición que
pronuncian los rectos, o por la bendición que les viene? Para estar de acuerdo
con la segunda línea, sería lo primero. De hecho
la boca del recto bendice a la ciudad y promueve su progreso, mientras que el
impío la trastorna.
La presencia de personas rectas es
una bendición para la ciudad, no sólo porque la hacen prosperar y hacen que la
población se alegre, sino porque atraen la bendición de Dios sobre ella. (cf Pr 29:2a). En
cambio los agitadores y los demagogos
desatan el caos: “Los hombres
escarnecedores ponen la ciudad en llamas” (29:8a).
La historia nos muestra que cuando gobiernan los justos reina la justicia y las
ciudades prosperan, mientras que cuando los impíos gobiernan se cometen toda
clase de abusos, la gente emigra y la economía decae. Esto lo estamos viendo en
un país de nuestro continente que antes gozaba de gran bonanza, pero donde hoy
la gente padece por todo tipo de carencias, y sufre incontables atropellos.
Este proverbio opone la boca del
recto a la boca del impío. El primero bendice a su ciudad y atrae beneficios
sobre ella (cf 14:34; 28:12a). La boca del segundo, en cambio, no sólo profiere
maldiciones, sino que también habla mentiras y palabras de odio que enardecen
los ánimos; y encima de ello, pronuncia sentencias injustas que provocan la
reacción indignada de los afectados. Todo ello nos recuerda otro proverbio que
dice: “La muerte y la vida están en el
poder de la lengua.” (18:21a) El progreso y el bienestar de la sociedad es
promovido por las palabras que pronuncian los rectos, que influyen
favorablemente en el ánimo y actitudes de la población, promoviendo la paz y la
concordia con sus buenos consejos y sus oraciones (Jr 29:7). En cambio, los
chismosos, los revoltosos y los demagogos con sus palabras mentirosas
trastornan la vida de la población, provocando desórdenes que con frecuencia
causan víctimas mortales.
Nota: La Septuaginta traduce la primera línea así: “Cuando muere el hombre recto su esperanza
no se desvanece,” en claro contraste con la segunda.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt
16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la
presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle
perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los
pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no
merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente
muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname,
Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y
gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#945 (02.10.16).
Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia
1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución
#003694-2004/OSD-INDECOPI).
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