LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PABLO ANTE EL SANEDRÍN
Un Comentario de
Hechos 22:30-23:11
En los dos artículos
anteriores hemos visto a Pablo hacer su defensa ante los habitantes de
Jerusalén, que habían querido lincharlo porque se le acusó falsamente de haber
introducido a un gentil en el interior del templo, lo que estaba estrictamente
prohibido. Ellos lo escucharon atentamente haciendo el relato de su conversión
hasta el momento en que narró que Jesús se le había aparecido en visión y le dijo
que lo enviaría a los gentiles. Al escuchar esta palabra recrudeció la ira del
pueblo que exigía que se le matase, siendo salvado con las justas por los
soldados romanos. Cuando iba a ser azotado por éstos para que confesara cuál
era la razón del rechazo de la población Pablo le advirtió al tribuno que no
podía hacerlo porque él era ciudadano romano.
22:30. “Al día siguiente, queriendo saber de cierto
la causa por la cual le acusaban los judíos, le soltó de las cadenas, y mandó
venir a los principales sacerdotes y a todo el concilio, y sacando a Pablo, le
presentó ante ellos.”
El tribuno no quiso
perder tiempo en averiguar cuál podía ser la causa por la que las autoridades y
el pueblo tenían tanta saña contra Pablo y, teniendo él obligación de
protegerlo como ciudadano romano mientras no hubiera un delito por el cual
pudieran acusarlo ante un tribunal legalmente constituido, convocó al concilio
de ancianos para que conocieran del asunto. Entonces ordenó a los soldados que
lo soltaran de las cadenas y lo presentó ante el sanedrín que se reunía en un
ambiente grande a un costado del templo (Nota 1). Nótese, sin embargo, que ésta no era una reunión formal
del consejo de ancianos, sino una convocada de ocasión por el tribuno porque,
de haberlo sido, Pablo no hubiera dado inicio a la reunión tomando la palabra,
después de la presentación del tribuno, que no sabemos en qué consistió. Pero
cabría preguntarse por qué el tribuno no habló previamente con Pablo, antes de
convocar a la reunión, para que le dijera cuál era la causa de tanto
ensañamiento contra él.
23: 1,2. “Entonces Pablo, mirando fijamente al
concilio, dijo: Varones hermanos (2), yo con toda buena
conciencia he vivido delante de Dios hasta el día de hoy. El sumo sacerdote
Ananías ordenó entonces a los que estaban junto a él, que le golpeasen en la
boca.”
Pablo, sin temor
alguno (3), teniendo la
seguridad de que el Señor lo respaldaba, se dirigió a la asamblea afirmando su
inocencia de todo cargo que pudiera hacérsele: Yo como buen judío he vivido
delante de Dios sin que mi conciencia tenga nada que reprocharme.
Eso lo decía delante del sumo sacerdote y de los ancianos
que sabían cuáles habían sido sus actividades antes de su conversión, y cómo él
persiguió, con la anuencia de ellos, a los seguidores de la odiada secta del
Nazareno, y cómo él se había convertido inopinadamente en uno de sus más ardientes
propagandistas en la diáspora. Esto es algo que los miembros del sanedrín no
podían aceptar, que dijera que lo había hecho “con toda buena conciencia”, porque para ellos él era un traidor.
Por ese motivo, y para castigarlo por su osadía, el sumo
sacerdote Ananías ordenó que alguien cercano le golpeara en la boca. Ananías
posiblemente no era consciente del hecho, pero el maltrato de Pablo en una
reunión convocada por la autoridad romana era un insulto a ésta, bajo cuya
protección estaba el apóstol.
¿Quién era este Ananías (4) que actuaba tan bruscamente? Era un personaje nefasto
cuyas acciones rapaces, abusando de su alto cargo, hicieron que toda la
población lo odiara, y tuviera un final trágico durante el levantamiento anti
romano que se produjo el año 66 DC. Él había sido instalado en ese cargo el año
47 DC por un nieto de Herodes el Grande, Herodes de Calcis, que era hermano de
nuestro conocido Herodes Agripa I, el que mandó matar a Santiago, hijo de
Zebedeo, e hizo apresar a Pedro (Hch 12:1-3). Según el historiador Josefo Ananías
se había apoderado de los diezmos que eran destinados a los sacerdotes comunes.
La gran fortuna que había acumulado le daba un gran poder y permitía que
conservara su influencia, aún después de haber sido depuesto el año 58 o 59.
3. “Entonces Pablo le dijo: ¡Dios te golpeará a
ti, pared blanqueada! ¿Estás tú sentado para juzgarme conforme a la ley, y
quebrantando la ley me mandas golpear?”
Pablo responde
vivamente indignado al injusto maltrato llamando al sumo sacerdote “pared blanqueada”, y lo acusa de violar
la ley al mandar golpear al acusado que está delante del tribunal para ser
juzgado. Implícitamente lo acusa de aplicarle una pena antes de haber sido
sentenciado.
No se sabe exactamente qué ley era la que Pablo acusa al
sumo sacerdote de violar, aunque pudiera tratarse de los preceptos de Lv 19:15,
y Dt 1:16,17 que ordenan hacer un juicio justo, o de una perteneciente a la ley
oral judía, que es sabido protegía los derechos de los encausados. Se recordará
que el Evangelio de Juan registra un incidente parecido estando Jesús delante
del Sanedrín, cuando un alguacil lo golpea en la cara reprochándole hablar
irrespetuosamente al sumo sacerdote Anás. Jesús en esa ocasión reaccionó menos
vivamente que Pablo, aunque también protestó. (Jn 18:22,23).
El insulto que Pablo dirige a Ananías, que conlleva el
significado de “hipócrita”, tiene antecedentes en las palabras de Jesús, que
llama a los fariseos “sepulcros
blanqueados” (Mt 23:27). Sin embargo, entre la reacción de Jesús y la de
Pablo hay una diferencia marcada: Jesús se queja de que lo golpeen sin razón,
pero no responde con un insulto, como hace Pablo. El temperamental apóstol estaba
lejos de ser manso como Jesús. (5)
4,5. “Los que estaban presentes dijeron: ¿Al sumo
sacerdote de Dios injurias? Pablo dijo: No sabía, hermanos, que era el sumo
sacerdote; pues escrito está: No maldecirás a un príncipe de tu pueblo.”
La reacción airada de
Pablo provoca a su vez la protesta de los asistentes que le reprochan hablar de
esa manera al sumo sacerdote. Pablo se disculpa enseguida diciendo que no sabía
que el que había ordenado golpearlo era el sumo sacerdote y cita literalmente,
para subrayar su respeto por la ley, un precepto de Moisés (Ex 22:28b).
Pero ¿podía Pablo ignorar quién era en esa reunión el sumo
sacerdote? Es muy probable que Pablo no conociera personalmente a este Ananías,
pues había estado ausente de Jerusalén los últimos años, pero él debe haberlo
reconocido, pues presidía la sesión, a menos que tratándose de una reunión
convocada precipitadamente por el tribuno, el sumo sacerdote no estuviera
sentado al centro, cosa en sí bastante improbable.
6-8. “Entonces Pablo, notando que una parte era
de saduceos y otra de fariseos, alzó la voz en el concilio: Varones hermanos,
yo soy fariseo, hijo de fariseo; acerca de la esperanza y de la resurrección de
los muertos se me juzga. Cuando dijo esto, se produjo disensión entre los
fariseos y los saduceos, y la asamblea se dividió. Porque los saduceos dicen
que no hay resurrección, ni ángel, ni espíritu; pero los fariseos afirman estas
cosas.”
Entonces, teniendo
claro que estaba ante una asamblea que le era hostil, y de la que no podía
esperar nada favorable, muy astutamente, dándose cuenta de que la mayoría de
sus miembros procedían de los dos partidos rivales del judaísmo, los fariseos y
los saduceos, cuya diferencia doctrinal más importante giraba en torno a la
creencia en la resurrección de los muertos que los segundos negaban, Pablo exclamó
que a él, siendo fariseo, se le estaba acusando por sostener ese punto de
doctrina.
Inmediatamente se armó una gran batahola, tal como él había
previsto. Los miembros del sanedrín, olvidándose de que habían sido convocados
para juzgar a una persona, se enzarzaron en una discusión acalorada sobre el
punto doctrinal que los dividía.
El texto de Lucas aclara que los saduceos no sólo negaban
la resurrección, sino también negaban la existencia de seres sobrenaturales,
como los ángeles y los espíritus. La suya era una religión materialista
concentrada en el mantenimiento del culto oficial en el templo y los beneficios
que eso les traía. (6)
9,10. “Y hubo un gran vocerío; y levantándose los
escribas de la parte de los fariseos, contendían, diciendo: Ningún mal hallamos
en este hombre; que si un espíritu le ha hablado, o un ángel, no resistamos a
Dios. Y habiendo grande disensión, el tribuno, teniendo temor de que Pablo
fuese despedazado por ellos, mandó que bajasen soldados y le arrebatasen de en
medio de ellos, y le llevasen a la fortaleza.”
Era previsible, dado
el gran rencor que estas disensiones producían, y la animadversión mutua que se
tenían ambos partidos rivales, que los fariseos asumieran la defensa de Pablo,
afirmando la posibilidad de que éste estuviera sinceramente siguiendo una
inspiración divina. Esta intervención inesperada de los escribas nos recuerda
la intervención de Gamaliel a favor de Pedro y Juan, cuando fueron llevados
ante el sanedrín, acusados de desobedecer la orden de abstenerse de predicar en
el nombre de Jesús (Hch 5:34-39).
Entonces el tribuno, cuya principal preocupación en ese
momento era asegurar la integridad física de su prisionero, porque era
ciudadano romano, ordenó sacarlo precipitadamente del lugar y retornarlo a la
fortaleza donde estaría a salvo.
Algunos comentaristas han criticado severamente a Pablo
porque él se aprovechara de esa diferencia doctrinal entre ambos partidos, como
una estratagema para frustrar el juicio que había empezado. Yo pienso que en
todos estos sucesos él estaba siendo guiado por el Señor y que fue Él quien le
inspiró esa salida inesperada.
11. “A la noche siguiente se le presentó el
Señor y le dijo: Ten ánimo, Pablo, pues como has testificado de mí en
Jerusalén, así es necesario que testifiques también en Roma.”
Esa noche, mientras
Pablo dormía, se le apareció en visión nuevamente el Señor Jesús para animarlo
y decirle que su propósito era ahora que diera testimonio de Él en Roma.
Jesús se le aparece a Pablo para reanimarlo seguramente
cuando su estado de ánimo estaba muy bajo a causa del maltrato físico que había
sufrido, y en vista de las amenazas que atentaban contra su vida, aparte del
hecho de que estuviera encadenado como un malhechor. ¿Quién de nosotros estaría
dispuesto a asumir un costo personal tan grande por predicar a Cristo? Es un
hecho que su efectividad como evangelista estaba ligada estrechamente al
sufrimiento que le acarreaba su misión (Hch 9:16). A semejanza de Jesús, cuanto
más alto sea el llamado, mayor es el padecimiento que lo acompaña, pero también,
mayor la gracia.
Las palabras que le dirige Jesús no sólo tienen un tono
afectuoso de aprobación, sino contienen además la promesa de que él saldrá bien
librado de esta prueba para continuar la misión que le ha confiado.
Notas: 1. El Sanedrín estaba conformado por 70 miembros
pertenecientes a la aristocracia de origen saduceo (sacerdotes y laicos) y a la
clase erudita (escribas) en la que los fariseos ejercían una influencia
creciente. Sus reuniones eran presididas siempre por el sumo sacerdote.
2. La fórmula que él emplea revela que es consciente de que
él se dirige a sus pares, pues él, por derecho propio, era miembro del
concilio.
3. En él se cumplía la promesa hecha por Dios al profeta
Ezequiel: “He aquí yo he hecho tu rostro
fuerte contra los rostros de ellos, y tu frente fuerte contra las frentes de
ellos…ni tengas miedo delante de ellos, porque son casa rebelde.” (Ez
3:8,9).
4. Su nombre completo era Ananías hijo de Nebedeo.
5. Hay antecedentes en el Antiguo Testamento de justos que
han sido golpeados en la boca por hablar en nombre de Dios (1R 22:24). Pero la
muerte poco honrosa que tuvo Ananías da a las palabras de Pablo un carácter
involuntariamente profético.
6. No hay fuentes claras acerca del partido o secta de los
saduceos, cuyo nombre deriva del sacerdote Sadoc de tiempos de David (2Sm
15:24,25). Es probable que ellos surgieran durante el reinado de Juan Hircano
(siglo II AC), en el marco de la lucha que hubo entonces por el control del
templo, y estaban ligados a las familias sacerdotales. No dejaron escritos
acerca de sus doctrinas, por lo que sólo las conocemos indirectamente por lo
que dicen el historiador Josefo y los evangelios. Ellos sólo reconocían al
Pentateuco como escritura inspirada, y atribuían un valor a los demás escritos
de lo que nosotros llamamos Antiguo Testamento. No creían en la inmortalidad
del alma y, en consecuencia, tampoco en la resurrección de los muertos (piedra
angular de la doctrina de los fariseos), y menos en la existencia de ángeles y
espíritus. Negaban la predestinación y la intervención de la providencia en los
asuntos humanos, considerando que el hombre era libre en sus decisiones y
responsable, por tanto, de su bienestar o infelicidad. Con la caída de
Jerusalén y la destrucción del templo desaparecieron de la historia.
El partido de los
fariseos, cuyo nombre deriva del hebreo parush,
esto es, “separado”, parece tener su origen en los hasidim (piadosos) que se
opusieron a la helenización de las costumbres impuesta por los reyes
seléucidas, sucesores de Alejandro Magno. Ellos fundaron academias (yeshivas) para la instrucción de sus
seguidores, y eran los líderes espirituales reconocidos del pueblo.
Ellos figuran en los
evangelios como los principales opositores de Jesús, por su insistencia en
querer imponer las reglas de pureza ritual válidas en el templo, a la vida
ordinaria de los individuos, y por la multitud de normas adicionales con que
limitaban la libertad de los individuos. Jesús denuncia su hipocresía al hacer
alarde público de piedad, alargando sus mantos y ensanchando sus filacterias. Se
opusieron a la rebelión contra los romanos el año 66, y fueron las primeros en
hacer las paces con ellos. Con la caída de Jerusalén y la destrucción del
templo el año 70, la academia de Yavné, bajo el liderazgo de Johanan ben Zakai,
y la anuencia de los romanos, asumió la dirección de la supervivencia del
judaísmo.
Amado
lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si
pierde su alma?” (Mt 16:26). Si
tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de
Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una
sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en
la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé
que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente
muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo
quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el
mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados
con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir
para ti y servirte."
INVOCACIÓN: Me asombra la forma incauta e irresponsable como a
veces los adultos, incluso en la iglesia, tratan a los niños pequeños de uno a
tres años, como si fueran muñecos, con los que se puede jugar a su antojo. Los
hacen bailar a la fuerza durante la alabanza, como si eso no los cansara, y
ellos no quisieran otra cosa sino estar en brazos de su madre. Los zarandean
con el pretexto de mecerlos, hacen temblar su cabecita inconscientes de las
lesiones que los movimientos bruscos pueden causar a sus cerebros en formación;
los levantan en alto por los pies sin tener en cuenta la sensación de
inseguridad, o hasta de pánico, que eso puede producirles. En términos de
comparación, ¿cómo se sentiría un adulto si fuera levantado por los pies por un
gigante de siete u ocho metros de estatura? ¿No sentiría miedo? ¿No lo sentirá
con mayor razón un pequeñuelo, por más que se haga jugando?
No porque sean pequeños pueden los niñitos ser
tomados como juguetes, sino deben ser tratados con todo el cuidado que la
fragilidad de sus cuerpecitos exige. ¡Padre, madre: No permitas que otras
personas, aunque sean parientes o amigos, manipulen a tus pequeñuelos, porque
sin querer pueden hacerles daño! Tú eres responsable ante Dios de su bienestar
e integridad física.
#963 (19.02.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M.
Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218.
(Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).
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