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viernes, 27 de octubre de 2017

EL DESEO DE LOS JUSTOS ES SOLAMENTE EL BIEN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL DESEO DE LOS JUSTOS ES SOLAMENTE EL BIEN
Un Comentario de Proverbios 11:23-26
23. “El deseo de los justos es solamente el bien; mas la esperanza de los impíos es el enojo.”
En este proverbio el deseo y la esperanza están contrastados. ¿En qué forma están ambos conectados? En que el deseo, una vez concebido en el alma, se convierte en esperanza de alcanzar lo deseado. Parafraseando a un autor del pasado diríamos que los deseos son las alas del alma que la llevan hacia aquello que ama, y no descansará hasta que lo consiga.
Los deseos del justo sólo pueden ser buenos porque todo su ser está orientado hacia el bien, y es Dios quien los inspira (Sal 37:4). El justo sólo desea el bien para otros, y no se resiente de lo que otros y no él recibe, porque sabe que en todo Dios es justo. Él no desea el mal a nadie, ni siquiera a sus enemigos. Si un pensamiento malo le cruza la mente inmediatamente lo aleja de sí, mientras que con el impío sucede lo contrario. Él se deleita en pensar y desear el mal para otros, sin saber que al desear el mal, lo atrae a sí, y que puede sobrevenirle lo que él deseó para otros.
Como desea sólo el bien, el justo puede decir que el Señor es la porción de la herencia que le ha tocado, y que, en verdad, es más deleitosa que ninguna otra, y que nada se compara con ella. Por eso el salmista exclamó: “El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa… Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos (1) y es hermosa la heredad que me ha tocado.” (Sal 16:5,6; cf Sal 73:25).
El desear sólo el bien trae consigo una gran recompensa: poseer y ser poseído por Dios, de modo que sólo se viva para Él (Rm 14:8).
En cambio, la esperanza (algunas versiones dicen la expectativa) del impío es enojo, esto es, disgusto, molestia, fastidio, porque al oponerse siempre a los planes y deseos de Dios, eso es lo que recibe.
Hay un episodio en el libro de Números que ilustra muy bien el mensaje de este proverbio. Durante su marcha por el desierto llegó un momento en que el pueblo hebreo se hartó de comer sólo el maná que caía del cielo cada mañana, y deseó comer carne. Entonces se quejaron a Dios de mala manera, diciendo que mejor les iba cuando vivían como esclavos en Egipto y podían comer de todo (Nm 11:4-6). En respuesta a su queja malagradecida Dios les dijo que puesto que tanto la deseaban ellos comerían carne hasta hartarse (11:18-20). Mandó entonces Dios un viento que trajo codornices del mar en gran número. No bien había comenzado el pueblo a comerlas cuando vino sobre ellos una plaga que causó la muerte de muchísimos de ellos (11:31-33; cf Sal 105:40).
No obstante, F. Delitzsch sugiere que la palabra hebrea ebra debe traducirse no como “enojo”, como hace nuestra versión, sino como “presunción”, de modo que mientras que el deseo de los justos es sólo el bien, la esperanza de los impíos está basada en las sugerencias de su presunción y es, por tanto, vano auto engaño.
            El versículo entero puede también interpretarse en el sentido de las consecuencias: el justo cosechará el bien como fruto de sus aspiraciones, mientras que la recompensa que el impío espera se frustrará, porque incluso cuando trata de hacer el bien, no lo hace rectamente.
Los tres proverbios siguientes (11:24,25,26) contraponen la generosidad con el egoísmo. El que reparte generosamente (v. 24) es el que se inspira en el carácter de Dios, que es generoso por naturaleza, y se goza en bendecir a sus criaturas. El que sacia las necesidades ajenas (v. 25) –que pueden ser muchas y de diversa índole- verá que las suyas son saciadas por canales de provisión inesperados.
Hay algunos que en su egoísmo todo lo quieren para sí y se apropian de lo que no es suyo –como podría ser de la calle o de la vereda, que son lugares públicos- pero cuya codicia suscita el rechazo de sus vecinos y, por último, de la sociedad entera. Todo lo quieren para sí, pero nadie los quiere tener por amigos. Terminan aislados de todos.
Nosotros vemos con frecuencia que el dadivoso es amado por todos, mientras que el tacaño es odiado. La razón es clara: el primero hace felices a muchos; el segundo es causa de mucho sufrimiento ajeno.
24. “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza.”
Jesús pudo haberse inspirado en este versículo al decir: “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosante darán en vuestro regazo.” (Lc.6:38)
            Ser generoso es buen negocio; y malo ser tacaño, porque el amarrete, aunque sea rico, vive como pobre.
            El que reparte participa del espíritu de Dios que es generoso en distribuir sus bendiciones, y en hacer prosperar a los justos (Dt 28:1-14), y por eso cuanto más da, más tiene. La semilla que siembra en los campos de la vida haciendo el bien, le produce un retorno generoso con el cual él llena sus graneros (Gal 6:9). Como se dice en 2Cor 9:6: “El que siembra generosamente, generosamente también segará.”
            El que honra al Señor con sus bienes recibirá con seguridad una cosecha abundante (Pr 3:9,10), pero también el que da a los pobres, porque Dios cuida de ellos (19:17).
            Hay quienes desperdician sus recursos en forma descuidada, y en pecado, amando el deleite, como el hijo pródigo (Lc 15:13,14). El fruto que cosechen será pobreza y necesidad (Pr 21:17).
            El que predica la palabra de Dios y la dispersa por el mundo generosamente, hallará que su conocimiento y entendimiento (que no son lo mismo) espiritual aumentará en la medida en que otros participan de él. En cambio, el que no comparte lo que sabe, pretendiendo reservarlo para sí y obtener una ganancia con lo que recibió por gracia, experimentará una pérdida.
            En el campo de la economía de Dios parece que rigiera una ley paradójica: El que reparte con generosidad verá que sus recursos no disminuyen sino, al contrario, aumentan; mientras que el que retiene para sí todo lo que puede, en lugar de enriquecerse como espera, empobrece. Un epitafio antiguo ilustra lo dicho: “Lo que gastamos, teníamos; lo que ahorramos, lo perdimos; lo que dimos, eso tenemos.”
            El principio enunciado por este proverbio tiene una aplicación práctica en el campo de los impuestos sobre las ventas que retienen las autoridades porque, cuando son excesivos, ahogan la actividad económica y el país empobrece.
            ¿Quién es el que retiene más de lo debido? El que no paga el precio justo por lo que compra, o el que vende usando una pesa falsa (Pr 11:1), o el que niega su ayuda al necesitado pudiendo darla. De esa clase de personas ha dicho el profeta: “Pues así ha dicho el Señor de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis…” (Hag 1:5,6). (2)
25. “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.”
El original hebreo dice: “el alma de bendición.” Podríamos comentar: el alma que bendice, será a su vez bendecida. Este proverbio de paralelismo sinónimo es un comentario, o elaboración, de la primera línea del proverbio anterior, y confirma el mensaje de Pr 11:17.
            Isaías contiene una promesa maravillosa para el que parte su pan con el hambriento, y alberga en su casa a los pobres errantes, y cubre además la desnudez de su hermano: “Entonces nacerá tu luz como la aurora, y tu salvación se dejará ver pronto, e irá tu justicia delante de ti, y la gloria del Señor será tu retaguardia.” (58:8).  Ya desde el Sinaí Moisés conminó al pueblo a ser generoso (Ex 22:25-27; Lv 25:35-37).
            En una de sus homilías Juan Crisóstomo cita algunos proverbios orientales sobre la mayordomía del dinero que contienen interesantes enseñanzas: “Las riquezas del bueno son como el agua vertida en un campo de arroz.” “Los buenos, como las nubes, reciben sólo para dar.” “Los ríos no beben su propia agua, ni los árboles comen sus propios frutos.”
            En la New King James Version se lee: “El que riega a otros, será también regado.” El que lleva a otros el agua de la palabra (Ef 5:26) será abundantemente bendecido porque “de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn 7:38). Regar los campos de la viña del Señor es parte del trabajo del ministro del Evangelio, en el cual a cada uno le toca una parte asignada por Dios, tal como escribió Pablo: “Yo planté, Apolos regó…” (1Cor 3:6). Los que lleven a cabo el trabajo de esparcir y cultivar la buena semilla en otros serán a su vez refrescados, confortados, y recompensados generosamente por Dios. Como dice el Targum judío: “El que enseña, él también aprenderá.” El Espíritu Santo será su maestro.
26. “Al que acapara el grano, el pueblo lo maldecirá; pero bendición será sobre la cabeza del que lo vende.”

Este proverbio nos muestra que ya en esos tiempos antiguos había especuladores que aprovechaban la escasez de trigo, o de otros cereales, para enriquecerse, comprando a los campesinos sus cosechas a bajo precio, y reteniéndolas para crear de esa manera una escasez artificial que hacía elevar los precios. Es un principio básico de la economía que cuando la oferta es escasa, la demanda hace que los precios suban.
Como es natural, los que seguían esa política eran odiados por el pueblo (como lo son también ahora) porque explotaban el hambre; mientras que los que obraban de manera contraria, es decir, vendían, eran amados.
En el libro del Génesis tenemos el claro ejemplo de lo segundo en José, que sugirió al faraón que se reservara en depósitos apropiados la quinta parte de la cosecha que se recogiera durante los siete años de abundancia anunciados, para poder vender el trigo almacenado durante los siete años en que las cosechas serían escasas, de modo que no hubiera hambre. Y él mismo, por su sabiduría, fue encargado de llevar a cabo esa política prudente (Gn 41:34-36; 46-49).
Notemos que dice que hay bendición no sobre el que regala el grano, sino sobre el que lo vende, porque es normal que el comerciante tenga una ganancia razonable. Pero el acaparador quiere maximizar su beneficio a todo costo, sin importarle el sacrificio que su actitud impone a otros. El profeta Amós denunció severamente esa política, mencionando de paso a los que achican la medida, suben los precios y falsean la balanzas (8:4-6).
Ch. Bridges señala que la maldición viene del pueblo, pero que la bendición viene de arriba. Y agrega que al que subordina su propio interés al bien común, le vendrán bendiciones sobre su cabeza (Pr 10:6).
¿Pero es el clamor por el pan de vida tan grande como el clamor por el pan que perece? Si el que retiene el segundo es maldito, con mucho mayor motivo debe serlo el que retiene el primero. Y si vienen bendiciones sobre el que vende el grano material ¡con cuánto mayor motivo debe haberlas sobre el que reparte generosamente el grano que da vida al espíritu! Imitando a Isaías proclamaremos: “¡Venid y comprad ese pan sin dinero y sin precio!” (cf 55:1).
¡Cuánto daño hacen los que retienen las palabras que pueden dar vida a los que están muertos en sus delitos y pecados! (Ef 2:5) Con su silencio condenan a muchos al fuego eterno, que podrían ser salvos si se les predicara y nacieran de nuevo. No seamos nosotros de ellos, sino repartamos generosamente en torno nuestro la palabra de vida que hemos recibido.
Notas: 1. Estas palabras son una alusión al método que se empleaba entonces, mediante cuerdas o cordeles, para marcar el límite de las tierras cuando se repartían.
2. Es cierto que esas palabras fueron pronunciadas en una situación diferente –el desgano del pueblo para empezar la reconstrucción del templo de Jerusalén después del retorno del exilio- pero también son aplicables al descuido en hacer lo que sabemos que Dios espera de nosotros.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#951 (13.11.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

martes, 8 de agosto de 2017

CUANDO MUERE EL IMPÍO, PERECE SU ESPERANZA

LA VIDA Y LA PALABRA
                                                                                                       Por José Belaunde M.
CUANDO MUERE EL IMPÍO, PERECE SU ESPERANZA
Un Comentario de Proverbios 11:7 al 11
7. “Cuando muere el hombre impío, perece su esperanza; y la expectativa de los malos perecerá.” (Nota).

Por implicancia la esperanza del justo no perece al morir. La esperanza del impío está limitada a este mundo, lo que contrasta con el justo, que sabe que su esperanza trasciende esta vida y no perece, porque será recompensada con creces en el más allá.
            Aquí faltaría la frase de paralelismo antitético que contraste con el primer estico: “Pero la muerte no anula la esperanza de los justos, sino al contrario, la colma”.
¿Por qué perece la esperanza del impío cuando muere? Porque sólo en esta vida puede él esperar alcanzar lo que desea, mientras que detrás de la muerte le espera un destino triste.
¿En qué consiste la esperanza del impío? En larga vida, en más riquezas y en mayor prosperidad; en más honores, y en gozar de más placeres, de más afectos, de más amistades, de más satisfacciones, y en general, de cosas que sólo se obtienen en esta vida. Pero cuando muere el impío no sólo su propia esperanza y expectativa perecen, perece también la de aquellos que dependían y confiaban en él.
Un ejemplo claro de cómo perece la esperanza del impío cuando muere lo expone Jesús en la parábola del rico insensato que, habiendo tenido varias cosechas abundantes, se dice a sí mismo: “Tienes muchos bienes guardados para muchos años; repósate, come, bebe y regocíjate. Pero Dios le dijo: Esta noche vienen a pedirte tu alma; y lo que has provisto, ¿de quién será?” (Lc 12:19,20) Por eso dice acertadamente otro proverbio: “No te jactes del día de mañana, porque no sabes qué dará de sí el día.” (Pr 27:1).
Los hombres hacemos grandes planes para nuestro futuro estimulados por el éxito de que hemos gozado hasta el momento, pero si la muerte nos sorprende cuando menos lo esperamos ¿a dónde van a parar todos nuestros proyectos? A la tumba junto con nuestros restos mortales. ¿Es duro recordarlo? No. Es necesario, porque ¡qué terrible será la sorpresa del impío cuando al morir se encuentre en medio de las llamas del infierno cuya existencia negaba! Mejor es que esté advertido (cf Sir 41:8,9).
La continuación lógica no expresada de este versículo sería: Mas cuando muere el justo su esperanza permanece, o se realiza. (cf Pr 10:28). En términos semejantes completa la Septuaginta este pensamiento. La Biblia de Jerusalén traduce el segundo estico así: “la confianza en las riquezas se desvanece”. Jb 8:13b dice algo semejante.
            Con la muerte del impío muere su esperanza, porque él no espera nada más de allá de la muerte, pues piensa que no hay nada (Pr 10:29).
            Este proverbio claramente apunta hacia la vida eterna. Si dice que la esperanza de los impíos perece cuando mueren es porque hay otros cuya esperanza no perece cuando mueren, como ya hemos sugerido, esto es, cuya esperanza no es defraudada al morir, sino que se revela justificada, porque hay una recompensa eterna. En cambio, todo lo que el impío ateo espera de bueno se cumple en esta vida. Por eso la muerte es el fin de su esperanza, aunque no se resigne a ella. Pero si aun siendo impío cree que hay vida más allá de la muerte, y cifra su esperanza en ella, será defraudado, porque no recibirá el premio que en su engaño creía que recibiría, sino lo contrario, el castigo que merecen sus obras, como dice claramente Job: “Porque ¿cuál es la esperanza del impío, por mucho que hubiere robado, cuando Dios le quitare la vida?”. (27:8).
            Jesús dijo: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.” (Mt 6:19,20). Es mejor invertir nuestros esfuerzos en el más allá, porque los bienes materiales que alcancemos en la vida presente se esfumarán en la muerte, y nada podremos llevarnos, ni los necesitaremos.
            Con mucha razón David escribió: “No temas cuando se enriquece alguno, cuando aumenta la gloria de su casa; porque cuando muera no llevará nada, ni descenderá tras él su gloria.” (Sal 49:16,17). ¿Habrá alguien que pueda decir al llegar al otro mundo: Yo he sido tal y tal cosa en la tierra. Exijo que se me trate con la consideración debida a mi rango?
8. “El justo es librado de la tribulación; mas el impío entra en lugar suyo.”
Cuando la tribulación amenaza el justo es librado de ella por la mano de Dios, quien “en su lugar pone al malvado”. (Versión “Dios Habla Hoy”, c.f.21:8). Eso fue lo que ocurrió con Amán, que fue colgado en la horca que él había preparado para Mardoqueo (Est 7:10); y con los acusadores de Daniel, que fueron echados al pozo donde antes habían echado a Daniel, que no sufrió ningún daño porque un ángel lo libró de las fauces de los leones (Dn 6:23,24). Y también con el apóstol Pedro, que estaba en la cárcel esperando ser ajusticiado después de la Pascua, cuando un ángel lo libró milagrosamente de sus cadenas. Enfurecido el rey Herodes Agripa mandó matar a los soldados que lo custodiaban como si ellos tuvieran la culpa (Hch 12:4,6-19).
            La rectitud permite escapar de la trampa, pero la impiedad hace caer en ella. Por eso es bueno recordar lo que dice el salmo 34:19: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas lo librará Jehová.” Y asentir con Isaías: “Daré pues hombres por ti, y naciones por tu vida” (43:4b).
9. “El hipócrita con la boca daña a su prójimo; mas los justos son librados con la sabiduría.”
La boca es el arma preferida de los malévolos e intrigantes. Sin embargo, Dios le dio al hombre la boca para que con su lengua hiciera el bien, trayendo paz donde hubiere conflictos, consuelo donde hubiere pena, confortando al atribulado y aconsejando al que lo necesite. No para hacer daño. La boca es pues un arma de doble filo, según quién y para qué la emplee.
¿Cómo empleas tú tu boca? ¿Para hacer el bien, o para hacer daño? ¿Son tus palabras agradables de oír para los que las escuchan, o les quitan la paz y los atormentan? ¿Fomentan la concordia, o la división? ¡Cuántas palabras ociosas, o dañinas, habremos pronunciado en nuestra vida, de las que algún día deberemos dar cuenta! (Mt 12:36).
            En lugar de “hipócrita” algunos autores prefieren aquí “impío”, el cual con su boca necia, carente de sabiduría, daña a su prójimo. ¿Cómo lo hace? Intrigando, mintiendo, calumniando, insultando. Al respecto escribe Santiago: “La lengua es un fuego, un mundo de maldad… Está puesta entre nuestros miembros y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.” (3:6) La lengua contamina todo el cuerpo, porque quien la usa mal mintiendo se llena del mal que profiere, y puede llegar hasta enfermarse por el veneno que pronuncia. Él dice “inflama la rueda de la creación…”, por las perturbaciones que la lengua con sus mentiras e intrigas causa. De ello tenemos varios ejemplos en la Biblia: Amán, que con su maledicencia casi logra que se destruya en un solo día al pueblo judío que vivía en Persia (Est 3:8-12).
            Siba, el perverso criado de Mefiboset, que obtuvo que David le otorgara todos los bienes de su amo, al que había calumniado (2Sm 16:1-4), aunque el despojo fue después parcialmente rectificado por el rey (2Sm 19:24-30).
            Jesús nos advirtió contra los falsos profetas, que vendrán como lobos rapaces vestidos de ovejas para devorar al rebaño si el pastor se descuida (Mt 7:15). El apóstol Pedro también nos previno contra los falsos profetas y maestros que con sus palabras fingidas y halagüeñas tratarán de introducir herejías en la iglesia, pervirtiendo las buenas costumbres (2P 2:1-3). ¿Cómo pueden los fieles ser librados de estos agentes de Satanás? Mediante el Espíritu Santo y el conocimiento de Dios y de su palabra, que los arma como una coraza contra las artimañas del maligno. Por algo nos exhorta Pedro: “Añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento.” (2P 1:5).
            Pero el justo que fue dañado se libra de ese perjuicio mediante la sabiduría que le da su justicia, la cual se expresa a través de la boca. Aquí pues se contraponen boca y boca, necedad y sabiduría. (cf Pr 18:21)
            Una de las maneras cómo el hipócrita puede causar daño al justo es mediante la lisonja, no sólo con el chisme o la calumnia, que es más insidiosa (cf 29:5). Pero el justo es librado de todo ello con la sabiduría que le da el temor de Dios (Sir 19:18), la cual le otorga el don de una mirada que penetra en el corazón de los impíos descubriendo sus dobleces. De ahí que Isaías diga a los impíos: “Tomad consejo, y será anulado; proferid palabra, y no será firme, porque Dios está con nosotros.” (8:10). Si está con nosotros no está con ellos.
            Los dos proverbios siguientes están íntimamente relacionados y suelen comentarse juntos. De hecho, la Septuaginta suprime la segunda línea del versículo 10 y la primera del vers. 11, construyendo un nuevo proverbio cuyo sentido, según Delitzsch, es: “Por las bendiciones y oraciones piadosas del recto la ciudad se alza siempre a una mayor eminencia y prosperidad; mientras que, al contrario, las habladurías engañosas, arrogantes y blasfemas del impío la arruinan.”
10. “En el bien de los justos la ciudad se alegra; mas cuando los impíos perecen hay fiesta.”
Este proverbio antitético expresa una verdad doble que es más que obvia. Comencemos por la primera. Los pueblos reconocen y aprecian la rectitud de los hombres, porque en ellos ven un ejemplo y un modelo a seguir. Cuando el justo alcanza una posición de autoridad, saben que va a actuar de una manera precisamente justa, y que no abusará del poder que se le otorgue. En cambio ¡cuánto tienen que sufrir por las arbitrariedades y abusos del impío! El malvado deja a su paso un reguero de lamentos, injurias e insultos. Aunque a veces sepa disimular, su accionar tiene siempre consecuencias negativas. Por eso cuando desparecen los impíos la gente da un suspiro de alivio. Ya no están más en condiciones de hacer daño.
            Pero es notable que aun los impíos admiren al justo, como ocurría con el rey Herodes, el Tetrarca, que protegía a Juan Bautista de los malos designios de Herodías, a pesar de que Juan lo acusaba de adulterio por haber tomado a la mujer de su hermano. La Escritura dice que se quedaba perplejo oyéndolo, “pero lo escuchaba de buena gana.” (Mr 6:20). No obstante, lo hizo decapitar, satisfaciendo el capricho de Salomé, impulsada por Herodías (Mt 14:6-11).
            Cuando los justos ocupan cargos de autoridad la población se alegra, como dice Pr 29:2a, porque saben que los asuntos públicos serán administrados de manera sabia y honesta. Eso sucedió cuando Mardoqueo fue investido de autoridad, sucediendo al impío Amán (Est 8:15).
            ¡Cuánto bien le hizo el rey Ezequías a su pueblo gobernando con justicia, y restableciendo el culto del templo que había sido descuidado! (2Cro 29). ¡O el sacerdote Joaiada que, mientras vivió, ejerció una buena influencia en el rey Joas que él había hecho colocar de niño en el trono! (2Cro 23:3-24:2) ¡Y cuánta falta le hizo después cuando murió, y los príncipes retornaron al culto de los ídolos!
            Y mucho antes que ellos ¡cuánto bien le hizo a su pueblo el rey Salomón gobernando con la sabiduría que le había pedido a Dios, antes de que su corazón se corrompiera! (1R 11:4-8).
            La ciudad se alegra en el bienestar del justo y en la muerte del impío, porque los impíos, cuando gobiernan, hacen daño a la población y cometen grandes injusticias. Por ello el pueblo gime (cf Pr 29:2b) y “tienen que esconderse los hombres” porque son perseguidos (28:12b, 28a). ¡Qué bueno es que nosotros vivamos siendo deseados por todos, y que muramos siendo lamentados!
            En el Haiti del dictador Duvalier, y del presidente Aristide, hace dos décadas, la partida del primero alegró al pueblo, pero el regreso del segundo aún más. El primero presidió un régimen de terror y de opresión, mientras que el segundo representaba la esperanza de la consolidación de la democracia y del cese de los abusos. (Véase Sir 10:1-3).
11. “Por la bendición de los rectos la ciudad será engrandecida; mas por la boca de los impíos será trastornada.”
¿Por la bendición que pronuncian los rectos, o por la bendición que les viene? Para estar de acuerdo con la segunda línea, sería lo primero. De hecho la boca del recto bendice a la ciudad y promueve su progreso, mientras que el impío la trastorna.
            La presencia de personas rectas es una bendición para la ciudad, no sólo porque la hacen prosperar y hacen que la población se alegre, sino porque atraen la bendición de Dios sobre ella. (cf Pr 29:2a). En cambio los agitadores  y los demagogos desatan el caos: “Los hombres escarnecedores ponen la ciudad en llamas” (29:8a).
La historia nos muestra que cuando gobiernan los justos reina la justicia y las ciudades prosperan, mientras que cuando los impíos gobiernan se cometen toda clase de abusos, la gente emigra y la economía decae. Esto lo estamos viendo en un país de nuestro continente que antes gozaba de gran bonanza, pero donde hoy la gente padece por todo tipo de carencias, y sufre incontables atropellos.
            Este proverbio opone la boca del recto a la boca del impío. El primero bendice a su ciudad y atrae beneficios sobre ella (cf 14:34; 28:12a). La boca del segundo, en cambio, no sólo profiere maldiciones, sino que también habla mentiras y palabras de odio que enardecen los ánimos; y encima de ello, pronuncia sentencias injustas que provocan la reacción indignada de los afectados. Todo ello nos recuerda otro proverbio que dice: “La muerte y la vida están en el poder de la lengua.” (18:21a) El progreso y el bienestar de la sociedad es promovido por las palabras que pronuncian los rectos, que influyen favorablemente en el ánimo y actitudes de la población, promoviendo la paz y la concordia con sus buenos consejos y sus oraciones (Jr 29:7). En cambio, los chismosos, los revoltosos y los demagogos con sus palabras mentirosas trastornan la vida de la población, provocando desórdenes que con frecuencia causan víctimas mortales.
Nota: La Septuaginta traduce la primera línea así: “Cuando muere el hombre recto su esperanza no se desvanece,” en claro contraste con la segunda.
Amado lector: Jesús dijo: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#945 (02.10.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).