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miércoles, 30 de diciembre de 2020

UNA LECCIÓN INESPERADA III

UNA LECCIÓN INESPERADA III
El primer costo que hay que calcular para seguir a Jesús, es si se tiene o no el propósito de renunciar a todo lo que uno posee. El que no tiene ese propósito no puede seguir a Jesús, por mucho entusiasmo que tenga, porque abandonará la prueba...

viernes, 28 de abril de 2017

JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
JESÚS ANUNCIA LA DESTRUCCIÓN DE JERUSALÉN II
Un Comentario de Lucas 21:12-21
12. “Pero antes de todas estas cosas os echarán mano, y os perseguirán, y os entregarán a las sinagogas y a las cárceles, y seréis llevados ante reyes y ante gobernadores por causa de mi nombre.”
Jesús dijo que una de las señales por las que se reconocerá a sus discípulos será el amor que se tienen unos por otros (Jn.13:35), algo que, efectivamente, llamaba mucho la atención de los paganos, según atestigua el escritor Tertuliano del siglo III. Otra sería la persecución.
Lo que aquí se menciona que experimentarían los discípulos de Cristo puede ser expresado con los siguientes verbos: detener, perseguir, confinar, acusar. A nosotros en el Perú no nos parece que esta señal ocurriendo en nuestro país, ni en ningún otro país del mundo occidental, pero hay países en que ésa es la experiencia diaria de los cristianos, que son hostigados, calumniados, apresados, acusados, torturados y condenados a muerte. De manera que si alguien alega que esta señal aún no es aparente hoy en día, debería precisar la ubicación geográfica, porque no en todas las regiones del orbe prevalece el mismo clima de tolerancia.
Tampoco podemos negar que los cristianos empiezan a ser mal vistos aún en
países tradicionalmente cristianos. Incluso entre nosotros se descalifica las opiniones de algunos cristianos, llamándolos “conservadores”, “fanáticos”, o “inflexibles”, por el sólo hecho de expresar opiniones ortodoxas frente a las situaciones del presente. Y en verdad, esos cristianos “conservadores” son en muchos casos los únicos que merecen el calificativo de cristianos, porque muchos de aquellos a los que no se aplica esa chapa han abandonado la fe verdadera, o al menos, son tibios.
Sin embargo, no debemos olvidar que las palabras de Jesús en este versículo eran antes que nada una profecía de lo que ocurriría a sus discípulos antes de la destrucción del templo de Jerusalén por las tropas romanas. En efecto vemos, por los episodios que se narran en el libro de los Hechos, que los discípulos de Jesús fueron perseguidos desde el nacimiento de la iglesia en Pentecostés, como cuando Pedro y Juan fueron apresados por predicar en el templo, y al día siguiente fueron llevados ante el Sanedrín, donde se les prohibió terminantemente que predicaran en el nombre de Jesús (Hch 4:3-22). O como la muerte de Esteban (7:54-60), y la persecución que se desató a continuación (8:1-3). O como Saulo, que una vez convertido en Pablo, de perseguidor pasó a ser perseguido (9:23-25; 2Cor 11:24); o como la prisión y muerte de Santiago (Hch 12:1,2), y el intento de Herodes Agripa de hacer lo mismo con Pedro (12:3-19).
Aquí es importante notar que todo el que persigue a un discípulo de Jesús, lo persigue a Él, como se desprende de la pregunta que el Resucitado le hizo a Saulo al salirle al encuentro cuando iba camino de Damasco: “¡Saulo,  Saulo! ¿Por qué me persigues?” (9:4).
13. “Y esto os será ocasión para dar testimonio.”
Debemos alegrarnos de la persecución porque nos proporciona ocasión de dar testimonio de nuestra fe y de que, como consecuencia, muchos se conviertan. El sufrimiento de los creyentes que predican produce abundante cosecha de salvación. En cambio la comodidad y la prosperidad –como ya había observado John Wesley- producen tibieza.
Conviene notar que dar testimonio se dice en griego “martureo”, de donde viene nuestra palabra “mártir”. Mártir es, en efecto, el que da testimonio, y, por eso mismo, arriesga su vida y su integridad física. A los mártires de ayer y hoy los matan porque dan testimonio. En el caso de los discípulos de Jesús la persecución fue efectivamente bienvenida ocasión para que dieran testimonio de su fe, tal como vemos en los casos de Pedro y Juan, y de Esteban, que ya hemos mencionado; o en la predicación en Samaria (8:4-25); y en las muchas ocasiones que Pablo tuvo de dar testimonio al defenderse de sus acusadores (22:1-21; 24:10-21; 26:1-29; 28:23-29).
14,15. “Proponed en vuestros corazones no pensar antes cómo habéis de responder en vuestra defensa; porque yo os daré palabra y sabiduría, la cual no podrán resistir ni contradecir todos los que se opongan.”
Esta es una magnífica promesa. Llegado el momento de la prueba no nos preocupemos de lo que habremos de decir o contestar, porque palabras poderosas y cargadas del Espíritu fluirán de nuestra boca sin que tengamos que pensarlas.
Esta asistencia de Jesús a través del Espíritu Santo es una prueba más de que contamos con su compañía y apoyo cuando los necesitamos. ¿Quién no ha tenido la experiencia de encontrarse en una situación delicada, en que era importante pronunciar la palabra adecuada, y que ésta venía a sus labios sin que tuviera que pensarla?
En estos versículos se nos dice:
1) Que no necesitamos preocuparnos por nuestra defensa. El Espíritu Santo será nuestro abogado. Ésa es una de sus funciones como paráclito.
2) Que no podrán resistir a nuestras palabras ni contradecirlas. Un buen ejemplo del cumplimiento de esta promesa es la escena ya mencionada en que Pedro y Juan comparecen ante los sacerdotes y fariseos del Sanedrín (Hechos 4:5-22), y los confunden con su inesperada elocuencia.
16. “Mas seréis entregados aun por vuestros padres, y hermanos, y parientes, y amigos; y matarán a algunos de vosotros;”
He aquí un anuncio de nuestro Señor que es realmente terrible: los más cercanos a nosotros serán los que nos denuncien. ¡Que doloroso será eso para nosotros! Pero ya Jesús lo había predicho cuando dijo que Él no había venido a traer paz sino guerra; y que habría división en las familias; que se levantarían padres contra hijos, e hijos contra padres, etc. (Lucas 12:51-53). Nuestros primeros enemigos serán nuestros seres más queridos.
Y algunos justos perecerán, como en verdad ha ocurrido en el pasado y seguirá ocurriendo en el futuro. El camino cristiano supone ese riesgo. Pero no debemos inquietarnos por ello. La fe triunfa cuando sus hijos dan la vida por ella. Ese fue el camino de Jesús: triunfar muriendo (Nota 1).
17. “Y seréis aborrecidos de todos por causa de mi nombre.”
¡Cuántas veces se ha cumplido esta profecía! El cristiano es aborrecido a causa de su fe. Ocurre en el seno de las familias, de los grupos, de la sociedad, de los países. Está atestiguado en lo que Pablo declara acerca de su propia carrera como apóstol (2Cor 11:24-26). En el menos malo de los casos al cristiano se le toma como un “aguafiestas” y se le margina.
18. “Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.”
Al versículo anterior, que amenaza nuestra seguridad, sigue éste que nos conforta: ni uno solo de nuestros cabellos perecerá (ver Lc 12:7; Mt 10:30). Pero ¿no ha dicho poco antes Jesús que algunos morirían? (Lc 21:16). En efecto, pero también había dicho que ni un solo pajarillo cae a tierra sin que nuestro Padre lo sepa (Mt 10:29). Como consecuencia de la persecución nuestro cabello puede caer, pero lo hace en manos del Padre que permite que caiga, y Él lo recoge y lo guarda para la vida eterna. Aunque caiga no perecerá. No sólo nuestros cabellos, sino ninguna de nuestras acciones, aún las más pequeñas, dejarán de ser tenida en cuenta y producir su recompensa.
19. “Con vuestra paciencia ganaréis vuestras almas.”
Yo creía que con la fe se ganaba el cielo. Pero es cierto que también se gana con la paciencia (en el sentido de soportar las pruebas): “con la fe y la paciencia se alcanzan las promesas” (Hb.6:12). Lo que el versículo quiere decir es que la fe verdadera persevera pese a toda oposición, y no se muda. Aquellos cuya fe es débil abandonan la lucha pronto cuando las cosas se vuelven difíciles. (Mr.4:17) “Mas el que persevere hasta el fin, ése será salvo.” (Mt 10:22) Y “al que venciere yo le daré de comer del árbol de la vida” (Ap 2:7).
20. “Pero cuando viereis a Jerusalén rodeada de ejércitos, sabed entonces que su destrucción ha llegado.” Los cinco versículos que siguen a continuación (contando éste) contienen una profecía famosa acerca de la destrucción de Jerusalén, que corrobora la predicción hecha anteriormente por Jesús acerca de la destrucción del templo (Lc 19:41-44). Lo primero que Jesús indica es la señal de su cumplimiento: el día en que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. (2)
Jerusalén, como toda Judea, estaba ocupada por tropas romanas, pero las guarniciones que mantenían ahí para conservar el orden eran relativamente pequeñas. Jesús anuncia que se vería rodeada de ejércitos, como efectivamente ocurrió el año 69, cuando un poderoso ejército, bajo las órdenes de Tito, después de someter a sangre y fuego el resto del país, puso sitio a Jerusalén.
El año 66 DC el descontento latente del pueblo judío contra los romanos, agravado por la incompetencia y torpeza del gobernador Florus, (3) estalló en una revuelta en Jerusalén, en que se quemaron varios edificios importantes, y que pronto se convirtió en una insurrección general, es más, en una verdadera guerra de independencia. Una legión romana, al mando de Cestus Gallus, legado imperial en Siria, quien, subestimando la amplitud de la rebelión, acudió apresuradamente a sofocarla, fue perseguida y derrotada por las improvisadas fuerzas judías. Esta efímera victoria, que infló de vano y exaltado optimismo a los rebeldes, tuvo un alto costo para los judíos, porque suscitó la organización de una expedición punitiva en gran escala que el emperador Nerón encargó al experimentado general Vespasiano. Éste, al mando de 60,000 hombres, sometió a Galilea, Perea y otras regiones. Cuando algún tiempo después, al ser asesinado Nerón, Vespasiano fue proclamado emperador, y debió retornar a Roma para ser coronado y asumir el trono, su hijo Tito quedó al mando de las tropas con el encargo de llevar la guerra a su término y aplastar sin misericordia la rebelión.
21. “Entonces los que estén en Judea, huyan a los montes; y los que estén en medio de ella, váyanse; y los que estén en los campos, no entren en ella.”
Jesús pronuncia una seria advertencia que salvará a muchos del peligro: los que estén a lo largo y ancho del territorio de Judea huyan de las ciudades y del campo a los montes; los que estén en Jerusalén misma, huyan adonde fuere, porque si se quedan, perecerán; y los habitantes de la ciudad que estuvieren en el campo, o en algún otro lugar, no piensen en retornar a la urbe, porque ahí la destrucción los sorprenderá. Es como si Jesús les dijera: Váyanse de Jerusalén porque Dios la ha abandonado a causa de su impiedad (Véase Lc 13:34,35).
En el pasaje paralelo de Mateo y de Marcos Jesús añade que los que estén en la azotea no entren en casa para recoger lo que fuere (Mt 24:17; Mr 13:15). Al techo de las casas en Oriente se accedía entonces por una escalera exterior (no interior como en nuestros días). Lo que Jesús quiere subrayar es que deben huir tan rápidamente que no tendrán tiempo ni para entrar a sus casas a recoger su abrigo. Esta urgencia es enfatizada por el dicho de que los que estén en el campo no deben retornar a la ciudad. (4).
Contrariamente a lo aconsejado por Jesús, cuando los judíos vieron el avance de las tropas romanas, corrieron a refugiarse en las ciudades y, en especial, en Jerusalén, algo que es natural desde cierto punto de vista, ya que es más seguro estar en las ciudades amuralladas que en el campo abierto. Si a ello se añade que la ofensiva final romana coincidió con la celebración de la Pascua, que atraía a muchísimos peregrinos, podrá comprenderse por qué la ciudad estaba en esos días repleta de judíos provenientes de otros lugares. Ellos estaban tan confiados de que derrotarían a los romanos, que no dejaron de acudir a Jerusalén, según su costumbre, para tomar parte en la fiesta.
Sin embargo, las instrucciones de Jesús equivalían a una orden de no ofrecer resistencia a los romanos, sino de salvar su vida huyendo. Eso fue precisamente lo que hicieron sus seguidores, a quienes los judíos entonces llamaban “nazarenos”. Según el historiador Eusebio, al ver los movimientos de las legiones romanas, y recordando las palabras de advertencia de Jesús, la comunidad cristiana de Jerusalén, al frente de la cual estaba Simeón, hijo de Clopas y primo de Santiago, abandonó prudentemente la ciudad, y se refugió en la ciudad de Pella, en la vecina Perea.
La huida de los cristianos de Jerusalén fue considerada por los líderes de la comunidad judía como una traición a su pueblo, y agravó las tensiones ya existentes entre la sinagoga y la naciente iglesia (5). Fue por ese motivo que el rabino Schmu-‘elHaKatan compuso entre los años 70 y 90 DC, la bendición (llamada así eufemísticamente porque, en realidad, es una maldición) “Birkat-HaMinim” contra los herejes (con lo que se aludía principalmente a los “nazarenos”) que fue agregada a la Amida, una de las oraciones principales del culto judío, que todo creyente debe, aún en nuestro tiempo, recitar tres veces al día con los pies juntos (6). Los cristianos judíos que asistieran a la sinagoga -como muchos entonces todavía lo hacían- no podían participar en el servicio recitando una maldición que estaba dirigida contra ellos mismos. Por ese motivo empezaron a alejarse del culto sinagogal donde quiera que se introdujera esa “bendición”. Ése fue precisamente el efecto que los rabinos buscaban: eliminar de sus asambleas a las tendencias discrepantes con el fin de consolidar a las comunidades, y asumir plenamente el control de su religión, que ellos consideraban amenazada por fuerzas exteriores (7). No fue pues la Iglesia la que se separó de sus raíces judías, como algunos judaizantes modernos nos quieren hacer creer, sino fue la sinagoga la que excluyó a los seguidores de Jesús.
Los que se quedaron en Jerusalén y ofrecieron resistencia a los romanos desobedecieron al mandato que Jesús les había dado ordenándoles huir, y por eso, como veremos más adelante, perecieron de una muerte horrible.
Notas: 1. Esta verdad incontrovertible no puede ser distorsionada, como hacen algunos fanáticos de otras religiones, que la toman como pretexto para inmolarse matando a sus enemigos. Cuando el cristiano muere por su fe lo hace como Jesús, como víctima inerme e inocente, no como verdugo de otros.
2. Según Lucas, Jesús pone como señal para huir y ponerse a salvo que Jerusalén se vea rodeada de ejércitos. Según Mt 24:15,16 y Mr 13:14, la señal es la abominación desoladora de que habla Dn 9:27, entre otros lugares. ¿Qué relación hay entre ambos signos? La relación puede encontrarse en Dn 8:13 y 11:31 donde se habla a la vez de tropas y de la abominación desoladora. En opinión de muchos intérpretes la expresión “abominación desoladora” en los evangelios representa a las insignias imperiales de las legiones romanas paganas acampando en el territorio que rodeaba a la ciudad santa.
3. Él quiso mediante el uso de la fuerza obligar a los judíos a entregar 17 talentos de oro (¡una fortuna!) del tesoro del templo.
4. Es muy singular que esas palabras de Jesús se encuentren en un capítulo anterior de Lucas, en el que el evangelista habla de la venida del Reino (17:31). Buena parte del contenido de ese largo pasaje lucano (vers. 20 al 37) está intercalado en Mt 24 y Mr 13. ¿Por qué Lucas separa lo que Mateo y Marcos juntan? No lo sabemos.
5. Según una tradición judía, el rabino Yohanán Ben Zakai logró salir de Jerusalén durante el sitio, escondido en un ataúd. Habiendo escapado de la matanza él pudo convocar en Yavné de Galilea a los escribas judíos dispersos en otras ciudades, e iniciar el movimiento de reconstrucción del judaísmo rabínico que ha sobrevivido hasta nuestros días.
6. Esa bendición en su forma actual no contiene ninguna referencia a los “herejes”, pero según el Talmud originalmente sí la tenía.
7. Es de notar que, contrariamente a la multiplicidad de tendencias que exhibía el judaísmo antes de la destrucción de Jerusalén, el judaísmo renovado posterior a la catástrofe, muestra una notable unidad doctrinal en que la corriente farisea prevaleció absorbiendo a las demás.


Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios por toda la eternidad, yo te exhorto a adquirir esa seguridad, y te invito a arrepentirte de todos tus pecados, pidiéndole humildemente perdón a Dios por ellos.

#938 (14.08.16). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI). 

viernes, 1 de julio de 2016

MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS IV - A ESMIRNA II

LA VIDA Y LA PALABRA
MENSAJES A LAS SIETE IGLESIAS IV
A LA IGLESIA DE ESMIRNA II
Un Comentario de Apocalipsis 2:10-11

10. "No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel, para que seáis probados, y tendréis tribulación por diez días. Sé fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de la vida."
Los creyentes de Esmirna ya estaban sufriendo persecución y tribulación. Sin embargo, Jesús les anuncia que aún van a padecer más. Aún no han escanciado el cáliz de sufrimiento hasta el fondo, todavía les queda más amarguras que sufrir. Pero Jesús añade: "No temas." Ésta es una expresión que figura muchas veces en otros lugares de la Biblia, y concretamente en boca de Jesús, que es como si nos dijera a cada uno: "No temas, porque yo estoy contigo" (Is 43:5a).

Y eso es lo que Jesús nos dice a todos nosotros, no sólo a los cristianos de Esmirna: "Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo; y si por los ríos, no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama arderá en ti". (Is 43:2; pero véase también el vers. anterior y el siguiente de ese pasaje). No tengas temor alguno en las pruebas que yo he determinado que tú debas pasar, porque yo estaré a tu lado sosteniéndote. Tus enemigos podrán creer que yo te he abandonado, o que yo soy impotente, pero cuando estés en lo más recio de la batalla y creyendo que ya vas a sucumbir, entonces será cuando mi brazo que te sostiene, será más poderoso.

No temas pues por esa corta tribulación. Yo la he determinado para tu bien, y yo te daré las fuerzas para soportarla. ¿Cuántos de nosotros nos encontramos en una situación semejante? ¿Pasamos por una gran tribulación y no entendemos porqué Dios lo permite? Pero es Él quien la ha determinado para nuestro bien, y dará junto con la tentación la salida para que podamos soportar (1Cor 10:13).

Notemos que la fe y el temor son opuestos, no pueden subsistir juntos, porque la fe, cuando es firme, ahuyenta el temor, como dice el salmista: "El día en que temo, yo en ti confío." (Sal 56:3).

Jesús anuncia que el diablo arrojará a algunos fieles de la iglesia a la cárcel. No serán brazos y voluntades humanas quienes lo hagan, sino el diablo que utiliza a seres humanos como instrumentos para atormentar a los seguidores de Cristo. Como antes ha mencionado a la sinagoga de Satanás (vers. 9), ya podemos inferir de dónde proviene el odio. Desde el inicio del libro aparece claro quién es el autor de las persecuciones, que después será identificado como "la serpiente antigua que se llama diablo y Satanás." (12:9; 20:2; Gn 3:1). Pero el diablo (esto es, el acusador) no puede hacernos nada que Dios no permita. Esto es lo que nos muestra claramente el libro de Job. Cuando Satanás en cierto modo le pide autorización a Dios para someter a prueba la fidelidad de Job tocando sus posesiones, Dios lo autoriza a tocar sus bienes, pero no su cuerpo (Jb 1:11,12). Más adelante, cuando Dios elogia a Job porque mantiene su integridad para con Él a pesar de que está en la ruina, Satanás le pide permiso para tocar su cuerpo, y Dios lo autoriza a hacerlo, mas no a tocar su vida (Jb 2:3-6). A ese límite se somete Satanás. Como sabemos, aunque refunfuña y se queja, Job no se rebela contra Dios.

La tribulación que viene, le dice Jesús a la iglesia de Esmirna, será corta y tendrá una duración de diez días. ¿Debemos entender esto en un sentido literal, o en uno simbólico? Yo me inclino tentativamente por lo primero, recordando que Daniel y sus amigos le pidieron al eunuco que los cuidaba que les dejara comer sólo legumbres durante diez días como prueba de que no empalidecerían en consecuencia. (Dn 1:12-14). Pero no descarto que pueda entenderse también en un sentido simbólico, como un período limitado de tiempo, tal como ocurre en otros pasajes de la Biblia (Gn 24:55; 31:41; Hech 25:6).

Alguien ha observado que el número doce es la cifra divina de lo completo. Así como Jesús escogió a doce apóstoles, la corona de la iglesia tiene doce estrellas (Ap 12:1), pero la bestia tiene diez cuernos (12:3; 13:1; 17:3). El número diez simboliza aquí la victoria temporal de Satanás, cuya duración está controlada por Dios en consideración a sus escogidos (Mt 24:22). Hay algunos comentaristas, sin embargo, que piensan que el número diez alude a las diez persecuciones que sufrieron los cristianos bajo los emperadores romanos, desde Nerón hasta Diocleciano.

¿Qué debemos hacer nosotros por nuestros atormentadores? Lo que Jesús dice: "Amad a vuestros enemigos" (Mt 5:44). Ellos no son más que instrumentos del Maligno, y debemos orar por ellos para que escapen del engaño en que se encuentran.

"Sé fiel hasta la muerte". Lo que esta frase demanda es una fidelidad absoluta, una fidelidad que no teme llegar hasta sacrificar la propia vida (cf Ap 12:11; Hch 22:4); una fidelidad que está basada en la fidelidad absoluta de Dios (Sal 36:5; 117:2; 1 Tes 5:24). Es un anuncio, además, de que la tribulación podrá consistir en torturas que lleven a la muerte, como fue el caso de muchos. El cristiano debe estar preparado para afrontar lo peor, así como su Maestro fue torturado y permaneció fiel hasta la muerte en la misión que se le había encomendado de redimir a la humanidad caída.

Pero así como Jesús recibió "la corona de vida" al resucitar, el cristiano que sea fiel hasta la muerte, recibirá también de sus manos esa corona, y compartirá el triunfo de su Señor. A eso alude St 1:12 cuando menciona "la corona de la vida" que recibe todo el que resiste la prueba, corona que, dicho sea de paso, representa lo mismo que el "árbol de la vida" que Jesús promete a la iglesia de Éfeso (Ap 2:7).

Pablo, por su lado, destaca la diferencia entre la guirnalda, ocorona hecha de flores y, por tanto, corruptible, que recibe el atleta por su triunfo en el estadio, y la corona incorruptible, es decir, eterna, que recibe el cristiano que triunfa cuando su fidelidad es puesta a prueba (1 Cor 9:25; 2 Tim 4:8; 1 Pedro 5:4). ¡Qué abismo de diferencia separa las recompensas humanas, que son de corta duración, de la recompensa divina, que no termina nunca!

Sin embargo, debemos acotar que si nosotros no estamos sufriendo persecución -digo persecución sangrienta- por nuestra fe, sí hay en otros lugares del mundo "iglesias de Esmirna" donde los cristianos son perseguidos sin compasión, pierden sus casas, sus empleos y son asesinados impunemente, sin hablar de las prisiones injustas que muchos sufren. (Nota) John Stott escribe apropiadamente: "Nuestro adversario nos tienta para destruirnos; nuestro Padre nos prueba para refinarnos". Y añade: "Así como el oro es purificado de sus impurezas en el horno, la fe del cristiano es purgada, y su carácter fortalecido, por el fuego de las persecuciones." (cf 1P 1:7).

11. "El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias. El que venciere, no sufrirá daño de la segunda muerte."
En esta carta, como en todas las otras epístolas que dirige Jesús a las iglesias, aparece esta frase, como se explicó largamente al comentar el vers. 7 tres artículos atrás ("Mensajes a las Siete Iglesias I. A la Iglesia de Éfeso I")

Hay poco que agregar. "El que tiene oído, oiga." Es una orden perentoria sujeta a una condición inicial: El que no tiene oídos espirituales, no puede oír lo que el Espíritu dice a las iglesias aunque quisiera. Pero el que sí los tiene, debe oír lo que el Espíritu dice. No hay escapatoria, porque el mensaje es urgente para aquellos a quienes está dirigido.

Pero el que no tuviera oídos espirituales, aunque sea cristiano, debe procurárselos, porque los necesita. ¡Cuántas veces nosotros somos sordos a lo que Dios quiere decirnos, porque nuestros oídos están taponados por los halagos del mundo! Perdemos la capacidad de oír. Pero si los tuvimos, podemos recuperarlos, limpiando nuestros oídos de todo lo que los embota, es decir, desprendiéndonos de las cosas exteriores que nos distraen, y poniendo "los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe". (Hb 12:2). Entonces nuestros oídos espirituales recuperarán su capacidad auditiva.

¿Y qué es lo que dice el Espíritu a la iglesia de Esmirna? El que venciere en esta lucha en la que está empeñado contra el enemigo de nuestras almas, que trata por todos los medios de apartarnos de Dios; el que no se deje atrapar por las trampas que le pone el mundo, ése no sufrirá daño de la segunda muerte, esto es, no la experimentará.

¿Y qué es la segunda muerte? La primera muerte es la separación del alma y del cuerpo. La segunda muerte es la separación definitiva del hombre y de Dios, esto es, la condenación eterna, el lago de fuego y de azufre al cual serán arrojados todos los que no se arrepientan de sus pecados antes de morir (Ap 20:14,15; 21:8).

Jesús dijo alguna vez que no debemos temer "a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a Aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno." (Mt 10:28). Esta es la muerte más horrible de todas porque conduce a tormentos interminables. A ella se exponen todos los que con su vida y su conducta desafían a Dios.

Alguna vez he escrito: "El que nace sólo una vez, muere dos veces; el que nace dos veces (la segunda vez de lo alto) muere sólo una." Es decir, sólo padece la muerte física.

Pero aún el que nace de lo alto puede dar marcha atrás. Ezequiel lo expone con gran claridad: "El alma que pecare, ésa morirá... Mas si el justo se apartare de su justicia y cometiere maldad, e hiciere conforme a todas las abominaciones que el impío hizo, ¿vivirá él? Ninguna de las justicias que hizo le serán tenidas en cuenta; por su rebelión con que prevaricó, y por el pecado que cometió, por ello morirá." (Ez 18:20,24). Aquí el profeta no habla de la muerte física, sino de la espiritual.

No debemos dejar de pedirle al Señor constancia en esta lucha a muerte en que estamos empeñados, para que no aflojemos y nos volvamos atrás por desánimo, o cansancio. Pablo escribió: "El que piensa estar firme, mire que no caiga." (1 Cor 10:12)

Nota: En el estado de Orisa, India, los cristianos son perseguidos por fanáticos hinduistas; en la China los fieles y pastores del movimiento de las iglesias domésticas son con frecuencia encarcelados; y los cristianos de Irak son perseguidos, y en muchos casos asesinados, por el Estado Islámico.

Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?"  Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te exhorto a arrepentirte de tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#900 (27.09.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución  #003694-2004/OSD-INDECOPI).


miércoles, 10 de febrero de 2016

LA ORACIÓN II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA ORACIÓN II

Revisando mi charla anterior (La Oración I), al llegar al texto que decía: Si no le amamos y adoramos en la intimidad de nuestro ser, no le amaremos en la práctica de la vida, me di cuenta de que antes de preguntar ¿Cómo se ama a Dios en la práctica? debí haber preguntado ¿Cómo se ama a Dios en la intimidad de nuestro ser? No lo hice porque pensé que todos mis lectores lo saben. Pero quizá no sea tan evidente para todos.

Así que contestemos a esa pregunta. Lo primero que debemos tener en cuenta es que nosotros somos indignos de acercarnos a Dios. Aunque tengamos la sincera intención de honrarlo en nuestras vidas, en los hechos muchas veces le fallamos y nos comportamos de una manera que no le agrada. Por ese motivo, la primera forma de amarlo es decirle que reconocemos nuestra indignidad, que sabemos que no merecemos que nos atienda, y enseguida pedirle perdón por las muchas veces que le hemos sido ingratos, en lo poco y en lo mucho. Y a continuación, suplicarle que nos admita en su presencia. Lo hará porque de todos modos lo desea, y ya nos ha perdonado.

¿Cómo se ama a Dios? Pues simplemente amándolo. Diciéndole todas las cosas gratas que nos vengan en mente y que nuestro amor inspire. Dios no se cansará de oírlas. Más bien, Él hará que nuestro amor crezca al decirlas.

Amamos a Dios en nuestro ser más íntimo dándole gracias por los muchos favores y bendiciones que hemos recibido de Él, comenzando por la vida misma, por la salud y el bienestar de que gozamos. Podemos decirle con el rey David: "Bendice alma mía al Señor, y todo mi ser bendiga su santo nombre" (Sal 103:1).

En ese salmo el poeta real enumera algunas de las bendiciones que recibió de Dios. Nosotros podríamos hacer lo mismo, recordando las muchas cosas que Dios ha hecho a favor nuestro desde nuestro nacimiento, y dándole gracias por cada una de ellas. Nosotros las conocemos bien, pero no deberíamos olvidarlas nunca,  porque tenerlas siempre en mente fortalece nuestra fe y nuestra confianza en Él, y nos ayuda a esperar cosas mejores.

Alabar a Dios es darle el lugar que le corresponde: "Señor, digno eres de recibir la gloria y la honra y el poder..." (Ap 4:11). Jesús nos enseñó a decir en el Padre Nuestro: "Santificado sea tu nombre" (Mt 6:9), esto es, sea tu nombre alabado, bendito, exaltado, por encima de todas las cosas.

Cuando alabamos a Dios, atraemos su presencia sobre nosotros: "Dios habita en medio de las alabanzas de Israel." (Sal 22:3), esto es, de su pueblo, que somos nosotros. ¿Y qué puede darnos la presencia de Dios sino gozo? Como nos lo recuerda el salmista: "Te alabaré, oh Señor; con todo mi corazón; contaré todas tus maravillas. Me alegraré y me regocijaré en ti." (Sal 9:1,2).

Cuando nos alegramos en Él, Él se regocija en nosotros. ¿No quisiéramos nosotros, sus hijos, que nuestro Padre se alegre en nosotros? ¿Qué mayor alegría podemos tener en la tierra sino que Dios nos visite con su presencia y su gozo? Si alguna vez estamos cansados, deprimidos, tristes, el mejor remedio es empezar a alabarlo, aunque no tengamos ganas de hacerlo. En poco tiempo el gozo de Dios vendrá sobre nosotros y disipará las nubes que ensombrecen nuestra alma.

Frente a las desgracias y tribulaciones, frente a las ingratitudes e incomprensiones,
frente a las injusticias de la vida, el mejor remedio es gozarse en Dios, alabarle y darle gracias, aun por aquello que nos aflige. Con el  gozo de Dios retornarán nuestras fuerzas, si acaso las hubiésemos perdido: "El gozo del Señor mi fortaleza es." (Nh 8:10). ¡Cuántas veces lo hemos cantado!

Más importante es experimentarlo. Pero ése no es el único beneficio: Al alabarle y darle gracias a Dios por todos sus favores, convertimos nuestros sinsabores en fuente de bendiciones, y nos atraemos otras nuevas: "Haz del Señor tus delicias y Él te dará los deseos de tu corazón." (Sal 37:4). Cuando nos deleitamos en Dios, Él se deleita en concedernos nuestros deseos más íntimos, más preciados, sin que tengamos necesidad de  pedírselos.

¿Cuál es la diferencia entre la alabanza y la adoración? Creo que todos lo sabemos de una manera instintiva. Pero una manera de hacer explícita la diferencia sería decir que la primera es expansiva, y la segunda intimista; que la primera lleva naturalmente a elevar la voz; la segunda conduce al silencio: "Guarda silencio ante el Señor y espera en Él." (Sal 37:7a). Sí, bien podemos adorarlo en silencio y Él escucha nuestros más ocultos pensamientos como si los gritáramos a voz en cuello. Podríamos agregar que se alaba mayormente con la boca ("alabar" quiere decir "dar gracias"), y se adora sobre todo con la actitud corporal.

El verbo griego que traducimos por "adorar", "proskuneo", quiere decir literalmente "postrarse". Esa es la actitud que expresa mejor la adoración, así como el estar de pie, cantando o bailando, expresa la alabanza. Cuando adoramos nos arrodillamos, nos postramos con la frente en el suelo, como el esclavo ante su señor, en señal de sumisión.

Hay un episodio en los evangelios que manifiesta muy bien lo que es la adoración: el de la pecadora que cubre de besos y lágrimas los pies de Jesús (Lc 7:37,38). Los hombres objetarán quizá: ¡la que hacía eso era una mujer! En el espíritu no hay sexo, no hay hombre, no hay mujer, como dijo Pablo (Gal 3:28). Todos somos iguales. (Nota 1).

Generalmente asociamos en nuestro espíritu las palabras "oración" y "petición". Si oramos es porque necesitamos algo, y se lo pedimos a Dios para que nos lo conceda. La conexión es cierta. La petición forma parte de la oración. Pero hemos visto que no es su único aspecto, ni es el primero.

Es de mal gusto y una descortesía acercarse a una persona y, sin más, pedirle algo sin ni siquiera saludarlo (2). Si no lo somos con los hombres, mucho menos debemos ser maleducados y descorteses con Dios. Después de todo la cortesía y las buenas maneras surgen del amor. ¿Amaremos menos a Dios que al prójimo? ¿Seremos menos considerados con Él que con el vecino?

Si dedicamos la mayor parte de nuestra oración a alabarlo y bendecirlo, nos habremos ganado su favor, y sólo necesitaremos decirle llanamente, y en pocas palabras, lo que necesitamos para que nos lo conceda.

Pero hay quienes sostienen que no se debe utilizar a Dios como si fuera el duende de la lámpara de Aladino: "¡Dame! ¡Tráeme! ¡Consígueme!" No está bien, dicen, pedirle a Dios cosas todo el tiempo.

Sin embargo, su palabra dice: "Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; tocad y se os abrirá. Porque todo el que pide,  recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá." (Lc 11:9,10). La primera parte es una orden; la segunda, una promesa. Él mismo nos exhorta a pedirle. Él quiere que le pidamos. Nuestras peticiones no le aburren, no le  molestan, no le cansan; al contrario, le agradan. Si deseamos algo y no queremos pedírselo a Dios ¿no será quizá porque no queremos recibirlo de sus manos, o porque no queremos que Él tenga que ver nada con eso? Quizá  pensemos que no nos lo daría si lo mencionamos. Queremos tenerlo sin que Él lo sepa.

Pero si hay algo que deseamos recibir, mas no de sus manos, mejor será que ni siquiera lo deseemos. Porque no  nos convendría. Pero si de algo pensamos que sí lo podríamos recibir de Él, pidámoselo aunque no lo recibamos, porque el sólo hecho de orar nos hace mejores, nos cambia para bien. Ésa es la razón, creo yo, por la que Él, aunque sabe muy bien todo lo que necesitamos, quiere, no obstante, que se lo pidamos (Mr 10:51).

Notas: 1. Por si acaso alguien nos entienda mal, digamos que sí hay diferencia en la tierra entre uno y otro, es decir, mientras estemos en la carne. Diferencia pero no preeminencia. Hay quienes sostienen, sin embargo, que las características psicológicas de los sexos se mantienen en el más allá, porque en la dualidad masculino/femenino  Dios se expresa a sí mismo, expresa la multiforme naturaleza de su ser.
2. Aunque muchas veces lo hacemos en la práctica. El peruano se ha vuelto descortés. Pero el cristiano no debe serlo. Ése es un tema al cual valdría la pena dedicar toda una enseñanza.

NB. Como el artículo anterior, este artículo fue publicado por primera vez en febrero del 2002, y fue reimpreso nuevamente cuatro años después. Se publica de nuevo, pero dividido en dos partes debido a su extensión.

Amado lector: Jesús dijo: "De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?" (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a i r a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare, y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."


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