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viernes, 26 de abril de 2013

SANSÓN IV


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
SANSÓN IV
Sansón es vencido por Dalila
Jueces 16: 4,5. “Después de esto aconteció que se enamoró de una mujer en el valle de Sorec, la cual se llamaba Dalila. Y vinieron a ella los príncipes de los filisteos, y le dijeron: Engáñale e infórmate en qué consiste su gran fuerza, y cómo lo podríamos vencer, para que lo atemos y lo dominemos; y cada uno de nosotros te dará mil cien siclos de plata.”
Informados probablemente de que la mujer de Sansón en Timnat había logrado sonsacarle la solución del enigma (14:16,17), los príncipes de los filisteos (uno por cada una de sus cinco ciudades) pensaron, no sin razón, que Dalila, su nuevo amor, podría con astucia arrancarle el secreto de su fuerza y, con ese fin, le ofrecieron una considerable suma de dinero. Quizá ellos pensaban que su secreto consistía en algún amuleto que llevaba consigo, o en algún conjuro mágico que podía ser contrarrestado.
Dalila asiente, y vende al hombre que decía amar por la suma ofrecida, así como el discípulo traidor vendió a Jesús por treinta monedas de plata (Mt 26:14,15). Con Dalila se repite la historia de Baal Peor cuando el pueblo de Israel cedió a su sensualidad y empezó a fornicar con las hijas de Moab, y sufrieron una gran destrucción (Nm 25:1-3).
¿Quién era Dalila? Con toda seguridad ella era filistea, aunque el texto no lo diga, pero no era una ramera, sino una mujer de conducta libre. Su nombre quiere decir “debilidad”. Quizá pensando en esta historia Salomón escribió el proverbio 6:26: “A causa de la mujer ramera el hombre es reducido a un bocado de pan.” (Cf. Pr 7:26,27)
6-9. “Y Dalila dijo a Sansón: Yo te ruego que me declares en qué consiste tu gran fuerza, y cómo podrás ser atado para ser dominado. Y le respondió Sansón: Si me ataren con siete mimbres verdes que aún no estén enjutos (secos), entonces me debilitaré y seré como cualquiera de los hombres. Y los príncipes de los filisteos le trajeron siete mimbres verdes que aún no estaban enjutos, y ella le ató con ellos. Y ella tenía hombres en acecho en el aposento. Entonces ella le dijo: ¡Sansón, los filisteos contra ti! Y él rompió los mimbres, como se rompe una cuerda de estopa cuando toca el fuego; y no se supo el secreto de su fuerza.”
Dalila aprovecha el poder que tiene sobre Sansón para tratar de que él le revele el secreto de su fuerza, pero él, sabiendo que eso era algo que no le convenía revelar, le dice algo falso que ella ilusamente, como jugando, pone en práctica. Cuando los filisteos que ella ha escondido en la habitación contigua, vienen sobre Sansón, él rompe las cuerdas con facilidad y ahuyenta a sus atacantes.
Pasado algún tiempo, y aprovechando alguna ocasión propicia, dos veces más se repite el pedido astuto de Dalila y el engaño de Sansón, y dos veces más los filisteos le caen encima, pero él se deshace fácilmente de ellos.
¿Qué hubiera hecho un hombre sensato en una situación semejante? Irse corriendo de la mujer que lo estaba engañando y que estaba tratando de descubrir su secreto para anularlo, y entregarlo en manos de sus enemigos. Pero Sansón, prisionero de los encantos de Dalila, se queda para darle a ella una oportunidad más de arrancarle el secreto de su fuerza (v. 10-14). Cabe preguntarse en este caso: ¿Qué era más reprochable aquí? ¿La debilidad de Sansón, o la perversidad de ella?
15. “Y ella le dice (posiblemente cuando él la estaba acariciando): ¿Cómo dices yo te amo, cuando tu corazón no está conmigo? Ya me has engañado tres veces, y no me has descubierto aún el secreto de tu gran fuerza.”
El arma que ella usa es la más efectiva, porque nada detesta más el amante apasionado sino que se ponga en duda la sinceridad de su cariño, quizá porque en su interior él sabe que no es verdadero amor, sino pasión lo que lo mueve. Pero podría voltearse la pregunta y decirle a ella: ¿Cómo puedes tú decir que amas a Sansón si tu corazón no está con él, puesto que buscas por interés económico su pérdida?
16. “Y aconteció que, presionándole ella cada día con sus palabras e importunándole, su alma fue reducida a mortal angustia.”
Su corazón atormentado se hallaba en un gran dilema, oscilando entre la pasión que sentía por ella, y el temor de perder su fuerza, y con ella, su seguridad, si le revelaba su secreto. ¡Cuántos hombres y mujeres que se entregan al pecado, no se encuentran a veces en dilemas que los atormentan e, incapaces de tomar la decisión correcta, se deciden para su propio mal por lo que menos les conviene!
17,18. “Le descubrió, pues, todo su corazón, y le dijo: Nunca a mi cabeza llegó navaja; porque soy nazareo de Dios desde el vientre de mi madre. Si fuere rapado, mi fuerza se apartará de mí, y me debilitaré y seré como todos los hombres. Viendo Dalila que él le había descubierto todo su corazón (Nota 1), envió a llamar a los principales de los filisteos, diciendo: Venid esta vez, porque él me ha descubierto todo su corazón. Y los principales de los filisteos vinieron a ella, trayendo en su mano el dinero.”
Lo primero en que ella piensa cuando se da cuenta de que él ha sido esta vez sincero, es que le paguen lo ofrecido. Eso era lo que a ella le interesaba. ¿Cuántas maldades no está dispuesto a hacer el ser humano por codicia? La codicia es el factor escondido que está detrás de gran parte de los acontecimientos del devenir humano.
Yo me pregunto ¿Dónde estaba Sansón cuando ella llamó a los príncipes de los filisteos para que le paguen? Él estaba viviendo con ella. ¿Se habría ido de paseo? Ella lo tenía como adormecido, inconciente de todo peligro. Pero nótese la confianza que los filisteos le demuestran a Dalila. Le pagan lo acordado antes de que se haya probado que ella efectivamente le había arrancado su secreto.
19a. “Y ella hizo (se supone esa misma noche) que él se durmiese sobre sus rodillas,
¿Qué hacía él después de revelarle su secreto durmiendo en las rodillas de la mujer que tres veces le había mostrado cuáles eran sus verdaderas intenciones? (2) ¡Pobre Sansón! Estaba ciego antes de que le arrancaran los ojos. No se daba cuenta de que ella buscaba su ruina. Bien dice Proverbios: “Abismo profundo es la mujer ramera.” (Pr 23:27) Ella se mostraba cariñosa con Sansón al mismo tiempo que conspiraba contra él. De manera semejante Satanás adormece a los que él quiere atrapar en sus redes.
19b. “Y llamó a un hombre, quien le rapó las siete guedejas de su cabeza; y ella comenzó a afligirlo, pues su fuerza se apartó de él.”
El sueño profundo en que cayó después de satisfacer su pasión, lo entregó en manos de sus enemigos.
20,21. “Y le dijo: ¡Sansón, los filisteos sobre ti! Y luego que despertó él de su sueño, se dijo: Esta vez saldré como las otras y me escaparé. Pero él no sabía que Jehová ya se había apartado de él. (3) Mas los filisteos le echaron mano, y le sacaron los ojos, y le llevaron a Gaza; y le ataron con cadenas para que moliese en la cárcel.”
La fuerza sobrehumana de Sansón, de la que él se jactaba, no residía en realidad en su cabello no cortado, sino en que Dios estaba con él. Pero Dios estaba con él sólo mientras él siguiera siendo nazareo, consagrado a Dios, algo de lo que su cabellera era un signo. Al abandonarse a su sensualidad, él se había apartado de Dios y, en consecuencia, Dios se apartó de él. Ésa era la lección que Dios quería que, a través de una experiencia amarga, él aprendiera ¡Cuántas veces nos ha ocurrido a nosotros algo semejante! ¿Hemos aprendido la lección que Dios quería darnos? “Antes que fuera yo humillado descarriado andaba, mas ahora guardo tu palabra.” (Sal 119:67).
Sus ojos habían sido la ocasión de su pecado. Dios permitió que se los arrancaran para que se volviera arrepentido a Él.
Ambrosio escribe: “Cuando era fuerte Sansón estranguló a un león, pero no pudo estrangular al león de su amor propio. Rompió las cuerdas de sus enemigos, pero no las cuerdas de su sensualidad. Quemó las cosechas de los filisteos, pero perdió la cosecha de su virtud cuando ardía en las llamas de su pasión inflamada por una mujer.”
Se lo llevaron a la fuerza a la ciudad filistea donde él había estado por voluntad propia una vez persiguiendo sus pasiones (Jc 16:1-3), y lo pusieron a hacer la labor de un esclavo moliendo trigo..
La historia de Sansón se parece a la historia de Israel, que fue fuerte mientras le fue fiel a Dios, pero que fue conquistado por sus enemigos, arrancado de su tierra y llevado cautivo a Babilonia cuando le volvió la espalda.
Pero la historia de Sansón no termina todavía.
22. “Y el cabello de su cabeza comenzó a crecer, después que fue rapado.”
Todavía había una obra que Dios quería hacer a través de Sansón, que entretanto se había arrepentido, y le había pedido perdón por su ligereza al haber usado para beneficio propio el don de la fuerza extraordinaria que Él le había dado para liberar a su pueblo. “Junto con su arrepentimiento creció su cabello, y junto con su cabello, su fuerza,” dice un autor antiguo.
23,24. “Entonces los principales de los filisteos se juntaron para ofrecer sacrificio a Dagón su dios y para alegrarse; y dijeron: Nuestro dios entregó en nuestras manos a Sansón nuestro enemigo. Y viéndolo el pueblo, alabaron a su dios, diciendo: Nuestro dios entregó en nuestras manos a nuestro enemigo, y al destruidor de nuestra tierra, el cual había dado muerte a muchos de nosotros.”
Algún tiempo después los príncipes de los filisteos convocaron a una gran fiesta en honor de su dios Dagón -que era un ídolo en forma de pescado con cabeza y manos humanas- y a quien ellos atribuían su gran triunfo sobre Sansón. (4)
            “Y viéndolo el pueblo…” Esto es, cuando el pueblo vio la fiesta, “alabaron a su dios…”
25. “Y aconteció que cuando sintieron alegría en su corazón, dijeron: Llamad a Sansón, para que nos divierta. Y llamaron a Sansón de la cárcel, y sirvió de juguete delante de ellos; y lo pusieron entre las columnas.”
Para divertirse hicieron traer a Sansón. ¡A qué colmo de humillación había llegado Sansón, que después de ser el terror de los filisteos, se convirtió en su payaso! Ellos se divertían viéndolo tambalearse a ciegas, arrastrando sus cadenas, y se burlaban de él, quizá dándole alguno una bofetada o escupiéndolo, tal como Jesús algún día, coronado de espinas, sería objeto de burla de la soldadesca que lo torturaba (Lc 22:63-65; Jn 19:1-3).
26. “Entonces Sansón dijo al joven que le guiaba de la mano: Acércame, y hazme palpar las columnas sobre las que descansa la casa, para que me apoye sobre ellas.”
Pretendiendo querer descansar, Sansón le pide al muchacho que lo acompaña, que lo acerque a los pilares que sostienen la estructura del edificio. Tenemos que suponer que él había visitado alguna vez el templo y conocía su diseño.
27. “Y la casa estaba llena de hombres y mujeres, y todos los principales de los filisteos estaban allí; y en el piso alto había como tres mil hombres y mujeres, que estaban mirando el escarnio de Sansón.”
No sabemos cómo era la distribución del templo, pero podemos colegir que en su interior había un gran número de personas principales, y que sobre el techo, que se abría hacia el primer piso, se apiñaba mucha gente del pueblo, queriendo gozar también del espectáculo.
El templo era posiblemente un gran recinto de paredes de madera, construido sobre bases de piedra. A cada extremo había dos columnas sobre las que se apoyaban dos grandes vigas de madera que sostenían el techo.
28. “Entonces clamó Sansón a Jehová, y dijo: Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios, para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos.”
Sansón clama a Dios que le devuelva la fuerza que antes había tenido para que pueda hacer una gran matanza de filisteos. Cuando Sansón se vuelve hacia Dios, Dios se vuelve hacia Sansón y lo fortalece. Pero notemos este contraste entre Sansón y Jesús: Sansón murió pidiendo a Dios venganza; Jesús murió pidiendo a su Padre que perdone a sus enemigos (Lc 23:34).
29,30. “Asió luego Sansón las dos columnas de en medio, sobre las que descansaba la casa, y echó todo su peso sobre ellas, su mano derecha sobre una y su mano izquierda sobre la otra. Y dijo Sansón: Muera yo con los filisteos. Entonces se inclinó con toda su fuerza, y cayó la casa sobre los principales, y sobre todo el pueblo que estaba en ella. Y los que mató al morir fueron muchos más que los que había matado durante su vida.”
La matanza de enemigos que hizo Sansón al final, ciego y cargado de cadenas, fue más grande que todas las que había hecho hasta entonces. Entre los que murieron aplastados se contaban los hombres que habían sobornado a Dalila, y quizá ella misma. ¿Cuándo fueron destruidos? Cuando se gloriaban de su victoria y más seguros se sentían al haber capturado a su más peligroso adversario.
            Sansón se sacrificó de buena gana. A él no le importaba morir si su muerte significaba la muerte de gran número de sus enemigos. No le importaba morir porque él estaba privado de la vista y de su libertad. Morir era para él una forma de escapar a su doble prisión, la del calabozo y la de la ceguera. Aquí también Sansón es un tipo de Jesús, que se sacrificó a sí mismo para destruir a los enemigos de su pueblo, a Satanás y sus principados y potestades.
La historia de Sansón se divide en dos partes. En la primera él actúa bajo la influencia del Espíritu. En la segunda, cede al impulso de sus pasiones, cae en pecado y su lujuria le hace ser infiel a su llamado. Él estaba consagrado a Dios como nazareo, y en ello residía su fuerza; su debilidad, en cambio, residía en su carne.
Su vida es un espejo de la historia de Israel, el pueblo elegido y consagrado a Dios. En su consagración residía el poderío de la nación, que alcanzó su apogeo en los reinados de David y Salomón. Pero cuando, orgulloso de su gloria, Israel se apartó de Dios y cayó en idolatría, fue presa fácil de pueblos rivales que lo deportaron y dispersaron a diez de sus tribus (2R 18:9-12), y después mandaron al exilio a las dos restantes (2R 25:11).
Ésa es también la historia de muchos hombres y mujeres que Dios levanta para que le consagren todas sus fuerzas y le sirvan, pero que caen cuando atribuyen sus éxitos y victorias a sí mismos y dejan de darle a Dios la gloria debida.
No seamos nosotros como ellos y Dios hará de nosotros, si lo quiere, nuevos sansones en el espíritu.
Notas: 1. ¿Cómo se dio cuenta ella de eso? Porque él mencionó el nombre de Dios, y pensó, con razón, que no lo haría mintiendo.
2. Mathew Henry anota: “El que duerme en el regazo de su lujuria, ciertamente despertará en manos de los filisteos.” Yo añadiría: Si nos apartamos de la protección que Dios nos ofrece, seremos presa fácil de nuestros enemigos.
3. Véase Nm 14:42,43; Js 7:12; 1Sm 16:14; 18:12; 28:15,16; 2Cro 15:2. Cuando Dios se aparta de uno, no hay nada que pueda el hombre hacer.
4. Se recordará que algunas décadas después, los filisteos capturaron el arca del pacto, y la pusieron en el templo de Dagón, en Asdod, y que por dos mañanas consecutivas encontraron la estatua de su dios, caída delante del arca y, atemorizados, se apresuraron a devolverla a los israelitas (1Sm 5:1-4).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, es muy importante que adquieras esa  seguridad. Con ese fin yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#773 (07.04.13). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 28 de septiembre de 2012

EL DIOS DE LAS VENGANZAS II


Por José Belaunde M.
EL DIOS DE LAS VENGANZAS II
Un Comentario del Salmo 94:16-23
16,17. “¿Quién se levantará por mí contra los malignos? ¿Quién estará por mí contra los que hacen iniquidad? (Nota 1) Si no me ayudara el Señor, pronto moraría mi alma en el silencio.” (2)
La frase repetida: “Quién se levantará por mí…?” es como un llamado desesperado del justo clamando que venga alguien en su ayuda cuando se encuentra estrechado por las fuerzas del mal y a punto de perecer (Ecl 4:1). ¡Qué cierto es que con frecuencia los justos se ven abandonados frente a los inicuos que complotan contra ellos, o los persiguen! Pablo se encontraba en una situación semejante cuando compareció ante el tribunal del César: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me abandonaron…pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas…” (2Tm 4:16,17). Jesús también anunció a sus discípulos que ellos lo dejarían solo en el momento de la prueba, y así ocurrió en efecto, pese a sus protestas en sentido contrario (Mt 26:31,35b; 56b).
“Si no me ayudara el Señor..” (Sal 124:1,2) Esta frase expresa una gran verdad que es válida para todos: las fuerzas adversas, impulsadas por el demonio, habrían terminado conmigo hace tiempo si no fuera porque Dios me protege. Estos dos versículos contrastan la necesidad que tiene el hombre de ser ayudado en sus luchas para no ser arrollado por sus enemigos, con la inutilidad de toda ayuda que no sea la que venga de Dios mismo.
Todo lo que el hombre pueda hacer en sus propias fuerzas es insuficiente. Si no fuera porque Dios estuvo de su lado ya sus enemigos habrían dado cuenta de su vida. Este es el mensaje del Antiguo y del Nuevo Testamento por doquier: “Separados de mí nada podéis hacer” (Jn.15:5), “Alzaré mis ojos a los montes. ¿De dónde vendrá mi socorro? Mi socorro viene del Señor…” (Sal.121:1,2). Ciertamente con frecuencia Dios utiliza mensajeros humanos (no siempre angélicos) para brindarnos su ayuda. Pero lo cierto y consolador para nosotros es que esos hombres o mujeres que nos socorrieron, no habrían actuado si no fuera porque Dios los impulsó a hacerlo y los guió. En otros casos la ayuda que recibe el hombre viene de adentro, de las fuerzas renovadas que Dios suscita en su interior y de la inspiración que recibe para hacer lo adecuado: “Tú aumentas mis fuerzas como las del búfalo; me unges con aceite fresco.” (Sal 92:10).
18. “Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Señor, me sustentaba.”
Muchas veces cuando ya estaba a punto de caer (Sal 17:5; 18:36) y no tenía de dónde agarrarme porque mis enemigos me vencían, tú venías, Señor, en mi ayuda y me protegías. Lo hacías no porque yo mereciera tu apoyo, sino lo hacías por el puro amor tuyo que se compadecía de mi necesidad y de mi angustia (3). Tú eres por eso mi Señor; el único en quien yo puedo confiar. Tu misericordia y tu fidelidad no tienen límites. ¡Cómo no te agradecería!
Bueno es que reconozcamos cuando estamos a punto de resbalar y que no presumamos de nuestras propias fuerzas, como Pedro, que se jactaba de que nunca negaría a su Maestro, y fue lo primero que hizo cuando se vio en peligro, confrontado por una muchacha (Mt 26:30-35;69-75).
19. “En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma.”
Cuando los malos pensamientos me atormentan, cuando el temor ante los peligros que me acechan detiene mi aliento, cuando la angustia o la tristeza me oprimen (Sal 138:7), tu Espíritu viene en mi ayuda para consolarme y hacer que el sol de la alegría brille nuevamente en mi pecho para darme esperanza (Sal 119:50,76). Tú sacas mi alma del pozo de aflicción que lo consume. Por eso, Señor, yo te canto y mi voz se eleva para alabarte y agradecerte por todas tus bondades. El salmista podría decir con Pablo: “Sobreabundo de gozo en medio de mis tribulaciones.” (2Cor 7:4d)
¿Cuántos hay que puedan sinceramente decir que sus pensamientos no los han atormentado alguna vez? No hay tormento que se le parezca ni que se iguale a las tempestades del alma. Sin embargo, muchas veces ese sufrimiento es oportuno pues Dios lo usa para purificar la escoria de nuestras almas (Pr 25:4).
20. “¿Se juntará contigo el trono de iniquidades que hace agravio bajo forma de ley?”
El trono de iniquidades al que se refiere el salmista en este lugar es posiblemente algún centro de poder local, o el del soberano de su tierra en ese momento, o simplemente alguna influencia poderosa que le es contraria. Pero quién quiera que sea a quien se refiera concretamente (y es indudable que en este versículo y en el siguiente el salmista se refiere a un hecho concreto de su propia experiencia), sabemos que detrás de todo poder o influencia negativa o impía está el trono de Satanás, la potestad de las tinieblas que mueve a sus agentes en el mundo (Ap 2:13).
Es sabido que quienes detentan el poder disfrazan sus intenciones y ambiciones bajo formas legales para dar a sus manipulaciones una apariencia de legitimidad y justicia. Ocurre a diario en la vida privada y empresarial, y en la política: “En el corazón maquinan iniquidades y hacen pesar la violencia de sus manos…” (Sal 58:1,2).
Y son más condenables esos esfuerzos cuando se escudan bajo pretextos religiosos, o tratan de aliarse con las autoridades de ese campo, asumiendo una apariencia de piedad. Pero ¿aceptará Dios esa alianza? ¿bendecirá Dios sus intrigas?
La respuesta a esa pregunta ya se ha dado en el v. 15 (Véase “El Dios de las Venganzas I”), donde escribe el salmista que el juicio será vuelto a la justicia. Es decir, que los intentos de vestir de legalidad los proyectos malévolos serán descubiertos y frustrados, y Dios hará que los juicios humanos reflejen los suyos y la justicia sea restablecida.
¿Cuántos tronos de iniquidad ha habido en el mundo que se creían inexpugnables y se imaginaban que reinarían para siempre? Hay varios ejemplos en la Biblia, como el de Jeroboam, que prohibió a su pueblo ir a adorar a Dios a Jerusalén, y le puso dos becerros de oro en el Sur y en el Norte de su reino, para que les rindan culto, por lo que su casa fue cortada de raíz (1R12:25-33; 13:34); o el de Acab que, impulsado por su inicua esposa Jezabel, levantó altares a Baal y a Asera, y persiguió al profeta Elías, y fue herido mortalmente en una batalla (1R22:29-38), y su esposa fue comida por los perros (2R 9:30-37); o el del rey Belsasar que banqueteaba con sus príncipes cuando apareció una escritura en la pared que anunciaba su fin esa misma noche (Dn 5). ¿Pero cuántos ha habido a lo largo de la historia, y los hay todavía en nuestro tiempo, que se creen invencibles? Durante un tiempo se levantan altivos y amenazantes, y hacen todo el mal que se les permite hacer, pero no tardan en caer cuando Dios dice: ¡Basta!
Los tres últimos versículos del salmo forman una unidad que describe una situación frecuente: el justo es acosado por sus enemigos que tratan de acabar con su vida; formulan la sentencia de muerte (2Cor 1:9). Pero sus planes malvados no prosperan porque Dios viene en su ayuda. Aquí se encuentra la historia tantas veces repetida en la vida: en medio del acoso, Dios es mi amparo; en Él me refugio y las fuerzas desencadenadas del enemigo pasan a mi lado sin tocarme (Sal 91:1,2,7,10). ¡Quién no ha hecho esa experiencia! Dios permite esas situaciones para templar nuestro carácter y probar nuestra fe.
21. “Se juntan contra la vida del justo, y condenan la sangre inocente.”
En este versículo puede verse una referencia a Cristo, que fue condenado a muerte por una coalición de fuerzas enemigas entre sí, pero que se aliaron cuando quisieron eliminar al adversario común cuya rectitud los acusaba (Mt 27:1; cf Ex 23:7; Pr 17:15). En verdad, si ha habido alguna sangre inocente, ésa ha sido la de Jesús, más pura que la de Abel, por lo cual habla más elocuentemente que la de éste (Hb 12:24).
El crimen cometido por Caín es figura y anticipo de todos los homicidios que se han cometido en la tierra y de sus motivaciones: el malvado envidia al recto, o codicia uno de los bienes de su prójimo (Véase el episodio de Acab y la viña de Nabot en 1R 21).
Pero el autor alude aquí también, sin duda, a la situación de peligro en la cual él se encontraba personalmente cuando escribió el salmo.
22. “Mas el Señor me ha sido por refugio, y mi Dios por roca de mi confianza.”
El salmista declara que en la grave situación de peligro que enfrentaba, Dios, que nunca falla, vino en su auxilio y lo salvó.
Sabemos que Dios permitió que su Hijo fuera sacrificado por los aliados del maligno, porque había un propósito de salvación detrás de su muerte. Pero en el caso de muchos de los justos Dios acude en su ayuda y los salva de las garras enemigas. Él quiere preservarlos para poder seguir utilizándolos para su obra.
Pero ¿puede decirse que el Padre abandonara a su Hijo? Jesús tenía que pasar por la prueba de la muerte para salvar al género humano, pero los lazos del sepulcro no lo podían retener (Hch 2:24). Su Padre le dio la victoria haciendo que resucitase y sentándole en su trono (Mt 26:64). Guardando las distancias eso es lo que Él hace con todos aquellos que Él permite que sean sacrificados. Lo permite porque, de alguna manera para nosotros impenetrable, su muerte sirve sus propósitos (Sal 116:15). Pero luego ellos serán ampliamente recompensados por su firmeza y fidelidad.
23 “Y Él hará volver sobre ellos (es decir, sobre los impíos) su iniquidad, y los destruirá en su propia maldad; los destruirá el Señor nuestro Dios.”
No sólo me guarda Dios del furor de mis adversarios, sino que todo el mal que ellos querían hacerme caerá sobre sus propias cabezas (Sal 7:16; Pr 5:22). Ésta fue, por citar un ejemplo, la historia de Mardoqueo, a quien su rival, Amán, quiso hacer colgar del patíbulo. Pero fue Amán quien subió al cadalso que su odio había levantado (Est cap. 3 al 5).
Aquí se cierra el círculo de la venganza con que empieza el salmo. Dios hace que los dardos que me apuntaban se volteen en el aire y caigan sobre el que me disparó. No quieras pues tú hacer mal a nadie, porque el mal que hagas recaerá sobre tu propia cabeza.
Vemos también aquí que lo que el salmista llama “venganza” en el lenguaje guerrero y todavía carnal del Antiguo Testamento no es otra cosa sino la justicia divina. El salmista, que vivía en un tiempo y en un mundo de encendidas pasiones -aún no transformadas por “la gracia y la verdad que vinieron por nuestro Señor Jesucristo” (Jn.1:17)- contempla y comprende los hechos de acuerdo a la mentalidad que reinaba en su época. La venida de Jesús cambió la manera de pensar y sentir de la gente y su perspectiva del mundo. Por eso es que algunos aspectos y cosas del Antiguo Testamento a veces nos chocan. Son las verdades eternas de Dios expresadas en el lenguaje y la manera de sentir de una época que aún no había sido tocada por la gracia que derramó el Cordero en su venida. En el lenguaje de nuestros días al Dios de las venganzas lo llamaríamos el Dios justiciero.
Notas: 1. Esta repetición de una frase es un caso de paralelismo sinónimo, muy frecuente en la poesía hebrea.
2. Es decir, en el lugar del silencio, esto es, en el Sheol, la tumba, donde nadie alaba a Dios. (Sal 115:117).
3. El ataque de los enemigos que estuvo a punto de hacer que cayera puede también interpretarse en el sentido de que se trataba de tentaciones del maligno que lo hacían trastabillar.
NB. El presente articulo fue publicado por primera vez en abril del 2003. Se publica nuevamente, ligeramente revisado, pero dividido en dos partes debido a su extensión. Puede leerse la versión original en la página web de “Desarrollo Cristiano”.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
#745 (23.09.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).