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miércoles, 6 de enero de 2016

PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES
Un Comentario de Mateo 18:23-35
Esta bella parábola, con la que Jesús ilustra la enseñanza acerca del perdón que acaba de dar (Véase el artículo anterior, "Cómo se Debe Perdonar al Hermano" No. 883 del 31.05.15), contiene una bella enseñanza sobre la necesidad de perdonar a los que nos ofenden. Indirectamente habla también acerca de la redención.
Por una curiosa circunstancia la publicación de éste y el artículo anterior ha coincidido con unas preciosas enseñanzas recibidas en la iglesia sobre el tema del perdón. Como puede verse, sin embargo, el enfoque de mis artículos es diferente, siendo básicamente expositivo e histórico.
23. "Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos."
Jesús compara a su Padre con un soberano terreno que ajusta cuentas con sus administradores. Eso nos hace pensar en Dios como un juez delante de cuyo tribunal todos los seres humanos tendremos que comparecer algún día para darle cuenta de toda nuestra vida y de lo que hicimos, bueno o malo, con ella, y con los dones y talentos que nos fueron asignados. Como escribe Pablo: "todos compareceremos ante el tribunal de Cristo." (Rm 14:10, cf 2 Cor 5:10), y también: "cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí." (Rm 14:12).
¿Quiénes son los siervos en la parábola? Son los administradores, o mayordomos, que los reyes solían poner al frente de sus asuntos, negocios y propiedades, a fin de que los administraran para obtener de ellas el  mayor beneficio posible para su soberano, al mismo tiempo que recibían una parte de los beneficios como remuneración.
24. "Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos."
He aquí pues uno que, sea porque había sido negligente en su administración, sea porque había tomado para sí una parte excesiva del beneficio que correspondía a su señor, le adeudaba una suma sumamente alta. Un talento equivalía aproximadamente a 21 Kg de plata; 10 mil talentos alcanzaban a 210 mil kilos, una suma exorbitante. Y si se tratara de oro, el importe sería muchísimas veces mayor.
25. "A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda."
Era costumbre en aquellos tiempos que cuando una persona incurría en deudas que no podía pagar, se le vendiera a él, a su esposa e hijos, incluyendo sus posesiones, como esclavos, para reembolsar el monto adeudado. (Nota 1) Esa venta significaba en la práctica que la familia fuera destruida, con el marido, la mujer y los hijos separados, porque eran vendidos a diferentes compradores. (2).
26. "Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo."
Puesto ante esa terrible amenaza el siervo le pidió al rey que le diera tiempo para recabar todas las sumas que debía entregarle como fruto de su administración, suplicándole que no vendiera a los suyos, ni lo separara de su mujer e hijos. ¿Pero era sólo paciencia y tiempo lo que él necesitaba? Él necesitaba una  gracia mucho mayor. Pero, primero que nada, necesitaba arrepentirse, porque él sólo había pedido tiempo para pagar, pero no le había pedido perdón a su señor por haberle defraudado.
27. "El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda."
El rey, que era un hombre de corazón magnánimo, se compadeció de la situación de su siervo negligente, porque en lugar de concederle el plazo que le pedía para pagarle, yendo más allá de lo solicitado, le perdonó  toda la deuda. ¡Quién haría algo semejante sino Dios!
La gracia excepcional recibida debió haber cambiado su corazón, y de avaro como había sido, debió haberse vuelto generoso y compasivo. No fue el caso como vemos a  continuación.
28. “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes."
Sin embargo, el siervo que había sido liberado del peso de su enorme deuda por la misericordia de su señor, se encontró con un colega suyo que le debía una cantidad mucho menor, esto es, el salario de cien días de un obrero, una suma de cierto valor, pero insignificante comparada con la que a él le había sido perdonada. Y el  mal hombre, olvidando el enorme beneficio que había recibido, se abalanzó sobre su consiervo, y casi  ahorcándolo, le exigió que le pagase lo que le debía. ¡Qué diferencia de comportamiento tan grande! Actuó de manera completamente opuesta al trato que había recibido.
29,30. "Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda."
El pobre hombre, imitando la actitud que su colega había tenido con el rey, se echó por tierra humildemente, y le rogó que le diera un plazo para que pudiera cumplir con su obligación. Posiblemente le enumeró también  las razones por las que, a pesar suyo, hasta ahora no había podido pagarle.
Pero el miserable acreedor no quiso escuchar su clamor, sino que, endureciendo su corazón, fue a acusarlo ante los tribunales, y obtuvo que echaran a su deudor a la cárcel. Eso puede sorprendernos, pero en esa  época no era inusual que la gente fuera echada en prisión por deudas impagas. Las leyes eran tan inmisericordes como el corazón de los hombres.
Cabe entonces preguntarse: Si estaba en la cárcel, ¿cómo podía pagar su deuda? Suponemos que pidiendo a los suyos que vendan todo lo que tengan en casa para reunir el dinero necesario, o que soliciten a amigos y  parientes una ayuda para cumplir con su obligación monetaria.
Notemos que el siervo inicuo no quiso tratar a su deudor con la misma compasión con la cual él había sido tratado, y ni siquiera le quiso acordar el plazo para pagar que él le había pedido al rey.
31. "Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado."
Cuando los consiervos del pobre deudor se enteraron de lo que había pasado se afligieron y, sin duda, también se indignaron, porque fueron a denunciar el hecho al rey, seguros de que éste, siendo un hombre justo, se indignaría tanto como ellos. Y así sucedió efectivamente.
32,33. "Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?"
El rey, enfurecido, no podía menos que echarle en cara su comportamiento al siervo inmisericorde,  recordándole lo generoso que él había sido cuando, accediendo a sus súplicas de concederle un plazo, le  había perdonado la enorme deuda que le debía, algo que él no se había atrevido a pedir.
Si yo he sido compasivo contigo ¿no debías tú serlo también con quien te debía una cantidad muchísimo  menor? Si tú me guardas un ápice de respeto ¿mi conducta contigo no debía servirte de modelo de actitud frente a tu colega?
Aquí Dios nos dice: "Yo te he perdonado la deuda infinita que habías contraído conmigo a causa de tus pecados, ¿y tú no eres capaz de perdonar la pequeña deuda que tu hermano ha contraído  contigo al ofenderte?" El que ha recibido misericordia ¿no debe, a su vez, mostrar misericordia?
34,35. "Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, (3) hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
El rey pues, finalmente, revocó la sentencia misericordiosa que había pronunciado primero, y le aplicó la sentencia más dura a su disposición: Que sea entregado a los cobradores más exigentes y severos a causa de su mal corazón, para que lo atormenten hasta que pague el último centavo adeudado. El hombre pasó de  tener toda su deuda remitida, a tenerla toda exigida y, ahora sí, sin compasión alguna. Él había sido librado de la cárcel por la compasión del rey, pero como no quiso ser a su vez compasivo con su consiervo, él mismo se echó en la cárcel. La misma justicia dura que él quiso aplicar a su colega, le fue aplicada a él.
No hay peor prisión que la del corazón que no perdona. El rencor que guardamos a los que nos han ofendido nos atormenta a nosotros, no al que ofendió, y puede incluso enfermarnos. La verdadera libertad de la cárcel del rencor en que tendemos a encerrarnos se alcanza sólo perdonando de todo corazón a los que nos han ofendido.
Jesús concluye la parábola diciendo: "Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
Tal como vosotros hagáis con las personas que os ofendan, así obrará mi Padre con vosotros. Si no estáis dispuestos a perdonar, tampoco hallaréis perdón en la  corte celestial. Jesús lo dijo: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." (Mt 5:7)
No debe sacarse, sin embargo, conclusiones equivocadas de la parábola, como algunos han hecho, en el sentido de que Dios, como hizo el rey, puede revocar el perdón ya concedido al pecador. Una vez perdonados los pecados, lo están para siempre. Pero otra cosa es cuando el pecador fuera reincidente, y no mostrara  arrepentimiento. Si los pecados viejos le fueron perdonados, los nuevos no lo serán, si no se arrepiente.
De otro lado, ésta no es más que una parábola, es decir, un relato que ilustra una enseñanza. Si al perdonar al siervo que le debía una enorme suma el rey hizo un gesto de una generosidad excesiva, porque él no conocía el corazón del mal siervo, y no podía prever cómo el mal siervo se comportaría con su colega, Dios conoce perfectamente nuestros corazones y sabe muy bien cómo nos comportaremos ante cada situación que enfrentemos.
Esta parábola es, en el fondo, un desarrollo en forma de narración, de una de las peticiones del Padre Nuestro y de la explicación que sigue: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". (Mt 6:12) Notemos que en el idioma arameo que hablaba Jesús una misma palabra significaba  deuda y pecado, reflejando el hecho básico de que, al pecar, el hombre contrae una deuda con Dios. "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas". (Mt 6:14,15).
Hay otras escrituras que expresan pensamientos afines: "Con la medida con que midáis, os será medido" (Lc 6:38); y "Trata a los demás como tú deseas ser tratado". (Lc 6:31). Pablo expresa el mismo pensamiento: "...perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros." (Col 3:13).
La parábola contiene, por lo demás, una enseñanza valiosa acerca de la relación que existe entre la redención y la compasión que debemos mostrar con el hermano que nos ofende. No hay nada que el hombre pueda  hacer para expiar la culpa de sus pecados, pues constituyen una deuda inmensa e impagable. Pero Dios, consciente de nuestra incapacidad, cuando le pedimos perdón sinceramente, nos perdona por pura gracia, porque Jesús, al morir en la cruz por nosotros, expió todas nuestras culpas y canceló nuestra deuda.
Si Dios se porta así con nosotros, ¿cómo debemos nosotros comportarnos con nuestro prójimo? Al que mucho se le concede, dijo Jesús, mucho se le demanda (Lc 12:48). Si Dios te perdonó una deuda tan grande ¿no debes tú, aunque te cueste, perdonar la pequeña deuda (comparativamente hablando) que te debe tu prójimo?
Notas: 1. La ley mosaica permitía que se vendiera a alguien como esclavo si no podía hacer restitución de lo robado (Ex 22:3 cf Is 50:1) aunque después el profeta Amos (Am 2:6; 8:6) y Nehemías (Nh 5:4,5) denunciarían esa práctica. Cabe preguntarse ¿cómo es posible que la ley de Dios autorizara esa costumbre inhumana que era común entre las naciones entonces, e incluso bajo la ley romana? Como dijo Jesús alguna vez, por la dureza de sus corazones Dios permitía algunas cosas. Él expresaba de esa manera su condena del hurto. También autorizaba la ley que, si un hombre empobrecía, se vendiera a otro israelita, pero no como siervo, sino sólo como criado, y que en el año del Jubileo él y sus hijos recuperaran su libertad y sus posesiones (Lv 25:39-41). Véase en 2R 4:1-7 el episodio del aceite de la viuda donde el acreedor se iba a llevar a sus dos hijos.
2. Como podemos enterarnos por los diarios, esa práctica salvaje subsiste todavía en el Medio y Cercano Oriente.
3. Basanistais, es decir, atormentadores.
Amado lector: yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#884 (07.06.15) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú.18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

miércoles, 16 de diciembre de 2015

CÓMO SE DEBE PERDONAR AL HERMANO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CÓMO SE DEBE PERDONAR AL HERMANO
Un Comentario de Mateo 18:15-22
15. "Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano."
¿De qué manera puede tu hermano pecar contra ti? De infinitas maneras. Una sería insultándote, o tratándote sin consideración. Otra sería tomando algo tuyo sin tu autorización, o pretendiendo violar tu propiedad; otra sería hablando mal de ti, o calumniándote; y tantas otras maneras.
Si ése fuere el caso, anda donde él a solas -porque los testigos sobran en un primer abordaje y para no avergonzarlo- para que puedas hablarle con confianza, y reclamarle por lo ocurrido. Pero hazlo de buena manera, sin asperezas, con un tono  conciliatorio que no excluya la firmeza, apoyado en lo que dice Lv 19:17 ("razonarás con tu prójimo”) en un pasaje que trata de las relaciones con el prójimo, que prohíbe vengarse y guardar rencor contra “los hijos de tu pueblo”, y que incluye el mandamiento que Jesús cita, calificándolo como el segundo gran mandamiento de la ley: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19:18; cf Mt 22:39).
Si él te hiciera caso y te diera la razón, disculpándose, como dice Jesús, has ganado a tu hermano que estaba a punto de convertirse en tu enemigo. Y haced las paces.
Pero observemos que, según Jesús, trastocando los criterios del mundo, no es el ofensor el que debe pedir disculpas, sino es el ofendido el que debe buscar la reconciliación.
Sin embargo, vale la pena notar que en la mayoría de manuscritos no figuran las palabras "contra ti", lo que hace pensar que Jesús podría estarse refiriendo aquí a pecar en términos generales, no necesariamente a ofensas personales. Eso coincidiría con lo que expone St 5:19 respecto del que "se ha extraviado de la verdad", es decir, que ha apostatado de la fe.
16. "Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra."
Pero si no quiere hacerte caso, ni darte la razón cuando tú la tienes, entonces ha llegado el momento de que convoques a una o dos  personas neutrales, para que ellos sean testigos de lo que tú y tu hermano se digan, y puedan, de paso, ayudarlos a llegar a un  arreglo amistoso. De esa forma ya no será tu palabra contra la suya si no hay arreglo, sino que será la de dos o tres testigos, incluyéndote a ti, los que den fe del asunto contra tu hermano.
Al proponer esta fórmula Jesús no está proponiendo nada nuevo, sino recurriendo a un principio sentado por el Deuteronomio,  según el cual no se puede acusar en ningún caso a una persona por el testimonio de un solo testigo, sino que se necesita que lo hagan por lo menos dos o tres. (Dt 17:6; 19:15).
Notemos que el procedimiento propuesto por Jesús, sobre la base de un sabio principio deuteronómico, puede aplicarse con provecho a faltas, o pecados, en sentido general que ofenden a la moral  pública, o que sean contrarias a una conducta recta y, con mayor motivo, a pecados cometidos contra Dios y al honor debido a su nombre, no exclusivamente a ofensas personales.
¿Es aplicable este principio en nuestros días -en que la legislación es tan complicada- a las relaciones interpersonales, o a las  infracciones contra la sociedad? No estoy seguro, salvo en los procedimientos de conciliación, o de arbitraje, que se han instaurado en muchos países como etapa previa antes de pasar a la etapa judicial, o para evitar hacerlo, y ahorrarse todos los costos de tiempo y dinero que eso significa. (Nota 1)
17. "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano".
Finalmente, si el ofensor no hace caso de los conciliadores de  buena voluntad, Jesús propone que el asunto se someta a la iglesia, para que sea ella como cuerpo, representada por sus cabezas, la que decida en la queja o contienda y si se llegara al extremo de que el ofensor tampoco hace caso de la iglesia, entonces se le tenga por un pagano o publicano, es decir, por alguien con quien nadie  quisiera tener trato, lo que implica excluirlo también de la iglesia. Esta decisión de exclusión es algo que Pablo también permite en algunos casos extremos (1 Cor 5:3-5), llegando a señalar que ni  siquiera se coma con el ofensor (1Cor 5:11).
Es notable en este caso que Jesús no diga que el ofensor recalcitrante debe ser denunciado ante la Sinagoga, que intervenía en estos asuntos en su tiempo, sino que manda expresamente que  el asunto sea sometido a la iglesia ¡que todavía como tal no existía! pero que Él estaba llamando a la existencia al anunciar que la edificaría (Mt 16:18).
Es también muy interesante el hecho de que en situaciones de ofensas personales, o de violación de derechos, Jesús no aconseje presentar (figuradamente) la otra mejilla al que ofendió, sino  buscar una solución justa a través de la comunidad como cuerpo constituido. El motivo es, sin duda que, más allá de las motivaciones personales, el sentido de la justicia debe prevalecer. Sin justicia la sociedad humana no puede subsistir. La justicia es uno de sus pilares. Jesús en su pasión, cuando estaba delante del sumo sacerdote Anás y fue golpeado fuertemente en la mejilla por un alguacil, no le presentó mansamente la otra mejilla al esbirro para que lo golpeara nuevamente, sino protestó: "Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?" (Juan 18:23). De otro lado, Él se negó a responder a todas las acusaciones que presentaban falsos testigos contra Él.
Jesús concluye su enseñanza sobre este punto diciendo: "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano." Es decir, obedeciendo a la decisión que ha tomado la iglesia al respecto, tú tenlo por alguien con quien no quieras tener arte ni parte, un hombre del mundo, no un cristiano.
Esta palabra nos pone delante de una conclusión obvia: El cristiano, el miembro de una iglesia, tiene la obligación de someterse a las decisiones de ésta. Y si creyere que por serias razones de conciencia no puede hacerlo, debe apartarse de ella.
18. "De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo."
Jesús repite aquí la promesa que le hizo a Pedro cuando le entregó las llaves del reino de los cielos (Mt 16:19); promesa que ahora hace extensiva no sólo a todos los apóstoles, sino a la iglesia entera simbolizada por ellos.
"Todo lo que atéis...". En el simbolismo judío de su tiempo, atar es prohibir y desatar es permitir. Esta autoridad abarca todas las decisiones y acciones que la iglesia puede tomar acerca de las personas, así como respecto de los asuntos más diversos,  incluyendo los económicos.
Interesante es que esta vez haga como introducción a esas palabras una afirmación solemne: "De cierto os digo..." como diciendo: tengamos esto muy en cuenta. Ésta es una potestad que yo, como cabeza de la iglesia, doy a los que la dirigen en la tierra. Yo avalo todo lo que vosotros permitáis, así como todo lo que vosotros prohibáis. Tenéis autoridad para ello, una autoridad que procede de mí.
Con esas palabras Jesús ha dado a la iglesia una autoridad muy grande en asuntos graves de gobierno, por lo que podemos también estar seguros, aunque no lo diga aquí, que Él pedirá a la iglesia una cuenta severa de cómo usó esa autoridad. No es algo que pueda ser tomado a la ligera, porque cuanto mayor es la autoridad, mayor es la responsabilidad. Pero esta delegación de autoridad lleva la promesa implícita de que la iglesia contará con la asistencia del Espíritu Santo para ejercerla.
19,20. "Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca del cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."
Una muestra de la gran unidad que existe entre Cristo y su iglesia, entre Cristo y sus discípulos, entre Cristo y sus seguidores, es esta promesa de Jesús sobre el poder de la oración. Basta que dos o tres creyentes se pongan de acuerdo sobre cualquier cosa que quieran pedirle al Padre, para que Él lo haga.
Pero muchos se dirán: ¿Ocurre eso en la realidad? Porque muchas veces le hemos pedido algo a Dios poniéndonos de acuerdo dos o tres personas al orar, y no se nos ha sido concedido. ¿Es ésta una promesa vana, o una promesa exagerada en la práctica? ¿Accede Dios tan fácilmente a nuestras peticiones?
La condición que pone Jesús para que esta promesa se cumpla está claramente expuesta en seguida: Que esos dos o tres que piden estén reunidos en su Nombre, porque cuando eso suceda, Él estará en medio de ellos. Esto es, ya no serán ellos solos los que oren, sino
Jesús mismo lo hará con ellos: Yo haré mía su petición. Estas  palabras resaltan una realidad espiritual que excede en mucho al mero hecho de orar o pedir: Que donde quiera y cuando quiera que estén reunidos en su Nombre dos o más discípulos suyos, Él estará presente con ellos.
En otras palabras: Nosotros podemos invocar la presencia de Jesús en medio nuestro con tan sólo reunimos en Nombre suyo. Jesús está en todas partes, porque Él es Dios y lo llena todo, pero lo está de una manera especial y personal cuando dos o tres, o más personas, invocan su presencia. ¿Somos conscientes de esta maravillosa verdad? Donde quiera que yo me reúna con un  cristiano, hombre o mujer, amigo o pariente, Él está en medio nuestro como lo estaba en medio de sus discípulos cuando andaba y conversaba con ellos en Galilea. Si tuviéramos fe suficiente podríamos, por así decirlo, tocar sus vestidos, sentir su aliento.
De otro lado, es obvio que Jesús no puede hacer suya una petición nuestra que no sea conforme a la voluntad de Dios, por mucho que nos reunamos en su nombre para orar. Véase al  respecto Jn 5:14,15: "Y esta es la confianza que tenemos en Él, que  si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él no oye. Y si  sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho."
21,22. "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús  le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete." (2)
Los versículos 18 al 20, importantes como son, son casi como un paréntesis insertado en medio del tema del perdón.
Mateo retoma ese tema indicándonos una preocupación que ha quedado en la mente de sus discípulos y que, como de costumbre, Pedro expresa: ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano que me ofenda? ¿Hasta siete veces? Siete es un número que, como sabemos, tiene una significación simbólica, y establece también un límite.
La respuesta de Jesús implica que no hay límites al perdón, porque eso es lo que la cifra de setenta veces siete, es decir, cuatrocientos noventa, significa en este contexto. (3). Nunca te canses de  perdonar a tu prójimo. Debes perdonarlo tantas veces como tu Padre celestial está dispuesto a perdonarte a ti, cuando te arrepientes y le pides perdón. ¿Pone Dios un límite al perdón que Él continua y gratuitamente nos ofrece? No. Entonces tú tampoco lo hagas. Si quieres ser perfecto como tu Padre que está en los cielos es perfecto (Mt 5:48), tampoco debes poner límite tú al número de veces que perdones a tu hermano.
Para ilustrar su pensamiento Jesús recurre, como era su costumbre, a narrar una parábola que veremos en el siguiente artículo.
Notas: 1. El principio deuteronómico de dos o tres testigos puede ser el motivo por el cual gran número de hechos, palabras, o actos de Jesús, suelen tener tres testigos (es decir, pasajes) en los evangelios sinópticos que los sustentan. Por ejemplo, las tres tentaciones de Jesús están en Mr 1:12,18; Mt 4:1-11 y Lc 4:1-13. O el llamado a los cuatro pescadores para que se conviertan en pescadores de hombres, que está en Mr 1:16-20; Mt 4: 18-22 y Lc 5: 1-11. O la curación de la suegra de Pedro, que está en Mr 1:29-34; Mt 8:14-17 y Lc 4:38-41, por citar algunos ejemplos. Algunos episodios están narrados en sólo dos evangelios sinópticos, y otros, dada su importancia, están narrados en los cuatro evangelios, como la negación de Pedro y la crucifixión.
2. En Lc 17:3,4 la respuesta de Jesús es ligeramente diferente, aunque el sentido es el mismo: perdónalo siete veces cada día si es necesario.
3. Al decir setenta veces siete Jesús está citando una locución bíblica que se remonta a los inicios del Génesis (4:24). En esa ocasión Lamec dice que él se vengará setenta veces siete por las ofensas que reciba. Aquí, en cambio, Jesús insta a sus discípulos a perdonar igual número de veces al hermano. Es interesante notar que, según el judaísmo rabínico (Talmud de Babilonia), el hombre está obligado a perdonar sólo tres veces a su prójimo, lo que tendría cierto apoyo en Am 1:3,6,9,11, etc. Su espíritu práctico pone un límite a la ilimitada caridad cristiana.
Amado lector: yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que  no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces  gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis  pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#883 (31.05.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución # 003694-2004/OSD INDECOPI)

viernes, 25 de mayo de 2012

ANOTACIONES AL MARGEN XXXII


Por José Belaunde M.

* El amor es vida. Al contacto del amor las almas decaídas reviven como las flores marchitas cuando se las riega. El amor ilumina las sonrisas y hace brillar los ojos de los enamorados. Sin amor –es decir, sin amar y ser amado- el ser humano es desgraciado. ¡Cuántos hay que caminan por la vida sin haber conocido el amor! Por eso es que tantos buscan sustitutos vanos que no los llenan.
* Todo el bien que hacemos es en beneficio propio, aunque lo hagamos a otro. Recíprocamente, todo el mal que hacemos es en perjuicio propio, aunque lo hayamos hecho a otro.
* Es más noble perdonar que vengarse; olvidar las injurias, que alimentar el deseo de desquitarse.
* El que mejor habla es el que más escucha; el que en la conversación dialoga, no el que la convierte en monólogo.
* Es inevitable que tengamos que soportar los defectos de las personas con las cuales vivimos, pero sí es evitable que ellos tengan que soportar los nuestros.
* Todos nos dejamos influenciar por las personas que frecuentamos, aunque no lo queramos. Por eso es bueno tener por amigos a personas que son mejores, o más sabias, que nosotros, para que su influencia nos mejore, y no que sea al revés.
* ¡Ay de aquellos que abusan de su poder o influencia para atropellar los derechos de los indefensos! Tendrán que vérselas con Dios.
* La reputación ajena es un bien muy valioso que a veces perjudicamos hablando irresponsablemente, o propalando habladurías. Hacer daño a la reputación ajena es un verdadero robo que no nos beneficia, salvo que por nuestro dicho la víctima de nuestra maledicencia sea desplazada y nosotros ocupemos su lugar. Tanto más grave sería nuestra responsabilidad moral y nuestra culpa en ese caso.
* Mejor es hablar bien del que no lo merece, que mal del que sí.
* Todos los rincones de nuestro tiempo deben estar ocupados en hacer algo útil, o en una sana distracción que relaje nuestras tensiones. Pero malgastar el tiempo en cosas inútiles o dudosas es pecado.
* ¿De qué sirve el placer que es luego causa de arrepentimiento? Nos roba mucho más de lo que imaginamos, y afea nuestra alma.
* El que ansía tener mucho se desvive por adquirir cada vez más, al punto que termina por no gozar de lo que tiene (Ecl 5:6).
* Este es el tiempo de gracia. Hoy es el día de salvación. Aprovéchalo, porque después viene el juicio.
* ¿Qué puede ser el cielo sino un intercambio eterno de amor?
* Que a Dios le guste conversar conmigo me parece increíble. ¿Acaso me agrada a mí conversar con un tartamudo? El tartamudo es menos torpe e ignorante que yo. Pero ¿qué cosas es orar sino conversar con Dios? Él nos manda hacerlo.
* Las Escrituras dicen en varios lugares que Dios vela no sólo por el hombre sino por todas sus criaturas. Jesús lo dijo puntualmente al hablar de las avecillas que caen a tierra (Mt 6:26). ¿Por qué tendría que angustiarme entonces el futuro?
* La santidad en las palabras y en las acciones surge de la santidad de los pensamientos.
* ¡Qué frustración para Jesús que a pesar de su enorme sacrificio muchos lo rechacen para su mal! ¿Por qué lo rechazan si lo que Él les ofrece es el mayor bien posible? Porque no quieren abandonar el pecado, y porque han sido cegados por Satanás y por el espejismo de las seducciones del mundo que algún día se harán humo entre sus manos.
* ¡Qué mayor alegría y qué mayor privilegio que pertenecer a Dios! Los que lo rechazan no saben lo que se pierden.
* Da amor y recibirás amor; da indiferencia y recibirás indiferencia. Odia y te odiarán. Desprecia y te despreciarán. Pero sirve y te servirán.
* No obstante, a veces nos odian aunque amemos y sirvamos.
* Muchos quieren ser servidos, pero pocos servir. Pero los que sirven de buena gana, de buena gana serán servidos. Los que no quieren servir, a la larga no encontrarán quién los sirva ni por dinero, salvo que se arrepientan de la dureza de su corazón.
* Los que sirven sólo por dinero, odian a quien les paga.
* En verdad Jesús vino al mundo sobre todo para expiar, sufriendo indeciblemente, los pecados del hombre. Nació con un destino: el suplicio y el cadalso. Todo lo demás, enseñanzas y milagros, aunque muy importante y valioso, es eclipsado por la cruz.
* Este es el secreto de la oración contestada: que lo que pidamos sea conforme a Su voluntad (1Jn5:14,15).
* Pocas cosas detesta más el hombre que su falsedad y su hipocresía sean puestas al descubierto. El hipócrita odia que lo descubran como tal.
* ¡Ser paciente con todos! Así era Jesús. Pero solemos comportarnos al revés. Nos impacientamos fácilmente y ofendemos con nuestra brusquedad a los que dependen de nosotros.
* Todas las cualidades que pueda haber en mí, son efecto de la amorosa gracia de Dios y no mérito alguno mío. Es Él quien planta su semilla en mí y la hace germinar y crecer, pese a mis esfuerzos por sofocarla.
* Los que están llenos de sí mismos y de las cosas del mundo no pueden comprender las cosas más profundas y duraderas. Les parecen tontas o irrelevantes. ¡Cómo serán desengañados algún día! Pero ya será tarde.
* ¿Por qué es que los seres humanos podemos estar a veces tan ciegos y tan sordos? Es el orgullo y la suficiencia lo que nos cierra los ojos y tapa nuestros oídos.
* El deseo que tengo de que venga a nosotros Su reino es la medida de mi amor por Dios. Si esta regla se aplicara a mí ¡qué pequeño sería el resultado! ¿Cómo aumentar mi deseo de su gloria?
* Dios aplica cuando es necesario y a pesar suyo, una sanción justa y a la vez misericordiosa. Pero el sentimiento de culpa del pecador le hace sentir como si fuera castigo.
* Nosotros debemos consagrar a Dios todo nuestro ser y nuestra vida. Al hacerlo no hacemos otra cosa sino devolverle lo que nos ha dado y le pertenece.
* Morir a sí mismo es una condición indispensable para unirse a Jesús y vivir en Él. Porque ¿cómo podríamos los dos reinar a la vez? O reina Él en mi vida, o reino yo.
* Más creo, más amo. Más amo, más creo. Amor y fe se alimentan mutuamente.
* El enemigo dentro de mí son mis muchos defectos y debilidades; y fuera de mí, la influencia de Satanás en el mundo. Al primero se le combate con la autodisciplina y la oración. Al segundo se le combate de muchas formas: la batalla espiritual, la intercesión, el amor al prójimo llevado a la práctica…
* El famoso pretencioso se vuelve odioso.
* Que tu fama deslumbre a otros, no a ti.
* ¿Cuáles son los mayores pecados del hombre? La codicia, el afán de poseer que lo vuelve inescrupuloso; la soberbia inspirada por Satanás que venda sus ojos y le hace cometer grandes errores; el amor exagerado de sí que lo hace insaciablemente ambicioso y susceptible a la menor ofensa. Los noticieros están llenos de ejemplos. La lujuria no es el peor de los pecados, pero es quizá el que más seres humanos arrastra al infierno. El antídoto contra los tres primeros es la mansedumbre; contra el cuarto es la pureza.
* ¡Cómo pudiera yo decir que mi corazón late al unísono del de Jesús!
* ¿Hasta dónde llegan las consecuencias de las decisiones que a veces sin sopesar bien tomamos? Sólo Dios lo sabe, pero algún día nosotros también lo sabremos.
* Los hombres (esto es, los científicos, los comentaristas) atribuyen las catástrofes naturales a fenómenos inusuales e impredecibles de la naturaleza, pero ninguno piensa que pueden ser manifestaciones del juicio de Dios, que puede provocarlas o evitarlas, según quiera.
* ¡Qué cierto es que a veces bajo un bello rostro se esconde un alma horrible!
* ¿Es posible ser feliz sufriendo? Pocos lo admitirían. Sin embargo Pablo escribió: “Sobreabundo de gozo en medio de mis tribulaciones.” (2Cor 7:4) Todo depende de por quién sufrimos y a quién servimos.
* De todo aquello que yo no puedo resolver se encarga Dios…si confío en Él, y aun a veces si no confío.
* No hay tarea más bella que dar a conocer al mundo el amor con que Dios nos ama. ¿Pero por qué es que a muchos, si no a la mayoría, esa verdad los deja indiferentes? Porque piensan que no necesitan de Dios.
* Entre las necesidades e inclinaciones naturales del cuerpo y nuestras aspiraciones espirituales hay una lucha constante. De ahí la importancia de vencerse a sí mismo. Pero sin la ayuda de Dios estamos de antemano vencidos.
* Si la bondad embellece al alma, la indiferencia la afea; y aun más la maldad.
* ¡Quién pudiera contemplar el alma como se ve el cuerpo! Se asustaría del alma de muchos. Pocas lo embelesarían. Pero pensándolo bien, ¡qué bueno es que no la veamos! No podríamos casi tratar con nadie, porque nos veríamos tal cual somos, y los seres humanos, asustados unos de otros, viviríamos aislados como ermitaños.
* “Ofrece tu ayuda a quien la necesita.” Esta idea, o mejor, esta práctica, es la esencia de nuestra semejanza con Jesús, que no niega su ayuda a nadie.
*¡Qué importante es el arrepentimiento! Restablece nuestra comunión con Dios que es empañada por la menor falta, por el menor pensamiento indebido. De ahí que debamos vivir en un estado de arrepentimiento permanente. Eso combate nuestra tendencia natural a la presunción.
* “La calidad del amor se mide según la generosidad del que lo posee.” Esta es una gran verdad, porque el amor impulsa a dar, o es fingido.
* Cuanto más llevemos el amor a la práctica dando, más nos llenaremos del amor de Dios. Ahí se cumple la regla: “Dad y se os dará.”  (Lc 6:38).
* Los que no dan pierden mucho más cerrando el puño que aquello de lo que se desprenderían dando. ¿Cómo así? Porque al final Dios nos devuelve multiplicado lo que dimos.
* Los hombres buscan toda clase de pretextos para alejarse de Dios. En cambio, Dios tiene toda clase de pretextos para acercarse al hombre.
* ¿Cuál será el remordimiento de los que abjuraron (o se avergonzaron) de su fe frente a la persecución?
* La oración es el gran remedio para todas las dificultades. Esta es una gran verdad que no debemos olvidar, porque la oración es el arma más poderosa. Nada se compara con ella.
* Jesús dijo: “Yo he vencido al mundo.”  (Jn 16:33) El que ha vencido pelea por nosotros nuestras batallas, si dejamos que Él las pelee y no tratamos de obtener victoria en nuestras propias fuerzas.
* Nuestro problema mayor es que somos tibios y nos desalentamos fácilmente cuando no vemos resultados inmediatos.
* Jesús es la medicina más poderosa para nuestras enfermedades. Además, no cuesta nada, salvo el esfuerzo de buscarlo.
* El Señor conoce todos tus problemas y tus temores. Sabe lo que el futuro te depara y que tú esperas con aprensión. Por eso, no temas. Confía en el que nunca defrauda. Él hará que puedas esquivar los golpes del adversario, o te protegerá contra ellos, porque Él todo lo puede.

Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, es muy importante que adquieras esa  seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Como dijo Jesús: “¿De que le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26) ¿De qué le serviría tener todo el éxito que desea si al final se condena? Para obtener esa seguridad tan importante yo te invito a arrepentirte de tus pecados, pidiendo perdón a Dios por ellos, y a entregarle tu vida a Jesús, haciendo una sencilla oración como la que sigue:
   “Yo sé, Jesús, que tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé también que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#727 (20.05.12). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).