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viernes, 27 de julio de 2018

EL COMPLOT CONTRA PABLO


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
EL COMPLOT CONTRA PABLO
Un Comentario de Hechos 23:12-22
Después de la gran discusión que se suscitó en el sanedrín por las palabras de Pablo acerca de la resurrección, y estando él en custodia, Jesús se le presentó por la noche en visión para animarlo y decirle que era necesario que él testifique también en Roma.
12-15. “Venido el día, algunos de los judíos tramaron un complot y se juramentaron bajo maldición, diciendo que no comerían ni beberían hasta que hubiesen dado muerte a Pablo. Eran más de cuarenta los que habían hecho esta conjuración, los cuales fueron a los principales sacerdotes y a los ancianos y dijeron: Nosotros nos hemos juramentado bajo maldición, a no gustar nada hasta que hayamos dado muerte a Pablo. Ahora pues, vosotros, con el concilio, requerid al tribuno que le traiga mañana ante vosotros, como que queréis indagar alguna cosa más cierta acerca de él; y nosotros estaremos listos para matarle antes que llegue.”
Al día siguiente un grupo de más de cuarenta judíos -no sabemos si eran los mismos judíos de Asia que habían acusado a Pablo de introducir a un gentil en el templo, (Hech 21:27) o si eran otros de sentimientos similares, (Nota 1) se comprometieron bajo juramento a no comer ni beber nada hasta que hubieran matado a Pablo. El original dice “se anatematizaron”, esto es, hicieron un voto solemne e indisoluble que los maldecía si no lo cumplían (2). Utilizaron el ayuno, que es una práctica piadosa que se emplea con fines buenos, como medio para alcanzar sus malvados propósitos.
El Venerable Beda (autor del siglo VIII) comenta al respecto: “Jesús dijo: “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia” (Mt 5:6). Pero estos hombres tenían hambre de iniquidad y sed de sangre, al punto que renunciaron al alimento del cuerpo para ser saciados por la muerte de un justo.” (3).
   ¿Qué era lo que les impulsaba a odiar a Pablo tan intensamente? No podemos saber plenamente cuál era el origen de ese aborrecimiento, pero sabemos que Pablo era para ellos un apóstata que había renunciado a la religión de sus padres para unirse a la odiada secta de los nazarenos. Pero sobre todo, lo que más les indignaba era que Pablo enseñase por las sinagogas de la dispersión que ya no era necesario cumplir las normas y prescripciones rituales de la ley de Moisés, y otras que su tradición había agregado. En suma, ellos acusaban a Pablo de negar a Moisés, cuya obra era la esencia de su identidad nacional y, encima de eso, que él pretendiera incorporar a los gentiles a su pueblo, derribando la pared que separaba a los judíos de los gentiles. En suma, era un traidor a su nación. Recuérdese que, según su concepción, la diferencia entre judío y gentil era el abismo más grande que separaba a los seres humanos, algo de lo cual ellos se enorgullecían, pues eran el “pueblo escogido”. (4)
  Este derribar de la pared que separaba a los judíos de los gentiles –simbolizada por la pared que separaba el atrio de Israel en el templo, del atrio de las mujeres, y del atrio de los gentiles- haciendo de ellos un solo pueblo en Cristo, era uno de los puntos capitales de la doctrina que Pablo enseñaba (Ef 2:14-16): “que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús por medio del evangelio” (3:6), esto es, de la iglesia, como él escribe en otro lugar: “Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni  mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús.” (Gal 3:28).
Esta frase paulina tiene su contraparte en la oración matinal que pronunciaba todo varón judío dando gracias a Dios por no haber nacido gentil, esclavo, o mujer, y que Pablo mismo debe haber dicho de joven diariamente como buen judío, antes de su encuentro con Jesús. Esta oración, dicho sea de paso, refleja la situación de inferioridad que la mujer ocupaba en el mundo antiguo, incluso en el judío, de la cual fue rescatada por Jesús.
Hecho este pacto malévolo se lo comunicaron a las autoridades del templo y del Sanedrín, (que pertenecían principalmente al partido de los saduceos) y les propusieron que le pidieran al tribuno (5) que trajera nuevamente a Pablo ante el Sanedrín, para hacer las indagaciones que no se pudieron hacer el día anterior debido a las discusiones que se produjeron.
Ellos por su lado estaban preparados para matar a Pablo en el camino entre la Torre Antonia y el recinto en que se reunía el Sanedrín. Éste era un proyecto muy osado, pues suponía arrancar a Pablo de las manos de los soldados romanos, –es decir, agredirlos- para asesinarlo en el instante, antes de que los soldados pudieran reaccionar. Era éste un acto de rebelión que podía costarles la vida y provocar una ola de represalias contra el pueblo de parte de los romanos. Pero los peligros que comportaba su acción no los amilanaban, tan grande era su odio. ¿Cuál era la causa de ese odio? El enemigo incansable de nuestras almas era el que fomentaba ese odio feroz al apóstol que, difundiendo el mensaje del Evangelio en territorio pagano, arrancaba a las almas de sus garras, salvándolas del fuego eterno.
En realidad, al escucharlos, las autoridades del Sanedrín debieron haberlos disuadido de su proyecto, que encerraba peligros para la población, pero no lo hicieron, pese a que era una acción ilegal, sino que la aprobaron, convirtiéndose en cómplices de su mortal proyecto. Ellos estaban dispuestos a permitir que se utilizase el órgano de gobierno máximo de Israel y su sistema legal, como pretexto para tender una trampa mortal a Pablo.
16. “Mas el hijo de la hermana de Pablo, oyendo hablar de la celada, fue y entró en la fortaleza, y dio aviso a Pablo.”
Para gran suerte de Pablo (si se puede llamar suerte a la protección divina) un sobrino suyo oyó hablar del complot, y fue donde el apóstol, y le informó de lo que estaban tramando.
Este incidente posa una serie de interrogantes acerca de las relaciones de Pablo con su familia. En Flp 3:8 él escribió que, por amor de Cristo, él lo había perdido todo, frase que se suele interpretar en el sentido de que, al hacerse seguidor de Cristo, su familia lo había rechazado, y quizá hasta desheredado. Pero si él tenía una hermana es muy probable que algún vínculo de afecto hubiera permanecido entre ambos, y que su hijo hubiera participado de él. Nada sabemos de ella ni en dónde vivía. Si en Jerusalén, y ambos hubieran mantenido relaciones cordiales, él se habría alojado donde ella, pero nunca lo hizo. La conjetura más probable es que ella permaneció en Tarso, mientras que su hijo había sido enviado a Jerusalén para estudiar la ley bajo un maestro reconocido, tal como lo había sido Pablo en su momento.
Al respecto vale la pena recordar que cuando Pablo escapó de Damasco porque los judíos de la ciudad querían matarlo, y fue a Jerusalén donde “disputaba con los griegos” (es decir con judíos de la diáspora de habla griega), y éstos también querían matarlo, los hermanos de Jerusalén lo enviaron a Tarso (Hch 9:29,30). Si él hubiera estado en malos términos con su familia, no lo habrían hecho, ni él lo habría aceptado. Si él permaneció en su ciudad natal algún tiempo, posiblemente recobrando fuerzas, es porque sus relaciones con sus parientes no habían sido rotas.
Pero ¿quién era el padre de ese muchacho? Nada se dice. En todo caso, el chico mantenía buenas relaciones con su tío, que podrían ser fraternales como las de su madre.
¿Cómo se había enterado el muchacho de una celada que, suponemos, había sido tramada en secreto? Quizá no lo fuera tanto. Si el joven estuvo presente cuando ellos se juramentaban, su presencia no los habría inquietado, porque desconocían su parentesco con Pablo. Sea como fuere, el joven comprendió el peligro, y fue a avisarle a su tío que, siendo ciudadano romano –como lo era probablemente también su sobrino- podía recibir visitas en la fortaleza no obstante estar preso.
17-22. “Pablo, llamando a uno de los centuriones, dijo: Lleva a este joven ante el tribuno, porque tiene cierto aviso que darle. Él entonces tomándole, le llevó al tribuno, y dijo: El preso Pablo me llamó y me rogó que trajese ante ti a este joven, que tiene algo que hablarte. El tribuno, tomándole de la mano y retirándose aparte, le preguntó: ¿Qué es lo que tienes que decirme? Él le dijo: Los judíos han convenido en rogarte que mañana lleves a Pablo ante el concilio, como que van a inquirir alguna cosa más cierta acerca de él. Pero tú no les creas; porque más de cuarenta hombres de ellos le acechan, los cuales se han juramentado bajo maldición, a no comer ni beber hasta que le hayan dado muerte; y ahora están listos esperando tu promesa. Entonces el tribuno despidió al joven, mandándole que a nadie dijese que le había dado aviso de esto.”
Lo que sigue a continuación es una muestra de las consideraciones con que Pablo era mantenido en custodia en la fortaleza, pues el centurión hizo lo que Pablo le solicitaba y llevó al joven donde el tribuno, quien, a su vez, lo recibió cortésmente, y quiso escuchar, sin que nadie más oyera, lo que el sobrino tenía que comunicarle.
El muchacho entonces le informó en detalle del complot que esta cuarentena de hombres había tramado para asesinar a Pablo. Con ese fin iban a pedirle al tribuno que llevara nuevamente a Pablo al Sanedrín, para tener ocasión de asesinarlo durante el trayecto.
El tribuno tomó muy en serio la advertencia pues él era responsable de la vida del ciudadano Pablo, y tenía que tomar todas las precauciones que fueran necesarias para que nadie pudiera asesinarlo.
Para lo que seguiría enseguida era muy importante que el sobrino no dijera a nadie que él lo había informado de la celada, y así se lo dijo, porque si los conjurados se enteraban de que su plan había sido descubierto, inmediatamente hubieran adoptado otras medidas para llevar a cabo su propósito de matar a Pablo.
Aquí vemos pues cómo Dios en su divina providencia, y en vista de sus propósitos futuros, estaba protegiendo la vida de Pablo de las amenazas que se urdían contra él, pues era ciertamente Él quien había hecho que el sobrino se enterara del plan de los conjurados, y se había asegurado de que el tribuno romano lo escuchara, y tomara enseguida las medidas necesarias para mantener a Pablo a salvo de las asechanzas contra su vida.

Notas: 1. Según A. Schlatter, se trataba de zelotes. Otros piensan que eran principalmente saduceos.
2. El sustantivo anáthema es un regalo u ofrenda, o cualquier cosa entregada para ser destruida y, por tanto, maldita. Por ej. en Dt 13:16,17 Moisés ordena que si de alguna ciudad salieran hombres que incitaran a los israelitas a adorar dioses ajenos, la ciudad, sus habitantes y todo lo que contiene deberá ser destruido por fuego, y nadie se quedará con algo del anatema (aquí esta palabra es traducción del hebreo jerem = maldito). Un ejemplo clásico del cumplimiento y de la violación de esta orden está en el cap. 6 del libro de Josué donde se narra la destrucción de Jericó y donde los israelitas mataron a todos sus habitantes (excepto a Rahab y sus familiares), y a todo su ganado, y quemaron la ciudad, salvando los utensilios de oro y plata, de bronce y de hierro que podían ser incorporados al tesoro de Jehová. Josué dio orden de que nadie tomara por su cuenta cosa alguna del anatema para no hacer que el campamento de Israel fuera a su vez anatema (Jos 6:18). Pero un israelita de nombre Acán se dejó tentar, y tomó del anatema un manto babilónico, objetos de plata y un lingote de oro y los escondió en su tienda, lo que causó que los israelitas fueran derrotados al intentar tomar la pequeña ciudad de Hai. Descubierto el culpable, él y su familia junto con su ganado fueron apedreados y después quemados (Jos 7).
Dt 7:26 dice que los ídolos de los paganos son anatema, es decir, destinados a ser quemados, así como todo aquel que los tenga en casa. Dt 21:23 dice que el que cuelga de un madero es maldito y no deberá permanecer ahí durante la noche porque contaminaría la tierra, lo cual empalma con Gal 3:13 que dice que “Cristo nos redimió de la maldición de la ley” haciéndose maldición por nosotros al haber sido suspendido de un madero, esto es, de la cruz.
En Rm 9:3 Pablo dice que él desearía “ser anatema, separado de Cristo” por sus hermanos los israelitas, si fuera posible, con tal de que ellos se conviertan. Dice también que el que no ame al Señor Jesús sea anatema, es decir, maldito (1Cor 16:22). Véase también 1Cor 12:3 y Gal 1:8,9.
De la palabra anatema se deriva el verbo anathemizó, que significa hacer un voto o juramento indisoluble que maldice al que lo incumple, que fue precisamente lo que hicieron los conjurados que se propusieron asesinar a Pablo.
3. Cabría preguntarse: Puesto que no llegaron a cumplir su malévolo cometido, como veremos luego, ¿qué pasó con ellos y con el terrible juramento que hicieron? Aunque la Escritura insiste en la seriedad de los compromisos contraídos bajo juramento o voto (Véase Nm 30:2; Dt 23:21-23), es sabido que en la práctica posterior del judaísmo, los rabinos tenían autoridad para exonerar a las personas de los votos incumplidos. Aunque la diferencia entre ambos no es muy clara, Jesús prohibió los juramentos, mas no los votos (Mt 5:33-37).
4. Respecto de la elección de Israel debe notarse que ella procede del puro amor de Dios, no de que ellos fueran más dignos que los otros pueblos, “pues vosotros eráis el más insignificante de todos los pueblos”, sino porque Dios quiso guardar el juramento que hizo a sus padres (Dt 7:7,8). La elección supone un privilegio, pero también una obligación que se expresa de diversas maneras. La primera es la de mantenerse separado de los demás pueblos para no contaminarse con sus prácticas idolátricas. Eso explica la prohibición de tomar mujeres extranjeras para sí o para sus hijos, dada en Ex 34:15,16, y reiterada en Nh 13:25. La segunda es la obediencia fiel a los mandamientos del pacto celebrado en el Sinaí (Ex 20:1-17), y a todas las disposiciones que se fueron dando después. Buena parte de los libros históricos del Antiguo Testamento están dedicados a narrar cómo Israel fue infiel a las obligaciones que le imponía el pacto celebrado con Dios, especialmente el alejarse de la  idolatría.
5. Jilíarjos = comandante de mil, término que viene de las palabras jília (mil) y arjós (jefe). En latín tribunus militum.

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#964 (26.02.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

jueves, 14 de junio de 2018

VIAJE DE PABLO A JERUSALÉN II


 LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
VIAJE DE PABLO A JERUSALÉN II
Un Comentario de Hechos 21:10-16


10,11. “Y permaneciendo nosotros allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, quien viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, y atándose los pies y las manos, dijo: Esto dice el Espíritu Santo: Así atarán los judíos en Jerusalén al varón de quien es este cinto, y le entregarán en manos de los gentiles.”
Pablo debe haberse sentido muy bien en la casa de Felipe, porque pese a la prisa que tenía para llegar a Jerusalén antes de Pentecostés, se quedó allí varios días, gozando sin duda, de la cálida acogida que le brindaron no sólo a Pablo, sino a los siete o más que lo acompañaban. ¡Qué agradable es, dicho sea de paso, estar alojado donde a uno lo reciben con cariño! ¡Y qué desagradable es, en cambio, cuando uno siente que lo reciben de mala gana, por compromiso! Hospedar a los hermanos es una de las obras que a Dios más agrada (Hb 13:2).
Mientras estaban Pablo y los suyos alojados en casa de Felipe, vino de Judea (“descendió” dice el texto, porque ésa era región montañosa) un profeta a quien ya conocemos, llamado Agabo.
Estando Pablo años atrás en Antioquía cuando la iglesia empezaba a ganar adherentes entre los griegos, vino Agabo junto con otros profetas de Jerusalén, y anunció que vendría una gran hambruna sobre la tierra, lo cual efectivamente sucedió, dice Lucas, en tiempos del emperador Claudio, en los años 46 y 47 (Hch 11:28).
En esta ocasión, Agabo que, sin duda, era enviado por el Espíritu, hizo uso del método profético gestual que emplearon también en varias ocasiones Eliseo, Isaías, Jeremías y Ezequiel. (Nota 1)
Tomó el cinto de Pablo y se ató con él las manos y los pies, declarando por el Espíritu que los judíos atarían de esa manera al dueño del cinto, para entregarlo en manos de los gentiles, en este caso, de los romanos, tal como años antes habían hecho con su Maestro (Mt 20:18,19).
¿Qué propósito cumplía en esta ocasión la profecía de Agabo? ¿Era acaso una advertencia del Espíritu Santo para que no fuera a Jerusalén, y que él debía obedecer? Pero Pablo estaba convencido de que era Dios el que lo impelía a subir a la ciudad santa (Hch 20:22,23). Yo pienso que la profecía de Agabo tenía la finalidad de probar y de profundizar su determinación de cumplir la voluntad de Dios cualquiera que fuere el costo para él.
12. “Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar, que no subiese a Jerusalén.”
Como es natural todos los que estaban presentes, incluyendo al propio Lucas, le suplicaron a Pablo, en los más tiernos términos posibles, que no continuara su viaje a Jerusalén. Ellos sabían qué es lo que le podía ocurrir y querían a toda costa evitárselo.
Notemos que a veces el cariño hace que nos opongamos a lo que es la voluntad de Dios manifiesta. Es un cariño egoísta, porque si fuese desinteresado, pese al dolor que sentían por lo anunciado, le dirían: Anda confiado a Jerusalén porque, sea lo que fuere lo que te suceda, Dios estará contigo. ¿Amarían sus discípulos a Pablo más de lo que Dios le amaba?
13. “Entonces Pablo respondió: ¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón? Porque yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino aun a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.”

Las súplicas emocionadas de sus amigos no podían dejar de tocar el corazón de Pablo, que les reprochó que le hicieran más difícil proseguir con su propósito. Ver el dolor de ellos, sin embargo, no debilitó su decisión, pues agregó las palabras citadas arriba que muestran su estado de ánimo y su decisión de cumplir aquello a lo cual él estaba convencido el Espíritu lo llamaba: sufrir prisiones y morir, si fuera necesario, por proclamar el nombre de su Señor. A Él le pertenecía totalmente su vida y estaba listo a entregarla sin reserva a sus verdugos. (2)
Esa disposición de ánimo ya la había expresado claramente en la epístola a los Gálatas cuando escribió: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí.” (2:20).
Él estaba plenamente poseído por la idea de que si Jesús, el Hijo de Dios, se había entregado a la muerte para salvarlo, ya su propia vida no le pertenecía, porque había muerto a sí mismo; su vida estaba crucificada en la cruz con Cristo en el Calvario y no era suya.
Pablo cumplía de una manera perfecta el dicho de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo (que es lo que él estaba haciendo en ese momento), y tome su cruz (la cruz de padecimientos que Jesús le estaba ofreciendo), y sígame (hasta la muerte).” (Mt 16:24)
¿Somos nosotros, que nos preciamos de ser discípulos de Cristo, y de amarlo con todo nuestro corazón, capaces de un sacrificio semejante? Es cierto que no a todos les pide Dios una inmolación semejante, pero notemos que es esa clase de entrega absoluta, lo que permitió que el Evangelio se difundiera rápidamente por el mundo entero entonces conocido. Y es esa clase entrega la que hace posible que el Evangelio sea proclamado hoy día en países donde está prohibido hacerlo.
 De hecho, el ejemplo de Pablo, de Pedro y de los otros apóstoles que dieron su vida por Cristo, fue seguido por miles de hombres y mujeres cristianos que ofrendaron sus vidas como testigos de la fe que vivía en ellos. Bien pudo decirse un siglo y medio después de los hechos narrados aquí que la sangre de los mártires es la semilla de la iglesia (Notemos que “mártir” –del griego martur- quiere decir “testigo”).
Nosotros somos llamados a ser testigos ante el mundo (esto es, ante la gente que nos rodea) de la fe que vive en nosotros. Podemos, y serlo, con nuestras palabras pero, sobre todo, con las vidas que llevamos, es decir, con nuestra conducta. Si lo hacemos, seremos en verdad “mártires” en un doble sentido: de testigos y de víctimas del odio de Satanás que actúa a través de los enemigos de Cristo.
14. “Y como no le pudimos persuadir, desistimos, diciendo: Hágase la voluntad del Señor.”
En vista pues de que no había manera de hacerle cambiar su propósito de enfrentar su destino, dejaron de tratar de hacerlo. Notemos aquí que Lucas se incluye entre los que trataron de persuadirlo, pues escribe “no le pudimos” y “desistimos”. Lucas tan cercano a Pablo, no comprendía plenamente el espíritu que lo animaba. En cierta manera, podemos decir que su amor por Pablo pesaba más en su alma que los designios de Dios para su siervo. Nosotros solemos ser egoístas: nuestro cariño, nuestro afecto por algunas personas que amamos es mayor que la obra que Dios quiere hacer a través de ellos si esa obra significa dolor y sacrificio. Quisiéramos evitárselos. Sin darnos cuenta, pretendemos ser más sabios y compasivos que Dios.
No obstante, ellos reconocieron que más importantes que sus deseos eran los planes y proyectos de Dios, diciendo: “Hágase la voluntad del Señor”. Reconocieron, aunque no podían comprenderlo del todo, que todas nuestras vidas, incluyendo la de Pablo, están bajo el control de la buena voluntad de Dios, que sabemos es “agradable (aunque pueda ser ocasionalmente amarga a nuestro gusto) y perfecta.” (Rm 12:2)
Someterse a la voluntad de Dios, aunque nos sea desagradable y contrario a nuestro egocentrismo, es la clave del éxito en la vida, no quizá a los ojos del mundo, de los hombres, sino a los ojos de Dios que está por encima nuestro, y que ve lo que nosotros no podemos ver. Pablo expresó una vez una idea semejante cuando escribió: “¿Quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero?”. (Rm 11:34) Y agrego yo: ¿Hay alguien que haya podido enseñarle algo a Dios? No obstante, hay necios que lo pretenden.
Notemos que existe un sugestivo paralelismo entre la actitud de Jesús, de quien Lucas dice que “afirmó su rostro para ir a Jerusalén” (Lc 9:51), sabiendo que ahí le esperaba la muerte más horrible, y la actitud de Pablo, decidido a ir a Jerusalén a pesar de que era consciente de los peligros que ahí le acechaban. Y así como Pedro trató sin éxito de disuadir a Jesús de que se entregara en manos de sus enemigos (Mt 16:21,22), de igual manera los amigos de Pablo trataron, asimismo sin éxito, de disuadirlo de que hiciera ese viaje tan riesgoso para él.
15,16. “Después de esos días, hechos ya los preparativos, subimos a Jerusalén. Y vinieron también con nosotros de Cesarea algunos de los discípulos, trayendo consigo a uno llamado Mnasón, de Chipre, discípulo antiguo, con quien nos hospedaríamos.”
“Después de esos días” son los días que Pablo y su comitiva pasaron en casa de Felipe gozando de su hospitalidad y de la “koinonía” que los unía estrechamente.
La palabra griega “aposkéhuaso”, que nuestro texto traduce como “hechos los preparativos”, quiere decir: “habiendo empacado”. También puede significar “habiendo preparado las cabalgaduras”. Si este último fuera el sentido en que Lucas emplea esa palabra habría que concluir que los discípulos contaban con cómodos medios económicos, porque el caballo era un medio de transporte caro. Pero eso es improbable.
Al grupo que había venido con Pablo se unieron varios discípulos de Cesarea, incluyendo a uno llamado Mnasón, chipriota, que los alojaría a todos en Jerusalén. Este Mnasón era uno de los primeros discípulos que se unieron a los apóstoles en Jerusalén al comienzo de la vida de la iglesia, y se supone que fue una de las principales fuentes de información sobre esos tiempos con que contó Lucas para escribir su evangelio y el libro de los Hechos.
¿A cuántos hospedaría Mnasón en Jerusalén? Además de los siete que acompañaban a Pablo, a los que habría que agregar a Lucas y quizá a Tito (3), vendrían otros tantos de Cesarea. Es decir fácilmente unas quince personas.
Podemos suponer que Mnasón era un hombre de medios, y que contaba en Jerusalén con una casa espaciosa en cuyo tercer piso habría un “aposento alto”, es decir, una habitación grande, destinada, entre otros fines, a alojar a los transeúntes. Sus huéspedes se acostarían simplemente en el suelo en un petate, o pequeña alfombra adecuada, que traerían consigo, y que se abrigarían con su propio manto. No imaginemos que les ofrecería camas con sábanas y frazadas. Las costumbres de la gente común entonces eran sencillas, y no se andaban con lujos o comodidades que sólo los muy ricos se podían permitir.

Notas: 1. Por mandato de Dios Jeremías compró una vasija de barro y la llevó al valle de Hinnom. Allí delante de todos denunció los pecados que el pueblo estaba cometiendo y, a la vista de todos, rompió la vasija diciendo: “Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Así quebrantaré a este pueblo y a esta ciudad, como quien quiebra una vasija de barro que no se puede restaurar más.” (19:11). Ezequiel se rapó un día la cabeza y la barba, y conforme a las instrucciones recibidas de Dios, quemó una parte de los cabellos en medio de la ciudad, cortó otra parte con espada alrededor de la ciudad, y esparció al viento una tercera parte, como símbolo de lo que iba a suceder al pueblo de Israel: una parte sería quemada, la otra cortada, y otra esparcida en países que no conocían. (Ez 5:1-12. Véase Leon Wood “Los Profetas de Israel” pag 72) Puede verse otros ejemplos de profecía gestual en Is 20:2-4, Jr 13;1-10 y 2R 13:15-19.
2. En esta escena, dice Mathew Henry, hay un choque de afectos, ambos justificados y sinceros. Ellos aman tiernamente a Pablo, y por eso se oponen a su decisión de ir a Jerusalén; él los ama  tiernamente, y por eso les reprocha que se opongan a su decisión: Yo sé que estoy destinado a sufrir, y ustedes deberían animarme y fortalecerme en ese propósito. En cambio, ustedes con sus lágrimas debilitan mi decisión.
3. Tito fue, junto con Timoteo, uno de los discípulos más cercanos y más amados por Pablo, a quien él llama “hijo en la fe común” (Tt 1:4). Él era de origen pagano y formó parte de la delegación antioqueña que acompañó a Pablo y Bernabé en su viaje a Jerusalén para resolver la polémica en torno a la circuncisión de los gentiles, que por ese tiempo agitaba a la iglesia (Hch 15: 1,2). En esa ocasión los judaizantes exigieron que Tito fuera circuncidado, pero Pablo se opuso a ello, según su tesis de que, venido Cristo, la circuncisión nada era (Gal 2:1-5). La reunión llevada a cabo allí –el llamado “Concilio de Jerusalén”- le dio la razón a Pablo, pues la circuncisión no figura entre los cuatro requisitos impuestos a los gentiles que se convirtieran (Hch 15:28,29).
Más adelante Tito fue enviado por Pablo a Corinto para reprimir los abusos que se estaban dando en la iglesia allí (2Cor 2:13). Ésa era una tarea delicada, por lo que Pablo esperaba anhelantemente su retorno, que se produciría recién cuando Pablo estaba en Macedonia. Él recibió también el encargo de organizar la iglesia en Creta (Tt 1:5).



Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma? (Mt 16:26) "Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#958 (15.01.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).