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viernes, 20 de julio de 2018

PABLO ANTE EL SANEDRÍN


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PABLO ANTE EL SANEDRÍN
Un Comentario de Hechos 22:30-23:11

En los dos artículos anteriores hemos visto a Pablo hacer su defensa ante los habitantes de Jerusalén, que habían querido lincharlo porque se le acusó falsamente de haber introducido a un gentil en el interior del templo, lo que estaba estrictamente prohibido. Ellos lo escucharon atentamente haciendo el relato de su conversión hasta el momento en que narró que Jesús se le había aparecido en visión y le dijo que lo enviaría a los gentiles. Al escuchar esta palabra recrudeció la ira del pueblo que exigía que se le matase, siendo salvado con las justas por los soldados romanos. Cuando iba a ser azotado por éstos para que confesara cuál era la razón del rechazo de la población Pablo le advirtió al tribuno que no podía hacerlo porque él era ciudadano romano.
22:30. “Al día siguiente, queriendo saber de cierto la causa por la cual le acusaban los judíos, le soltó de las cadenas, y mandó venir a los principales sacerdotes y a todo el concilio, y sacando a Pablo, le presentó ante ellos.”
El tribuno no quiso perder tiempo en averiguar cuál podía ser la causa por la que las autoridades y el pueblo tenían tanta saña contra Pablo y, teniendo él obligación de protegerlo como ciudadano romano mientras no hubiera un delito por el cual pudieran acusarlo ante un tribunal legalmente constituido, convocó al concilio de ancianos para que conocieran del asunto. Entonces ordenó a los soldados que lo soltaran de las cadenas y lo presentó ante el sanedrín que se reunía en un ambiente grande a un costado del templo (Nota 1). Nótese, sin embargo, que ésta no era una reunión formal del consejo de ancianos, sino una convocada de ocasión por el tribuno porque, de haberlo sido, Pablo no hubiera dado inicio a la reunión tomando la palabra, después de la presentación del tribuno, que no sabemos en qué consistió. Pero cabría preguntarse por qué el tribuno no habló previamente con Pablo, antes de convocar a la reunión, para que le dijera cuál era la causa de tanto ensañamiento contra él.
23: 1,2. “Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Varones hermanos (2), yo con toda buena conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy. El sumo sacerdote Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la boca.”
Pablo, sin temor alguno (3), teniendo la seguridad de que el Señor lo respaldaba, se dirigió a la asamblea afirmando su inocencia de todo cargo que pudiera hacérsele: Yo como buen judío he vivido delante de Dios sin que mi conciencia tenga nada que reprocharme.
Eso lo decía delante del sumo sacerdote y de los ancianos que sabían cuáles habían sido sus actividades antes de su conversión, y cómo él persiguió, con la anuencia de ellos, a los seguidores de la odiada secta del Nazareno, y cómo él se había convertido inopinadamente en uno de sus más ardientes propagandistas en la diáspora. Esto es algo que los miembros del sanedrín no podían aceptar, que dijera que lo había hecho “con toda buena conciencia”, porque para ellos él era un traidor.
Por ese motivo, y para castigarlo por su osadía, el sumo sacerdote Ananías ordenó que alguien cercano le golpeara en la boca. Ananías posiblemente no era consciente del hecho, pero el maltrato de Pablo en una reunión convocada por la autoridad romana era un insulto a ésta, bajo cuya protección estaba el apóstol.
¿Quién era este Ananías (4) que actuaba tan bruscamente? Era un personaje nefasto cuyas acciones rapaces, abusando de su alto cargo, hicieron que toda la población lo odiara, y tuviera un final trágico durante el levantamiento anti romano que se produjo el año 66 DC. Él había sido instalado en ese cargo el año 47 DC por un nieto de Herodes el Grande, Herodes de Calcis, que era hermano de nuestro conocido Herodes Agripa I, el que mandó matar a Santiago, hijo de Zebedeo, e hizo apresar a Pedro (Hch 12:1-3). Según el historiador Josefo Ananías se había apoderado de los diezmos que eran destinados a los sacerdotes comunes. La gran fortuna que había acumulado le daba un gran poder y permitía que conservara su influencia, aún después de haber sido depuesto el año 58 o 59.
3. “Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y quebrantando la ley me mandas golpear?”
Pablo responde vivamente indignado al injusto maltrato llamando al sumo sacerdote “pared blanqueada”, y lo acusa de violar la ley al mandar golpear al acusado que está delante del tribunal para ser juzgado. Implícitamente lo acusa de aplicarle una pena antes de haber sido sentenciado.
No se sabe exactamente qué ley era la que Pablo acusa al sumo sacerdote de violar, aunque pudiera tratarse de los preceptos de Lv 19:15, y Dt 1:16,17 que ordenan hacer un juicio justo, o de una perteneciente a la ley oral judía, que es sabido protegía los derechos de los encausados. Se recordará que el Evangelio de Juan registra un incidente parecido estando Jesús delante del Sanedrín, cuando un alguacil lo golpea en la cara reprochándole hablar irrespetuosamente al sumo sacerdote Anás. Jesús en esa ocasión reaccionó menos vivamente que Pablo, aunque también protestó. (Jn 18:22,23).
El insulto que Pablo dirige a Ananías, que conlleva el significado de “hipócrita”, tiene antecedentes en las palabras de Jesús, que llama a los fariseos “sepulcros blanqueados” (Mt 23:27). Sin embargo, entre la reacción de Jesús y la de Pablo hay una diferencia marcada: Jesús se queja de que lo golpeen sin razón, pero no responde con un insulto, como hace Pablo. El temperamental apóstol estaba lejos de ser manso como Jesús. (5)
4,5. “Los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo sacerdote de Dios injurias? Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo.”
La reacción airada de Pablo provoca a su vez la protesta de los asistentes que le reprochan hablar de esa manera al sumo sacerdote. Pablo se disculpa enseguida diciendo que no sabía que el que había ordenado golpearlo era el sumo sacerdote y cita literalmente, para subrayar su respeto por la ley, un precepto de Moisés (Ex 22:28b).
Pero ¿podía Pablo ignorar quién era en esa reunión el sumo sacerdote? Es muy probable que Pablo no conociera personalmente a este Ananías, pues había estado ausente de Jerusalén los últimos años, pero él debe haberlo reconocido, pues presidía la sesión, a menos que tratándose de una reunión convocada precipitadamente por el tribuno, el sumo sacerdote no estuviera sentado al centro, cosa en sí bastante improbable.
6-8. “Entonces Pablo, notando que una parte era de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos, yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas cosas.”
Entonces, teniendo claro que estaba ante una asamblea que le era hostil, y de la que no podía esperar nada favorable, muy astutamente, dándose cuenta de que la mayoría de sus miembros procedían de los dos partidos rivales del judaísmo, los fariseos y los saduceos, cuya diferencia doctrinal más importante giraba en torno a la creencia en la resurrección de los muertos que los segundos negaban, Pablo exclamó que a él, siendo fariseo, se le estaba acusando por sostener ese punto de doctrina.
Inmediatamente se armó una gran batahola, tal como él había previsto. Los miembros del sanedrín, olvidándose de que habían sido convocados para juzgar a una persona, se enzarzaron en una discusión acalorada sobre el punto doctrinal que los dividía.
El texto de Lucas aclara que los saduceos no sólo negaban la resurrección, sino también negaban la existencia de seres sobrenaturales, como los ángeles y los espíritus. La suya era una religión materialista concentrada en el mantenimiento del culto oficial en el templo y los beneficios que eso les traía. (6)
9,10. “Y hubo un gran vocerío; y levantándose los escribas de la parte de los fariseos, contendían, diciendo: Ningún mal hallamos en este hombre; que si un espíritu le ha hablado, o un ángel, no resistamos a Dios. Y habiendo grande disensión, el tribuno, teniendo temor de que Pablo fuese despedazado por ellos, mandó que bajasen soldados y le arrebatasen de en medio de ellos, y le llevasen a la fortaleza.”
Era previsible, dado el gran rencor que estas disensiones producían, y la animadversión mutua que se tenían ambos partidos rivales, que los fariseos asumieran la defensa de Pablo, afirmando la posibilidad de que éste estuviera sinceramente siguiendo una inspiración divina. Esta intervención inesperada de los escribas nos recuerda la intervención de Gamaliel a favor de Pedro y Juan, cuando fueron llevados ante el sanedrín, acusados de desobedecer la orden de abstenerse de predicar en el nombre de Jesús (Hch 5:34-39).
Entonces el tribuno, cuya principal preocupación en ese momento era asegurar la integridad física de su prisionero, porque era ciudadano romano, ordenó sacarlo precipitadamente del lugar y retornarlo a la fortaleza donde estaría a salvo.
Algunos comentaristas han criticado severamente a Pablo porque él se aprovechara de esa diferencia doctrinal entre ambos partidos, como una estratagema para frustrar el juicio que había empezado. Yo pienso que en todos estos sucesos él estaba siendo guiado por el Señor y que fue Él quien le inspiró esa salida inesperada.
11. “A la noche siguiente se le presentó el Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.”
Esa noche, mientras Pablo dormía, se le apareció en visión nuevamente el Señor Jesús para animarlo y decirle que su propósito era ahora que diera testimonio de Él en Roma.
Jesús se le aparece a Pablo para reanimarlo seguramente cuando su estado de ánimo estaba muy bajo a causa del maltrato físico que había sufrido, y en vista de las amenazas que atentaban contra su vida, aparte del hecho de que estuviera encadenado como un malhechor. ¿Quién de nosotros estaría dispuesto a asumir un costo personal tan grande por predicar a Cristo? Es un hecho que su efectividad como evangelista estaba ligada estrechamente al sufrimiento que le acarreaba su misión (Hch 9:16). A semejanza de Jesús, cuanto más alto sea el llamado, mayor es el padecimiento que lo acompaña, pero también, mayor la gracia.
Las palabras que le dirige Jesús no sólo tienen un tono afectuoso de aprobación, sino contienen además la promesa de que él saldrá bien librado de esta prueba para continuar la misión que le ha confiado.

Notas: 1. El Sanedrín estaba conformado por 70 miembros pertenecientes a la aristocracia de origen saduceo (sacerdotes y laicos) y a la clase erudita (escribas) en la que los fariseos ejercían una influencia creciente. Sus reuniones eran presididas siempre por el sumo sacerdote.
2. La fórmula que él emplea revela que es consciente de que él se dirige a sus pares, pues él, por derecho propio, era miembro del concilio.
3. En él se cumplía la promesa hecha por Dios al profeta Ezequiel: “He aquí yo he hecho tu rostro fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra las frentes de ellos…ni tengas miedo delante de ellos, porque son casa rebelde.” (Ez 3:8,9).
4. Su nombre completo era Ananías hijo de Nebedeo.
5. Hay antecedentes en el Antiguo Testamento de justos que han sido golpeados en la boca por hablar en nombre de Dios (1R 22:24). Pero la muerte poco honrosa que tuvo Ananías da a las palabras de Pablo un carácter involuntariamente profético.
6. No hay fuentes claras acerca del partido o secta de los saduceos, cuyo nombre deriva del sacerdote Sadoc de tiempos de David (2Sm 15:24,25). Es probable que ellos surgieran durante el reinado de Juan Hircano (siglo II AC), en el marco de la lucha que hubo entonces por el control del templo, y estaban ligados a las familias sacerdotales. No dejaron escritos acerca de sus doctrinas, por lo que sólo las conocemos indirectamente por lo que dicen el historiador Josefo y los evangelios. Ellos sólo reconocían al Pentateuco como escritura inspirada, y atribuían un valor a los demás escritos de lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento. No creían en la inmortalidad del alma y, en consecuencia, tampoco en la resurrección de los muertos (piedra angular de la doctrina de los fariseos), y menos en la existencia de ángeles y espíritus. Negaban la predestinación y la intervención de la providencia en los asuntos humanos, considerando que el hombre era libre en sus decisiones y responsable, por tanto, de su bienestar o infelicidad. Con la caída de Jerusalén y la destrucción del templo desaparecieron de la historia.
El partido de los fariseos, cuyo nombre deriva del hebreo parush, esto es, “separado”, parece tener su origen en los hasidim (piadosos) que se opusieron a la helenización de las costumbres impuesta por los reyes seléucidas, sucesores de Alejandro Magno. Ellos fundaron academias (yeshivas) para la instrucción de sus seguidores, y eran los líderes espirituales reconocidos del pueblo.
Ellos figuran en los evangelios como los principales opositores de Jesús, por su insistencia en querer imponer las reglas de pureza ritual válidas en el templo, a la vida ordinaria de los individuos, y por la multitud de normas adicionales con que limitaban la libertad de los individuos. Jesús denuncia su hipocresía al hacer alarde público de piedad, alargando sus mantos y ensanchando sus filacterias. Se opusieron a la rebelión contra los romanos el año 66, y fueron las primeros en hacer las paces con ellos. Con la caída de Jerusalén y la destrucción del templo el año 70, la academia de Yavné, bajo el liderazgo de Johanan ben Zakai, y la anuencia de los romanos, asumió la dirección de la supervivencia del judaísmo.


Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."



INVOCACIÓN: Me asombra la forma incauta e irresponsable como a veces los adultos, incluso en la iglesia, tratan a los niños pequeños de uno a tres años, como si fueran muñecos, con los que se puede jugar a su antojo. Los hacen bailar a la fuerza durante la alabanza, como si eso no los cansara, y ellos no quisieran otra cosa sino estar en brazos de su madre. Los zarandean con el pretexto de mecerlos, hacen temblar su cabecita inconscientes de las lesiones que los movimientos bruscos pueden causar a sus cerebros en formación; los levantan en alto por los pies sin tener en cuenta la sensación de inseguridad, o hasta de pánico, que eso puede producirles. En términos de comparación, ¿cómo se sentiría un adulto si fuera levantado por los pies por un gigante de siete u ocho metros de estatura? ¿No sentiría miedo? ¿No lo sentirá con mayor razón un pequeñuelo, por más que se haga jugando?
No porque sean pequeños pueden los niñitos ser tomados como juguetes, sino deben ser tratados con todo el cuidado que la fragilidad de sus cuerpecitos exige. ¡Padre, madre: No permitas que otras personas, aunque sean parientes o amigos, manipulen a tus pequeñuelos, porque sin querer pueden hacerles daño! Tú eres responsable ante Dios de su bienestar e integridad física.


#963 (19.02.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 28 de abril de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II
Un Comentario de Lucas 21:12-21
12. “Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre.”
Jesús dijo que una de las señales por las que se reconocerá a sus discípulos será el amor que se tienen unos por otros (Jn.13:35), algo que, efectivamente, llamaba mucho la atención de los paganos, según atestigua el escritor Tertuliano del siglo III. Otra sería la persecución.
Lo que aquí se menciona que experimentarían los discípulos de Cristo puede ser expresado con los siguientes verbos: detener, perseguir, confinar, acusar. A nosotros en el Perú no nos parece que esta señal ocurriendo en nuestro país, ni en ningún otro país del mundo occidental, pero hay países en que ésa es la experiencia diaria de los cristianos, que son hostigados, calumniados, apresados, acusados, torturados y condenados a muerte. De manera que si alguien alega que esta señal aún no es aparente hoy en día, debería precisar la ubicación geográfica, porque no en todas las regiones del orbe prevalece el mismo clima de tolerancia.
Tampoco podemos negar que los cristianos empiezan a ser mal vistos aún en
países tradicionalmente cristianos. Incluso entre nosotros se descalifica las opiniones de algunos cristianos, llamándolos “conservadores”, “fanáticos”, o “inflexibles”, por el sólo hecho de expresar opiniones ortodoxas frente a las situaciones del presente. Y en verdad, esos cristianos “conservadores” son en muchos casos los únicos que merecen el calificativo de cristianos, porque muchos de aquellos a los que no se aplica esa chapa han abandonado la fe verdadera, o al menos, son tibios.
Sin embargo, no debemos olvidar que las palabras de Jesús en este versículo eran antes que nada una profecía de lo que ocurriría a sus discípulos antes de la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas romanas. En efecto vemos, por los episodios que se narran en el libro de los Hechos, que los discípulos de Jesús fueron perseguidos desde el nacimiento de la iglesia en Pentecostés, como cuando Pedro y Juan fueron apresados por predicar en el templo, y al día siguiente fueron llevados ante el Sanedrín, donde se les prohibió terminantemente que predicaran en el nombre de Jesús (Hch 4:3-22). O como la muerte de Esteban (7:54-60), y la persecución que se desató a continuación (8:1-3). O como Saulo, que una vez convertido en Pablo, de perseguidor pasó a ser perseguido (9:23-25; 2Cor 11:24); o como la prisión y muerte de Santiago (Hch 12:1,2), y el intento de Herodes Agripa de hacer lo mismo con Pedro (12:3-19).
Aquí es importante notar que todo el que persigue a un discípulo de Jesús, lo persigue a Él, como se desprende de la pregunta que el Resucitado le hizo a Saulo al salirle al encuentro cuando iba camino de Damasco: “¡Saulo,  Saulo! ¿Por qué me persigues?” (9:4).
13. “Y esto os será ocasión para dar testimonio.”
Debemos alegrarnos de la persecución porque nos proporciona ocasión de dar testimonio de nuestra fe y de que, como consecuencia, muchos se conviertan. El sufrimiento de los creyentes que predican produce abundante cosecha de salvación. En cambio la comodidad y la prosperidad –como ya había observado John Wesley- producen tibieza.
Conviene notar que dar testimonio se dice en griego “martureo”, de donde viene nuestra palabra “mártir”. Mártir es, en efecto, el que da testimonio, y, por eso mismo, arriesga su vida y su integridad física. A los mártires de ayer y hoy los matan porque dan testimonio. En el caso de los discípulos de Jesús la persecución fue efectivamente bienvenida ocasión para que dieran testimonio de su fe, tal como vemos en los casos de Pedro y Juan, y de Esteban, que ya hemos mencionado; o en la predicación en Samaria (8:4-25); y en las muchas ocasiones que Pablo tuvo de dar testimonio al defenderse de sus acusadores (22:1-21; 24:10-21; 26:1-29; 28:23-29).
14,15. “Proponed en vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder en vuestra defensa; porque yo os daré palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan.”
Esta es una magnífica promesa. Llegado el momento de la prueba no nos preocupemos de lo que habremos de decir o contestar, porque palabras poderosas y cargadas del Espíritu fluirán de nuestra boca sin que tengamos que pensarlas.
Esta asistencia de Jesús a través del Espíritu Santo es una prueba más de que contamos con su compañía y apoyo cuando los necesitamos. ¿Quién no ha tenido la experiencia de encontrarse en una situación delicada, en que era importante pronunciar la palabra adecuada, y que ésta venía a sus labios sin que tuviera que pensarla?
En estos versículos se nos dice:
1) Que no necesitamos preocuparnos por nuestra defensa. El Espíritu Santo será nuestro abogado. Ésa es una de sus funciones como paráclito.
2) Que no podrán resistir a nuestras palabras ni contradecirlas. Un buen ejemplo del cumplimiento de esta promesa es la escena ya mencionada en que Pedro y Juan comparecen ante los sacerdotes y fariseos del Sanedrín (Hechos 4:5-22), y los confunden con su inesperada elocuencia.
16. “Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros;”
He aquí un anuncio de nuestro Señor que es realmente terrible: los más cercanos a nosotros serán los que nos denuncien. ¡Que doloroso será eso para nosotros! Pero ya Jesús lo había predicho cuando dijo que Él no había venido a traer paz sino guerra; y que habría división en las familias; que se levantarían padres contra hijos, e hijos contra padres, etc. (Lucas 12:51-53). Nuestros primeros enemigos serán nuestros seres más queridos.
Y algunos justos perecerán, como en verdad ha ocurrido en el pasado y seguirá ocurriendo en el futuro. El camino cristiano supone ese riesgo. Pero no debemos inquietarnos por ello. La fe triunfa cuando sus hijos dan la vida por ella. Ese fue el camino de Jesús: triunfar muriendo (Nota 1).
17. “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre.”
¡Cuántas veces se ha cumplido esta profecía! El cristiano es aborrecido a causa de su fe. Ocurre en el seno de las familias, de los grupos, de la sociedad, de los países. Está atestiguado en lo que Pablo declara acerca de su propia carrera como apóstol (2Cor 11:24-26). En el menos malo de los casos al cristiano se le toma como un “aguafiestas” y se le margina.
18. “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.”
Al versículo anterior, que amenaza nuestra seguridad, sigue éste que nos conforta: ni uno solo de nuestros cabellos perecerá (ver Lc 12:7; Mt 10:30). Pero ¿no ha dicho poco antes Jesús que algunos morirían? (Lc 21:16). En efecto, pero también había dicho que ni un solo pajarillo cae a tierra sin que nuestro Padre lo sepa (Mt 10:29). Como consecuencia de la persecución nuestro cabello puede caer, pero lo hace en manos del Padre que permite que caiga, y Él lo recoge y lo guarda para la vida eterna. Aunque caiga no perecerá. No sólo nuestros cabellos, sino ninguna de nuestras acciones, aún las más pequeñas, dejarán de ser tenida en cuenta y producir su recompensa.
19. “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas.”
Yo creía que con la fe se ganaba el cielo. Pero es cierto que también se gana con la paciencia (en el sentido de soportar las pruebas): “con la fe y la paciencia se alcanzan las promesas” (Hb.6:12). Lo que el versículo quiere decir es que la fe verdadera persevera pese a toda oposición, y no se muda. Aquellos cuya fe es débil abandonan la lucha pronto cuando las cosas se vuelven difíciles. (Mr.4:17) “Mas el que persevere hasta el fin, ése será salvo.” (Mt 10:22) Y “al que venciere yo le daré de comer del árbol de la vida” (Ap 2:7).
20. “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.” Los cinco versículos que siguen a continuación (contando éste) contienen una profecía famosa acerca de la destrucción de Jerusalén, que corrobora la predicción hecha anteriormente por Jesús acerca de la destrucción del templo (Lc 19:41-44). Lo primero que Jesús indica es la señal de su cumplimiento: el día en que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. (2)
Jerusalén, como toda Judea, estaba ocupada por tropas romanas, pero las guarniciones que mantenían ahí para conservar el orden eran relativamente pequeñas. Jesús anuncia que se vería rodeada de ejércitos, como efectivamente ocurrió el año 69, cuando un poderoso ejército, bajo las órdenes de Tito, después de someter a sangre y fuego el resto del país, puso sitio a Jerusalén.
El año 66 DC el descontento latente del pueblo judío contra los romanos, agravado por la incompetencia y torpeza del gobernador Florus, (3) estalló en una revuelta en Jerusalén, en que se quemaron varios edificios importantes, y que pronto se convirtió en una insurrección general, es más, en una verdadera guerra de independencia. Una legión romana, al mando de Cestus Gallus, legado imperial en Siria, quien, subestimando la amplitud de la rebelión, acudió apresuradamente a sofocarla, fue perseguida y derrotada por las improvisadas fuerzas judías. Esta efímera victoria, que infló de vano y exaltado optimismo a los rebeldes, tuvo un alto costo para los judíos, porque suscitó la organización de una expedición punitiva en gran escala que el emperador Nerón encargó al experimentado general Vespasiano. Éste, al mando de 60,000 hombres, sometió a Galilea, Perea y otras regiones. Cuando algún tiempo después, al ser asesinado Nerón, Vespasiano fue proclamado emperador, y debió retornar a Roma para ser coronado y asumir el trono, su hijo Tito quedó al mando de las tropas con el encargo de llevar la guerra a su término y aplastar sin misericordia la rebelión.
21. “Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella.”
Jesús pronuncia una seria advertencia que salvará a muchos del peligro: los que estén a lo largo y ancho del territorio de Judea huyan de las ciudades y del campo a los montes; los que estén en Jerusalén misma, huyan adonde fuere, porque si se quedan, perecerán; y los habitantes de la ciudad que estuvieren en el campo, o en algún otro lugar, no piensen en retornar a la urbe, porque ahí la destrucción los sorprenderá. Es como si Jesús les dijera: Váyanse de Jerusalén porque Dios la ha abandonado a causa de su impiedad (Véase Lc 13:34,35).
En el pasaje paralelo de Mateo y de Marcos Jesús añade que los que estén en la azotea no entren en casa para recoger lo que fuere (Mt 24:17; Mr 13:15). Al techo de las casas en Oriente se accedía entonces por una escalera exterior (no interior como en nuestros días). Lo que Jesús quiere subrayar es que deben huir tan rápidamente que no tendrán tiempo ni para entrar a sus casas a recoger su abrigo. Esta urgencia es enfatizada por el dicho de que los que estén en el campo no deben retornar a la ciudad. (4).
Contrariamente a lo aconsejado por Jesús, cuando los judíos vieron el avance de las tropas romanas, corrieron a refugiarse en las ciudades y, en especial, en Jerusalén, algo que es natural desde cierto punto de vista, ya que es más seguro estar en las ciudades amuralladas que en el campo abierto. Si a ello se añade que la ofensiva final romana coincidió con la celebración de la Pascua, que atraía a muchísimos peregrinos, podrá comprenderse por qué la ciudad estaba en esos días repleta de judíos provenientes de otros lugares. Ellos estaban tan confiados de que derrotarían a los romanos, que no dejaron de acudir a Jerusalén, según su costumbre, para tomar parte en la fiesta.
Sin embargo, las instrucciones de Jesús equivalían a una orden de no ofrecer resistencia a los romanos, sino de salvar su vida huyendo. Eso fue precisamente lo que hicieron sus seguidores, a quienes los judíos entonces llamaban “nazarenos”. Según el historiador Eusebio, al ver los movimientos de las legiones romanas, y recordando las palabras de advertencia de Jesús, la comunidad cristiana de Jerusalén, al frente de la cual estaba Simeón, hijo de Clopas y primo de Santiago, abandonó prudentemente la ciudad, y se refugió en la ciudad de Pella, en la vecina Perea.
La huida de los cristianos de Jerusalén fue considerada por los líderes de la comunidad judía como una traición a su pueblo, y agravó las tensiones ya existentes entre la sinagoga y la naciente iglesia (5). Fue por ese motivo que el rabino Schmu-‘elHaKatan compuso entre los años 70 y 90 DC, la bendición (llamada así eufemísticamente porque, en realidad, es una maldición) “Birkat-HaMinim” contra los herejes (con lo que se aludía principalmente a los “nazarenos”) que fue agregada a la Amida, una de las oraciones principales del culto judío, que todo creyente debe, aún en nuestro tiempo, recitar tres veces al día con los pies juntos (6). Los cristianos judíos que asistieran a la sinagoga -como muchos entonces todavía lo hacían- no podían participar en el servicio recitando una maldición que estaba dirigida contra ellos mismos. Por ese motivo empezaron a alejarse del culto sinagogal donde quiera que se introdujera esa “bendición”. Ése fue precisamente el efecto que los rabinos buscaban: eliminar de sus asambleas a las tendencias discrepantes con el fin de consolidar a las comunidades, y asumir plenamente el control de su religión, que ellos consideraban amenazada por fuerzas exteriores (7). No fue pues la Iglesia la que se separó de sus raíces judías, como algunos judaizantes modernos nos quieren hacer creer, sino fue la sinagoga la que excluyó a los seguidores de Jesús.
Los que se quedaron en Jerusalén y ofrecieron resistencia a los romanos desobedecieron al mandato que Jesús les había dado ordenándoles huir, y por eso, como veremos más adelante, perecieron de una muerte horrible.
Notas: 1. Esta verdad incontrovertible no puede ser distorsionada, como hacen algunos fanáticos de otras religiones, que la toman como pretexto para inmolarse matando a sus enemigos. Cuando el cristiano muere por su fe lo hace como Jesús, como víctima inerme e inocente, no como verdugo de otros.
2. Según Lucas, Jesús pone como señal para huir y ponerse a salvo que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. Según Mt 24:15,16 y Mr 13:14, la señal es la abominación desoladora de que habla Dn 9:27, entre otros lugares. ¿Qué relación hay entre ambos signos? La relación puede encontrarse en Dn 8:13 y 11:31 donde se habla a la vez de tropas y de la abominación desoladora. En opinión de muchos intérpretes la expresión “abominación desoladora” en los evangelios representa a las insignias imperiales de las legiones romanas paganas acampando en el territorio que rodeaba a la ciudad santa.
3. Él quiso mediante el uso de la fuerza obligar a los judíos a entregar 17 talentos de oro (¡una fortuna!) del tesoro del templo.
4. Es muy singular que esas palabras de Jesús se encuentren en un capítulo anterior de Lucas, en el que el evangelista habla de la venida del Reino (17:31). Buena parte del contenido de ese largo pasaje lucano (vers. 20 al 37) está intercalado en Mt 24 y Mr 13. ¿Por qué Lucas separa lo que Mateo y Marcos juntan? No lo sabemos.
5. Según una tradición judía, el rabino Yohanán Ben Zakai logró salir de Jerusalén durante el sitio, escondido en un ataúd. Habiendo escapado de la matanza él pudo convocar en Yavné de Galilea a los escribas judíos dispersos en otras ciudades, e iniciar el movimiento de reconstrucción del judaísmo rabínico que ha sobrevivido hasta nuestros días.
6. Esa bendición en su forma actual no contiene ninguna referencia a los “herejes”, pero según el Talmud originalmente sí la tenía.
7. Es de notar que, contrariamente a la multiplicidad de tendencias que exhibía el judaísmo antes de la destrucción de Jerusalén, el judaísmo renovado posterior a la catástrofe, muestra una notable unidad doctrinal en que la corriente farisea prevaleció absorbiendo a las demás.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados, pidiéndole humildemente perdón a Dios por ellos.

#938 (14.08.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 14 de diciembre de 2012

EL MUNDO OS ABORRECERÁ I


Por José Belaunde M.
EL MUNDO OS ABORRECERÁ I
Un Comentario de Juan 15:18-25
Continuando el discurso iniciado en el Cenáculo, en el que Jesús les habló a sus discípulos de la vid verdadera, y mientras caminaban hacia el huerto de Getsemaní, Él les advierte:
18. “Si el mundo os aborrece, sabed que a mí me ha aborrecido antes que a vosotros.”
Jesús les hace saber a sus discípulos que ellos van a correr la misma suerte que Él: Seguirme a mí implica sufrir las mismas cosas que yo he sufrido. Es bueno que lo sepáis. En otra ocasión ha dicho, expresando en otro contexto la misma idea, que “el discípulo no es más que su maestro” (Mt 10:24). San Agustín, comentando este pasaje, señala: “¿Porqué quiere el miembro exaltarse por encima de la cabeza? Rehúsas ser miembro del cuerpo si no quieres soportar el odio del mundo.” Esto es, si no quieres soportar lo que la cabeza ha sufrido.
En lugar de entristeceros de que el mundo os aborrezca debéis alegraros por ello, porque es una prueba de que me pertenecéis. El mundo os odia porque reconoce vuestra filiación, reconoce que sois míos. Es a mí a quien odian a través vuestro. Es como la pregunta que Jesús le hace a Saulo cuando se le aparece camino a Damasco: “¿Por qué me persigues?” (Hch 9:4). Al perseguir a la iglesia, Saulo perseguía a Jesús.
Téngase en cuenta que en la terminología de Juan la palabra “mundo” no significa la humanidad entera, sino representa a ese sector de la sociedad humana, mayoritario en tiempos de Jesús y quizá también en el nuestro, que vive a espaldas de Dios y se opone a Él, y que, por tanto, se opone necesariamente a sus hijos.
Aquí también un comentario de San Agustín es oportuno. “Si el mundo os aborrece…” ¿Qué mundo? ‘Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo…’ (2Cor 5:19) El mundo condenado persigue; el mundo reconciliado, sufre persecución. El mundo condenado incluye todo lo que está fuera y aparte de la iglesia; el mundo reconciliado es la iglesia.”
19. “Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.”
El sentido es bastante obvio: Todos solemos amar a los de nuestro grupo, a aquellos con los cuales nos identificamos, y rechazamos a los que son contrarios a nuestros gustos, hábitos y maneras de vivir.
El odio del mundo por lo que los discípulos de Jesús representan está pues en la naturaleza de las cosas. Ellos representan todo lo contrario a lo que el mundo aspira. Para que el mundo no los odie sería necesario que el mundo se convirtiera a ellos, porque cada cual ama lo que le es afín, ama lo que se le parece, no lo que niega o se opone a lo que uno es.
Por eso Jesús añade: Vosotros pertenecíais al mundo antes de que os encontrarais conmigo, pero yo os saqué del mundo para que me siguierais. Como dejasteis de pertenecer a lo que ellos son, y os alejasteis de ellos para seguirme a mí, es inevitable que os odien.
Ese fenómeno sigue ocurriendo en nuestros días. Todos los que al convertirse dan la espalda a la mentalidad del mundo son odiados, o despreciados, por aquellos de quienes se han separado. El que se convierte a Cristo ya no es uno de ellos, ya no hace lo que ellos hacen, ni vive como ellos viven; persigue ahora ideales que ellos no entienden y rechazan. Como dice Juan Crisóstomo, es una prueba de virtud ser odiado por el mundo, y una prueba de iniquidad ser amado por él. El mundo reconoce instintivamente y ama a los segundos, y detesta a los primeros, porque son un reproche para ellos. Si su conciencia no se ha apagado les recuerdan lo que ellos deberían ser.
Para que dejaran de odiarlos bastaría que abandonaran a Jesús y se volvieran al mundo. Entonces el mundo los acogería gozosos en sus brazos y lo consideraría como un gran trofeo para su causa. Pero si eso hicieran, estarían vendiendo su alma a vil precio, cambiando un gozo eterno, por una satisfacción momentánea. (Nota 1)
20. “Acordaos de la palabra que yo os he dicho: El siervo no es mayor que su señor (Jn 13:16). Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra también guardarán la vuestra.”
El discípulo no goza de privilegios que su maestro no tenga, no goza de una inmunidad que lo proteja del odio del mundo. Si persiguieron a su maestro, lo perseguirán a él también por la misma causa y con igual saña.
Eso no debe ser motivo de aflicción, sino de alegría para el discípulo, porque Jesús dijo en otro lugar: “Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros.” (Mt 5:11,12).
Ser perseguido por causa de Jesús es un privilegio. Así lo estimaban los mártires (esto es, los testigos) de los primeros siglos, que no querían verse privados de la corona del martirio, pese a las terribles torturas a las que se exponían. (2). Ignacio, obispo de Antioquia (35-107 aproximadamente) siendo llevado preso a la capital del imperio para ser juzgado por cristiano, en su Carta a los Romanos les pide a los creyentes de esa ciudad que no aboguen por él en consideración a sus canas, mostrando una benevolencia inoportuna. Él les escribe: “Permitidme ser pasto de las fieras por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de presentarme como limpio pan de Cristo.”
Al mismo tiempo Jesús les dice a sus discípulos que así como hubo muchos que se dejaron tocar por mis palabras, habrá muchos también que se dejarán tocar por las vuestras, porque a vosotros os anima el mismo Espíritu que vive en mí.
21. “Mas todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado.”
Por causa de mi nombre quiere decir por causa mía, es decir, porque sois mis discípulos y porque predicáis acerca de mí. El odio que tienen contra mí lo tendrán también contra vosotros, porque no conocen a Dios que me envió al mundo. Si ellos reconocieran que yo he venido de parte de mi Padre Dios, no me odiarían. Pero como no conocen a Dios, a pesar de que alegan servirlo y juran por Él, no me reconocen a mí por lo que soy.
En este pasaje resuenan como trasfondo las palabras que Jesús dijo en otro lugar: “El Padre y yo somos uno” (Jn 10:30; 14:10). Si desconocen al primero desconocerán también al segundo, porque ambos están íntimamente unidos al punto de ser uno solo.
Pero ¿cómo es posible que ellos, los maestros de la ley y los sacerdotes del templo, no conozcan a Dios, cuando viven dedicados los unos al estudio de las Escrituras inspiradas por Él, y los otros al oficio del culto en el santuario? ¿No es eso contradictorio? Pero es que aunque se dedican a las cosas de Dios no han recibido su Espíritu y lo hacen hipócritamente. “Son ciegos guías de ciegos” (Mt 15:14). Aunque tienen el nombre de Dios en su boca están alejados de Él. Afirman conocer a Dios pero su conocimiento es sólo intelectual, no los ha transformado interiormente ni modela su conducta, porque no lo aman. ¿Cuántos hay en nuestros días, y cuántos ha habido en la historia, a quienes ocurre y ocurría lo mismo? Decían servir a Dios pero se servían a sí mismos. Dios era y es para muchos sólo un pretexto para hacer avanzar su propia causa, para realizar sus propias metas y ambiciones y para enriquecerse.
¡Cuánta hipocresía ha habido y hay entre muchos que se dicen cristianos! ¡Cuántos a quienes el diablo ha cautivado y ha enrolado en su servicio! ¡Cuántos apóstatas encubiertos! Pero si alguno se cree superior a ellos imaginando que las artimañas del enemigo no pueden tocarlo, recuerde las palabras de Pablo: “El que cree estar firme, mire que no caiga.” (1Cor 10:12)
22. “Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado; pero ahora no tienen excusa por su pecado.”
Si Jesús no se hubiera manifestado, con las grandes demostraciones de poder que Él hizo; si ellos no hubieran oído las palabras de vida eterna que salieron de su boca (Jn 6:68); si Él no hubiera predicado y enseñado abiertamente por calles y plazas a la vista de todos; si no hubiera conversado con ellos; si Él no les hubiera dado a conocer la voluntad de su Padre, no serían culpables del pecado de no reconocer quién era y quién lo ha enviado. Pero como Él ha venido a ellos y ellos han estado con Él, que lo rechacen no tiene excusa alguna pues brota de la entraña de su corazón endurecido.
23. “El que me aborrece a mí, también a mi Padre aborrece.”
El que me rechaza a mí, no me rechaza a mí solamente, sino que rechaza al Padre de parte de quién he venido y con quien estoy estrechamente unido. Esta frase es válida en todos los tiempos y circunstancias desde su venida: Todos los que dicen amar a Dios y servirlo, pero al mismo tiempo rechazan a Jesús y se niegan a reconocer que Él es el Hijo único de Dios que vino a salvarlos, rechazan también al Dios que dicen adorar, tal como dice el apóstol Juan en otro lugar: “Todo aquel que niega al Hijo, tampoco tiene al Padre. El que confiesa al Hijo, tiene también al Padre,” (1 Jn 2:23) porque el Padre y el Hijo son uno. (3)
24. “Si yo no hubiese hecho entre ellos obras que ningún otro ha hecho, no tendrían pecado; pero ahora han visto y han aborrecido a mí y a mi Padre.”
Jesús echa en cara a sus enemigos un nuevo motivo para declarar su pecado, que consiste no solamente en el hecho de que Él les hubiera hablado y estado con ellos y, no obstante, no lo reconocieron, sino en que Él hubiera hecho tantas obras extraordinarias, señales y prodigios a la vista de todos, obras que nadie había hecho antes de Él. Pero ellos se negaron a reconocer el testimonio de esas obras como prueba de que Él venía de parte de Dios, y más bien las atribuyeron al poder de Belzebú que, según ellos, obraba en Él (Mt 10:24-28, Lc 11:15).
Puesto que eran una prueba irrefutable de su divinidad, las obras que Él hizo delante de ellos fueron motivo para que arreciara su odio contra Él y su Padre, tan cerrado estaba su corazón a la verdad. (4)
25. “Pero esto es para que se cumpla la palabra que está escrita en su ley: Sin causa me aborrecieron.”
Jesús añade, sin embargo, que ese rechazo había sido anunciado en un pasaje que Él cita: “Se han aumentado más que los cabellos de mi cabeza los que me aborrecen sin causa”. (Sal 69:4; 38:19). Su rechazo estaba pues previsto, pero eso no los hace menos culpables. Ellos cumplían sin querer el plan de Dios, pero eso no justificaba su odio. (5)
Todo lo que Jesús experimentó en la tierra, todo lo que Él padeció en su pasión, estaba previsto en la mente de Dios, nada fue una sorpresa; todo había sido planeado minuciosamente con un propósito determinado, el de nuestra redención y la constitución de un nuevo pueblo de Dios que siguiera los pasos de Jesús.
Notas: 1. San Agustín anota que también los mundanos odian a los mundanos. Odian a aquellos que se oponen a sus designios, o que compiten con ellos por las recompensas del mundo.
2. Estas torturas están documentadas en las “Actas de los Mártires” del siglo II, que si bien contienen algunos elementos legendarios, en su mayor parte contienen el registro de procesos judiciales seguidos ante los tribunales romanos contra los cristianos.
3. Aquí se plantea un serio problema teológico que no podemos soslayar. Las frases del Evangelio y epístola de Juan que hemos citado estaban obviamente dirigidas a las autoridades judías de ese tiempo que se negaron a recibir a Jesús y lo rechazaron, por cuyo motivo la ciudad y el templo de Jerusalén fueron destruidos hasta no quedar piedra sobre piedra el año 70, tal como Jesús había anunciado (Lc 21:5,6; Mt 24:1,2). El judaísmo rabínico que se desarrolló después de esa catástrofe a partir de la reunión de los sucesores de los fariseos en Yavné, con el auspicio de los romanos, hacia el final de ese siglo, consolidó ese rechazo. ¿Pero puede decirse que los judíos de los siglos posteriores que demostraron un gran amor por Dios y llevaban una vida devota, aborrecían a Dios porque continuaban rechazando a Jesús? ¿Puede decirse eso en particular de los judíos que residían en Europa durante la Edad Media, marginados y discriminados, y con frecuencia perseguidos por los cristianos? ¿O de los que residían en la Rusia zarista en el siglo XIX, que fueron víctimas de sucesivos “progroms” despiadados? ¿Puede reprochárseles que se negaran a creer en Aquel en cuyo nombre eran perseguidos? ¿Los había Dios enteramente abandonado?
4. Es de notar que el judaísmo rabínico, como reacción, y para desvirtuar estas palabras de Jesús, afirma que los milagros que hace una persona no son prueba de su divinidad, y mencionan en abono de esa tesis, los casos de algunos sabios judíos del pasado que vivieron poco antes que Jesús, y que hicieron prodigios semejantes a los suyos, pero que nunca se atrevieron a declararse hijos de Dios por ese motivo; y añaden que tampoco lo hicieron Elías y Eliseo que, sin embargo, hicieron milagros semejantes a los de Jesús.
Pero si bien es cierto que el poder de Dios se manifestó a través de ambos profetas de manera extraordinaria, y es posible que los milagros atribuidos a los santos judíos que menciona la literatura rabínica, no sean legendarios, las señales y prodigios hechos por Jesús asumen por su cantidad y frecuencia, una dimensión incomparablemente superior, y fueron además coronados por su resurrección en un cuerpo glorioso que aparecía y desaparecía a voluntad (Rm 1:4).
5. En el lenguaje de esa época, la palabra “ley” (nomos en griego, torá en hebreo) puede designar tanto la ley de Moisés, es decir, el Pentateuco, como el conjunto de las Escrituras del Antiguo Testamento.


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Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te invito a pedirle a Dios por tus pecados haciendo la siguiente oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#755 (02.12.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).