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miércoles, 16 de diciembre de 2015

CÓMO SE DEBE PERDONAR AL HERMANO

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
CÓMO SE DEBE PERDONAR AL HERMANO
Un Comentario de Mateo 18:15-22
15. "Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano."
¿De qué manera puede tu hermano pecar contra ti? De infinitas maneras. Una sería insultándote, o tratándote sin consideración. Otra sería tomando algo tuyo sin tu autorización, o pretendiendo violar tu propiedad; otra sería hablando mal de ti, o calumniándote; y tantas otras maneras.
Si ése fuere el caso, anda donde él a solas -porque los testigos sobran en un primer abordaje y para no avergonzarlo- para que puedas hablarle con confianza, y reclamarle por lo ocurrido. Pero hazlo de buena manera, sin asperezas, con un tono  conciliatorio que no excluya la firmeza, apoyado en lo que dice Lv 19:17 ("razonarás con tu prójimo”) en un pasaje que trata de las relaciones con el prójimo, que prohíbe vengarse y guardar rencor contra “los hijos de tu pueblo”, y que incluye el mandamiento que Jesús cita, calificándolo como el segundo gran mandamiento de la ley: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo" (Lv 19:18; cf Mt 22:39).
Si él te hiciera caso y te diera la razón, disculpándose, como dice Jesús, has ganado a tu hermano que estaba a punto de convertirse en tu enemigo. Y haced las paces.
Pero observemos que, según Jesús, trastocando los criterios del mundo, no es el ofensor el que debe pedir disculpas, sino es el ofendido el que debe buscar la reconciliación.
Sin embargo, vale la pena notar que en la mayoría de manuscritos no figuran las palabras "contra ti", lo que hace pensar que Jesús podría estarse refiriendo aquí a pecar en términos generales, no necesariamente a ofensas personales. Eso coincidiría con lo que expone St 5:19 respecto del que "se ha extraviado de la verdad", es decir, que ha apostatado de la fe.
16. "Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra."
Pero si no quiere hacerte caso, ni darte la razón cuando tú la tienes, entonces ha llegado el momento de que convoques a una o dos  personas neutrales, para que ellos sean testigos de lo que tú y tu hermano se digan, y puedan, de paso, ayudarlos a llegar a un  arreglo amistoso. De esa forma ya no será tu palabra contra la suya si no hay arreglo, sino que será la de dos o tres testigos, incluyéndote a ti, los que den fe del asunto contra tu hermano.
Al proponer esta fórmula Jesús no está proponiendo nada nuevo, sino recurriendo a un principio sentado por el Deuteronomio,  según el cual no se puede acusar en ningún caso a una persona por el testimonio de un solo testigo, sino que se necesita que lo hagan por lo menos dos o tres. (Dt 17:6; 19:15).
Notemos que el procedimiento propuesto por Jesús, sobre la base de un sabio principio deuteronómico, puede aplicarse con provecho a faltas, o pecados, en sentido general que ofenden a la moral  pública, o que sean contrarias a una conducta recta y, con mayor motivo, a pecados cometidos contra Dios y al honor debido a su nombre, no exclusivamente a ofensas personales.
¿Es aplicable este principio en nuestros días -en que la legislación es tan complicada- a las relaciones interpersonales, o a las  infracciones contra la sociedad? No estoy seguro, salvo en los procedimientos de conciliación, o de arbitraje, que se han instaurado en muchos países como etapa previa antes de pasar a la etapa judicial, o para evitar hacerlo, y ahorrarse todos los costos de tiempo y dinero que eso significa. (Nota 1)
17. "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano".
Finalmente, si el ofensor no hace caso de los conciliadores de  buena voluntad, Jesús propone que el asunto se someta a la iglesia, para que sea ella como cuerpo, representada por sus cabezas, la que decida en la queja o contienda y si se llegara al extremo de que el ofensor tampoco hace caso de la iglesia, entonces se le tenga por un pagano o publicano, es decir, por alguien con quien nadie  quisiera tener trato, lo que implica excluirlo también de la iglesia. Esta decisión de exclusión es algo que Pablo también permite en algunos casos extremos (1 Cor 5:3-5), llegando a señalar que ni  siquiera se coma con el ofensor (1Cor 5:11).
Es notable en este caso que Jesús no diga que el ofensor recalcitrante debe ser denunciado ante la Sinagoga, que intervenía en estos asuntos en su tiempo, sino que manda expresamente que  el asunto sea sometido a la iglesia ¡que todavía como tal no existía! pero que Él estaba llamando a la existencia al anunciar que la edificaría (Mt 16:18).
Es también muy interesante el hecho de que en situaciones de ofensas personales, o de violación de derechos, Jesús no aconseje presentar (figuradamente) la otra mejilla al que ofendió, sino  buscar una solución justa a través de la comunidad como cuerpo constituido. El motivo es, sin duda que, más allá de las motivaciones personales, el sentido de la justicia debe prevalecer. Sin justicia la sociedad humana no puede subsistir. La justicia es uno de sus pilares. Jesús en su pasión, cuando estaba delante del sumo sacerdote Anás y fue golpeado fuertemente en la mejilla por un alguacil, no le presentó mansamente la otra mejilla al esbirro para que lo golpeara nuevamente, sino protestó: "Si he hablado mal, testifica en qué está el mal; y si bien, ¿por qué me golpeas?" (Juan 18:23). De otro lado, Él se negó a responder a todas las acusaciones que presentaban falsos testigos contra Él.
Jesús concluye su enseñanza sobre este punto diciendo: "Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano." Es decir, obedeciendo a la decisión que ha tomado la iglesia al respecto, tú tenlo por alguien con quien no quieras tener arte ni parte, un hombre del mundo, no un cristiano.
Esta palabra nos pone delante de una conclusión obvia: El cristiano, el miembro de una iglesia, tiene la obligación de someterse a las decisiones de ésta. Y si creyere que por serias razones de conciencia no puede hacerlo, debe apartarse de ella.
18. "De cierto os digo que todo lo que atéis en la tierra, será atado en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, será desatado en el cielo."
Jesús repite aquí la promesa que le hizo a Pedro cuando le entregó las llaves del reino de los cielos (Mt 16:19); promesa que ahora hace extensiva no sólo a todos los apóstoles, sino a la iglesia entera simbolizada por ellos.
"Todo lo que atéis...". En el simbolismo judío de su tiempo, atar es prohibir y desatar es permitir. Esta autoridad abarca todas las decisiones y acciones que la iglesia puede tomar acerca de las personas, así como respecto de los asuntos más diversos,  incluyendo los económicos.
Interesante es que esta vez haga como introducción a esas palabras una afirmación solemne: "De cierto os digo..." como diciendo: tengamos esto muy en cuenta. Ésta es una potestad que yo, como cabeza de la iglesia, doy a los que la dirigen en la tierra. Yo avalo todo lo que vosotros permitáis, así como todo lo que vosotros prohibáis. Tenéis autoridad para ello, una autoridad que procede de mí.
Con esas palabras Jesús ha dado a la iglesia una autoridad muy grande en asuntos graves de gobierno, por lo que podemos también estar seguros, aunque no lo diga aquí, que Él pedirá a la iglesia una cuenta severa de cómo usó esa autoridad. No es algo que pueda ser tomado a la ligera, porque cuanto mayor es la autoridad, mayor es la responsabilidad. Pero esta delegación de autoridad lleva la promesa implícita de que la iglesia contará con la asistencia del Espíritu Santo para ejercerla.
19,20. "Otra vez os digo, que si dos de vosotros se pusieren de acuerdo en la tierra acerca del cualquier cosa que pidieren, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos."
Una muestra de la gran unidad que existe entre Cristo y su iglesia, entre Cristo y sus discípulos, entre Cristo y sus seguidores, es esta promesa de Jesús sobre el poder de la oración. Basta que dos o tres creyentes se pongan de acuerdo sobre cualquier cosa que quieran pedirle al Padre, para que Él lo haga.
Pero muchos se dirán: ¿Ocurre eso en la realidad? Porque muchas veces le hemos pedido algo a Dios poniéndonos de acuerdo dos o tres personas al orar, y no se nos ha sido concedido. ¿Es ésta una promesa vana, o una promesa exagerada en la práctica? ¿Accede Dios tan fácilmente a nuestras peticiones?
La condición que pone Jesús para que esta promesa se cumpla está claramente expuesta en seguida: Que esos dos o tres que piden estén reunidos en su Nombre, porque cuando eso suceda, Él estará en medio de ellos. Esto es, ya no serán ellos solos los que oren, sino
Jesús mismo lo hará con ellos: Yo haré mía su petición. Estas  palabras resaltan una realidad espiritual que excede en mucho al mero hecho de orar o pedir: Que donde quiera y cuando quiera que estén reunidos en su Nombre dos o más discípulos suyos, Él estará presente con ellos.
En otras palabras: Nosotros podemos invocar la presencia de Jesús en medio nuestro con tan sólo reunimos en Nombre suyo. Jesús está en todas partes, porque Él es Dios y lo llena todo, pero lo está de una manera especial y personal cuando dos o tres, o más personas, invocan su presencia. ¿Somos conscientes de esta maravillosa verdad? Donde quiera que yo me reúna con un  cristiano, hombre o mujer, amigo o pariente, Él está en medio nuestro como lo estaba en medio de sus discípulos cuando andaba y conversaba con ellos en Galilea. Si tuviéramos fe suficiente podríamos, por así decirlo, tocar sus vestidos, sentir su aliento.
De otro lado, es obvio que Jesús no puede hacer suya una petición nuestra que no sea conforme a la voluntad de Dios, por mucho que nos reunamos en su nombre para orar. Véase al  respecto Jn 5:14,15: "Y esta es la confianza que tenemos en Él, que  si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, Él no oye. Y si  sabemos que Él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho."
21,22. "Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús  le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete." (2)
Los versículos 18 al 20, importantes como son, son casi como un paréntesis insertado en medio del tema del perdón.
Mateo retoma ese tema indicándonos una preocupación que ha quedado en la mente de sus discípulos y que, como de costumbre, Pedro expresa: ¿Cuántas veces debo perdonar a mi hermano que me ofenda? ¿Hasta siete veces? Siete es un número que, como sabemos, tiene una significación simbólica, y establece también un límite.
La respuesta de Jesús implica que no hay límites al perdón, porque eso es lo que la cifra de setenta veces siete, es decir, cuatrocientos noventa, significa en este contexto. (3). Nunca te canses de  perdonar a tu prójimo. Debes perdonarlo tantas veces como tu Padre celestial está dispuesto a perdonarte a ti, cuando te arrepientes y le pides perdón. ¿Pone Dios un límite al perdón que Él continua y gratuitamente nos ofrece? No. Entonces tú tampoco lo hagas. Si quieres ser perfecto como tu Padre que está en los cielos es perfecto (Mt 5:48), tampoco debes poner límite tú al número de veces que perdones a tu hermano.
Para ilustrar su pensamiento Jesús recurre, como era su costumbre, a narrar una parábola que veremos en el siguiente artículo.
Notas: 1. El principio deuteronómico de dos o tres testigos puede ser el motivo por el cual gran número de hechos, palabras, o actos de Jesús, suelen tener tres testigos (es decir, pasajes) en los evangelios sinópticos que los sustentan. Por ejemplo, las tres tentaciones de Jesús están en Mr 1:12,18; Mt 4:1-11 y Lc 4:1-13. O el llamado a los cuatro pescadores para que se conviertan en pescadores de hombres, que está en Mr 1:16-20; Mt 4: 18-22 y Lc 5: 1-11. O la curación de la suegra de Pedro, que está en Mr 1:29-34; Mt 8:14-17 y Lc 4:38-41, por citar algunos ejemplos. Algunos episodios están narrados en sólo dos evangelios sinópticos, y otros, dada su importancia, están narrados en los cuatro evangelios, como la negación de Pedro y la crucifixión.
2. En Lc 17:3,4 la respuesta de Jesús es ligeramente diferente, aunque el sentido es el mismo: perdónalo siete veces cada día si es necesario.
3. Al decir setenta veces siete Jesús está citando una locución bíblica que se remonta a los inicios del Génesis (4:24). En esa ocasión Lamec dice que él se vengará setenta veces siete por las ofensas que reciba. Aquí, en cambio, Jesús insta a sus discípulos a perdonar igual número de veces al hermano. Es interesante notar que, según el judaísmo rabínico (Talmud de Babilonia), el hombre está obligado a perdonar sólo tres veces a su prójimo, lo que tendría cierto apoyo en Am 1:3,6,9,11, etc. Su espíritu práctico pone un límite a la ilimitada caridad cristiana.
Amado lector: yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que  no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces  gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis  pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte."

#883 (31.05.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución # 003694-2004/OSD INDECOPI)

viernes, 26 de junio de 2015

DAVID SIN HAZAÑAS II

LA VIDA Y LA PALABRA
Por Jose Belaunde M.
DAVID SIN HAZAÑAS II
2Sm 19:14,15. Así inclinó (David) el corazón de todos los varones de Judá, como el de un solo hombre, para que enviasen a decir al rey: Vuelve tú, y todos tus siervos. Volvió, pues, el rey, y vino hasta el Jordán. Y Judá vino a Gilgal para recibir al rey y para hacerle pasar el Jordán.” La conducta generosa de David conquista el corazón de sus súbditos que se sentían culpables de haberle dado la espalda siguiendo a un advenedizo. La generosidad con los vencidos hace la grandeza de los reyes. La mezquina venganza tiene el efecto opuesto.
El pueblo de Judá vino hasta Gilgal, lugar histórico donde el pueblo de Israel estableció su primer campamento al cruzar el Jordán, donde Josué circuncidó a todos los varones y donde celebraron la primera Pascua desde que salieron de Egipto (Js 5:1-12). Ir al encuentro de David en ese lugar para ayudarlo a atravesar el Jordán tenía un alto valor simbólico, como si él, cual nuevo Josué, conquistara de nuevo la Tierra Prometida. (Nota 1)
Pero recuérdese que Josué y el pueblo de Israel pudieron atravesar el Jordán frente a Gilgal porque Dios hizo detener el curso caudaloso de las aguas y entonces ellos pudieron pasar el cauce en seco (Jos 3:13-17). Sin el socorro de ese milagro David y su séquito –que al huir de Absalón se habían refugiado en Manahaim de Galaad- necesitaban de una ayuda más mundana para sortear las corrientes del río. Entretanto las diez tribus de Israel estaban expectantes, no se movían, salvo algunos, posiblemente esperando el giro que tomarían los acontecimientos, o esperando que David hiciera con ellos un gesto amistoso como el que tuvo con Judá.
16-23:Y Simei hijo de Gera, hijo de Benjamín, que era de Bahurim, se dio prisa y descendió con los hombres de Judá a recibir al rey David. Con él venían mil hombres de Benjamín; asimismo Siba, criado de la casa de Saúl, con sus quince hijos y sus veinte siervos, los cuales pasaron el Jordán delante del rey. Y cruzaron el vado para pasar a la familia del rey, y para hacer lo que a él le pareciera. Entonces Simei hijo de Gera se postró delante del rey cuando él hubo pasado el Jordán, y dijo al rey: No me culpe mi señor de iniquidad, ni tengas memoria de los males que tu siervo hizo el día en que mi señor el rey salió de Jerusalén; no los guarde el rey en su corazón. Porque yo tu siervo reconozco haber pecado, y he venido hoy el primero de toda la casa de José, para descender a recibir a mi señor el rey. Respondió Abisai hijo de Sarvia y dijo: ¿No ha de morir por esto Simei, que maldijo al ungido de Jehová? David entonces dijo: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia, para que hoy me seáis adversarios? ¿Ha de morir hoy alguno en Israel? ¿Pues no sé yo que hoy soy rey sobre Israel? Y dijo el rey a Simei: No morirás. Y el rey se lo juró.”
También Simei, que había maldecido vilmente a David en su huida (2Sm 16:5-13) viene a implorarle perdón con frases hipócritas y a reconciliarse con él. David se lo concede, a pesar de que Abisai se opone y quiere castigar al traidor. Recuérdese que en el primer encuentro con Simei, del que aquí se hace mención, Abisai había querido castigar la insolencia del traidor decapitándolo, pero David se lo impide en una de las escenas más conmovedoras de su patética huida, y en la que él reconoce la justicia de la humillación que está sufriendo (2Sm 16:9-13). Seguramente en esa ocasión David recordó la profecía que Natán había pronunciado cuando vino a reprocharle su crimen y su adulterio, diciendo que en adelante la espada no se apartaría de su casa, profecía cuyo trágico cumplimiento él estaba viendo.
“¿Ha de morir hoy alguno en Israel?” Esta frase de David muestra la sabiduría de su política clemente. ¿Ha de morir la gente de la cual yo soy rey también? Si yo me vengo hoy en una de las cabezas de Benjamín, todos los de esa tribu me tomarán aversión. Simei, hombre cauto, había tomado la precaución de venir acompañado de 1000 hombres de su pueblo, como para mostrar la influencia que él tenía en su tribu. David capta el mensaje y le jura que respetará su vida, pero no lo perdona. Sólo posterga la venganza. Salomón será el encargado de ejecutarla, “haciendo descender sus canas al Sheol con sangre” (Véase 1R 2:8,9). (2)

24-30.También Mefi-boset hijo de Saúl descendió a recibir al rey; no había lavado sus pies, ni había cortado su barba, ni tampoco había lavado sus vestidos, desde el día en que el rey salió hasta el día en que volvió en paz. Y luego que vino él a Jerusalén a recibir al rey, el rey le dijo: Mefi-boset, ¿por qué no fuiste conmigo? Y él respondió: Rey señor mío, mi siervo me engañó; pues tu siervo había dicho: Enalbárdame un asno, y montaré en él, e iré al rey; porque tu siervo es cojo. Pero él ha calumniado a tu siervo delante de mi señor el rey; mas mi señor el rey es como un ángel de Dios; haz, pues, lo que bien te parezca. Porque toda la casa de mi padre era digna de muerte delante de mi señor el rey, y tú pusiste a tu siervo entre los convidados a tu mesa. ¿Qué derecho, pues, tengo aún para clamar más al rey? Y el rey le dijo: ¿Para qué más palabras? Yo he determinado que tú y Siba os dividáis las tierras. Y Mefi-boset dijo al rey: Deja que él las tome todas, pues que mi señor el rey ha vuelto en paz a su casa.”
El encuentro con Mefi-boset, el hijo de Jonatán con quien David había sido tan generoso (2Sm 9), era más delicado. En esta ocasión David se muestra no sólo comprensivo sino también consecuente con sus propios errores, porque, aunque percibe que Siba pudo haberlo engañado cuando vino a su encuentro durante su huida, acusando a Mefiboset de haberse puesto de lado de Absalón cuando éste triunfaba (2 Sm 16:1-4), ya le había empeñado su palabra de darle los bienes del príncipe inválido, y no quiso desdecirse. Entonces cortando por lo sano todo argumento ulterior (es posible que Siba estuviera presente y quisiera defenderse), determina que ambos se repartirán los bienes. Sin embargo, eso no quita la injusticia de su decisión precipitada, pues pudo haber investigado más a fondo cuál de los dos mentía y, obtenida la prueba de la malicia de Siba, como parece haber sido el caso, haberlo castigado restituyendo al hijo de Jonatán todos los bienes. Éste, por su lado, muestra obsecuentemente no estar interesado en ellos sino sólo en recuperar la amistad de su protector. (3)
31-39. “También Barzilai galadita descendió de Rogelim, y pasó el Jordán con el rey, para acompañarle al otro lado del Jordán. Era Barzilai muy anciano, de ochenta años, y él había dado provisiones al rey cuando estaba en Mahanaim, porque era hombre muy rico. Y el rey dijo a Barzilai: Pasa conmigo y yo te sustentaré conmigo en Jerusalén. Mas Barzilai dijo al rey: ¿Cuántos años más habré yo de vivir, para que yo suba con el rey a Jerusalén? De edad de ochenta años soy yo este día. ¿Podré distinguir entre lo que es agradable y lo que no lo es? ¿Tomará gusto ahora tu siervo en lo que coma o beba? ¿Oiré más la voz de los cantores y de las cantoras? ¿Para qué, pues, ha de ser tu siervo una carga para mi señor el rey? Pasará tu siervo un poco más allá del Jordán con el rey; ¿Por qué me ha de dar el rey tan grande recompensa? Yo te ruego que dejes volver a tu siervo, y que muera en mi ciudad, junto al sepulcro de mi padre y de mi madre. Mas he aquí a tu siervo Quimam; que pase él con mi señor el rey, y haz a él lo que bien te pareciere. Y el rey dijo: que pase conmigo Quimam, y yo haré con él como bien te parezca; y todo lo que tú pidieres de mí, yo lo haré. Y todo el pueblo pasó el Jordán; y luego que el rey hubo también pasado, el rey besó a Barzilai, y lo bendijo; y él se volvió a su casa.”
David dijo a Barzilai: Haré con Quimam (quien, según el historiador Josefo, era hijo de Barzilai) todo lo que a ti te parezca bien y además a ti te daré todo lo que me pidas. Pero Barzilai había dicho: Haz con Quimam lo que a ti te parezca bien. David le está diciendo: no lo que a mí me parezca adecuado, sino lo que a ti, porque yo soy tu deudor. Es una competencia de generosidad y cortesía. Barzilai, en efecto, con otros propietarios más, había arriesgado su vida suministrando provisiones a David cuando estaba en Mahanaim, huyendo de Absalón (2 Sm 17:27-29). Si éste hubiera triunfado, se hubiera vengado matándolo a él y a los suyos.
Barzilai era dueño de muchas propiedades. Pero más importante aún, tenía un corazón noble. Él consideraba que lo que él había hecho por el rey era poco comparado con lo que David ahora le ofrecía. Así será algún día para todos los que se salven. La recompensa que reciban será mucho mayor que la que corresponda a sus méritos, porque nadie puede ganar a Dios en generosidad.
Barzilai da como motivo para rechazar el ofrecimiento generoso de David, su edad avanzada (Sal 90:10; Ecl12:1). Ya no podrá gozar de los placeres de la corte, de la mesa y de la bebida abundante; ni se deleitará su oído con las canciones y danzas. Él prefiere regresar a su casa y prepararse a bien morir en la tranquilidad de su hogar. La diversión, y las tentaciones que la acompañan, son lo menos apropiado para él en ese trance. Pero eso no quiere decir que él no pueda seguir trabajando mientras tenga fuerzas, porque el trabajo es vida. Él le pide al rey que honre en cambio a su hijo que sí podrá beneficiarse de las ventajas de la corte, aunque él como padre tenga por ello que privarse de su compañía y servicios; pero él prefiere el bien de su hijo al propio.
David está pensando posiblemente en dar a Quimam una posición de honor en la corte, la que su padre desee. Pero pareciera que el hijo prefirió sabiamente no un puesto en la corte, con todas las tentaciones que eso conlleva, sino recibir una propiedad no muy alejada de Jerusalén, pues en Jr 41:17 se habla de un lugar llamado Gerut-Quimam, no muy lejos de Belén, la ciudad de David.
En 1R 2:7 leemos que David le pide a su hijo Salomón tener como convidados a su mesa a los hijos de Barzilai, esto es, no a uno solo, sino a todos (“No dejes a tu amigo, ni al amigo de tu padre…” Pr 27:10ª). ¿No dice un salmo que “la generación de los rectos será bendita”? (Sal 112:2b)
40-43. “El rey entonces pasó a Gilgal, y con él pasó Quimam; y todo el pueblo de Judá acompañaba al rey, y también la mitad del pueblo de Israel. Y he aquí todos los hombres de Israel vinieron al rey, y le dijeron: ¿Por qué los hombres de Judá, nuestros hermanos, te han llevado, y han hecho pasar el Jordán al rey y a su familia, y a todos los siervos de David con él? Y todos los hombres de Judá respondieron a todos los de Israel: Porque el rey es nuestro pariente. Mas ¿por qué os enojáis vosotros de eso? ¿Hemos nosotros comido algo del rey? ¿Hemos recibido de él algún regalo? Entonces respondieron los hombres de Israel, y dijeron a los de Judá: Nosotros tenemos en el rey diez partes, y en el mismo David más que vosotros. ¿Por qué, pues, nos habéis tenido en poco? ¿No hablamos nosotros los primeros, respecto de hacer volver a nuestro rey? Y las palabras de los hombres de Judá fueron más violentas que las de los hombres de Israel.”
 Vale la pena notar que cuando finalmente David atraviesa el Jordán, sólo una parte de los de Israel lo acompaña y, aparentemente ninguno de los hombres principales, sino sólo el pueblo. Los príncipes quizá estaban resentidos de no haber sido objeto de la misma cortesía que David usó con su propia tribu (Véase vers. 13).
En estos versículos aparece la rivalidad antigua entre la tribu de Judá y las diez tribus del Norte, que más adelante dará origen a la división del reino (1R 12) (4). Los de Judá no esperaron a los príncipes de Israel para hacer pasar a David al otro lado del Jordán, a pesar de que éstos habían sido los primeros en proponer que David fuera reinstaurado en el trono. Éstos alegan: nosotros somos más numerosos pues somos diez tribus. Tenemos más derecho a David que vosotros.
Ellos en efecto pensaron primero en traerlo, pero no lo pusieron por obra. (Notemos cómo las buenas intenciones no llevadas a cabo no alcanzan ningún resultado). Por ese motivo los de Judá les responden duramente y con sarcasmo diciéndoles que no tienen nada que reclamar.
Esa fue una disputa de palabras que felizmente no degeneró en lucha abierta. Pero David prudentemente no quiso intervenir en esa pelea. ¿Qué hubiera ganado si hubiera querido mediar entre ellos? Que ambas partes lo odiaran, porque difícilmente hubiera podido contentar a los dos a la vez. De modo semejante hacen bien los padres en no meterse en las disputas de sus hijos pequeños, (salvo que haya abuso o injusticia flagrante), porque uno de ellos se resentirá y le guardará rencor.
Notas: 1.Mathew Henry observa bellamente que así como David no quiso retornar a Jerusalén sin que sus habitantes lo invitaran –hubiera podido retornar, de haberlo querido, al frente de sus tropas y llevado por las armas- Jesús no desea entrar en el corazón de nadie sin haber sido invitado a reinar en él.
2. Esta venganza retrasada nos hace ver cuán grande es la diferencia entre la ética del Antiguo Testamento de la del Nuevo Testamento, y cuánto el mensaje de Cristo cambió el corazón de los hombres.
3. Según el Talmud la decisión injusta de David tuvo repercusiones futuras: “Cuando David dijo a Mefiboset, tú y Siba dividirán el campo, se oyó una voz celestial que dijo ‘Roboam y Jeroboam se dividirán el reino.” (1R 12).
4. Se recordará que David fue rey primero únicamente de Judá en Hebrón (2Sm 2:1-4) y sólo después de la derrota del partido de Saúl las 10 tribus del Norte vinieron a rendirle pleitesía y a reconocerlo como rey (2Sm 5:1-5).
Amado lector: Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
 “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#870 (01.03.15). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).