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miércoles, 6 de enero de 2016

PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
PARÁBOLA DE LOS DOS DEUDORES
Un Comentario de Mateo 18:23-35
Esta bella parábola, con la que Jesús ilustra la enseñanza acerca del perdón que acaba de dar (Véase el artículo anterior, "Cómo se Debe Perdonar al Hermano" No. 883 del 31.05.15), contiene una bella enseñanza sobre la necesidad de perdonar a los que nos ofenden. Indirectamente habla también acerca de la redención.
Por una curiosa circunstancia la publicación de éste y el artículo anterior ha coincidido con unas preciosas enseñanzas recibidas en la iglesia sobre el tema del perdón. Como puede verse, sin embargo, el enfoque de mis artículos es diferente, siendo básicamente expositivo e histórico.
23. "Por lo cual el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso hacer cuentas con sus siervos."
Jesús compara a su Padre con un soberano terreno que ajusta cuentas con sus administradores. Eso nos hace pensar en Dios como un juez delante de cuyo tribunal todos los seres humanos tendremos que comparecer algún día para darle cuenta de toda nuestra vida y de lo que hicimos, bueno o malo, con ella, y con los dones y talentos que nos fueron asignados. Como escribe Pablo: "todos compareceremos ante el tribunal de Cristo." (Rm 14:10, cf 2 Cor 5:10), y también: "cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí." (Rm 14:12).
¿Quiénes son los siervos en la parábola? Son los administradores, o mayordomos, que los reyes solían poner al frente de sus asuntos, negocios y propiedades, a fin de que los administraran para obtener de ellas el  mayor beneficio posible para su soberano, al mismo tiempo que recibían una parte de los beneficios como remuneración.
24. "Y comenzando a hacer cuentas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos."
He aquí pues uno que, sea porque había sido negligente en su administración, sea porque había tomado para sí una parte excesiva del beneficio que correspondía a su señor, le adeudaba una suma sumamente alta. Un talento equivalía aproximadamente a 21 Kg de plata; 10 mil talentos alcanzaban a 210 mil kilos, una suma exorbitante. Y si se tratara de oro, el importe sería muchísimas veces mayor.
25. "A éste, como no pudo pagar, ordenó su señor venderle, y a su mujer e hijos, y todo lo que tenía, para que se le pagase la deuda."
Era costumbre en aquellos tiempos que cuando una persona incurría en deudas que no podía pagar, se le vendiera a él, a su esposa e hijos, incluyendo sus posesiones, como esclavos, para reembolsar el monto adeudado. (Nota 1) Esa venta significaba en la práctica que la familia fuera destruida, con el marido, la mujer y los hijos separados, porque eran vendidos a diferentes compradores. (2).
26. "Entonces aquel siervo, postrado, le suplicaba, diciendo: Señor, ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo."
Puesto ante esa terrible amenaza el siervo le pidió al rey que le diera tiempo para recabar todas las sumas que debía entregarle como fruto de su administración, suplicándole que no vendiera a los suyos, ni lo separara de su mujer e hijos. ¿Pero era sólo paciencia y tiempo lo que él necesitaba? Él necesitaba una  gracia mucho mayor. Pero, primero que nada, necesitaba arrepentirse, porque él sólo había pedido tiempo para pagar, pero no le había pedido perdón a su señor por haberle defraudado.
27. "El señor de aquel siervo, movido a misericordia, le soltó y le perdonó la deuda."
El rey, que era un hombre de corazón magnánimo, se compadeció de la situación de su siervo negligente, porque en lugar de concederle el plazo que le pedía para pagarle, yendo más allá de lo solicitado, le perdonó  toda la deuda. ¡Quién haría algo semejante sino Dios!
La gracia excepcional recibida debió haber cambiado su corazón, y de avaro como había sido, debió haberse vuelto generoso y compasivo. No fue el caso como vemos a  continuación.
28. “Pero saliendo aquel siervo, halló a uno de sus consiervos, que le debía cien denarios; y asiendo de él, le ahogaba, diciendo: Págame lo que me debes."
Sin embargo, el siervo que había sido liberado del peso de su enorme deuda por la misericordia de su señor, se encontró con un colega suyo que le debía una cantidad mucho menor, esto es, el salario de cien días de un obrero, una suma de cierto valor, pero insignificante comparada con la que a él le había sido perdonada. Y el  mal hombre, olvidando el enorme beneficio que había recibido, se abalanzó sobre su consiervo, y casi  ahorcándolo, le exigió que le pagase lo que le debía. ¡Qué diferencia de comportamiento tan grande! Actuó de manera completamente opuesta al trato que había recibido.
29,30. "Entonces su consiervo, postrándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia conmigo, y yo te lo pagaré todo. Mas él no quiso, sino fue y le echó en la cárcel, hasta que pagase la deuda."
El pobre hombre, imitando la actitud que su colega había tenido con el rey, se echó por tierra humildemente, y le rogó que le diera un plazo para que pudiera cumplir con su obligación. Posiblemente le enumeró también  las razones por las que, a pesar suyo, hasta ahora no había podido pagarle.
Pero el miserable acreedor no quiso escuchar su clamor, sino que, endureciendo su corazón, fue a acusarlo ante los tribunales, y obtuvo que echaran a su deudor a la cárcel. Eso puede sorprendernos, pero en esa  época no era inusual que la gente fuera echada en prisión por deudas impagas. Las leyes eran tan inmisericordes como el corazón de los hombres.
Cabe entonces preguntarse: Si estaba en la cárcel, ¿cómo podía pagar su deuda? Suponemos que pidiendo a los suyos que vendan todo lo que tengan en casa para reunir el dinero necesario, o que soliciten a amigos y  parientes una ayuda para cumplir con su obligación monetaria.
Notemos que el siervo inicuo no quiso tratar a su deudor con la misma compasión con la cual él había sido tratado, y ni siquiera le quiso acordar el plazo para pagar que él le había pedido al rey.
31. "Viendo sus consiervos lo que pasaba, se entristecieron mucho, y fueron y refirieron a su señor todo lo que había pasado."
Cuando los consiervos del pobre deudor se enteraron de lo que había pasado se afligieron y, sin duda, también se indignaron, porque fueron a denunciar el hecho al rey, seguros de que éste, siendo un hombre justo, se indignaría tanto como ellos. Y así sucedió efectivamente.
32,33. "Entonces, llamándole su señor, le dijo: Siervo malvado, toda aquella deuda te perdoné, porque me rogaste. ¿No debías tú también tener misericordia de tu consiervo, como yo tuve misericordia de ti?"
El rey, enfurecido, no podía menos que echarle en cara su comportamiento al siervo inmisericorde,  recordándole lo generoso que él había sido cuando, accediendo a sus súplicas de concederle un plazo, le  había perdonado la enorme deuda que le debía, algo que él no se había atrevido a pedir.
Si yo he sido compasivo contigo ¿no debías tú serlo también con quien te debía una cantidad muchísimo  menor? Si tú me guardas un ápice de respeto ¿mi conducta contigo no debía servirte de modelo de actitud frente a tu colega?
Aquí Dios nos dice: "Yo te he perdonado la deuda infinita que habías contraído conmigo a causa de tus pecados, ¿y tú no eres capaz de perdonar la pequeña deuda que tu hermano ha contraído  contigo al ofenderte?" El que ha recibido misericordia ¿no debe, a su vez, mostrar misericordia?
34,35. "Entonces su señor, enojado, le entregó a los verdugos, (3) hasta que pagase todo lo que le debía. Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
El rey pues, finalmente, revocó la sentencia misericordiosa que había pronunciado primero, y le aplicó la sentencia más dura a su disposición: Que sea entregado a los cobradores más exigentes y severos a causa de su mal corazón, para que lo atormenten hasta que pague el último centavo adeudado. El hombre pasó de  tener toda su deuda remitida, a tenerla toda exigida y, ahora sí, sin compasión alguna. Él había sido librado de la cárcel por la compasión del rey, pero como no quiso ser a su vez compasivo con su consiervo, él mismo se echó en la cárcel. La misma justicia dura que él quiso aplicar a su colega, le fue aplicada a él.
No hay peor prisión que la del corazón que no perdona. El rencor que guardamos a los que nos han ofendido nos atormenta a nosotros, no al que ofendió, y puede incluso enfermarnos. La verdadera libertad de la cárcel del rencor en que tendemos a encerrarnos se alcanza sólo perdonando de todo corazón a los que nos han ofendido.
Jesús concluye la parábola diciendo: "Así también mi Padre celestial hará con vosotros si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas."
Tal como vosotros hagáis con las personas que os ofendan, así obrará mi Padre con vosotros. Si no estáis dispuestos a perdonar, tampoco hallaréis perdón en la  corte celestial. Jesús lo dijo: "Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia." (Mt 5:7)
No debe sacarse, sin embargo, conclusiones equivocadas de la parábola, como algunos han hecho, en el sentido de que Dios, como hizo el rey, puede revocar el perdón ya concedido al pecador. Una vez perdonados los pecados, lo están para siempre. Pero otra cosa es cuando el pecador fuera reincidente, y no mostrara  arrepentimiento. Si los pecados viejos le fueron perdonados, los nuevos no lo serán, si no se arrepiente.
De otro lado, ésta no es más que una parábola, es decir, un relato que ilustra una enseñanza. Si al perdonar al siervo que le debía una enorme suma el rey hizo un gesto de una generosidad excesiva, porque él no conocía el corazón del mal siervo, y no podía prever cómo el mal siervo se comportaría con su colega, Dios conoce perfectamente nuestros corazones y sabe muy bien cómo nos comportaremos ante cada situación que enfrentemos.
Esta parábola es, en el fondo, un desarrollo en forma de narración, de una de las peticiones del Padre Nuestro y de la explicación que sigue: "Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores". (Mt 6:12) Notemos que en el idioma arameo que hablaba Jesús una misma palabra significaba  deuda y pecado, reflejando el hecho básico de que, al pecar, el hombre contrae una deuda con Dios. "Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas". (Mt 6:14,15).
Hay otras escrituras que expresan pensamientos afines: "Con la medida con que midáis, os será medido" (Lc 6:38); y "Trata a los demás como tú deseas ser tratado". (Lc 6:31). Pablo expresa el mismo pensamiento: "...perdonándoos unos a otros si alguno tuviere queja contra otro. De la manera como Cristo os perdonó, así también hacedlo vosotros." (Col 3:13).
La parábola contiene, por lo demás, una enseñanza valiosa acerca de la relación que existe entre la redención y la compasión que debemos mostrar con el hermano que nos ofende. No hay nada que el hombre pueda  hacer para expiar la culpa de sus pecados, pues constituyen una deuda inmensa e impagable. Pero Dios, consciente de nuestra incapacidad, cuando le pedimos perdón sinceramente, nos perdona por pura gracia, porque Jesús, al morir en la cruz por nosotros, expió todas nuestras culpas y canceló nuestra deuda.
Si Dios se porta así con nosotros, ¿cómo debemos nosotros comportarnos con nuestro prójimo? Al que mucho se le concede, dijo Jesús, mucho se le demanda (Lc 12:48). Si Dios te perdonó una deuda tan grande ¿no debes tú, aunque te cueste, perdonar la pequeña deuda (comparativamente hablando) que te debe tu prójimo?
Notas: 1. La ley mosaica permitía que se vendiera a alguien como esclavo si no podía hacer restitución de lo robado (Ex 22:3 cf Is 50:1) aunque después el profeta Amos (Am 2:6; 8:6) y Nehemías (Nh 5:4,5) denunciarían esa práctica. Cabe preguntarse ¿cómo es posible que la ley de Dios autorizara esa costumbre inhumana que era común entre las naciones entonces, e incluso bajo la ley romana? Como dijo Jesús alguna vez, por la dureza de sus corazones Dios permitía algunas cosas. Él expresaba de esa manera su condena del hurto. También autorizaba la ley que, si un hombre empobrecía, se vendiera a otro israelita, pero no como siervo, sino sólo como criado, y que en el año del Jubileo él y sus hijos recuperaran su libertad y sus posesiones (Lv 25:39-41). Véase en 2R 4:1-7 el episodio del aceite de la viuda donde el acreedor se iba a llevar a sus dos hijos.
2. Como podemos enterarnos por los diarios, esa práctica salvaje subsiste todavía en el Medio y Cercano Oriente.
3. Basanistais, es decir, atormentadores.
Amado lector: yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados, y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo la siguiente oración:
"Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido consciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”

#884 (07.06.15) Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú.18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).

viernes, 1 de agosto de 2014

NEGATIVIDAD I

LA VIDA Y LA PALABRA
Por José Belaunde M.
NEGATIVIDAD I

Nosotros conocemos a muchas personas que tienen una visión negativa de las cosas, del mundo, del futuro, de sí mismas y de la gente. Todo lo ven negro, al punto que llama la atención su actitud. Quizá nosotros mismos pertenezcamos, o hemos pertenecido, a ese tipo de personas, para quienes, en la práctica, la felicidad es un tesoro difícil de alcanzar porque apenas lo creen posible.
            La negatividad de visión puede tener diversos grados de intensidad. Algunos son más negativos que otros, algunos lo son menos. Pero es un rasgo de carácter que ejerce una influencia muy perniciosa en la vida de los individuos así como en la de los que los rodean,  porque no pueden escapar a su influencia.
            Jesús dijo: "Si tu ojo es bueno todo tu cuerpo estará lleno de luz, pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en tinieblas." (Mt 6:22,23). Es decir, si tu ojo ve las cosas teñidas de un color sombrío, toda tu vida estará impregnada de oscuridad (Nota 1). Pero si tu ojo, es decir, tu manera de ver las cosas, está iluminada por una luz favorable, entonces toda tu vida lo estará también.
            No es afuera donde está la oscuridad sino en ti. Pablo lo expresa de otra manera: Para el puro todas las cosas son puras, para el impuro todas son impuras (Tt 1:15). (2)
            Hay un refrán que expresa en términos más concretos la misma idea: "El ladrón cree que todos son de su misma condición." Como él es deshonesto, cree que todos los demás también lo son; no puede creer que haya personas que sean honestas. ¿Donde está la deshonestidad que atribuye a los demás? ¿En los demás, o en su propio corazón? Para tranquilizar su conciencia el hombre tiende a proyectar en los demás los defectos que descubre en sí mismo. Como si dijéramos: pecado de muchos, consuelo de tontos.
            Esta condición de negatividad marca profundamente la vida y el carácter de las personas y, a la larga, las convierte en amargadas, aunque lo tengan todo. ¿Cuál es el origen de esta actitud ante la vida y la gente que es tan común en los seres humanos? Puede tener orígenes muy diversos. Puede ser algo simplemente heredado, sea porque está en los genes, o porque lo absorbió de sus padres, que tenían también esa actitud. Es sabido que los hijos suelen absorber las actitudes y opiniones de los padres, aunque las rechacen, y suelen imitar inconscientemente sus comportamientos (3).
            Pero también puede deberse a experiencias tristes de la infancia. Quizá el pesimista fue maltratado de criatura, o fue postergado ante un hermano que era el preferido, o fue humillado repetidas veces, o que sé yo. Hay tantas formas que el maltrato de la infancia puede asumir y que dejan una huella profunda en las actitudes y el carácter de los adultos (4).
            No obstante, pudiera ser que la persona tuvo una infancia feliz, fue amada y protegida, pero cuando creció sufrió desilusiones, desengaños, para los que no estaba preparada -sobre todo si fue muy engreída o sobre protegida (5)- y eso le ha quitado toda ilusión respecto de la gente y del mundo. Ya no cree en nadie, porque alguien la decepcionó y piensa que de todos puede recibir una bofetada. Vive amargada. Está siempre a la defensiva.
            Pero la causa más importante, más fundamental del negativismo es la falta de confianza en Dios. Cuando una persona tiene fe, tiende a ver todo bajo una luz positiva, porque sabe que Dios la protege y la cuida. Sabe que Dios es su proveedor y que aunque pueda pasar por períodos de escasez, nada le faltará (Sal 23:1). Sabe que aunque su salud pudiera sufrir algún quebranto, no será por mucho tiempo, porque Dios es su sanador (Ex 15:26). Sabe que aunque haya peligros en la calle y en el mar, Dios es su protector que no dormita ni duerme, y que lo salvará de todos ellos (Sal 121:3,4).
            Si está imbuido del mensaje de las Escrituras, sabe que aunque fuere atacado, “si Dios es por nosotros ¿Quién contra nosotros?”  (Rm 8:31).
            Sabe que aunque las dificultades de la vida se acumulen, haya falta de dinero y el mundo se muestre contrario, “en todas estas cosas somos más que vencedores por medio de Aquel que nos amó”. (Rm 8:37).
            Sabe, en suma, que Dios es su guardador, “su sombra a su mano derecha.” (Sal 121:5).
            En cambio, el que no cree en Dios, el que no confía en su ayuda, tiene muchos motivos para ser desconfiado, para temer ataques, porque vivimos ciertamente en un mundo hostil y pleno de peligros (6).
            A causa de esa falta de confianza en Dios la gente se rodea de toda clase de defensas y precauciones. El negocio de la seguridad se ha convertido en uno de los más florecientes del mundo actual: guardaespaldas, guachimanes, cercos eléctricos, alarmas, cámaras ocultas de TV, etc. y se venden pólizas de seguros contra toda clase de riesgos. Todas esas cosas son manifestaciones del temor con que vive la gente, de la inseguridad que se ha apoderado del mundo,
            Pero si la gente creyera en las promesas de seguridad que Dios nos ha dado en las Escrituras, no tendría necesidad de tomar tantas precauciones y viviría más confiada. Como se dice en Proverbios: "Huye el impío sin que nadie lo persiga, mas el justo está confiado como un león." (28:1) ¿Quién es el justo sino el que teme a Dios y tiene puesta su confianza en Él?
            Sabemos que lo opuesto a la fe es el temor. En realidad el temor es una forma de fe, pero invertida. Y así como la fe atrae aquello en que se cree, el temor atrae lo que teme, y vive atormentado por lo que puede ocurrir. El poeta español del siglo XVII, Francisco de Quevedo, lo expresó muy bien: "El hombre que empieza a pensar en lo que puede temer, empieza a temer en lo que puede pensar." Es decir, si una persona empieza a preocuparse por las cosas malas que imagina le pueden suceder, todo lo que pase por su mente le inspirará temor.
            ¡Cuántos hay que están siempre pensando en lo que puede ocurrirles y no tienen por ese motivo ni un momento de tranquilidad! Siempre están tomando precauciones contra los peligros, reales o imaginarios, de ataques físicos, o contra amenazas para su salud, o contra intrigas de la gente en su contra. Viven azorados y preocupados. Su pensamiento temeroso se ha convertido en una cárcel mental que ellos mismos se han construido.
            Y les sucede con frecuencia lo que temen, como dijo el patriarca Job: "Me ha acontecido lo que temía." (3:25)
            Otra de las causas de la negatividad de la gente es la falta de amor. El que no ama al prójimo -y no ama por tanto a Dios, porque el amor al prójimo es una consecuencia del amor a Dios- el que no ama a su prójimo, digo, tiene inevitablemente una visión negativa de la gente, ve a todos bajo la lupa del poco aprecio que les tiene, regatea a todos sus cualidades y niega sus méritos; la mala opinión que tiene de todos hace que no espere sino el mal de los demás. ¿No nos codeamos a veces con ese tipo de personas?
            ¡Que cierto es que "el amor cubre multitud de pecados!” (1P 4:8). El amor es indulgente y tiende a excusar las faltas ajenas, a encontrar una razón para explicar el mal comportamiento del ofensor, y se inclina, en consecuencia, a esperar siempre lo mejor de otros. San Pablo lo dijo bien claro: “El amor todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. (1Cor 13:7). Y a pesar de las desilusiones, sigue esperando el bien de los otros, porque ve a Cristo en ellos. Su visión tenderá pues a ser optimista. Y como esta clase de actitud atrae la simpatía ajena, atraerá también una respuesta positiva de los demás (7).
            Pero el que piensa mal de otros, juzga a los demás severamente y, en consecuencia, espera que actúen de acuerdo a la mala opinión que tiene de ellos. Y eso es lo que recibe, porque su actitud antipática provoca rechazo. Sus experiencias desfavorables reforzarán su visión negativa y se volverá desconfiado, más allá de lo que aconseja el sentido común.
            Como resultado de ese modo de pensar la persona se vuelve criticona. Siempre está censurando lo que ve o no ve en los otros. Tijeretear, como suele decirse, es un deporte muy popular entre nosotros. Pero aunque la gente se dedique a ello en las reuniones sociales para divertirse, nadie es realmente feliz criticando a los demás. Basta fijarse un momento en la expresión amargada que tienen cuando critican, aunque estén riendo. Reírse a costa ajena deja a la larga un sabor amargo.
            En cambio, el que admira a los demás, el que siempre elogia las virtudes ajenas y nunca critica al ausente, exuda felicidad y optimismo y lo contagia. (8)
            Por último, pocas cosas fomentan más en el hombre una visión pesimista del mundo que el hecho de vivir en pecado. Ya hemos citado el refrán: "el ladrón cree que todos son de su misma condición". Cree que todos son como él, deshonestos, incumplidos, tramposos, irresponsables, y no concibe que alguien pueda no serlo. Por tanto, es necesario estar siempre a la defensiva.
            Igualmente el impuro, el lujurioso, piensa que todos son como él y que no hay nadie inocente. En la corrupción ajena busca una excusa para la propia y se dice: "Todos lo hacen." Habría que aclararle: muchos tal vez, pero no todos, y los que no, son más felices.
            Los hombres buscan el placer sensual pero ignoran que la sensualidad paga mal a sus cultores. Los placeres de la carne no duran y después de gozados dejan un sabor amargo en la boca y cansancio en el cuerpo.
            El gran poeta simbolista francés del siglo XIX, Carlos Baudelaire, que fue un hombre muy sensual que dedicó gran parte de su tiempo a escanciar de la copa de la vida todo lo que podía ofrecerle de placeres, escribió en un momento de sinceridad: La carne es triste. Sí, el goce del pecado sexual agota las energías del cuerpo y apaga las luces del alma.
            Quien se dedique a la sensualidad vivirá dominado por una sensación de desencanto y no verá sino hojas marchitas donde los demás ven flores, porque su vitalidad se ha secado prematuramente. Si en el mundo no hay belleza ¿cómo puede enfrentarse la vida con optimismo?
            Eso no quiere decir que el sexo no sea un don de Dios. Sí lo es y maravilloso. Ha sido dado por Dios para la felicidad y la unión de los esposos, y también para que florezca en el hogar el clima de amor en que deben crecer los hijos.
            Pero el tiempo nos gana y no hemos terminado aún con el tema. Lo haremos en la próxima charla.

Notas: 1. A eso lo llamaríamos, usando el lenguaje de moda, tener un enfoque negativo. Las personas que tienen un enfoque negativo de las cosas juzgarán mal de todas las circunstancias, les parecerán sospechosas o sin salida, y pensarán mal de todas las personas. Esas personas se gozan destruyendo las esperanzas y las ilusiones de otros y sienten una aversión grande por las personas  optimistas. Suelen ser infelices y hacen infelices a los que los rodean.
2. Las personas que llevan una vida impura  no quieren admitir que haya personas que lleven una vida santa. Les parece inverosímil. Y cuando las evidencias son demasiado evidentes para negarlas, se burlan de esos a quienes consideran atrasados. Esa es hasta cierto punto la actitud actual de muchos periodistas frente a una manera de vivir que es muy diferente de la suya.
3. Esa influencia no se limita a los padres. Existen tradiciones familiares inconscientes, comportamientos, modos de pensar y de hablar, que se remontan a los antepasados. Los padres suelen transmitir a sus hijos sus aficiones, sus opiniones políticas y religiosas, sus inclinaciones o aptitudes por determinadas profesiones u oficios. Y esto con tanto mayor fuerza cuanto más estrecha o amorosa haya sido la relación familiar. En cambio cuando la relación padres/hijos no ha sido buena, puede ocurrir que asuman concientemente opiniones o hábitos contrarios a los de sus padres. Incluso pueden llegar a hacer cosas negativas o indignas sólo para contrariarlos o humillarlos. Es una manera inconsciente de vengarse de ellos.
4. Entre las consecuencias más negativas del maltrato en la infancia es la baja autoimagen que suelen tener las personas, y la escasa confianza en sí mismas. Suelen asumir la actitud del que no merece nada bueno sino sólo lo malo. Como están acostumbradas a ser maltratadas desde pequeñas aceptan de adultas el maltrato, y casi hasta propician involuntariamente que los demás las maltraten.
5. Las personas que fueron muy engreídas de niño esperan, cuando  crecen, que todo el mundo les esté mirando las caras y se pongan a su servicio. Se sienten frustradas cuando no reciben como adultos el trato preferencial que recibieron de pequeños. Es como si hubieran sido educados para ser egoístas.
Una cosa es engreír a los hijos, y otra alentarlos y estimularlos para que desarrollen sus talentos. Por lo general los padres peruanos no tienen una actitud alentadora con sus hijos, sino una más bien crítica. Esa actitud negativa engendra inseguridad, y es quizá causa de ese pesimismo muy enraizado que tiene una muy mala influencia en el carácter nacional.
6. Es un hecho conocido que la mayoría de los suicidas son personas irreligiosas, descreídas. Cuando las cosas van mal no tienen ninguna esperanza trascendente que las sostenga. En cambio, son pocos los casos de verdaderos creyentes que se suicidan cuando todo va mal. No sólo a causa de sus convicciones religiosas, sino también porque soportan mucho mejor que los incrédulos las contrariedades y los avatares negativos de la vida, porque su fe los sostiene.
7. Las personas que aman al prójimo suelen ser simpáticas, atraen la atención favorable de la gente; tienen cierto magnetismo (que el amor otorga). Los que carecen de amor suelen ser por el contrario antipáticos, quejosos, andan siempre culpando a los demás de sus males; les cuesta reconocer las cualidades ajenas. Son los eternos criticones, cuya actitud negativa procede de sus propias frustraciones.
8. Yo conocí a una persona así. No se podía criticar a nadie en su presencia porque desviaba la conversación o se las arreglaba para decir algo favorable del criticado. Siempre miraba el lado bueno de las cosas. Nunca lo vi de mal humor. Cuando se moría, alguien le preguntó cómo se sentía. Contestó: "Me están llamando de arriba". Esa persona fue por lo demás muy creativa y emprendedora y dejó una obra material impresionante.
NB. Este artículo fue escrito el 5 de abril de 1998 como texto de una charla radial. Fue revisado y ampliado para su publicación en mayo de 2005. Se vuelve a publicar casi sin cambios.


Amado lector: Jesús dijo: “De qué le sirve al hombre ganar el mundo si pierde su alma?” (Mr 8:36) Si tú no estás seguro de que cuando mueras vas a ir a gozar de la presencia de Dios es muy importante que adquieras esa seguridad, porque no hay seguridad en la tierra que se le compare y que sea tan necesaria. Con ese fin yo te exhorto a arrepentirte de todos tus pecados y te invito a pedirle perdón a Dios por ellos haciendo una sencilla oración:
   “Jesús, tú viniste al mundo a expiar en la cruz los pecados cometidos por todos los hombres, incluyendo los míos. Yo sé que no merezco tu perdón, porque te he ofendido conciente y voluntariamente muchísimas veces, pero tú me lo ofreces gratuitamente y sin merecerlo. Yo quiero recibirlo. Me arrepiento sinceramente de todos mis pecados y de todo el mal que he cometido hasta hoy. Perdóname, Señor, te lo ruego; lava mis pecados con tu sangre; entra en mi corazón y gobierna mi vida. En adelante quiero vivir para ti y servirte.”
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#814 (26.01.14). Depósito Legal #2004-5581. Director: José Belaunde M. Dirección: Independencia 1231, Miraflores, Lima, Perú 18. Tel 4227218. (Resolución #003694-2004/OSD-INDECOPI).