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viernes, 27 de octubre de 2017

EL DESEO DE LOS JUSTOS ES SOLAMENTE EL BIEN

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL DESEO DE LOS JUSTOS ES SOLAMENTE EL BIEN
Un Comentario de Proverbios 11:23-26
23. “El deseo de los justos es solamente el bien; mas la esperanza de los impíos es el enojo.”
En este proverbio el deseo y la esperanza están contrastados. ¿En qué forma están ambos conectados? En que el deseo, una vez concebido en el alma, se convierte en esperanza de alcanzar lo deseado. Parafraseando a un autor del pasado diríamos que los deseos son las alas del alma que la llevan hacia aquello que ama, y no descansará hasta que lo consiga.
Los deseos del justo sólo pueden ser buenos porque todo su ser está orientado hacia el bien, y es Dios quien los inspira (Sal 37:4). El justo sólo desea el bien para otros, y no se resiente de lo que otros y no él recibe, porque sabe que en todo Dios es justo. Él no desea el mal a nadie, ni siquiera a sus enemigos. Si un pensamiento malo le cruza la mente inmediatamente lo aleja de sí, mientras que con el impío sucede lo contrario. Él se deleita en pensar y desear el mal para otros, sin saber que al desear el mal, lo atrae a sí, y que puede sobrevenirle lo que él deseó para otros.
Como desea sólo el bien, el justo puede decir que el Señor es la porción de la herencia que le ha tocado, y que, en verdad, es más deleitosa que ninguna otra, y que nada se compara con ella. Por eso el salmista exclamó: “El Señor es la porción de mi herencia y de mi copa… Las cuerdas me cayeron en lugares deleitosos (1) y es hermosa la heredad que me ha tocado.” (Sal 16:5,6; cf Sal 73:25).
El desear sólo el bien trae consigo una gran recompensa: poseer y ser poseído por Dios, de modo que sólo se viva para Él (Rm 14:8).
En cambio, la esperanza (algunas versiones dicen la expectativa) del impío es enojo, esto es, disgusto, molestia, fastidio, porque al oponerse siempre a los planes y deseos de Dios, eso es lo que recibe.
Hay un episodio en el libro de Números que ilustra muy bien el mensaje de este proverbio. Durante su marcha por el desierto llegó un momento en que el pueblo hebreo se hartó de comer sólo el maná que caía del cielo cada mañana, y deseó comer carne. Entonces se quejaron a Dios de mala manera, diciendo que mejor les iba cuando vivían como esclavos en Egipto y podían comer de todo (Nm 11:4-6). En respuesta a su queja malagradecida Dios les dijo que puesto que tanto la deseaban ellos comerían carne hasta hartarse (11:18-20). Mandó entonces Dios un viento que trajo codornices del mar en gran número. No bien había comenzado el pueblo a comerlas cuando vino sobre ellos una plaga que causó la muerte de muchísimos de ellos (11:31-33; cf Sal 105:40).
No obstante, F. Delitzsch sugiere que la palabra hebrea ebra debe traducirse no como “enojo”, como hace nuestra versión, sino como “presunción”, de modo que mientras que el deseo de los justos es sólo el bien, la esperanza de los impíos está basada en las sugerencias de su presunción y es, por tanto, vano auto engaño.
            El versículo entero puede también interpretarse en el sentido de las consecuencias: el justo cosechará el bien como fruto de sus aspiraciones, mientras que la recompensa que el impío espera se frustrará, porque incluso cuando trata de hacer el bien, no lo hace rectamente.
Los tres proverbios siguientes (11:24,25,26) contraponen la generosidad con el egoísmo. El que reparte generosamente (v. 24) es el que se inspira en el carácter de Dios, que es generoso por naturaleza, y se goza en bendecir a sus criaturas. El que sacia las necesidades ajenas (v. 25) –que pueden ser muchas y de diversa índole- verá que las suyas son saciadas por canales de provisión inesperados.
Hay algunos que en su egoísmo todo lo quieren para sí y se apropian de lo que no es suyo –como podría ser de la calle o de la vereda, que son lugares públicos- pero cuya codicia suscita el rechazo de sus vecinos y, por último, de la sociedad entera. Todo lo quieren para sí, pero nadie los quiere tener por amigos. Terminan aislados de todos.
Nosotros vemos con frecuencia que el dadivoso es amado por todos, mientras que el tacaño es odiado. La razón es clara: el primero hace felices a muchos; el segundo es causa de mucho sufrimiento ajeno.
24. “Hay quienes reparten, y les es añadido más; y hay quienes retienen más de lo que es justo, pero vienen a pobreza.”
Jesús pudo haberse inspirado en este versículo al decir: “Dad y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosante darán en vuestro regazo.” (Lc.6:38)
            Ser generoso es buen negocio; y malo ser tacaño, porque el amarrete, aunque sea rico, vive como pobre.
            El que reparte participa del espíritu de Dios que es generoso en distribuir sus bendiciones, y en hacer prosperar a los justos (Dt 28:1-14), y por eso cuanto más da, más tiene. La semilla que siembra en los campos de la vida haciendo el bien, le produce un retorno generoso con el cual él llena sus graneros (Gal 6:9). Como se dice en 2Cor 9:6: “El que siembra generosamente, generosamente también segará.”
            El que honra al Señor con sus bienes recibirá con seguridad una cosecha abundante (Pr 3:9,10), pero también el que da a los pobres, porque Dios cuida de ellos (19:17).
            Hay quienes desperdician sus recursos en forma descuidada, y en pecado, amando el deleite, como el hijo pródigo (Lc 15:13,14). El fruto que cosechen será pobreza y necesidad (Pr 21:17).
            El que predica la palabra de Dios y la dispersa por el mundo generosamente, hallará que su conocimiento y entendimiento (que no son lo mismo) espiritual aumentará en la medida en que otros participan de él. En cambio, el que no comparte lo que sabe, pretendiendo reservarlo para sí y obtener una ganancia con lo que recibió por gracia, experimentará una pérdida.
            En el campo de la economía de Dios parece que rigiera una ley paradójica: El que reparte con generosidad verá que sus recursos no disminuyen sino, al contrario, aumentan; mientras que el que retiene para sí todo lo que puede, en lugar de enriquecerse como espera, empobrece. Un epitafio antiguo ilustra lo dicho: “Lo que gastamos, teníamos; lo que ahorramos, lo perdimos; lo que dimos, eso tenemos.”
            El principio enunciado por este proverbio tiene una aplicación práctica en el campo de los impuestos sobre las ventas que retienen las autoridades porque, cuando son excesivos, ahogan la actividad económica y el país empobrece.
            ¿Quién es el que retiene más de lo debido? El que no paga el precio justo por lo que compra, o el que vende usando una pesa falsa (Pr 11:1), o el que niega su ayuda al necesitado pudiendo darla. De esa clase de personas ha dicho el profeta: “Pues así ha dicho el Señor de los ejércitos: Meditad bien sobre vuestros caminos. Sembráis mucho y recogéis poco; coméis, y no os saciáis; bebéis, y no quedáis satisfechos; os vestís, y no os calentáis…” (Hag 1:5,6). (2)
25. “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.”
El original hebreo dice: “el alma de bendición.” Podríamos comentar: el alma que bendice, será a su vez bendecida. Este proverbio de paralelismo sinónimo es un comentario, o elaboración, de la primera línea del proverbio anterior, y confirma el mensaje de Pr 11:17.
            Isaías contiene una promesa maravillosa para el que parte su pan con el hambriento, y alberga en su casa a los pobres errantes, y cubre además la desnudez de su hermano: “Entonces nacerá tu luz como la aurora, y tu salvación se dejará ver pronto, e irá tu justicia delante de ti, y la gloria del Señor será tu retaguardia.” (58:8).  Ya desde el Sinaí Moisés conminó al pueblo a ser generoso (Ex 22:25-27; Lv 25:35-37).
            En una de sus homilías Juan Crisóstomo cita algunos proverbios orientales sobre la mayordomía del dinero que contienen interesantes enseñanzas: “Las riquezas del bueno son como el agua vertida en un campo de arroz.” “Los buenos, como las nubes, reciben sólo para dar.” “Los ríos no beben su propia agua, ni los árboles comen sus propios frutos.”
            En la New King James Version se lee: “El que riega a otros, será también regado.” El que lleva a otros el agua de la palabra (Ef 5:26) será abundantemente bendecido porque “de su interior correrán ríos de agua viva” (Jn 7:38). Regar los campos de la viña del Señor es parte del trabajo del ministro del Evangelio, en el cual a cada uno le toca una parte asignada por Dios, tal como escribió Pablo: “Yo planté, Apolos regó…” (1Cor 3:6). Los que lleven a cabo el trabajo de esparcir y cultivar la buena semilla en otros serán a su vez refrescados, confortados, y recompensados generosamente por Dios. Como dice el Targum judío: “El que enseña, él también aprenderá.” El Espíritu Santo será su maestro.
26. “Al que acapara el grano, el pueblo lo maldecirá; pero bendición será sobre la cabeza del que lo vende.”

Este proverbio nos muestra que ya en esos tiempos antiguos había especuladores que aprovechaban la escasez de trigo, o de otros cereales, para enriquecerse, comprando a los campesinos sus cosechas a bajo precio, y reteniéndolas para crear de esa manera una escasez artificial que hacía elevar los precios. Es un principio básico de la economía que cuando la oferta es escasa, la demanda hace que los precios suban.
Como es natural, los que seguían esa política eran odiados por el pueblo (como lo son también ahora) porque explotaban el hambre; mientras que los que obraban de manera contraria, es decir, vendían, eran amados.
En el libro del Génesis tenemos el claro ejemplo de lo segundo en José, que sugirió al faraón que se reservara en depósitos apropiados la quinta parte de la cosecha que se recogiera durante los siete años de abundancia anunciados, para poder vender el trigo almacenado durante los siete años en que las cosechas serían escasas, de modo que no hubiera hambre. Y él mismo, por su sabiduría, fue encargado de llevar a cabo esa política prudente (Gn 41:34-36; 46-49).
Notemos que dice que hay bendición no sobre el que regala el grano, sino sobre el que lo vende, porque es normal que el comerciante tenga una ganancia razonable. Pero el acaparador quiere maximizar su beneficio a todo costo, sin importarle el sacrificio que su actitud impone a otros. El profeta Amós denunció severamente esa política, mencionando de paso a los que achican la medida, suben los precios y falsean la balanzas (8:4-6).
Ch. Bridges señala que la maldición viene del pueblo, pero que la bendición viene de arriba. Y agrega que al que subordina su propio interés al bien común, le vendrán bendiciones sobre su cabeza (Pr 10:6).
¿Pero es el clamor por el pan de vida tan grande como el clamor por el pan que perece? Si el que retiene el segundo es maldito, con mucho mayor motivo debe serlo el que retiene el primero. Y si vienen bendiciones sobre el que vende el grano material ¡con cuánto mayor motivo debe haberlas sobre el que reparte generosamente el grano que da vida al espíritu! Imitando a Isaías proclamaremos: “¡Venid y comprad ese pan sin dinero y sin precio!” (cf 55:1).
¡Cuánto daño hacen los que retienen las palabras que pueden dar vida a los que están muertos en sus delitos y pecados! (Ef 2:5) Con su silencio condenan a muchos al fuego eterno, que podrían ser salvos si se les predicara y nacieran de nuevo. No seamos nosotros de ellos, sino repartamos generosamente en torno nuestro la palabra de vida que hemos recibido.
Notas: 1. Estas palabras son una alusión al método que se empleaba entonces, mediante cuerdas o cordeles, para marcar el límite de las tierras cuando se repartían.
2. Es cierto que esas palabras fueron pronunciadas en una situación diferente –el desgano del pueblo para empezar la reconstrucción del templo de Jerusalén después del retorno del exilio- pero también son aplicables al descuido en hacer lo que sabemos que Dios espera de nosotros.
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a arrepentirte de tus pecados, y a pedirle perdón a Dios por ellos., haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#951 (13.11.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

lunes, 29 de agosto de 2011

LA INQUIETUD DE ZAQUEO II

Por José Belaunde M.

A PROPÓSITO DE LUCAS 19:1-10
(Transcripción de una charla dada en el ministerio de la “Edad de Oro”)


Al terminar el artículo anterior Jesús, que se había invitado a sí mismo a casa de Zaqueo, se preparaba para ser acogido por el publicano. Apenas llegó Zaqueo exclamó: “La mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado.” (v. 8). Zaqueo se había vuelto loco. Él, que se había dedicado la vida entera acumular dinero por cuenta de los romanos, y a juntar de paso plata para sí, ahora quiere regalar la mitad de su fortuna.

Oye Zaqueo ¿qué te ha pasado? ¿Estás mal de la cabeza? ¿Te has vuelto chiflado? ¿Qué te ha ocurrido? Antes de que Jesús le diga nada declara: “Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres, y si en algo he defraudado a alguien en el cobro de impuestos, (su conciencia lo acusaba de que lo había hecho), le voy a devolver lo que le cobré de más multiplicado por cuatro.” De ser un hombre avaro, codicioso, de pronto Zaqueo se ha convertido en un hombre generoso, como estoy seguro lo somos nosotros los que estamos acá.

Pero ¿no ocurre eso con frecuencia, que cuando un hombre es tocado por Dios se vuelve desinteresado? ¿No es eso lo que ocurre? Aquí en esta sala no hay avaros, aquí no hay codiciosos, ¿no es cierto? Porque todos somos cristianos generosos como debemos ser. A nadie de los que estamos acá le duele soltar el monedero o la billetera. Yo doy fe de ello.

Pero inquiramos más profundamente. ¿Qué movió a Zaqueo a hacer ese acto de generosidad? Inconcientemente él reconoce que para recibir dignamente a Jesús como huésped, la casa de su alma -dice Juan Crisóstomo- debe ser adornada con limosnas y actos de desprendimiento. Al regalar la mitad de su fortuna él se hizo imitador de Aquel que se hizo pobre para que nosotros fuéramos enriquecidos. Él sembró abundantemente para poder cosechar algún día con abundancia en el reino de los cielos.

Pero notemos algo interesante. Jesús no le dice a Zaqueo: “No, Zaqueo; tú tienes que vender todos tus bienes, no sólo la mitad. Tienes que venderlo todo y dárselo a los pobres”, como le dijo una vez a un joven rico que conocemos (Lc 18:22). Jesús no le dice eso. ¿Por qué no le dice a Zaqueo lo mismo que le dijo a ese joven rico? A Zaqueo le permite que guarde la mitad de sus bienes ¿Saben ustedes el motivo?

Lo que yo sé es que Jesús, como hace siempre Dios, trata individualmente a cada persona. A unos les exige tal cosa, a otros les pide tal otra, a otros no les pide nada. Es como el médico que da la receta que conviene a cada enfermo según sea la enfermedad, no tiene una norma fija, una misma receta para todos, como solemos hacer nosotros. Imagínense un médico que va donde un enfermo al que le duele la cabeza y le da su receta: “Tome tal cosa.” Y luego viene otro enfermo al que le duele el pie y le receta lo mismo; y viene otro al que le duele el estómago y le da la misma receta. No pues. Jesús trata a cada persona según su condición, como el doctor consumado de las almas que es.

Él tenía sus razones para no exigirle a Zaqueo que venda todas sus posesiones. Implícitamente le está diciendo: “Está bien que regales la mitad y que te quedes con el resto.” Además Zaqueo ha dicho que va a devolver el cuádruple a cada persona a la cual hubiera engañado en el cobro de impuestos. Para poder hacerlo necesitaba contar con los medios, esto es, necesitaba guardar una parte de su fortuna. Pero notemos que en su propósito de resarcimiento Zaqueo va más allá de lo que exigía la ley de Moisés que mandaba que si uno había cobrado de más a una persona, tenía que devolverle lo que le cobró en exceso más el 20%, esto es, más la quinta parte (Lv 6:5). Eso era lo que la ley de Moisés exigía. Zaqueo lo sabía porque todo el mundo en esa época en Israel conocía la ley. Pero él va mucho más allá. Como su corazón ha sido cambiado él se propone dar como compensación de lo defraudado en la misma proporción de lo que la ley exigía dar por el robo de una oveja, esto es, cuatro ovejas (Ex 22:1).

¿Recuerdan lo que una vez dijo Jesús: que era más difícil que un rico se salve que un camello pase por el ojo de una aguja? El rico Zaqueo fue salvo al ver a Jesús. Esto es, pasó por el ojo de una aguja (Nota). Notemos que las riquezas pueden ser una oportunidad para la salvación, o una ocasión de perdición; una ayuda para la virtud, o una tentación al vicio. No es un crimen poseerlas, pero sí lo es no saber usarlas bien.

Y miren, tampoco le dice Jesús a Zaqueo: “En adelante vas a dejar de ser cobrador de impuestos. Ya no vas a hacer eso, sino que vas a venir detrás mío”, como le dijo a Leví (esto es, a Mateo). Al comienzo del evangelio de Marcos leemos que Jesús encontró a Mateo sentado a la mesa de los tributos y le dijo: “Tú, ven y sígueme”, y Mateo se convirtió en un discípulo suyo (Mr 2:13,14). ¿Por qué no le dijo Jesús a Zaqueo lo mismo? Sus razones tendría Jesús para que Zaqueo siguiera desempeñando el oficio de cobrador de impuestos por cuenta de los romanos. Finalmente era una función necesaria porque el estado no puede vivir si no se cobran impuestos, nos guste o no nos guste. Pero Jesús sabía que en adelante Zaqueo iba a ser un recaudador justo, y posiblemente hasta compasivo, y que no iba a explotar a nadie, sino que quizás hasta él pondría de su parte cuando veía que la persona era pobre, o que no le alcanzaba. Zaqueo había sido cambiado, ya no iba a extorsionar a nadie.

Dios tiene necesidad de que haya personas justas y de un corazón noble en los puestos públicos. Dios tiene necesidad de funcionarios que sean rectos en su manera de actuar. De manera que Jesús, al haber puesto su puntería en Zaqueo, estaba pensando posiblemente en esa necesidad, que la administración pública es necesaria, que no se puede prescindir de ella, pero que se requieren hombres justos, buenos, rectos y misericordiosos en esas funciones. Nosotros tenemos que pedirle a Dios que coloque a tales personas en los lugares altos de nuestra patria, para que puedan gobernar de una manera justa y recta. Necesitamos de Zaqueos en el gobierno y en la administración pública, de Zaqueos convertidos, claro está; no de Zaqueos de antes, sino después de haber nacido de nuevo.

Zaqueo estaba ahora sinceramente arrepentido de cómo había actuado antes, de cómo había abusado de la gente, desde su posición privilegiada, y ahora se ha propuesto que no va a actuar más de esa manera. Entonces Jesús al escuchar las palabras con que Zaqueo le recibe en su casa, mostrando que es un hombre cambiado, exclama: “Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham.” Esas palabras quieren decir que la salvación no solamente ha venido a Zaqueo personalmente, sino que ha venido a todos los suyos. ¿Qué cosa quiere decir “casa” en la Biblia? La familia, el hogar, incluyendo a su mujer, y a sus hijos, si los tuviere, y hasta al personal doméstico. La salvación ha venido a la casa entera.

Cuando Dios entra en un hogar todos se salvan. No lo vemos inmediatamente, pero ocurre en lo invisible. Primero cae uno, después cae otro y otro, hasta que todos se convierten. ¿No lo han visto ustedes? Cuando se convierte uno, todos empiezan a caer en las manos de Dios como fichas de dominó, y se convierten todos.

“Hoy ha venido la salvación a esta casa”. ¿Ha venido la salvación a tu casa? Ora por ella como oro yo por la mía, para que se cumpla la frase que Pablo le dice al carcelero de Filipos: “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa.” (Hch 16:31). Porque tú has creído, porque el jefe de familia ha creído, serán salvos todos los de su hogar, todos los que dependen de él.

¡Qué importante es que el hombre se convierta! ¡Que el varón, que es el sacerdote del hogar, se convierta! Una vez que él se convierte todos los demás también lo harán. Pero con frecuencia ocurre que no es el hombre el que se convierte primero, sino la mujer, porque las mujeres suelen ser más receptivas a las cosas de Dios. No está mal que eso ocurra, porque ella influye en el marido. Cuando el marido se da cuenta de que ella ha experimentado un cambio, se pregunta: “¿Qué le paso a ésta? Ya no me regaña, no pelea conmigo. Ahora me cocina bien. Cuando vengo del trabajo ya no encuentro la comida fría, sino calentita. Ahora me engríe, me acaricia, no me trata mal. ¿Qué le ha pasado? ¿Se habrá vuelto loca?” Loca si, pero loca de amor por Dios, y de refilón, por su marido. Ella ha redescubierto las cosas que le gustaron en él cuando recién se conocieron.

Jesús dijo: “Por cuanto él es también un hijo de Abraham.” Es interesante pensar que el hecho de que Zaqueo estuviera al servicio de una potencia extranjera, y de que ejerciera un oficio despreciado por la mayoría, no quitaba que él siguiera siendo un miembro del pueblo escogido, y que siguiera siendo un heredero de las promesas de Abraham. Cuando un joven peca, o comete un delito que deshonra a su familia, a su apellido, su padre en castigo lo deshereda y lo expulsa de su casa. Pero eso no quita que siga siendo su hijo, que siga siendo un miembro de su familia. Algún día, Dios mediante, se rehabilitará y será recibido en el hogar como lo fue el hijo pródigo.

Los judíos piadosos de su tiempo despreciaban a Zaqueo, pero cuando uno se convierte todos sus pecados le son perdonados y nadie tiene el derecho de echárselos en cara, porque Dios ya lo ha perdonado y los ha olvidado. Nosotros debemos hacer lo mismo.

Al que ha vuelto al redil no podemos seguir reprochándole sus faltas pasadas. Si ya Dios se los perdonó ¿qué derecho tenemos nosotros para juzgarlo?

Lucas concluye el episodio con la declaración solemne de Jesús acerca de la misión que lo trajo a la tierra: “Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (v. 10) Eso es lo que Él vino a hacer aquí abajo. No vino para buscar a los buenos. Vino a buscar y a salvar a los pecadores, a los que estaban alejados de Dios e iban camino al infierno. Él no vino para darse un paseo, no vino de turista, sino vino a morir por nosotros. Vino para llevar en su cuerpo en el madero los pecados de todos nosotros (1P 2:24), hombres y mujeres de todos los siglos, de toda la humanidad, para que no pereciéramos eternamente.

Él había venido a buscar y a salvar a los pecadores. Igual tenemos que hacer nosotros: Ir a buscar a los perdidos, a los que no conocen a Dios, para hablarles del evangelio, a fin de que sean salvos. Eso lo podemos y debemos hacer todos. Nosotros no nos hemos jubilado de la iglesia. Nos hemos jubilado quizá de nuestro trabajo, pero para Dios nadie se jubila. Así que si tú tienes un amigo, o una amiga, de tu edad, o que no sea de tu edad, la que sea, que no conoce a Dios y que puede venir a las reuniones que tú asistes en tu iglesia, invítalo para que venga y su corazón sea tocado. No dejes de hacerlo. Tráelo a ese conocido tuyo, a esa conocida tuya, que se ha extraviado. Que venga acá, y pueda ser tocado por Dios y ser transformado, como muchos de ustedes los han sido.

Fíjense qué interesante, y con esto concluyo: Zaqueo se convirtió porque tenía curiosidad de ver a Jesús. Eso fue lo que lo movió a él; quería ver quién era este Jesús de quien todos hablaban.

¡Cuántas personas habrán entrado a un templo cristiano solamente por curiosidad, para ver qué pasa, para ver qué hacen ahí!

Les voy a contar una historia real. Hace algunos años el ministerio de consolidación de nuestra iglesia estaba confiado a un grupo de personas a cargo de un hermano fiel. Un grupo de personas venían al templo todos los domingos por la mañana, y otro grupo venía por la tarde. Yo servía en dos servicios por la mañana. Una mañana me tocó ocuparme de un joven que estaba muy conmovido, tocado hasta lo más profundo de su alma por lo que había experimentado, por la palabra que había escuchado. Era muy edificante ver lo emocionado que estaba. Entonces le pregunté: ¿Cómo así viniste a la iglesia? ¿Quién te trajo? Y me contestó: Yo estaba pasando por aquí y como vi que había una cola larga pensé: “De repente están regalando algo, entraré a ver.” Entró a la iglesia porque creyó que estaban regalando algo y que la gente hacía cola por ese motivo. Fue por lana y salió trasquilado, pero de la mejor manera, porque le quitaron de encima los pecados que tenía al entrar, y recibió el regalo de la salvación que no esperaba.

Recibió el mejor regalo, aunque sólo había entrado por curiosidad. Él entró movido no por un interés espiritual sino por uno material. No buscaba a Dios, buscaba que le regalaran algo, como hace mucha gente. Pero Dios aprovechó su ánimo interesado para tocar su corazón.

Ahora bien, Zaqueo era rico. No obstante se salvó a pesar de que Jesús había dicho: “¡Qué difícil es que los ricos entren en el reino de los cielos!” Es difícil porque tienen el corazón endurecido. ¿De qué depende que se conviertan los que tienen mucha plata en el banco? De que se arrepientan de su codicia y dejen de aferrarse a su dinero, y de que estén dispuestos a compartirlo con otros.

Yo creo que esto nos habla a todos nosotros. Arrepintámonos también nosotros de nuestra codicia. Quizá todavía haya en nuestro corazón un rezago de nuestra codicia pasada, y haya quedado una pequeña parte de nuestro corazón que no se ha convertido del todo al Señor.

Lutero, el gran reformador, decía que el hombre no se ha convertido realmente hasta que su billetera no lo haya hecho, y que eso era lo más difícil. Así que ya saben. Nosotros tenemos que ser como Zaqueo y buscar a Jesús como quiera que sea y no dejarnos amilanar por los obstáculos. Tengamos en cuenta que hay mucha gente en el mundo que tiene una gran necesidad de Dios, pero no sabe cómo encontrarlo. De repente nosotros podemos ser el instrumento que Dios use para atraer a esa persona hacia Él. Así que, repito, no dejen de traer a estas reuniones a sus amigos y amigas de la edad adecuada, porque aquí podrán recibir el mejor regalo que puedan imaginar, que es conocer a Dios.

Nota: Las palabras “Ojo de una aguja” no se refieren a la aguja de coser que conocemos, sino era en ese tiempo el nombre que se daba a las pequeñas puertas que había al pie de las murallas de las ciudades en Israel, para que una vez caída la noche y cerradas por razones de seguridad las grandes puertas de la ciudad, los comerciantes pudieran hacer entrar a sus camellos despojados de su carga y arrastrándose de rodillas, operación por cierto difícil, porque los camellos se resistían.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y entregándole tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
“Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

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