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jueves, 21 de septiembre de 2017

miércoles, 1 de febrero de 2017

CON MI VOZ CLAMARÉ A JEHOVÁ

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CON MI VOZ CLAMARÉ A JEHOVÁ
Un Comentario del Salmo 142
“Masquil de David. Oración que hizo cuando estaba en la cueva.”

“Masquil” quiere decir enseñanza. Según la inscripción que figura en el encabezamiento, este salmo habría sido compuesto cuando David se encontraba escondido en una cueva, huyendo de Saúl, en lo que fue quizá el momento más bajo de su carrera. Él se encontró dos veces en ese trance. Una, cuando se escondió en la cueva de Adulam (1Sm 22:1,2), y sus hermanos y una turba de afligidos vino a juntársele; y otra, cuando se escondió en una cueva en el desierto de En-Gadi, cerca del Mar Muerto, en que pudo haber matado a Saúl, que se encontró en un momento a su merced, pero renunció a atentar contra el ungido de Dios (1Sm 24:1-7). Nos es difícil imaginar que un hombre, que iba a ocupar un lugar tan prominente en su país, pudo haber pasado por situaciones tan desesperadas, huyendo de un hombre que se había propuesto matarlo. Pero quizá esa prueba sirvió de preparación para la misión que después le tocaría desempeñar.
El salmo habría sido escrito en una de esas dos ocasiones, o quizá algún tiempo después recordando esas penosas experiencias. Pero debe tenerse en cuenta que las inscripciones como éstas, que figuran en muchos salmos, fueron añadidas mucho tiempo después de su composición por personas que querían vincularlos con incidentes, o circunstancias determinadas de la vida del rey poeta. No forman parte del texto inspirado y, por tanto, la información que proporcionan no es necesariamente infalible.
Podemos notar que, pese a su tono angustiado, el salmo termina con una nota de esperanza. Los dos primeros versículos son ejemplos de paralelismo sinónimo.
1. “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia.”
El salmista angustiado eleva su voz a Dios, pidiendo auxilio, apelando a su misericordia. Esto es imagen de lo que todos nosotros hacemos cuando nos encontramos desesperados. ¿A quién recurrir en esa situación sino a Dios? ¿Quién puede apiadarse más de uno que Él, y quién tiene el poder de socorrernos sino Él?
El salmista dice que clamará y pedirá con su voz a Dios misericordia, esto es, que se apiade de él y lo ayude.
¿Por qué insiste tanto en que lo hará “con su voz”? ¿Hay alguna manera de pedir ayuda sin hacerlo en voz alta? Levantamos la voz cuando nos encontramos en peligro y estamos angustiados. En ese tipo de situaciones no basta con orar mentalmente, aunque Dios escuche nuestros pensamientos. Es necesario clamar a voz en cuello, que todos los que estén alrededor escuchen, que todos estén enterados, aunque no hagan nada para ayudarnos, para vergüenza suya.
Quizá la actitud de no atender al clamor del angustiado esté dominada por el pensamiento: ¿Para qué me voy a meter en problemas? Esa es una actitud cobarde muy prevaleciente.
Cuando nuestra oración desesperada ha sido escuchada, nos conforta recordar las circunstancias en que lo fue, y volver a sentir ese alivio y ese agradecimiento a Dios que nos conforta con la seguridad de que si volvemos a pasar por una situación angustiosa, nuestra oración volverá a ser escuchada. David recuerda que fue a Dios a quien acudió. No buscó otro defensor, otro abogado, porque Él bastaba.
2. “Delante de Él expondré mi queja; delante de Él manifestaré mi angustia.”
Este versículo es la continuación del versículo anterior y es también un ejemplo de paralelismo sinónimo.
Felizmente cuando el hijo de Dios se encuentra en dificultades, no está desamparado. Puede acudir a su Padre para exponerle su situación y pedirle ayuda, seguro de que no será rechazado. Puede presentarse delante de Él, pues tiene acceso a su cámara privada.
Cuando nos encontramos en un peligro angustioso, o simplemente en necesidad, podemos recibir diversos tipos de respuesta a nuestro pedido de ayuda. Habrá algunos orgullosos que, satisfechos de su poder, creen no necesitar de nadie, y que miran con desprecio al que clama por ayuda. Habrá quienes respondan con frialdad, porque la necesidad ajena los deja indiferentes. Habrá también la falsa simpatía de los hipócritas que no mueven un dedo para ayudar a otro.
Spurgeon dice que podemos quejarnos a Dios, pero no de Dios. Con Él podemos ser completamente francos, describiendo nuestra situación sin reservas ni timidez, algo que no podríamos hacer con la mayoría de nuestros semejantes, pues podrían aprovecharse más tarde de nuestra franqueza, y echarnos en cara lo que imprudentemente revelamos.
Él dice también que nosotros le mostramos nuestra situación a Dios, no para que Él la vea, sino para que nosotros lo veamos a Él, para alivio nuestro; no para informarle de lo que Él ya conoce, sino para que estemos seguros de que Él nos escucha y tiene el poder para ayudarnos. Al describirle nuestra situación Él nos iluminará para que veamos cómo la situación peligrosa puede desvanecerse, o en qué medida no es tan grave como nosotros lo imaginamos. Pero si el peligro en verdad fuera grande, más grande es su poder para salvarnos de él.
3. “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda.”
“En el camino en que andaba me escondieron lazo.”
Cuando enfrentamos un grave peligro, o una situación difícil, es natural que nos angustiemos, que tengamos temor ante el posible desenlace contrario. El salmista le dice a Dios: Cuando yo estaba en esa situación, tú eras consciente de lo que me ocurría, y acudiste en mi ayuda en el momento oportuno. Tú viste cómo mis enemigos sin escrúpulo alguno me tendieron una trampa para hacerme caer. Estaba enteramente a su merced.
David, que era un héroe, dice Spurgeon, pudo derribar a un gigante, pero no pudo en este aprieto mantenerse espiritualmente de pie. Entonces, después de haber descrito la condición en que se hallaba, dejó de mirarla, y elevó su pensamiento a Dios que todo lo ve y todo lo puede.
Dejó de mirar su propia impotencia, para ver al Omnipotente. Él entendíó  que Dios ve lo que nosotros no vemos,  que Él puede lo que nosotros no podemos; que Dios nunca ignora nuestra situación, porque si bien nosotros todos los días nos echamos a dormir para descansar, el que guarda a Israel nunca se cansa ni se duerme (Sal 121:4).
Nosotros muchas veces no sabemos qué podemos hacer, o qué camino tomar, pero Dios siempre sabe qué es lo que se puede hacer, sabe cuál es la solución, qué medio usar.
¡Oh, sí, confiemos en Él! Cuanto más difícil y peligrosa sea la situación, más debemos confiar en Él, porque para Él no hay nada imposible (Lc 1:37).
4. “Mira  a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer.”
“No tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.”
El salmista clama a Dios para que vea la situación en que se encuentra como si Él no la conociera. Pero es una manera de expresar su angustia, y también una forma de describirla para beneficio de los lectores del salmo que no la conocen.
“Mira a mi diestra” es una manera convencional de decir: Mira la situación en que me hallo. No encuentro a nadie que me acoja, o con quien pueda hablar. Soy un indeseable para todos. Me encuentro desamparado. Si tú no cuidas de mí, nadie lo hará.
Una de las situaciones más difíciles en que se pueda encontrar una persona es cuando se encuentra en un lugar inhóspito, donde no conoce a nadie y nadie lo conoce. Es un extraño y todos lo miran con desconfianza, si no es con desagrado, o antipatía, o directamente rechazo, sobre todo si su aspecto es diferente, sea por el color de su piel, u otra característica física, sea por su indumentaria. Cuanto más pequeño es el pueblo o lugar, cuanto más apartado del tráfico de la gente, mayor será la reacción negativa frente al forastero.
¡Qué triste es cuando necesitamos que se nos ayude, y no encontramos a nadie que esté dispuesto a hacerlo! Todos nos dan la espalda y nos abandonan a nuestra suerte. Ésa fue la experiencia por la que pasó Jesús según Él mismo había predicho que ocurriría cuando los esbirros enviados por los sacerdotes del templo vinieran a apresarlo, según lo profetizado por Zacarías: “Hiere al pastor y serán dispersadas las ovejas.” (Zc 13:7; cf Mt 26:31)
David había conocido a muchos que le debían tanto, pero ahora que él necesitaba ayuda nadie lo conocía, todos lo habían olvidado. Eso sucede a menudo en el mundo: Cuando estás arriba todos alegan conocerte desde la cuna; cuando estás abajo, todos te desconocen, no recuerdan tu nombre ni tu cara. Nadie se interesa por tu suerte.
5. “Clamé a ti, oh Jehová; Dije: tú eres mi esperanza, Y mi porción en la tierra de los vivientes.”
Pero yo sé que puedo confiar en ti; tú eres la roca firme en que puedo apoyar mis pies, y mi escudo que me protege de mis enemigos. En verdad, tú eres el único en quien puedo confiar, porque eres el único que no falla, el único que me ama con amor eterno. Desde antes de que naciera, desde antes de que me cargara mi madre, tú me has tenido en tu regazo.
“La tierra de los vivientes” es una expresión que designa a los habitantes que pueblan la tierra, en oposición a los que ya descendieron al Seol, a la tumba. Es una manera de decir: en este mundo.
La expresión “mi porción” nos remite al salmo 16 en que David dice que Jehová es la porción, o parte, que le ha tocado como herencia; esto es, algo que es realmente suyo, una propiedad que nada ni nadie le puede discutir. Y así es realmente. Aunque somos sus criaturas y le pertenecemos, Dios a su vez, nos pertenece.
Notemos que en este versículo David clamó primero, y que después habló. Su grito fue angustioso, pero las palabras que salieron de su boca rebosaban confianza: “Tú eres mi esperanza”. Yo sé que no estoy solo, que tú no me has abandonado. Yo estaba huyendo de los enemigos que me persiguen, y encontré refugio en esta cueva, pero mi verdadero refugio eres tú, el inconmovible, el que nunca cambia.
Dios era la porción que le quedaba en la tierra de los vivientes porque le habían arrebatado la porción que en justicia le correspondía en la corte, el sitial que se había ganado con sus proezas.
6. “Escucha mi clamor, porque estoy muy afligido. Líbrame de los que me persiguen, porque son más fuertes que yo.”
Sólo tú, oh Dios, puedes librarme de esta aflicción. Por eso clamo a ti desesperado. Tú tienes el poder de librarme de los que me acosan, que son más numerosos y fuertes que yo. Reconozco mi debilidad en esta situación. No tengo nada de qué jactarme, y sólo cuento contigo para protegerme.
Cuando nos encontramos en una situación angustiosa, de grave peligro, sólo Dios es nuestro auxilio. Pero podemos acudir a Él confiados, sabiendo que Él nos ama y se preocupa por nosotros. En verdad, a lo largo de toda esa situación apremiante sus ojos no se han apartado de nosotros y sabe qué es lo que va a hacer. Yo me encuentro en un hoyo sin salida, según creo, pero Él sabe cómo me va a librar.
David reconoce que los que le persiguen son más fuertes que él. Él no puede enfrentarlos porque le superan en número. Pero si ellos son más fuertes que yo, tú, mi Dios, eres más fuerte que ellos.
Yo he caído muy bajo, pero no tan bajo que no me puedas rescatar. ¿Habré caído tan bajo que mis oraciones no lleguen a tus oídos? Aunque estuviere en lo más profundo de la tierra, tú escucharías mi voz.
Yo no puedo librarme de los que me persiguen, pero tú sí puedes librarme, tú que estás siempre a favor de los oprimidos y en contra de los opresores. Yo soy ahora uno que es oprimido y perseguido. Tengo derecho a recibir tu ayuda, y sé que no me la negarás, porque tú eres fiel a tu palabra.
Si hay alguien que ha estado una vez afligido, ése ha sido Jesús. Él pudo gritar desde la cruz: “Padre, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27:46) porque Él estaba rodeado de enemigos que eran más numerosos y fuertes que Él. Habían ensañado su odio contra Él, golpeándolo cruelmente y clavándolo a una cruz, y su aspecto llegó a ser miserable y de dar pena.  Pero la victoria de sus enemigos no duró mucho, porque Dios lo levantó de entre los muertos, y ya no pueden hacer nada contra Él.
7. “Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; Me rodearán los justos, porque tú me serás propicio.” 
Si tú me sacas de esta situación desesperada yo me dedicaré a alabarte para que todos sepan que tú, y sólo tú, eres mi salvación.
Todos los que te aman, los que conocen por propia experiencia cuán grande es tu fidelidad y tu misericordia, vendrán para escuchar de mi boca cómo tú me has ayudado y unirán sus voces a las mías para alabarte y agradecerte.
No hay prisionero que no agradezca al que lo sacó de la cárcel. Pero la liberación más gloriosa es la espiritual, la liberación de la desesperanza, de la soledad, del asedio de las tentaciones, del envilecimiento que produce el pecado, … Sólo Dios puede llevarla a cabo, pero cuando lo hace todos quieren oír el testimonio del que fue liberado de las cadenas que oprimían su alma, y puso una nueva canción en sus labios.
¡Qué tremendo contraste entre la caverna en que se consumía el ánimo de David, y el júbilo de las doce tribus que más adelante se unirán para proclamarlo rey de Israel (2Sm 5:1-3). Ese día en verdad Dios le fue propicio y lo bendijo abundantemente. Él había empezado este salmo llorando y clamando. Lo terminó proclamando proféticamente victoria.
P.H. Reardon (“Christ in the Salms”) dice que son varios los personajes de la Biblia que hubieran tenido motivo para recitar porciones de este salmo, comenzando por Jacob cuando huía de Esaú: “Clamé a ti oh Jehová; Tú eres mi esperanza y mi porción en la tierra de los vivientes. Escucha mi clamor porque estoy muy afligido.” O José, cuando fue vendido por sus hermanos como esclavo y fue acusado falsamente y echado en una cárcel: “Mira a mi diestra y observa, pues no hay quien me quiera conocer; no tengo refugio, ni hay quien cuide de mi vida.” O Elías, cuando huía de la perversa reina Jezabel, y fue a encontrarse con Dios en una cueva: “Cuando mi espíritu se angustiaba dentro de mí, tú conociste mi senda. En el camino en que andaba me escondieron lazo.” O Jeremías, cuando fue echado en un pozo profundo, y después fue encerrado en un calabozo: “Saca mi alma de la cárcel, para que alabe tu nombre; me rodearán los justos porque tú me serás propicio.”  O Job, cuando estaba sentado sobre un montón de ceniza, huérfano de todo consuelo humano: “Con mi voz clamaré a Jehová; con mi voz pediré a Jehová misericordia. Delante de Él expondré mi queja; delante de Él manifestaré mi angustia.”
Pero ninguno con mayor motivo que Jesús, “varón de dolores, experimentado en quebranto” (Is 53:3), que fue abandonado por sus amigos, traicionado por uno de ellos, negado públicamente por otro, acosado por enemigos que eran más fuertes que Él, que fue “crucificado, muerto y sepultado, y descendió” a la cárcel del infierno, de donde salió para resucitar triunfante, y dar vida todos los que creen en Él.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados y a pedirle humildemente perdón a Dios por ellos.

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jueves, 29 de septiembre de 2016

BENDICE ALMA MÍA A JEHOVÁ III

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
BENDICE, ALMA MÍA, A JEHOVÁ III
Un Comentario del Salmo 103:15-22
Después de cantar las maravillas que ha hecho y hace Dios por el hombre, el salmista contrasta la fugacidad de la vida humana con la permanencia eterna de la misericordia divina.

15,16. “El hombre (Nota 1), como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasó el viento por ella y pereció, y su lugar no lo conocerá más.”
El salmista hace un paralelo entre la vida del hombre y la hierba del campo, que por unos días se yergue lozana y bella, pero muy pronto se marchita, secada por el calor del viento solano, lista para ser segada. O como la flor que exhala su perfume en la mañana, pero cuyos pétalos caen al suelo en la noche. Isaías 40:7 proclamó una cosa semejante, y también lo hicieron algunos salmos, como el salmo 90:5,6. 
Un día vemos al hombre en la cima de su vigor, trabajando laboriosamente y haciendo muchas cosas, y otro día lo vemos decaído, pálido y sin fuerzas, agobiado por la enfermedad, e inclinado hacia el sepulcro. Pronto circulan las esquelas de duelo y los que lo conocieron llenan su boca de elogios al difunto por lo mucho que hizo en vida. Pero al cabo de pocos años nadie se acuerda de él. Su recuerdo se ha borrado de la memoria colectiva, y su nombre es desconocido por la nueva generación. En el lugar donde vivía casi nadie lo recuerda. Otros hombres crecen, florecen y también pasan.
La vida del hombre es un sueño fugaz. De ser una criatura de pecho, pasa a la infancia; de la infancia a la pubertad; de la pubertad, a la adultez; de la adultez a la ancianidad; de la ancianidad a la tumba. Su nombre sólo perdura en una lápida en el campo santo, o en el letrero de una calle (Jb 7:7-10). No obstante, la huella de su carácter y su influencia, buena o mala, perdura en sus hijos y en su descendencia, aunque no lo recuerden conscientemente.

17,18. “Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad, sobre los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos; sobre los que guardan su pacto, y los que se acuerdan de sus mandamientos para ponerlos por obra.”
Frente a la transitoriedad de lo humano la misericordia de Dios nunca se extingue.
Pasan las generaciones y los siglos, pero permanece siendo la misma. La vida del hombre en la tierra es, por el contrario, como hemos visto, un instante fugaz dentro de la eternidad de Dios.
Él se inclina siempre compasivo y tierno sobre los que le temen, sobre los que le son fieles y se esfuerzan en guardar todas sus ordenanzas, porque le aman. Su amor por el hombre es inagotable y nunca se cansa de perdonarnos y de otorgarnos sus beneficios (Ex 20:6). María dirá algo semejante en el cántico que entonó cuando visitó a su pariente Isabel: “Su misericordia es de generación en generación a los que le temen.” (Lc 1:50).

19. “Jehová estableció en  los cielos su trono, y su reino domina sobre todos.”
Este versículo afirma una vez más la soberanía de Dios sobre la creación entera, como lo hacen también en variados términos los salmos 93 y 95 al 99. El salmista emplea para ello imágenes tomadas de la realeza humana.
El trono es a la vez símbolo de gobierno, de supremacía y de majestad. Dios puso su trono en los cielos que, en la concepción cósmica de ese tiempo era el lugar más alto del universo, desde el cual se divisa no sólo la tierra entera y los mares, sino también el sol, las estrellas y los demás cuerpos celestes. Él ejerce un señorío absoluto sobre todos los seres que pueblan nuestro planeta y los mundos celestes, con su inmensa variedad de astros (Sal 22:28).
Los tres versículos siguientes constituyen la estrofa final del salmo, dedicada a alabar y bendecir al Señor.

20. “Bendecid a Jehová, vosotros sus ángeles, poderosos en fortaleza, que ejecutáis su palabra.”
Así como al inicio el salmista se exhortó a sí mismo a bendecir a Dios, ahora exhorta a sus ángeles a hacerlo. Ellos son suyos, fueron creados por Él y puestos a su servicio, dotados de gran poder, muy superior a los poderes y capacidades humanas. Ellos tienen por misión obedecer a las órdenes que les da Dios y ejecutar sus encargos en el gobierno de la creación, y también, cuando es necesario, intervenir en las vidas de los seres humanos.
Algunas de esas intervenciones están consignadas en la Biblia, y tuvieron gran importancia en el desarrollo de los acontecimientos de la historia. Pero ignoramos de qué manera ellos siguen interviniendo ahora, aunque se tienen consignados algunos casos singulares en los que ellos han intervenido concretamente y en forma milagrosa.
En la Biblia no hay información acerca de la creación de los ángeles ni de su naturaleza. Toda la información concreta que poseemos acerca de ellos proviene de la literatura apócrifa y pseudoepigráfica.

21. “Bendecid a Jehová, vosotros todos sus ejércitos, ministros suyos que hacéis su voluntad.”
Luego exhorta con el mismo fin a las miríadas de seres espirituales que forman las milicias divinas y que pueblan el universo. Sabemos que existen categorías entre ellos que menciona Pablo (principados, potestades, etc. Ef 6:12), pero también ignoramos cuáles sean sus funciones específicas, y de qué manera los emplea Dios, aunque aquí se dice de ellos que son sus ministros, esto es, sus administradores. En el salmo 91:11,12 se menciona cuáles son algunas de esas funciones a favor del hombre: “Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos (de donde proviene la noción de los ángeles de la guarda). En las manos te llevarán para que tu pie no tropiece en piedra.” (2)

22. “Bendecid a Jehová, vosotras todas sus obras, en todos los lugares de su señorío. Bendice, alma mía, a Jehová.”
Por último exhorta a las obras de Dios a bendecirlo. Éstas incluyen el reino animal y vegetal en el aire, mar y tierra y, posiblemente también, incluye a los valles, los ríos y las montañas, en suma, todos los accidentes geográficos.
Vemos que aquí hay una progresión en la alabanza. Primero los ángeles, luego los ejércitos celestiales, y, luego las obras de su creación entera. Todos deben unirse en coro para alabar a Dios.
El salmista concluye repitiendo la frase del inicio, con que empezó el salmo, y que será también, la frase con que se inicie el salmo siguiente.

Notas: 1. Es interesante que el hebreo use aquí la palabra enosh en lugar de adam, porque siendo su raíz el verbo anash, que significa, entre otras cosas, “ser débil”, esa palabra se emplea cuando se trata de señalar la debilidad o fragilidad del ser humano, como en el salmo 8:4, por ejemplo: “¿Qué es el hombre (enosh) para que de él te acuerdes?”
2. Este versículo fue usado por Satanás para tentar a Jesús (Mt 4:6).

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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viernes, 23 de septiembre de 2016

BENDICE ALMA MÍA A JEHOVÁ II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
BENDICE, ALMA MÍA, A JEHOVÁ II
Un Comentario del Salmo 103:8-14


8. “Misericordioso y clemente es Jehová; lento para la ira y grande en misericordia.” (Nota 1)
Después de recordar cómo Dios notificó sus caminos a Moisés, el salmista menciona cuatro de las cualidades más importantes del carácter de Dios, que presenta en pares sucesivos. Las dos primeras son su misericordia y su clemencia. Estas dos cualidades no son exactamente sinónimas, aunque tienen un fondo común. Esas son las cualidades que Dios mismo afirma tener, tal como se lo reveló a Moisés cuando renovó el pacto en el Sinaí (Ex 34:6; cf Nm 14:18; Dt 5:10; Nh 9:17), y lo confirman  los salmos 86:15 y 145:8, y los profetas Is 55:7; Jr 32:18; Nah 1:3.
La misericordia es la capacidad de inclinarse compasiva y amorosamente al necesitado, o hacia el que se encuentra en una situación inferior, o angustiosa, para ayudarlo. Clemencia es la cualidad que permite escuchar con interés los clamores de los que se encuentran oprimidos, o cuya vida está amenazada, y luego hacer lo posible para apartar el peligro.
Enseguida menciona las dos cualidades siguientes afirmando, primero, que frente a la desobediencia, o a la violación de sus normas, Dios no reacciona inmediatamente para sancionar con ira, sino que le da largas al pecador para que tenga oportunidad de arrepentirse y rectificar su conducta. Si tú has obrado mal no te castiga inmediatamente, sino que te da tiempo para que recapacites. Es una manera de decir que Dios es paciente y tolerante, porque ama a sus criaturas con un amor entrañable pese a todas sus fallas. Eso es lo que dicen, casi con idénticas palabras, los siguientes pasajes: Nm 14:18; Nh 9:17; Jl 2:13.
Nosotros deberíamos seguir con los nuestros el ejemplo de nuestro Padre, esto es, no montar rápidamente en cólera, sino ser pacientes con los que nos irritan u ofenden. (2)
Por último, dice “grande en misericordia”, lo cual, según Bellarmino, hace referencia a esa inefable misericordia por la cual Dios nos levantará a un nivel superior al de sus ángeles (1Cor 6:3), al de su propia semejanza, lo cual ocurrirá el día en que “seremos semejantes a Él, porque le veremos tal como Él es.” (1Jn 3:2).

9. “No contenderá para siempre, ni para siempre guardará el enojo.” (cf Sal 30:5; Jr 3:5,12; Mq 7:18), porque si lo hiciera, como dice Is 57:16a, decaería el espíritu del hombre y se deprimiría. (3).
Por eso es que cuando justificadamente se enciende su ira contra la impiedad, su indignación se aplaca pronto, y está dispuesto a perdonar al infractor al menor signo de arrepentimiento, tal como, disgustado, se lo reprochó Jonás a Dios, cuando los ninivitas se convirtieron (Jon 4:2). En realidad, Él está deseoso de hacerlo porque ama al hombre con un amor infinito.
¿Podemos imaginar a Dios resentido por las infidelidades del hombre? Ciertamente adolorido, sí, pero Él no guarda rencor, y está siempre pronto a perdonar. De esa manera Él nos da ejemplo, porque tampoco desea que sus hijos sean rencorosos, sino que estén siempre dispuestos a perdonar las ofensas sufridas.
Para Él es tan desagradable reprendernos como para nosotros lo es ser reprendidos, y menos aún le gusta encenderse en cólera, porque la ira le impide ser compasivo. Si alguno siente que está siendo probado por Dios sin saber la causa, bien puede preguntarle: ¿Por qué contiendes conmigo? ¿En qué forma te he ofendido? Y Él no tardará en hacérselo saber.

10. “No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades, ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados.” (4)
Por eso no trató al pueblo infiel que le dio la espalda tantas veces corriendo detrás de ídolos -algo que le estaba estrictamente prohibido- tal como lo merecía, ni los castigó cuando la impiedad llegó a su colmo con la dureza y severidad que se habían ganado. Así lo declaró Esdras, el escriba, en oración ante el pueblo, al retorno del exilio (Es 9:13).
Si lo hubiera hecho el pueblo hebreo habría perecido pronto, tal como pereció la humanidad perversa en el diluvio (Gn caps. 7 y 8), y no habría quedado un remanente. A nosotros tampoco nos ha tratado con la severidad que merecíamos, ni lo ha hecho tampoco conmigo.
Cuando Saulo cayó a tierra como un perseguidor camino a Damasco, y se levantó para ser un predicador (Hch 9:3-9), él reconoció que él había recibido misericordia de acuerdo a la promesa que contiene este salmo, de que Dios no nos tratará de acuerdo a nuestras iniquidades, sino que engrandecerá su misericordia sobre los que no lo merecen (Cesario). Pero si Dios no nos ha tratado conforme a nuestras iniquidades, es porque Él cargó nuestros pecados sobre otro que era inocente, sobre su Hijo, que murió por nosotros en la cruz expiando nuestras faltas, para que nosotros vivamos para la justicia (1P 2:24; 2Cor 5:21).
Como Padre amoroso que es, Dios se deleita en mostrarnos su misericordia, y constantemente nos la otorga a través de Jesucristo, nuestro mediador, por medio de quien nos vienen todas las gracias temporales y espirituales que recibimos.

11. “Porque como la altura de los cielos sobre la tierra, engrandeció su misericordia sobre los que le temen.” (5)
Él ha tratado a los que le temen con amor reverente, con una misericordia que sólo un Dios de bondad infinita puede mostrar. La imagen que usa el salmista para describir la grandeza de su misericordia nos recuerda una frase de Is 55:9: “Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más altos que vuestros pensamientos.” (cf Sal 36:5; 57:10) A los ojos de los hombres de su tiempo ésa era una expresión de dimensión infinita, porque ¿quién podría medir la distancia que separa al cielo de la tierra?
Pero es de notar que los que se beneficiaron de su bondad fueron los que le temían, esto es, los que se humillaron delante de Él acongojados, pidiéndole perdón. Y así ocurre también en nuestro tiempo, porque Él no ha cambiado. Sobre los endurecidos que perseveraron en el mal Dios derramó, a pesar suyo, su justa ira, porque tenía que hacer prevalecer su santidad y su justicia.
“El temor de Dios  es el principio de la sabiduría” dice el libro de Proverbios 9:10, el primer fruto de la vida divina en nuestra alma cuando nos regenera. Ese santo temor nos asegura la plena posesión de los beneficios de la misericordia divina pero, sobre todo, nos aleja del peligro de  pecar, y nos fortalece contra las tentaciones, porque pone delante de nuestros ojos espirituales las consecuencias que trae consigo ofender a Dios.

12. “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestra rebeliones.” (6)
Nuevamente el poeta utiliza una imagen tomada de la observación del cosmos: la distancia que separa el oriente del occidente, al este del oeste, una distancia inconmensurable, infinita. Así apartó el Señor de su memoria las infidelidades del pueblo elegido; y de igual forma aparta nuestros pecados de su recuerdo si nos arrepentimos sinceramente, pues dice que los arroja al mar del olvido (Mq 7:19). Esto equivale a decir que los borra enteramente, como si nunca los hubiéramos cometido (Hch 3:19). Is 43:25 dice que lo hace por amor de sí mismo, no tan sólo por amor de sus criaturas (cf Is 44:22).
Este salmo tiene su cumplimiento en la cruz. Las cuatro dimensiones del amor de Cristo, la anchura y la longitud, la profundidad y la altura de que habla Ef 3:18, están representadas por las cuatro dimensiones de la cruz, trazadas por sus dos palos, el horizontal y el vertical.

13. “Como el padre se compadece de sus hijos, se compadece Jehová de los que le temen.” (7)
He aquí una nueva expresión de la misericordia divina: Como un padre se compadece de sus pequeñuelos, de sus hijos traviesos, a los que mira con ternura cuando hacen travesuras que les hacen daño, y se caen, tropiezan y lloran. Sin embargo, lo que caracteriza a los pecadores de los que Dios se compadece es que ellos, pese a su fragilidad, le temen y se vuelven a Él cada vez que se apartan y caen. Dios no obra así con los que perseveran desafiantes en el mal.
En los profetas y en los salmos hay pasajes que muestran que los sentimientos de Dios respecto de sus hijos toman a veces una coloración maternal, como cuando, en Isaías, Dios responde a la queja de Sion de que Él ha olvidado a su pueblo: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti.” (49:15; cf Sal 27:10). Estos sentimientos de Dios contrastan con la indiferencia, y hostilidad en algunos casos, que los dioses paganos, según la literatura greco-romana, solían mostrar respecto de sus adoradores.

14. “Porque Él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo.” (8)
Dios conoce muy bien lo que somos (“soplo que va y no vuelve”, Sal 78:39), y de qué fuimos hechos: del vil polvo de la tierra que Él tomó en sus manos para darle forma, como hace el alfarero con la arcilla, y soplarle aliento de vida (Gn2:7). Sabe también que al polvo volveremos (Gn 3:19). Nada pues tenemos de qué jactarnos, salvo de que, por su gracia, fuimos hechos a su imagen y semejanza (Gn 1:26). Ésa es nuestra mayor gloria, pero es inmerecida.
Conoce además nuestras fortalezas y debilidades, nuestro temperamento y nuestro defecto principal. Pero no sólo conoce nuestros defectos, sino también los de las personas con quienes tratamos, y a veces lidiamos. Y de todos tiene compasión, porque todos somos hechura suya (Sal 139:13). Si parece que nuestras tentaciones nos asaltan más allá de lo que nuestra debilidad puede resistir (1Cor 10:13), nunca van más allá de su capacidad para perdonar, como dice Malaquías: “Y los perdonaré como el hombre perdona al hijo que le sirve.” (3:17b).
F.J. Dake anota apropiadamente que Dios recuerda lo que el hombre olvida (nuestra condición y debilidades), mientras que el hombre recuerda lo que Dios olvida (nuestros pecados).

Notas: 1. La palabra hebrea rahum significa compasivo, misericordioso; hannun puede también traducirse, como lo hacen algunas versiones, “lleno de gracia”. Los adjetivos rahum y hannun aparecen juntos en una frase que figura con frecuencia en el Antiguo Testamento: Hannun we rahum = lleno de gracia y compasivo. La palabra ap quiere decir nariz, y también ira, señalando la relación que existe entre la ventana de la nariz y la ira. Cuando uno se enfurece, resopla por la nariz. El que tiene una nariz larga no se enfurece rápidamente; el que tiene una nariz corta es impaciente. La palabra hesed denota una de las cualidades centrales del carácter divino, pues determina muchas de las principales intervenciones de Dios en la historia, comenzando por el pacto celebrado con el pueblo escogido. Combina las cualidades de bondad, amor y misericordia, tal como fueron ejemplificadas por David, por ejemplo, en su trato con Mefiboset, el hijo tullido de su amigo Jonatán.
2. Spurgeon bellamente comenta: “Los que escuchan el evangelio participan de su misericordia acogedora; los santos viven por su misericordia salvadora; son preservados por su misericordia sustentadora; son alegrados por su misericordia consoladora; y entrarán al cielo por su infinita y perdurable misericordia.”
3. La expresión “para siempre” figura dos veces en este versículo, pero es la traducción de dos palabras hebreas diferentes. La primera es nesah, que significa “siempre”, “perpetuamente”; la segunda es “olam”,  palabra que significa “largo tiempo”, y que tiene en el judaísmo rabínico un significado teológico muy amplio, incluyendo a la edad futura (Olam ha-ba). Es de notar que la palabra “enojo” que aparece en este versículo, no está en el original, que, mediante la figura de elusión, la da por sobreentendida.
4. La palabra het significa “pecado”, “ofensa”, “falta”. Awon, también es, “pecado”, “transgresión”, “impiedad”, y sus consecuencias de “culpa” y “castigo”. Es una de las cuatro palabras principales que designan al pecado en el idioma hebreo, con el matiz agravante de perversión deliberada. Más correcto sería, como traducen la mayoría de las versiones de este versículo, que en primer lugar estuviera la palabra “pecados”, y en segundo, “iniquidades”.
5. La palabra plural samanayim designa al cielo, al firmamento, incluso al aire y a las estrellas. Eretz es una de las palabras que con más frecuencia aparece en el Antiguo Testamento. Su significado básico es “tierra”, pudiendo aludir al planeta, o a una extensión de terreno.
6. Mizrah = este; maharah = oeste. Pesa = Transgresión, rebelión, sobre todo contra Dios y sus leyes.
7. Raham, tener compasión, simpatía profunda, acompañada de pena por el que sufre. Yaré es un adjetivo que deriva de un verbo que significa “temer”, “respetar”, y que alude frecuentemente al temor de Dios.
8. Yada, conocer, enterarse, percibir, discernir, experimentar. Zakar, recordar, mencionar, hacer conocer. Apar, polvo, tierra seca, esto es, el material del cual Dios formó al hombre.



Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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