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viernes, 12 de octubre de 2018

LA GENEROSIDAD I


LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
LA GENEROSIDAD I
El país está atravesando por un momento muy difícil debido a la abundancia inusitada de las lluvias, a los huaicos y a las inundaciones que ese fenómeno ha causado. Pero el infortunio inesperado y el sufrimiento de la gente han provocado como reacción un movimiento de generosidad nacional, en el que están participando empresas, iglesias, instituciones de todo tipo y personas particulares, además de las instancias del gobierno.

Por ese motivo pienso que sería oportuno publicar esta semana el texto de una enseñanza sobre la generosidad dada hace catorce años en la IACyM de Tacna, y que no había publicado hasta ahora.
Una vez leí que la mayor pobreza es la incapacidad de dar. Esa es una gran verdad en todos los campos, porque el que sabe dar aún en la pobreza, es rico en amor, rico en generosidad. Uno debe dar siempre, aunque sea pobre. Debe dar de todo lo que tiene. No se trata solamente de dinero, sino de sus conocimientos, de su experiencia, de lo que la vida le ha enseñado. Pero sobre todo debe dar de su amor, porque la naturaleza del amor consiste precisamente en dar. Eso es lo que caracteriza al amor.
Hay quienes dicen: Yo daré cuando sea rico. Sin embargo, parafraseando a Jesús, podríamos decir que el que es generoso en lo poco, será generoso en lo mucho; pero el que no es generoso en lo poco, nunca será generoso, aunque sea rico. También podríamos decir: El que es tacaño teniendo poco, será tacaño teniendo mucho.
El pobre al dar se enriquece; si no da, se empobrece más. ¿Por qué es mejor dar que retener? En primer lugar, porque dar es amar. El que retiene, retiene su amor antes que su dinero. Y segundo, porque dar es una condición para recibir. Todos conocen ciertamente las palabras de Jesús que reporta Lucas: “Dad y se os dará, medida buena, apretada, remecida y rebosante darán en vuestro regazo” (Lc 6:38). El dar, el ser generoso, es  condición indispensable para recibir. Dar de lo material, de lo que uno tiene es una forma de amar; pero también lo es dar de lo inmaterial que poseemos. Por eso cuando alguien alarga la mano, no le demos para salir del paso, para librarnos del cargoso, si antes no le damos amor con la mirada, o con una sonrisa.
Pudiera ser que no tengamos en ese momento nada para darle. Entonces digámosle por lo menos una palabra amable, una palabra que lo bendiga. Tratémosla de una manera que esa persona sienta que no es rechazada porque es pobre, porque mendiga, o porque vende golosinas, o lo que fuere en las esquinas, sino que sienta la persona que aun no comprándole nada, la acepta como ser humano, que le ha dado una sonrisa, una mirada de amor. Créanme: Una palabra bondadosa dicha en esas condiciones le arranca indefectiblemente una sonrisa agradecida al pobre. Lo he probado muchas veces especialmente con niños.
A veces me ha pasado en  las esquinas donde hay semáforo que el niño, cuando uno arranca el auto antes de haber podido darle algo porque cambiaron de luz, se queda a veces como pidiendo algo: La próxima vez me darás ¿no?; Sí, sí, la próxima vez te daré, y le sonríes con cariño. Él está esperando eso, un gesto de cariño. O sea que no solamente es una cuestión de dinero, es la actitud de dar lo que le hace bien, lo que necesita, porque detrás de su pobreza, de sus harapos, ¿cuánto rechazo, cuánto abuso y cuánta sensación de abandono habrá en su mente y en su corazón infantil?
Pensemos en eso, nadie más triste, más infortunado que un niño maltratado, o abandonado, a quien nadie acoge, a quien nadie trata bien; un niño que sufre, un niño a quien sus padres, o las personas que se ocupan de él, lo obligan a mendigar, y luego le piden cuentas y le pegan si no ha traído lo que se espera.
Yo creo que Dios bendice especialmente a las personas que son generosas con los niños, especialmente con esos niños sucios, pedigüeños. Si a los pirañitas, que tanto miedo infunden, se les tratara con amor, muy rápidamente cambiarían y dejarían de ser peligrosos; cambiarían su manera de ser y comportarse, porque a esa edad el amor transforma.
Jesús dijo: “Dejad que los niños vengan a mí.” (Lc 18:16). En esa esquina quizá estás tú en lugar de Jesús. ¿Rechazarás al niño con una mirada hosca, de desagrado, de desprecio?
El proverbio que hemos citado dice en efecto: Si tú das, vas a recibir para poder dar más. El Señor te va a bendecir por ese motivo. Es como la esponja. Si está saturada de agua debe ser exprimida para poder absorber nuevamente el líquido. O como el vaso, si está lleno tiene que ser vaciado para poder recibir.
Tú necesitas dar, dar de ti, de tu sustancia, de tu dinero, para que el Señor te pueda llenar, en primer lugar, de Él. Porque lo primero que recibe la persona que da, que es generosa con el prójimo dando de lo propio, es eso, el amor de Dios. Dios le paga bien, y le paga con bendiciones imprevistas. ¿Hay alguien que pueda ganar en generosidad a Dios?
Ahora bien, las palabras: “Hay quienes retienen más de lo que es justo y vienen a pobreza”, son una realidad de la vida, incluso de la vida económica. ¿Quiénes son aquellos que retienen? Son aquellos que no pagan lo justo, que retienen de sus ingresos, de los beneficios que reciben, más de lo que les corresponde. Aquellos que con el pretexto de “maximizar sus utilidades” no pagan el salario justo que deberían dar a sus colaboradores, a quienes con sus pies, manos y brazos realizan el trabajo que se traduce en ventas y utilidades. O los que incrementan su margen de ganancia incrementando los precios más allá de lo razonable.
No tengamos dudas al respecto: Eso es robar, es una forma de hurto que ciertamente desagrada a Dios, así sea legal.
El patrón debe ser generoso con la gente que colabora con él y Dios lo premiará con la prosperidad de su empresa, o de su negocio. Eso es algo que muchísimos cristianos que han estado en la vida empresarial han experimentado. Podría hablarles de una empresa conocida hoy en día, que da, como política de la compañía, y esa empresa ha surgido de una manera sorprendente.
Todo comerciante es sin darse cuenta un distribuidor de riqueza, porque lo que vende, cualquiera que sea el producto, es una manifestación de la abundante provisión de Dios. Pero si recarga el precio más de lo debido, si especula aprovechándose de la escasez, retiene para sí una parte del beneficio que el comprador debería disfrutar al comprarle. Es decir, le roba al comprador.
Prov. 11:25 dice: “El alma generosa será prosperada; y el que saciare, él también será saciado.” Al que da, Dios lo prospera. Si tú sacias el hambre de tu prójimo, Dios saciará el tuyo de muchas maneras que no puedes imaginar.
Hemos dicho que nadie puede ganar en generosidad a Dios, porque Él es amor y dar es amar.
La generosidad es una virtud válida en todos los campos. Veamos Prov. 18:16: “La dádiva del hombre le ensancha el camino y le lleva delante de los grandes.” La dádiva aquí no es el soborno, sino es el regalo que testimonia amor, que testimonia respeto. Es una antigua costumbre entre nosotros, sobretodo en la sierra pero común en otros pueblos, que cuando alguien va a pedirle un favor a un señor importante, a un propietario, el poblador vaya con su gallina, con su chanchito. Es una manera de ganarse la buena voluntad del terrateniente.
¿Por qué regalamos en Navidad? Es una costumbre muy antigua. El motivo del regalo es mostrar el amor que se tiene por la persona a quien se le entrega, y si lo damos solamente por compromiso, o por quedar bien, o porque digan que no somos tacaños, estamos frustrando el sentido del regalo.
Los cristianos empezaron a darse regalos mutuamente para celebrar, no inicialmente el nacimiento de Jesús, sino la resurrección. Poco a poco fue cambiando la costumbre, pero se celebraba el triunfo del Señor mostrándose amor a través de pequeños dones. Según otros el regalo se origina en la celebración de la bajada de los reyes, los reyes magos que vinieron a visitar a Jesús recién nacido, trayéndole regalos. Ese sería el origen del regalo navideño, cuando la Navidad se convirtió en la fiesta más popular del año.
Sea como fuere, si vamos a regalar, demos amor primero. ¡Qué conmovedor es cuando un niño que no tiene nada, le muestra su amor a su padre, o a su madre, llevándole la piedrita que ha encontrado en el jardín, o en el campo. Ése es el regalo de amor del niño, que da algo para mostrar que ama. Y es cierto que cuando se muestra amor se abre la puerta del corazón del que recibe y tiene un efecto inevitable.
Esa fue la táctica que usó Jacob con su hermano Esaú. Ustedes recuerdan sin duda ese pasaje en que Jacob después de mucho tiempo, y habiéndose entretanto enriquecido, regresa a su tierra. Pero teme que Esaú, a quien robó mediante engaños la primogenitura, quiera vengarse de él. Entonces se prepara para el encuentro enviándole de antemano cabezas de ganado en gran número con el fin de ganarse el corazón de su hermano, y que cese en él el deseo de venganza. ¿Cuál fue el resultado? Cuando se acercaron el uno al otro, Esaú corrió para abrazar a su hermano y llorar conmovido en sus brazos (Gn 33:1-4).
Así que el regalo siempre tiene un efecto, aunque digas: no necesito nada, no me traigas nada. Pero la persona de todos modos siente que hay un impulso favorable hacia ella.
Vayamos a Prov. 19:17. Aquí está formulado uno de los principios más bellos de la generosidad: “A Jehová presta el que da al pobre, y el bien que ha hecho, se lo volverá a pagar.” El que da al pobre le presta a Dios, es decir está dando en lugar suyo, hace las veces de mano de Dios. Dios se lo pagará. ¿Será Dios tacaño? ¿Será deudor de nadie? De ningún modo. Le devolverá con creces lo que ha dado.
Si tú quieres ser ayudado, cuando estás en necesidad, da tu primero un apoyo a quien lo requiere, ayuda a quien puede necesitar de tu generosidad.
Vayamos a Prov. 21:13: “El que cierra su oído al clamor del pobre, también él clamará, y no será oído.” Esto quiere decir que el que no ayuda, no es ayudado; el que ayuda, sí. El que acude a ayudar al hombre necesitado, cuando necesite de ayuda, la recibirá.
Eso nos recuerda el dicho de Jesús en las bienaventuranzas: “Bienaventurados los misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”. (Mt 5:7) El misericordioso alcanza misericordia de Dios y de los hombres.
Proverbios 28:8 dice algo que funciona realmente en la vida, como a mí me consta: “El que aumenta sus riquezas con usura y crecido interés, para aquel que se compadece de los pobres las aumenta.” Es como si Dios transfiriera el dinero del avaro a las manos del generoso; el dinero del que lo adquirió mal, ahorrando en salarios en perjuicio de sus obreros, negándole a otros lo que les corresponde. Dios lo hace porque es soberano en todas las circunstancias y verá la manera para que el dinero mal ganado pase a mano de otros.
¿Quieres ser bendecido en términos concretos? Bendice tú también en términos concretos. “El ojo misericordioso será bendecido porque da su pan al indigente.” (Pr 22:9).
Yo puedo contarles una experiencia personal. Debo confesar que no he sido siempre generoso, sino que a veces he sido tonto. Por exceso de credulidad me han explotado. Algunos, más avisados que yo, me decían: Te están engañando. Pero yo ingenuamente pensaba que se trataba de una necesidad real. Al fin pude comprobar, en efecto, que me habían engañado durante más de un año. Cuando quise verificar la situación de esta pobre mujer descubrí que no vivía donde decía, se había mudado con sus hijos y ya no era viuda, se había vuelto a casar sin decírmelo. Me había estado contando un cuento. Pero ¡qué importa! Dios ve el corazón, y es mejor ser explotado que ser tacaño; mejor es pecar de ingenuo que de amarrete.
Así que si quieres asegurar tu futuro, ahí tienes lo que dice Prov. 28:27. Esto es un seguro mejor que un seguro de vida, mejor que un seguro de desempleo: “El que da al pobre no tendrá pobreza; mas el que aparta sus ojos tendrá muchas maldiciones.” Entiéndase, el que aparta sus ojos de la necesidad ajena, porque no quiere que le toquen su bolsillo. Porque el que le niega algo al pobre, y sobre todo si lo hace de una  manera ofensiva, ¿cómo cree que el desdichado va a reaccionar? Maldiciendo al que se burló de su necesidad. (Continuará).
Amado lector: Jesús dijo: "¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mt 16:26). Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios, yo te invito a pedirle perdón a Dios por tus pecados haciendo una sencilla oración:
   "Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."
#969 (02.04.17). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).


miércoles, 6 de enero de 2016

PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES
Un Comentario de Mateo 18:23-35
Esta bella parábola, con la que Jesús ilustra la enseñanza acerca del perdón que acaba de dar (Véase el artículo anterior, "Cómo se Debe Perdonar al Hermano" No. 883 del 31.05.15), contiene una bella enseñanza sobre la necesidad de perdonar a los que nos ofenden. Indirectamente habla también acerca de la redención.
Por una curiosa circunstancia la publicación de éste y el artículo anterior ha coincidido con unas preciosas enseñanzas recibidas en la iglesia sobre el tema del perdón. Como puede verse, sin embargo, el enfoque de mis artículos es diferente, siendo básicamente expositivo e histórico.
23. "Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos."
Jesús compara a su Padre con un soberano terreno que ajusta cuentas con sus administradores. Eso nos hace pensar en Dios como un juez delante de cuyo tribunal todos los seres humanos tendremos que comparecer algún día para darle cuenta de toda nuestra vida y de lo que hicimos, bueno o malo, con ella, y con los dones y talentos que nos fueron asignados. Como escribe Pablo: "todos compareceremos ante el tribunal de Cristo." (Rm 14:10, cf 2 Cor 5:10), y también: "cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí." (Rm 14:12).
¿Quiénes son los siervos en la parábola? Son los administradores, o mayordomos, que los reyes solían poner al frente de sus asuntos, negocios y propiedades, a fin de que los administraran para obtener de ellas el  mayor beneficio posible para su soberano, al mismo tiempo que recibían una parte de los beneficios como remuneración.
24. "Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos."
He aquí pues uno que, sea porque había sido negligente en su administración, sea porque había tomado para sí una parte excesiva del beneficio que correspondía a su señor, le adeudaba una suma sumamente alta. Un talento equivalía aproximadamente a 21 Kg de plata; 10 mil talentos alcanzaban a 210 mil kilos, una suma exorbitante. Y si se tratara de oro, el importe sería muchísimas veces mayor.
25. "A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda."
Era costumbre en aquellos tiempos que cuando una persona incurría en deudas que no podía pagar, se le vendiera a él, a su esposa e hijos, incluyendo sus posesiones, como esclavos, para reembolsar el monto adeudado. (Nota 1) Esa venta significaba en la práctica que la familia fuera destruida, con el marido, la mujer y los hijos separados, porque eran vendidos a diferentes compradores. (2).
26. "Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo."
Puesto ante esa terrible amenaza el siervo le pidió al rey que le diera tiempo para recabar todas las sumas que debía entregarle como fruto de su administración, suplicándole que no vendiera a los suyos, ni lo separara de su mujer e hijos. ¿Pero era sólo paciencia y tiempo lo que él necesitaba? Él necesitaba una  gracia mucho mayor. Pero, primero que nada, necesitaba arrepentirse, porque él sólo había pedido tiempo para pagar, pero no le había pedido perdón a su señor por haberle defraudado.
27. "El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda."
El rey, que era un hombre de corazón magnánimo, se compadeció de la situación de su siervo negligente, porque en lugar de concederle el plazo que le pedía para pagarle, yendo más allá de lo solicitado, le perdonó  toda la deuda. ¡Quién haría algo semejante sino Dios!
La gracia excepcional recibida debió haber cambiado su corazón, y de avaro como había sido, debió haberse vuelto generoso y compasivo. No fue el caso como vemos a  continuación.
28. “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes."
Sin embargo, el siervo que había sido liberado del peso de su enorme deuda por la misericordia de su señor, se encontró con un colega suyo que le debía una cantidad mucho menor, esto es, el salario de cien días de un obrero, una suma de cierto valor, pero insignificante comparada con la que a él le había sido perdonada. Y el  mal hombre, olvidando el enorme beneficio que había recibido, se abalanzó sobre su consiervo, y casi  ahorcándolo, le exigió que le pagase lo que le debía. ¡Qué diferencia de comportamiento tan grande! Actuó de manera completamente opuesta al trato que había recibido.
29,30. "Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda."
El pobre hombre, imitando la actitud que su colega había tenido con el rey, se echó por tierra humildemente, y le rogó que le diera un plazo para que pudiera cumplir con su obligación. Posiblemente le enumeró también  las razones por las que, a pesar suyo, hasta ahora no había podido pagarle.
Pero el miserable acreedor no quiso escuchar su clamor, sino que, endureciendo su corazón, fue a acusarlo ante los tribunales, y obtuvo que echaran a su deudor a la cárcel. Eso puede sorprendernos, pero en esa  época no era inusual que la gente fuera echada en prisión por deudas impagas. Las leyes eran tan inmisericordes como el corazón de los hombres.
Cabe entonces preguntarse: Si estaba en la cárcel, ¿cómo podía pagar su deuda? Suponemos que pidiendo a los suyos que vendan todo lo que tengan en casa para reunir el dinero necesario, o que soliciten a amigos y  parientes una ayuda para cumplir con su obligación monetaria.
Notemos que el siervo inicuo no quiso tratar a su deudor con la misma compasión con la cual él había sido tratado, y ni siquiera le quiso acordar el plazo para pagar que él le había pedido al rey.
31. "Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado."
Cuando los consiervos del pobre deudor se enteraron de lo que había pasado se afligieron y, sin duda, también se indignaron, porque fueron a denunciar el hecho al rey, seguros de que éste, siendo un hombre justo, se indignaría tanto como ellos. Y así sucedió efectivamente.
32,33. "Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?"
El rey, enfurecido, no podía menos que echarle en cara su comportamiento al siervo inmisericorde,  recordándole lo generoso que él había sido cuando, accediendo a sus súplicas de concederle un plazo, le  había perdonado la enorme deuda que le debía, algo que él no se había atrevido a pedir.
Si yo he sido compasivo contigo ¿no debías tú serlo también con quien te debía una cantidad muchísimo  menor? Si tú me guardas un ápice de respeto ¿mi conducta contigo no debía servirte de modelo de actitud frente a tu colega?
Aquí Dios nos dice: "Yo te he perdonado la deuda infinita que habías contraído conmigo a causa de tus pecados, ¿y tú no eres capaz de perdonar la pequeña deuda que tu hermano ha contraído  contigo al ofenderte?" El que ha recibido misericordia ¿no debe, a su vez, mostrar misericordia?
34,35. "Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, (3) hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
El rey pues, finalmente, revocó la sentencia misericordiosa que había pronunciado primero, y le aplicó la sentencia más dura a su disposición: Que sea entregado a los cobradores más exigentes y severos a causa de su mal corazón, para que lo atormenten hasta que pague el último centavo adeudado. El hombre pasó de  tener toda su deuda remitida, a tenerla toda exigida y, ahora sí, sin compasión alguna. Él había sido librado de la cárcel por la compasión del rey, pero como no quiso ser a su vez compasivo con su consiervo, él mismo se echó en la cárcel. La misma justicia dura que él quiso aplicar a su colega, le fue aplicada a él.
No hay peor prisión que la del corazón que no perdona. El rencor que guardamos a los que nos han ofendido nos atormenta a nosotros, no al que ofendió, y puede incluso enfermarnos. La verdadera libertad de la cárcel del rencor en que tendemos a encerrarnos se alcanza sólo perdonando de todo corazón a los que nos han ofendido.
Jesús concluye la parábola diciendo: "Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
Tal como vosotros hagáis con las personas que os ofendan, así obrará mi Padre con vosotros. Si no estáis dispuestos a perdonar, tampoco hallaréis perdón en la  corte celestial. Jesús lo dijo: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." (Mt 5:7)
No debe sacarse, sin embargo, conclusiones equivocadas de la parábola, como algunos han hecho, en el sentido de que Dios, como hizo el rey, puede revocar el perdón ya concedido al pecador. Una vez perdonados los pecados, lo están para siempre. Pero otra cosa es cuando el pecador fuera reincidente, y no mostrara  arrepentimiento. Si los pecados viejos le fueron perdonados, los nuevos no lo serán, si no se arrepiente.
De otro lado, ésta no es más que una parábola, es decir, un relato que ilustra una enseñanza. Si al perdonar al siervo que le debía una enorme suma el rey hizo un gesto de una generosidad excesiva, porque él no conocía el corazón del mal siervo, y no podía prever cómo el mal siervo se comportaría con su colega, Dios conoce perfectamente nuestros corazones y sabe muy bien cómo nos comportaremos ante cada situación que enfrentemos.
Esta parábola es, en el fondo, un desarrollo en forma de narración, de una de las peticiones del Padre Nuestro y de la explicación que sigue: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". (Mt 6:12) Notemos que en el idioma arameo que hablaba Jesús una misma palabra significaba  deuda y pecado, reflejando el hecho básico de que, al pecar, el hombre contrae una deuda con Dios. "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas". (Mt 6:14,15).
Hay otras escrituras que expresan pensamientos afines: "Con la medida con que midáis, os será medido" (Lc 6:38); y "Trata a los demás como tú deseas ser tratado". (Lc 6:31). Pablo expresa el mismo pensamiento: "...perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros." (Col 3:13).
La parábola contiene, por lo demás, una enseñanza valiosa acerca de la relación que existe entre la redención y la compasión que debemos mostrar con el hermano que nos ofende. No hay nada que el hombre pueda  hacer para expiar la culpa de sus pecados, pues constituyen una deuda inmensa e impagable. Pero Dios, consciente de nuestra incapacidad, cuando le pedimos perdón sinceramente, nos perdona por pura gracia, porque Jesús, al morir en la cruz por nosotros, expió todas nuestras culpas y canceló nuestra deuda.
Si Dios se porta así con nosotros, ¿cómo debemos nosotros comportarnos con nuestro prójimo? Al que mucho se le concede, dijo Jesús, mucho se le demanda (Lc 12:48). Si Dios te perdonó una deuda tan grande ¿no debes tú, aunque te cueste, perdonar la pequeña deuda (comparativamente hablando) que te debe tu prójimo?
Notas: 1. La ley mosaica permitía que se vendiera a alguien como esclavo si no podía hacer restitución de lo robado (Ex 22:3 cf Is 50:1) aunque después el profeta Amos (Am 2:6; 8:6) y Nehemías (Nh 5:4,5) denunciarían esa práctica. Cabe preguntarse ¿cómo es posible que la ley de Dios autorizara esa costumbre inhumana que era común entre las naciones entonces, e incluso bajo la ley romana? Como dijo Jesús alguna vez, por la dureza de sus corazones Dios permitía algunas cosas. Él expresaba de esa manera su condena del hurto. También autorizaba la ley que, si un hombre empobrecía, se vendiera a otro israelita, pero no como siervo, sino sólo como criado, y que en el año del Jubileo él y sus hijos recuperaran su libertad y sus posesiones (Lv 25:39-41). Véase en 2R 4:1-7 el episodio del aceite de la viuda donde el acreedor se iba a llevar a sus dos hijos.
2. Como podemos enterarnos por los diarios, esa práctica salvaje subsiste todavía en el Medio y Cercano Oriente.
3. Basanistais, es decir, atormentadores.
Amado lector: yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#884 (07.06.15) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú.18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).